10 de Septiembre
Martes XXIII Ordinario
Equipo
de Liturgia
Mercabá, 10 septiembre 2024
a) 1 Cor 6, 1-11
El texto de hoy está claro: entre los corintios abundan también los litigios, y para resolverlos recurren a los tribunales paganos. Pablo se avergüenza de ello y quiere intranquilizar a esta comunidad, las cual no parece tener a nadie con autoridad suficiente como para arbitrar en casos semejantes (v.5).
La argumentación del apóstol comienza con una apelación al amor propio de los corintios, pero poco a poco se adentra en las profundidades del ser cristiano. Y aquí vamos a centrar nuestra atención.
Unas palabras de Jesús que leemos en el evangelio nos proporcionan el criterio para reconocer al auténtico discípulo: "En esto conocerán que sois discípulos míos: en que os amáis unos a otros" (Jn 13, 35). Y Pablo lo recuerda cuando escribe: "El amor no causa daño al prójimo, y el cumplimiento de la ley es el amor" (Rm 13, 8-10).
Pero en Corinto los cristianos no sólo no se "dejan perjudicar" (intentando superar el mal con el bien), sino que se hacen daño unos a otros. Aunque la lista de pecados que excluyen del reino de Dios no deba entenderse como una denuncia detallada de los vicios de los corintios, Pablo relaciona la situación en que se encuentran ahora con la que tenían cuando todavía eran paganos: todos han sido bautizados, pero viven como cuando eran paganos.
Notemos que el pensamiento de Pablo no es moralizante, ni se limita a decir que, puesto que están bautizados, deben comportarse como hombres nuevos. Sino que les hace observar más bien la nueva realidad de vida en que han sido introducidos gratuitamente "en el nombre del Señor, y en el Espíritu de nuestro Dios" (v.11). Pese a su conducta, el bautismo es una realidad que sigue subsistiendo en ellos. Han sido purificados, santificados y justificados por el agua del bautismo, y vivir en contradicción con esta nueva realidad constituye el nuevo absurdo del pecado en el cristiano.
Antón Sastre
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Pablo reprocha hoy a los corintios el hecho de haber ido a los tribunales civiles: "Cuando alguno de vosotros tiene un pleito con otro, ¿cómo se atreve a llevar la causa ante los injustos y no ante los fieles?". En efecto, sabemos que los juramentos de esos tribunales contenían fórmulas idolátricas, y eso había prohibitivo el acudir a ellos. Y aunque la legislación pagana era muy amplia, yevidentemente no tenía en cuenta los principios evangélicos.
Pablo aconseja, pues, que los procesos se arreglen entre cristianos, escogiendo a los sabios o prudentes de entre la comunidad, lo cual nos lleva a plantear la cuestión de la penetración del espíritu evangélico en las instituciones civiles, judiciales, políticas y sindicales.
Un cristiano no puede poner entre paréntesis su fe, a la hora de participar en la vida de la sociedad. Ni tampoco puede ser que algo de paganismo circule en las mentalidades de los trabajos y familias de los cristianos. Esos son los 2 extremos a evitar, evitando tanto el apartarse (de hacerse incoloro, inodoro e insípido), como el de ser un camaleón (que va tomando el color del ambiente).
"¿No sabéis que los justos han de juzgar al mundo?". Pablo evoca una palabra de Jesús anunciando que, al final de los tiempos, los miembros de Cristo participarán de su poder real y judicial: "Os sentaréis en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel" (Mt 19, 28).
¡Enorme responsabilidad! Y desde luego, sin orgullo. Recordemos que el Reino ya ha empezado, y que el juicio de Dios (del que participan los cristianos) está actuando ya en los compromisos que los cristianos asumen en la ciudad secular. Repasemos en nuestra memoria nuestras diversas responsabilidades.
"Y ¿no es ya para vosotros un fallo tener pleito, hermanos entre hermanos, y esto ante los no creyentes?". Siempre la misma apreciación misionera de Pablo, pues ¿qué signo damos a los que nos miran como vivimos? San Pablo apunta aquí muy lejos, y dejando el escándalo (de ir a tribunales paganos) afirma que es ya una brecha el haber "diferencias entre hermanos", pues todo ello es orquestado en público, por la prensa y por los medios de difusión.
Y si esto lo sabemos, ¿por qué no preferís soportar la injusticia?". Es decir, ¿por qué no dejaros antes despojar? Esto no es un sueño, sino que es lo que dice literalmente el evangelio: "Al que te abofetea en la mejilla derecha, ofrécele también la otra. Y al que quiera pleitear para quitarte la túnica, déjale también el manto" (Mt 5, 38).
Antes de decir que esto es imposible, convendría que nos preguntáramos si, en la práctica, el perdón y la paciencia no serían a veces más eficaces que la actitud inversa. Quién sabe, además, si ante la escalada aberrante de la violencia, el cristiano no tendrá que distinguirse por su manera de ir contracorriente, sacrificándose él mismo para tomarse el evangelio a la letra.
