13 de Septiembre
Viernes XXIII Ordinario
Equipo
de Liturgia
Mercabá, 13 septiembre 2024
a) 1 Cor 9, 16-19.22-27
La parábola del atleta que corre en el estadio se emplea pocas veces para explicar la actitud del que predica el evangelio por vocación. Quizás no sean muchos los que la conocen, pero no es halagadora para los profesionales. De ordinario, el atleta es una persona admirada durante la competición. Pero su vida no consiste sólo en este momento, pues hay muchos otros momentos (los más importantes) que no son brillantes y que están hechos de silencio, de esfuerzo, de soledad y de constantes sacrificios.
La Parábola del Atleta de Pablo, referida a su propio apostolado (pero aplicable a todos los apóstoles), acentúa precisamente esos momentos que hacen que un atleta auténtico, a diferencia de un aficionado, "se mantenga en forma" (v.27).
En la perícopa de hoy expone Pablo un principio general de su trabajo misionero, y nos permite comprender por qué puede repetir que es un "hombre libre" (vv.1.19) El principio está claro: renunciar a las libertades personales, con el fin de ganar a todos para la causa de Cristo (v.23).
Parece sencillo, pero no lo es. Y no lo es porque para poder renunciar a una cosa hay que ser dueño de ella y tener libertad para hacer de ella lo que se quiera. Para desvincularse de la ley es preciso haber estado sometido a la ley y sentirse libre de ella. De otro modo, tal desvinculación no pasa de ser una trasgresión que produce angustia.
El texto de hoy es importante, porque la confesión de Pablo nos lleva hasta el umbral de una situación personal en la que no sólo se ha superado la cuestión de los derechos y deberes (como en el caso de la renuncia a vivir a costa del evangelio), sino también otros condicionamientos más profundos, como el étnico.
Pero también es evidente que las renuncias de Pablo tienen una finalidad, ya apuntada al explicar su opción por el celibato (1Cor 7, 32) y confirmada ahora: "Todo lo hago por el evangelio, para que la buena noticia me aproveche también a mí" (v.23). La Iglesia, y especialmente quien ha recibido la misión de predicar el evangelio, debe ejercitarse en la libertad para dar credibilidad a su anuncio. Y mientras esté aferrada a cualquiera de sus seguridades (viejas o nuevas), su carrera sólo puede obtener la categoría de aficionado.
Antón Sastre
* * *
A los problemas suscitados por los corintios, Pablo dio respuestas ágiles y relativas, y eso había dado pie a que se le tachase de oportunista. Lo cual llevó al apóstol a precisar el "sentido profundo" que daba a su propia misión apostólica: "Predicar el evangelio no es para mí ningún motivo de gloria, sino más bien un deber que me incumbe". Es decir, una humildad extraordinaria, cuando se sabe históricamente el papel irremplazable que tuvo Pablo en la 1ª extensión del evangelio.
En efecto, la predicación no fue para Pablo ningún privilegio ni gloria, y el propio apóstol estima que fue Cristo quien tuvo en ello la iniciativa. De hecho, hasta se considera Pablo como un esclavo que cumple su tarea, porque no puede dejar de cumplirla: "Ay de mí, si no predicara el evangelio".
¡Qué vehemencia, qué grito! ¡Y cuán irrisoriamente mediocres son nuestras vidas, al lado de tales exigencias! Y del mismo modo, ¡qué irrisoria resulta la figura del "buen cristianismo, pequeño y tranquilo" de ciertos consumidores del evangelio, frente a esta exigencia!
El evangelio no es un objeto de consumo o de conserva, sino que una nueva noticia que ha de ser difundida y anunciada. ¿Soy yo un cristiano para mí? ¿O qué hago del evangelio? Porque dice Pablo que "no predico por propia iniciativa, sino que esto es una misión que me ha sido confiada". Pablo no eligió su vocación de apóstol, sino que ésta le fue encomendada como una carga confiada por el mismo Dios. Efectivamente, "siendo libre con relación a todos, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más que pueda".
El griego usa el término esclavo, es decir, servidor de todos. Así, el cargo apostólico de Pablo es una réplica de la misión de Jesús, concebida como la del Servidor Paciente de Isaías. El apostolado es así concebido como un servicio, y de hecho la palabra ministerio significa servicio. ¿De quién soy servidor?
Porque recuerda Pablo que "los atletas se privan de todo por una corona corruptible", y que "yo golpeo duramente mi cuerpo y lo esclavizo, no sea que habiendo proclamado el mensaje a los demás, resulte yo mismo descalificado".
La ascesis, o el dominio de sí mismo, es útil en muchos deportes, y también en muchos oficios. Y para la vida cristiana y apostólica es indispensable, pues ¿cómo pretender evangelizar sin imitar a Jesucristo? La evangelización no es un dulce o una golosina, sobre todo desde que Jesús adquirió el recio rostro de la crucifixión. Pablo, para evangelizar, trataba "duramente su cuerpo" y se "imponía toda clase de privaciones". ¿Continuó siendo yo un cristiano mediocre y comodón?
Noel Quesson
* * *
Razona hoy Pablo sobre la renuncia que uno debe saber hacer de sus derechos en vistas a un bien superior. Y en concreto se refiere a 2 de esos derechos a los que él ha renunciado por amor a los hermanos: el casarse (como lo había hecho Pedro, por ejemplo), y el poder vivir a costa de la comunidad (ya que trabaja por ella).
