13 de Agosto
Martes XIX Ordinario
Equipo
de Liturgia
Mercabá, 13 agosto 2024
a) Ez 2,8; 3,4
La Visión del Libro, que hoy escuchamos, pertenece a la 1ª profecía de Ezequiel, que relata la elección del profeta. Como la de otros grandes profetas, la vocación de Ezequiel se inscribe en una acción simbólica, que trata de explicar cómo la palabra de Dios se encuentra en los labios de un hombre.
Ya un ángel había purificado mediante el fuego los labios de Isaías (Is 6, 5-7), y el mismo Dios había introducido sus palabras en la garganta de Jeremías (Jr 1, 9). En el caso de Ezequiel, éste vive ya en una época marcada por la civilización escrita, y no es una palabra lo que el profeta recibe de Dios, sino un libro. En este aspecto, Ezequiel es un antecesor de los escribas y rabinos.
Mientras que Jeremías e Isaías recibían la palabra de Dios pasivamente (sin hacer nada), Ezequiel "come, digiere y asimila" la voluntad divina, que por otra parte sólo se revelará a través de la visión de las cosas. Es decir, no habrá palabra de Dios sino allí donde se dé, al mismo tiempo, la palabra del hombre. Como el resto de profetas, pero en mayor medida, Ezequiel ha tenido que poner en obra todas sus facultades, desarrollar sus recursos y respetar sus características.
Dios ha corrido un gran riesgo al querer que su Palabra no se halle más que donde ya se encuentra la palabra del hombre. Y lo ha logrado plenamente en Jesucristo, tan unido e identificado con la voluntad del Padre, que su palabra (y todo su ser) no ha podido ser más que Palabra y revelación de Dios. En el caso de Ezequiel, cuando se aborda el estudio de su profecía importa descubrir el funcionamiento de sus facultades humanas, el género literario que adopta para expresarse, y las mentalidades y tradiciones que han ejercido su influencia sobre él.
Como se ve, la palabra de Dios ha aprendido el lenguaje del hombre, y ha tenido la humildad de contentarse con revelar lo que debía revelar. Dios ha dejado de lado un super-lenguaje reservado para los iniciados, y se ha insertado dentro del lenguaje del hombre, y de las comunicaciones que este lenguaje establece entre los seres.
Maertens-Frisque
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Escuchamos hoy cómo Dios dijo a Ezequiel: "Tú, hijo de hombre, escucha lo que voy a decirte, y no seas rebelde como esta casa de rebeldes". Es decir, que nunca se escucha bastante, y a veces no escuchamos al otro sino a nosotros mismos, o bien interpretamos lo que queremos o preparamos interiormente lo que diremos después. Escuchar es una de las formas mas importantes del amor y del respeto, y para escuchar de veras al otro hay que vaciarse de sí mismo, y deshacerse de todo prejuicio.
Lo que dijo Dios a Ezequiel fue: "Abre la boca y come lo que te voy a dar". Como a otros profetas, Dios conduce a Ezequiel a hacer signos, a través de gestos simbólicos y significativos.
Entonces Ezequiel vio "una mano tendida hacia mí, que tenía un libro enrollado y escrito por ambas caras, lleno de cantos lúgubres, lamentaciones y gemidos". Y esa mano le dijo: "Hijo de hombre, come lo que se te ofrece, y ve luego a hablar a la casa de Israel".
El símbolo está claro: el profeta tendrá que transmitir la palabra de Dios, y su palabra humana tendrá un alcance divino. Pero para eso habrá tenido que asimilar 1º el pensamiento de Dios, para luego ser su portavoz. Y porque lo que se habla es acerca del exilio, con su cortejo de sufrimientos, lo que tendrá que comer es muy amargo: "luto, lamentaciones y gemidos".
En el caso presente, Dios pide a Ezequiel no recibir pasivamente la palabra de Dios, sino de forma dinámica: "Aliméntate y sáciate de este rollo que te doy". Es decir, sé tú el 1º en digerirla, asimilarla y hacerla tuya, antes de darla a conocer.
La imagen de la manducación de la Palabra evoca irresistiblemente, en los cristianos, el gran discurso de Jesús del cap. 6 de Juan, en el que Jesús afirma que él es el "verdadero Pan de vida", e invita a comer y vivir todos de ese pan: "Quien coma de este pan, vivirá eternamente". ¿Qué clase de hambre es la mía? ¿Me alimento suficientemente de la palabra de Dios? ¿Transformo esta Palabra en mi propia carne? Eso habría que hacer, de tal manera que no quedara todo en palabras, sino en comportamientos.
Ezequiel se comió el libro, el cual "fue en mi boca dulce como la miel". Así, las amarguras de la existencia, y las lamentaciones y gemidos de cada día, se suavizaron, al contacto apaciguador de la palabra de Dios. Aquí hay también un símbolo.
Sucede a veces que la palabra de Dios abre una herida, o una cuestión incómoda de afrontar. Así como sucede a veces que esa misma Palabra es dulzura y apaciguamiento. Eso es normal, pues en cualquier situación, la palabra de Dios es siempre una nueva noticia. Aconsejan muchos espirituales a repetir una frase muy sencilla de la Escritura, prestando atención a cómo la pronunciamos por los labios, y la vamos interiorizando en nuestra boca y espíritu.
Tras lo cual, dijo entonces Dios a Ezequiel: "Hijo de hombre, ¡levántate! Ve a la casa de Israel, y háblale con mis palabras". La manducación de la palabra de Dios pasa a ser responsabilidad apostólica: hay que ir a los hermanos.
