11 de Septiembre
Miércoles XXIII Ordinario
Equipo
de Liturgia
Mercabá, 11 septiembre 2024
a) 1 Cor 7, 25-31
La 1ª lectura de hoy contiene una respuesta personal de Pablo a una pregunta de un grupo de jóvenes que, aun estando prometidos, han tomado la decisión de vivir como célibes (vv.36-38). Aunque no podemos afirmar que se trate de una institución, esta forma de vida fue conocida por Hermas y probablemente tuvo cierta difusión durante los primeros tiempos del cristianismo.
Es importante recordar que el contexto histórico está marcado por la intensa expectación de la parusía del Señor, actitud que Pablo no sólo no critica, sino que la tiene muy presente tanto al responder a la pregunta de este grupo (v.26), como al dar otras recomendaciones a los cristianos, cualquiera que sea su estado (v.29).
El apóstol da a este grupo de jóvenes una respuesta positiva (v.26), pero les advierte que tal postura debe ser una opción libre y personalmente motivada (vv.37-38). Y no se le ocurre hacer de ella una norma de comportamiento (v.35), ni considerarla como una opción irrevocable (v.36). Más aún, Pablo quiere dejar bien claro que su alabanza no implica menospreciar a quien toma la opción contraria (v.28) ni a quien, llegado a un cierto punto, decide cambiar su decisión inicial (v.36).
Aunque a 1ª vista parezca lo contrario, esta perícopa contiene un pensamiento básico de Pablo, que es el que motiva la respuesta concreta a la cuestión del celibato. El deseo que expresa el apóstol para todos los cristianos es doble:
-que
todos "se dediquen al Señor", viviendo con dignidad el carisma recibido
(v.35),
-que todos estén "libres de preocupaciones", y de problemas que
los puedan distraer del objetivo fundamental.
Pablo sabe muy bien que esto último es utópico, y por eso formula una especie de actitud moral para todo cristiano: vivir cualquier estado y situación de nuestro mundo de manera que ninguno quede aprisionado. Está claro que la validez de este principio trasciende cualquier condicionamiento histórico.
Antón Sastre
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En la sociedad de Corinto, como en la de hoy, se cuestionaba la sexualidad. La civilización griega de la época estaba en el más profundo desconcierto, y se iba desde el desprecio al cuerpo y a la sexualidad... hasta la más total de las libertades. En esta confusión, Pablo defiende simultáneamente: "Acerca del celibato, no tengo precepto especial del Señor, pero os doy mi consejo, como quien es digno de crédito". Y les da su receta personal, basada en:
-la
grandeza y la indisolubilidad del matrimonio,
-el
valor del carisma de la continencia.
Pablo subraya que es su "parecer personal" lo que aconseja, y se compromete netamente en una dirección precisa, haciendo constar que este consejo no tiene la misma autoridad que sí tienen otras enseñanzas suyas. ¿Tengo yo también esta humildad para no comprometer la autoridad doctrinal del evangelio en asuntos que pertenecen a mis opciones personales?
La explicación de Pablo se basa en la justificación simultánea de matrimonio y celibato, sin oponer uno a otro: "Si te casas, no pecas. Si una joven se casa, no peca. No tienes mujer, no la busques. Si estás casado, no busques separarte de tu mujer".
Lo que trata de hacer Pablo, pues, no es menospreciar el matrimonio, sino abrir una vía totalmente nueva: el derecho al celibato, a esa costumbre que en el pueblo judío había estado proscrita para no menoscabar la institución oficial del matrimonio.
La razón única que Pablo aporta sobre el celibato es que "el mundo es limitado y efímero", y que el cristiano no debe apegarse a nada que le absorba por entero: "Pienso, pues, que el celibato es cosa buena, dados los acontecimientos que se preparan". Y da la razón para ello: "Porque el tiempo es limitado, y la apariencia de este mundo pasajera".
La cuestión está, pues, clara: Pablo vive ya en el futuro, y el mundo actual no es más que la preparación de nuestra vida definitiva. Nada es aquí durable ni permanente, y esto significa que los casados no deben olvidar su relación personal con Dios ("el que tenga mujer, como si no la tuviera"), y la posibilidad de abrir en la Iglesia el carisma del celibato, que hace explícita la elección de "una vida por Dios".
Según nuestro estado de vida, preguntémonos si, en nuestra vida de casados, o en nuestra vida de célibes, hemos hecho de veras una opción por Dios, y si la vida eterna está presente en nuestras decisiones. Porque nada terrestre podemos usar con la avidez de un niño glotón. Es ésta una formidable invitación, para mantenernos dueños de nosotros mismos, y porque cosas a las que damos mucha importancia son, de hecho, muy secundarias. ¿Sabemos dejar paso a lo esencial?
Noel Quesson
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Hoy trata Pablo sobre la tensión que había entre las diversas concepciones de la vida sexual en Corinto, y en concreto del matrimonio. Probablemente las posturas iban de extremo a extremo: desde los que abogaban por una libertad total (siguiendo las costumbres paganas), hasta los que despreciaban la vida sexual y el matrimonio (y predicaban la abstención total).
En los versículos que aquí leemos, y que sólo se entienden si se lee todo el cap. 7, Pablo dice con mucho cuidado su opinión, pues las 3 opciones que aporta son buenas (la de los solteros, la de los casados y la de los viudos), aunque él crea que el celibato por el reino de Dios, a ejemplo de Jesús y del suyo propio, sea lo mejor. Pero eso no es imposición del Señor, sino opción de Pablo.
