12 de Febrero

Lunes VI Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 12 febrero 2024

a) Sant 1, 1-11

         La carta atribuida a Santiago (Mt 13,55; 27,56; Gál 1,19), que comenzamos a leer hoy, aparece como un mosaico o concatenación de temas diversos. El primer eslabón representa el comienzo, y el último indica el final, de modo que la carta carece prácticamente de prólogo y de epílogo.

         El autor de la carta ("Santiago, siervo de Dios") se presenta más como predicador que como hombre preocupado por cuestiones teóricas. Se le adivina apoyado sólidamente en la fuerza de una lógica precisa y contundente, de aquello que uno cree se deduce con inexorable claridad lo que hay que hacer: "Si de verdad crees eso, tienes que comportarte de esta forma determinada". La evidencia de sus razonamientos se apoya en la vida misma, que es su fuente.

         De este modo, se pone de manifiesto cómo la fe probada se aquilata, al tiempo que robustece al creyente mismo (v.2). La firmeza, en coherencia consigo mismo, llevará al creyente a una manera perfecta de actuar (v.4). ¿Quién no ve que la sabiduría es un don y, por tanto, viene de Dios? Si es un don de Dios, hay que pedirlo para alcanzarlo. Pero es preciso pedirlo con fe, sin dudar de que será concedida, porque "no tiene sentido pedir algo a Dios si se duda de que lo conceda" (vv.5-7).

         Por otra parte, alude Santiago a la fugacidad y caducidad de la vida: "El rico se marchitará como flor de heno". Y también, aunque no lo diga, pasará "el hermano pobre" (vv.9-11). Porque "la corona de la vida" se promete "al hombre que resiste la prueba" (v.12). De hecho, el predicador anima a luchar contra la tentación. Pero ¿qué será de los débiles que sucumban a la tentación? De éstos, ni una palabra.

         Se trata de un ejemplo de la innata habilidad de los predicadores, que tratan de atraer la atención de los oyentes hacia lo que les interesa. Evidentemente, nadie debe decir que es tentado por Dios (vv.13-15). Predicar es un arte, pero la evidencia que implica corre el riesgo de escamotear cuestiones de fondo, que tal vez no son tan teóricas como podría parecer.

         Pongamos un ejemplo: ¿cómo se debe entender la realidad del hombre que "es tentado por sus propias concupiscencias"? Todo lo que es bueno y perfecto "viene de arriba", del padre de los astros, en el cual "no hay fases ni períodos de sombra", a diferencia de lo que ocurre con la luz del mundo.

Miguel Gallart

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         La Carta de Santiago que empezamos hoy es una especie de antología del AT. Se atribuye a "Santiago, el hermano del Señor", es decir, un familiar próximo de Jesús y cristiano de origen judío que, como los mejores fariseos, continúa siendo muy celoso de la ley y de las obras: "Santiago, siervo de Dios y del Señor Jesucristo". ¿Podría mi nombre encabezar esa fórmula? ¿Soy yo servidor de Dios y de Jesús?

         Tras lo cual, se pone a predicar dicho apóstol de inmediato: "Considerad como un gran gozo, hermanos, el estar rodeados por toda clase de pruebas". De entrada, nos encontramos con el clima de las bienaventuranzas ("felices los que"), sin reparar en la 2ª parte. Se trata ante todo de felicidad, de dicha y gozo perfectos. Jesús quiere mi felicidad y me quiere dichoso, "a fin de que mi gozo esté en vosotros, y de que vuestro gozo sea colmado" (Jn 15, 11) ¿Qué emana de mi vida? ¿Gozo o tristeza?

         La calidad probada de nuestra fe produce la perseverancia. E incluso humanamente hablando, una de las más grandes virtudes es la constancia, perseverando y aguantando. Pero no con los brazos caídos, sino permaneciendo en pie. Ante ese ideal, Señor, me siento débil e incapaz, y pensando en mis propias pruebas y responsabilidades, te ruego que seas mi fuerza y mi perseverancia.

         Y esto porque "esta perseverancia ha de ir acompañada de una conducta perfecta, exenta de todo defecto", nos recuerda el apóstol Santiago. Se encuentra aquí el ideal, tan hermoso en el fondo, del justo. Como aspiración y como deseo, dicho ideal es admirable, y ya el judaísmo preparó tales almas sedientas de perfección y de absoluto. E incluso el mismo Jesús nos dijo "sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto".

         Por eso, sigue diciendo Santiago: "Si alguno de vosotros está falto de sabiduría, que la pida a Dios, y que la pida con fe, sin vacilar". Dicha sabiduría era el ideal del AT, y también para el mismo Jesús. Pero no como una conquista orgullosa, fruto de una tensión de la voluntad. Sino como una gracia que ha de ser acogida con un corazón abierto y receptivo, y como un don que hemos de pedir insistentemente en la oración.

