12 de Agosto

Lunes XIX Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 12 agosto 2024

a) Ez 1, 2-5.24-28

         Abordamos hoy la lectura del profeta Ezequiel, sacerdote natural de Jesusalén que ha sido deportado a Tel Abib (periferia de Babilonia), y que en tierra pagana sigue entregándose a Dios. En efecto, la catástrofe judía del 587 a.C, con destrucción de Jerusalén y de toda la vida institucional judía, le ha hecho pasar por la experiencia amarga de verse sin rey, sin templo y sin tierra santa. Un viraje decisivo para el pueblo elegido en el que, bajo la presión tan desconcertante de los acontecimientos, el sueño de un estado temporal será sustituido por una "comunidad espiritual", despojada de toda posibilidad política.

         Pues bien, el 5º día del 4º mes (el 5º año de la deportación a Babilonia), "la palabra de Dios fue dirigida al sacerdote Ezequiel, en el país de los caldeos, a orillas del río Kebar". Como vemos, la palabra de Dios ya no se oye en un santuario sino al aire libre, a orillas de un río. ¿Y qué hacía Ezequiel en ese momento? Quizás agachado ante los látigos de los guardianes, que vigilaban los pesados trabajos que se imponía a los deportados.

         Como los prisioneros de todo tiempo, Ezequiel contaba los días, hasta que "la mano del Señor se posó sobre mí". Por supuesto, no se trata de una mano física, sino de una expresión para afirmar, como todos los profetas, el dominio de Dios sobre él.

         Tuve una visión, nos dice Ezequiel, y en ella vi "un viento huracanado, una gran nube con fuego fulgurante, y resplandores en torno y en medio como el fulgor de un bronce brillante en medio del fuego". Cada profeta tiene una manera muy personal de revelar su experiencia, y Ezequiel, como Isaías, ha quedado deslumbrado y sumergido en esa visión. Las palabras que afloran de sus labios tratan de balbucear algo, y para ello recurren al vocabulario de las fuerzas cósmicas irresistibles: la tempestad, el relámpago y el fuego.

         En dicha visión Ezequiel distinguió "la forma de cuatro seres vivos de apariencia humana", y oyó "el rumor de sus alas parecido al ruido del océano, o al rumor tumultuoso de un campamento". Las imágenes se atropellan y se superponen, y lo que tratan de sugerir es la trascendencia de Dios.

         "Encima de la bóveda que dominaba sus cabezas (nos sigue diciendo Ezequiel) había algo como una piedra de zafiro en forma de trono, y en lo más alto una figura de apariencia humana". Ezequiel acumula las precauciones, y para ello multiplica las fórmulas aproximativas: "he visto como" (el fulgor), "una forma de" (trono), una apariencia de (hombre). De hecho, Dios está mucho más allá de toda imagen, y no hay inconveniente en servirse de todo lo que nos eleva más allá de nosotros (los espectáculos grandiosos de la naturaleza, por ejemplo) para hacernos una idea de su grandeza.

         Ezequiel "vio algo como fuego que producía un resplandor en torno suyo", aludiendo a la visión de la gloria del Señor. Basta con evocar a Jesús, pobre y poderoso, para adivinar cuán variadas y contradictorias pueden ser las imágenes de Dios, aunque ninguna de ellas sea suficiente. Es preciso, sin duda, aprender de cada experiencia.

Noel Quesson

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         La lectura de hoy nos sitúa al comienzo del libro de Ezequiel, precedido por una gran teofanía que prepara su relato vocacional. Un libro en el que, tal como lo tenemos actualmente, encontraremos grandes visiones con varios añadidos posteriores, que a lo mejor pueden llevar a confusión. No obstante, lo principal es buscar el sentido general de cada visión.

         La situación que contempla el texto de hoy es la siguiente. Estamos alrededor 582 a.C, casi 5 años después que Nabucodonosor II de Babilonia, para castigar la rebelión de Joaquín I de Judá, haya deportado de Jerusalén a Babilonia a toda la casa real judía, a los nobles y a todos los mejores artesanos (previa a la 2ª y total deportación judía a Babilonia), dejando en Jerusalén un rey-muñeco. Los deportados están lejos de la tierra prometida, de la ciudad santa y del templo, y no tienen monarquía, ni culto, ni profeta. Y de ahí que no dejen de preguntarse: ¿Está ausente Dios? ¿Somos todavía pueblo elegido?

         En esta situación llega la visión de Ezequiel, que intenta traducir la inefable experiencia de la presencia divina (que el profeta ha tenido) mediante las imágenes y formas teológicas tradicionales, salvaguardando la esencia divina (de ahí la multiplicación de los términos semejante, como, especie de...). Encima de los seres animados, que representan la superioridad del hombre y la fuerza del reino animal (hombre, león, toro y águila; v.10), se levanta el firmamento (v.22), y por encima del firmamento (a forma de plataforma) una especie de trono (v.26), donde está la presencia de Dios (o más exactamente, su gloria).