Lo que prefiere hacer Pablo es relativizar el tema, y pedir a todos que, cada uno en su estado, se dedique a hacer el bien y a trabajar por el Reino, sobre todo teniendo en cuenta que es inminente la vuelta del Señor: "Porque la representación de este mundo se termina". No obstante, no busquemos aquí un tratado completo sobre los valores del matrimonio cristiano o del celibato, pues dicho tema lo dejará para su Carta a los Efesios (Ef 5).
Pablo ya sabe que la mayoría se casan, y que algunos ya están viudos, mientras que otros han optado por el celibato para dedicar todas sus energías a la evangelización.
En el fondo, nos invita Pablo a una sana indiferencia y a una relativización del tema. Les dice a los corintios que continúen en el estado en que se encontraban cuando se convirtieron (que no abandonen el matrimonio, o el celibato), y que cada uno intente cumplir la voluntad de Dios en ese estado de vida, porque urge el tiempo y hay que aprovecharlo.
Nos viene bien relativizar los valores de aquí abajo, y tener ante la vista los escatológicos. Los religiosos relativizando la posesión de los bienes y la libertad personal, siguiendo los consejos de Jesús (obediencia, pobreza y castidad) e intentando ser, en medio de este mundo, signos vivientes de la radicalidad de los valores de Cristo. Y los casados relativizando sus trabajos y propias ideas, dedicándose a aquello por lo que vale la pena gastarse más plenamente.
Cada uno en su estado, y comprometiéndonos a vivir el evangelio de Cristo sin olvidar los valores más inmediatos y los superiores, que son los que dan sentido más pleno a todo lo que hacemos. Los casados, con su vida de amor y de educación de sus hijos. Y los que han optado por el celibato, desde el carisma propio y la misión recibida en la Iglesia. Todos intentando ser fieles a Cristo, y siendo signos suyos creíbles en medio del mundo.
José Aldazábal
b) Lc 6, 20-26
La 1ª parte del Sermón de la Montaña va dirigida a los discípulos. Jesús los coloca ante una alternativa de felicidad-desgracia, invirtiendo los valores de la sociedad. A una situación presente, corresponde la contraria en el futuro.
Las 4 bienaventuranzas van seguidas de cuatro malaventuranzas. Las cuatro primeras están organizadas en forma de tríptico ("los pobres, los que ahora pasáis hambre, los que ahora lloráis"), donde se describe la actual situación de sufrimiento y se promete un cambio radical mediante la práctica del mensaje de Jesús, y un colofón, en el que se comprueba la persecución de que serán objeto por parte de la sociedad, al presentir que los pobres hacen tambalear sus fundamentos (vv.20-22).
Las 4 malaventuranzas presentan la misma estructura: un tríptico ("los ricos, los que ahora estáis repletos, los que ahora reís") y un colofón, en el que se les advierte que la aprobación de la sociedad significaría que han traicionado el mensaje (vv.23-26).
El "reino de Dios" es la sociedad alternativa que Jesús se propone llevar a término. La proclama del Reino no la efectúa desde la cima del monte, sino desde "el llano", en el mismo plano en que se halla la sociedad construida a partir de los falsos valores de la riqueza y el poder.
Los pobres no son los miserables, pese a que éstos lo tienen más fácil porque no han de renunciar a nada. Sino que son los que libremente renuncian al dinero y optan por construir una sociedad justa, eliminando la causa de la injusticia: la riqueza. Son los que se dan cuenta de que aquello que ellos consideraban un valor (éxito, dinero, eficacia, posición social, poder), va de hecho contra el hombre.
Jesús no promete felicidad a los pobres, sino que los declara felices porque ya tienen a Dios como rey, mientras que al tiempo que se construye esta sociedad alternativa, continuará habiendo hambre y sollozos. La esperanza de que esto puede cambiar es lo que espolea a los que ya empiezan a vivir esta nueva realidad.
Los ricos, en cambio, son los que quieren mantener la injusticia, puesto que de esta manera aseguran su posición privilegiada: Jesús los declara condenados a la miseria.
Josep Rius
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Las bienaventuranzas también las encontramos en Mateo (Mt 5, 1-12), y con respecto a las de Lucas tienen algunas diferencias significativas que les dan en cada evangelio su propio sentido. Miremos algunas de ellas: en Mateo las bienaventuranzas se encuentran al inicio del Sermón de la Montaña, para releer la figura de Jesús a la luz de la de Moisés en el monte Sinaí; en cambio Lucas las pone en una llanura.
La formulación de las bienaventuranzas en Mateo es extensa, son nueve; en cambio en Lucas es muy breve, son cuatro, pero están complementadas con cuatro maldiciones con las cuales construye una unidad literaria. En Mateo las bienaventuranzas están puestas al comienzo del ministerio de Jesús y adquieren un carácter programático para todo el evangelio; en Lucas el carácter programático del evangelio lo encontramos en el episodio de la sinagoga de Nazaret (Lc 4, 16-30). En Mateo las bienaventuranzas describen actitudes de la persona justa, mientras que en Lucas se refieren a situaciones concretas.
La redacción de Lucas de las bienaventuranzas parece estar más cercana a las palabras pronunciadas por Jesús que las redacción de Mateo. El acento de las bienaventuranzas lucanas está marcado por un fuerte interés por los pobres, que da a las bienaventuranzas un carácter social. La salvación de Jesús aporta una nueva comprensión de la existencia muy distinta de la predominante en nuestro mundo.