Noel Quesson
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Tras la teofanía relatada ayer, Ezequiel recibió su vocación profética, que es la que hoy se describe. Como todo profeta, él es un hombre mortal ("hijo de hombre"; vv 8.1.3.4.10.16), que es enviado por Dios (v.1) para hablar en nombre de Dios (v.4).
Por eso, como 1ª obligación, el profeta ha de asimilar y hacer suyo el mensaje de Dios, interiorizándolo en su corazón y no pronunciándolo de oídas. Es lo que Ezequiel hace de manera gráfica, en la acción simbólica de "comerse el rollo", o libro en que estaba escrito todo lo que él había de decir al pueblo.
Como 2º deber, el profeta había de ser fiel a las palabras, por más que éstas fuesen desagradables para el pueblo, o ayes interminables de lamentación. Y en 3º lugar había de ser fuerte y valiente, para cumplir con éxito su deber. Y no sólo por las adversidades, sino porque tenía que predicar a los que no quieren escuchar (los desterrados, que continúan siendo "la casa de Israel"), y le podrían venir dudas de si seguir predicando o no.
Ezequiel tenía que cumplir su deber, para que "al menos sepan que hay un profeta entre ellos". Y Ezequiel cumple ese deber, haciéndose incluso responsable de la suerte de aquellos a los cuales es enviado. Les ha de avisar y amonestar (como un centinela que avisa del peligro que se acerca), y les ha de recordar que el que se acerca es el propio Dios (que castigará al que no se convierta).
No obstante, Ezequiel deja intacta la libertad de sus oyentes, para que libremente tomen su propia decisión. El lenguaje de Dios es siempre inteligible, hasta cuando habla en lengua extraña (como en Pentecostés). Pero la mala voluntad del pueblo lo hará ininteligible, incluso en su propio idioma (como en Babel).
Pedro Tosaus
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Ezequiel nos cuenta hoy con un gesto simbólico lo que le mandó Dios realizar: comer el rollo de su Palabra, antes de predicarla a los demás.
Dicha Palabra no era nada fácil ni agradable, pues estaba llena de "elegías, lamentos y ayes". Sin embargo, el profeta reconoce que le supo "dulce como la miel". Algo parecido a lo que le pasó a Jeremías, que también tuvo que decir palabras desagradables a sus contemporáneos, y que no podía dejar de decirlas, porque eran como "fuego devorador dentro de su ser" (Jr 20, 9). Sólo después de haber comido el rollo, recibe Ezequiel su misión: "Anda, vete a la casa de Israel y diles mis palabras".
A un profeta, y todos lo somos (porque se nos encarga ser testigos de Dios en el mundo), le resulta muy significativo este gesto de Ezequiel. Y a los que explicamos catequesis (o escribimos) nos interpela de modo especial. Porque antes de hablar a los demás, tenemos que comer nosotros esa palabra de Dios, acogiéndola, rumiándola, digiriéndola e interiorizándola. Sólo entonces podremos transmitirla de forma creíble, y no diremos palabras oídas o aprendidas en un libro, sino vividas primero por nosotros.
Ezequiel era un desterrado en medio de su pueblo, solidario con su dolor (más o menos a la fuerza). Pero ahora se hace su mediador, a través de su propia oración interior. Nos recuerda así a Jesús, que también tomó en serio su papel de sacerdote mediador, que todas las noches salía a rezar a los descampados.
Ojalá hagamos nosotros como Ezequiel y Jesús, como bien cantaba el salmista responsorial de hoy: "Tus preceptos son mi delicia, y tu promesa es dulce al paladar, más que miel en la boca. Tus preceptos son la alegría de mi corazón". No comuniquemos a los demás las palabras que a nosotros nos gustan, sino todas las que Dios ha pronunciado, aunque parezca que este mundo no las quiera oír.
José Aldazábal
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Los objetivos de un libro litúrgico deben trascender los límites de una estricta utilización cúltica, al igual que un árbol puede y debe dar distintas ramas y diversos frutos. En ese sentido, todo leccionario puede servir para la propia meditación, para la oración comunitaria, para la revisión de vida y para la animación de grupos y movimientos. Al igual que el Misal, el leccionario puede y debe convertirse en un libro para comer (de forma espiritual).
Y esto porque la palabra de Dios sólo estará viva (y no será un libro muerto) si hemos conseguido interiorizarla, compartirla y transfigurarla en oración. Así como convertirla en fuente de conversión, al igual que le ocurrió al todavía indeciso Agustín, cuyas voces interiores le decían "tolle, lege" (lit. toma y lee).
Tomar el libro sagrado, frecuentarlo asiduamente, y escuchar cómo habla Dios a través de él, es lo que hoy nos propone el profeta Ezequiel, a quien Dios pidió "comer su Palabra" (Ez 3, 1) para hacerse una sola cosa con ella. Un momento al que jamás llegaremos del todo, pero que hemos de perseguir constantemente, en la constancia de cada día.
Dominicos de Madrid
b) Mt 18, 1-5.10-18
El episodio de hoy tiene lugar en la misma casa donde estaban Jesús y Pedro. Es la casa que representa la comunidad de Jesús. Comienza así una instrucción que tiene como punto de partida la pregunta de los discípulos. El reino de Dios es la Iglesia, en la cual suponen los discípulos, según la mentalidad del judaísmo, que hay diferencias de rango.
"A un criadito" (del griego paidion, lit. aprendiz) denota un niño o niña de hasta 12 años (Mc 5,42). En muchas lenguas, los términos que designan a un joven se emplean para designar a un sirviente (mozo de cuerda, mancebo de botica...), pero en Grecia venía a ser un diminutivo de chico (lit. chiquillo), desde Aristófanes (el chiquillo de la tienda...).