         Porque "el que vacila es semejante a las olas del mar agitadas por el viento", concluye Santiago. La inconstancia, la falta de perseverancia, o la vacilación, son la imagen contraria de lo expuesto anteriormente.

         Tras lo cual, saca Santiago sus propias consecuencias: "Que el hermano de condición humilde se gloríe en su exaltación. Y el rico en su humillación, porque pasará como flor del campo". Este será uno de los temas de toda la Carta de Santiago, como comentario poético y riguroso del evangelio, y muy particularmente de las bienaventuranzas.

Noel Quesson

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         Empezamos hoy la lectura de la Carta de Santiago, que nos acompañará durante 2 semanas y atribuida a Santiago de Alfeo (el Menor), pariente de Jesús y 1º responsable de la Iglesia de Jerusalén.

         Se trata de una carta de un buen conocedor de la espiritualidad judía, continuamente basada en citas del AT y dirigida a los cristianos convertidos del judaísmo, y que ahora están esparcidos ("las doce tribus dispersas"). Aunque más que una carta, habría que hablar de una exhortación homilética, por su insistencia en el estilo de vida que deberían llevar los seguidores de Jesús.

         Las consignas del autor son muy concretas, sacudiendo el excesivo conformismo y de evidente actualidad para nuestras comunidades de hoy día. También alude a la fortaleza ante las pruebas, a la relatividad de las riquezas y a la no acepción de personas.

         Hoy iniciamos la lectura de esta carta, sin apenas prólogo y con una serie de consejos prácticos: 1º saber aprovechar las pruebas de la vida (que nos van haciendo "madurar en la fe"), 2º dirigir con confianza y perseverancia nuestra oración a Dios, y 3º no estar orgullosos precisamente de las riquezas (si las tenemos), porque son "flor de un día".

         Nos conviene escuchar estos consejos de sabiduría cristiana, sobre todo porque las pruebas de la vida las deberíamos aceptar con elegancia espiritual, al ayudarnos a purificarnos, a crecer en fe y a dar temple a nuestro seguimiento de Cristo. No se trata de que vayamos buscando sufrimientos, ni de que adoptemos una postura pasiva y resignada, sino de que ejercitemos nuestro aguante cuando vienen, sin exagerar posturas trágicas y depresivas.

         El salmo responsorial de hoy recoge este valor de las pruebas de nuestra vida: "Me estuvo bien el sufrir, así aprendí tus mandamientos; tus mandamientos son justos, con razón me hiciste sufrir". Desde luego, es difícil lo que pide Santiago, pues ¿quién puede alegrarse con las pruebas de la vida?

         Una de las cosas que más podemos pedir a Dios es la verdadera sabiduría, apostilla el apóstol: "En caso de que alguno de vosotros se vea falto de acierto, que se lo pida a Dios". ¡Cuántas veces en nuestra vida debemos tomar decisiones (personales y comunitarias), y experimentamos la dificultad de un buen discernimiento!

         Santiago nos invita, en estos casos y cuando nos vienen las pruebas, a orar con fe, sin titubear. Recordemos para ello la escena de Pedro lanzándose al agua para acercarse a Jesús, tras lo cual dudó y se empezó a hundir. ¿Y qué es lo que hizo? Le salió espontánea una oración breve y humilde: "Señor, sálvame".

         Esta verdadera sabiduría la aplica Santiago a un tema que se repetirá después: los ricos no tienen por qué estar demasiado orgullosos, porque no hay cosa más efímera que la riqueza. Santiago no duda en decir que el de condición humilde tiene una "alta dignidad", mientras que la del rico es una "pobre condición". Al contrario de lo que este mundo insiste en decirnos, nos viene bien relativizar las cosas exteriores y llamativas.

José Aldazábal

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         Comenzamos hoy la lectura de unas de las cartas llamadas apostólicas. Es la que firma Santiago, y resulta muy conocida pues muchas veces se sirven de ella la liturgia y la teología para mostrar cómo fe y obras (espíritu y letra, gracia y trabajo...) han de estar unidas en cualquier proyecto auténtico de salvación.

         El punto inicial de esta carta nos pone en guardia, amonestándonos sobre el posible engaño de entender la vida de fe como un paseo triunfal por la vida, sin dificultades a superar. Como si quien recibe el don de la fe ya lo tuviera todo seguro y fácil.

         La verdad no es ésa. Y la fe, aunque sea un don de Dios al hombre, queda sometida (como toda cualidad humana) a las pruebas de fidelidad, perseverancia y paciencia. Sólo quien en el día a día de su existencia sepa mantener su dignidad de creyente sufrido, vencedor de los obstáculos que asaltan a la condición humana, llegará a la perfección en su entrega a los demás y a Dios.