Lo 1º que aparece en las bienaventuranzas es que el programa de Jesús para los suyos es un proyecto de felicidad. Cada afirmación empieza con la palabra felices, que en griego, significa la condición del que está libre de preocupaciones y trabajos diarios; y describe, en lenguaje poético, el estado de los dioses y de aquellos que participan de su existencia feliz.
Por consiguiente, Jesús promete la felicidad sin límites, la felicidad plena para sus seguidores. Dios no quiere el dolor, la tristeza y el sufrimiento; quiere precisamente todo lo contrario: que el ser humano se realice plenamente, que viva feliz, que la dicha abunde y sobreabunde en su vida. Lo que pasa es que el camino de la felicidad no es el que propone el mundo, el orden presente, el sistema establecido.
Lo sorprendente de las bienaventuranzas es que invierten los papeles. El orden establecido dice: serás feliz en la medida en que tengas dinero para consumir. Y Jesús, por el contrario, dice: serás feliz en la medida en que te despojes del dinero para compartir. Son caminos diametralmente opuestos, antagónicos, como antagónicos son entre sí Dios y el dinero (Mt 6, 24).
De lo dicho se desprende una consecuencia importante: lo que las bienaventuranzas presentan no es una serie de virtudes que hay que practicar como obligaciones pesadas y costosas. Se trata justamente de todo lo contrario: un programa de felicidad, cuya base es la renuncia al dinero y todo lo que genera poder y desigualdad.
Bruno Maggioni
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Escuchamos hoy de nuevo las palabras también desconcertantes de Jesús: "Dichosos los". Estas bienaventuranzas no son una invitación al optimismo ingenuo o a la felicidad fácil, sino una llamada a vivir el sufrimiento, el mal o la persecución en la paciencia y el gozo de la esperanza.
Como el amor de Dios es más fuerte que todo llanto, pobreza o dolor, así el amor a todo ser humano será siempre más fuerte que cualquier presencia del mal. Ningún mal, por cruel y poderoso que sea (y el terrorismo internacional lo es), puede impedirnos seguir abiertos al amor. Porque el amor, no lo olvidemos, es la única promesa y garantía de felicidad y dicha final.
Pero acercarnos una vez más a las bienaventuranzas puede además ayudarnos a recordar una convicción cristiana que fácilmente podemos olvidar: creer en Dios y ser coherente con la fe no significa decidirse por una vida más infeliz, fastidiosa y resignada, sino elegir un modo de vivir más humano, más sano y, en definitiva, más dichoso, aunque ello exija sacrificios y renuncias. Ser feliz siempre tiene sus exigencias y el camino escandaloso propuesto por las bienaventuranzas lo dice claramente.
Las bienaventuranzas nos trazan precisamente el camino a seguir para conocer una felicidad digna del ser humano. Felicidad que comienza aquí, pero que alcanza su plenitud final en el encuentro con Dios. Hacia la felicidad se camina con corazón sencillo y transparente, con hambre y sed de justicia, soportando el peso del camino con mansedumbre y, recordémoslo en este día especialmente también (aunque en la versión de Lucas propuesta hoy no se incluya, nos lo recuerda Mateo), trabajando por la paz con entrañas de misericordia.
La pregunta que, tal vez, podría ayudarnos personalmente a hacer más luz, sería ésta: ¿qué pasaría si yo tomara en serio las bienaventuranzas y acertara a vivir sin tanto afán de cosas, con más limpieza interior, más atento a los que sufren, sembrando y construyendo paz y con una confianza más grande en Dios? ¿Sería más feliz o menos?
Teodoro Bahillo
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Las bienaventuranzas que hoy vamos a meditar son muy diferentes de las relatadas por san Mateo (8 bienaventuranzas en Mateo, por 4 en Lucas). Mateo insiste en la pobreza espiritual y en las actitudes interiores, mientras que Lucas habla de "dichosos los que ahora pasáis hambre", "dichosos los que ahora lloráis", "dichosos cuando os insulten los hombres".
Es decir, Lucas se dirige a pobres reales, a la clase social de aquellos que son más pobres físicamente que los demás. Y esta insistencia particular de Lucas es aún reforzada por:
-el
anuncio de un cambio total de las situaciones,
-la oposición entre bienaventuranzas y malaventuranzas.
Ese mensaje, netamente más social que el de Mateo, está completamente en la línea de todo el evangelio de Lucas (los primeros convertidos se reclutaron de hecho en las clases sociales menos favorecidas).
Pero el mensaje más místico de Mateo no hay que contraponerlo al de Lucas. El pensamiento de Jesús debió comportar ambos sentidos.
La interpretación de las bienaventuranzas "según san Mateo", invita a todos los hombres, ricos o pobres, al desprendimiento espiritual y a la conversión del corazón. La interpretación de las bienaventuranzas "según san Lucas" invita a todo los hombres, ricos o pobres, a transformar las estructuras de la sociedad para que haya menos gente desfavorecida.
Se trata pues de situaciones reales: "Vosotros los que lloráis, vosotros, los que tenéis hambre, vosotros los que sois despreciados". Se trata, en efecto de circunstancias concretas, históricas: el adverbio ahora refuerza esa impresión. Jesús me invita pues a:
-mirar
mis propias miserias, mis pobrezas reales, mis hambres reales, mis llantos
reales, los desprecios reales que he sufrido,
-mirar a mi alrededor esos mismos sectores de miseria, esos pobres, esos
sufrientes, esos hambrientos, esos despreciados.