         La finalidad de la visión es confortar a los exiliados, y recordarles que Dios no está atado a ningún lugar, ni a una tierra concreta, ni a un templo determinado. Sino que trasciende todos estos lugares, y está presente en medio de los hombres (estén donde estén y sean los que sean). Ésta es la gran noticia, que hará que los deportados sepan con certeza que Dios está también presente en medio de ellos, y en una tierra extraña. Dios no les ha abandonado.

Pedro Tosaus

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         Esta semana, y la semana que viene, nos acompañará en la 1ª lectura la profecía de Ezequiel, ex-sacerdote del Templo de Jerusalén y 1º profeta del destierro en Babilonia, que en pocos años ha pasado de la excelencia de su cargo a la esclavitud de su nueva situación (en los trabajos de la artesanía y del campo, probablemente).

         Se trata de una profecía en que se hace visible la gloria del Señor, en un momento en el cual no es posible el culto. Una profecía divina que sorprende al propio Ezequiel, por situarse en una tierra de opresión y por seguir siendo Dios el Dios del Exodo.

         En dicha profecía, invita Dios a Ezequiel a examinar la historia de su pueblo, y a corregir las promesas mal interpretadas que se hicieron sobre la monarquía hebrea, porque lo anunciado no se ha cumplido (Ez 34, 23-24). Dios le dice a Ezequiel que él no se casa con la injusticia, que acompaña al oprimido y que sigue el mismo camino de los desterrados. Su imagen es la de un Dios trascendente (por encima de la naturaleza) y cercano (a la vida humana), que busca un nuevo pacto con el pueblo elegido.

         Ezequiel supo interpretar su momento, y respondiendo a la llamada de Dios quedó transfigurado por su gloria.

Miguel Niño

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         Durante 2 semanas leeremos al profeta Ezequiel, sacerdote del Templo de Jerusalén justo cuando los ejércitos de Nabucodonosor II de Babilonia invaden la capital judía y la reducen a cenizas (ca. 587 a.C), deportando a todos sus habitantes a Babilonia. Se trata de un profeta muy singular, que comparte la experiencia del mayor desastre nacional y religioso de Israel, y que aportará un lenguaje cargado de simbolismos. Estamos entre los años 587 y 570 a.C.

         Junto al río Kebar, en los extrarradios de Babilonia, tiene Ezequiel su 1ª visión, con la que Dios le quiere mostrar su presencia (entre los que viven en el destierro) y explicar sus nuevos planes de salvación. Una visión que mezcla los elementos cósmicos (viento, nube, relámpagos) y misteriosos (los 4 seres vivientes, el estrépito de alas, y la forma humana rodeada de luz y fuego).

         El propio profeta nos explica su significado: "Era la apariencia visible de la gloria del Señor". Y esto es lo principal, porque también allí, en tierra extranjera, les alcanza la mano bondadosa de Dios. Dios ha viajado con su pueblo al destierro, y eso abre la puerta a la esperanza.

         En los períodos más dramáticos de la historia, Dios sigue cercano a su pueblo, suscitando profetas que ayuden a sus hermanos y les transmitan su voz. Personas que viven las mismas dificultades que los demás, y que desde esa empatía ejercen su misión profética.

         Ante cualquier tipo de desgracia, es importante saber reflexionar con cabeza y hacerse las preguntas adecuadas, para no volver a equivocarse. Es lo que hizo Ezequiel, que no se preguntó ¿cómo lo permite Dios? o ¿dónde está Dios en este momento? En 1º lugar porque Dios ya fue el 1º en compadecerse (padecer con) los hebreos que sufrían en Egipto, y en 2º lugar porque Dios fue el 1º en estar allí con ellos (en toda la caminata del éxodo).

         Probablemente, nosotros no tendremos visiones espectaculares como las de Ezequiel. Pero sí tenemos algo para transmitir a los demás. Si tenemos fe, sabremos ver la cercanía de Dios en los acontecimientos, y si escuchamos a Jesús, sabremos que "donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estaré yo". Con esta convicción, nos tiene que salir espontánea la alegría del salmista responsorial de hoy: "Alabad al Señor en el cielo, los jóvenes y también las doncellas, los viejos junto con los niños. Porque él acrece el vigor de su pueblo". Hay que recobrar el vigor en nuestra vida.

José Aldazábal

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         Escuchamos hoy el mensaje principal del profeta Ezequiel: Dios jamás abandona a los suyos, ni siquiera cuando los israelitas han sido deportados a Babilonia, lejos de su tierra. En medio de la añoranza por la tierra y por el templo de Jerusalén, el Señor se hace presente en medio de ellos, cercano (como en figura humana) y omnipotente (entre nubes y relámpagos), para consolarlos y acompañarlos.

