14 de Agosto
Miércoles XIX Ordinario
Equipo
de Liturgia
Mercabá, 14 agosto 2024
a) Ez 9,1-7; 10,18-22
La página que leemos hoy tiene ciertos caracteres chocantes. Sabemos que Ezequiel era un visionario, y que sus imágenes eran brillantes y fuertes, como una película de violencia. Pero atendiendo a nuestro estado de vida, y a nuestras necesidades espirituales, lo más conveniente hoy es:
-dejarnos
alertar profundamente por las amenazas que se expresan,
-orar
a partir de los elementos más positivos que se contienen.
En efecto, el Señor Dios "gritó con fuerte voz" a los oídos de Ezequiel. Con frecuencia, el Dios de Ezequiel es un Dios que grita, sobre todo porque eran tantas las personas que en aquella época vivían de ilusiones, sin percatarse de la amenaza que se aproximaba, que había que gritarles para que se enteraran. Lo mismo que en la época de Jesús, cuyos "corazones se hacían pesados por el libertinaje, viniendo aquel día de improviso sobre ellos, como un lazo" (Lc 21, 34).
Lo que Dios gritó a Ezequiel es descrito a continuación: "Se acercan los castigos a la ciudad, y a cada uno con su instrumento de destrucción". Ya en sus días Pascal tradujo, en términos inolvidables, la condición del hombre siempre amenazada, subrayando la increíble ligereza de los que no quieren pensar en ello:
"Si un hombre desconoce que ha sido dada una orden de detención contra él, y se entera cuando falta sólo una hora para su detención, resultaría completamente antinatural que emplee esa hora para jugar a las cartas, antes que buscar enterarse quién ha dado esa orden de detención, para tratar revocarla".
Pero sigamos con la narración, porque Dios dijo a Ezequiel: "Recorre la ciudad y marca con una cruz en la frente a todos los hombres que gimen y lloran, por todas las abominaciones que se cometen en ella". Es decir, que los que sepan reconocer el pecado del mundo, y llorar por este pecado, serán los lúcidos de los que habla Pascal, en la hora previa a su detención. Una imagen que también recordará San Juan en su Apocalipsis: "Esperad y no causéis daño a la tierra, hasta que marquemos en la frente a los servidores de nuestro Dios" (Ap 7, 3).
Tras lo cual, viene la visión a lo grande: "La gloria del Señor abandonó el umbral del templo, y se posó sobre los querubines. Los querubines desplegaron sus alas y se elevaron del suelo ante mis ojos. Entonces vi al ser vivo que ya había visto antes, debajo del Dios de Israel, junto al río Kebar".
Tras esta imagen, hay varias verdades importantes. La 1ª es que Dios abandona el Templo de Jerusalén para ir a reunirse con los deportados, allá donde ellos sufran, y a las orillas del río de Babilonia. La 2ª es que resulta inútil permanecer gimiendo por el drama de la ruina del templo, pues Dios va a habitar en tierra extranjera (es decir, el Señor no está ligado a ningún santuario, ni a un lugar determinado, sino que está presente en todas partes).
Ayúdame, Señor, a tener yo también esta convicción, la de que tú estás conmigo, en el lugar mismo de mis actividades y en el centro de mis pruebas. A la samaritana que preguntaba a Jesús por el lugar más favorable para dar culto a Dios, Jesús le dirá: "Ni en esta montaña, ni en Jerusalén, adoraréis al Padre. Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad" (Jn 4, 21-23).
Noel Quesson
* * *
Como culminación del pasaje leído ayer, con la acusación y castigo por parte de Dios, vemos en la lectura de hoy cómo la gloria del Señor (su presencia) se aleja del templo y de su ciudad, como castigo al pecado de los habitantes de Jerusalén. Dios abandona el templo y la ciudad, pero porque el pueblo antes le ha abandonado a él. Sin embargo, no es eso lo que creen los habitantes de Jerusalén, que por lo visto parecen ser más optimistas (por no decir los buenos, los elegidos, y a los que Dios no castiga).
Pero el pensamiento de Dios es diferente. En 1º lugar, porque aunque Dios haya castigado y deportado a los judíos a Babilonia, no se ha alejado de ellos, y ha continuado viviendo en medio de ellos siendo su Dios (para dirigir personalmente su purificación interior, arrancando su corazón petrificado por los dioses de piedra). Y en 2º lugar porque Dios sabe y alude a un nuevo éxodo, y para ello necesita forjar un nuevo pueblo, dotado de un nuevo corazón (de carne, y no ya de piedra).
Y es que no basta con cambiar las estructuras externas (como sucedió en el Exodo de Egipto, en que el pueblo marchó a la tierra prometida sin haberse antes convertido, y creó instituciones meramente ritualistas), si no se han purificado las personas que mueven esas estructuras (como sucederá en el Exodo de Babilonia, en el que Dios dará al pueblo un corazón sensible a las nuevas exigencias de Dios y del prójimo).
