21 de Mayo

Martes VII Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 21 mayo 2024

a) Sant 4, 1-10

         Si el presente texto de Santiago hubiese sido dirigido a una comunidad concreta, reflejando su situación real, se tendría la impresión de que se trataba de una situación realmente desastrosa y de personas nada sosegadas. Pero dado que no podemos decir si eso era así, está claro que el texto, leído en un horizonte más amplio, nos pone frente a la fuente inexplicable y tenebrosa del hombre de ayer, de hoy y de mañana.

         En efecto, ¿acaso no se pelean los hombres también hoy? Y las pasiones y concupiscencias, ¿no están llevando todavía a emprender guerras y a matar? El gran enigma del hombre ha sido siempre el mismo: el de su adulterio continuado. Pues quien de verdad le ama, y cuya amistad el hombre desea (y el hombre lo sabe muy bien), no es otro que Dios.

         Sin embargo, el hombre se hace amigo de quien no le ama, y por quien (en el fondo) tampoco siente amor: el mundo. Hay una cierta y misteriosa incongruencia en la raíz del comportamiento humano. ¿Por qué hace la guerra si lo que quiere es la paz? ¿Por qué mata si ama la vida, a la que llama sagrada? ¿Se trata tal vez de un callejón sin salida, angustioso e insuperable?

         El texto de hoy, basándose en un pensamiento de Proverbios, ofrece un camino de salida para esta situación: "Dios se enfrenta con los arrogantes, para conceder a los humildes su gracia" (v.6), "humillaos ante el Señor, y él os levantará" (v.10). Humillarse ante Dios, y no delante de los hombres, es el camino que lleva al conocimiento realista de sí mismo y de la propia situación.

         Sentir la propia miseria, gemir y llorar en la intimidad del espíritu, vivir la tristeza de no ser lo que uno quisiera, no comporta ningún descrédito ante Dios. Todo lo contrario. Más bien lleva a comprender qué desencaminado va el que se erige en juez de los demás, e incluso de sí mismo. Pues "uno solo es legislador y juez, el que puede salvar y condenar" (v.12). Viendo las cosas como son, habría que estar agradecidos a Dios de que no nos escuche todo lo que pedimos, ya que pedimos mal, con la intención (a veces ignorada) de mezclarlo en nuestras pasiones (v.3).

Miguel Gallart

*  *  *

         Santiago está inquieto por los conflictos que surgen en las comunidades cristianas, e intenta dilucidar las razones de ellos: "¿De dónde esas guerras, de dónde esas luchas entre vosotros?". Se trata de una cuestión de radiante actualidad, cuyas guerras y luchas vienen de:

         1º el deseo de gozar: "Todos esos instintos luchan dentro de vosotros, porque estáis llenos de codicia". Se trata de la 1ª causa de discordias y conflictos: la codicia, y el deseo de los bienes materiales y de dinero. Todo empieza en el fondo de nuestro corazón. Señor, sana nuestros corazones de sus malos deseos.

         2º la envidia a los demás: "Sois envidiosos, y de ahí los conflictos". Se desea lo que el prójimo posee, o sus logros, si son mejores que los nuestros. Cuántas tristezas provienen del hecho de compararnos con los demás. Señor, ayúdanos a ser realistas y a aceptar francamente nuestras limitaciones y temperamento. Ayúdanos a alegrarnos de las cualidades de los demás.

         3º la oración mal hecha: "Vuestra oración es mala porque pedís riquezas, para malgastarlas en vuestras pasiones desordenadas". Sí, llegamos a querer utilizar a Dios hasta obtener tanto como el vecino, y así la envidia pasa a tener su propio plegaria. Es el colmo, como si nuestras plegarias quisieran intentar poner a Dios al servicio de nuestros cálculos egoístas. Señor, que mi plegaria sea abierta, orientada hacia ti y no hacia mí, y más frecuentemente dirigida a las necesidades de los demás que a las propias.

         4º el amor del mundo: "Adúlteros, ¿no sabéis que la amistad con el mundo es hostilidad contra Dios? Porque el amigo del mundo se hace enemigo de Dios". Son palabras de la Biblia: amar al mundo más que a Dios es una especie de adulterio, es romper nuestra unión con Dios, porque "no se puede servir a dos amos". Tras lo cual repite Santiago: "No se pueden tener dos amores".

         ¿Cuál es mi actitud profunda ante Dios? ¿Le amo? ¿Le prefiero a todo lo demás? Pregunta fundamental a la que evidentemente nos resulta difícil contestar. Pero que hay que hacernos de vez en cuando, revisando lo esencial de nuestra vida, y recurriendo con regularidad al Sacramento de la Reconciliación. No te he amado bastante, Señor, y por eso vengo a reconciliarme contigo, y a repetirte que a pesar de todo te amo.

         5º el orgullo propio: "Dios resiste a los orgullosos, pero da su gracia a los humildes". Una nueva fuente de conflictos es creerse más que los demás, o imaginarse que nuestras ideas son las mejores, mirando desde lo alto a los progresistas (cuando se cree estar en la estricta verdad de la Iglesia) o a los integristas (cuando se cree pertenecer a la única tendencia de futuro de la Iglesia).

         Cuando hoy se analizan las fuentes de los múltiples conflictos que oponen o enfrentan a los hombres entre sí, se está siempre intentando contentarse con un análisis sociológico. Santiago, por su parte, nos remite a nuestra intimidad, a nuestras motivaciones profundas.

Noel Quesson

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         Ayer hablaba Santiago de la verdadera sabiduría, y hoy desenmascara con palabras duras a los que en la comunidad crean división y no paz. Desde luego, la situación no es muy halagüeña. Se ve que es muy antiguo lo de las tensiones en una comunidad. Santiago habla de guerras y contiendas: "Codiciáis, matáis, ardéis en envidia, os hacéis la guerra". Somos complicados.

         Santiago lo atribuye a dos causas: el orgullo que tenemos dentro, con envidias y ambiciones, y a la falta de una buena oración, o sea, a la falta de una perspectiva desde Dios. Estamos de espaldas a Dios y amamos el mundo y sus criterios. Somos adúlteros, según Santiago. Luego no es de extrañar que haya todo lo que hay. Los soberbios no saben hacer otra cosa que engendrar guerras, domésticas o mundiales.