         Por muy pecadores que seamos, el Señor siempre nos seguirá amando, y saldrá a buscarnos hasta que nos encuentre y nos quedemos con él. Es lo que trató de decir Ezequiel a todos los judíos desterrados. Porque como dirá el apóstol Juan, "tanto amó Dios al mundo, que le envió a su propio Hijo para librar al mundo del pecado".

         Por medio de Jesucristo, Dios se hizo hombre y se hizo cercano a nosotros. Y en él hemos conocido la gloria de Dios, que él ha manifestado misericordiosa y compasivamente a con cada uno de nosotros. Ése es el camino de la Iglesia, y el contenido de nuestra misión: manifestar el rostro amoroso y misericordioso de Dios.

Dominicos de Madrid

b) Mt 17, 21-26

         De nuevo está Jesús en Galilea, tras volver del territorio de Cesarea (Mt 16, 13). Y hoy nos anuncia por 2ª vez su muerte y resurrección, de una forma muy distinta a la que hizo por 1ª vez (Mt 16, 21). Usa para ello Jesús la denominación "Hijo del hombre", de valor extensivo y tocando lo referente a él y a sus seguidores. No menciona lugar ni personajes concretos, y afirma que sus asesinos serán los hombres. Repite que la muerte no es lo definitivo, y que tras ella (un breve tiempo) se manifestará la verdedera vida.

         La oposición entre los hombres y el Hijo del hombre es común en los evangelistas. Si el Hijo del hombre se caracteriza por poseer el Espíritu de Dios, los hombres son los que carecen de él y no comprenden ni secundan el plan de Dios (Mt 16, 13.23). Aquí se refiere Jesús a "algunos hombres" (sin artículo), con toda claridad aludiendo a las autoridades judías. Jesús, el Hombre-Dios (Mt 1, 23), lleva en sí la vida que le permite levantarse de la muerte.

         La reacción de los discípulos no es de fe y adhesión, sino que se quedan desolados ante la perspectiva de la muerte. Y tampoco los que han estado presentes a la escena de la transfiguración han entendido.

         Respecto al impuesto del templo (las didracmas), se trata del impuesto anual que todo judío de Israel o la Diáspora había de pagar al Templo de Jerusalén desde los 20 años (Ex 30,11-13; 38,26; Neh 10,33), consistente en 2 dracmas (el equivalente a 2 días de jornal) que había de pagar entre la 2ª quincena de marzo (Adar) y la 1ª de abril (Nisán), que es cuando comenzaba el año litúrgico, cercano ya a la Pascua.

         La pregunta de los recaudadores a Pedro espera respuesta afirmativa, pero dejando abierta la posibilidad contraria. Los sacerdotes y algunos rabinos pretendían estar exentos de pagar el impuesto. Y dado que a Jesús se le llama maestro, podría pretender el mismo privilegio.

         Pedro, sin más, responde afirmativamente, mostrando su concepción de un Mesías que respeta y continúa las instituciones de Israel. No le penetran las predicciones que ha hecho Jesús de su muerte (Mt 16,21; 17,22); a pesar de la increpación de Jesús (Mt 16, 23) y de que su idea sigue siendo la humana (Mt 16, 23). Jesús le da la lección, ampliando el caso a los tributos reales.

         La expresión "los reyes de este mundo" era una expresión judía corriente, en oposición con "el rey del cielo" y "los suyos" (lit. sus hijos; Mt 8,12). Se refiere a los súbditos de su reino, y eran los extraños (lit. extranjeros, aludiendo a los pueblos sometidos a pagar el tributo). Jesús y sus discípulos son los ciudadanos del reino de Dios, y están exentos del pago. Jesús juega también con el doble significado de hijos (súbditos del rey e hijos de Dios), y por eso el evangelista se decide por la traducción "los suyos" (que permite ambos sentidos).

         La frase central del pasaje es "los suyos están exentos" (lit. libres son los hijos). Tal ha de ser la conciencia de la comunidad cristiana. La condición de hijos de Dios lleva consigo la absoluta libertad respecto a toda clase de poder e imposición. Ni Jesús ni los suyos tienen ninguna obligación de pagar, y si lo hacen no es por respeto al templo, sino al pueblo. El escándalo es uno de los temas estrella de Mateo (Mt 5,29; 11,6; 13,21.57; 15,12; 18,6).

Juan Mateos

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         El texto de hoy esta construido a partir de 2 pequeñas unidades literarias. La 1ª corresponde a un 2º anuncio de la pasión ("el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres"; vv.22-23), y la 2ª tiene que ver con el pago del tributo del templo (vv.24-27). Las 2 unidades no tienen aparentemente relación, pero sí un punto de encuentro en el tema de la pérdida de la propia vida, por causa las autoridades civiles y religiosas.