Es este 2º aspecto el que hoy leemos, pues el resto del cap. 9 no aparece en la liturgia: "Dar a conocer el evangelio, anunciándolo de balde, sin usar el derecho que me da la predicación de esta buena noticia". Varias veces alude Pablo en sus cartas (en las 2 dirigidas a los de Tesalónica, por ejemplo) a que no ha querido vivir a costa de los demás, sino trabajando con sus propias manos en el oficio que tenía de fabricante de tiendas de lona.
Así funciona su argumento: yo podría exigir manutención por parte de la Iglesia, pero renuncio a ella, pues ya me siento bien pagado por el hecho mismo de evangelizar y anunciar a Cristo. ¡Qué imagen más noble la de este apóstol, que se hace "débil con los débiles" y "todo para todos, para ganar, sea como sea, a algunos"!
Lo principal para Pablo no son los derechos adquiridos, sino la misión que ha recibido de evangelizar, y para poder cumplirla bien, es capaz de renunciar a cosas que le apetecerían. Como hacen los atletas en el estadio, que "se imponen toda clase de privaciones, para ganar una corona". Los corintios entenderían bien esta comparación, porque cada 2 años se celebraban allí los famosos Juegos Istmicos de Corinto, sólo superados en importancia por los Juegos Olímpicos de Olimpia y los Juegos Píticos de Delfos.
No se nos está invitando al masoquismo, a sufrir por sufrir. Sino a sufrir, si hace falta, por ayudar a los demás, y para mejor cumplir la tarea de evangelizar a los que encontramos por el camino. Los religiosos, por ejemplo, renunciamos a formar una familia, pero para dedicarnos totalmente a la evangelización. Del mismo modo los casados saben renunciar a muchas cosas para bien de los suyos, o para dedicar su tiempo libre a la catequesis o a otros ministerios de la Iglesia. Como decía Pablo, "hago todo esto por el evangelio".
¿Somos tan generosos en el planteamiento de nuestra vida de cristianos? ¿Buscamos el bien de los demás, o siempre estamos dispuestos a defender nuestros derechos y gustos? ¿Estamos convencidos de que como cristianos debemos hacer el bien a nuestro alrededor hasta el punto extremo? Porque, como decía Pablo: "Ay de mí si no anuncio el evangelio". Es decir, ay de mí si no hago el bien a los demás, además de no hacerles ningún mal.
José Aldazábal
* * *
La Iglesia tiene la misión de anunciar a Cristo, para que todos alcancen en él la salvación. Pero antes debemos anunciárnoslo a nosotros mismos, no sea que procuremos que otros alcancen la corona de la vida y nosotros seamos descalificados. Por eso el anuncio del evangelio no lo hemos de realizar sólo con las palabras, ni desde la ciencia humana, sino desde nuestra experiencia personal del Señor como Salvador nuestro.
En tiempos de frialdad religiosa, como son los tiempos en que vivimos en la vieja Europa, las palabras de Pablo a los corintios son una auténtica confesión de vida fiel. Pero también son una denuncia de la cobardía de cuantos languidecemos en nuestra fe, y vivimos acobardados y tristes, y provocamos que el Cristo que anunciamos no sea válido para el s. XXI.
Proclamemos a diestro y siniestro que todos los incorporados al reino de Dios (a la Iglesia, al apostolado...), por medio de los sacramentos, estamos comprometidos en el servicio al evangelio. Mas ¿cuándo y cómo podremos pasar a la acción en medio de la indiferencia o del desprecio de nuestros conciudadanos, si éstos colocan lo religioso en últimos lugares de su interés?
Para estos momentos difíciles se requiere temperamento, espíritu, vocación y capacidad de persuasión, como los de Pablo. Y ¿por qué no vamos a pedir al Espíritu que more en nosotros y nos dé fuerza y nos ilumine como a Pablo en el camino de la evangelización? No nos limitemos a predicar superficialmente, sino hagámoslo desde lo más profundo de nuestra fe, y desde nuestra confianza en Dios. ¿Y cómo hacerlo? Pablo nos dice que su secreto es este: "Vivo con mucha disciplina, y trato de dominarme a mí mismo".
Dominicos de Madrid
b) Lc 6, 39-42
Las comparaciones y sentencias de la presente perícopa de hoy se sitúan en un contexto en que se exige la superación de una actitud de juicio (de dominio) respecto de los otros. Ese contexto viene dado por los vínculos precedentes (vv.37-38) donde se condena todo juicio interhumano y se presenta el ideal de una existencia convertida en regalo hacia los otros.
Sobre ese fondo se comprenden las 3 pequeñas unidades que componen nuestro texto.
La 1ª unidad, que en su origen parece un refrán de aquel tiempo, se refiere al ciego que pretende conducir a otro ciego en el camino. En el fondo de ese gesto se esconde la tendencia de dominio. Lo que parece amor (ayuda a un necesitado) se identifica con un rasgo de egoísmo: guiando al ciego me comporto como dueño de su destino y mi propia personalidad. El viejo refrán ha señalado ya la ridiculez de la pretensión del ciego: los dos terminarán cayendo dentro del hoyo.