         Lo que de veras nos da sabiduría, y por tanto la actitud justa en la vida cara a nosotros mismos y a los demás, es la unión con Dios, nuestra fe en él, nuestra oración sincera, que nos sitúa en los justos términos ante él y ante todos. La oración no puede estar desconectada de nuestras actitudes vitales en general.

         Si estamos en armonía y en sintonía con los criterios de Dios, lo demás viene por añadidura: seguro que también irá bien la relación con los demás. Como no podemos ser orgullosos en la presencia de Dios, tampoco lo seremos con los demás. Es Dios el que nos da los mejores dones. Pedírselos a él es reconocer su primacía y relativizar nuestra propia importancia. Pues eso es lo que nos motiva para un trato mucho más humilde con los demás.

         ¿Cómo podría compaginarse una oración sincera ante Dios, el Padre de todos, con la división y las relaciones de odio con los demás, hermanos nuestros e hijos del mismo Dios? ¿cómo puede ser eficaz la oración ante Dios de uno que está pagado de sí mismo y mal dispuesto para con los demás?

         Nuestra oración debe ser humilde, como nos pide Santiago: "Someteos y acercaos a Dios. Sed sinceros, lamentad vuestra miseria y humillaos ante el Señor, que él os levantará". Una oración que está viciada de raíz por el orgullo y la falta de caridad, no puede ser agradable ante Dios. Si fuéramos más humildes, nos entenderíamos mucho mejor con los demás, nuestra oración sería más eficaz y nosotros mismos seríamos mucho más felices.

José Aldazábal

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         Escuchamos hoy las palabras más duras de Santiago, en su carta a todos nosotros: "Un corazón corrompido es nido de discordias. Una mente obcecada nunca alumbra bien los caminos. ¿Por qué culpamos a Dios de cosas que brotan de nuestro interior?". 

         Y es que los hombres andamos sobrados de codicia, envidias, búsqueda de honores y poder, y no recapacitamos en que con nuestras actitudes interiores dificultamos el éxito de nuestra oración, el fomento de la fraternidad, la mutua solicitud de ayuda, la formación de hombres nuevos para la paz y bienestar de la mayoría consciente.

         A este respecto, el texto de Santiago es casi apocalíptico: "Pecadores, lavaos las manos; hombres necios, sed sinceros, lamentad vuestra miseria, llorad y haced duelo; que vuestra risa se convierta en llanto". Menos mal que el final es animador, estimulante: "Humillaos ante el señor, que él os levantará".

         ¡Cuántas divisiones entre los hombres, y cuántas guerras se han generado propiciadas por la codicia y la ambición por lo pasajero. Se es capaz de mentir, de levantar falsos contra los demás con tal de justificar nuestras acciones provocadas por las malas pasiones, que siempre están en guerra dentro de nosotros mismos.

         Quienes creemos en Cristo no podemos continuar siendo esclavos del mal, del pecado y de la muerte, que han sido vencidos por medio del misterio pascual del Señor. Quien se diga hijo de Dios pero continúe sometido al diablo no podrá convertirse en un signo creíble del Señor, pues, a pesar de proclamar su nombre ante las naciones, sus obras estarán siendo ocasión de burla, de descrédito y de ofensa al Señor.

         Acerquémonos a Dios para que él se acerque a nosotros; resistamos al malo, no con nuestras armas, ni con nuestras solas fuerzas, sino auxiliados por el Señor, que ha prometido venir y hacer su morada en los corazones rectos y sinceros.

         Pongamos en él nuestra confianza y Dios saldrá en defensa nuestra para librarnos de nuestro enemigo y de la mano de todos los que nos odian, y para afianzar nuestros pasos en el camino del bien de tal forma que lleguemos a vivir fraternalmente unidos y podamos seamos capaces, por la presencia de su Espíritu Santo en nosotros, de pasar haciendo el bien a todos a imagen de como lo hizo Jesucristo en favor nuestro.

Dominicos de Madrid

b) Mc 9, 30-37

         La 1ª perícopa de hoy (vv.30-32) tiene como escenario una travesía por la Galilea, y como tema el 2º anuncio de la pasión y resurrección, incomprendida nuevamente por sus discípulos. Jesús sale de la casa donde estaba instruyendo a sus discípulos con destino a Cafarnaum.

         En la travesía por Galilea intenta pasar inadvertido, sabiendo que en esta región tenía una muchedumbre de admiradores que lo buscaban permanentemente (Mc 1,32.37.39.45; 3,7-8), y no quiere interrumpir su camino que ahora tiene como meta a Jerusalén, con algunas paradas intermedias (como en Cafarnaum, por ejemplo).

         El v. 32 complementa las razones del pasar inadvertido: quiere concentrase sólo en la instrucción de los discípulos. El tema de su pasión, muerte y resurrección es algo que sólo sus discípulos pueden conocer. La enseñanza tiene como sujeto al Hijo del hombre. El verbo ser entregado está en voz pasiva, lo que indica que el que lo va a entregar es el mismo Dios.

         Jesús sabía que su pasión y su muerte a manos de los hombres o autoridades judías y romanas, era parte del designio divino, que exige entregar hasta la propia vida por la salvación de los hermanos. La muerte y resurrección de Jesús hacen parte del proyecto del reino de Dios, que Jesús asumió concientemente en solidaridad con la causa de una humanidad liberada y resucitada. Algunas interpretan esto como una actitud sádica de Dios, como si Dios se complaciera con el juego de la sangre, el martirio y la muerte:

"La voluntad de Dios alcanza la muerte de Jesús, porque hasta ese punto llega la injusticia y la maldad que el ser humano ha hecho contra sus semejantes. Lo que complace a Dios no es el dolor y el sufrimiento de su Hijo en cuanto tales, sino el amor y la obediencia de donde proceden".

         Los 3 días hay que entenderlos en sentido escatológico más que cronológico, pues equivalen al tiempo máximo que Dios interviene por un justo injustamente condenado. La resurrección a los 3 días significa entonces la acción de Dios que interviene para exaltar la opción y la causa de Jesús. Queda establecida la contraposición entre los hombres que quieren matarlo y Dios que decide resucitarlo.