En este pasaje no se trata de un chiquillo cualquiera, como aparece claramente a continuación ("el chiquillo éste" del v.4, y "un chiquillo de esta clase" del v.5). El chiquillo es un joven sirviente, que al ser colocarlo en medio, es hecho por Jesús centro de atención, y modelo para los discípulos.
"Si no cambiáis" (lit. si no dais la vuelta) significa un cambio de dirección (del griego no epistrepho, lit. no convertirse). "Estos chiquillos", en artículo anafórico, no se refiere a chiquillos cualesquiera, sino a la clase representada por el que Jesús ha colocado en el centro. "Hacerse como los chiquillos" significa renunciar a toda ambición personal. Siendo este cambio condición para entrar en el reino, está en relación con la opción expresada en la 1ª bienaventuranza (Mt 5, 3), que es la que permite entrar en el Reino; lo mismo, con la fidelidad exigida anteriormente (Mt 5, 20) y con "renegar de sí mismo" (condición para el seguimiento; Mt 16, 24).
"Se haga tan poca cosa", del verbo tapeino y del adjetivo tapeinos, no alude a la humildad psicológica, sino a la sociológica (la condición humilde). Pues el paso a lo psicológico se hace añadiendo un complemento de interiorización (por ejemplo, "de corazón"; Mt 11, 29), o con palabra compuesta (tapeinophrosune).
En la Iglesia, la grandeza se juzga por criterios opuestos a los de la sociedad. El que sirve, no el que manda, es el más grande. Toda ambición de preeminencia o de dominio queda excluida.
El chiquillo/servidor pasa a ser modelo de discípulo. La disposición al servicio debe acompañar al discípulo en la misión ("si alguien no os acoge"; Mt 10,14); ella hace que el discípulo lleve consigo la presencia de Jesús.
La conclusión de lo anterior viene enfatizada por Jesús con la comparación de los ángeles. Según la creencia judía, sólo podían contemplar el rostro de Dios los 7 ángeles del servicio. Más tarde, por subrayar la trascendencia divina, se pensó que ni siquiera éstos podían hacerlo. Para ponderar el respeto debido a los pequeños se apoya Jesús sobre esa imagen: los pequeños son delante de Dios los más importantes de los hombres; lo que a ellos ocurre tiene inmediata resonancia ante el Padre del cielo.
"A ver" implica un giro idiomático, usado para proponer una pregunta que introduce un tema diferente o un nuevo desarrollo del mismo tema (inexistente en griego). Hasta ahora se había tratado de no escandalizar a los pequeños mostrando superioridad y desprecio hacia ellos. Ahora, del cuidado que merecen.
La final Parábola de la Oveja Perdida está construida sobre el verbo extraviarse ("se le extravía" del v.12, "la extraviada" del v.12, "no se han extraviado" del v.13). El peligro de uno hace aumentar el amor por él y su salvación causa mayor alegría. El lugar de salvación para el individuo es la comunidad; fuera de ella está en peligro de perderse.
Juan Mateos
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De nuevo el relato de hoy esta constituido por dos pequeñas unidades que tienen como tema el significado de la grandeza en el reino de Dios.
En conformidad con su habitual estilo didáctico, el evangelista presenta a los discípulos preguntando y al maestro respondiendo. El punto de partida de la respuesta de Jesús es un gesto pedagógico: Jesús pone a un niño ante los discípulos y lo declara prototipo de grandeza en el reino de Dios. A partir de este gesto, Mateo elabora una cadena de sentencias impregnadas de matices característicos de su Iglesia.
El niño no será un ejemplo de inocencia o pureza, el niño es un ser débil, sin poder, sin pretensiones; no tiene nada que decir en la sociedad y debe limitarse a obedecer las órdenes que le dan los mayores; como los pobres en Mateo, sólo puede recibir con alegría lo que se le ofrece.
La llamada de Jesús a sus discípulos es a que renuncien a las pretensiones sobre el Reino y acepten con valentía lo que se les ofrece. Los discípulos deben cambiar sustancialmente su concepto sobre la grandeza. El volver a ser como niños no significa volver a ser el niño que se fue, sino en optar voluntariamente por la humildad y el servicio a los demás como única posibilidad de ser parte del reino de Dios.
Definido el concepto sobre "quién es el mayor en el reino de los cielos", y siguiendo con la habitual pedagogía de Mateo, se presenta la actitud pastoral por los pequeños mediante la Parábola de la Oveja Descarriada. El contenido de esta breve y sublime parábola es la alegría de Dios por encontrar "lo que estaba perdido".
La oveja de la parábola representa a los pequeños y a los pecadores del tiempo de Jesús, para quienes los fariseos y autoridades no tenían más que desprecios. Frente a los pequeños, para los que están perdidos (como la oveja de la parábola) no debe existir otra actitud sino la del pastor: ponerse en camino y afanarse para buscar y reincorporar al redil la oveja descarriada.
Todo el contenido del amor pastoral de Dios se concentra en la defensa de los pequeños. El verdadero pastor de la Iglesia será, a la vez, imagen, instrumento y presencia eficaz de este amor salvífico del Padre.
Fernando Camacho
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Todos hemos sido niños, y el volver a serlo no puede extrañarnos, pues Jesús dice a Nicodemo que hemos de nacer de nuevo (Jn 3, 3). Ser niño; he aquí uno de los alardes más exquisitos de la bondad de Dios hacia nosotros. He aquí uno de los más grandes misterios del amor, que es uno de los puntos menos comprendidos del evangelio, porque claro está que si uno no siente que Dios tiene corazón de Padre, no podrá entender que el ideal no esté en ser para él un héroe, de esfuerzos de gigante, sino como un niñito que apenas empieza a hablar.