         Pidamos a Dios que nos conceda su sabiduría, para no apegarnos a las cosas pasajeras, ni pedir en la oración cosas perecederas, pues las cosas de este mundo "hoy son y mañana desaparecen como las flores del campo, que al calor del sol se caen y se acaba su belleza". Depositar en ellas nuestro corazón es construir nuestra vida sobre un banco de arena, y no sobre roca firme.

         Si lo pasajero nos ha deslumbrado, y vagamos sin un rumbo bien definido hacia nuestra perfección en Cristo, pidamos a Dios que nos conceda la sabiduría necesaria para saber ser fieles a su Palabra (que nos santifica), y poder así rectificar nuestros caminos. Pero si pedimos esa sabiduría que procede de Dios, es porque realmente estamos decididos a darle un nuevo rumbo a nuestra vida.

         Quien titubea en su oración está manifestando inmadurez, respecto a su decisión de caminar en el bien. Efectivamente, la oración no puede reducirse sólo a la adoración y alabanza de Dios, o a la petición del perdón de nuestros pecados. Si no pedimos a Dios su fortaleza, para que nuestra vida se convierta en un signo de su amor, o si no nos decidimos a emprender ese camino, es muy probable que hayamos desperdiciado nuestro tiempo ante el Señor.

         No tengamos miedo a tener que padecer en la conquista del bien, y veamos en los momentos difíciles, y en las tentaciones, la oportunidad que Dios nos concede para afianzarnos cada vez más en su amor.

Dominicos de Madrid

b) Mc 8, 11-13

         En vista del éxodo liberador propuesto por Jesús en favor de los paganos (Mc 8, 1-9), exigen de él una señal espectacular, una intervención divina extraordinaria que legitime y avale su pretensión mesiánica (Sal 78,24; 105,40). Quieren una señal del cielo como las que realizó Moisés en el éxodo, liberadora para Israel y destructora para sus enemigos (Dt 6,22; 7,19; 11,3). Sólo admiten un Mesías nacionalista.

         Las señales de Dios son las de su amor a todos los hombres ("el secreto del Reino"; Mc 4,10). Y los fariseos, en cambio, piden una señal de poder en favor de Israel y en contra de los paganos. No conciben un Dios que no sea exclusivamente suyo.

         La observación del evangelista ("para tentarlo") pone en relación la petición de los fariseos con la tentación del desierto ("tentado por Satanás"; Mc 1,13), indicando que pretenden que Jesús asuma el papel de un Mesías de poder. Quieren desviarlo de su línea, y se plasman así 2 programas contrapuestos: el de la entrega-amor (de Jesús) y el del dominio-poder (de los fariseos).

         Dando un profundo suspiro, expresa Jesús su pena y su tristeza, repitiendo así el mismo sentimiento que tuvo ante la obcecación de los fariseos en la sinagoga ("apenado"), porque ellos siguen igual.

         El dicho de Jesús es solemne ("os lo aseguro"), y su negativa es rotunda. El término generación es técnico, y se refería en el judaísmo a 3 generaciones: la del diluvio (que pereció en las aguas), la del desierto (que por su infidelidad no llegó a la tierra prometida; Sal 95, 10-11) y la del Mesías. Jesús se enfrenta con esta última, cuyo exponente son los fariseos. Así, es el pueblo que debía acompañar al Mesías en su éxodo. Pero no lo hace porque Jesús no asume el papel de Mesías nacionalista y violento.

         Ante el rechazo del judaísmo, representado por los fariseos, Jesús se embarca de nuevo. La escena que sigue se desarrolla en la travesía desde tierra judía (Dalmanuta) a tierra pagana (Betsaida).

         El olvido de los discípulos está en relación con la escena anterior. Querían coger panes en tierra judía (Dalmanuta), y su experiencia en tierra pagana no ha cambiado su mentalidad. Más aún, el breve contacto con el judaísmo en Dalmanuta ha reavivado en ellos el sentimiento de la superioridad judía, y el deseo de un mesianismo poderoso. Según ellos, la base para compartir con los paganos tienen que ser los panes (los principios) judíos.

Juan Mateos

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         Es todavía hoy opinión común que los enemigos clásicos de Jesús fueron los fariseos. En todas las lenguas modernas, palabras como fariseísmo o farisaico significan falsedad e hipocresía.

         Pero considerando con atención los elementos históricos, no es muy probable que los miembros de esta secta religiosa hayan sido sistemáticamente hostiles al profeta de Nazaret, cuyas ideas estaban muy cerca de las suyas en muchos puntos. Los fariseos se convirtieron en el símbolo principal de la hostilidad anticristiana solamente en el último tercio del siglo primero.