Pedro Tosaus
* * *
El profeta Ezequiel está en el destierro de Babilonia, pero su espíritu vuela hoy a Jerusalén y nos presenta un cuadro impresionante de matanzas y desgracias (distinto al que tuvo lugar el 587 a.C, y con tinte más bien apocalíptico).
En dicho cuadro, un personaje misterioso (un "hombre vestido de lino") marca en la frente a una serie de ciudadanos (los que "gimen por las abominaciones que se cometen en la ciudad"), posiblemente por haberse resistido a la tentación de la idolatría, y haberse mantenido fieles a la Alianza de Dios. Los que llevan esa marca se salvan (son el "resto de Israel"), mientras que el resto (empezando por los ancianos y dirigentes) son exterminados.
Para que no se vulgarice dicha visión (diciendo que dichos verdugos fueron los ejércitos babilonios), atribuye Ezequiel la autoría de dicha matanza a Dios, capaz de servirse de cualquier instrumento (babilonios, asirios o egipcios) para llevar a cabo su castigo.
Hay un detalle simbólico que deja un resquicio al optimismo: la gloria del Señor sale del templo, y se dirige al norte. Es decir, sí que hubo presencia de Dios en su pueblo (general y universal, a través del templo), y seguirá habiéndola en otra parte (para quien la busque, como hizo el resto de Israel).
En medio de un mundo tan corrupto e idólatra, el resto de Israel debería ser hoy la Iglesia, sobre todo a la hora de ser fermento y semilla de la nueva humanidad de Dios. Porque Dios sigue teniendo planes de salvación, y sigue creyendo en la humanidad.
La visión de Ezequiel iba dirigida también a los judíos que vivían en tierra pagana (Babilonia), rodeados de toda serie de tentaciones (materiales, religiosas, morales...). Y les vino a decir que si los idólatras de Jerusalén fueron castigados, igual destino podrían tener los idólatras del destierro.
La marca en la frente, que según Ezequiel era la garantía de su salvación, aparecerá de nuevo en el Apocalipsis, al igual que fue decisiva para las familias hebreas en Egipto, en la noche decisiva del paso del ángel exterminador. En la visión de Ezequiel, se salvaron los que llevaban la señal en la frente, así como en el Apocalipsis se aludirá a los "ciento cuarenta y cuatro mil sellados de Israel" (Ap 7, 3).
Para nosotros, la marca salvadora es la cruz de Jesucristo, camino de la salvación y núcleo de la nueva humanidad. Y somos conscientes de que, tanto si estamos dentro de la amurallada Jerusalén, como si estamos en las incertidumbres del destierro, Dios estará con nosotros para ayudarnos.
José Aldazábal
* * *
El profeta Ezequiel nos hace hoy una descripción de cuanto (en éxtasis) él contempló del trono de Dios, envuelto en su gloria. Es el paso previo (o preludio) de un cúmulo de revelaciones y oráculos que va a empezar a lanzar de inmediato el profeta, en nombre del mismo Dios.
Ezequiel interpela directamente a nuestra imaginación, utilizando materiales que ya conocemos, y poniéndonos en situaciones que ya hemos vivido... para recomponer y purificar nuestro corazón, y hablarnos no de eso (que ya conocemos) sino de lo otro (que todavía no conocemos), con el fin de que no repitamos los errores pasados a la hora de la verdad.
Lo importante, pues, es que volvamos al Señor (rico en misericordia), que jamás se olvida de nosotros ni nos deja sin amparo. Pero si nosotros lo abandonamos, y nos vamos con otros dioses, no le culpemos a él de las desgracias que nos puedan venir, sino a esos dioses con quienes nos hemos ido.
Ezequiel recuerda que el Señor "se elevará en su gloria", y que "se alejará de aquel que lo ha rechazado". Y no porque Dios lo deje de amar, sino porque tiene la puerta cerrada, mientras su amante se aleja y va con otros. Sin embargo, Dios estará siempre dispuesto a volver con todo su amor de Padre, cuando con sinceridad "se le busque", y cuando arrepentidos le pidamos perdón y volvamos a "ir por sus caminos".
Cuando esto suceda, el Señor nos marcará y nos sellará con su sangre. Pero no nos fiemos, porque es necesario manifestar, con una vida intachable, que realmente somos sus hijos, y que le permanecemos fieles. Él seguirá siendo siempre el "Dios con nosotros", y nos buscará hasta encontrarnos para restaurar su Alianza con nosotros, pues "no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y se salve".
Dominicos de Madrid
b) Mt 18, 15-20
La ofensa crea división en la comunidad y ésa ha de ser reparada lo antes posible. Por eso, Jesús no prescribe al ofensor que vaya a pedir perdón al ofendido, sino, al contrario, es éste quien ha de tomar la iniciativa, para mostrar que ha perdonado y facilitar la reconciliación. El ofensor ha de mostrar su buena voluntad reconociendo su falta. Dado lo anormal que es esta situación en la comunidad y el daño que puede producir, no se dará publicidad al asunto.
