9 de Septiembre
Lunes XXIII Ordinario
Equipo
de Liturgia
Mercabá, 9 septiembre 2024
a) 1 Cor 5, 1-8
Los problemas de la comunidad de Corinto no se limitaban a las disensiones internas. Y a Pablo le duele hoy la pasividad con que la comunidad contempla y soporta casos de inmoralidad sancionados tanto por la legislación judía como por la romana.
El hecho concreto a que se hace referencia es el de un hombre de la comunidad que mantiene relaciones con la segunda mujer de su padre. La ley vigente tipificaba el caso como adulterio si el padre había muerto ya y como incesto si todavía vivía. Pablo hace notar, en cualquier caso, que la misma sociedad pagana prohíbe tal práctica. Según la tradición judía, el incestuoso y el adúltero debían ser lapidados.
Parece claro que Pablo había escrito ya una carta instando a los corintios a no mezclarse "con los libertinos" (v.9), pero la interpretación de los corintios había sido evasiva.
Deseosos de buscar diferencias que halagasen su propio orgullo, interpretaron que tales palabras sólo significaban que era preciso separarse de «los libertinos de este mundo», actitud puritana que se repetirá varias veces a lo largo de la historia de la Iglesia. Una vez más, Pablo tiene que rectificar el pensamiento de los corintios: "No os juntéis con uno que se llama cristiano y es libertino" (v.11).
Pero es la comunidad cristiana la que continuamente ha de ponerse en actitud de conversión. A ella se ha dirigido la palabra de Dios y ella se responsabilizó un día de tal palabra. Si está permitido algún juicio, es el que la propia comunidad debe ejercer en su seno, único juicio purificador mientras hay tiempo.
Con estos principios elementales como postulados de conversión eclesial, la perícopa nos ofrece el ejemplo del procedimiento empleado por una comunidad apostólica para salir al paso a quien desmentía radicalmente con su comportamiento el don de la fe.
Notemos dos cosas. En 1º lugar, quien excomulga al impenitente no es sólo el apóstol, sino toda la comunidad reunida al efecto, porque ella posee siempre la fuerza del Señor. En 2º lugar, la excomunión no es un juicio para condenación del pecador, sino que persigue su salvación en el día del juicio definitivo, cuando ya no habrá tiempo.
Antón Sastre
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Se oye hablar de una falta grave de conducta entre vosotros. Un cristiano de Corinto vivía maritalmente con la segunda mujer de su padre. Este tipo de unión tenía pena de muerte por la ley de Moisés y por la ley romana. En Grecia no había nada legislado sobre este asunto, pero la opinión pública lo reprobaba. Y ¡vosotros permanecéis tan engreídos! en lugar de doleros para que fuera expulsado de entre vosotros el autor de tal acción.
Para Pablo este escándalo repercute en toda la comunidad cristiana. Ciertamente los corintios no tienen de qué gloriarse... Y sin embargo ¡pretenden ser una comunidad de 1ª línea y misionera! Este asunto plantea 2 cuestiones importantes:
1ª Fe y moral están ligadas. Ciertos cristianos suelen tender hoy, como en tiempo de san Pablo a pensar que la fe o la práctica religiosa son de un orden tan diferente a la moral que, en un corazón humano podrían coexistir la "fe en Cristo" y unas "conductas dudosas". Pablo reacciona con violencia ante esta aberración.
"Vosotros sois como el pan de Pascua que no ha fermentado. Y mirad que Cristo, nuestro cordero pascual, ha sido inmolado", recuerda Pablo. Celebremos, pues, la fiesta, no con vieja levadura (la perversidad y el vicio) sino con pan ázimo (la rectitud y la verdad).
Para celebrar la pascua del Señor, ciertamente se requiere una conducta recta y una vida moral. La Pascua de Cristo no es una ceremonia ritual, es una "vida nueva", que está en juego cada día. Y Pablo evoca la práctica judía del rechazo de la vieja levadura, la víspera de Pascua, a fin de comer pan ázimo (no fermentado) en ese día. ¿Qué es la "vieja levadura", lo agrio que debo rechazar de mi vida, para hacerla digna de Cristo y de la eucaristía?
2ª La Iglesia es responsable de los signos o contrasignos que ella pueda dar. La medida de excomunión pronunciada contra el hombre que vive en estado de mala conducta notoria, muestra el celo de Pablo para que la comunidad cristiana sea un "signo de salvación" y sea misionera revelando así al mundo lo que es vivir una vida de hombre ¡a la luz del Resucitado!
"Reunidos en asamblea, en nombre del Señor Jesús, y con su poder, sea entregado ese individuo a Satanás para destrucción de la carne". Pablo usa fórmulas solemnes: "en nombre del Señor Jesús", "con su poder"... exige que la comunidad se reúna para promulgar la condena. La Iglesia es un signo visible y público, y no es una pequeña secta cualquiera espiritual y subterránea.
Y eso "a fin de que el espíritu se salve en el Día del Señor". La dureza de la condena no prejuzga, en absoluto el juicio de Dios, al contrario. El castigo tiene carácter medicinal: se le excluye del grupo, se le rehúsan los sacramentos... y esto será una prueba muy onerosa para ese hombre (tal es el sentido de la frase "entregado a Satanás"). Pero es a fin de que reflexione y un día se salve. La excomunión no afecta más que al estatuto y a la «imagen» misionera que la comunidad tiene el derecho de presentar: pero en rigor cada cristiano conserva el deber de caridad hacia el culpable, hacia su salvación.