         Igual que en el primer anuncio, los discípulos no entienden, se muestran incapaces de asumir la muerte de Jesús como parte de su proyecto de vida. Pareciera que la luz radiante de la transfiguración se hubiera apagado nuevamente, que el espíritu mudo se hubiera posesionado de ellos y les impidiera crecer en la fe. No se atreven a preguntar porque temen un nuevo reproche de Jesús o simplemente por que no quieren caer en ridículo.

         La 2ª perícopa de hoy (vv.33-35) tiene que ver con una nueva instrucción sobre quien quiera ser el primero que sea el último. Nos encontramos ahora en Cafarnaum, probablemente en la casa de Pedro, allí donde Jesús había curado la suegra de éste. Jesús aprovecha para preguntarle a los discípulos su tema de conversación en el camino. No recibe respuesta, pues los discípulos saben que han estado tentados del orgullo y el poder.

         Esto nos permite entender porque en el fondo los discípulos no aceptan la suerte dolorosa de Jesús, pues significaría aceptarlo para ellos mismos. Significaría aceptar la pequeñez y la debilidad, cuando ellos esperan grandeza y poder. Jesús llama a los doce y se sienta como todo un maestro para explicar a través de 2 sentencias, nuevas características del verdadero discípulo.

         En la 1ª sentencia Jesús no prohíbe que alguien quiera ser el primero, solo que debe hacerse al final de la fila. Y ser el primero haciéndose el último consiste sencillamente en ser el servidor de todos. La palabra griega que se utiliza en este caso es diakonia, que designa a los que cumplían oficios serviles a favor de otros. Con este nombre también se designaban en las comunidades cristiana primitivas a todos los que tenían un oficio, comenzando por los apóstoles.

         La 2ª sentencia busca precisar en quién reside la auténtica grandeza. El protagonista es un niño, quienes en la antigüedad no alcanzaban los derechos que los niños han logrado hoy. En tiempos de Jesús un niño era símbolo de ignorancia, inmadurez e insignificancia. Se les equiparaba con los criados o esclavos. A pesar de todo esto, el niño por su grado de dependencia e indefección se convierte en preocupación permanente para sus progenitores, pues sin la atención de sus padres no logrará sobrevivir. Así, el más pequeño se convierte en el más importante porque requiere la atención y el cuidado de los mayores.

         Jesús pone al niño "en medio de ellos", es decir, en medio de los discípulos. La enseñanza es para ellos y es necesario que todas sus miradas estén colocadas en el niño, del que deben aprender que siendo el más pequeño, es el más grande. Inmediatamente lo abraza como signo de ternura y acogida. Se trata de abrazar con alegría y solidaridad el compromiso de ser el servidor de todos. Renunciar a ser el servidor, a ser el más pequeño, significa renunciar a Jesús, porque solo el que acoge su vocación de servicio como se acoge a un pequeño, acogerá a Jesús y al mismo Dios que lo a enviado.

Carlo Martini

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         Jesús viaja hoy hasta Cafarnaum, y mientras camina a través de Galilea, el interés de Jesús está centrado en los discípulos. Ante la incomprensión que éstos siguen mostrando, Jesús reitera la enseñanza sobre el destino del Hijo del hombre (Mc 8, 31), término que lo designa a él y, tras él, a sus seguidores. La enseñanza se hace más genérica que en Mc 8,31, y el anuncio de la entrega del Hijo del hombre carece de todo detalle que las vincule a un pueblo o agente determinado, aludiendo a que esa hostilidad a muerte puede darse en cualquier cultura.

         Se establece por primera vez la oposición entre "el Hijo del hombre", el hombre en su plenitud, y hombres que no la conocen ni aspiran a ella. Se insiste en el hecho de la muerte ("lo matarán", "aunque lo maten"), pero para resaltar la resurrección (la continuidad de la vida). Jesús quiere calmar la angustia de sus discípulos ante la perspectiva de una muerte sin combate ni gloria, inculcándoles que ésta no es una amenaza ni un fracaso, porque no es el final.

         La incomprensión de los discípulos es total, son refractarios a esa enseñanza. Tienen miedo de preguntar a Jesús, porque vislumbran que la explicación no correspondería a su expectativa de triunfo. No ven sentido en una vida después de la muerte. Llegan a Cafarnaum.

         La casa-hogar (oikia) en Cafarnaum es figura de la comunidad de Jesús, que integra a los 2 grupos de seguidores, como apareció en Mc 2,15 (discípulos y pecadores), cuando fue mencionada por 1ª vez. Jesús hace a los discípulos una pregunta que va a resultarles emba­razosa.

         El silencio de ellos revela su obcecación (Mc 3,4; 7,25) y lo improcedente del tema que han discutido: quién tenía rango superior, o mayor categoría en el grupo. Domina en ellos la ambición de preeminencia, a la que incita el sistema jerárquico judío, radicalmente opuesta a la enseñanza anterior de Jesús (v.31).

         Jesús se sentó, porque esta casa-comunidad es su morada estable; si, estando en la misma casa, tiene que llamar a los Doce (los mismos discípulos en cuanto constituyen el Israel mesiánico) es porque están distanciados de él, aunque no físicamente; su lejanía está causada por su resistencia a aceptar el destino del Hijo del hombre (vv.31-32); Jesús va a recordarles lo que significa "estar con él", 1ª finalidad de su constitución como grupo (Mc 3, 14).

         En 1º lugar, Jesús los corrige, porque tienen que renunciar a toda pretensión de rango. Y usa para ello la oposición ser primero-ser último de todos, y servidor de todos. Quien se hace último de todos y servidor de todos tiene la misma actitud de Jesús y se coloca a la cabeza de los demás (primero), es decir, sigue a Jesús más de cerca. "Hacerse último y servidor" equivale a "renegar de sí mismo" renunciando a toda ambición egoísta, 1ª condición del seguimiento (Mc 8, 34). Este dicho da pie a la escena siguiente.

         El chiquillo" (simb. "pequeño servidor"; Mt 18,2) es al mismo tiempo el último de todos (por su edad) y el servidor de todos (por su oficio). Y Jesús lo coge, sin tener que llamarlo porque está a su lado ("está con él") y tiene su misma actitud, sin pertenecer al grupo de los Doce. El chiquillo representa al otro grupo de seguidores, los que no proceden del judaísmo (Mc 3,32.34; 4,10; 5,24; 7,14; 8,34; 9,25).