Se trata de un caso particular del expuesto en la Parábola de la Oveja Perdida. Cuando el extravío tiene por causa una falta contra un miembro de la comunidad, que nadie sabe más que éste, ha de considerarse responsable de atraer a la unidad al culpable.
En caso de que el ofensor no quiera reconocer su falta, algunos otros miembros pueden apoyar la oferta de reconciliación. Mateo cita Dt 19,15. Se mueve en ambiente judío. Si el individuo tampoco acepta el arbitraje y se niega a restablecer la unidad, el árbitro será la comunidad entera. Si fracasa el intento, el ofendido se desentiende del ofensor, lo considera como un extraño para sí.
El uso de los términos pagano y recaudador es sorprendente, dado que Jesús era llamado amigo de pecadores y recaudadores (Mt 11, 19). Pero el texto no habla de individuos, sino de situaciones. Jesús no aprobaba la situación de recaudadores y pecadores, aunque no la consideraba definitiva y les ofrecía la posibilidad de salir de ella. Sin embargo, esas situaciones eran objetivamente de error e injusticia: el pagano equivale al que no conoce al verdadero Dios; el recaudador, al que, conociéndolo, hace caso omiso de su voluntad.
Se dirige Jesús a la comunidad, repitiendo las palabras dichas a Pedro como primer creyente (Mt 16, 19). Todos los que profesan la misma fe en Jesús pueden decidir sobre admitir o expulsar de la comunidad. Se ve que Pedro en aquella escena era prototipo de la Iglesia misma. La decisión humana está refrendada por Dios.
"Os lo digo otra vez", nos vuelve a decir Jesús. Jesús repite el mismo principio con otras palabras. La traducción de este pasaje es difícil. La correspondencia temática de los dos versículos se aprecia por la oposición entre tierra y cielo y entre hombres y Dios (implícito en los verbos pasivos de v.18). El tema común es que lo acordado por los hombres queda confirmado por Dios.
Entra, sin embargo, en la segunda formulación el elemento de la petición. La eficacia del acuerdo se debe a la presencia de Jesús entre los que apelan a él. No se toman, pues, las decisiones a la ligera, ni resultan tampoco del mero parecer humano: se hacen contando con la presencia del Señor en el grupo cristiano a quien se dirige la petición. Las expresiones "por el que hayan pedido" (v.19) y "apelando a mí" (v.20) son equivalentes.
Juan Mateos
* * *
El texto de hoy va dirigido a una comunidad cristiana en la que existen problemas de convivencia y en continuidad con el día de ayer Dios no quiere que se pierda ninguno de estos pequeños. Por esta razón los dirigentes de la Iglesia, y todos nosotros también, antes de decidirnos a separar a alguien que se haya extraviado, debemos seguir el camino de la corrección fraterna.
Si decimos pertenecer y trabajar por el reino debemos abordar el pecado de un hermano a la luz del interés del Padre porque nadie perezca. Nuestro objetivo en las relaciones con nuestros prójimos es recuperar al hermano para que no tropiece ni haga tropezar a otros. Consiguientemente, movido por el amor y la solicitud, ha de hablar a solas con el otro (Lv 19, 17-18).
Si no hace caso se nos invita a buscar a "uno o dos" no como testigos de un juicio, que es la acción que aplicamos (Dt 17,6; 19,15), sino para urgirle a volver a la fidelidad. Si el hermano sigue sin querer escuchar, el discípulo debe decírselo “"a la Iglesia", la comunidad de quienes pertenecen al reino de Dios. La finalidad de esta actuación no es otra que eliminar toda piedra de escándalo, traer de vuelta al descarriado a la comunión con toda la comunidad.
De esta manera es como los que nos llamamos y somos hijos de Dios debemos ejercitar la responsabilidad en medio de la Iglesia. Las palabras dirigidas anteriormente a Pedro ("lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo"; Mt 16,19) se dirigen ahora a la Iglesia, a toda la comunidad convocada por Jesús (v.18).
Con esto se nos anima a experimentar el respaldo de la autoridad divina en ciertas actuaciones realizadas por la comunidad a través de sus jefes, cuando éstos excluyen e incluyen, imponen obligaciones y liberan de ellas, declaran la culpa y el perdón. Estos no son actos meramente humanos, pues unos actos divinos (realizados "en el cielo") los autorizarán y ratificarán. No obstante, lo que se subraya sigue siendo el llevar la buena noticia a los perdidos, y no tanto una actuación disciplinaria.
A la luz de lo anterior los últimos versículos que nos hablan de la fuerza de la oración, indican que el acto de la corrección fraterna se debe realizar en un ambiente de unidad y oración, que asegura la presencia de Jesús resucitado.
Fernando Camacho
* * *
El tema importante de este pasaje es el perdón. Cristo recuerda su obligatoriedad (vv.21-23), y al mismo tiempo da poderes para concederlo (vv.15-18). La nueva era se caracteriza porque el Señor ofrece al hombre la posibilidad de liberación del pecado, no solo triunfando del suyo en la vida personal, sino también triunfando del de los demás por medio del perdón.