Noel Quesson
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Somos criaturas nuevas en Cristo. Los que hemos unido a él nuestra vida por medio de la fe y del bautismo no podemos continuar viviendo bajo el signo del pecado; no podemos hacer convivir dentro de nosotros a Cristo y al demonio. Aquel que pertenece a Cristo debe ser una levadura nueva, capaz de hacer fermentar la masa para convertirla en alimento bueno para todos.
La Iglesia debe alimentar las ilusiones y esperanzas de salvación de toda la humanidad. Pero no podrá hacerlo si sólo se conforma con anunciar con los labios el evangelio de Cristo mientras la vida de sus miembros continúa entregada a la realización del mal. Debemos ser un signo de Cristo resucitado. Hombres nuevos por la presencia del Espíritu de Dios en nosotros.
Por eso, cuando nos demos cuenta de que el mal comienza a adueñarse de nosotros, hemos de iniciar de inmediato un proceso de conversión para volver al Señor con sinceridad, y no quedarnos en una hipocresía religiosa, dándole culto al Señor mientras nuestro corazón está lejos de él.
Al mismo tiempo, hemos de preocuparnos constantemente por aquellos hermanos nuestros que se alejaron del Señor, para que su vida de fe sea sincera y no sean ocasión de que el santo nombre de Dios sea denigrado ante las naciones. Si somos de Cristo no vayamos tras la maldad sino tras el Espíritu de Dios, que nos conducirá a la verdad plena y nos convertirá en testigos auténticos del amor y de la misericordia que Dios nos tiene a todos.
José A. Martínez
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En los siguientes capítulos de su carta, Pablo toma postura ante algunos desórdenes y abusos que existen en la comunidad. Esta vez, el famoso caso del "incestuoso de Corinto".
Incluso dentro de una ciudad famosa por su amoralidad, debía llamar la atención un hecho que la comunidad cristiana toleraba: uno que vivía (se entiende maritalmente) con la mujer de su padre, O sea, con su madrastra. Esto estaba perseguido legalmente tanto entre los judíos como por la ley romana.
Pablo echa en cara a esta comunidad que tolere un escándalo semejante. Les urge a que "excomulguen" a esa persona. La expresión "entregar en manos del diablo" es difícil de interpretar: una vez fuera de la comunidad, estará expuesto a las fuerzas del mal. Pablo toma esta medida, por drástica que parezca, con una intención medicinal: "humanamente quedará destrozado, pero así la persona se salvará en el día del Señor".
Pone la comparación del pan ácimo, sin levadura, que es el que los judíos usaban y siguen usando para la Pascua. Aplica esa imagen a la comunidad, que debe ser, toda ella, "pan ácimo", sin "levadura vieja de corrupción y de maldad", sino un pan "ácimo con sinceridad y verdad". Los cristianos vivimos siempre en Pascua, porque Cristo es el Cordero Pascual que se ha inmolado.
La Iglesia debe sentirse corresponsable del bien de cada uno de sus miembros. Cuando detecta una falta grave, deberá echar mano (como Jesús nos enseñó en el evangelio) de la corrección fraterna. Y a veces deberá llegar a la decisión que Pablo exige a los corintios, lo que luego se llamó excomunión: apartar al escandaloso de la comunión con los demás.
El motivo es que una situación así va contra los valores básicos de la ética humana y sobre todo cristiana. Hay hechos puntuales malos, y además todos somos débiles y pecadores y, por tanto, dispuestos a la tolerancia. Pero aquí se trata de situaciones continuadas, públicas, de incoherencia grave con la identidad cristiana, que pueden resultar contagiosas: "un poco de levadura fermenta toda la masa". A veces, la "levadura vieja" que puede contagiar a toda la comunidad se refiere a problemas ideológicos. Otras, como en esta ocasión, a actitudes de moral.
El salmo responsorial de hoy nos habla de un Dios que no quiere el mal: "Tú no eres un Dios que ame la maldad, ni el malvado es tu huésped, y detestas a los malhechores". Jesús, que nos enseñó el perdón y la corrección fraterna, también pronunció unas palabras duras: "si ni a la comunidad quiere oír, sea para ti como el gentil y el publicano" (Mt 18, 17), y "al que escandaliza a uno de estos pequeños más le valdría que le arrojaran al mar" (Lc 17, 1-6).
Es la excomunión que aquí recomienda Pablo. La que aplicó el obispo Ambrosio de Milán al emperador Teodosio, hasta que pidiera públicamente perdón por la matanza que había hecho en Tesalónica: ¿cómo puede acercarse a la comunión una persona que no ha dudado en sacrificar miles de vidas?
Claro que no aplicamos esta decisión a todas las situaciones irregulares que se dan en la comunidad cristiana. El discernimiento es importante, y es sancionado por los responsables últimos de la comunidad. Pero no nos debe extrañar que también ahora se disuada de acercarse a la comunión eucarística (el signo mayor de comunión con la comunidad y con Cristo) a los que se encuentren en alguna situación (de vida matrimonial o de justicia social, por ejemplo) gravemente en contradicción pública con el evangelio que Jesús nos enseñó.