         El acento de estos primeros versículos (vv.22-23) está puesto sobre la inminencia de la pasión de Jesús. Los discípulos se juntan inquietos en torno a él, o más bien vuelven a encontrarse alrededor de Jesús, tras la separación de la Transfiguración. Desde ahora, la pasión y los sufrimientos de Jesús son inminentes, y él ve con claridad el fin que le espera y por tanto le habla a sus discípulos de ello.

         Mateo dice que Jesús va a ser entregado, es decir, va a ofrecer la vida, va a padecer a manos de los hombres y la consecuencia de ello es que "lo matarán". Al igual que en los otros anuncios de la pasión, a la afirmación de la muerte, aquí también le sigue inmediatamente la de la resurrección: "Y al tercer día resucitará". Se puede percibir en el tono de estas palabras un contenido catequético y litúrgico de una profesión de fe vivida por las primeras comunidades cristianas.

         La 2ª parte del texto tiene que ver con el pago del tributo del Templo de Jerusalén (vv.24-27). Estos versículos son propios de Mateo. El texto constituye un testimonio histórico precioso de la actitud de Jesús y de los primeros cristianos frente al tributo del templo e incluso frente al poder político, económico, social y religioso de su tiempo.

         En las palabras de Jesús no podemos ver sólo su actitud frente al templo de Jerusalén, sino también ante el poder político de su época. Supuesto esto, es obvio pensar que el relato sobre el tributo al césar significa que hay que pagar, pero como hombres libres, porque hay que "darle al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios". Sumisos sólo a Dios y a su proyecto de justicia y dignidad, porque él pagará el tributo a la ley en la persona de su hijo.

Fernando Camacho

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         El texto presentado por la liturgia de hoy contiene dos temas: Jesús habla de nuevo de su inminente muerte y resurrección (vv.22-23) y el tema del pago del impuesto del templo (vv.24-27). Así, en el 1º tema el hilo de los acontecimientos apunta a los días finales en Jerusalén y también se insiste en el punto central: la identidad plena de Jesús como Hijo de Dios. La pasión se cierne sobre la persona de Jesús como algo próximo e inevitable.

         De esta manera Jesús advierte una vez más (Mt 16, 21) a sus seguidores sobre lo que va a suceder allí. Aunque ha de sufrir y morir, el acento se pone de nuevo en la resurrección, pues ésta es la garantía del Hijo del hombre (Is 52,13; 53,10). Los discípulos se entristecen mucho porque todavía no han entendido la razón por la que Jesús ha de sufrir y a su inseguridad por el papel que ellos han de desempeñar en todo ello (Mt 16, 24-26).

         La cuestión del impuesto del Templo de Jerusalén, recaudado en Galilea antes de la Pascua, era un impuesto anual que se cobraba a todos los judíos varones de más de 20 años de edad para pagar los sacrificios públicos habituales y los de las festividades. La cantidad se basa en lo establecido (Ex 30, 11-16), y era más que suficiente. Al tener todos que pagar este impuesto se convirtió en un modo de identificarse como miembro de la comunidad judía. Así, la mayoría de los judíos varones lo pagaban, aún cuando les trajera sin cuidado el culto sacrificial y el Templo de Jerusalén.

         La razón de que a Pedro le preguntaran si Jesús pagaba dicho impuesto pudo ser la existencia de cierta duda sobre si los sacerdotes y rabinos tenían que pagar. Puesto que iban a ir a Jerusalén para la Pascua, Pedro supone que Jesús pagará. Cuando se encuentran Jesús le plantea a Pedro la cuestión acerca de la validez del impuesto. En los reinos de la tierra, los gobernantes no gravan a sus familias con impuestos ni contribuciones. Pedro, que había confesado que Jesús era Hijo de Dios, ha de reflexionar ahora sobre un dilema: si Jesús es el Hijo de Dios, no estará obligado a pagar, pues es la casa de su Padre.

         Que los hijos están exentos constituye el principio del que se deduce que el Hijo de Dios está exento del impuesto del templo. Todo el culto sacrificial del templo se pone en tela de juicio de nuevo (Os 6, 6) pues esto se aplica a los cristianos, especialmente dentro del contexto de la comunidad judeocristiana de Mateo. Sin embargo, para no escandalizar a nadie por falta de entendimiento, Jesús se ajusta a la costumbre.

Emiliana Lohr

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         Jesús anuncia su pasión, aunque no de forma inmediata. Hemos meditado ya ese acontecimiento, relatado por Marcos (Mc 8, 30) y Lucas (Lc 9, 44). Mateo lo anota aquí, sin ningún comentario. Ocasión esta, para recordarnos que Jesús tenía muy presente el pensamiento de su muerte. Cada vez que habla de ella es también para anunciar su resurrección.