Y esto porque "los injustos no heredarán el reino de Dios, ni los impuros, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los ultrajadores, ni los rapaces. Y esto fuisteis algunos de vosotros, pero habéis sido lavados por el bautismo y sois santos". Por lo visto esos eran los vicios corrientes en la sociedad del tiempo de San Pablo, y en ese mundo en que vivían los cristianos de Corinto. ¿Cuál es mi parte de santidad?
Noel Quesson
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Hemos de aprender a vivir siempre como hermanos que se aman, y no como causa de división para los demás. No podemos dedicarnos a hacer el mal a nuestro prójimo. Cuando la fe se ha diluido en nosotros, o cuando sólo hemos reducido nuestra fe a algunas prácticas cultuales, es difícil evitar las contiendas y los despojos injustos, pues no nos interesa vivir nuestra fe y hacer el bien a los demás, sino sólo realizar algunos actos piadosos para tranquilizar nuestra conciencia y continuar siendo unos malvados.
Si en algún momento nos hemos levantado en contra de alguien, o hemos sido víctimas de las injusticias de los demás, hemos de tratar resolver esos problemas entre nosotros mismos. Y hacerlo desde un amor fraterno que nos ponga en diálogo amoroso, comprensivo y misericordioso. Porque ¿quién de nosotros podría presumir de ser una persona recta desde el principio?
Sabemos que ha sido mucha la carga pasada de maldad en nosotros. Sin embargo, Dios ha sido misericordioso para con nosotros, y nos ha manifestado su amor. Si así nos ha amado Dios, así nos hemos de amarnos entre nosotros, de tal forma que a nadie condenemos a causa de su maldad. Hemos de trabajar para que todos, a pesar de sus grandes miserias, lleguen a la posesión de los bienes eternos, de los que Dios quiere hacernos partícipes a todos.
José A. Martínez
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Otro de los desórdenes corintios que Pablo quiere corregir hoy es el de los pleitos que surgen en la comunidad de Corinto, y que algunos llevan a los tribunales paganos. Para el apóstol es intolerable que haya pleitos, y que si los hay no se resuelvan fraternalmente, acudiendo a la jurisdicción del fuero civil o penal. Y ya que los corintios están tan orgullosos de su sabiduría (pues son griegos), Pablo les incita con ironía: "¿No os da vergüenza? ¿Es que no hay entre vosotros ningún entendido que sea capaz de arbitrar entre dos hermanos?".
Y aduce 2 argumentos:
1º
que los cristianos estamos destinados, al fin de la historia, a "juzgar al
mundo" (luego cuánto más estas pequeñeces de ahora);
2º que lo mejor sería tener paciencia, antes de recurrir a los pleitos ("¿no estaría mejor sufrir la injusticia?").
Y enumera una serie de situaciones pecaminosas que nos excluirían de heredar el reino de Dios: las inmorales, las idólatras, las adúlteras, las invertidas, las ladronas, las difamadoras... (Gál 5,19-21; Ef 5,3-6).
Una familia y una comunidad cristiana deberían saber "lavar la ropa sucia en casa", con una actitud tolerante e imitando la misericordia de Cristo, que refleja la de Dios Padre. Jesús nos animó a presentar la otra mejilla, y hoy Pablo aporta un argumento: "¿No sería mejor dejarse robar?". Son actitudes difíciles, porque a todos nos gusta que se respeten nuestros derechos y salirnos con la nuestra. Pero alguien tiene que romper la espiral de la violencia y de rencor.
A todos Dios nos ha tenido que perdonar, como recuerda Pablo: "Os lavaron, os consagraron, os perdonaron invocando al Señor Jesucristo y al Espíritu de nuestro Dios". Y lo que ahora se trata es que nosotros tengamos una actitud semejante de perdón para con los demás, sin estar siempre alzando la bandera de nuestros derechos y de las (presuntas) ofensas que hemos recibido.
¡Qué impresión más pobre hace el que una familia airee sus tensiones internas con personas ajenas! ¡Qué mal efecto produce el que los miembros de la Iglesia hablen mal unos de otros! Tendríamos que saber dialogar y resolver nosotros mismos estos pleitos, cediendo todos un poco y poniendo cada uno su parte de perdón y de humor.
José Aldazábal
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La 1ª lectura de hoy puede ayudarnos a ser un poco más santos, disolviendo el fermento del mal que haya en nuestras personas y grupos. Y para ello nos anima hoy el apóstol Pablo a cultivar las semillas y raíces del bien, de la caridad y del testimonio, de la gratuidad y de la pureza de corazón. Así contribuiremos a que el reino de Dios triunfe en el mundo, en la sociedad, en nuestro hogar y en nuestro corazón.
Pablo sigue siendo hoy nuestro guía mediante su Carta a los Corintios, denunciando el proceder de pleiteantes sin piedad que, en vez de alcanzar la deseada equidad y justicia en fraternidad, van buscando árbitros y jueces extraños a la Iglesia.
No existe persona sin debilidades, familia sin problemas, pueblo sin lacras. Y los idealismos que nos sustraigan a la realidad, o a la lucha de cada día, son vanos. El pan, la amistad, la solidaridad, la virtud, la santidad... se van labrando a golpe de buenas obras, superando cada día el nivel anterior de amor, justicia y verdad.