         Jesús pone al niño en medio, como modelo para los discípulos. Y lo abraza en un gesto de amor e identificación, que corresponde a la relación anunciada por Jesús para con todo el que realiza el designio de Dios (Mc 3, 35). Cuando sean enviados (Mc 6, 11), estos seguidores llevarán consigo la presencia de Jesús y del Padre.

Juan Mateos

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         Jesús y sus discípulos atravesaban la Galilea, queriendo que no se supiese. Pues les enseñaba diciendo: "El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres". Como Jesús no quiere que se utilice el titulo de "Hijo de Dios" utiliza constantemente el de "Hijo del hombre".

         Contrariamente a lo que, a primera vista, podría creerse, no se trata de una insistencia sobre la humanidad de Jesús. De hecho, los primeros cristianos daban a este título un significado muy denso, evocando al Mesías anunciado por Daniel (Dn 7, 13-14) y subraya su origen celeste y la obra divina que debía llevar a cabo. Pero este título de "Hijo del hombre" era menos provocativo que el de "Hijo de Dios", pues significando más o menos lo mismo, lo decía algo más veladamente.

         Anuncia así Jesús el 2º anuncio de la pasión y resurrección: "Le darán muerte y al cabo de tres días resucitará". Todo el evangelio de Marcos nos encamina hacia esa cumbre. Curiosa biografía de un hombre: no es su vida lo que parece importante, sino su muerte. Un hombre (Jesús) que anuncia siempre que resucita´ra, como si su 1ª vida no fuera la más importante. Efectivamente, ¿estamos convencidos de que Jesús vive hoy? Porque el misterio pascual es lo esencial de nuestra fe.

         Este es el privilegio único y radical de Jesús; ningún otro gran hombre ha tenido la pretensión de liberar al hombre de esta última fatalidad que es la muerte. Ni Buda, ni Mahoma, ni ninguna ideología humanista han propuesto solución alguna a esta gran angustia del hombre que sabe que morirá.

         Solamente Jesús, serenamente, sencillamente dijo: "Le darán muerte y ¡tres días después resucitará!". Jesús es aquel que se dirigía hacia la muerte en medio de una gran paz total, porque sabía que, detrás de la puerta sombría, le esperaban los brazos del Padre. La nueva liturgia de difuntos canta: "En el umbral de su casa, nuestro Padre te espera, y los brazos de Dios se abrirán para ti".

         Los discípulos "no entendían esas palabras, y temían preguntarle". El evangelio no embellece en absoluto a los apóstoles. Son pobres gentes como todos nosotros. Más bien insiste en calificarles de mente obtusa, limitada, estrecha. Ciertamente nos representan bien cerca de Jesús. Es una buena muestra de humanidad corriente, más bien mediana.

         Verdaderamente uno se pregunta de qué modo la Iglesia, y todo su inmenso movimiento histórico, hubiese podido surgir únicamente de sus imaginaciones o de sus proyectos, como a veces se dice. Verdaderamente sucedió algo. Efectivamente fueron transformados por un acontecimiento, fueron levantados por encima de sí mismos, e investidos de una fuerza y de una inteligencia que no venía de ellos. Siempre es así esto en la Iglesia, y no se la puede juzgar simplemente desde un punto de vista estrictamente humano.

         Propone a continuación Jesús un nivel de reflexión para sus discípulos, en una humanidad corriente y mediana: "¿Qué discutíais en el camino?". Pero ellos se callaron, "porque habían discutido entre sí sobre quién sería el mayor".

         Tras lo cual, Jesús les dijo: "Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos". En su pasión, a la que alude, Jesús se hizo el último, el servidor. Así, el anuncio de la cruz, no es sólo para él, sino también para nosotros. No hay otro camino para seguir a Jesús, que el de pasar por la muerte para llegar a la vida. ¿Es esto, desde ahora, mi vida cotidiana?

Noel Quesson

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         ¿Servir a los demás si queremos ser los primeros? Parece una locura, pero ¡qué lección tan dura nos está dando Cristo en este evangelio! Cristo es el 1º de entre todos los hijos de Dios, y él es de quien se puede resumir su vida: "pasó haciendo el bien". Nada lo hizo por su propia cuenta, todo por la salvación de los hombres, sus hermanos.

         Servir a los demás es el centro del cristianismo. Lo decían los paganos del s. I: "Mirad cómo se aman y cómo están dispuestos a morir unos por otros". Éste es el secreto del 1º puesto: la caridad para con todos. Si quieres estar en el 1º puesto, olvídate de ti mismo y piensa en hacer feliz a la persona que encuentras a tu derecha. Y cuando ella ya lo sea, procura con la de la izquierda.

         Sigue así hasta que todas las personas a tu alrededor sean verdaderamente felices. No te preguntes tanto si tú eres feliz, más bien pregúntate si son felices los que viven a tu alrededor. Entonces, cuando los veas a todos felices, te inundará una felicidad desconocida hasta entonces.

         No es una locura el servir a los demás. Si eres cristiano es porque quieres imitar a Cristo, tu maestro y señor, que murió para salvarte de la muerte. Si él pudo, ¿por qué tú no?

         Ya hemos dicho otras veces cómo, ante todo, el cristianismo es un estilo de vida que en ocasiones es diametralmente distinto al del mundo, y de nuevo hoy se lo hace ver Jesús a los 12 apóstoles. Hoy, en particular, resalta Jesús el valor de los puestos. De ordinario el criterio del mundo es que el que está más alto debe ser servido por los demás. Para Jesús es al contrario: el que está hasta arriba, el primero es el servidor de todos.

         Si entendiéramos esto, las cosas en el mundo no estarían como están. Porque muchos que alcanzan el dominio sobre los demás buscan en general sacar provecho de su posición, y servirse de aquellos a los cuales deben servir. Es por esto que las estructuras no podrán cambiar mientras el corazón del hombre no cambie, se convierta y tome verdaderamente en serio su compromiso como cristiano.

         A nadar se aprende nadando y a servir sirviendo. No desaprovechemos este día que Dios nos regala para descubrir el gozo de servir a los demás, y de usar nuestra posición para beneficio de los que depende de nosotros.