         Refiriéndose ahora al segundo evangelio, descubrimos que su autor no considera a los fariseos como los principales adversarios de Jesús, aunque los maltrata bastante. Esta relativa moderación de Marcos con respecto a los fariseos hace pensar en una fecha bastante anterior para su redacción. Marcos presenta a los fariseos como adversarios de Jesús en Galilea, mientras que fuera de ella tienen una parte mucho menos importante (Mc 10,12; 12,13).

         Ahora bien, había un grave punto de fricción entre Jesús y los fariseos. El evangelista pone muy de relieve esta diferencia, y por eso está muy preocupado en presentar a Jesús como hijo del hombre y no como Mesías triunfal. Este presupuesto está presente en los relatos taumatúrgicos de nuestro evangelio.

         Jesús hace milagros no para asombrar a la pobre gente, sino para informarle que la gran noticia se refiere realmente a su salvación total. Por eso, sus milagros se refieren siempre a la salvación del hombre (de la enfermedad, de la muerte o de la angustia).

         Por el contrario, en la cristología farisea se insistía mucho sobre los aspectos triunfalistas del futuro Mesías. Éste es el sentido de la pretensión de los fariseos, que le piden "que haga aparecer una señal en el cielo". Es decir, una exhibición cósmica, que obligue a obedecer a los espectadores al glorioso dictador celestial.

         Jesús se encuentra entre la indignación y el estupor: "¿Por qué esta generación reclama una señal?". En el NT la expresión "esta generación" denota siempre un juicio negativo (Mc 8,38; 9,19; Mt 12,39-45; 16,4; 17,17; Lc 9,41; 11,29; Fil 2,15). El sentido temporal pasa a 2º plano, mientras que se subraya el contenido humano colectivo. Quizás la traducción más cercana podría ser la expresión moderna "esta gente". Jesús afirma en forma solemne que el poder salvífico de Dios no se manifestará a través de una exhibición fulgurante.

         A través de los siglos, muchos creyentes caerán constantemente en esta tentación farisaica, buscando u ofreciendo señales asombrosas que hagan callar a sus adversarios. Es curioso notar que dicha tentación les viene en momentos críticos de decadencia de su fe, y que no teniendo que ofrecer a los otros testimonios vivos y reales de desalienación, intentan callarles la boca mediante supuestos fenómenos sobrenaturales (muy lejos del espíritu de los milagros de Jesús, y muy cerca de los resultados de la moderna ciencia de la parapsicología).

Bruno Maggioni

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         El pasaje evangélico de hoy nos delinea la actitud de los fariseos ante el mensaje de Jesús y quizás de muchos hombres de nuestro tiempo: piden una señal para creer.

         ¿Sabes por qué Jesús no le dio la señal que le pedían? En 1º lugar, porque conocía lo que había en sus corazones ("querían ponerlo a prueba"), y en 2º lugar porque sabía que aunque obrase una señal no creerían en él. ¡Cuántos milagros había hecho ya: curaciones, multiplicación de panes, caminar sobre las aguas...! Y encima, pedían otra señal del cielo.

         Dichos fariseos eran tardos de corazón. Su soberbia les cegaba, la vanidad les entorpecía y el egoísmo les estorbaba para reconocer en él al Mesías, al Hijo de Dios. ¡Pobres hombres! El momento de gracia se les fue cuando Jesús se fue a la orilla opuesta. Posiblemente, desde entonces, su corazón quedó insatisfecho y marchito ¡sólo por no creer en Jesús, con una fe viva y sencilla! Esto era lo que más le dolía a Cristo, pues él vino a los suyos y los suyos no le recibieron.

         Tal vez hoy, muchos hombres piden señales a Dios para creer. Pero Dios tiene sus caminos, y la cruz de Cristo sigue pesando en los hombros de todos los hombres (en particular, en los de todos los cristianos). Unos la abrazan con fe y amor y son felices, pero otros quieren un Cristo sin cruz, hecho a la medida de sus comodidades y placeres. Y por eso le gritan que si baja de la cruz le creerán. Pero no existe ese Cristo, y no creen en Jesús. Ojalá que cuando llegues al cielo, Cristo te diga: "Dichoso tú que has creído".

Marco Antonio Lome

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         Es normal en Marcos que los fariseos aparezcan de improviso para confrontar a Jesús. El lugar de la controversia es Dalmanuta, algún lugar de la Galilea. Aunque estamos ante una controversia, no se explicitan las razones que la originaron. Lo que si sabemos es que los fariseos quieren probar a Jesús exigiéndole una señal del cielo. De señales del cielo se habla normalmente en contextos apocalípticos (Lc 21,11.25; Ap 12,1.3; 15,1). Lo que piden los fariseos es que Dios testifique de alguna manera la autoridad de su profeta.