Si buscamos algún distintivo de la Iglesia cristiana, no hay otro que el signo de la fraternidad. Esto supondría que cada cual ha de hacer un esfuerzo por compenetrarse mejor con los demás, en un mismo sentir, pensar y actuar, desde el compromiso con el evangelio. Si lo hiciéramos, todos volverían a decir: "Mirad cómo se aman".
Pero disfrutar de tanta belleza no se da fácilmente a los mortales, pues las raíces del mal (de nuestras ambiciones y egoísmos, de nuestro afán de poder y de riqueza...), no mueren nunca, y no nos dejan en paz en el transcurso de la vida. En consecuencia, si surgen divergencias notables, ha de actuar un tribunal de de paz, que discierna la verdad y el deber de cada uno.
Pablo parece desear que la Iglesia de Corinto encarne en su forma de vida (fraterna, espiritual y humana) aquel ideal que se nos describe en los Hechos de los Apóstoles, cuando todos lo ponían todo en común.
Pero esto parece demasiado hermoso, pues ni siquiera en la vida monástica se logran habitualmente momentos de tal plenitud y gracia. Lamentemos, pues, de nuestra pobre realidad, y aceptemos que a veces no sólo nos falta plena concordia, sino que incluso los vicios y pecados pueden llegar a dividirnos casi irreconciliablemente. ¡Tanta puede ser nuestra insensatez, hasta dividir incluso a la Iglesia! Si eso nos aconteciere, volvamos a la reflexión, al discernimiento, al arrepentimiento y al perdón.
Dominicos de Madrid
b) Lc 6, 12-19
Jesús sube hoy al monte, al lugar por excelencia de encuentro del hombre con Dios. Y allí ora durante toda la noche, al igual que hizo Moisés lo hizo en su día (Ex 34, 2). Una larga noche de reflexión en presencia de Dios antes de tomar la decisión de elegir a los 12 apóstoles, a la vista de la obcecación de fariseos y letrados, que no aceptan su mensaje liberador.
Con esta elección, Jesús sienta las bases para la constitución del nuevo Israel (o pueblo de Dios), cimentado sobre 12 discípulos, como el antiguo lo estaba sobre los 12 patriarcas. En este momento crucial de la historia de la salvación, Jesús entra en comunión con Dios.
Estos 12 elegidos por Jesús han de ser, en 1º lugar, discípulos, que tienen que aprender el modo de vida de su maestro y darle su adhesión (o lo que es igual, creer en él). Y en 2º lugar han de ser apóstoles, o enviados para continuar su misión liberadora.
De la lista de los Doce resalta el 1º (Simón), al que Jesús le pone el sobrenombre de Kefas (lit. Piedra). Y el 12º (Judas Iscariote), natural de Kariot (aldea judaica) y sicario del Partido Zelote (que realizaba asesinatos selectivos a los colaboracionistas con Roma). Este Judas (el traidor de Jesús) se distingue del otro Judas (que representa al Israel fiel a Jesús).
De los demás discípulos poco más sabe Lucas. Entre ellos se encuentra Simón el Fanático, probablemente del grupo de los zelotes (grupo que pretendía implantar una teocracia en Israel acabando con la dominación romana). Entre los Doce hay 2 parejas de hermanos: Simón y Andrés, Santiago y Juan, estos últimos llamados los Boanerges (lit. hijos del trueno) por su celo desmedido y su espíritu autoritario.
La labor de Jesús para con este grupo tan heterogéneo será difícil y dura hasta hacerles comprender su camino de Mesías que, para comunicar la vida definitiva, se entrega hasta la muerte.
No serán éstos los únicos discípulos, pues, al bajar del monte con los 12, Jesús se encuentra con otros muchos e incluso con una gran muchedumbre venida no sólo del país judío y de Jerusalén, la capital, centro de la institución, sino también de la diáspora (Tiro y Sidón). El nuevo pueblo de Dios no estará formado ya por sólo judíos; también los paganos formarán parte de él.
Juan Mateos
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La elección de los Doce tiene como función dar una nueva configuración al grupo de discípulos israelitas: "Llamó a sus discípulos y eligió a doce de ellos" (v.13b). Es decir, los escogió entre los miembros del grupo israelita, el más ortodoxo, para que representaran el nuevo Israel.
Jesús, sin embargo, pretende desde un principio que el rasgo distintivo y más específico del nuevo grupo sea la misión: "Los nombró apóstoles", es decir, enviados (v.13c). Jesús no quiere crear un grupo cerrado sobre sí mismo, al estilo de las comunidades bautistas, esenias o fariseas (Lc 5, 33-35). Sino un grupo abierto que invite a todos a formar parte de él. Con la elección del nuevo Israel, Jesús da por definitivamente caducado el antiguo Israel.