¿Y qué virtudes tienen esos niños? Ninguna, en el sentido que suelen entender los hombres. Son llorones, miedosos, débiles, inhábiles, impacientes, faltos de generosidad, y de reflexión y de prudencia; desordenados, sucios, ignorantes y apasionados por los dulces y los juguetes.
¿Y qué méritos puede hallarse en semejante personaje? Precisamente el no tener ninguno, ni pretender tenerlo robándole la gloria a Dios como hacían los fariseos (Lc 16,15; 18,9). Una sola cualidad tiene el niño, y es el no pensar que las tiene, por lo cual todo lo espera de su padre.
"A mí me recibe" (Mt 10,40; 25,40). Recompensa incomparable de quienes acogen a un niño para educarlo y darle lo necesario en nombre de Jesús. Y máxima severidad (v.6) para los que corrompen a la juventud en doctrina o conducta. Escándalo es literalmente todo lo que hace tropezar, esto es, a los que creen, matando su fe en él, o deformándola.
En esto se funda la creencia en los ángeles custodios, en que "hay voluntad del Padre celestial de que ninguno se pierda". El verdadero sentido según el contexto se ve mejor invirtiendo la frase: "Es voluntad que no se pierda". Así lo demuestra la Parábola de la Oveja Perdida (Lc 15, 1).
Emiliana Lohr
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Al dictar severas leyes de pureza y al prescribir abluciones antes de las comidas, los fariseos habían excluido automáticamente de los banquetes sagrados a una serie de pecadores y publicanos. Cristo opone a ese ostracismo la misericordia de Dios, que trata incesantemente de salvar a los pecadores. Él mismo es, por tanto, fiel al deseo del Padre (v.14) cuando agudiza al máximo la búsqueda del pecador. Esta intención se refleja inmediatamente en la parábola de la oveja perdida.
Cierto que Mateo es más reservado que Lucas, puesto que no compara directamente la alegría del pastor que ha recuperado su oveja con la de Dios. Por lo demás, no dice que el pecador sea más amado que los demás: no hay que confundir alegría por las recuperaciones y amor a todos los hombres.
El hombre moderno experimenta, ante el tema clásico de la misericordia divina, cierta incomodidad. Existe la palabra misma que, en las lenguas modernas, evoca una actitud sentimental y paternalista; existe, sobre todo, la idea que provoca en la mente la impresión de una alienación religiosa, como si el cristiano que recurre fácilmente a la misericordia de Dios se dispensara también espontáneamente de sus verdaderas responsabilidades.
Ahora bien, la Biblia propone un concepto de la misericordia mucho más profundo. Este término pertenece rigurosamente al lenguaje más elevado de la fe. En cuanto al amor, evoca tanto el aspecto de fidelidad al compromiso adquirido como el aspecto de ternura del corazón. En una palabra, designa una actitud profunda de todo el ser.
La experiencia de la condición miserable y pecadora del hombre ha dado cuerpo a la noción de la misericordia de Dios, que se nos presenta como la actitud de Dios ante el pecado del hombre. No se trata tan sólo de pasar la esponja: la misericordia de Dios no es ingenuidad, sino invitación a la conversión e invitación a practicar a su vez la misericordia respecto a los demás hombres, especialmente respecto a los paganos (Sab 23, 30-28, 7).
En este punto Jesús es fiel a las perspectivas del AT. Presenta la misericordia de Dios en todas sus consecuencias, vinculándola al ejercicio de la misericordia humana para hacer de ella una empresa combinada de Dios y del hombre, respuesta activa del hombre a la iniciativa previsora de Dios. Refleja una misericordia sin fronteras, accesible a los pecadores y a los excomulgados.
Los cristianos son invitados, en primer lugar, a hacer la experiencia espiritual de la misericordia divina para con ellos: Dios los acepta tal como son; nunca llega a consumarse la ruptura entre Dios y ellos: Dios está siempre allí, anda incluso siempre en su busca. Por tanto, siempre es posible el recurso a la buena disposición paterna. Pero entiéndase bien: el pecador no es realmente un arrepentido si la misericordia divina no le llama no sólo a la conversión, sino también al ejercicio de la misericordia para con las demás miserias humanas.
De igual modo, la Iglesia, en cuanto cuerpo, no habrá comprendido realmente la misericordia divina que la fundamenta en la existencia, hasta el día en que aparte los obstáculos a que da origen la institución eclesial para llegar hasta los pobres y los pecadores de su tiempo, al mismo tiempo que respeta su dignidad.
Maertens-Frisque
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Según el plan de Mateo, entraremos hoy en el cuarto gran discurso de Jesús; Mateo ha reagrupado en él unas enseñanzas, todas ellas versan alrededor del tema de la vida eclesial.
Los apóstoles preguntan a Jesús: "¿Quién es más grande en el reino de Dios?". Jesús llamó a un niño, lo puso en medio y contestó: "Cualquiera que se haga tan pequeño como este chiquillo, ése es el más grande".
Es la 1ª regla de vida eclesial: cuidar de los más pequeños, y hacerse uno mismo pequeño. Hay que tratar de imaginarse bien esa escena: una asamblea de 12 hombres graves y adultos tomándose muy en serio las prelaciones a respetar, y las jerarquías a establecer.