         En este sentido tendríamos que hablar de una diferencia entre milagro y señal, en cuanto son muchos los milagros realizados por Jesús que no han colmado las expectativas de los fariseos, ahora por tanto exigen una señal directa de Dios.

         En el AT Dios realizó "signos y prodigios" para acreditarse como el Dios de Israel, liberándolo de la esclavitud de Egipto y llevándolo a través del desierto a la tierra prometida. La exigencia a Jesús implica también cierta credibilidad por parte de los fariseos, pues no a cualquiera se le piden además de milagros, señales del cielo. Hay que notar además, que la exigencia de un signo compromete a Dios, y por tanto, puede presentarse como una tentación. Es obligar a Dios a satisfacer las exigencias caprichosas de los seres humanos.

         Ya en las tentaciones de Jesús en el desierto (Mt 4, 1-10) había quedado claro que no es esta la manera como se revela Dios. Los fariseos no entienden que Jesús mismo es el signo que piden; que todo lo que ha dicho y hecho son los signos que lo revelan como el Hijo de Dios. En Jesús ha comenzado el Reino de Dios.

         Ante tanta sordera y ceguera, Jesús suspira por la incredulidad de unos hombres incapaces de ver a Dios en su palabra y sus obras. La respuesta de Jesús comienza con una pregunta denominando a sus adversarios como "esta generación". Esta expresión tiene en el AT una connotación negativa. Así se le llama a la generación del diluvio (Gn 7, 1), a la generación de Moisés (Sal 95, 10) o a la generación desobediente y dura frente a las exigencias de Dios (Jer 8, 3). También en el NT denota un juicio negativo (Mc 8,38; 9,19; Mt 12,39-45; 16,4; 17,17; Lc 9,41; Flp 2,15).

         Jesús continúa su respuesta con la fórmula "en verdad les digo". La expresión "en verdad" reproduce la palabra hebrea amén, que significa firme (y que generalmente era utilizada para responder afirmativamente a la palabra de otra persona) o "así es". Por eso, cuando Jesús dice estas palabras, su enseñanza adquiere una firmeza singular.

         En el caso presente, la aseveración es clara y tajante: "A esta generación (la que como los fariseos no quiere creer en la revelación personal del Dios de la vida) no se le dará ninguna señal", porque su problema es la incredulidad, y a quien no quiere creer no hay señales que valgan. Jesús no soporta la exigencia de un signo de parte de Dios estando precisamente frente al signo, por esto, decide dar la espalda a las autoridades judías e irse "a la otra orilla", es decir, volver a tierras paganas.

Fernando Camacho

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         A todos nos gustaría estar seguros de lo que hacemos. Saber que cada una de nuestras decisiones nos va a conducir, pasito a pasito, más cerca de la felicidad. Dicho de otra forma, sería estupendo tener un carné de cristiano, expedido en la parroquia más próxima, firmado y sellado por la autoridad competente (eclesiástica, por supuesto) y que asegurara el acceso directo al cielo.

         Pero la vida es de otra manera. Los esposos no tienen tampoco ese carnet que garantice la felicidad, pero se esfuerzan cada día por hacer al otro más feliz. Los religiosos no llevamos en la cartera una tarjeta de identificación con el sello elegido por Dios . Simplemente, intentamos no tentar a Dios, y cumplir lo mejor posible con nuestros compromisos, libremente asumidos.

         Vivimos en un mundo de cambios, de relativismo y de prisas. No hay mucho tiempo para pensar. Y a veces, cuando tenemos que decidir algo importante, no siempre escuchamos lo que Dios tiene que decirnos. Tenemos miedo, decidimos regirnos por otros criterios. Sólo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena. Y no es extraño que Jesús, a veces, pase a la otra orilla. Es posible que le aburramos con nuestros agobios, con nuestras dudas, con nuestros miedos.

         ¿Tú también le pides señales a Dios? ¿Tú también eres de los que quiere tener todo bajo control, y no le deja ni un pequeño hueco al Espíritu, para que actúe? Si no quieres que Jesús pase a la otra orilla, fíate de él. Reza un poquito, y pídele fuerzas para hacer aquello que descubras que tienes que hacer. Y si no sabes cómo hacerlo, lee este relato:

"Aquella tarde, la comunidad monástica hacía, en su oratorio, una plegaria de intercesión. Una tras otra, se escuchaban las oraciones de los monjes: Señor, te pido, Señor, te pido, Señor, te pido. También el abad hacía su plegaria: Señor, te pido. Por fin, todos callaron largamente. Hasta que de nuevo se dejó oír la voz del abad: Ahora, Señor, dinos en qué podemos ayudarte; te escuchamos en silencio. Al cabo de un rato concluyó: Gracias, Padre, porque quieres contar con nosotros. Y todos los monjes respondieron al unísono: Amén".