No será inútil recordar las principales etapas de la legislación judía que han provocado y autorizado esta ley sobre el perdón. La sociedad primitiva se manifestaba violentamente contra la falta del individuo, porque carecía de medios para perdonarle y tan solo podía vengar la ofensa mediante un castigo ejemplar 77 veces más fuerte que la misma falta (Gn 4, 24). Se producirá un progreso importante cuando la ley establezca el talión (Ex 21, 24). El Levítico (Lv 19, 13-17) da un paso más hacia adelante.
Propiamente hablando no establece la obligación del perdón (el único caso de su obligación en el AT está en 1Sm 24 y 1Sm 26), pero insiste en la solidaridad que une a los hermanos entre sí y les prohíbe acudir a los procedimientos judiciales para arreglar sus diferencias.
La doctrina de Cristo sobre el perdón señala un progreso decisivo. El NT multiplica los ejemplos: Cristo perdona a sus verdugos (Lc 23, 34), y Esteban (Hch 7, 59-60), Pablo (1Cor 4, 12-13) y otros muchos hacen lo mismo.
Generalmente, la exigencia del perdón va ligada a la inminencia del juicio final: para que Dios nos perdone en ese momento decisivo es necesario que nosotros perdonemos ya desde ahora a nuestros hermanos (sentido parcial del v.35) y que tomemos como medida del perdón la misma que medía primitivamente la venganza (Gn 4, 24).
Basado en la doctrina de la retribución (Mt 6,14-15; Lc 11,4), este punto de vista es todavía muy judío. Pero la doctrina del perdón se orienta progresivamente hacia un concepto típicamente cristiano: el deber del perdón nace entonces del hecho de que uno mismo es perdonado por Dios (Mt 18,23-25). El perdón que se ofrece a los demás no es, pues, tan solo una exigencia moral; se convierte en el testimonio visible de la reconciliación de Dios que actúa en cada uno de nosotros (2Cor 5, 18-20).
El perdón no podía concebirse dentro de una economía demasiado sensible a la retribución y a la justicia de Dios entendida como una justicia distributiva. Corresponde a una vida dominada por la misericordia de Dios y por la justificación del pecador.
Eco de esta manera de concebir las cosas, Mateo formula el perdón aún a la manera judía (vv.15-22). Pero al menos el evangelista es consciente de que la Iglesia es una comunidad de salvados que no puede tener otras intenciones que salvar al pecador. Si no lo consigue es porque el pecador se endurece y se niega a aceptar el perdón que se le ofrece (v.17). La comunidad cristiana se diferencia, pues, de la comunidad judía en que no juzga al pecador sino perdonándole. Por consiguiente, la condena solo puede caer sobre él si se niega a vivir en el seno de esa comunidad acogedora.
El pecador no descubre el perdón de Dios si no toma conciencia de la misericordia de Dios que actúa en la Iglesia y en la asamblea eucarística. Los miembros de una y de otra no viven tan solo una solidaridad nacional que les obligaría a perdonar tan solo a sus hermanos; están incorporados a una historia que arrastra a todos los hombres hacia el juicio de Dios y que no es otra cosa que su perdón ofrecido en el tiempo hasta su culminación eterna.
Maertens-Frisque
* * *
Nos plantea hoy Jesús cómo solventar el trance "cuando tu hermano te ofende". Ya se ha tratado este caso en el pasaje precedente, y Jesús había dicho que no había que despreciar al extraviado sino "ir en su busca". La Iglesia no es una comunidad de puros ni cátaros, y cuando nos echan en cara que los "cristianos no son mejores que los demás", debemos reconocer sencillamente que es verdad, y que Jesús lo ha previsto y ha establecido una serie de actitudes a tomar en este caso.
Y viene a decir que el hermano que ha notado el mal en otro ha de dar el primer paso. Pero éste será discreto, a solas los dos para que el mal no trascienda, en lo posible, y el hermano pueda conservar su reputación y su honor. ¿Somos nosotros delicados como lo fue Jesús? ¿O bien nos apresuramos a publicar los defectos de los demás? ¿Tenemos el sentido de los contactos personales? ¿O bien preferimos ser un enderezador publico de entuertos? ¿Nuestras intervenciones intentan salvar y ganar a nuestros hermanos? ¿O contribuyen a hundirles mas todavía?
En esta gradación progresiva de corrección, hay varias indicaciones importantes:
-no
resignarse a los fracasos; continuar, por otros medios, a querer salvar;
-no usar las grandes condenas sin haber probado otros medios;
-no fiarse del propio juicio personal y, en fin, remitirse al juicio del
conjunto de la comunidad, de la Iglesia;
-considerar que es propio hermano, por sí mismo, quien se ha situado fuera de
la comunidad, por sus rechazos repetidos.