Tras lo cual, dice Jesús: "Alegraos ese día y saltad de gozo". Sí, ese día, a partir de hoy, y aun en medio de la pobreza (o de las dificultades cotidianas, o de los sufrimientos), Jesús nos invita al gozo. Un gozo que se expresa incluso exteriormente: "¡Saltad de gozo!".
Pero "ay de vosotros los ricos, porque ya tenéis vuestro consuelo; ay de vosotros los que ahora estáis saciados, porque vais a pasar hambre; ay de los que ahora reís, porque tendréis aflicción y llanto; ay si todo el mundo habla bien de vosotros. Porque de ese modo trataron sus padres a los falsos profetas". Se trata de 4 maldiciones que se corresponden exactamente a las bendiciones precedentes. Es decir, que aquellos a los que el mundo estima, Jesús desinfla su felicidad. La tierra no es el todo del hombre, y mucho menos el tiempo.
Noel Quesson
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La predicación de Cristo rebosa por doquier de este tipo de contradicciones humanas. Y para otro botón de muestra, tenemos el texto evangélico del día de hoy. Nuestro Señor llama bienaventurados a los pobres, a los hambrientos, a los que lloran y a los que son odiados, insultados y proscritos a causa de Su nombre.
Mateo completa la lista que nos da Lucas añadiendo 5 más: los mansos, los misericordiosos, los limpios de corazón, los pacíficos y los que padecen persecución por la justicia. Lucas sólo nos transmite 4 bienaventuranzas, pero las contrapone con 4 amenazas: la de los ricos, la de los que están hartos, la de los que ahora ríen, y la de aquellos que son alabados por todos. Definitivamente, Jesús es desconcertante, y su mensaje totalmente opuesto a los criterios del mundo.
La gente (y tal vez nosotros estamos incluidos en esta gente) piensa que los hombres verdaderamente felices y dichosos son los ricos, los poderosos, los importantes, los grandes, los que parece que tienen todo y gozan de los placeres del mundo, los que ríen, los fuertes y prepotentes, los que logran imponer a los demás la ley de su propio capricho. Pero nuestro Señor se pone de la parte opuesta, del lado de los pobres, de los débiles, de los marginados y perseguidos. Definitivamente, Cristo está loco o es un revolucionario.
Sin embargo, la experiencia de la vida da razón a las enseñanzas de Jesús. Los pobres son los hombres auténticamente felices y dichosos. Pero cuando el Señor habla de "los pobres" no se refiere sólo a los que no tienen nada, materialmente hablando; a los que carecen de toda cosa terrena; ni son dichosos por el simple hecho de carecer. No está proclamando la lucha de clases ni está promoviendo (como creen algunos teólogos de la liberación) la dictadura del proletariado.
Mateo añade una frase muy importante que nos ayuda para interpretar correctamente el pensamiento de nuestro Señor: bienaventurados los pobres "de espíritu". Aquí está la clave. Un "pobre de espíritu" es aquel que confía ciegamente en el amor y en el poder de Dios, y que se abandona como un hijo pequeño en los brazos de su Padre, con la certeza de que todo lo recibirá de su Providencia amorosa.
Por supuesto que esto no lo lleva a la holgazanería, sino a la verdadera paz del corazón. Puesto que tiene toda su confianza puesta en Dios, sabe que él, como Padre bueno y cariñoso, todo lo dispondrá para su mayor bien, incluso aquello que podría parecer, humanamente, menos bueno. Como dice San Pablo, "Dios hace concurrir todas las cosas para el bien de los que lo aman" (Rm 8, 28). Sí, incluso los sufrimientos, los dolores, las penalidades y tribulaciones de esta vida. Él sabe mucho mejor lo que nos conviene, aunque nosotros no lo veamos ni lo entendamos.
Jeremías expresa esta misma idea de un modo rotundo: "Maldito quien confía en el hombre y en la carne busca su fuerza, apartando su corazón del Señor. Será como un cardo en el desierto y no verá llegar el bien. Pero bendito el hombre que confía en el Señor y pone en él su confianza: será como un árbol plantado junto al agua, que junto a la corriente echa sus raíces; cuando llegue el estío, no lo sentirá, sus hojas estarán verdes y siempre dará frutos" (Jer 17, 5-8).
La verdadera pobreza evangélica es la del hombre que desapega su espíritu de todas las cosas que tiene, remite a Dios toda preocupación por las cosas temporales y vive en este mundo como peregrino en camino hacia la posesión eterna de Dios.
La pobreza así entendida mantiene el alma abierta a Dios, en actitud de total expectativa, pues todo lo espera de él; crea un clima espiritual propicio a la docilidad interior, a la oración y a la unión con Dios, porque enseña al hombre a vivir en continua dependencia del Creador.
La riqueza, en cambio, se puede convertir en cerrazón a Dios, porque, con el apego a tantas cosas baladíes, el corazón termina por llenarse de tierra y se ciega ante lo trascendente; la abundancia de cosas materiales puede ser, además, una tentación insidiosa para poner la propia seguridad en los medios humanos o económicos, que conduce a la autosuficiencia, a la presunción farisaica y a la búsqueda de una satisfacción meramente personal y egoísta.
La pobreza evangélica, por su parte, engendra la justicia y la misericordia, alimenta la esperanza, educa a la paz, al diálogo, al servicio del prójimo, aumenta el amor y dona serenidad y alegría espiritual.