La 2ª unidad (v.40) también nos transmite una sentencia conocida: el discípulo se mantiene en la línea del maestro. Pues bien, formulada en un contexto de revelación del amor cristiano, esta sentencia se nos manifiesta extraordinariamente rica. Jesús, el maestro verdadero, no ha querido arrogarse el derecho de guiar en el camino al ciego y dominarlo. No se ha permitido juzgar a los demás, sino que les ayuda; no ha intentado sacar provecho de ellos, les ofrece lo que tiene.
Este ejemplo del maestro se debe convertir en norma de conducta para todos los creyentes. Nuestro texto lo presupone así, pero no han sentido la necesidad de ampliar o desarrollar esta idea, prefiriendo volver a un tipo de comparación más cercana, la del ojo (vv.41-42).
En el fondo, el sentido de esta comparación se mantiene en el mismo plano que la del ciego. Por más ciegos que estén (aunque tengan una vida que nuble sus ojos) los hombres se encuentran siempre dispuestos a marcar el camino a los demás: son incapaces de ver su gran ceguera y, sin embargo, descubren el más mínimo rasgo de imperfección en el prójimo (mota en el ojo ajeno).
La 3ª unidad transmite la solución de Jesús, y remite a las sentencias sobre el juicio (vv.37-38): nunca podemos dominar a los demás, ni condenarlos por aquello que a nosotros nos parezcan sus defectos. Resulta que ningún hombre es dueño de los otros, y nadie tiene derecho, por tanto, de imponer su criterio sobre los demás.
Esta exigencia de Jesús resulta impresionantemente dura, porque los imperios de este mundo se arrogan el derecho de dictaminar sobre lo bueno y lo malo de los hombres, porque los gobiernos ejercen su poder juzgando a los súbditos, y porque los que tienen autoridad la imponen sobre aquellos que se encuentran sometidos.
Todos piensan que pueden dominar de alguna forma sobre aquellos que se encuentran a su lado, y vivimos en un mundo dividido en dos mitades: los que mandan (o quieren mandar) y aquellos que están obligados a obedecer o someterse. ¿Cómo romper esta cadena? ¿Cómo lograr una comunión interhumana en la que nadie juzgue ni domine a nadie? El único camino es el amor, tal como se precisa en la perícopa precedente (vv.27-36).
Juan Mateos
* * *
Escuchamos hoy la 3ª parte del Sermón de la Llanura (vv.39-49), integrado por varias parábolas o comparaciones.
La 1ª parábola compara al discípulo con el maestro. Dentro del judaísmo el discípulo se formaba para poder llegar a ser un día como su maestro y enseñar. Pero si el discípulo tiene que guiar a los demás, es necesario que éste no sea ciego, esto es, que tenga asimilada su doctrina, que se resume en un solo mandamiento: amar como Jesús amó. Esta es la cima a la que Jesús quiere que llegue el discípulo; en esto puede llegar a igualarse con el maestro.
La 2ª parábola (la de la mota y la viga) indica cómo debemos ejercer la crítica para con los hermanos. Jesús no se refiere a una crítica indiscriminada del prójimo, sino a la que se debe ejercer en el seno de la comunidad, a la que un hermano hace a otro hermano, dando por supuesto que se trata de corregirlo para llevarlo al buen camino del evangelio.
La crítica o corrección fraterna debe hacerse desde una actitud de amor, desde el conocimiento de uno mismo y la comprensión del otro. Cualquier otro tipo de crítica que no se base sobre estos presupuestos agrandará las diferencias entre hermanos y romperá los lazos con el prójimo. Jesús no niega el ejercicio de la crítica; antes bien, la recomienda, indicando en qué condiciones se debe hacer.
En 1º lugar, no es postura cristiana ni de madurez humana practicar la crítica con el prójimo sin ejercerla con uno mismo. El cristiano que diariamente se mira en el espejo del evangelio, debe ser sumamente crítico consigo mismo, para ver si su comportamiento se ajusta al plan de Jesús. Y con esta actitud de autocrítica verá más claro la viga de su ojo, comprenderá mejor y ayudará al prójimo a liberarse de su mota.
La autocrítica nos sitúa en la óptica ideal para ver la dimensión de los defectos del prójimo. Quien se autocritica y autoexamina aprende a ver con compasión. Crítica y autocrítica deben ser siempre expresión del amor que uno se tiene y del que se tiene al prójimo. Si no van envueltas de amor, harán más daño que bien. La ceguera del discípulo o la viga en el propio ojo no es otra cosa que la falta de amor.
Fernando Camacho
* * *
Dos elementos significativos en la vida del cristiano resalta el contenido del texto de hoy: Por un lado, hace una llamada a la coherencia y a la autoridad moral ("¿puede un ciego guiar a otro ciego?"), y por otro hace una llamada a no juzgar o condenar al otro ("hermano, deja que te saque la pelusa que hay en tu ojo"). Si Dios nos ha perdonado y nos ha regalado su amor y su misericordia, con mayor razón nosotros debemos ser benévolos en nuestros juicios hacia los demás.
Jesús insiste en este aspecto porque los seres humanos estamos propensos a juzgar y a condenar y muchas veces a creernos mejores que los demás. Recordemos que sólo Dios es el juez último y que "al final de nuestros días nos juzgaran en el amor".