Los 12 nombres propios están todos unidos por la conjunción y, sin establecer ninguna jerarquía ni grupúsculo en el interior del grupo. Hay 2 Simones: uno "al que Jesús dio el nombre de Pedro" (Kephas, lit. Piedra; y no Sohar, lit. Roca), y otro "llamado el Zelotes" (Kananaios, lit. el Fanático), simpatizante del movimiento de resistencia judía contra los romanos. Igualmente, hay 2 Judas: "el de Santiago" y "el Iscariote" (el que llegó a ser un traidor).
La homonimia relaciona íntimamente estas 2 parejas: la presencia de 2 Judas en la lista lucana anticipa que no todo el judaísmo (por derivación de Judas) traicionará al Mesías. Además, el primero y el último de la lista engloban a todos los demás: las negaciones de Pedro y la traición de Judas afectarán de una u otra manera a todo el grupo (la 1ª con final feliz y la 2ª con final trágico). En la presentación del nuevo Israel, Lucas deja ya entrever que éste resultará exitoso para unos y condenatorio para otros.
En la lista que hizo Jesús hay de todo, como representación que son de la sociedad israelita. No los ha escogido en calidad de 12 líderes de la nueva Iglesia, sino para que proclamen con su comportamiento la alternativa de sociedad que quiere proponer a Israel, y por extensión a toda la humanidad. Los escoge para enviarlos a proclamar la Buena Noticia que hasta ahora encarnaba él solo.
La secuencia original del texto subraya el paso de la esfera divina ("el monte") al plano del hombre: "Cuando se hizo de día, bajó con ellos y se detuvo en un llano" (vv.13-17). En ese llano había una gran multitud venida de todas partes (de Tiro, Sidón, la decápolis...), contradistinta a la de origen israelita (v.13) y sector no israelita de los seguidores de Jesús.
Acto seguido Lucas presenta el auditorio: "Una gran muchedumbre del pueblo, procedente de todo el país judío, incluida Jerusalén, y de la costa de Tiro y Sidón, que habían ido a oírlo" (vv.17-19). También el auditorio es compuesto: están presentes en él tanto las tribus establecidas en la tierra prometida como las que viven en la diáspora (representada por Tiro y Sidón).
Las multitudes habían acudido con una doble intención: oír al Maestro de Israel y hacerse curar de sus males. Pero antes de hablarles, Jesús, "con la fuerza del Espíritu", les restituye la integridad humana. Mezclados con ellas, están los poseídos por "espíritus inmundos" (los fanatizados por el pecado), que se ha posesionado de ellos y les han arrebatado la capacidad de pensar y actuar como hombres libres. Enfermos física y psíquicamente continúa habiéndolos, tantos o más que en los tiempos de Jesús.
Josep Rius
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En aquel entonces se fue a la montaña a orar y se pasó la noche orando a Dios. Toda la noche. Procuro estar un buen rato contemplando a Jesús orando. Hasta 11 veces, en su evangelio, Lucas hablará de la oración de Jesús:
-el
día de su bautismo ante Juan, en el Jordán (Lc 3, 21),
-cuando grandes muchedumbres se reúnen para oírle y pedirle curación (Lc 5,
16),
-la víspera del día que eligió a sus apóstoles (Lc 6, 12),
-inmediatamente antes de pedir a Pedro su confesión de fe, en Cesarea (Lc 9,
18),
-en la montaña de la transfiguración, muy poco antes de anunciar su muerte (Lc
9, 28),
-al regreso de los discípulos de la 1ª misión, que hicieron ellos solos (Lc
10, 21),
-inmediatamente antes de enseñar el Padrenuestro a sus discípulos (Lc 11, 1),
-antes de la pasión, para que no desfalleciera la fe de Pedro (Lc 22, 32),
-durante su agonía en el huerto de Getsemaní, de noche (Lc 22, 41),
-mientras era crucificado, para pedir el perdón de sus verdugos (Lc 23, 34),
-en el último segundo antes de entregar su alma, en las manos del Padre (Lc 23,
46).
Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos y eligió a 12 de ellos. He aquí pues, el objetivo de su oración de toda la noche: ¡su Iglesia! El proyecto que hoy dura todavía. Esta institución de los Doce es un instante solemne para la historia de la humanidad.
Pero he aquí que Jesús no les dio la investidura más que al término de una noche entera de oración. Decididamente, Jesús no es un rabino ordinario, uno de esos maestros que se rodean de algunos discípulos. Jesús es consciente de tener que representar un papel extraordinario en el mundo, en nombre del Señor. Lo que hace es una obra divina. Jesús no la lanza a la historia más que en unión con su Padre.
A esos 12, Jesús los nombró apostoloi (lit. enviados por). Lucas es el único en mencionar que el mismo Jesús les dio ese nombre, viniendo a decir que "les dio el nombre de enviados". Porque lo primario no es la relación entre el apóstol y aquellos a quienes se dirige, sino la relación del enviado con aquel que le ha enviado. Esto es lo esencial de la misión, y no aquello.
Ser apóstol es depender de Jesús y hacer de portavoz suyo, lo cual exige ser fieles a la obra que nos pide que llevemos a cabo. ¿Soy yo apóstol, en mi ambiente, en mi familia, en mi trabajo, en mi oración? ¿Soy consciente de que Jesús espera algo de mí, y me envía? El verdadero apóstol no acapara, no atrae hacia sí mismo... sino que orienta hacia el encuentro personal con Jesús.