La dureza de la última frase ("considéralo como un pagano") no se explica, precisamente, más que por el hecho de haberlo probado todo para la retractación del pecador. ¿Adoptamos esas actitudes misericordiosas en nuestros grupos de contactos? Porque el gran riesgo de todos los grupos es encerrarse en sí mismos, excluyendo a los que no piensan como ellos o rebatiéndolos.
Tras lo cual, viene una frase sorprendente: "Todo lo que desatéis en la tierra, quedará desatado en el cielo, y todo lo que atéis en la tierra, quedará atado en el cielo". Sorprendente porque repite ahora Jesús, para toda la comunidad, lo que antes había dicho personalmente a Pedro (Mt 16, 19).
Así pues, por las palabras de Jesús, todos los miembros de la comunidad quedan encargados de perdonar a sus hermanos. Y esto es verdad, y muy psicológico: muchas personas no descubrirán el perdón de Dios si no descubren, cerca de ellos, a un hermano que lleve a la práctica una actitud concreta de misericordia y de perdón.
La Iglesia es el lugar maravilloso de la misericordia, que asemeja al cielo y a la tierra hay semejanza. ¡Qué responsabilidad! Desde el Concilio II Vaticano, la Iglesia ha revalorizado esta necesidad de la participación de todos en la misma plegaria, y la dimensión colectiva de todos los sacramentos.
Noel Quesson
* * *
Sigue hoy el Discurso Eclesial de Jesús, esta vez referido a la corrección fraterna. La comunidad cristiana no es perfecta, y en ella coexisten el bien y el mal. ¿Cómo hemos de comportarnos con el hermano que falta? Jesús señala un método gradual en la corrección fraterna: el diálogo personal, el diálogo con testigos y, luego, la separación, si es que el pecador se obstina en su fallo.
Todos somos corresponsables en la Iglesia. En otras ocasiones, Jesús habla de la misión de quienes tienen autoridad, y hoy afirma algo que se refiere a su misión particular: "Lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo".
Cuando un hermano ha faltado, la reacción de los demás no puede ser de indiferencia (que fue la actitud de Caín, al decir "¿soy yo acaso el guardián de mi hermano?"). Un centinela tiene que avisar, al igual que un padre no siempre tiene que callar, ni el maestro o el educador permitirlo todo, ni un amigo desentenderse cuando ve que su amigo va por mal camino. No es que nos vayamos a meter continuamente en los asuntos de otros, pero nos debemos sentir corresponsables de su bien. La pregunta de Dios a Caín nos la dirige también a nosotros: "¿Qué has hecho con tu hermano?".
Esta corrección no la ejercitamos desde la agresividad y la condena inmediata, con métodos de espionaje o policíacos, echando en cara y humillando. Nos tiene que guiar el amor, la comprensión, la búsqueda del bien del hermano: tender una mano, dirigir una palabra de ánimo, ayudar a rehabilitarse. La corrección fraterna es algo difícil, en la vida familiar como en la eclesial. Pero cuando se hace bien y a tiempo, es una suerte para todos: "Has ganado a un hermano".
Una clave fundamental para esta corrección es la gradación de que nos habla Cristo. Ante todo, un diálogo personal, no empezando por una desautorización en público o la condena inmediata. Al final, podrá ocurrir que no haya nada que hacer, cuando el que falta se obstina en su actitud. Entonces, la comunidad puede "atar y desatar", y Jesús dice que su decisión será ratificada en el cielo. Se puede incluso llegar a la excomunión» pero eso es lo último. Antes hay que agotar todos los medios y los diálogos, porque somos hermanos en comunidad.
La corrección fraterna ha de darse entre amigos, entre esposos, en el ámbito familiar, en una comunidad religiosa, en la Iglesia. Y estar siempre acompañada de la oración. Rezar por el que ha fallado es una de las mejores maneras de ayudarle, y nos enseñará a adoptar el tono justo en nuestra palabra de exhortación (cuando ésta tenga que decirse).
José Aldazábal
* * *
Hoy, en este breve fragmento evangélico, el Señor nos enseña 3 importantes procederes, que frecuentemente se ignoran.
El 1º de ellos es la comprensión y advertencia al amigo o colega, haciéndole ver, en discreta intimidad ("a solas tú con él"), y con claridad ("repréndele"), su equivocado proceder, para que enderece el camino de su vida. Acudir a la colaboración de un amigo, si la 1ª gestión no ha dado resultado. Si ni aun con este obrar se logra su conversión y si su pecar escandaliza, no hay que dudar en ejercer la denuncia profética y pública, que hoy puede ser una carta al director de una publicación, una manifestación, una pancarta.
Esta manera de obrar deviene exigencia para el mismo que la practica, y frecuentemente es ingrata e incómoda. Por todo ello es más fácil escoger lo que llamamos equivocadamente "caridad cristiana", que acostumbra a ser puro escapismo, comodidad, cobardía, falsa tolerancia. De hecho, según San Bernardo "está reservada la misma pena para los que hacen el mal y para los que lo consienten".