Éste es el mensaje revolucionario que nos trajo nuestro Señor. Éste es el punto de arranque de las demás bienaventuranzas, porque quien vive esta pobreza sustancial es humilde, tiene fe y confianza en Dios, sabe amar con auténtica caridad a Dios y a sus semejantes. Ojalá que también nosotros seamos secuaces de este gran revolucionario del amor, que es Jesús de Nazaret. Ésta es una revolución transformante, la locura que cambiará el mundo.
Sergio Córdoba
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Tal vez el contraste más notable entre la versión que Lucas nos ofrece de las bienaventuranzas y la que nos había dado Mateo, en el cap. 5 de su evangelio, es que Lucas, junto al anuncio de la bienaventuranza, nos declara la malaventuranza. No sólo nos dice en qué dirección va la felicidad sino también por dónde se nos puede escapar. Porque en el fondo de eso es de lo que se trata: por dónde se va y por dónde no se va a la felicidad.
Lo cierto es que, ya en su construcción gramatical, tanto estas bienaventuranzas como estas malaventuranzas miran al futuro. Unas y otras son, en la voz de nuestro profeta y maestro, Jesucristo, el lenguaje que nos apremia a ir más allá del bien inmediato o del mal inmediato. Como vemos, una vez más, está aquí el gran tema del tiempo.
El presente, convertido en absoluto, es pésimo consejero, nos está diciendo Cristo. La felicidad presente nos deslumbra y nos hace olvidar que de hecho es pasajera; el abatimiento presente nos abruma y nos impide el consuelo de saber que tendrá que pasar y relevarnos de su carga. Por eso Cristo hace su llamado, para que entendamos que el tiempo tiene una dirección.
Ahora bien, esa flecha del tiempo no proviene del mismo tiempo, sino de Dios, que es el Señor de los tiempos y las horas. Desde una perspectiva judeocristiana, las cosas no cambian por capricho, según creían los paganos; ni por la fuerza de un destino o una razón inexorable, como pensaron muchos filósofos; ni tampoco por la repetición de ciclos, al modo de la opinión hinduista. Es Dios, y sólo Dios, quien trae la novedad radical; es él, y sólo él, quien abre un futuro y quien convierte lágrimas de dolor en cantos de gozo, o risas de frivolidad en lamentos de duelo.
Con Cristo ha llegado el tiempo decisivo. Cristo en la tierra es el gran kairós, es la ocasión única, es la acción irreversible del amor y del poder compasivo de Dios. Jesucristo, entonces, y sólo él, puede pronunciar en verdad las bienaventuranzas y las malaventuranzas, porque ante él comparecen de hecho todos los tiempos y todas las eras.
Nelson Medina
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Jesús, este pasaje, que se conoce con el nombre de las bienaventuranzas, podría llamarse también las paradojas: para conseguir una cosa, me dices que he de hacer lo contrario de lo que parece que debería hacer a primera vista. El que es pobre, poseerá. El hambriento, no tendrá hambre. El que llora es el que será feliz. ¿Cómo se explican todas estas paradojas?
Se dan estas paradojas porque hay dos mundos: el mundo terreno en el que vivo, y el Reino de los Cielos que me has venido a anunciar. Y me has recordado que nadie puede servir a dos señores (Mt 6, 24). El que busca la riqueza en este mundo y pone su corazón en los bienes materiales, en los honores humanos, en la comodidad o el placer, no deja espacio en su vida para recibir los bienes espirituales, que llenan mucho más y duran para siempre. Como dice el Catecismo de la Iglesia:
"La bienaventuranza prometida nos coloca ante opciones morales decisivas. Nos invita a purificar nuestro corazón de sus malvados instintos y a buscar el amor de Dios por encima de todo. Nos enseña que la verdadera dicha no reside ni en la riqueza o el bienestar ni en la gloria humana o el poder, ni en ninguna obra humana, por útil que sea, como las ciencias, las técnicas y las artes, ni en ninguna criatura, sino sólo en Dios, fuente de todo bien y de todo amor" (CIC, 1723).
Además, Jesús, me has traído este mensaje: "El Reino de Dios está ya en medio de vosotros" (Lc 17, 21). Por lo tanto, no se trata de escoger entre la felicidad actual y la futura, sino entre dos tipos distintos de felicidades actuales: la felicidad egoísta del que se busca a sí mismo, o la felicidad sacrificada del que sabe amarte y darse a los demás. Como dijo San José Mª Escrivá: "No eres feliz, porque le das vueltas a todo como si tú fueras siempre el centro. Si te duele el estómago, si te cansas, o si te han dicho esto o aquello, ¿has probado a pensar en él y, por él, en los demás?" (Surco, 74).
Jesús, bienaventurado significa feliz. Y hoy me enseñas que la verdadera felicidad, la que llena, la que dura, la que nadie me puede quitar, es la alegría que procede del amor a Dios y a los demás, y por tanto, de la entrega y del sacrificio. Para los que la escogen, dices: alegraos en aquel día y regocijaos. Sin embargo, a los egoístas adviertes: "Ay de vosotros; ya habéis recibido vuestro consuelo".
Jesús, a veces estoy triste porque no hago más que pensar en mí mismo, como si yo fuera siempre el centro: si me miran o me dejan de mirar, si tienen un buen concepto de mí, si me esfuerzo demasiado, si los demás hacen menos, si en el futuro podré tener esto o lo otro... ¿has probado a pensar en él y, por él, en los demás?
Jesús, tú me indicas el camino de la felicidad, de la bienaventuranza. El camino, aunque en apariencia paradójico, es claro: amarte a ti y a los demás; servirte a ti y a los demás. De estos dos mandamientos pende toda la ley y los profetas (Mt 22, 40). Tú me has dado ejemplo hasta el punto de morir por mí. Dame también tu gracia para que sea capaz de vivir el espíritu de las bienaventuranzas.