No obstante, a pesar de la oración de una noche entera, o a pesar del buen discernimiento de Jesús, o a pesar de los tres años de formación por Jesús en persona... "uno de ellos fue un traidor". Misterios de Dios.
Noel Quesson
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Antes de contar la elección de los 12 apóstoles, Lucas nos dice expresamente que "Jesús subió a la montaña a orar y pasó la noche orando a Dios".
Lucas es el evangelista que más énfasis pone en la figura de Jesús orante. Aquí se dispone a elegir, entre los discípulos que le siguen, a 12 apóstoles (lit. enviados), pero el evangelio da importancia al hecho de que antes se pasa la noche orando a su Padre.
Son 12: un número que puede verse como simbólico de muchas cosas (los 12 meses del año, o los 12 signos del zodíaco). Pero que en este caso viene a aludir a las 12 tribus de Israel. Así, Jesús manifiesta que el nuevo Israel (la Iglesia), viene a sustituir y cumplir lo que se había empezado en el antiguo Israel.
La lista de los 12 aparece varias veces en el evangelio, con ligeras diferencias de orden, que aquí no nos interesa subrayar. Los 12 no son grandes personalidades, y le van a defraudar en más de una ocasión. Pero es el estilo de Dios, que va eligiendo para su obra a personas débiles.
A partir de ahora estos 12 van a acompañar muy de cerca a Jesús, y van a colaborar en su evangelización, en sus signos de curación y de liberación del mal. Aunque tendrán que madurar mucho para ser los colaboradores que Jesús necesita para la salvación del mundo.
La comunidad de Jesús es apostólica, y está cimentada en la piedra angular, que es Cristo Jesús. Pero también tiene como fundamento a los apóstoles que él mismo eligió, como núcleo inicial de la Iglesia.
Todos los bautizados formamos la Iglesia, el Cuerpo de Cristo, cuya cabeza es Cristo. Él es el pastor, la luz, el Maestro. Pero a la vez recordamos que mandó a sus apóstoles que enseñaran y que fueran pastores y luz para el mundo. Detrás de ellos vinieron sus sucesores (Pablo y Bernabé, Timoteo y Tito...), ministros en una Iglesia compuesta por innumerables hombres y mujeres. Y ahora, nosotros. No todos somos "sucesores de los apóstoles" (como el papa y los obispos), pero sí todos somos miembros activos de la Iglesia.
Y esta comunidad apostólica (la Iglesia) es la que colabora con el Resucitado y su Espíritu, en el trabajo que él hizo en directo, mientras vivió sobre la tierra: anunciar la buena noticia a todos, curar enfermos, liberar a los atormentados por los espíritus malos...
Si entonces dice Lucas que "salía de él una fuerza que los curaba a todos", lo mismo se tendría que poder decir de su Iglesia, de nosotros. Desde hace 2.000 años este mundo no ve a Jesús, pero debería sentir la fuerza curativa y liberadora de la Iglesia de Jesús, en todos los ambientes de la vida.
José Aldazábal
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Quisiera detenerme en las primeras palabras del evangelio de hoy: "Jesús se fue al monte a orar, y se pasó la noche en la oración de Dios" (v.12). Introducciones como ésta pueden pasar desapercibidas en nuestra lectura cotidiana del evangelio, pero son de la máxima importancia.
En concreto, hoy se nos dice claramente que la elección de los 12 discípulos (decisión central para la vida futura de la Iglesia) fue precedida por toda una noche de oración de Jesús, en soledad, ante su Padre Dios.
¿Cómo era la oración del Señor? De lo que se desprende de su vida, debía ser una plegaria llena de confianza en el Padre, de total abandono a su voluntad ("no busco hacer mi propia voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado"; Jn 5, 30), de manifiesta unión a su obra de salvación.
Sólo desde esta profunda, larga y constante oración, sostenida siempre por la acción del Espíritu Santo que, ya presente en el momento de su encarnación, había descendido sobre Jesús en su bautismo; sólo así, decíamos, el Señor podía obtener la fuerza y la luz necesarias para continuar su misión de obediencia al Padre para cumplir su obra vicaria de salvación de los hombres.
La elección subsiguiente de los apóstoles, que, como nos recuerda san Cirilo de Alejandría, "Cristo mismo afirma haberles dado la misma misión que recibió del Padre", nos muestra cómo la Iglesia naciente fue fruto de esta oración de Jesús al Padre en el Espíritu y que, por tanto, es obra de la misma Santísima Trinidad: "Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, y eligió doce de entre ellos, a los que llamó también apóstoles" (v.13).
Ojalá que toda nuestra vida de cristianos (de discípulos de Cristo) esté siempre inmersa en la oración y continuada por ella.
Lluc Torcal
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Jesús, hoy vas a escoger a los apóstoles, que serán las columnas de tu Iglesia. Tan importante es esta decisión, que pasas toda la noche en oración a Dios. ¿Qué le decías a tu Padre en esas largas horas de conversación con él?