         Entonces, los que cobraban el didracma (tributo anual para el templo), se acercaron a Pedro y le preguntaron: "Vuestro maestro ¿no paga el impuesto"?

         Según la ley, cada judío debía pagar un impuesto destinado a la conservación del Templo de Jerusalén y a la ofrenda de los sacrificios. Es significativo que los recaudadores se dirijan a Pedro: aparecía ya como el responsable del grupo. Es muy significativo también que Pedro responda espontáneamente . Jesús es un ciudadano como los demás, un israelita piadoso, cumplidor de sus deberes. Me agrada, Señor, verte mezclado a la vida cotidiana de tus contemporáneos: la ley de encarnación va hasta ese compartir totalmente la vida humana.

         Cuando llegó a casa, Jesús le preguntó a Pedro: "¿Qué te parece, Simón?". Ese debía de ser tu método preferido. No das enseguida la solución, preguntas, haces reflexionar. Qué bellos debían de ser esos diálogos sostenidos entre tú y tus apóstoles, a lo largo de los días, cara a los acontecimientos. O al anochecer, en la calma de la casa. Ayúdame también a ser una persona de diálogo, respetuoso con la opinión ajena, capaz de escuchar, sin imponer mis propias opiniones.

         Tras lo cual, continuó preguntándole: "Los reyes de este mundo, ¿a quiénes cobran tributos e impuestos, a sus hijos o a los extraños?". Contestó Pedro: "A los extraños". Jesús le dijo: "O sea, que los hijos están exentos".

         Una vez más, y a propósito de un pequeño suceso banal, nos adentramos en la psicología profunda de Jesús. Un día había dicho "aquí hay algo más que el templo" (Mt 12, 6), y en otra ocasión "aquí hay algo más que Salomón" (Mt 12, 42). ¡Pretensión orgullosa e insensata por parte de ese antiguo carpintero de Nazaret! Ahora bien, Jesús afirma que el hijo del rey no paga el impuesto a su padre. Jesús está en su casa, en el templo de Dios; normalmente, no tendría pues que pagar el impuesto del templo.

         Sin embargo, para no escandalizarlos, Jesús dijo a Pedro: "Ve al lago y echa el anzuelo; toma el primer pez que pique, ábrele la boca y encontrarás una moneda". Reconozco aquí un rasgo de tu personalidad, Señor, no quieres dar escándalo. De nada sirve provocar. Es mejor hacer como todo el mundo, en lo que no hay pecado. En nuestra vida y en la historia de la Iglesia, pueden darse situaciones en las que habría razón para obrar de otro modo, pero en las que es más razonable evitar un escándalo eventual, porque uno no sería comprendido. Admirable humildad del Hijo de Dios, que siendo de condición divina se hizo humano.

         "Toma esta moneda (de 4 dracmas) y págales por mí y por ti", concluyó Jesús. Pues sí, finalmente Jesús paga el impuesto de 2 personas, para sí mismo y para Pedro.

Noel Quesson

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         Después de un nuevo anuncio de su muerte y resurrección (que entristece mucho a sus discípulos), el pasaje de hoy se refiere al pago de un tributo por parte de Jesús.

         Desde tiempos del gobernador Nehemías (s. V a.C) era costumbre que los israelitas mayores de 20 años pagaran, cada año, una pequeña ayuda para el mantenimiento del Templo de Jerusalén: 2 dracmas (en moneda griega) o 2 denarios (en romana). Era un impuesto que no tenía nada que ver con los que pagaban a la potencia ocupante, los romanos, y que recogían los publicanos.

         Jesús pagaba cada año este didracma a favor del templo, como afirma en seguida Pedro. Cumple las obligaciones del buen ciudadano y del creyente judío. Aunque, como él mismo razona, el Hijo no tendría por qué pagar un impuesto precisamente en su casa, en la casa de su Padre. Pero, para no dar motivos de escándalo y crítica, lo hace. En otras cosas no tiene tanto interés en no escandalizar (el sábado, el ayuno). Pero no se podrá decir que apareciera interesado en cuestión de dinero.

         Lo del pez resulta difícil de explicar: probablemente, se refiere a una clase de peces con la boca muy ancha y que, a veces, se encontraban con monedas tragadas. En esta ocasión, encuentran un estáter (que valía 4 dracmas), lo suficiente para pagar por Jesús y por Pedro, con quien se ve que tiene una relación muy especial.

         El pequeño episodio nos recuerda, por una parte, cómo Jesús se encarnó totalmente en su pueblo, siguiendo sus costumbres y normas. Como cuando fue circuncidado o presentado por sus padres en el templo, pagando la ofrenda de los pobres. También en lo civil recomendó: "Dad al césar lo que es del césar2.