José Aldazábal
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Pablo y algunos cristianos de Corinto, que eran hombres como nosotros, con sus caracteres, puntos de vista, y actitudes mentales incompatibles, no acababan de ponerse de acuerdo. Y cierto número, entre ellos, miembros de la comunidad, no sólo le discutían a Pablo sus puntos de vista sino que moralmente no reaccionaban contra el fermento del mal que estaba apoderándose de parte de la masa, como levadura ya corrompida.
El caso es de inmoralidad en grado escandaloso, y el juicio que sobre él daría cualquier cultura religiosa, no sólo la cristiana, es condenatorio. Si las relaciones morales en la familia se envenenan, toda la masa queda envenenada.
Por eso, Pablo, tras poner de manifiesto en sus palabras el sacrificio que le ha costado formar aquella comunidad, actúa con energía y rigor, primero, para tratar de resolver los problemas morales que la entenebrecen, y, además, para sacar de su debilidad espiritual a quienes se hicieron cristianos y no han profundizado todavía en el misterio de la nueva vida según Jesucristo.
Barramos de la vida, de nuestra vida, la levadura del mal en su nacimiento, no sea que nos corrompa toda la masa. El ideal paulino es claro y certero; pero su realización es difícil. Pidamos, pues, por la salud espiritual en la familia, en la sociedad, en la Iglesia. La levadura vieja ya consumió, desgraciadamente, sus potencialidades. La levadura nueva tiene que seguir transformando el mundo. Pero ¿cómo será elaborada?, y ¿quién la administrará?
El poder para transformar el mundo proviene de lo alto del cielo, de la energía y bondad de Dios, y nadie puede crear otra fuente que la alimente. Pero todos y cada uno de los mortales podemos ser instrumentos y canales para que esa divina energía vaya invadiendo las mentes, corazones, leyes, costumbres de los pueblos, haciéndonos portadores de justicia, paz y felicidad. Quien nos dio la vida y la conciencia responsable, nos dio la llave del futuro para la humanidad.
Dominicos de Madrid
b) Lc 6, 6-11
¿Es lícito en sábado "hacer bien", o es necesario "hacer mal"? La omisión del bien es un mal. ¿Y quién se atrevería a decir que la ley del sábado prohíba hacer el bien y exija hacer el mal? El sábado es para los judíos, no sólo día de reposo, sino también día destinado a hacer bien y día de alegría. La comida de día de fiesta, el estudio de la ley y la práctica del bien lo convierten en día de fiesta y de alegría.
Para viajeros necesitados había que tener comida preparada. ¿Habría que olvidar todo esto? Jesús vuelve a restablecer el verdadero sentido del sábado. Ha de ser un día en el que se disfrute y se proporcione alegría a los demás. Se realiza el sentido del sábado haciendo bien a personas que sufren, usando misericordia: "Misericordia quiero y no sacrificios" (Os 6, 6).
Jesús sitúa a sus adversarios ante esta alternativa: ¿Se ha de salvar una vida en sábado, o se ha de dejar que se pierda? El texto griego no habla de la vida, sino del alma, que es vida y algo más: vida consciente. El hombre que está en medio quiere vivir, vivir sano. Y no sólo vegetar, sino sentir el gozo de vivir.
¿Es esto posible a un hombre que tiene seca la mano derecha, que no puede trabajar y tiene que vivir de la ayuda ajena? El reposo sabático se explica por la comparación con el reposo de Dios una vez terminada la obra de la creación: "Acuérdate del día del sábado para santificarlo. Seis días trabajarás y harás tus obras, pero el séptimo día es día de descanso, consagrado a Yahveh, tu Dios, y no harás en él trabajo alguno" (Ex 20, 8).
Pero el descanso de Dios no consiste en no hacer nada, sino en vivir la obra, en gozar de ella, pues "Dios se gozó en su obra" (Sal 104, 31). El sábado es día en que se vive la vida, en que se goza de la obra, día de glorificación de Dios. ¿No se ha de restablecer mediante la curación este sentido más profundo del sábado? ¿En vez de la vida habría que elegir la ruina?
Jesús tiene una idea de Dios distinta. Su Dios es el Dios de la misericordia, el Dios que se acerca a los hombres. Mientras que el Dios de ellos es el inaccesible, el que está sencillamente por encima de los hombres.
La mano volvió a quedar sana. La restauración del universo forma parte del cuadro de los tiempos mesiánicos, y lo que ahora comienza será llevado a la perfección: "El cielo debe retener (a Jesús) hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas de que habló Dios por boca de sus santos profetas desde antiguo" (Hch 3, 21).
Mediante la curación muestra Jesús que le está permitido restaurar el sentido del sábado según la mente de Dios, ya que él mismo aporta la restauración de todas las cosas. El sábado es figura del gran reposo sabático de Dios (Hb 4, 8), que se iniciará cuando sean restauradas todas las cosas y todo haya alcanzado su acabada perfección.
Juan Mateos
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El episodio evangélico de hoy se enmarca en un día de precepto ("otro sábado"). El escenario es una sinagoga, lugar de enseñanza. Jesús aprovecha la ocasión para instruir a la gente que allí se congrega. El contenido de su enseñanza se evidencia en un hecho liberador.
Los adversarios de siempre (los omnipresentes letrados y fariseos) le han tendido una trampa, sabiendo que "había allí un hombre que tenía el brazo derecho atrofiado" (v.6). Se trata de una representación viviente del público asistente al servicio sinagogal, y el hombre privado de actividad y de iniciativa ("brazo atrofiado") es figura de la situación de Israel, atrofiada por completo.