Bruno Maggioni

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         Quizás pocas veces hemos vivido en un mundo tan competitivo como el nuestro. La oferta de trabajo se ha convertido más bien en un bien escaso por el que hay que luchar con todo tipo de medios: conocimiento de idiomas, proliferación de masters. En cierta manera, está desapareciendo el sentido de la solidaridad entre los alumnos, el famoso préstamo de apuntes, por ejemplo, porque el compañero ha dejado de serlo para convertirse en un competidor. Todos quieren ser los más importantes. Todos quieren ocupar los primeros puestos, y la competitividad está haciendo desaparecer la solidaridad.

         No es ciertamente esta una buena noticia, pero, ¿cómo habrá que entender en nuestro mundo eso que nos dice hoy el evangelio: "Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor"? ¿Tendrán los humanos que dejar de aspirar a ser los primeros y, una vez que han escaldo las cumbres de la sociedad, deberían volver al llano?

         Resulta extremadamente difícil de entender que sea algo deshonesto y antievangélico ir en cabeza mientras esto no le sirva a uno para figurar y para dominar sino para amar y para ayudar. Porque se puede ayudar desde todas partes, pero también desde arriba. Y ¿por qué no va a rimar con el espíritu del evangelio aspirar a estar en lo alto mientras esto no sea más que para alumbrar?

         No, el evangelio no está en contra de la excelencia y de la calidad, sino en contra de la indecencia y de la indignidad. Vistas así las cosas, Jesús fue el 1º en todo, el 1º en humanidad. Que este ejemplo sea el que tengamos delante en nuestras vidas estemos donde estemos en la sociedad.

Patricio García

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         El evangelio de hoy nos propone que la cruz es la prueba suprema de la misión y del ser mismo de Cristo. Jesucristo parece haber leído y entendido esto en su alma generosa, pues de lo que habla con sus discípulos es de su propia cruz, y bien se ve que desea que ellos se instruyan en esa ciencia de la cruz.

         Mas este lenguaje y este modelo de Mesías resulta incomprensible para aquellos hombres, afanados por otros asuntos, sobre todo en averiguar quién era el más importante. Sabemos que esta era una pregunta que les ocupaba mucho de su tiempo y de su corazón, pues no es esta la última vez que les encontraremos discutiendo sobre sus relaciones de importancia y poder.

         Entonces Jesús, como adaptándose a su reducida atención, utiliza una estrategia pedagógica: "acerca a un niño y lo pone en medio de todos". ¡Un niño! ¡Cuántas cosas dice esa imagen de este niño abrazado por Jesús! Ese es el abrazo con que Dios mismo abriga, anima y fortalece el nuevo comienzo que sólo podía venir por el sacrificio de la cruz. Ese es el abrazo que envuelve toda la confianza, toda la ternura, toda la cercanía del Señor para quien quiera ser verdadero discípulo y no prematuro maestro.

         Es buena idea sentirnos niños ante los milagros del amor de Cristo. Niños que se admiran con gozo sabiendo que el pan ya no es pan, sino cuerpo de Cristo. Niños que saludan con alegría al viento de la gracia y aplauden con libertad el ritmo prodigioso del amor divino. Niños que saben mostrar la ropa que ensuciaron y entregarla sin los dramas falsos que viene de un orgullo mal disimulado. Niños que saben descansar en el abrazo de Cristo, y escuchar en su corazón palpitante la canción de Dios.

Nelson Medina

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         Me llama la atención la frecuencia con la que Jesús se dirige a sus discípulos o a la gente para preguntarles: "¿De qué discutíais por el camino?". Preguntas parecidas a esta aparecen en varios relatos evangélicos, incluido el que leemos hoy. Detrás de ellas descubro a un Jesús que quiere compartir nuestras zozobras, las cosas que nos preocupan, las que no entendemos. ¿Cómo responderíamos hoy si sintiéramos la pregunta dirigida a nosotros?

         Jesús toma en serio nuestros asuntos. No nos ofrece un surtido de respuestas, pero sí un criterio que nunca haremos nuestro del todo: "Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos". Y por si hubiera alguna duda, coloca a un niño en el centro, lo abraza y dice: "El que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí. Y el que me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado".

         ¿Habéis caído en la cuenta de que las personas que se dedican a servir no suelen hacer de las preguntas un rompecabezas? Tienen inquietudes, dudas, perplejidades, pero todas ellas constituyen un acicate para seguir entregándose, no una excusa para mantenerse indefinidamente en tierra de nadie. A veces tengo la impresión de que nuestras múltiples discusiones en el camino no son sino mecanismos de defensa para no entregarnos, con la vana ilusión de que lo haremos en serio el día que veamos las cosas con claridad. ¡Estamos apañados!

Gonzalo Fernández

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         A los discípulos de Jesús no les entraba en la cabeza el que su Maestro tuviera que pasar por el túnel del sufrimiento, que para ser el primero se tenga que ser el servidor de todos, que en las nuevas categorías del Reino de Cristo el niño ocupe un lugar primordial. No era fácil para ellos dejar la concepción en la que se habían educado desde su infancia. Pero para ser discípulos de Cristo tenían que cambiar. Debían aceptar que el sufrimiento es camino de redención para Jesucristo, y lo sigue siendo para los cristianos de hoy.

         La cultura en la que vivimos y la mentalidad de nuestros contemporáneos está hecha al cambio. Se cambia más fácilmente que antes de trabajo, de computadora, de coche, de casa o de país. Se cambian también los modos de pensar y vivir, los valores de comportamiento, y hasta la misma religión.

         El cambio está a la orden del día, y quien no cambia, pronto pasa a formar parte de los retros. Pero no todo cambio es bueno para el hombre. Ni todo cambio indica progreso. Hay cambios que son una desgracia, como el tener que dejar el país y la familia para buscar trabajo.

         El cambio al que la liturgia nos invita es el cambio desde Dios. Es decir, aquel cambio que Dios quiere y espera del hombre para que sea más hombre, para que viva mejor y más plenamente su dignidad humana. El cambio que Dios quiere es el de la injusticia a la justicia, del abuso al servicio de los demás, de la infidelidad a la fidelidad, del odio al amor, de la venganza al perdón, de la cultura de muerte a la cultura de la vida, del pecado a la gracia y a la santidad.