Pablo Cardona
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El espíritu del evangelio va por otros derroteros que los que tiene el mundo. La religión de Jesús no obliga a cumplir una serie de mandamientos como condición necesaria para poder salvarse. Jesús vino, más bien, a proponer un estilo, una alternativa de vida. Por eso, un día proclamó las bienaventuranzas.
Jesús hablaba a los discípulos y les proponía como alternativa de vida el camino de la solidaridad. Los invitaba a elegir un estilo de vida pobre y austero, para poder (desde abajo y con los de abajo) luchar contra la injusticia de un mundo dividido en clases enfrentadas; los animaba a desterrar de sus vidas ese deseo insano de acaparar más y más bienes de la tierra, para que así (libres de ataduras) pudieran dedicarse por entero a amar a Dios y al prójimo. Luchando por esa causa, llegarían a ser dichosos. Pero por esa causa precisamente, habrían de pasar hambre, llorar y sufrir persecución.
Y es que, según creo, todas las bienaventuranzas se reducen a una: "Dichosos los pobres". Las otras son consecuencia de esta 1ª. En nuestra sociedad de consumo comienza a ser feliz, ya desde ahora, quien se cierra al insaciable deseo de tener y acaparar cada vez más. Pero sucede que este tipo de personas, de pobres voluntarios molesta, inquieta, intranquiliza, denuncia. Pues la pobreza, así entendida, es sinónimo de libertad, y la libertad es preocupante para quien fomenta la opresión. Por eso el evangelista añade a las cuatro bienaventuranzas otras tantas malaventuranzas, de las que la primera es "ay de vosotros los ricos".
Conrado Bueno
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Al bajar Jesús de la montaña, donde había elegido a los 12 apóstoles, empieza en Lucas lo que los autores llaman el Sermón de la Montaña (Lc 6, 20-49), que leeremos desde hoy al sábado, y que recoge diversas enseñanzas de Jesús, como había hecho Mateo en el Sermón de la Montaña.
Ambos empiezan con las bienaventuranzas, aunque las de Lucas son distintas. En Mateo eran 8 bienaventuranzas, mientras que aquí se convierten en 4 bienaventuranzas + 4 malaventuranzas. En Mateo están en 3ª persona ("de ellos es el Reino"), mientras que aquí están en 2ª persona ("vuestro es el Reino").
Jesús llama "felices y dichosos" a 4 clases de personas: los pobres, los que pasan hambre, los que lloran y los que son perseguidos por causa de su fe. Y se lamenta y dedica su ay a otras 4 clases de personas: los ricos, los que están saciados, los que ríen y los que son adulados por el mundo.
Se trata, por tanto, de 4 antítesis, como las que pone Lucas en labios de María de Nazaret en su Magníficat: "Dios derriba a los potentados y enaltece a los humildes, a los hambrientos los sacia y a los ricos los despide vacíos". Es como el desarrollo de lo que había anunciado Jesús en su primera homilía de Nazaret: Dios le ha enviado a los pobres, los cautivos, los ciegos y los oprimidos.
Nos sorprende siempre esta lista de bienaventuranzas. ¿Cómo se puede llamar dichosos a los que lloran o a los pobres o a los perseguidos? La enseñanza de Jesús es paradójica. No va según nuestros gustos y según los criterios de este mundo. En nuestra sociedad se felicita a los ricos y a los que tienen éxito y a los que gozan de salud y a los que son aplaudidos por todos.
En estas ocasiones es cuando recordamos que ser cristianos no es fácil, que no consiste sólo en estar bautizados o hacer unos rezos o llevar unos distintivos. Sino en creer a Jesús y fiarse de lo que nos enseña y en seguir sus criterios de vida, aunque nos parezcan difíciles. Seguro que él está señalando una felicidad más definitiva que las pasajeras que nos puede ofrecer este mundo.
Es la verdadera sabiduría, el auténtico camino de la felicidad y de la libertad. La del salmo 1: "Dichoso el que no sigue el consejo de los impíos, pues es como un árbol plantado junto a corrientes de agua. No así los impíos, no así, que son como paja que se lleva el viento". O como la de Jeremías: "Maldito aquél que se fía de los hombres y aparta de Dios su corazón, y bendito aquél que se fía de Dios y a la orilla de la corriente echa sus raíces" (Jer 17, 5-6).
Jesús llama felices a los que están vacíos de sí mismos y abiertos a Dios, y se lamenta de los autosuficientes y satisfechos, porque se están engañando: los éxitos inmediatos no les van a traer la felicidad verdadera. ¿Estamos en la lista de bienaventurados de Jesús, o nos empeñamos en seguir en la lista de este mundo? Si no encontramos la felicidad, ¿no será porque la estamos buscando donde no está, en las cosas aparentes y superficiales?
José Aldazábal
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Escuchamos hoy un pasaje, el de las bienaventuranzas, cargado de todo el misterio de Dios y de toda su grandeza. Nos interesa, por lo tanto, calar en su profundo sentido, para acabar haciendo vida de nuestra vida esos modos de ser que el Señor aconseja. Porque no son las bienaventuranzas unos consejos piadosos en el sentido flojo de esta expresión, sin fuerza para comprometer al cristiano. Se trata, por el contrario, de verdaderos retos que Jesucristo plantea a todos los hombres, reclamando de cada uno, a través de ellos, asentimiento a su divinidad.