Están al acecho para ver si cura en sábado y así tener motivos de qué acusarlo (v.7). Jesús no se inmuta, e incluso pide luz y taquígrafos. Así que, "conociendo sus intenciones, dijo al hombre del brazo atrofiado: Levántate y ponte en medio" (v.8).
Jesús no es partidario de las medias tintas, y menos cuando está en juego la integridad del hombre. La pregunta que les dirige es directa y penetrante: "¿Qué está permitido en día de precepto, hacer el bien o hacer daño, salvar una vida o destruirla?" (v.9). Un hombre mutilado es como una vida que se va apagando.
La mirada que Jesús lanza a su alrededor denuncia su mala fe. Y con tal de salvar una vida, Jesús arriesga la suya. "Extiende el brazo", le dice Jesús a aquel hombre, como quien dice: "Recupera tu capacidad de actuar como persona libre". Y eso que el precepto sabático lo prohibía. Él lo hizo, y su brazo recuperó las funciones normales. El homo habilis vuelve a ser el que era.
La evolución sigue su curso, de forma imparable. Pero sus adversarios niegan la evidencia, y "se pusieron furiosos y discutían unos con otros qué podrían hacer con Jesús" (v.11). Toda una declaración de guerra. Ya no necesitan más pruebas. Han visto con sus propios ojos que la teología liberadora de Jesús hace estragos en sus dominios ancestrales. Con los hombres libres y con capacidad de iniciativa se ven absolutamente impotentes. Se impone hacer desaparecer a Jesús.
Josep Rius
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Lucas y Marcos relatan este episodio de la curación del hombre de la mano seca, un día de sábado. Uno y otro lo sitúan en el cuadro de las polémicas suscitadas por la enseñanza del joven rabino Jesús sobre las insistencias esclerotizadas de la religión: reglas de la pureza en las comidas (Lc 5, 29-32), de ayuno (Lc 5, 33-38) y de reposo sabatino (Lc 6, 1-11).
Pero Lucas no concede gran interés a estas discusiones poco comprensibles para lectores de origen pagano. Se contenta con narrar los hechos sin conformarlos con reflexiones personales o conclusiones doctrinales. No retiene, por tanto, las notas de Marcos sobre el endurecimiento de los fariseos (Mc 3, 5), y suprime toda alusión a la cólera de Jesús (Mc 3, 5).
Por otro lado, Lucas evoca el conocimiento que Jesús posee del corazón humano (v.8). Así Cristo tiene no solamente un conocimiento más profundo que los otros rabinos de la ley que enseña, sino que conoce mejor a los hombres. Ahí reside el secreto de la autoridad con la que enseña y que le coloca por encima de todos los demás (Lc 4, 32).
En la época del Señor, el ejercicio de la medicina y los cuidados personales estaban estrictamente anulados el día del sábado, y ¡más valía que sufriera el enfermo, antes que el honor de Dios! Comprendiendo que la gloria de Dios está servida en 1º lugar por la bondad hacia los infelices (v.9), Jesús no duda en practicarla para honrar el sábado.
Liberar a un pobre de las cadenas del mal, ¿no es una manera más profunda de santificar este día aniversario de la liberación de Egipto que el mantenerlo en la esclavitud en pro del pretendido honor de Dios?
El sábado era observado porque estaba ordenado por la ley de Dios y constituía una característica por la que el judío se distinguía del mundo pagano ambiente. Grande fue, por tanto, el escándalo cuando el rabino Jesús osó poner en tela de juicio, no la ley, sino la manera de obedecerla y cuando fue sospechoso de preferir el hombre a la gloria de Dios.
El judaísmo situaba en general todas las prescripciones del AT sobre el mismo plano, puesto que todas ellas eran igualmente órdenes de Dios, pero concedía una cierta preferencia a las prescripciones cultuales en las que el hombre se eclipsa aún más ante el honor de Dios. Así ocurría con la circuncisión y con el sábado.
De hecho, Jesús reconoce que la ley representa la voluntad de Dios, pero le niega una autoridad puramente formal y externa. El hombre debe interpretar la Escritura para reconocer en ella el mandato de Dios. Por otra parte, sólo hay obediencia verdadera allí donde el hombre reconoce que la orden le concierne.
Es esta, además, la razón por la que puede realizar actos en comunión con Dios allí donde no existe ningún mandamiento preciso. Este es el sentido, al parecer, de la pregunta planteada por Jesús en el v. 9: es en todo caso el de la verdadera obediencia. Cristo desprecia a los fariseos que se creen perfectos porque son fieles a la ley, pero que, en el fondo, son infieles porque han ahogado toda noción de fraternidad y de solidaridad.
Existe, pues, una obediencia más radical que la sumisión a la ley; la que cumple el ego más profundo, allí donde Dios está presente, más allá del miedo de haber faltado al deber y del desprecio de los que juzgan al prójimo desde fuera, sin conocer su corazón.
Maertens-Frisque
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Otro día, entró Jesús en la sinagoga y se puso a enseñar. Pero "todavía era sábado", pues como era costumbre en Jesús, todos los sábados asistía fiel y regularmente a la reunión de plegaria.
Pues bien, había allí un hombre que tenía el brazo derecho atrofiado, y los escribas y los fariseos estaban al acecho para ver si curaba en sábado y encontrar de qué acusarlo. Pero Jesús, añade el evangelio, "conocía sus pensamientos".