Clemente González

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         Jesús se está encaminando hacia Jerusalén para celebrar su Pascua, mediante la cual nos dará el perdón de nuestros pecados (reconciliándonos así con Dios), nos dará vida nueva y nos hará hijos dignos de Dios para celebrar la Pascua eterna. Pero para llegar a ella es necesario convertirse en el último de todos y en el servidor de todos, pues no es la importancia, conforme a los criterios humanos, la que nos hace dignos hijos de Dios, sino el seguimiento de Cristo, que por nosotros se hizo el último de todos y el servidor de todos.

         Por eso nuestro esfuerzo principal para hacer llegar a los demás la Buena Nueva del amor y de la misericordia de Dios, debe llevarnos a hacer cercano a Dios a los que son como los niños por vivir desprotegidos, o azotados por la pobreza, por la injusticia o por el desprecio de los poderosos. Sepamos que quien recibe a esos niños está recibiendo al mismo Cristo, y, junto con él, a Aquel que lo envió.

         En la eucaristía el Señor nos ha acogido en su casa para hacernos partícipes de su amor, de su perdón y de su misericordia. Ojalá que no hagamos de nuestra Iglesia una comunidad de fieles que, en lugar de estar al servicio de los pecadores y de los que nada tienen, se case con los ricos y con los poderosos de este mundo.

         Cuando uno busca, no tanto anunciar el evangelio, sino servirse de él para los propios intereses, en lugar de llamarse discípulo de Cristo vendría a ser un hipócrita o, incluso, un mercader del evangelio. No tenemos otra misión ni otros intereses; líbrenos Dios de proclamar otra cosa que no sea a Jesucristo, y a éste, crucificado para el perdón de nuestros pecados.

         Jesucristo vino como Salvador del hombre en todos los aspectos. Por eso, en lugar de buscar a Cristo para que nos llene las manos con bienes temporales lo hemos de buscar para ser generosos como él lo ha sido para con nosotros, no para enriquecernos, sino para que seamos fieles administradores de sus bienes en favor de los demás.

José A. Martínez

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         Jesús necesita tiempo para estar con los discípulos y contagiarlos de su mentalidad haciéndoles abandonar sus viejos anhelos de poder, de triunfo y de éxito. Por el camino les anuncia su pasión y resurrección. Pero los discípulos no entienden que el camino del Mesías pase necesariamente por la muerte; no sólo no entienden sino que les da miedo preguntar.

         Cuando llegan a Cafarnaum Jesús se interesa por saber de qué habían venido hablando por el camino. Pero ellos no quieren responder, pues sus pensamientos y anhelos distan mucho de los de su maestro. Ellos desean ser los primeros, pero Jesús les dice que para ello es necesario hacerse últimos y servidores de todos.

         Y por si no quedase claro, coge Jesús a un chiquillo, el último de todos por edad, lo pone en medio (como modelo que hay que imitar), lo abraza (en señal de amor e identificación) e invita a hacer lo mismo a los discípulos (diciendo que "quien acoge a estos últimos de la sociedad, acoge a Jesús y quien acoge a Jesús acoge al Padre").

         Con esa acción Jesús enseña a sus discípulos que el camino para la identificación con el Padre pasa necesariamente por hacerse últimos, renunciando al poder y al triunfo y sirviendo incondicionalmente a los demás. Sólo desde el servicio desinteresado a los demás podemos crear una sociedad de personas libres, iguales y solidarias.

Severiano Blanco

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         El contraste es tan drástico como evidente. Mientras Cristo, el Señor, anuncia su pasión y muerte, sus discípulos más cercanos discuten acaloradamente sobre quién ha de ser el más importante. Mientras estos sueñan con un reino de poder y dominio, Jesús les desenmascara: "El que quiera ser el primero que sea el último, y el servidor de todos". Y por si no quedaba claro, recurre a una parábola en acción. Toma un niño, lo pone en medio, lo abraza, y exclama: quien acoge a un niño a mí me acoge. El niño era la imagen del desvalido, del que nada cuenta.

         Una vez más queda evidente. Jesús es otra cosa, tiene otra lógica, dice locuras para los que no están en su onda. En la hora suprema de la despedida, en la víspera de su muerte, desconcierta a los suyos. Sí, es el Maestro, y, por ello, se arrodilla y les lava los pies a sus discípulos. ¿Por qué resaltar sólo el gesto del pan y del vino, y dejar en penumbra la liturgia de hacerse siervo y servidor?

         Que el servir es un valor que cotiza mucho se observa a todas horas. El papa firma como "siervo de los siervos de Dios", y el obispo dice de sí mismo "indigno siervo tuyo" en la plegaria eucarística.

         Durante mis tiempos juveniles, en los campamentos se coreaba la consigna: "Vale quien sirve, servir es un honor". Necesitamos organización, jerarquía, autoridad, ¿pero cómo? La regla de oro es el servicio. Y servir es no buscarse a sí mismo, no pretender protagonismos, es estar en segundo plano, es hacer crecer al otro, es dar la vida.

         Ya en su Ut Unum Sint, el propio Juan Pablo II suplicaba que le enseñaran a ejercer el primado desde esta perspectiva. Desde luego no es difícil recorrer páginas de literatura eclesiástica y ver salpicada la prosa de términos mundanos como príncipe de la Iglesia, púrpura, dignidades, tronos, palacios, escudos, títulos. La anécdota es reveladora. En el Sínodo de Obispos, un prelado del Perú exhortaba a sus colegas al abandono de los tratamientos de excelencia. Pero acabó su plática y fue despedido por el moderador: "Gracias, excelencia". Se hicieron eco los periódicos.

         Quede claro que esta actitud de servicio es justa y necesaria para todo seguidor de Jesús. En cualquier cargo o situación puede brotar la vena de la soberbia, de la altanería, de la vanidad, del afán de figurar. Cuidado.

Conrado Bueno

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         El evangelio de hoy nos trae 2 enseñanzas de Jesús, que están estrechamente ligadas una a otra. Por un lado, el Señor les anuncia que "le matarán y a los tres días de haber muerto resucitará" (v.31). Es la voluntad del Padre para él: para esto ha venido al mundo; así quiere liberarnos de la esclavitud del pecado y de la muerte eterna; de esta manera Jesús nos hará hijos de Dios. La entrega del Señor hasta el extremo de dar su vida por nosotros muestra la infinidad del amor de Dios: un amor sin medida, un amor al que no le importa abajarse hasta la locura y el escándalo de la cruz.