         Y eso porque habían comprendido que la oración, como el amor, tiene dos tiempos: dar y recibir, y que si falta uno de ellos, se muere.

Alejandro Carbajo

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         En momentos críticos uno quiere recurrir a recursos extraordinarios para no sucumbir ante las pruebas. Entonces se puede echar mano de la sicología de las masas, se pueden inventar supuestas revelaciones, se puede intentar hacer curaciones o utilizar algunos otros medios que impacten a las multitudes y las hagan venir hacia nosotros. Pero ya sea tarde o temprano, todo el teatro que se haya armado quedará descubierto y vendrá la ruina total.

         Jesús nos pide que no demos señales para convencer a los demás de adherirse a nuestras ideas, incluso religiosas, pues los milagros son un regalo que Dios nos hace y no se pueden convertir en una manipulación de los demás. Él quiere que nosotros mismos seamos esa señal; pues nuestras buenas obras deben apuntar hacia Cristo. Hacia él nos dirigimos; y lo hacemos en serio, con todo el compromiso de quien proclama la palabra de Dios y da testimonio de que ella ha sido eficaz en el que la anuncia.

         Cuando buscamos o damos otro tipo de señales estamos dando a entender que vivimos con mucha inmadurez nuestra fe y que necesitamos muletas o sillas de ruedas para movernos. Si incluso Dios nos permitiera hacer milagros, no podemos hacerlos para causar admiración hacia nosotros mismos sino para fortalecer, con toda sencillez, la fe de los demás. Pues no somos nosotros, sino Dios, quien ha de hacer su obra de salvación por medio nuestro, liberándonos de toda esclavitud al mal.

         La prueba más grande de que Dios nos ama consiste en que, siendo nosotros pecadores, nos envió a su propio Hijo, el cual entregó su vida para liberarnos de la muerte y de la esclavitud al pecado. Esto es lo que celebramos en esta eucaristía. Dios nos ama. Dios es el "Dios con nosotros", y no sólo se ha hecho cercano a nosotros, sino que ha hecho su morada en nosotros mismos.

         Sabemos que, a pesar de que el Señor habita en nosotros y va con nosotros, sin embargo jamás desaparecerán las pruebas por las que tengamos que pasar. Nuestra vida constantemente está sometida a una serie de tentaciones que, al ser vencidas con la fuerza que nos viene de lo alto (el Espíritu Santo) nos harán madurar en la perfección que nos asemeje, de un modo cada vez mejor y más claro, a nuestro Dios y Padre. La alianza y comunión de vida que volvemos a hacer nuestras en esta eucaristía, lleva a cabo esta obra del amor de Dios y de su salvación en nosotros.

Severiano Blanco

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         Jesús nos da un signo. Con este leit motiv va a jalonar su relato Marcos. Todavía al pie de la cruz, se exigirá a Jesús que baje de ella para fundamentar con ese signo la fe en su misión.

         Jesús debe ofrecer pruebas de sus pretensiones. Cuando reclaman un signo del cielo, los fariseos exigen que Dios dé directamente una prueba de la mesianidad de Jesús. Como representantes de la religión, deben pronunciarse, y quieren apoyar su opinión en hechos irrefutables. No habrá más signo que la vida de este hombre. Este es el gesto que manifiesta que Dios actúa: la vida de un hombre.

         Ya en la mañana del universo, Dios se había reconocido a sí mismo en la vida del hombre, y la vida se había convertido en la imagen de Dios. Y hoy, en este hombre de Nazaret vuelve a encontrar Dios su 1º retrato. No se dará otro signo que la obediencia del Hijo (es decir, una vida vivida, sin reticencias, bajo la inspiración del Espíritu). La vida de este hombre habla por sí misma, y no requiere demostración alguna.

         Estos son los signos de los tiempos: un hombre que ama, que habla de perdón, que no acabará de romper la caña quebrada; un hombre que, en la cara a cara de la oración, llama "Padre" a Dios. Un signo que es una vida de hombre, porque sólo el testimonio (la vida, quiero decir) puede ser una invitación, invención y promesa.

         Dios no podía dar más signo de salvación que la vida entregada de su Predilecto, que llega hasta las últimas consecuencias del amor. Pero también nuestra vida de hombres puede serlo, y nuestra serenidad puede convertirse en palabra de esperanza.

         Nuestra constancia en buscar el bien puede atestiguar nuestra fidelidad a la llamada recibida. Nuestra sencillez puede manifestar ya que todos participamos del mismo Espíritu. ¿Qué este signo es muy modesto? Pero tened en cuenta esto: Dios no puede dar otro, pues desde el 1º día se identificó con la vida.