Seguramente le pedías por cada uno de aquellos hombres que ibas a llamar, para que fueran fieles. Pedirías especialmente por Pedro, tu representante en la tierra, cabeza del colegio apostólico y de la Iglesia entera. Pedirías también especialmente por Judas, que te iba a entregar.
Como recordarás en la última cena a aquellos que hoy llamas, "no me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca" (Jn 15, 16). Los has elegido porque te ha dado la gana, no por sus cualidades humanas o espirituales. La mayoría eran pescadores, con escasa cultura, sin relaciones con las personas influyentes. Tampoco sobresalen por sus virtudes: tienen miedo, envidia, se pelean entre ellos... Pero tú los llamas.
No me gusta hablar de elegidos ni de privilegiados. Pero es Cristo quien habla, quien elige. Es el lenguaje de la Escritura, y del mismo San Pablo: "Elegit nos in ipso ante mundi constitutionem ut essemus sancti". Nos ha escogido, desde antes de la constitución del mundo, para que seamos santos.
Yo sé que esto no te llena de orgullo, ni contribuye a que te consideres superior a los demás hombres. Esa elección, raíz de la llamada, debe ser la base de tu humildad. ¿Se levanta acaso un monumento a los pinceles de un gran pintor?
Jesús, tú llamas también hoy. En cada generación buscas personas para que te sigan más de cerca, siendo apóstoles (testigos de la resurrección) en la sociedad en la que viven. Y hoy como entonces, llamas a gente corriente: con defectos, con las mismas cualidades humanas que muchos otros. Como dijo San Bernardino de Siena:
"Es norma general de todas las gracias especiales comunicadas a cualquier creatura racional que, cuando la gracia divina elige a alguien para algún oficio especial o algún estado muy elevado, otorga todos los carismas que son necesarios a aquella persona así elegida y que la adornan con profusión" (Homilías, II).
La gran diferencia es que tú das más gracia a quien más pides, y ruegas al Padre especialmente por aquellos que has escogido. Yo, como cristiano, he sido escogido desde antes de la constitución del mundo para ser instrumento tuyo. Ayúdame a ser fiel a esa llamada a la santidad, como lo fueron (menos Judas) los primeros apóstoles.
Pablo Cardona
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Los evangelios, en particular el de hoy, nos muestran cómo siempre que Jesús debía tomar una decisión importante pasaba toda la noche en oración. Es común oír: "No tengo tiempo para orar". Esto generalmente es verdad, pues el tiempo para orar debemos crearlo.
Esto implica renunciar a nuestro tiempo de diversión, a la televisión, inclusive, como Jesús, al descanso nocturno. Solamente el cristiano que ora todos los días verá cambios en su vida, pues la oración es el elemento que permite que la gracia de Dios se convierta en vida.
Es también común escuchar: "Dios siempre está conmigo y por eso yo hago mi oración mientras voy manejando al trabajo o a la escuela". Esto es verdad también, Dios siempre está con nosotros, pues Dios siempre tiene tiempo para nosotros, la pregunta sería si nosotros, como Jesús, también tenemos tiempo para Dios.
Si bien es cierto que todo momento es un buen momento para orar, es necesario dedicar un tiempo exclusivo para Dios, para estar con él, para que todos nuestros sentidos se centren y concentren en él. Date tiempo para orar, y sólo así tendrás suficiente luz para dirigir las decisiones de tu vida.
Ernesto Caro
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Toda la vida de Jesús es una relación continua con su Padre Dios. Es una relación llena de amor que le lleva, incluso, a desvelarse toda la noche para estar con él. El momento supremo de su estar con su Padre Dios será cuando vuelva a él lleno de gloria, después de haber cumplido con amor fiel la misión que el mismo Padre Dios le confió.
Aquellos que él había escogido serán entonces sus enviados como apóstoles. No irán a cumplir con un simple oficio, sino con la misión de continuar la obra de salvación del Hijo de Dios en el mundo. Entonces la Iglesia, a cuya cabeza estarán los apóstoles y sus sucesores, continuará salvando, sanando de los diversos males y haciendo que el reino del mal vaya desapareciendo del corazón de los hombres.
Ésta es la misión que el Señor nos ha confiado. Puestos en manos de Dios y conducidos por su Espíritu no nos dediquemos simplemente a proclamar el evangelio como una obligación o como una forma de ganarnos la vida, sino como el momento de gracia que el Señor concede a la gente de nuestro tiempo por medio de su Iglesia para que todos alcancen su salvación en Cristo Jesús.
Nelson Medina
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El evangelio de hoy nos recuerda 2 gestos o actos importantes de Jesús: Jesús pasó la noche orando y en la mañana eligió a 12 apóstoles.
El conjunto de rasgos que se anotan en este texto expresan la realidad compleja del entorno de Jesús: Jesús y el Padre (en encuentro de oración), Jesús y los apóstoles (en misión), Jesús y las gentes que quieren oír la palabra (sanación del espíritu) y ver signos externos (curaciones corporales, multiplicación de panes...), Jesús y el Espíritu Santo (con una fuerza que emana de su ser), Jesús y los enfermos (que se benefician de tanta caridad y misericordia).