         Aunque la enseñanza principal de Jesús fue cumplir la voluntad de Dios sobre nuestra vida: les anuncia a los suyos su disponibilidad total ante la misión que se le ha encomendado, salvar a la humanidad con su muerte y resurrección.

         También a nosotros nos toca cumplir las normas generales de convivencia social, por ejemplo, las referentes a los tributos. No sólo por evitar sanciones, sino porque "la corresponsabilidad en el bien común exige moralmente el pago de los impuestos, el ejercicio del derecho al voto y la defensa del país" (CIC, 2240).

         Y como se trata de un impuesto religioso, el de la ayuda al culto del templo, es útil recordar que todos nos deberíamos sentir corresponsables de las necesidades de la comunidad eclesial, colaborando de los diversos modos que se nos proponen: trabajo personal, colectas de dinero para el mantenimiento del culto, la formación de los ministros, las actividades benéficas, las misiones...

José Aldazábal

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         El breve pasaje de hoy nos ilustra cómo el cristiano está obligado a cumplir con las obligaciones puestas por el estado, de la misma manera que Jesús lo hizo y enseño a sus discípulos a realizarlo.

         Y es que, aun viviendo en el reino de Dios, estamos sujetos a la vida social, a la vida civil, y es precisamente ahí en donde, con nuestro testimonio, podemos construir una sociedad más justa, más humana y más libre.

         Es mediante nuestras acciones como vamos transformando el orden social, por lo que el pago de nuestros impuestos, el acudir a las urnas a votar en tiempos de elección, el pertenecer a organizaciones y partidos políticos y de servicio no solo es un derecho sino una verdadera obligación de cada cristiano.

         No pertenecemos a este mundo, pero vivimos en él y tenemos la encomienda recibida de Jesús de transformarlo. Seamos responsables en todo lo que concierne a la vida civil, política y social de nuestro país, hagamos de él (cada uno de acuerdo al don que Dios le ha dado) un lugar en donde el amor y la paz sean una verdadera realidad.

Ernesto Caro

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         El texto evangélico de hoy contiene 2 cosas: 1º la catequesis de Jesús preparando a sus discípulos para los días finales de su pasión, muerte y resurrección (sin que ellos le comprendieran); 2º un signo de Jesús, Hijo del Padre (que, siendo Señor, se somete a la disciplina de los hombres, por delicadeza y ejemplo). Dos cosas en las que delicadeza y amor se dan la mano.

         ¡Qué gracia y detalle el de Jesús pidiendo al pez dos monedas! Jesús poseía evidentemente un altísimo sentido de la justicia, amor y paz. Y aunque se sentía en el mundo como en la casa del Padre, no hacía gala de ello sino que se atenía a las condiciones reales que en una sociedad se imponen como garantía de subsistencia y de un mínimo bienestar seguro.

         La anécdota de pedir al pez que le diera una moneda de plata es buen símbolo. Podemos interpretarlo como una pequeñez; como si dijera: lo material es relativamente fácil adquirirlo, para cumplir con las leyes externas; lo difícil para cada uno es sacar adelante un proyecto de salvación, realizar obras grandes en el espíritu, por encima de sí mismo.

         La vida en el espíritu requiere, además de un poco de plata y oro para el pan de cada día, un gran corazón, cuajado en la virtud, solidaridad, preocupación por los demás, y necesitado de oración y encuentros con Dios Padre.

Dominicos de Madrid

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         Dos partes claramente diferenciadas por las circunstancias de lugar y por la temática se pueden señalar en el texto evangélico. La 1ª comprende los vv. 22-23, y la 2ª los vv. 24-27.

         En la 1ª parte la acción se desarrolla en los caminos de la Galilea. En ese escenario Jesús vuelve a anunciar su Pascua que culmina en la resurrección pero que incluye la entrega y la muerte.

         La oposición de los discípulos no es tan decidida como la de Pedro luego del 1º anuncio pero continúan sin comprender el sentido más profundo del acontecimiento. Su consternación (v.23) brota no tanto del anuncio de la separación de su Maestro (debido a su próxima muerte), sino de la imposibilidad de aceptar que la resurrección sólo puede alcanzarse al final de este camino de sufrimiento y muerte.

         El triunfalismo de Pedro que después del primer anuncio quería impedir la historia de la pasión se convierte aquí en resignación fatalista que impide a los discípulos abrirse al sentido de los acontecimientos.

         En la 2ª parte se cambia de escenario, y se sitúa la escena en Cafarnaum (Mt 9, 1), donde se encuentran Jesús y sus discípulos. Pero además, de ellos , intervienen en el episodio los cobradores del impuesto para el templo. La pregunta de éstos será el punto de partida para el desarrollo de la acción.