En el texto, lo que Jesús quiere decir es que no nos condenemos los unos a los otros, que tratemos de ser más indulgentes, que seamos compasivos y misericordiosos como nuestro Padre Dios es compasivo y misericordioso. Después de todo, también nosotros somos humanos.
Las palabras de Jesús son una llamada a que descubramos nuestro propio pecado ("la viga que hay en nuestro ojo"), a que nos pongamos en guardia para que sepamos reconocer nuestras debilidades antes de intentar corregir los defectos de los otros. Estas palabras llaman a la coherencia y a la autoridad moral que debemos tener en la corrección fraterna. Si así obramos, nuestra intervención correctora será comprendida y respetada.
En definitiva lo que Jesús nos ofrece es un proceso educativo ético. Según él, lo más urgente es tomar conciencia de la propia hipocresía y trabajar sobre uno mismo. Pero para lograrlo, necesitamos tener una relación sana con los demás, ya que solos no podríamos salir de nuestra ceguera. La originalidad de los consejos de Jesús está en que él mismo toma la iniciativa de esta relación, sin la cual no podríamos superar nuestra falsedad.
Las 5 etapas de esta pedagogía, que para Lucas es una pedagogía eclesial, son las siguientes: 1ª renuncia a ser juez de los demás; 2ª apertura a las palabras de Jesús que me interpela con amor y esperanza; 3ª reconocimiento de mi propio pecado; 4ª compromiso de ser un ser humano nuevo; 5ª la imitación posible de Jesús, y el permiso para ser maestro del otro. Es preciso que yo sea un ser humano nuevo para tener derecho de proponer a los demás un cambio en su vida.
Emiliana Lohr
* * *
En los 2 pasajes de hoy y de mañana encontramos una serie de sentencias de Jesús bastante heteróclitas, que están enlazadas unas a otras por palabra enlace (la medida, el ojo, el árbol, la boca, la casa), y que a base de repetición de palabras suscitan un procedimiento usado por las civilizaciones orales: su memorización.
Tenemos con ello un buen testimonio del cuidado con el que las primeras generaciones cristianas conservaron, "no en libros, sino en la memoria y el corazón" las palabras de Jesús. ¿No podría yo también aprender de memoria ciertas sentencias de Jesús?
En 1º lugar, pregunta Jesús al aire: "¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán ambos en el hoyo?". Sed lúcidos, decía Jesús, a través de esa imagen concreta. No os dejéis arrastrar sin verificar antes dónde vais y a quién seguís. Hay falsos conductores, falsos profetas que engañan al pueblo. Tened los ojos muy abiertos.
En 2º lugar, nos pregunta Jesús a nosotros: "¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo, y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?". Sed lúcidos para vosotros mismos, decía Jesús a través de esa otra imagen concreta. Vosotros que desconfiáis tanto de los falsos-conductores, de los falsos-profetas, que criticáis tan fácilmente a vuestros responsables, o a vuestros hermanos... mirad en el fondo de vuestra propia vida.
Abrid los ojos sobre vosotros mismos, criticaos a vosotros mismos, y sed vosotros objeto de vuestra propia crítica. Vosotros que percibís tan fácilmente los defectos de la Iglesia, de los sacerdotes, de los cristianos que no piensan como vosotros sobre ciertos puntos. Procurad también tener en cuenta vuestros propios defectos.
En 3º lugar, nos dice Jesús a nosotros: "¿Cómo te permites decirle a tu hermano: Hermano, déjame que te saque la mota del ojo, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? Hipócrita, sácate primero la viga de tu ojo". De nuevo hay que hacer notar que no se trata sólo de los demás, sino que es a mí a quien Jesús dice que soy hipócrita cuando critico a los demás.
¡Cuánto más agradable sería la vida a nuestro alrededor si fuéramos más exigentes con nosotros que con los demás; si nos aplicáramos todos los buenos consejos que prodigamos a los demás; si tuviéramos el mismo afán en mejorarnos a nosotros mismos, que el que tenemos en mejorar a los demás! ¿No habéis notado que, cuando algo va mal, siempre echamos la culpa a "los otros"?
La revisión de vida es un ejercicio espiritual eminentemente evangélico: se trata de reconsiderarse a sí mismo, de revisar, de repasar la propia vía y los propios compromisos: "Sácate primero la viga de tu ojo, entonces verás claro y podrás sacar la mota del ojo de tu hermano".
Sería una horrenda caricatura de la revisión de vida si la transformáramos en una empresa de crítica de los demás. Señor, haznos lúcidos y clarividentes; así podremos intentar ayudar a nuestros hermanos a ver también más claro.
Noel Quesson
* * *
Continúa hoy Jesús su Sermón de la Llanura, con una serie de recomendaciones varias que, a modo de comparaciones, nos recuerdan que no tenemos que fijarnos tanto en los defectos de los demás (una mota o brizna en el ojo ajeno), sino en los nuestros (una viga). Entre esas comparaciones, destaca la figura de:
-el
ciego, que no puede guiar a otro ciego, pues los dos caerán en el hoyo,
-el discípulo, que no puede ser más que su maestro, y a lo máximo sabrá lo
mismo que él.