En un solo párrafo evangélico bulle un conjunto de acciones. La mirada de Jesús se abre a horizontes múltiples que son complementarios en la integridad de vida. Pues se trata de una mirada que:
-no
hace discernimiento ni toma decisiones sin meditarlo todo: en oración nocturna,
en clima espiritual que discierne la voluntad o designios del Padre;
-no elige mediadores, los envía y se retira él del encuentro con los hombres débiles,
enfermos. Los quiere a su lado, acogiéndolos con entrañas de misericordia;
-no hace ostentación de poder, de profeta, de taumaturgo. Simplemente deja
fluir una fuerza misteriosa, enérgica, que cura, anima, impresiona, vence al
mal.
Dominicos de Madrid
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Nos encontramos hoy ante 2 unidades literarias: la elección de los doce (vv.12-16) y la presentación de la muchedumbre que sigue a Jesús (vv.17-19).
Ambas unidades se construyen sobre la base y el clima de la oración de Jesús (v.12). Jesús "sale de" la masa entusiasta y de sus rivales enemigos, "sube a la montaña", símbolo y lugar del encuentro con Dios (1Re 19), y allí "pasa la noche" (Sal 1,2; 42,4; 119,55) orando. La oración es un tema predilecto de Lucas (Lc 3,21; 5,16; 6,12; 9,18; 11,1; 22,41).
Los vv. 13-16 (la elección de los doce) son eminentemente eclesiológicos. Dejan entrever una estructura de la comunidad. A modo de círculos concéntricos se sitúan el pueblo, los discípulos, los Doce. Pedro encabeza la lista (siendo el primero), Judas Iscariote la concluye (siendo el último). En una aproximación sociológica del grupo de los Doce se evidencia su heterogeneidad: hay 2 nombres griegos, un ex-colaboracionista (identificando a Mateo con Leví), un ex-simpatizante de los extremistas zelotas, y hasta un traidor.
Jesús, así como Dios en el AT, tiene la iniciativa de la elección (1Sm 10,24; Sal 78,68.70). Y por eso "los nombró sus apóstoles"; título que se acepta sin discusión (1Cor 12,28; Ef 2,20). Este título indica el cambio de función, al igual que el cambio del nombre a Simón.
La 2ª unidad literaria (vv.17-19) contiene un sumario de enseñanzas y curaciones, que servirá de trasfondo al discurso que sigue. El evangelista Lucas, que es un extraordinario narrador, hace hincapié en la grandeza o multitud de discípulos y de pueblo.
La nota geográfica de la procedencia (desde la capital y de su provincia, hasta la costa pagana de Tiro y Sidón), sirve para representar de modo simbólico la eclesiología lucana. La afluencia desde diversas zonas geográficas simboliza la universalidad de la iglesia, compuesta por judíos y paganos. Se trata de otro tema predilecto de nuestro evangelista.
Finalmente, observamos el poder de atracción de Jesús. Jesús atrae por sus palabras (Lc 11, 31) y por sus acciones, en este caso por su poder curativo, que transmite por contacto. El misterio de la encarnación revela cómo el poder de Dios actúa en el tiempo y en el espacio, actúa en la persona concreta de Jesús y se convierte en poder vivificante y rehabilitador.
Confederación Internacional Claretiana
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La elección de los apóstoles está precedida por una experiencia profunda de oración: "Jesús se fue a orar a un cerro, y pasó toda la noche en oración con Dios". Y sólo después de ello "llamó a sus discípulos y escogió a doce de ellos". El texto de Lucas ofrece la lista con el nombre de los discípulos que Jesús se escogió para conformar con ellos un pequeño grupo de apóstoles; el cual está constituido sobre el nº 12.
El nº 12 es para el pueblo de Israel un número perfecto, ya que en él se resumen las tribus que constituyeron el antiguo Israel. El pueblo del NT también está fundado sobre 12 apóstoles, a imitación del antiguo Israel. Por lo mismo, significa el pueblo elegido, el pueblo organizado. Después de la muerte de Judas, su puesto debe ser ocupado por otro testigo de la muerte y la resurrección de Jesús (Hch 1, 15-26).
Este grupo fue constituido por Jesús para que estuvieran con él, siguieran sus pasos, aprendieran sus enseñanzas y propagaran su obra. Las relaciones que establecieron fueron las de maestro y discípulos en un arduo proceso de aprendizaje que estaba fuertemente respaldado por el testimonio de la propia vida.
Una de las características más sorprendentes de este grupo es su heterogeneidad. El grupo estaba compuesto por pescadores, un recaudador de impuestos, un celoso de la ley y un traidor. Son personas sencillas, trabajadoras, sin títulos mayores, que no aprendieron fácilmente lo que Jesús les enseñó y que cometieron muchos errores (errores que posteriormente, y tras la resurrección, tendrán que ser corregidos por el Espíritu Santo).
Otra característica de los Doce es que son llamados por el mismo Jesús como apóstoles y fueron escogidos de entre un grupo amplio de discípulos, como queriendo decir que no puede haber comunidad sin animadores; pero estos animadores no se pueden situar frente a la comunidad como una autoridad.