"¿Quién es el más grande?". Jesús llama a un chicuelo de la calle y lo lanza (algo asustado) en medio de esos grandes personajes. Tras lo cual, responde: "Haceos como él". ¡Qué cambio total! Cada uno de nosotros, según su temperamento, puede meditar sobre esta 1ª consigna: "Haceos como niños". Lozanía, belleza, inocencia del niño... ¿por qué no? Pero el ápice del pensamiento de Jesús gira hacia otro aspecto: grande y pequeño. Así, lo esencial para Jesús parece ser el permanecer dependientes, no dárselas de listo, ni de grandes personas; el niño no puede vivir solo, no se basta a sí mismo, necesita sentirse amado, todo lo espera de su madre.
"Y el que acoge a un chiquillo como éste por causa mía, me acoge a mí". Toda la gran doctrina del Cuerpo Místico, que más tarde desarrollará San Pablo, está ya en germen en esta sencilla fórmula. Todo lo que se hace por el menor, por el más pequeño, es a Cristo a quien se hace.
El que toca a un niño, toca a Jesús. San Pablo descubrirá esto en el camino de Damasco: "Yo soy Jesús, a quien tú persigues". Esta es la base de toda la vida eclesial: el respeto a todo hombre, en especial a los más débiles. ¡Cuán lejos estamos de esto, muchas veces!
"Cuidado con mostrar desprecio a un pequeño de esos, porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en el cielo el rostro de mi Padre celestial". Tampoco importan a los ojos de los hombres aquellos a quienes se considera como insignificantes, pero tienen un peso infinito ante Dios. ¿Cómo podríamos no darles importancia, olvidar su existencia?
"Suponed que un hombre tiene cien ovejas y que una se le extravía; ¿no deja las noventa y nueve en el monte para ir en busca de la extraviada?". Esta es también una regla esencial de la vida en la Iglesia.
Los fariseos eran unos separados, y juzgaban severamente a los pecadores y a los caídos en alguna falta, los cuales eran excluidos de las comidas sagradas, como enemigos de Dios. Ahora bien, precisamente, Dios actúa completamente al revés: ni siquiera espera el arrepentimiento del pecador para amarle, ¡antes bien, abandona todo lo restante para ir en su búsqueda!
Pues así es la voluntad de Dios: que no se pierda ni uno de esos pequeños. En nuestras iglesias ¿qué se hace por esos pequeños amados de Dios? ¿Y por los que Jesús está dispuesto a ir hasta el final? Lo dice hoy: pronto derramará su sangre por ellos.
Noel Quesson
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El cap. 18 de san Mateo, que leemos desde hoy al jueves, nos propone el 4º de los 5 discursos en que el evangelista organiza las enseñanzas de Jesús. Esta vez, sobre la vida eclesial, y de ahí que se llame Discurso Eclesial.
La 1ª perspectiva se refiere al quién es el más importante en esta Iglesia. Es una pregunta típica de aquellos discípulos, todavía poco maduros y que no han penetrado en las intenciones de Jesús. La respuesta, seguramente, los dejó perplejos.
El más importante no va a ser ni el que más sabe ni el más dotado de cualidades humanas: "Llamó a un niño, lo puso en medio y dijo: Os digo que, si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el Reino". ¿Un niño el más importante?
La Parábola de las Cien Ovejas y de la que se descarría parece que hay que interpretarla aquí en la misma línea que lo del niño: cada oveja, por pequeña y pecadora que parezca, comparada con todo el rebaño, es preciosa a los ojos de Dios: él no quiere que se pierda ni una.
Nos convenía la lección, si somos de los que andan buscando los primeros lugares y creen que los valores que más califican a un seguidor de Jesús son la ciencia o las dotes de liderazgo o el prestigio humano.
"Hacerse como niño" no es volver a tener los defectos de antes, sobre todo de egoísmo y capricho. Pero lo que parece que vio Jesús en un niño, para ponerlo como modelo, es su pequeñez, su indefensión, su actitud de apertura, porque necesita de los demás. Y, en los tiempos de Cristo, también su condición de marginado en la sociedad.
"Hacerse como niños" es cambiar de actitud, convertirse, ser sencillos de corazón, abiertos, no demasiado calculadores, ni llenos de sí mismos, sino convencidos de que no podemos nada por nuestras solas fuerzas y necesitamos de Dios. Por insignificantes que nos veamos a nosotros mismos, somos alguien ante los ojos de Dios. Por insignificantes que veamos a alguna persona de las que nos rodean, tiene toda la dignidad de hijo de Dios y debe revestir importancia a nuestros ojos: "Vuestro Padre del cielo no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños".
Jesús vino como el Siervo, no como el Triunfador. No vino a ser servido, sino a servir. Nos enseñó a no buscar los primeros lugares en las comidas, sino a ser sencillos de corazón y humildes. Los orgullosos, los autosuficientes como el fariseo que subió al Templo, ni necesitan ni desean la salvación: por eso no la consiguen.
José Aldazábal
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¿Cuántos de nuestros contemporáneos no tienen más que un comportamiento espiritual infantil? Viven ante Dios como niños de 3 años, reduciéndolo al papel de policía o de contable que castiga las faltas o sopesa los méritos. La religión es para ellos una acumulación de ritos y preceptos a los que es necesario ser fiel si se quiere ganar el cielo y salvar el alma; los sacramentos, los medios privilegiados para recuperar la buena conciencia o alimentar el sentimentalismo; y el pecado, la trasgresión de una ley que debe evitarse por temor al castigo que le seguirá.
En resumen, que no están suficientemente evolucionados para acceder al reino del espíritu, permaneciendo bajo el régimen de la ley y de la letra. Tener espíritu de niño es una cosa y seguir siendo niño es otra bien diferente.