         La pregunta se dirige a determinar la actitud de Jesús frente a este impuesto. En el trasfondo histórico la época del evangelista tendía a establecer el tipo más general de comportamiento que la comunidad debía asumir frente a la dirigencia farisea. La discreción del escritor busca evitar la agudización de los conflictos con dicha representación institucional.

         Pero más allá de estas circunstancias, el texto indica las actitudes del cristiano frente a las mediaciones humanas en el marco de su libertad filial.

         Primeramente, Pedro da a la pregunta una respuesta afirmativa (v.25a). Y con ocasión de esta respuesta Jesús establecerá para los discípulos la línea de conducta a seguir. Para ello, dirigirá a Pedro una pregunta en que el impuesto al templo se convierte en un caso particular que es expresión de algo más general referido a todo impuesto.

         Ya en la pregunta se plantea la distinción entre "los suyos" (sus hijos) y "los extraños" (v.25b) en las disposiciones que, para el cobro de los impuestos, establecen los “reyes de este mundo”. Estos ávidos en recabar dinero de las poblaciones conquistadas , sin embargo, eximen a los suyos de esa obligación. Pero Jesús inmediatamente imprime un giro decisivo a la cuestión. Los hijos del Reino, los que aceptaron a Jesús como Hijo del Padre, están libres del impuesto del Templo de Jerusalén. Jesús los ha liberado de esta obligación.

         Sin embargo, como quiere evitar una ruptura que exacerbe los conflictos con la autoridad religiosa señala un camino para poder cumplir con la obligación. Invita a Pedro a realizarlo mediante la práctica de su oficio de pescador. El pez, encontrado por Pedro es don gratuito de Dios que le posibilita pagar por sí mismo y por Jesús, ligándolo de esa forma más íntimamente con él.

         Esta unión realizada en la obediencia de la fe a la Palabra de su maestro, exige de Pedro realizar el mismo camino de Jesús hacia la Pascua. Esta produce la liberación plena del hombre, lo constituye hijo de Dios lo mismo que a Jesús y capacita al discípulo para poder vivir esa libertad en medio de las opresiones y sufrimiento de este mundo.

Confederación Internacional Claretiana

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         Al igual que los evangelistas Marcos y Lucas, Mateo también recuerda los 3 grandes anuncios de su pasión. La enseñanza es que Jesús tiene clara conciencia a dónde se dirige. Jesús ve este anuncio no con los ojos del yo personal que debe inclinarse ante una voluntad superior, sino con los ojos del Hijo del hombre ante quien no hay nada oculto.

         Ahora habla Jesús de "los hombres", de manera simple pero con mayor profundidad pues en realidad son los hombres los enemigos de Dios (Rm 5, 10), que deben ser reconciliados con él. Esa es la finalidad de la pasión: salvar el abismo entre Dios y los seres humanos, para que éstos puedan tener acceso a Dios. Agradezcamos a Cristo esta redención.

         La parte más larga de este texto que meditamos hoy es sobre el pago de un impuesto al Templo de Jerusalén, que debían hacer todos los varones israelitas. Este episodio que sólo se encuentra en Mateo destaca el protagonismo de Pedro y la invitación del evangelista a los miembros de su comunidad para que solucionen pacíficamente cualquier diferencia que pudiera existir entre ellos a causa de la distinta manera de entender el mensaje cristiano.

         Por otra parte, la respuesta de Jesús esta basada en una comparación profunda: el Señor del templo era Dios. Jesús es su Hijo. Los que creen en Jesús participan de esta filiación. Su libertad nace de su calidad de hijos. Pero, junto a esta libertad, quiere expresar también Jesús una actitud de respeto frente a la posible obligación legal y frente al templo en cuanto que es la casa de Dios. Y paga el impuesto.

         Jesús hizo muchas cosas a las que, por su calidad de Hijo, no estaba obligado; sin embargo, para que su libertad no ofendiera el sentir común, en este caso como en otros, paga el impuesto en cuanto tenía un significado religioso.

         Ante ciertos deberes sociales o políticos, el ejemplo de Jesús nos enseña que obedecer con libertad y no por miedo o servilismo es pagar un justo impuesto a la convivencia humana. Nos enseña a saber cumplir, como cristianos que estamos en el mundo sin ser de él, de manera coherente los deberes sociales y políticos de las sociedades en las que nos desenvolvemos.

         Finalmente el recurso al milagro del pez, sirve para poner de relieve su calidad de Hijo: es el Padre quien ha proporcionado lo necesario para pagar el impuesto.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         Como ciudadano de este mundo, tampoco Jesús pudo evadirse de esos asuntos tan terrenales como eran el pago de los impuestos, al que estaba obligado como súbdito del Imperio Romano y de esa aristocracia sacerdotal que regía los destinos del pueblo judío.