Todo cristiano tiene el derecho a solicitar de nosotros los presbíteros el perdón de Dios y de su Iglesia. El psicólogo, en un momento determinado, puede apaciguar su estado de ánimo; el psiquiatra en acto médico puede conseguir vencer un trastorno endógeno. Ambas cosas son muy útiles, pero no suficientes en determinadas ocasiones. Sólo Dios es capaz de perdonar, borrar, olvidar, pulverizar destruyendo, el pecado personal. Y su Iglesia atar o desatar comportamientos, trascendiendo la sentencia en el cielo. Y con ello gozar de la paz interior y empezar a ser feliz.
Cualquier discípulo de Jesús puede unirse a otro, o a muchos, y con fervor sumergirse en el mundo y convertirse en un miembro del cuerpo místico de Cristo. Y en su compañía acudir a Dios Padre, que escuchará sus súplicas, pues su Hijo se comprometió a ello. Y todo ello porque "donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (v.20).
Pedro Inaraja
* * *
El pasaje de hoy es una enseñanza de Jesús, e invitación a la vez, a la moderación en el uso de ciertas reglas de disciplina eclesial. El juicio condenatorio del hermano es posible sólo cuando persevera en el mal y rechaza cualquier corrección y perdón (vv.15-17). En ese caso, Dios ratifica la acción de su Iglesia. Sería precipitado llamar a otro pecador, pues Jesús prefiere decir "el hermano que comete una falta". Hay gran diferencia entre el que falla de vez en cuando y el que es de verdad pecador.
Jesús pide que, si uno ve que un hermano peca, se le acerque en privado para retraerlo del mal. Si lo logra, ¡qué ganancia tan magnífica ha obtenido! Porque el objetivo es salvar al que peca, ayudándolo a que se aparte del mal. Si se resiste, se le debe amonestar en presencia de 2 ó 3 personas. Si se resiste aún, se acude a la comunidad, y sólo después se puede declarar que aquél se ha separado de la Iglesia, pues no actúa como miembro de ella.
La expresión hebrea "atar y desatar" indica la capacidad de perdonar o no perdonar. Una actitud del todo diferente de nuestra tendencia a condenar de entrada. Como cristianos, hemos de reconocernos como perdonados, que deben también perdonar.
Los vv. 19-20 nos indican dónde reside el verdadero poder de la Iglesia (Rm 15,30; 1Tes 5,25; Col 4,3), que se interpreta la confirmación divina de la actuación de los que actúan en sintonía con Jesús. La presencia de Jesús en medio de su pueblo para dirigir y guiar proporciona la seguridad divina de que las inquietudes en que dos concuerdan están motivadas por la voluntad de su Padre celestial (v.14).
Gaspar Mora
* * *
Tres mensajes nos lanza hoy Jesús: la corrección fraterna, el poder de atar y desatar y la fuerza de la oración. Detengámonos en el 1º. La corrección fraterna ha de comenzar por lo más sencillo, inmediato y privado. Y si esto basta, será una bendición. Si no, lamentablemente habrá de intervenir la comunidad y juzgar.
Sería muy hermoso que nuestra vida en familia, grupo laboral, sociedad de amigos, o comunidad religiosa, estuviera tan impregnada de ardiente caridad que en ella no se dieran debilidades y pecados. Pero eso es pura utopía. Somos hombres de carne y hueso, de pasiones y calmas, de turbulencias y silencios, y las miserias nos acompañan siempre. Por eso mismo hemos de ser todos mutuamente comprensivos, tolerantes, perdonadores, animadores.
Pero en esa convivencia hay enorme diferencia entre personas y grupos que están abiertos a la mutua corrección, primero individual, luego en pequeño grupo, y finalmente en comunidad o asamblea, y personas o grupos que se cierran y niegan a todo tipo de corrección.
Si esto adquiere proporciones notables, está en peligro manifiesto la cordialidad, acogida mutua, fraternidad, paz interior y exterior. Adoptemos, pues, como norma, si fallamos y ofendemos a otro u otros, restablecer pronto el trato y amistad, no sea que el mal se agrande y nos hagamos infelices y amargados.
Es admirable en el plan divino de justificación y salvación que Dios nos ame y trate como a hijos directamente, en intimidad. ¿Cómo podremos agradecérselo?
Pero es admirable también que, por medio de Cristo, Hijo de Dios encarnado, haya instituido unos cauces de perdón, como son los sacramentales, para que descubriendo el corazón arrepentido, experimentemos la gracia que devuelve la paz, amor, filiación, en la acogedora casa del Padre.
Un poco de humildad, sinceridad y verdad nos es necesario, para alcanzar un mejor conocimiento de nosotros mismos, como pecadores, y para levantar nuestro ánimo a la contemplación del rostro de Dios como rostro de Padre que se goza en los hijos.
Señor, haz que en la Iglesia santa, bañada en la sangre de Cristo, vivamos todos los fieles como auténticos hermanos, prontos a reconocer nuestras debilidades, a perdonar las de los otros y a agradecer el inmenso amor divino que siempre tiene abierta la puerta de la casa del Padre para los hijos pródigos.