Conrado Bueno

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         Uno de las ideas del fariseísmo era el que esperaban un Mesías triunfalista en donde los milagros no fueran el signo de la salvación del hombre del pecado, del dolor y de la angustia, sino el signo del poder de Dios sobre sus enemigos. Por ello Marcos tiene siempre presente en su evangelio presentarnos la correcta imagen de Jesús. Los fariseos quieren una señal prodigiosa, pero el problema que tienen es que ya se les ha dado esa señal, y no han querido reconocerla.

         Esta actitud se mantiene aun en muchos cristianos, que continúan buscando un super-Mesías que sea capaz de cumplir todos sus caprichos. Un Mesías que les resuelva la vida a base de milagros y hechos prodigiosos. Son hermanos que siempre andan a la caza de milagros, de apariciones, de todo lo que suena a extraordinario.

         Debemos recordar que nuestro Mesías Jesús (el Hijo de Dios) se manifiesta de manera discreta en medio de nuestra vida y que ha escogido precisamente lo débil para confundir a los poderosos. ¿Seremos todavía de los que piden a Jesús una señal para creer o para amarlo?

Ernesto Caro

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         A Jesús no le gusta que le pidan signos maravillosos, espectaculares. Como cuando el diablo, en las tentaciones del desierto, le proponía echarse del templo abajo para mostrar su poder.

         Sus contemporáneos no le querían reconocer en su doctrina y en su persona. Tampoco sacaban las consecuencias debidas de los expresivos gestos milagrosos que hacía curando a las personas y liberando a los poseídos del demonio y multiplicando los panes, milagros por demás mesiánicos. Tampoco iban a creer si hacía signos cósmicos, que vienen directamente del cielo. Él buscaba en las personas la fe, no el afán de lo maravilloso.

         ¿En qué nos escudamos nosotros para no cambiar nuestra vida? Porque si creyéramos de veras en Jesús como el enviado y el Hijo de Dios, tendríamos que hacerle más caso en nuestra vida de cada día. ¿También estamos esperando milagros, revelaciones, apariciones y cosas espectaculares? No es que no puedan suceder, pero ¿es ése el motivo de nuestra fe y de nuestro seguimiento de Cristo Jesús? Si es así, le haríamos suspirar también nosotros, quejándose de nuestra actitud.

         Deberíamos saber descubrir a Cristo presente en esas cosas tan sencillas y profundas como son la comunidad reunida, la Palabra proclamada, esos humildes pan y vino de la eucaristía, el ministro que nos perdona, esa comunidad eclesial que es pecadora pero es el pueblo santo de Cristo, la persona del prójimo, también el débil y enfermo y hambriento. Esas son las pistas que él nos dio para que le reconociéramos presente en nuestra historia.

         Igual que en su tiempo apareció, no como un rey magnifico ni como un guerrero liberador, sino como un niño que nace entre pajas en Belén y como el hijo del carpintero y como el que muere desnudo en una cruz, también ahora desconfió él de que esta gente pida "signos del cielo", y no le sepa reconocer en los signos sencillos de cada día.

José Aldazábal

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         El texto evangélico de hoy nos pone frente a la negativa de Jesús de manifestarle a los fariseos los signos y los milagros que él hacía en medio de la gente sencilla y pobre del pueblo. Jesús sabía que los fariseos jamás entenderían su actuar, ni el acto liberador de su ministerio.

         Jesús sabe que el proyecto del Reino de Dios no debe basarse en el poder ni en los portentos extraordinarios, antes por el contrario, para que el Reino llegue a su máxima expresión es necesario que se geste en la sencillez, en lo ordinario de la vida y en el anonimato.

         Abiertamente Jesús, con la actitud que toma frente a los que le ponen a prueba, se está negando al poder de dominio. Sabe que la vía para que Dios acontezca en la vida de los sencillos, no es el protagonismo ni el demostrar poder para quedar bien frente a los que lo detentan.

         El proyecto de Dios se da en otra esfera y con otros parámetros. La misericordia y el amor son las formas más concretas y reales para que el plan-proyecto de Dios sea asumido por los que escuchan la palabra de Jesús y para los que vieron su actuar coherente con esa misma palabra.

         El reino de Dios no tiene por qué favorecer a los grandes de esta tierra y de esta historia. El reino de Dios siempre tiene que estar al servicio de los pequeños, de los que no tienen poder, de los que no tienen autoridad ni voz en este mundo convulsionado. Por eso también nosotros estamos llamados a abandonar el poder, las estructuras de poder en las que estamos montados, siendo capaces de vivir los valores del Reino en nuestra vida y con todas sus consecuencias.

Confederación Internacional Claretiana

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         En este texto bíblico se nos relata cómo Jesús, frente a la necesidad de los fariseos de recibir una señal del cielo para creer en él, se lamenta, y asegurándoles que no se realizara señal alguna se aleja de ellos.