Los escribas y fariseos no ven en el pecador más que a un enemigo de Dios. ¿No es también esa la actitud de aquellos que juzgan con excesiva severidad los fallos de los otros? En cambio, Dios obra de muy distinta manera. No espera el arrepentimiento para amar al pecador sino que lo deja todo para ir en su búsqueda.
El responsable de la Iglesia es, pues, el encargado de revelar al pecador que Dios le ama (1Jn 4,10.19; 2Cor 5,20) y se preocupa de su salvación. ¿Se dan siempre cuenta los ministros de la Iglesia de esta responsabilidad? ¿No están acaso tan absorbidos por la administración del rebaño fiel que no encuentran tiempo de ocuparse de los pequeños? ¿No da a veces también la Iglesia la impresión de ser una institución demasiado pesada de manejar para hacer entrar en su seno a los pobres y pecadores respetando su dignidad?
Colete Hovase
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El cap. 18 de hoy es llamado el Sermón Comunitario, pues Jesús da normas esenciales para la vida eclesial. Pide consideración y cuidado por los pequeños. Este término se refiere no sólo a los niños sino a todos los ignorados y descuidados por la comunidad.
Los discípulos desean saber quién es el mayor. Y Jesús les responde poniendo a un niño en medio de ellos. El niño es el ser que tiene necesidad de todo y de todos; así el que sigue a Cristo debe sentirse plenamente dependiente de Dios. En este contexto, se entiende que se introduzca el tema de la conversión, tan familiar en la predicación de los profetas (Jr 3,14-22; 31,13-23; Ez 14,6). La conversión, cambio de mentalidad, reorientación de nuestra vida hacia el Señor y el cumplimiento de su voluntad. Se la compara con un nuevo nacimiento.
Todos los discípulos, por pequeños que sean (v.10), son hijos de Dios. Ni siquiera los más insignificantes han de ser despreciados, porque están bajo la protección y cuidado especiales de Dios. La frase "sus ángeles contemplan en el cielo el rostro de mi Padre" no se preocupa en absoluto de los ángeles, ni tiene el menor interés por ellos.
Según una creencia eran pocos los ángeles que tenían acceso directo a Dios. Teniendo en cuenta estos presupuestos, la enseñanza recae en la dignidad de los pequeños que creen en Jesús: si sus ángeles tienen esa dignidad, ¡cuánta mayor será la dignidad de los creyentes a cuyo servicio están!
Gaspar Mora
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Jesús manda hoy hacerse como niños, aunque al expresarse así no está pensando en la proverbial inocencia de los niños. Piensa, sobre todo, en su humildad: el niño no tiene pretensiones, sabe que es niño y acepta su niñez, su impotencia frente a la vida, la necesidad que tiene de sus padres para subsistir. Viven en la humildad, es decir, no haciéndose menos de lo que son, sino reconociendo lo que son.
Tengamos por cierto que el ser humano no necesita hacerse menos de lo que es para ser humilde. Además recibir el reino significa entrar en una relación íntima con el Padre celestial, en la que cada persona es igualmente querida para Dios.
Por esta razón, cuando los discípulos preguntan por su categoría y rango, el tipo de jerarquía habitual en el mundo secular, la respuesta de Jesús es poner como lección viva a un niño pequeño en medio de ellos. Quienes pertenecen al reino se ven como hijos del Padre celestial (Is 63,16; 64,8), pues sólo siendo hijo suyo se puede entrar en el reino. La única categoría que cabe tener es la que el Padre celestial da a todos sus hijos.
La verdadera grandeza procede de estar en una relación dependiente y confiada con el Padre en solidaridad con Jesús como Hijo de Dios, a través del cual se ha revelado el Padre (Mt 25, 31-46). La filiación divina requiere de conversión. Si queremos ser verdaderamente hijos de Dios debemos conducirnos con humildad.
Severiano Blanco
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Dos grandes enseñanzas nos vienen de este pasaje de la Escritura.
La 1ª nos ayuda a entender que la grandeza del hombre, contrariamente a lo que el mundo nos diría, no está en ser el más importante (de la oficina, de la escuela, del fútbol), sino en el vivir con sencillez la vida, como lo hace un niño. El niño no se afana por estas ideas de nosotros los adultos. Su mundo infantil esta lleno de pequeñas cosas, de sencillez, de mansedumbre y de inocencia.
La 2ª, y que quizás hoy tiene una importancia capital, es el cuidado que debemos tener con los niños, sobre todo en su formación. Nuestros niños crecen hoy expuestos a muchos y graves peligros en su formación. La televisión, los vídeo juegos, la falta de atención de muchos padres, que bajo la premisa del trabajo de ambos los dejan crecer sin mucha tutela, hacen que nuestros pequeños pierdan rápidamente la inocencia, y se hagan adultos en unos cuantos años.
Y lo más grave es que se hacen adultos con criterios muchas veces contrarios al evangelio. Su mundo hoy está formado por monstruos espaciales, armas, guerras, mujeres que distan mucho de ser el ideal femenino y una gran violencia. Es necesario que tomemos con seriedad lo que hoy nos dice Jesús: "El Padre no quiere que ninguno de estos niños se pierda". La pregunta que surge es: Y tú, ¿qué vas a hacer?
Ernesto Caro
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"El que se haga pequeño como este niño, ése será el más grande en el Reino de los Cielos". La frase de Jesús es compleja, y gráficamente es lanzando tras poner los ojos en "un niño". Doctrinalmente, Jesús la lanza con su mensaje sobre el estilo o forma paradójica de ser en el reino de Dios. En el reino de Dios es grande quien es o se hace pequeño, y todo el que quiere ser grande ha de hacerse espiritualmente pequeño.