Muchas veces los evangelistas subrayan que Jesús era un "conocedor del corazón humano" (Jn 1,48; 2,24; 4,17; 6,61) Esto era, en él, un don divino, pero que, por razón de la ley de encarnación, se expresaba en forma de una agudeza psicológica particular. Así nos encontramos a veces con personas dotadas de una facultad especial para leer en los corazones y adivinar, por señales casi imperceptibles, ciertas realidades escondidas. Humanamente eso viene de una "atención al otro", de una capacidad de "ponerse en lugar de los otros".
Entonces dijo Jesús al hombre del brazo atrofiado: "Levántate y ponte ahí en medio de todos". El texto no dice que el hombre pidiera el milagro. Jesús toma la iniciativa precisamente porque prestaba atención a ese desgraciado. Señor, danos esa delicada atención de simpatía por los que sufren. Haznos descubrir las penas ocultas.
Y a los fariseos, Jesús les pregunto: "¿Qué es lo que está permitido en sábado, hacer el bien o hacer el mal; salvar una vida o acabar con ella?". Tratemos de comprender bien lo que se juzga detrás de esa pregunta. Los fariseos tenían un tal sentido del "honor de Dios" que era preciso cuidar de su gloria ante todo. El descanso obligatorio del sábado tenía ese sentido.
Por supuesto, Jesús no viene a discutir ese sentido de la gloria de Dios. Pero en lugar de considerarla una mera observancia legalista, va hasta el fondo de la razón que justifica el sábado; entiende que la Gloria de Dios es exaltada en 1º lugar por el bien que se hace a los desgraciados, por la "vida salvada" a alguien.
Si Jesús contraviene una tradición, no es para destruirla, sino para darle profundidad. Liberar a un pobre enfermo de su mal, es, para Jesús, un modo más verdadero de santificar el "día del Señor", que dejar a un hombre en el sufrimiento, por el pretendido honor de Dios.
Entonces, echando una mirada a todos, Jesús le dijo al hombre: "Extiende tu mano". El hombre lo hizo, y su mano quedó normal. Una vez más, Dios hizo el bien, y los fariseos, furiosos, discutían qué podrían hacer con Jesús, acusándolo de preferir la salud del hombre que la gloria de Dios. Definitivamente, los fariseos se han estancado en las reglas formales.
Noel Quesson
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De nuevo escuchamos hoy la tensión en torno al cumplimiento del sábado. Esta vez no por las espigas que comían por el campo, sino por una curación hecha en la sinagoga precisamente en sábado.
Jesús se da cuenta del dolor de aquel hombre. El enfermo con el brazo paralizado no le dice nada, pero se debía leer en su cara la súplica. Los fariseos están al acecho para ver qué hará. Pero Jesús "sabía lo que pensaban", y por eso les provoca con su pregunta: "¿Qué está permitido en sábado?". No contestaron. Entonces Jesús, "echando una mirada a todos" (omitiendo Lucas lo que dice Marcos, de que esta mirada estuvo "llena de ira y tristeza"), curó al buen hombre.
La reacción no se hizo esperar: "ellos se pusieron furiosos".
Es evidente que Jesús no desautoriza aquella institución tan válida del sábado, el día dedicado al culto de Dios, a la alegría, al descanso laboral, a la oración, a la vida de familia, al agradecimiento por la obra de la creación. Más aún, parece como si él ese día acumulara sus gestos curativos y salvadores.
Lo que critica es una comprensión raquítica, más preocupada por cumplir unas normas, muchas veces inventadas por las varias escuelas, que por el espíritu de fe que debe impregnar la vivencia de este día. No se podrá trabajar en sábado, y por tanto no habrá que hacer curas médicas a no ser que sean necesarias. Pero extender el brazo y decir una palabra de curación ¿es trabajar? El recoger unas espigas y comer sus granos al pasear por el campo, ¿es un trabajo equiparable a la siega?
Las escuelas de los fariseos habían llegado a interpretar el sábado convirtiéndolo en día de preocupación casuística en vez de en día de libertad. Jesús enseña actitudes más profundas, más preocupadas por el espíritu que por la letra. Y nosotros tendríamos que aplicar esta enseñanza a muchos detalles de nuestras normas de vida. Las normas están muy bien, y son necesarias, pero sin llegar a un legalismo formalista. No es el hombre para el sábado, sino el sábado para el hombre (Mc 2, 27).
Hay instituciones muy válidas y llenas de espíritu: el domingo cristiano, la celebración de la eucaristía, el rezo de la liturgia de las horas. Realidades que tienen importancia para la vida de fe, y que necesitan, dado su carácter de comunitarias, unas normas para su realización.
Pero no se tenían que haber rodeado, en la historia, de normas tan estrictas y minuciosas que a veces ahogan la alegría de su celebración. En vez de esponjar el ánimo y alegrarse con Dios y dedicarle una alabanza sentida y celebrar su comida pascual en el día consagrado a él, a veces nos hemos limitado a crear un clima de mero cumplimiento exterior.
Lo mismo pasa con la relación entre el culto (la celebración de la sinagoga en sábado) y la caridad fraterna (¿puedo curar a este buen hombre?). Para Cristo hay que saber conjugar las 2 cosas. Va a la sinagoga, porque es sábado, pero también cura el brazo paralítico de aquella persona. Y por el tono del relato, se nota claramente que da prioridad a la persona que a la institución.