Es preciso ser realistas ante ese modo de vida, que hemos de incorporar si queremos ser consecuentes con nuestra fe. Para ello no hay más remedio que reconocer que no se entiende que sean bienaventurados los pobres, y los que padecen hambre, y los que lloran... Como tampoco se entiende que deban lamentarse, en cambio, los ricos y los que son honrados con la gente. No se entiende, al menos desde el punto de vista más común, exclusivamente humano. No es eso lo que nos entra habitualmente por los ojos: a lo que nos tiene acostumbrados la vida.
No podemos olvidar que fue voluntad de Dios, Creador del hombre y de cuanto existe, que fuéramos capaces de él y que nuestra plenitud personal consistiera en poseerle. No ha de extrañarnos, entonces, que constituya una verdadera desgracia para el hombre (capaz de Dios) sentirse satisfecho con realidades sólo temporales.
De esos hombres se lamenta el Señor ("ay de vosotros los ricos"), porque ya habéis recibido vuestro consuelo! Consuelo, por lo demás, en que consistía su ilusión y que buscaban como decisivo objetivo de sus proyectos, por falso que fuera en realidad y desilusionante a la postre. Cuando no son un medio para amar a Dios, todas las realidades de este mundo no deben ser sino instrumentos con que procuramos agradar a nuestro Creador y Padre.
¿Dónde están mis ideales, mis ilusiones? ¿En qué tengo puesta mi esperanza? Comprendemos que es lógico que sean insatisfechos según este mundo los realmente felices, los bienaventurados: los que buscando derechamente y sólo a Dios en la vida (muy posiblemente, mientras llevan a cabo sus quehaceres ordinarios como los demás), no dejan tiempo ni ilusión para ponerlos en lo que no es Dios.
Por así decir, Dios les agota, consume todas sus energías y su capacidad de amar, de paso que nuestro Padre no encuentra obstáculo para mostrarles su amor, puesto que no quieren que nada los distraiga de él. Desean, positivamente, sentirse libres (y serlo de verdad) de ataduras terrenas por pequeñas que sean, que serían freno, lastre inútil en su camino hasta el cielo.
Ciertamente, los bienaventurados de los que habla Jesús sufren. Es real que notan la ausencia de esos consuelos que ven en otros y, como son gente normal, notan el atractivo de la vida confortable y sin dificultades que podrían llevar, con sólo no tomarse la fe tan en serio. El cristiano siente por eso a menudo la tentación de desistir, de ser uno de tantos...; y la tentación de hacer compatible el amor a Dios sobre todas las cosas, con un cierto amor (pero verdadero amor, al fin y al cabo) a las cosas en sí mismas. Sería contemporizar, por ejemplo, dejando a Dios para el fin de semana.
Instituto Fluvium
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El tránsito o cambio de vida consiste, según estas palabras del evangelio, en invertir los valores que presiden nuestra vida: no ambicionar sino compartir; no desesperar sino aceptar la dureza de vida; no renegar por las adversidades sino encontrar a Dios en medio de ellas; no prevaricar sino vivir en justicia y caridad.
El panorama que nos abre la página del evangelio es inmensa. ¿Quiénes son los cristianos y hombres buenos del mundo que bajo túnica espiritual de pobres, hambrientos, perseguidos, insultados por causa del Hijo del hombre, son auténticos discípulos de Cristo y tienen la bendición del Padre, por su fidelidad?
Podemos serlo todos y cada uno de los hombres de bien que apostemos firmemente por la gloria de Dios, por la fraternidad humana, por el triunfo de la justicia en el mundo, por la gratuidad como disposición de ánimo a favor del necesitado, por la confianza en el misterio de Dios Padre, Hijo, Espíritu.
Esos hombres de carne y hueso, ¿somos tú y yo? Ese es el problema. Busquemos el sí incondicional.
Dominicos de Madrid
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La unidad del pasaje evangélico de hoy es evidente, y su título podría ser las bienaventuranzas (vv.20-23) y las malaventuranzas (vv.24-26). La composición de esta proclamación programática revela 2 unidades paralelas y antitéticas, que responden a 2 géneros literarios conocidos ampliamente en el AT.
En un estudio comparativo entre Lucas y Mateo se evidencia lo siguiente: Mateo enumera 8 bienaventuranzas, Lucas sólo 4. Mateo no presenta las malaventuranzas; Lucas en perfecta estructura armónica con las bienaventuranzas enumera 4. Lucas, al contrario de Mateo, no muestra interés en temas referentes a la ley judía (es posible que se trate de una señal de respeto a los destinatarios de su evangelio). Mateo tiende a espiritualizar algunas bienaventuranzas, y Lucas es más realista en sus expresiones. A estos motivos podemos añadir el tono más directo de Lucas.
Hay quienes consideran como conclusión a este estudio, que muy probablemente el texto de Lucas conserve el tenor original de las bienaventuranzas-malaventuranzas pronunciadas por Jesús. De un estudio comparativo a una lectura del texto en sí de Lucas se observa lo siguiente.
-en
los vv. 20-21 nos encontramos ante 3 aspectos de una misma situación,
-se trata de cualquier tipo de necesitados, menesterosos, marginados,
oprimidos...
-hay toda una larga tradición donde se evidencia cómo el Dios del AT ha
mostrado predilección por ellos (Is 29,19; 57,17; 61,1; Sal 72),
-la pobreza es otro tema predilecto de Lucas (Lc 6,20; 19,1-10; Hch 2,42-47;
4,32-35; 5,1-11).