Se trata de recomendaciones relacionadas con la ley del amor que ayer nos daba Jesús. El que se tiene por guía debe ver bien. El que quiere pasar de discípulo a maestro, lo mismo. Uno y otro, si lo único que ven son los defectos de los demás, y no los propios, mal irá la cosa. Lo de ver la mota en el ojo ajeno y no ver la viga en el propio era un dicho muy común entre los judíos.
Fácilmente vemos los defectos de nuestros hermanos, y ¡qué capacidad tenemos para disimular los nuestros! Eso se llama ser hipócritas. Por eso se nos ocurre hacer de guías de otros, cuando los que necesitamos orientación somos nosotros. Y queremos hacer de maestros, cuando no hemos acabado de aprender. Y nos metemos a dar consejos y a corregir a otros, cuando no somos capaces de enfrentarnos sinceramente con nuestros propios fallos.
Hagamos hoy un poco de examen de conciencia: ¿No tendemos a ignorar nuestros defectos, mientras que estamos siempre alerta para descubrir los ajenos? Cada vez que nos acordamos de los fallos de los demás (con un deseo inmediato de comentarlos con otros), deberíamos razonar así: "Yo seguramente tengo fallos mayores, y los demás no me los echan en cara continuamente, sino que disimulan. ¿Por qué tengo tantas ganas de ser juez y fiscal de mis hermanos?".
Eso se llama hipocresía, uno de los defectos que más criticó Jesús. Nos iría bien un espejo limpio donde mirarnos: este espejo es la palabra de Dios, que nos va orientando día tras día. Para ejercitar una saludable autocrítica en nuestra vida.
José Aldazábal
* * *
Las palabras de hoy del evangelio nos hacen reflexionar sobre la importancia del ejemplo y de procurar para los otros una vida ejemplar. En efecto, el dicho popular dice que "fray Ejemplo es el mejor predicador", u otro que afirma que "más vale una imagen que mil palabras".
No olvidemos que, en el cristianismo, todos sin excepción somos guías, ya que el bautismo nos confiere una participación en el sacerdocio (mediación salvadora) de Cristo. En efecto, todos los bautizados hemos recibido el sacerdocio bautismal. Y todo sacerdocio, además de las misiones de santificar y de enseñar a los demás, incorpora también el munus (la función) de regir o dirigir.
Sí, todos (queramos o no) con nuestra conducta tenemos la oportunidad de llegar a ser un modelo estimulante para aquellos que nos rodean. Pensemos, por ejemplo, en la ascendencia que unos padres tienen sobre sus hijos, los profesores sobre los alumnos, las autoridades sobre los ciudadanos... El cristiano, sin embargo, debe tener una conciencia particularmente viva acerca de todo esto. Pero "¿podrá un ciego guiar a otro ciego?".
Para nosotros, cristianos, es como una llamada de atención aquello que los judíos y las primeras generaciones de cristianos decían de Jesucristo: "todo lo ha hecho bien" (Mc 7, 37); "el Señor comenzó a hacer y enseñar" (Hch 1, 1).
Debemos procurar traducir en obras aquello que creemos y profesamos de palabra. En una ocasión, Benedicto XVI afirmaba que "el peligro más amenazador son los cristianismos adaptados". Es decir, el caso de aquellas personas que de palabra se profesan católicas pero que, en la práctica, con su conducta, no manifiestan el radicalismo propio del evangelio.
Ser radicales no equivale a fanáticos (ya que la caridad es paciente y tolerante) ni a exagerados (pues en cuestiones de amor no es posible exagerar). Como afirmaba Juan Pablo II, "el Señor crucificado es un testimonio insuperable de amor paciente y de humilde mansedumbre". No se trata ni de un fanático ni de un exagerado. Pero sí que es radical, tanto que nos hace decir con el centurión que asistió a su muerte: "Verdaderamente este hombre era justo" (Lc 23, 47).
Antoni Carol
* * *
Las personas somos tan fáciles para juzgar a los demás y tan esquivos para mirar nuestra propia casa que me atrevo a haceros hoy algunas sugerencias al hilo de las palabras de Jesús. Esta actitud de resaltar los errores y defectos de los demás olvidando u ocultando los propios es el gran riego de todos los grupos colectivos e instituciones que desean hacer presente su mensaje en la sociedad.
Y nosotros, empujados por ellos también podemos actuar como esos grupos a los que Jesús critica en sus parábolas porque teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás.
Se sanaría mucho nuestra convivencia y confianza en los otros si empezásemos por no hacerle a nadie la vida más difícil de lo que ya es, empezando por los más cercanos, pero sin olvidar también a los que vienen de lejos y son distintos a nosotros sobre quienes vertimos con frecuencia juicios nada bondadosos.
Por ello me atrevo a hacerte hoy esta invitación: 1º no envenenar el ambiente con nuestro pesimismo, con nuestras descalificaciones, amargura y agresividad; 2º crear en nuestro entorno unas relaciones hechas de confianza, bondad y cordialidad. Es un modo sencillo de poner luz en medio de la ceguera, de prestar atención a nuestras vigas que nos impiden dar pasos hacia los demás.
Si no queremos seguir empobreciéndonos hemos de mirar nuestra existencia y la de todo lo que nos rodea de manera diferente. La mirada de muchos se va haciendo cada vez más pragmática y corta, preocupados por su imagen y en permanente comparación con los otros.