Los cristianos debemos rezar y celebrar la eucaristía en domingo. Y a la vez, precisamente ese día, nos deberíamos mostrar fraternos y sanantes, con detalles de caridad y buen corazón con las personas cercanas que, aunque no nos lo pidan, ya sabemos que necesitan nuestro interés y nuestro cariño.
José Aldazábal
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Hoy Jesús nos da ejemplo de libertad. Tantísimo hablamos de ella en nuestros días. Pero a diferencia de lo que hoy se pregona y hasta se vive como libertad, la de Jesús es una libertad totalmente asociada y adherida a la acción del Padre. Él mismo dirá: "Os aseguro que el Hijo del hombre no puede hacer nada por sí mismo sino solamente lo que ve hacer al Padre; lo que hace el Padre, lo hace el Hijo" (Jn 5, 19). Y el Padre sólo obra, sólo actúa por amor.
El amor no se impone, pero hace actuar, y se moviliza devolviendo con amplitud la vida. Aquel mandato de Jesús de "levántate y ponte ahí en medio" (v.8) tiene hoy la fuerza recreadora del que ama, y por la palabra obra. Y aquel otro de "extiende tu mano" (v.10) restablece definitivamente la fuerza y la vida a lo que estaba débil y muerto.
Salvar es arrancar de la muerte, y es la misma palabra que se traduce por sanar. Jesús sanando salva lo que de muerto había en ese pobre hombre enfermo, y eso es un claro signo del amor de Dios Padre para con sus criaturas.
Así, en la nueva creación en donde el Hijo no hace otra cosa más que lo que ve hacer al Padre, la nueva ley que imperará será la del amor que se pone por obra, y no la de un descanso que inactiva, incluso, para hacer el bien al hermano necesitado.
Entonces, libertad y amor conjugados son la clave para hoy. Libertad y amor conjugados a la manera de Jesús. Aquello de "ama y haz lo que quieras" de San Agustín tiene hoy vigencia plena, para aprender a configurase totalmente con Cristo Salvador.
Julio Ramos
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Es duro, a veces, escuchar las críticas dirigidas a los cristianos. En algunos casos no provienen de nuestros círculos, son malintencionadas y nos pueden parecer injustas y desprovistas de objetividad. En otros casos son de personas que se relacionan con Dios con gran sinceridad y buscan una mayor fidelidad y compromiso. En cualquier caso, es bueno escucharlas.
La lectura de hoy me ayuda a poner palabra a estas desviaciones y ambigüedades que desfiguran el Espíritu de Jesús, porque la relajación y mediocridad ya acechaban a la comunidad cristiana primitiva, todavía en contacto con el judaísmo (a que dirige Lucas la lectura de hoy).
Se dice, por ejemplo, que la religión cristiana promueve el infantilismo y genera personas poco responsables y comprometidas en construir una sociedad mejor. Si esto sucede es porque olvidamos al Dios predicado por Jesús interesado por la felicidad de todo ser humano por encima de toda suspicacia farisea.
Ver a Jesús acercarse al hombre del brazo paralítico, a pesar de las miradas acusadoras de los fariseos, no desresponsabiliza nunca, sino que urge a vivir buscando siempre el bien de los hermanos. Pues "¿qué esta permitido hacer: el bien o el mal, salvar a uno o dejarlo morir?".
Se afirma también que los católicos se caracterizan por una mentalidad que los mantiene atados al pasado, incapaces de liberarse del lastre de ritos, lenguajes y costumbres de otros tiempos. Si esto sucede, es sin duda, porque se olvida el Espíritu creador y renovador de Jesús, pasando por encima del sábado y de las iras de letrados y fariseos. Jesús nos coloca no ante un conjunto de leyes, sino ante las exigencias del amor: "Levántate y ponte ahí en medio".
Teodoro Bahillo
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Jesús, la reacción de los escribas y fariseos ante tu curación en sábado me muestra la importancia de las disposiciones interiores para recibir tu gracia. Ante tus milagros, la gente sencilla y humilde se maravillaba y decía: todo lo ha hecho bien (Mc 7, 37). Por el contrario, los escribas y fariseos se quedaron completamente ofuscados y discutían entre sí qué harían contra Jesús.
Tú les preguntas: "¿Es lícito en sábado hacer el bien?". Pero ellos no responden. No quieren hablar porque no quieren cambiar sus ideas equivocadas. Su soberbia les impide convertirse y entender el sentido de tus milagros. Y lo que debía ser una luz (pues tus milagros muestran que eres el Mesías) se convierte en una oscuridad aún mayor: se quedaron completamente ofuscados.
Lo más horrible de ese pecado es que, cuanto más domina al hombre, menos culpable se cree éste del mismo. Pues como dice el Cura de Ars, "jamás el orgulloso querrá convencerse de que lo es, ni jamás reconocerá que no anda bien: todo cuanto hace y todo cuanto habla, está bien hecho y bien dicho" (Sermón sobre el Orgullo).
Jesús, a veces me construyo mis propias interpretaciones, diciéndome "esto no está tan mal", o "todo el mundo lo hace así", o "la culpa es del ambiente, o de los demás". Y en vez de explicar mis dificultades en la dirección espiritual, me quedo con mis ideas, con mis dudas o con mis excusas. De esta manera no lucho por mejorar; y cada vez me siento más a oscuras.