         Resulta aterrador escuchar la reacción de los apóstoles, todavía demasiado ocupados en contemplarse a sí mismos y olvidándose de aprender del Maestro: "No entendían lo que les decía" (v.32), porque por el camino iban discutiendo quién de ellos sería el más grande, y, por si acaso les toca recibir, no se atreven a hacerle ninguna pregunta.

         Con delicada paciencia, Jesús añade: hay que hacerse el último y servidor de todos. Hay que acoger al sencillo y pequeño, porque el Señor ha querido identificarse con él. Debemos acoger a Jesús en nuestra vida porque así estamos abriendo las puertas a Dios mismo. Es como un programa de vida para ir caminando. Así lo explica con claridad el santo Cura de Ars, San Juan Bautista Mª Vianney:

"Cada vez que podemos renunciar a nuestra voluntad para hacer la de los otros, siempre que ésta no vaya contra la ley de Dios, conseguimos grandes méritos, que sólo Dios conoce".

         Jesús enseña con sus palabras, pero sobre todo enseña con sus obras. Aquellos apóstoles, en un principio duros para entender, después de la cruz y de la resurrección, seguirán las mismas huellas de su Señor y de su Dios. Y acompañados de María Santísima, se harán cada vez más pequeños para que Jesús crezca en ellos y en el mundo.

Jordi Pascual

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         Jesús anuncia por segunda vez a sus discípulos su pasión y su muerte, para irles educando en lo que significa ser seguidor suyo. Pero tampoco esta vez parecen muy dispuestos ellos a entender lo que les está queriendo decir. Lo que les preocupa, y de eso discuten en el camino, es "quién será el más importante". Ya se ven en el reino del Maestro, ocupando los puestos de honor.

         ¿Cómo van a entender que se les hable de cruz y de muerte? Eso sí, ahora Pedro no le lleva la contraria, para no recibir la dura reprimenda de la primera vez.

         Jesús, ya en la tranquilidad de casa, les da una lección para que vayan corrigiendo sus miras: "Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos". Y pone a un niño en medio de ellos y dice que "el que acoge a un niño le acoge a él". Precisamente a un niño, que en el ambiente social de entonces era más bien marginado de la sociedad y tenido en muy poco.

         La lección de la servicialidad la puede dar Cristo porque es el 1º que la cumple. Toda su vida está en esa actitud de entrega por los demás: "No he venido a ser servido sino a servir y a dar mi vida por los demás". Es una actitud que manifestará plásticamente cuando le vean ceñirse la toalla y arrodillarse ante ellos para lavarles los pies. Pero sobre todo cuando en la cruz entregue su vida por la salvación del mundo.

         También nosotros podemos tener dificultades en querer entender la lección que Jesús dio a los apóstoles. Tendemos a ocupar los primeros lugares, a buscar nuestros propios intereses, a despreciar a las personas que cuentan poco en la sociedad y de las que no podemos esperar gran cosa. Eso de buscar los primeros puestos no pasa sólo en el mundo de la política. También nos puede pasar en nuestro mundillo familiar o comunitario. A nadie le gusta ser "servidor de todos" o "ser el último de todos".

         La salvación del mundo vino a través de la cruz de Cristo. Si nosotros queremos colaborar con él y hacer algo válido en la vida, tendremos que contar en nuestro programa con el sufrimiento y el esfuerzo, con la renuncia y la entrega gratuita. Seguimos a un Salvador humilde, aparentemente fracasado, el Siervo de todos, hasta la cruz. El discípulo no puede ser más que el maestro.

José Aldazábal

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         Al grupo de seguidores de Jesús le ha quedado grande el mensaje que Jesús viene proclamando desde el inicio de su ministerio público. A ellos, que son el producto de una sociedad vertical, se les hace difícil asumir que el Hijo de Dios tenga que padecer en manos de las autoridades religiosas y políticas de Jerusalén y ,menos aun, comprenden que tiene que ser crucificado, como eran crucificados los hombres rotulados como revoltosos por el Imperio Romano.

         Para el grupo de Jesús, el poder era su más grande debilidad. Ellos eran hijos de una sociedad que siempre les presentó el poder como el valor supremo. Esa fue la gran dificultad que Jesús siempre tuvo con el grupo de sus discípulos. Toda la vida ministerial de Jesús, la pasó erradicando de los suyos el poder de dominio que corrompía el proyecto original de Dios Padre, y que había desequilibrado la obra creadora de Dios.

         Los discípulos siempre estuvieron esperanzados en que su Maestro arrebataría el poder en algún momento y allí ellos ocuparían los cargos de más alta importancia en el gobierno que se institucionalizara. Ellos en su conciencia vivieron alejados de la propuesta de Jesús: vivir lejos de todo tipo de poder y de todo aparato de gobierno. Jesús había asumido el Reino como el lugar de los sin poder y de los empobrecidos de la historia. Sus discípulos poco entendieron este mensaje profundo de Jesús.

         La Iglesia también debe asumir a radicalidad la propuesta de no poder que Jesús asumió y vivir dicha propuesta con todas las consecuencias a lo que eso conlleve. Vivir en pobreza y al servicio de los pobres, es la única obligatoriedad en el cristianismo. Esta actitud es necesaria para extirpar de nosotros el poder de dominio que tanto daño hace en nuestra historia.

Confederación Internacional Claretiana

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         Jesús trata, en lo que más se pueda y cada vez que sea necesario, que no se sepa mucho de su presencia en campos y ciudades, siempre y cuando no vaya en plan evangelizador anunciando la Buena Nueva. Menos aún cuando va enseñándoles a sus discípulos; manifestándoles, en este momento, los sucesos que van a rodear su asesinato y resurrección. Pero se ve aún lo difícil que es para los discípulos comprender la pasión, muerte y resurrección de Jesús, asuntos sobre los que también sienten temor de dialogar.

         Los discípulos todavía están preocupados más por el poder que por entregar incondicionalmente la vida por el hermano como propone Dios a través de él. A pesar de haber escuchado, directamente de labios de Jesús, todos los requerimientos para la construcción del Reino, todavía muchos de sus discípulos continuaban atados a las estructuras mentales de la sociedad jerarquizada y vertical de la que provenían.