         Pues bien, estando en Cafarnaum, nos dice hoy el evangelista, se acercaron a Pedro los que cobraban el impuesto de las dos dracmas y le preguntaron, probablemente ejerciendo presión sobre él: ¿Vuestro Maestro no paga las dos dracmas?

         Pedro respondió de inmediato que , aunque sin dar más explicaciones. Llegados a casa, Jesús pidió a su discípulo opinión sobre este asunto: ¿Qué te parece, Simón? Los reyes del mundo, ¿a quién le cobran los impuestos y tasas, a sus hijos o a los extraños?

         Pedro le contestó: A los extraños. Y Jesús sacó las consecuencias: Entonces, los hijos están exentos. Sin embargo, para no darles mal ejemplo, ve al lago, echa el anzuelo, coge el primer pez que pique, ábrele la boca y encontrarás una moneda de plata. Cógela y págales por mí y por ti.

         Al parecer, el impuesto de las dos dracmas era un impuesto destinado a la conservación del Templo de Jerusalén. Por tanto, era un impuesto de carácter religioso, que debía pagar todo judío practicante de su religión. Y no pagar ese impuesto podría ser considerado un menosprecio hacia ese culto (que el dinero recolectado, para ese fin, quería amparar), o una desvinculación de la religiosidad oficial (o incluso una trasgresión de esa ley, que regía la práctica cultual judaica).

         Quizás fuese ese contexto (de obligatoriedad legal) lo que le llevase a Pedro a afirmar con rotundidad ante los cobradores del impuesto que su Maestro sí pagaba religiosamente lo debido. Pero en realidad, dicho pago no se había efectuado aún, como se indica a continuación.

         En efecto, sólo después de ese episodio fue cuando Jesús dio orden a Pedro de pagar el impuesto, con esa moneda de plata que encontraría en la boca del primer pez del lago que picara el anzuelo. Eso sí, tras haberle dado a entender antes que, en cuanto hijo de Israel, no tendría que estar obligado a pagar ese impuesto, dado que los impuestos (según lo acostumbrado en el Imperio Romano) se cargaba a los extranjeros y no a los propios ciudadanos, y ellos eran judíos y no extranjeros dentro de Israel.

         Como se ve, la práctica del impuesto cultual judío iba contra la práctica de todo reino soberano (como era Judea), y no recaía sobre los extraños sino sobre los hijos. Luego moralmente podía estar Pedro exento de pagarlo. No obstante, para no dar mal ejemplo le pide Jesús que lo pague.

         El detalle es significativo, porque el mismo Jesús, que no parece tener reparos a la hora de contravenir ciertos preceptos de la pureza ritual (observancia sabática...), en este caso y circunstancia (el pago de un impuesto) evita dar mal ejemplo, como no queriendo escandalizar.

         Si en otras ocasiones, como en ciertos enfrentamientos con los fariseos, Jesús parece buscar expresamente el escándalo de ciertas mentalidades (las aferradas a la observancia de la ley), aquí prefiere evitar un mal ejemplo para otros judíos, empezando por sus discípulos.

         Si el impuesto estaba destinado al sostenimiento del templo, parece justo y razonable que los creyentes judíos lo sostuvieran con sus aportaciones voluntarias, pero no de forma obligatoria y legal. Muy pronto, Jesús se postulará como el nuevo templo y la verdadera ofrenda, cuando dijo: Destruid este templo y en tres días lo levantaré. Por supuesto, Jesús hablaba del templo de su cuerpo. Pues bien, a pesar de este reemplazo cultual, Jesús pagará el impuesto reclamado por la ley para no darles mal ejemplo.

         Este criterio de conducta debería estar muy presente en nuestras vidas, porque hay cosas que no debemos hacer (para no dar mal ejemplo) y hay otras que sí debemos hacer (para no dar mal ejemplo). De lo que se trata, por tanto, es de no dar mal ejemplo, para estar limpios y poder dar buen ejemplo. De esta manera estaremos contribuyendo al mejoramiento de la sociedad.

         Si el mundo estuviera lleno de buenos ejemplos, llenos de civismo, responsabilidad, honestidad y cumplimiento de obligaciones (incluidas las tributarias), las cosas funcionarían mucho mejor.

         Cuando la Iglesia canoniza a un santo lo presenta ante la comunidad eclesial y ante el mundo como una vida ejemplar, esto es, digna de ser imitada. Ahí tenemos, por tanto, a un hombre (o mujer) que merece ser imitado por su ejemplaridad. Esto es lo que Jesucristo espera de cada uno de nosotros, a imitación de aquel que pasó por este mundo haciendo el bien.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 12/08/24     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A