Me has pedido una sugerencia para vencer en tus batallas diarias, y te he contestado: al abrir tu alma, cuenta en primer lugar lo que querrías que se supiera. O como decía San José Mª Escrivá: "Abre tu alma con claridad y sencillez, de par en par para que entre, hasta el último rincón, el sol del Amor de Dios (Forja, 126).
Jesús, me has dado un gran medio para vencer en mis batallas diarias, en mi lucha por mejorar, por parecerme más a ti. La dirección espiritual es el mejor modo de abrir mi alma, de ventilar esos pensamientos, intenciones y hechos que empezaban a perder la vibración propia de un hijo de Dios.
Jesús, tú sigues realizando milagros, sigues enviando tu gracia. Pero no todos son capaces de aprovecharla. Los que están ofuscados por la soberbia y creen que no necesitan abrir su alma a nadie, cada vez se enredan más en sus propios defectos. Por el contrario, si tengo la sencillez de dejarme ayudar en la dirección espiritual, ¡qué claro es el camino, y qué abundante es tu gracia!
Jesús, ayúdame a ser sincero en la dirección espiritual, contando en 1º lugar lo que me cuesta más explicar. Así el diablo resulta siempre vencido. Ayúdame a ser valientemente sincero en la dirección espiritual y también yo recibiré la fortaleza que necesito para vencer en la lucha diaria contra mis defectos y pasiones.
De la misma manera que al hombre de la mano seca le pediste que hiciera el esfuerzo de estirarla para quedar curado, a mí me pides el esfuerzo de contar lo que me cuesta para darme tu gracia. Lo hizo, y su mano quedó curada.
Pablo Cardona
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No cabe duda de que este pasaje marca un paso en el proceso de confrontación entre Jesús y sus adversarios. Jesús, en esta ocasión, toma la iniciativa y desafía a los letrados y fariseos, quienes se presentan con mala intención. Buscan la manera de prenderlo en un acto que diera pie a una acusación formal.
Por su parte la curación es un bien, ya que la enfermedad es anticipo de la muerte. Omitir un bien es sinónimo de hacer el mal (sería un acto de omisión). Jesús en este caso hace el bien, aunque sea sábado, provocando a aquellos inhumanos intérpretes de la ley, y ellos reaccionan, a falta de razones, indignados y prestos a tomar una medida contra Jesús.
La acción de Jesús nos enseña cómo la ley debe estar al servicio y el bien de toda persona humana. Jesús manda a aquel hombre de la parálisis en el brazo, en pleno sábado, ponerse en medio. Lo sitúa en el centro de la escena y lanza un argumento con fuerte lógica: ¿qué está permitido en sábado, hacerle bien a uno o dejarlo con su mal, salvar una vida o dejarla morir?
Hoy día se cometen muchos abusos aduciendo pruebas legales. Se condena a uno por robarse un pedazo de pan y se absuelve a otro que se apropió indebidamente de los bienes del estado. Millones pasan hambre y viven en condiciones infrahumanas por sistemas económicos legales. Mientras más se cumplan ciertas leyes, más personas habrá en el mundo malviviendo, en la lucha por la supervivencia.
Hacen falta personas libres que den la cara y, como Jesús, pongan en el centro de la escena los rostros de la miseria y pregunten a los interlocutores responsables de esta situación. ¿Qué está permitido en este sistema, hacer el bien o dejar morir?
Confederación Internacional Claretiana
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La sinagoga es uno de los principales lugares de conflicto. Es el sitio de la ortodoxia y la solemnidad. Jesús desafía a fariseos y escribas en un espacio que ellos consideran exclusivamente suyo. Y el desafío no está dirigido a conseguir renombre sino a defender la dignidad de los seres humanos.
Había en esa sinagoga un hombre postrado por la enfermedad. Su abatimiento era símbolo de la marginación social a que estaba sometido. Su mano derecha paralizada le impedía desempeñarse laboralmente y además constituía un defecto que lo convertía en un ser impuro. La interpretación oficial de la ley lo mantenía en una condición de hombre marginado.
Jesús se opone a esto y en nombre de la dignidad humana y de la misericordia divina restablece la dignidad de la persona. En 1º lugar le pide que se levante, que no se siga considerando a si mismo como un ser de poco valor. Para Jesús la enfermedad, el pecado y las carencias humanas no le restan dignidad al ser humano.
En 2º lugar apela al sentido liberador de la ley, para terminar por cuestionar las prácticas opresoras de los ortodoxos. Ante el silencio encubridor de las morales inhumanas, restablece el valor de la persona ante la comunidad. Sus opositores se ofenden y se cierran a la interpelación divina.
Hoy nos enfrentamos a muchos grupos que pretenden tener el modelo para regir la vida humana, y a los que no les importa si sus políticas dignifican o esclavizan al ser humano. Por eso, en nombre de las nuevas leyes del mercado y de sus dogmas incuestionables, someten a la humanidad a un empobrecimiento que merma las potencialidades humanas. Como hizo Jesús, debemos cuestionar esas leyes inhumanas, y desterrar el silencio cómplice de las morales corruptas.
Servicio Bíblico Latinoamericano
c) Meditación
El texto evangélico de hoy nos traslada de nuevo al ámbito de las controversias de Jesús con los fariseos, a propósito de la observancia del sábado. Jesús se encuentra en la sinagoga, como era su costumbre, y allí se encuentra también un hombre con parálisis en un brazo.