Ellos no tienen que cumplir con ciertos requisitos (estudios, méritos, capacidades). El título de apóstol (lit. enviado) designa una función y no una dignidad, un servicio y no un poder. La mención de los nombres de los discípulos subraya su nueva responsabilidad, que no es una actividad restringida, sino una misión duradera.
Todos nosotros hemos sido llamados desde nuestra vocación bautismal a cumplir una misión en la construcción del reino de Dios. Tenemos un compromiso y una responsabilidad desde nuestra profesión concreta. No descarguemos falsamente en las manos de sacerdotes y religiosas la tarea que todos tenemos como cristianos y cristianas.
Servicio Bíblico Latinoamericano
c) Meditación
El evangelista Lucas, en el pasaje evangélico de hoy, nos habla de la constitución de los Doce por parte de Jesús, en un acto constituyente que dará rango de institución al grupo constituido.
Se trata de un acto que tiene carácter fundacional, y que dotará de estructura jerárquica al movimiento de los seguidores de Jesús. Un acto que aspira a instalar en la historia, más allá de sus concreciones personales y temporales, el núcleo de una Iglesia que tendrá como tarea prolongar la misión de Jesús, haciéndolo sacramentalmente presente en el mundo.
Pero la elección de estos 12 apóstoles, o grupo de los Doce, estuvo precedida por una noche de oración. Así nos lo hace saber el evangelista, poniendo en relación ambas acciones: la de la oración y la de la elección. Es como si quisiera indicarnos que Jesús no tomaba ninguna decisión importante sin antes consultarla con su Padre. Al fin y al cabo, él había venido para hacer la voluntad del Padre, y la concreción de esta voluntad había que discernirla en cada momento.
La narración da a conocer los nombres y sobrenombres de los integrantes del grupo, así como la condición de los miembros conformantes de este grupo o Colegio Apostólico, como se ha dado en llamar. Ellos, con sus nombres y sobrenombres, dieron forma concreta a esta congregación (los Doce), que tantas resonancias tiene ya en su larga tradición.
Si 12 eran las tribus que habían conformado el pueblo de Israel, 12 serán también los miembros que conformen el nuevo pueblo de Israel, el salido de la nueva Alianza de Dios con los hombres.
Entre esos Doce encontramos afinidades y divergencias. Algunos, como Andrés y Pedro, o Santiago y Juan, están unidos por lazos de sangre. También les une el oficio (eran pescadores) y el lugar de nacimiento (si no la localidad, sí la región). A otros, en cambio, les separa el oficio (Mateo era publicano) y quizás la ideología o las tendencias políticas.
Algunos, como Simón el Celotes y Judas Iscariote, parecían sacados de grupos nacionalistas e incluso revolucionarios. Y uno de ellos, el Judas citado, se revelará finalmente como el traidor a la causa iniciada, y el promotor de la dispersión de los seguidores del Maestro de Nazaret.
Pero ni la familiaridad de unos, ni la diversidad ideológica o actitudinal de los otros, serán óbice para el sostenimiento y mantenimiento de la institución. Es decir, para que esta sociedad así constituida cumpla su función en la historia, que no es otra que mantener viva de generación en generación la memoria de su fundador. De esta manera, el Colegio Apostólico se prolongará en el Colegio Episcopal, dando continuidad a la misión que Cristo había traído a este mundo.
El acto fundacional se inicia con una llamada de Jesús, que mira en 1º término al acompañamiento y en 2º lugar al envío y a la misión. Así nos lo hace saber el texto evangélico: Mientras subía a la montaña, Jesús fue llamando a los que él quiso, y se fueron con él.
Quien llama, sin previa consulta y a los que quiere, es Jesús. Pero los que se van con él, una vez llamados, son ellos, que lo hacen porque quieren. Confluyen, por tanto, dos voluntades: la del que llama (y tiene la iniciativa) y la del llamado que, tras percibir la llamada, decide irse con él para formar parte de su compañía.
A estos 12 los hizo Jesús sus compañeros, con la intención de enviarlos a predicar y expulsar los demonios. Es decir, con unas tareas que parecen íntimamente unidas, pues el anuncio y la implantación del Reino lleva asociada la acción de expulsar demonios. Al menos, estuvieron íntimamente unidas en la actividad mesiánica de Jesús.
Éste les llama para incorporarlos a su compañía, como compañeros de aventuras y desventuras. Pero no era éste el fin último de la llamada (que permanezcan a su lado sin más), sino que les llama para que, estando en su compañía, puedan ser capacitados para la misión, predicando el evangelio y haciendo frente al espíritu del mal.
Ésta es la tarea para la que son capacitados no solamente ellos, sino también todos aquellos que han sido llamados a prolongar su misión en la historia o a colaborar en esta misión. Si tomamos conciencia de nuestra condición de bautizados, podremos sentir la urgencia de esta llamada que nos lanza al mundo con esta misión encomendada a los Doce y a sus sucesores.
JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología
Act: 10/09/24 @tiempo ordinario E D I T O R I A L M E R C A B A M U R C I A