Las preguntas más habituales ante la realidad que nos rodea son casi siempre las mismas: ¿Para qué sirve? ¿Cuánto cuesta? ¿Qué ventajas me puede traer? Ciegos, incapaces de guiar a otros. Por eso hay que empezar por mirar a nuestro interior y desde nuestro interior. Sólo así se puede captar la vida con cierta hondura.
Hay algo más que fútbol y televisión, dinero o eficacia. Está también la belleza, la emoción, el amor, la amistad, el gozo de lo gratuito, pero nuestras vigas nos impiden disfrutar de ello. Y están los otros, no como enemigos sobre quien lanzar mis dardos, sino como ineludible camino para mi felicidad.
Todo se ve y saborea de manera diferente cuando se ama, sin resentimiento, en actitud amistosa, mirando hacia el propio interior. Entonces y sólo entonces, como nos dice Jesús "verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano".
Teodoro Bahillo
* * *
El evangelio de hoy nos invita a mirar el mundo y a los otros con la misma mirada de Jesús: una mirada de benevolencia.
Los ojos son como un espejo en el que se refleja el mundo. Hay personas para las que toda la realidad es triste y está sujeta a lamentaciones. Todo va mal, y los "sí, pero" minan toda razón de esperar. El mundo, como por una especie de mimetismo, toma el color de nuestra mirada. Sed benévolos. Con los demás: son menos malos de lo que os imagináis. Amad en ellos la parte mejor de ellos mismos; en el peor de los incrédulos hay una chispa, aunque sea oculta, de ese fuego que Dios ha inscrito en el corazón de cada uno. Tenéis vocación de esperanza: esperad en el hombre.
El cristiano, pase lo que pase, no puede encerrar al que siempre es su hermano dentro del calabozo de las sospechas o en la argolla de las condenaciones. Creed en el hombre y sed hombres consagrados a la misericordia. Y sed benévolos con vosotros mismos, mirándoos con menos severidad.
Si tenéis algún sentimiento de antipatía ante tal o cual acto, que vuestra antipatía se cambie en humor. Y sed benévolos con el mundo, no quedándonos de eternos insatisfechos. Vivid bien y gozad de la vida, porque Dios fue el 1º que se admiró de la obra salida de sus manos, en los primeros días del universo.
Pero ser benévolo ¿significa encontrar excusas, o ser indiferente, o ser ingenuo? Eso sería olvidar que esa palabra (y las palabras tienen un sentido) comprende 2 términos: bien y querer. Ser benévolo significa ser responsables, vigilantes, denunciadores de valores falsos y dichas engañosas. La benevolencia es una responsabilidad, y la asunción de un deber.
Hace algunos años, un periódico francés centró su campaña de promoción en un eslogan extraordinario: "Los demás ven la vida en negro, nosotros vemos razones para esperar". Eso es la benevolencia cristiana: el amor tiene paciencia, lo excusa todo, lo perdona todo, porque toma como modelo la misericordia de Dios.
Nuestra benevolencia no es "ver las cosas de color rosa", sino que es teologal. Nuestras razones para esperar se arraigan en el ser mismo de Dios, que tiene paciencia y, en su gracia, no falla jamás.
Olga Molina
* * *
Jesús, hoy me adviertes del peligro de guiar a los demás sin antes cuidar mi vida interior. El 1º apostolado es luchar personalmente por ser santo, por ver con claridad el camino, por quitar esos defectos que me apartan de ti. No me dices que no ayude a los demás, sino que 1º empiece por luchar yo mismo. Como recuerda San Agustín:
"Cuando nos veamos precisados a reprender a otros, pensemos primero si alguna vez hemos cometido aquella falta que vamos a reprender; y si no la hemos cometido, pensemos que somos hombres y que hemos podido cometerla. O si la hemos cometido en otro tiempo, aunque ahora no la cometamos. Y entonces tengamos presente la común fragilidad, para que la misericordia, y no el rencor; preceda a aquella corrección" (Sobre el Sermón de la Montaña, 2).
Jesús, quieres apartarme del peligro de juzgar a los demás, de señalar sus defectos y limitaciones, sin darme cuenta de que yo tengo también los míos, a veces incluso mayores que los de los demás. ¿Cómo voy a guiar a los demás si yo mismo voy a tientas? ¿No caeremos los dos en el hoyo?
Así como el tomarse la vida cristiana en serio lleva a hacer apostolado, también es verdad que el tomarse el apostolado en serio lleva a mejorar en la vida interior. Porque el cristiano ha de ser ejemplo para los demás: ha de ser el mismo Cristo. Pero ¿cómo puedo parecerme más a ti? Todo aquel que esté bien instruido podrá ser como su maestro. Para empezar, me pides que me tome en serio mi formación espiritual.
Necesitamos vida interior y formación doctrinal, así que ¡exígete!, tú que eres caballero cristiano y mujer cristiana, tú que has de ser sal de la tierra y luz del mundo. Porque estamos obligados a dar ejemplo con una santa desvergüenza.