         En un modelo de sociedad donde manda quien tenga más poder, la mejor manera de ganar adeptos es hacer gala del poder que se posee. Los fariseos quieren medir la capacidad de Jesús para realizar actos milagrosos, pero lo que Jesús considera un milagro no llenaría la expectativas de ellos.

         Jesús no acepta el reto de los fariseos, no les hace el juego, no se pliega a sus exigencias; prefiere perderlos como integrantes de su grupo, porque, al fin y al cabo, su Reino es de los pequeños.

         La actitud de Jesús debe ser considerada como una negación al poder. No tiene afán de convencer a quienes miden la grandeza de las personas por su capacidad de mando y de dominio. Jesús con sus actos siempre quiso demostrar cómo la entrega y el servicio, dentro de un marco de amor-misericordia, son los principales requisitos para llamarse seguidores de Dios. Él no habló de un Dios que ostenta poderío y que está del lado de los fuertes, habló de un Dios que acompaña y apoya a los débiles y a los explotados.

         Llamarse seguidores del Reino que propuso Jesús, es entregarse a la causa de la fraternidad universal, que pasa por favorecer a los empobrecidos, los que son considerados por la sociedad actual como poco importantes, carentes de valor, de poderío. La propuesta de Jesús es grandiosa por la exigencia que hace a nuestra humanidad de vivir en continuo compromiso con la misericordia, lejos de todo orgullo, ambición de riquezas o deseo de mando.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         Ante las exigencias de hoy de los fariseos, que reclaman de Jesús un signo del cielo, el Señor responde que no se le dará ningún signo a esta generación, porque no es digna de semejante signo. Jesús denuncia aquí la perversidad de esa generación, la suya, que se resiste a creer en él.

         El evangelista Lucas es aún más explícito que el conciso Marcos, el cual apenas ofrece detalles. Y según Lucas Jesús dice: Esta generación es una generación perversa (Lc 11, 29). Pero ¿en qué radica esa perversidad? En que pide un signo. Y concluye: Pues no se le dará más signo que el signo de Jonás. Como Jonás fue un signo para los habitantes de Nínive, lo mismo será el Hijo del hombre para esta generación.

         La actividad mesiánica de Jesús estaba colmada de signos, y sus numerosas curaciones milagrosas fueron vistas por muchos de sus contemporáneos, como signos de la presencia de un gran profeta en medio del pueblo. Pero no todos apreciaron en estas acciones extraordinarias signos de la actuación de un enviado de Dios, sino más bien signos demoníacos o acciones llevadas a cabo en estrecha alianza con el diablo.

         Las interpretaciones eran totalmente antagónicas, pero coincidían en una cosa: eran efectos en los que se revelaban fuerzas sobrenaturales. Con todo, había quienes seguían pidiendo un signo, quizás más espectacular y convincente, y al que nadie pudiera oponer argumentos.

         Jesús se niega a satisfacer tales exigencias diabólicas, pues a sus ojos no son sino tentaciones y una reproducción de las tentaciones del desierto: Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan; tírate desde el alero del templo. Es decir, demuestra lo que eres, ofreciendo una prueba irrefutable.

         La incredulidad es siempre muy cínica en sus reivindicaciones, y siempre reclama más signos y más incuestionables, pues ninguno de los que han visto ya les han satisfecho. Y por eso se resiste a doblegar su voluntad y su inteligencia, ante ninguna autoridad superior.

         Por eso insiste Jesús en ser pequeños a la hora de exigir pruebas al Creador, para no ser ridículos. Sin embargo, siempre habrá quienes se planten ante Dios en actitud desafiante, como si la vasija se dirigiera al alfarero reclamando una mejor hechura, a forma de ¿por qué me has hecho así?

         Decía que Jesús se negó a satisfacer tales exigencias (no se les dará más signos a esta generación), salvo la señal de Jonás para los habitantes de Nínive. Pero ¿de qué fue signo Jonás para los habitantes de aquella ciudad? Simplemente, de la presencia, en medio de ellos, de un enviado de Dios, que les hablaba con su palabra de una manera convincente. Se trata del poder de palabra del profeta, que predica desde su propia experiencia exhortando a la conversión.

         De Jonás no se dice que hiciera milagros, pero sí que su predicación convenció y convirtió a los habitantes de Nínive, que se vistieron de saco y de sayal e hicieron penitencia. Jesús, aunque es más que Jonás, no pide otro crédito que el que tuvo Jonás entre los destinatarios de su misión.

         La resistencia judía al mensaje de Jesús fue en muchos casos culpable, y eso es lo que llevó a Jesús calificar de perversa a su generación. Por eso vendrán los pertenecientes a otra generación (los habitantes de Nínive), y con todo merecimiento se alzarán y harán que los condenen.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 12/02/24     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A