No parece que la presencia del paralítico en la sinagoga fuese casual (coincidir con Jesús, y en sábado), y da la impresión de que hubiese sido llevado allí por los mismos fariseos, como cebo para acusar a Jesús. Es lo que insinúa el evangelista, cuando dice de ellos que estaban al acecho para ver si curaba en sábado y poder acusarlo.
Hacen los fariseos de aquel paralítico, por tanto, un medio al servicio de sus malévolas intenciones, que no son otras que encontrar un motivo de acusación contra el maestro trasgresor".
Jesús acepta el desafío que le proponen, lanzándoles un pulso en toda regla. Y por eso, dirigiéndose al paralítico le dice, como retando a sus adversarios: Levántate y ponte ahí en medio. El movimiento de Jesús es manifiesto, y acaba de aceptar el reto de sus acusadores.
Tras hacer del paralítico el centro de todas las miradas, Jesús les dirige una pregunta que no deja escapatoria: ¿Qué está permitido en sábado? ¿Hacer lo bueno o lo malo? ¿Salvar la vida a un hombre o dejarlo morir? ¿Qué podían responder a esto? ¿Que en sábado no estaba permitido hacer el bien o salvar la vida de alguien?
La contradicción entre la observancia sabática y la buena acción resultaba demasiado flagrante. ¿Cómo prohibir la práctica del bien en sábado? ¿Acaso el sábado no era una ley de cuño divino? ¿Cómo podía Dios prohibir la buena actuación en el día consagrado a él?
Los fariseos tenían claro lo que no estaba permitido en sábado (no trabajar, no encender fuego, no caminar más de un determinado número de pasos, no hacer negocios, no traficar con dinero, no viajar...). Pero lo que no tenían tan claro es lo que estaba permitido, ni lo que realmente había que hacer en sábado.
Así que ¿acaso la ley del descanso sabático podía convertirse en una barrera que limitase la práctica del bien? ¿O es que la buena acción puede estar condicionada por algún límite temporal o legal? ¿No es la ley la que tiene que amparar el bien? Porque no sólo está permitido hacer lo bueno en sábado, sino que está incluso recomendado. Hacer el bien debe ser una obligación moral para todo hombre, en cualquier circunstancia de espacio y tiempo.
Jesús lleva el caso hasta su extremo, pues no parece que aquel paralítico del brazo se encontrase en peligro de muerte, o exigiese una cura de urgencia o una rápida intervención.
En este contexto, adquiere aún más relieve la actitud desafiante del maestro taumaturgo, como si Jesús quisiera cuartear su mentalidad haciéndoles ver no sólo que la ley del Sábado admite excepciones (algo que ya sabían y practicaban ellos), sino que el código del buen obrar puede muchas veces obligar a transgredir una ley tan sagrada como ésta: ¿Qué está permitido en sábado: salvar la vida a un hombre o dejarlo morir?
La pregunta no dejaba alternativa, pues en ninguna circunstancia se debe preferir dejar morir a una persona que salvarla, si ello es posible. La vida humana es un valor supremo, que debe ser custodiado por toda ley.
Aquí encuentra su lugar idóneo el dicho de Jesús: El sábado (la ley) se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado. En este caso, lo que parecía en juego no era la vida del paralítico, sino únicamente su salud. Pero Jesús parece recrearse en extremar las cosas.
Aquellos aprendices de jueces no encontraron la respuesta adecuada y prefirieron callar. ¿Cómo iban a decir que en sábado no estaba permitido hacer lo bueno? ¿Es que la ley del descanso sabático no era buena? ¿Es que observar esta ley no era bueno?
Se suele decir que "el que calla otorga", pero el silencio de los fariseos no era un asentimiento, sino sólo una falta de respuesta y, como delata su inmediata reacción, una adentramiento en el castillo de su propia obstinación.
No encontraron los fariseos respuesta, pero tampoco dieron su brazo a torcer. Su obstinación no les permitía reconocer que no sólo se podía hacer el bien en sábado, sino que se debía hacer el bien, siempre que se ofreciera oportunidad de ello; y la curación de un enfermo era una buena oportunidad para la práctica del bien y para honrar el Sábado.
Y llegó el momento de la actuación. Para que la cosa no quede sólo en una simple discusión doctrinal, Jesús, aunque indignado y dolido por la obstinación de sus contrincantes, se pone manos a la obra, y le dice al paralítico: Extiende el brazo. Y el brazo quedó restablecido.
La culminación del acto acabó desatando la ira contenida de sus acusadores, y en cuanto salieron de la sinagoga (nos informa Marcos) los fariseos se pusieron a planear con los herodianos el modo de acabar con él.
Enemigos tan irreconciliables como fariseos y herodianos (los unos enemigos, los otros amigos del régimen imperante) se ponen de acuerdo, porque les une un mismo propósito. Tanto para unos como para otros, Jesús resulta un estorbo, alguien que pone en riesgo sus propios intereses.
Jesús se había limitado a hacerles ver que su interpretación de la ley estaba equivocada, y que una ley como la sabática no podía ser de ninguna manera un impedimento para la práctica del bien, que en último término el espíritu de la ley (de toda ley).
Jesús resquebrajó así la mentalidad monolítica y rocosa que mantenía a los fariseos aferrados a su concepción legalista. ¿Hacemos nosotros lo mismo? Porque todos disponemos de hábitos mentales que el tiempo ha ido endureciendo y esclerotizando, y que también tenemos que remodelar.
JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología
Act: 09/09/24 @tiempo ordinario E D I T O R I A L M E R C A B A M U R C I A