Para ello, te ha de urgir la caridad de Cristo y, al sentirte y saberte otro Cristo desde el momento en que le has dicho que le sigues, no te separarás de tus iguales, lo mismo que no se separa la sal del alimento que condimenta. Tu vida interior y tu formación comprenden la piedad y el criterio que ha de tener un hijo de Dios, para sazonarlo todo con su presencia activa. Como decía San José Mª Escrivá, "pide al Señor que siempre seas ese buen condimento en la vida de los demás" (Forja, 450).
Jesús, por ser cristiano, he de ser otro Cristo. Y para ello necesito vida interior y formación doctrinal. Aún más cuando la sociedad en la que vivo está tan alejada de Dios y se mueve con unos criterios tan opuestos a los que tú nos has dejado. Como el pez que remonta la corriente necesita más energía interior que el que se deja arrastrar por ella, así también el cristiano que quiere vivir como tal en la sociedad actual necesita mucha vida interior y criterio bien formado.
Jesús, no puedo excusarme diciendo que el ambiente está muy mal, ni tampoco quieres que me aísle de los demás para no contaminarme. Quieres que sea sal y luz del mundo, que lo sazone todo con mi presencia activa, con mi caridad, dando ejemplo cristiano con una santa desvergüenza. Pero sin ser guía ciego.
Jesús, que ponga empeño en cuidar mis normas de piedad, especialmente la misa y la oración que son como las columnas de mi vida interior. Ayúdame a ser constante en la formación espiritual y doctrinal, pidiendo consejo en la dirección espiritual para avanzar en este terreno, consciente de que la formación no termina nunca.
Pablo Cardona
* * *
En nuestra travesía espiritual, cada relación es una oportunidad para examinar nuestro ojo. Sin embargo, siempre estamos creyendo que la otra persona es la que necesita cambiar. Perdemos tanto tiempo en buscar la razón de por que la persona se comporta de esta manera o de la otra, que dejamos pasar la oportunidad que se nos brinda para trabajar en nuestra propia vida.
Para consolidar una relación o para superar los problemas que hay en ella debemos dejarnos guiar por Dios. Debemos dejar que, por medio de su Espíritu Santo, él nos vaya transformando y nos permita apoyar el proceso de la otra persona. Sólo cuando nosotros sanemos la relación con la otra persona cambiará.
Señor, te pido que me permitas no perder el tiempo queriendo cambiar a mi pareja o a cualquier relación que en estos momentos yo tenga. Déjame abrirme a tu acción en mi vida y sé que todo cambiará.
Miosotis Nolasco
* * *
El evangelio de hoy nos deja ver las contradicciones que hay en esos que se consideran dignos y justos, al punto de creer que pueden guiar a otros.
Ciertamente son fuertes las palabras de Cristo: un ciego no puede guiar a otro ciego. Debieron de estallar con fuerza estas palabras de Cristo en los oídos de aquellos que se consideraban luz. Y para que no nos quede duda, el texto aclara bien de qué ceguera se trata: es la ignorancia de la propia oscuridad. El pero ciego no es el que no quiere ver, sino el que no quiere saber si está ciego.
De otro lado, con alguna frecuencia nuestro Señor utiliza la palabra hipócrita en sus denuncias a los fariseos. Es interesante el origen de esta palabra. El hypocrités es, en su origen, el que está "representando un papel bajo una máscara". Luego lo que reclama Jesucristo es, sencillamente: "deja de hacer un papel".
Nelson Medina
* * *
El evangelio de hoy nos ofrece una doble enseñanza. La 1ª estaría referida a descubrir nuestros propios errores. Somos humanos y como tales tenemos fallas, debilidades. Es necesario, pues, descubrirlas. Pero ¿cómo podremos descubrirlas si no nos ayudan? ¿O cómo podremos superarlas sin la ayuda de los demás?
He aquí la 2ª enseñanza: No es fácil ayudar al hermano a salir adelante de sus debilidades. Requiere, como cuando hay que sacar una paja del ojo, mucho cuidado, mucho cariño, mucho amor y atención.
De esta manera se completa la enseñanza: somos débiles y estamos llenos de imperfecciones. Esto supone que debemos permitir al hermano que nos ayude a superarlos, y ayudar nosotros con ternura a los demás a superar sus imperfecciones. ¿Serías capaz de hacer esto en tu propia vida y por tus hermanos?
Ernesto Caro
* * *
Jesucristo nos muestra hoy que, en cuanto pretendemos juzgar a nuestro prójimo, caemos no sólo en la falta de caridad, sino también en la ceguera, porque una viga cubre entonces nuestros ojos, impidiéndonos juzgar rectamente. De ahí que, en alguna que otra ocasión, nos recuerde Pablo más adelante: "¿Quién eres tú para juzgar al que es siervo de otro?" (Rm 14, 4).
Así, cuando nos vemos en conflicto con el prójimo, sentimos una fuerte inclinación a formarnos un juicio sobre él: sea para condenarlo, satisfaciendo nuestro amor propio, o para justificarlo benévolamente. La verdad no está ni en una cosa ni en la otra. Está en el abstenerse de ese juicio.
No es necesario que sepamos a qué atenernos con respecto a una persona, sino con respecto a su doctrina. En esto último sí que hemos de proceder con libertad de espíritu para aceptar o rechazar la que nos proponen. Pero esa tendencia a juzgar al prójimo debe abandonarse y dejarse el caso para que Dios lo resuelva, sin pretender justificarse uno mismo con las fallas del otro. No juzgar al siervo de otro es, pues, prescindir de la opinión propia resignarse a ignorar, sin condenar ni absolver.