Dominicos de Madrid
* * *
La actuación de la salvación está ligada a la comunidad salvífica, que es la Iglesia. Esta convicción ya presente en el AT sigue vigente en la comunidad de los discípulos de Jesús. Por ello, dicha temática aparece como el objeto principal de las recomendaciones de Jesús, transmitidas en este pasaje evangélico. Desde esta perspectiva más amplia se toman en cuenta 2 componentes particulares de la vida comunitaria: la corrección fraterna (vv.15-18) y la oración (vv.19-20).
En el primitivo AT la presencia divina aparece ligada al Templo de Jerusalén, hasta que ese templo deja de existir (ca. 587 a.C) y la presencia divina pasa a estar considerada en la interpretación de la ley.
Frente a estas concepciones, la Iglesia primitiva conectó la realización de la salvación a la comunidad salvífica de Jesús, y a la presencia de éste en la vida eclesial. Apartarse de la comunidad eclesial es hacerse merecedor del calificativo de "pagano o recaudador", y la función judicial de absolver o condenar está ligada a la Iglesia. Jesús está situado "en el medio" de los 2 ó 3 reunidos que se ponen de acuerdo en lo que es necesario para la actuación del designio de Dios. Por consiguiente, tanto la corrección fraterna cuanto la oración comunitaria sólo pueden ser rectamente comprendidas en el marco de esta presencia divina.
Respecto al 1º de los puntos, Jesús enseña que cada integrante de la Iglesia debe sentirse responsable de la preservación de la fidelidad de la comunidad a la voluntad divina. A partir de un caso hipotético, pero profundamente real, en la relación comunitaria "si un hermano te ofende o peca contra ti" se dispone un proceso de corrección cuyo fin no es avergonzar al hermano, sino ganar al hermano, reintegrándolo a la Iglesia.
Esta finalidad sólo puede alcanzarse mediante una metodología gradual que sea capaz de expresar esta finalidad. Por ello, en 1º lugar, aún antes de que el pecador manifieste cualquier tipo de arrepentimiento, cada integrante de la comunidad debe sentirse responsable de la comprensión del error por parte de quien se ha equivocado y "hacérselo ver" (v.15).
Sólo tras el fracaso de este intento se deberá llamar "a otro o a otros dos" integrantes de la comunidad para "resolver la cuestión apoyándose en dos o tres testigos" (v.16). Si también este intento fracasa se exige recurrir a la Iglesia, responsable último de la fidelidad al designio salvador de Dios. A ella está ligada, lo mismo que en Mt 16,18-20, el “atar y desatar”.
Después de la consideración de la corrección fraterna, Jesús pone de manifiesto la eficacia de la oración. La oración eficaz sólo puede ser fruto de la superación de la propia agresividad, adecuándose a la práctica histórica de Jesús, único medio de alcanzar la auténtica unidad en un mundo marcado por divisiones lacerantes y por la agresividad producida por el egoísmo de los hombres. El verdadero consenso sólo puede tener lugar por la presencia de Jesús. Y sólo desde el consenso realizado por este medio puede surgir la eficacia de la oración y de la auténtica comunicación con el Padre del cielo (v.19).
Confederación Internacional Claretiana
* * *
En la Iglesia son inevitables los conflictos interpersonales, pero lo importante es que esté preparada para enfrentar las dificultades.
La preparación no consiste en la formulación de un conjunto de leyes o un curso de relaciones humanas. La comunidad asume el conflicto interno ante todo con la buena formación de sus integrantes. Seres humanos que se han abierto al Espíritu de Dios y son capaces de vivir un clima de diálogo, tolerancia, compresión y escucha. Personas dispuestas a construir una comunidad de hermanos en la que no prevalezcan ninguna clase de ventajas particulares, pues los únicos privilegiados son las personas más pobres y necesitadas.
Esta formación lleva al ofendido a buscar a la persona que le ha causado el problema y trata de hacerle ver el error. De este modo, se rompe el círculo vicioso de las ofensas mutuas porque el ofendido toma una actitud reconciliadora. Si el que ofende se niega a reconocer el error cometido, entonces se llama a dos testigos, no para recriminarle la falta, sino para ayudarle a entrar en razón.
Cuando esto no funciona, entonces, el problema pasa a manos de la Iglesia. Ésta examina si la persona es factor permanente de discordia y crea mal ambiente en la comunidad, entonces, actúa aislándolo, siendo indiferente con su actitud pendenciera.
Hoy necesitamos que nuestras iglesias ofrezcan excelentes espacios de formación. Comunidades abiertas al diálogo, tolerantes y comprometidas con las necesidades de quienes lo necesitan. Iglesias donde las personas que se sientan agredidas por el hermano, se adelanten a ayudarle al otro a reconocer su falta. De esta manera, se enfrentarán los problemas no con la ley en la mano, sino con una actitud cordial, respetuosa y ante todo, fraterna.