Decididamente, el modo de pensar y actuar divino es muy distinto del nuestro, acaso porque los intereses de Dios difieren mucho de los nuestros. Según las palabras de Jesús, un niño, un pobre, un humilde servidor, pueden ser verdadero tesoro espiritual. Pero está claro que esto sólo resulta perceptible a quien posea finura o agudeza de sentidos y espíritu liberado de la carne, pues en una sociedad consumista los tesoros que realmente interesan no son ésos sino los de valor contante y sonante, calculable, ponderable, material.
¡Qué paradoja! Cuando nosotros, hombres adultos y experimentados (banqueros, médicos, químicos...) somos los que vivimos, ¿cómo puede haber alguien que diga que la columna vertebral de una sociedad (o reino) la constituyen los que son como niños?
Pues ahí tenemos el gran problema: que en esta tierra, la llave del reino está en manos del dinero y del poder, mientras que en la otra tierra la llave del Reino está en el amor y pureza de corazón. Hay que elegir.
Dominicos de Madrid
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El pasaje de hoy da inicio al 4º discurso de Jesús consignado por el evangelio de Mateo, que ha recibido el nombre de Discurso Eclesiástico. Los versículos agrupados por la liturgia reciben su unidad gracias a los términos niño (vv.2-5) y pequeño (v.14). En definitiva, Jesús quiere establecer que los niños y pequeños sean signo de la presencia de la Iglesia, y de esa forma puntualizar la manera de comportamiento entre los discípulos dentro de la realidad eclesial.
El punto de partida está dado por la pregunta de los discípulos sobre quien debe ser considerado mayor en el Reino. Dicha pregunta surge de la mentalidad triunfalista de los discípulos que, como en ocasiones anteriores, no han comprendido plenamente la enseñanza de Jesús sobre el Reino.
A este falso planteamiento de la cuestión, Jesús responde con un signo parabólico semejante al usado por algunos profetas del AT. Coloca "en medio" a un ser aparentemente insignificante para la consideración social. Se trata de un menor que no ha llegado a la edad de los 12 años y que cumple las tareas más humildes en el hogar. El término empleado se puede traducir como niño (lit. criadito).
De este gesto simbólico, Jesús va a proporcionar una solemne explicación, subrayada por la repetición de un solemne "os aseguro" (vv.3.10.13). Dicha explicación invierte los roles sociales colocando en el centro a lo que según los criterios vigentes pertenecen al orden de lo periférico.
De ese modo se exige a los discípulos que abandonen la mentalidad que subyace en la pregunta que han formulado precedentemente. Se exige de ellos un cambio o conversión que transforme la forma usual que han tenido de relacionarse hasta ese momento. Se debe dar la espalda de las valoraciones anteriores si se quiere entrar en el Reino.
En las relaciones producidas por la presencia de éste, el pequeño se identifica con el mismo Jesús y, por ello es criterio de juicio para todo acto humano. Su acogida, por motivo de Jesús, es acogida a Jesús mismo que se ha hecho uno de ellos.
En el v. 10 se señala una seria advertencia respecto a la actitud contraria de la anterior. El desprecio a los pequeños es una conducta reprobable. El pequeño es objeto de la preocupación solícita de Dios y es necesario por tanto respetar el ámbito de sacralidad, producto de esa acción divina: "Sus ángeles están viendo siempre en el cielo el rostro de mi Padre celestial".
En esta perspectiva, el evangelista inserta aquí la Parábola de la Oveja Perdida, referida a los pecadores por el evangelio de Lucas. Desde el contexto podemos afirmar que la oveja perdida simboliza aquí todo aquel que en la vida comunitaria es despreciado por su aparente falta de importancia.
La comunidad entonces se convierte en la principal responsable de que pueda mostrarse adecuadamente la actitud de Dios respecto a dichas personas. La forma concreta de la valoración que Dios realiza debe hacerse patente en una actitud comunitaria de plena acogida y de búsqueda respecto a aquel que se siente en inferioridad de condiciones. La opción por tal persona es el único modo de manifestar el designio universal salvífico de Dios.
Confederación Internacional Claretiana
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A la par que los extranjeros, los enfermos y las mujeres, los niños carecían también de valor en el mundo antiguo. Su simplicidad y actitud ante la vida eran despreciadas en la mentalidad de la cultura antigua. Solo los varones adultos tenían algún valor.
Los discípulos se acercan a Jesús llenos de prejuicios impuestos por su cultura. Se preciaban de su posición como varones adultos y aspiraban a ser hombres de prestigio a la sombra del Maestro.
La respuesta de Jesús es realmente sorprendente. Llama a un niño de los que sirven en la casa y lo pone como medida de lo que debe ser la persona nueva. Los discípulos debieron quedar totalmente sorprendidos. Para ellos no era posible que el modelo a seguir fuera precisamente un insignificante niño. Jesús, sin embargo, aprovecha ese significado de la niñez en aquella cultura para ilustrar cuál es el ideal del discípulo.
Los discípulos se deben hacer como niños. Para esto es necesario cambiar de mentalidad, abandonar todas las ínfulas de grandeza y servir a la comunidad desde la más profunda humildad. La Iglesia, a la vez, debe prepararse para recibir a estos servidores, pues puede ocurrir que sean relegados, siendo que precisamente estas personas serviciales y sencillas son las principales en el reino de Dios.