La 2ª parte de este díptico, las malaventuranzas (Lc 6, 24-26), se ha de entender como una clara oposición a lo que precede.
Confederación Internacional Claretiana
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Jesús proclama su mensaje en el monte o en el llano. La revelación de Dios traspasa los habituales lugares sagrados como el templo o el monte Sinaí e interpela al hombre en cualquier espacio.
Jesús se dirige a la multitud de discípulos que lo siguen y confían en él. Son hombres, mujeres y niños pobres venidos de todas partes. Han perdido todo y sólo les queda su esperanza en Dios. A ellos les dice: dichosos vosotros que no habéis visto vuestra pobreza como un obstáculo para disfrutar de la felicidad que trae el Reino.
Estas palabras son una contradicción flagrante contra la mentalidad vigente. Para la ideología impuesta por los poderosos, únicamente son felices los que poseen tierras, dinero y cosas. Jesús tiene bien claro que las cosas, las tierras y la riqueza no pueden hacer feliz al hombre.
Jesús felicita a los pobres que lo acompañan porque ellos no han fincado su esperanza en el poder, el prestigio o el dinero. Y los felicita porque se diferencian de mucha gente pobre que tenía sus esperanzas de felicidad en el derrocamiento de los ricos.
Los discípulos de Jesús no eligen estos caminos y se centran en la realización concreta de la justicia, la paz y el amor. Esta nueva opción los hace auténticamente felices, aquí y ahora. En cambio, los que viven para la riqueza, la satisfacción egoísta de sus intereses, y el goce hedonista de la vida no tendrán otra alegría sino los falsos placeres que estas cosas proporcionan.
Hoy necesitamos preguntarnos a quién van dirigidas las bienaventuranzas. Estas sólo pueden germinar en la vida de aquellos seguidores de Jesús que en la actualidad viven con alegría su opción por el evangelio. Aquellos que han comprendido que la pobreza es algo más que la austeridad y que la alegría es algo más que la diversión.
Servicio Bíblico Latinoamericano
c) Meditación
El deseo de felicidad es quizás la aspiración más honda y persistente del ser humano. Ningún hombre se sustrae a él, y todos nuestros pensamientos, deseos y acciones están impregnados de este anhelo. Por eso encentran resonancia en nuestro corazón palabras como las que hemos escuchado hoy: Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor o dichosos vosotros los que ahora tenéis hambre, o cuando os excluyan.
Los hombres somos tan fácilmente engañables, que cualquier oferta (aún aparente o irreal) de felicidad nos atrae y nos seduce. Por eso sufrimos tantas decepciones en la vida, ¡y cuántas ofertas de felicidad en esta sociedad de consumo!
La mayoría de las veces éstas serán ofertas de placer, pero no de felicidad, porque con frecuencia se confunde la felicidad con el placer. El placer sacia momentáneamente al hombre, pero acrecienta su apetito y provoca una sensación de infelicidad que puede acabar produciendo hastío, el sentimiento del sin-sentido y la náusea de la que hablaron nuestros filósofos existencialistas.
En realidad, tras el apetito sensible (visual, gustativo, táctil) se esconde un apetito de trascendencia (de vida, de amor) que nada de lo que vemos, gustamos, oímos o tocamos puede saciar por sí mismo.
La oferta de felicidad que hace Jesús es de otro género, y es compatible con las carencias que implican la pobreza, el hambre, el llanto y la exclusión. Vive del presente que otorga la confianza en Dios, pero se sustenta en el futuro al que nos abre la promesa del Señor, la posesión incomparable del Reino, el consuelo y la recompensa celeste.
Las bienaventuranzas de Jesús (en parte, realidad dichosa; en parte promesa de dicha, porque si nuestra esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos tan desgraciados como los demás hombres), ya habían sido anticipadas en cierto modo en Jeremías, cuando dijo:
"Dichoso quien confía en el Señor. Será como un árbol plantado junto al agua, que en año de sequía no deja de dar fruto; pues la confianza en el Señor le mantendrá fructífero. Y su contrario: Maldito quien confía en el hombre, apartando su corazón del Señor. Será como un cardo en la estepa, y habitará la aridez del desierto".
Jesús proclama: Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Dichosos incluso en vuestra carencia de pan, de techo, de vestido, de cultura, de salud... porque el Reino ha comenzado a ser vuestro, y vuestros los dones de Dios (en el que habéis puesto vuestra confianza).
Esta es la gran recompensa del cielo que espera a los odiados, excluidos y proscritos por causa del Hijo del hombre. Y por eso, porque les espera esta recompensa, deben saltar de gozo y alegrarse ese día (a saber, el día de la exclusión o de la persecución).
El que espera vive ya, en el presente, un anticipo de la realidad futura. Esto es, de la libertad, de la felicidad, de la vida que se espera. Por eso, dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Pero ¡ay de vosotros, los que estáis saciados, o los que ahora reís, porque tendréis hambre y porque lloraréis!
Tras esta imprecación se esconde una promesa de infelicidad (o malaventuranza), que tendría que generar alarma si somos sensibles a las palabras de Jesús. A nosotros, los saciados de pan, se nos encomienda la tarea de saciar el hambre de muchos hambrientos, anticipando así en el presente la bienaventuranza de Jesús: Porque quedaréis saciados.
A los pobres les podemos negar el dinero, amparándonos en el mal uso que pudieran hacer de él. Lo que no podemos es negarles el pan (la comida) que a nosotros nos sobra.
JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología
Act: 11/09/24 @tiempo ordinario E D I T O R I A L M E R C A B A M U R C I A