         El poder era para ellos su gran debilidad; fácilmente se convertía en motivo de discusiones y disputas. Jesús, quien lo sabía muy bien, les puntualiza que no se puede ser el primero en su Reino si no se abandona toda tentativa de poder, asumiendo comprometidamente el servicio y la entrega por los demás.

         La Iglesia debe ser consciente de que, al cristiano que desee seguir a Jesús, toda búsqueda del poder le hará imposible la entrega y la renuncia a la búsqueda de intereses personales. La comunidad debe aprender a asumir la pobreza como proyecto de vida evangélica.

         Debe quedar claro que quien desee ser seguidor de Jesús debe ser un servidor integral, especialmente (es lógico) de los que más lo necesitan, de los abandonados, de los postergados, los que nadie atiende, aquellos de los que nadie se acuerda. Amar es servir, y quien no vive para servir, no sirve para vivir (en cristiano). Un cristiano que no sirve, no sirve como cristiano. Una Iglesia que no sirve, no sirve para ser Iglesia.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         Llegados a Cafarnaum, nos dice hoy el evangelista, Jesús preguntó a sus discípulos de qué iban discutiendo por el camino. Ellos le contestaron que hablaban sobre quién era el más importante, un tema de conversación que sigue tan latente en nuestros razonamientos de hoy en día, al valorar las cosas (y las personas) por su rango o estimación social.

         Generalmente, este baremo social se establece en relación con el puesto que se ocupa (poder, dirección...), con el saber que se le presume (ciencia) o por el sueldo que se le asigna (capacidad adquisitiva). Y puesto que la importancia se liga al poder, no es extraño que el poder se convierta en una aspiración humana, algo por lo que se lucha y por lo que se muere (dentro de la "mística del poder").

         En el caso evangélico, lo que se esconde es una ambición que no se sacia con facilidad, y que no repara en daños ni ante la libertad de los demás. Es una ambición que tiene por vocación lo desmedido y lo desenfrenado, y que puede desarrollarse en cualquier ámbito de la convivencia humana, ya sea éste civil o eclesiástico.

         Ante este panorama trazado por la ambición, Jesús reúne a los Doce, se sienta con ellos y les adoctrina: Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos. La vida, nos dicen los darwinianos, se presenta como el empeño de los más fuertes por prevalecer sobre los más débiles, de acuerdo a la supuesta ley de selección natural. Quizás en nuestra naturaleza creyente también haya una ley que nos impulsa a competir con los demás, para prevalecer o para ser los primeros.

         San Pablo nos habla de otra ley que gobierna nuestros miembros: la ley del pecado. Y el libro del Génesis alude a la existencia de un deseo muy poderoso que está en los comienzos de la humanidad y marcó el rumbo de la historia: el deseo de ser como dioses (o como Dios). Es como si no pudiéramos evitar querer ser los primeros, como si este afán estuviese tan ligado a nuestra naturaleza que nos fuera imposible prescindir de él.

         Pues bien, nos dice Jesús que, el que quiera ser primero (en esa voluntad tan extendida que parece universal, pues todos aspiramos a ser primeros, si nos vemos con capacidad para ello), que sea el último de todos y el servidor de todos.

         Este es el paradójico camino que Jesús muestra para alcanzar la primacía, al menos a los ojos de Dios. Pues para Dios tienen primacía los que se han hecho últimos por voluntad propia, y han decidido ponerse al servicio de los demás. Y es que para tomar esta decisión también se requiere tener primacía, sobre todo sobre sí mismo para renunciar a las ambiciones y no salirse del camino del servicio.

         El que sirve ha de tener capacidad, por tanto, para servir, siendo capaz de renunciar a la tentación (de servirse de los demás, para los propios fines). Pensemos, si no, en una madre de familia, a la que se le suele dar poca importancia mientras está cumpliendo su labor, pero cuando falta las cosas dejan de funcionar, y entonces empezamos a valorar su actividad como se merece.

         Para ilustrar aún más su enseñanza, Jesús acercó a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: El que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí. Y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado. Entre los últimos en la estimación social, se encontraban sin duda los niños, pues nadie (salvo sus padres) podía calificar a un niño de importante.

         Un niño es educado para que algún día tenga relevancia social, pero en su condición actual carece de tal relevancia. Por eso, no debe extrañar la elección de Jesús para ilustrar su enseñanza. El niño simboliza no sólo la pequeñez y el desvalimiento, sino un estado en que la carencia de relevancia, o de peso social, es su hábitat natural. En este sentido, es realmente último.

         Acoger a un niño es dar importancia, como hacen los padres con sus hijos, a lo pequeño, a lo necesitado del cuidado de los mayores. Más aún, acoger a un niño es acoger al mismo Jesús, puesto que él se identifica con el niño, con el hambriento, con el enfermo o con el encarcelado.

         Y es que Jesús hace de los indigentes (los últimos) de este mundo el sacramento de su presencia. Así lo ha querido el que, siendo de condición divina, se hizo como un hombre cualquiera. Por eso, el que le acoge a él está acogiendo al mismo Dios, al Padre que lo envió.

         La ecuación se resuelve en fórmula, y en ella el que acoge a un niño acoge al mismo Dios, puesto que acoge a Jesús (su enviado), que se hace presente en él. Al acoger lo menos importante, según la apreciación social, estaremos dando acogida a lo más importante ontológica y objetivamente: al Dios que está por encima de todo.

         Lo que sucede es que Dios, que está presente tanto en lo más pequeño (el átomo y sus partículas subatómicas) como en lo más grande (el universo de las galaxias y sus cúmulos), lo que más estima es el realismo. Y el mayor realismo, en el caso del ser humano, es el de conservar la humildad.

         No hay mejor medicina para una cura de humildad que contemplarse a sí mismo, en medio de esta tierra que habita a escala cósmica, para advertir que no es más que un punto imperceptible en el espacio galáctico. No obstante, Dios nos ve y nos engrandece a una altura desproporcionada, muy por encima de nuestras capacidades.

         Lo que nos hace importantes y dignos de aprecio es, por consiguiente, la mirada de ese Dios que nos ama. No hay mirada comparable a la mirada de Dios, a la hora de apreciar los valores que se encuentran en nosotros y nos hacen realmente grandes.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 21/05/24     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A