El cambio de mentalidad es un reto. Nosotros hoy estamos influidos por medios de información que nos llenan la cabeza de prejuicios estereotipados. Debemos tener una conciencia crítica ante esto y transformar nuestra mentalidad para que sea conforme al evangelio. No podemos caer en el juego del afán de éxito y lucro olvidando la sencillez y el servicio que nos pide Jesús cada día.
Servicio Bíblico Latinoamericano
c) Meditación
Según nos dice hoy Mateo, los discípulos de Jesús no se limitaban a discutir quién es el más importante, sino que se acercan al Maestro con esta pregunta: ¿Quién es el más importante en el reino de los cielos? Es decir, que ya no se trata de saber quién era el más importante de ellos según sus cualidades terrenas, sino según los criterios de esa nueva sociedad que era el Reino de los Cielos.
Inmediatamente, Jesús llamó a un niño, lo puso en medio, y les dijo: Os digo que si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Por tanto, el que se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el reino de los cielos.
Jesús habla a adultos, y les propone volver a ser como niños como condición para entrar en el Reino de los Cielos. Y aquí está el dilema, pues ¿estaba aludiendo Jesús a la inmadurez psicológica, como algo propio de ese Reino? Porque lo que está claro es una cosa: que volver a ser como niños no puede ser una regresión a la infancia biológica (cosa del todo imposible).
Volver a ser como niños es más bien recuperar la conciencia de la pequeñez (algo connatural a los niños) y en cierta medida su docilidad, a la hora de confiar y dejarse guiar por lo que les dicen (= creer) los mayores. En definitiva, es recuperar la posibilidad de creer, pues ¿cómo podrán entrar en ese Reino los que se fían tan sólo de sí mismos (por cierto, tan equivocados), y no de los demás?
Freud diría que hacerse niño sería una regresión anómala o patológica en un adulto, pues según él ya hemos alcanzado la madurez para poder emanciparnos de este Dios que nos ha sido impuesto. Pero Jesús no es de la misma opinión, y por eso dice que para entrar en el Reino de los Cielos es necesario recuperar la conciencia de hijos de Dios.
Sí, hacerse como niños significa recuperar la pequeñez perdida, y desde ella empezar a entablar relación con Dios, pues ¿cómo querer entrar en el reino de Dios, y formar parte de esta familia de Dios, no sintiéndose necesitado de nada? Por lo menos, habrá que estar necesitados de Dios (al igual que todo niño está necesitado de su padre).
Hacerse como niños es volver a sentir la necesidad de Dios Padre. Y el que más sienta esta necesidad, ése será sin duda el que se va a ir haciendo más grande en el Reino de los Cielos.
Acoger a un niño es acoger estos valores. Y acogerlo en nombre de Cristo es acoger estos valores como los propios para la vida cristiana. Es en lo que consiste la infancia espiritual: en volver a sentirse hijo de Dios.
Finalmente, lanza Jesús una advertencia: Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en el cielo el rostro de mi Padre celestial. Despreciar a uno de esos pequeños no es sólo despreciar la pequeñez, sino también a aquellos que tienen el honor y la dicha de contemplar ya el rostro de Dios.
¿Qué os parece?, les dijo a continuación Jesús, como reclamando su juicio: Suponed que un hombre tiene cien ovejas; si se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve y va en busca de la perdida? Y si la encuentra, os aseguro que se alegra más por ella que por las noventa y nueve que no se habían extraviado.
El pastor que sale tras una oveja perdida, y deja a las otras 99 a buen recaudo, es que realmente tiene interés por cada una de sus ovejas, porque una oveja perdida entre 100 es, en términos porcentuales, el 1% de pérdida, una insignificancia para el riesgo que supone perder las otras 99.
Según este pastor, cada una de sus ovejas, una por una, tienen un valor absoluto, y por eso no puede permitir el extravío de una sola de ellas, y por ello sale en su búsqueda. De ahí que, cuando la encuentre, se alegra más por ella que por las noventa y nueve que no se han extraviado, porque finalmente no ha perdido a ninguna de sus ovejas, y el peligro (la que se había perdido) ha pasado.
Pues bien, acaba diciendo Jesús, enlazando con la pequeñez en el Reino de los Cielos, tampoco vuestro Padre del cielo quiere que se pierda ni uno de estos pequeños.
A esto es a lo que quiere llegar Jesús, a hacernos entender el interés de Dios por cada uno de nosotros (sus pequeños). Dios es el primer interesado en nuestra salvación, y no quiere que se pierda ni una sola de sus criaturas, y para esto nos pide recuperar la pequeñez.
Si esta es la voluntad de Dios, tan positivamente volcada en nuestra salvación, hemos de esperar que él pondrá todo lo que esté de su parte por lograr este objetivo (incluida la sangre de su Hijo). No lo pongamos en duda, pero tampoco lo tiremos por la borda escapándonos y perdiéndonos como esa oveja descarriada.
Si Dios no se ahorró en ello la sangre de su Hijo, tampoco ahorrará esfuerzos, ni entradas y salidas, ni llamadas, ni intentos, ni travesías... con tal de recuperar a cualquier hijo extraviado, aunque para ello tenga que atravesar los más desconcertantes y complejos parajes de este mundo.
Con la certeza de que Dios nunca nos dará por perdidos, por muy alejados que estemos de él, conservemos siempre la esperanza del retorno, de la recuperación y del reencuentro. Y confiemos siempre en el éxito de sus salidas, de sus búsquedas y de sus empeños salvíficos.
JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología
Act: 13/08/24 @tiempo ordinario E D I T O R I A L M E R C A B A M U R C I A