Servicio Bíblico Latinoamericano
c) Meditación
La voz de Dios es una voz que acontece en la historia y que se mezcla con los acontecimientos históricos, a través de los profetas o de su propio Hijo hecho hombre, o de su apóstol. Todas son voces de Dios, pero mediadas por la boca del hombre.
Se trata de una voz que tiende a alarmar al malvado, para que cambie de conducta (si no quiere morir en la maldad) y entre por el camino de la salvación. En ese sentido, cualquier cristiano ha de sentirse responsable de la salvación del hermano, y de ahí que hoy Jesús diga: Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos.
En efecto, evangelio supone la existencia del pecado, y esta existencia (del pecado) es la que aconseja la reprensión, como tarea de hacer que el hermano tome conciencia de su pecado. La corrección fraterna no puede ser corrección, por tanto, si no hay falta que corregir. Y no es fraterna si no se da entre hermanos que tienen conciencia de serlo. Se trata, pues, de una corrección que no se concibe sino en el marco de una fraternidad reconocida.
Esta fue la práctica seguida en el seno de las comunidades cristianas primitivas, y no siempre fue fácil ni fraternal. En 1º lugar porque corregir no es algo fácil, y en 2º lugar porque no todos sabemos corregir, a través de las dosis del amor, la delicadeza y la oportunidad.
Sin amor, la corrección se convierte en una tortura para el corregido, o en un oculto acto de venganza para el corrector. Sin inteligencia, la corrección podría poner el ojo en lo que está sano y no enfermo. Sin humildad, la corrección humillaría. Sin delicadeza y oportunidad, la corrección acabaría provocando con frecuencia los efectos contrarios a los perseguidos.
Además, puede que ese hermano concreto no sea el adecuado para llevar a cabo esa acción, no extendiendo esta práctica (eclesial) a otros ámbitos (como el familiar), en que los padres sí están obligados a corregir a sus hijos (por ejemplo).
En este caso, la corrección ha de suceder entre iguales dentro de la Iglesia, y no entre superiores y subordinados, ni entre padres e hijos, ni entre creyentes con no creyentes nos es más difícil de admitir. Pero ha de suceder, ¿o vamos a ser como Caín, que a Dios contestó acaso soy yo guardián de mi hermano? ¿O no vamos a sentir a ese hermano como hermano, sino como un extraño del que nos desentendemos?
La práctica de la corrección fraterna nos es recomendada por el evangelio como buena y saludable, porque mediante ella podemos salvar a un hermano en trance de perdición, y porque todos somos corresponsables en la mejora y salvación del mundo. En el seno de una familia bien avenida, también los hermanos velan por sus hermanos y se prestan ayuda, y en los colegios los profesores corrigen a sus alumnos, en este caso porque para ello le pagan.
En este contexto de hermandad, y mutua responsabilidad eclesial, es donde hay que entender las palabras de Jesús: Si tu hermano peca, repréndelo a solas, porque puede que ni siquiera haya caído en la cuenta de su falta. Si acepta la corrección, habrás salvado a tu hermano. Pero puede suceder que no te haga caso. Entonces, llama a uno o dos testigos (que les puedan hacer recapacitar) y, en su presencia, corrígelo.
Pero si esta medida no da resultado, y el caso ya se ha hecho público y es motivo de escándalo eclesial, díselo a la comunidad (seguramente, representada en el obispo) para que ella intervenga sometiéndole a penitencia (si se arrepiente) o expulsándole (si permanece obstinado en su pecado).
Con la exclusión (= excomunión) de la comunidad, el pecador pasará a ser considerado como un pagano o un publicano (en ámbito judío), es decir, como un extraño a la comunidad o excomulgado. Ésta es la medida más severa. Pero un excomulgado no significa "un rechazado para siempre", sino "un rechazado mientras" persista en su pecado y no acepte la conversión.
Luego la excomunión, aun siendo una pena muy dura, no deja de ser una medida temporal y revocable. Más grave sería que lo excluido en la tierra quedara definitivamente excluido del cielo (que es lo que trata de evitar la excomunión, a través de la más fuerte de las medicinas correctoras).
La excomunión, por tanto, separa para hacer recapacitar y evitar la definitiva separación del que se ha puesto en trance de perdición, lo cual sucedería si lo atado en la tierra (la excomunión) quedara definitivamente atado en el cielo (condenación). La excomunión es una atadura temporal, por supuesto, pero no es eterna, y por eso puede ser desatada (en la tierra, no en el cielo) con el perdón y la reconciliación. La misma Iglesia que tiene el poder de atar tiene también el de desatar.
La eficacia de nuestra corrección se manifestará en sus frutos. Si da como fruto la serenidad, la confianza, el deseo de mejorar y la superación, habrá sido afortunada. De lo contrario, habrá sido fallida. Con todo, siempre será una práctica aconsejable, de modo que su olvido puede revelar un claro síntoma de indiferencia o comodidad.
JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología
Act: 14/08/24 @tiempo ordinario E D I T O R I A L M E R C A B A M U R C I A