Severiano Blanco
* * *
Hoy Jesús nos ofrece una hermosa comparación. El mensaje que en ella se contiene no puede ser más interesante y espiritualmente eficaz. Los defectos del vecino los descubrimos pronto, aunque sean pequeños; en cambio, ocultamos la verdad de nuestra propia vida, engañándonos.
Así, pues, es Jesús quien nos llama a hacer revisión de nuestra conducta, pues no pocas veces vemos y no queremos saber que vemos, entendemos y no queremos saber que entendemos, está ante nosotros la verdad y retiramos la mirada para no sentir heridos y fustigados por ella.
Si el Señor se ha fiado de nosotros y nos ha colmado de dones, y si su mirada sobre nosotros ha sido de amor misericordioso que sabe de perdones, ¿cómo seremos tan imbéciles de no mirarle a él y sí detenemos a mirar las flaquezas de los demás? ¿Qué nuestros hermanos tienen motas oscuras en sus ojos? Bien lo sabemos, pero ¿eso es motivo de denuncia, de condena o de recriminación?
Antes de hacerlo, mirémonos hacia dentro, y descubramos los motivos por los cuales deberíamos callar, y, en el silencio, reconocer que somos como ellos, peores que ellos, y obligados a orar y trabajar por ellos.
Tratemos de vivir la felicidad que proviene de preocuparnos de los demás. Por cada mota o fealdad que descubramos en los demás, hagamos una oración. Cada vez que sepamos comprender, disculpar y animar a los demás en el camino de la vida, estaremos labrando nuestra propia perfección.
Decía un filósofo que en la vida humana el "vivir para los demás, respetando y aprobando la verdad, no es sólo un deber sino una gran felicidad". Si así fuere para nosotros, es seguro que nuestros ojos y nuestra mente estarán más atentos a la bondad y fidelidad de los otros que a sus debilidades y miserias morales. Y un maestro solía dar este consejo a sus discípulos: "Cuando veas a un hombre bueno, proponte imitarlo; y cuando veas a otro malo, mírate a ti mismo".
Jesús nos viene a decir hoy en el evangelio algo similar: ¿Por qué ves la mota en el ojo del otro, y lo denuncias, y no ves la viga en el tuyo y no quieres verla? Aprendamos a mirar con buenos ojos.
Dominicos de Madrid
* * *
Sólo un ser humano libre y consciente es capaz de guiar a los demás. Pues mientras la persona siga envuelta por ambiciones, egoísmos y violencias, vivirá con la cabeza metida entre un hueco y no será capaz de ver. Jesús formó a sus discípulos en una actitud crítica, serena y responsable, para que eso les permitiera ver y amar la realidad.
Mientras las personas no adquieran una mirada misericordiosa y sobria consigo mismos, con sus semejantes y con toda la realidad no estarán en condiciones de cambiar nada.
Mucho menos de orientar a los demás hacia la luz y la verdad. Y Jesús era consciente de esta simple y terrible evidencia. Por esto, sus 2 parábolas ponen en juego el símbolo de los ojos, para indicar cuál es la actitud de quienes aún no se han abierto a la acción de Dios y se ponen delante de la comunidad como jefes, maestros y guías.
El evangelio de hoy nos llama a hacer un balance de nuestras prácticas, actitudes y mentalidades. No sea que creyéndonos ser visionarios, no atinemos a ver ni el precipicio que queda a un metro. Pues ¿qué saca de provecho el hombre acumulando ciencia, dinero y posesiones si malogra su vida? ¿De qué le sirve un prestigio y un reconocimiento que no mejoran la vida personal ni la ajena?
Mientras el ser humano no gane en conciencia, misericordia, amor y solidaridad, todas las demás ganancias sólo serán un estorbo e impedirán ver la vida misma.
Servicio Bíblico Latinoamericano
c) Meditación
Todo en esta vida está expuesto a la mentira, o a mostrar una apariencia engañosa de verdad. Y por eso cualquier examinador puede ser engañado. Si el corazón de un hombre está lleno de amargura, las palabras que salgan de su boca serán amargas. Y si está lleno de entusiasmo o esperanza, las palabras que broten de él serán entusiastas y esperanzadas.
Si esto es así, a lo primero que debemos prestar atención es a la propia interioridad y a aquello que estamos almacenando en ella, porque podemos estar almacenando amor u odio (fe o desconfianza, esperanza o amargura...) y porque no podremos sacar al exterior más que lo que hemos atesorado dentro (si bondad, el bien; si maldad, el mal).
No obstante, nosotros no solemos ser enteramente buenos (sin ninguna mezcla de maldad) ni enteramente malos (sin ninguna capacidad para el bien). Y eso significa que, aun siendo buenos, no dejamos de ser sujetos de reprensión o de corrección. De ahí la advertencia de Jesús:
"¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano "hermano, déjame que te saque la mota del ojo", sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano".
Antes de intentar corregir el defecto (la mota) del hermano, por tanto, hemos de volver nuestra mira examinadora a nosotros mismos para corregir nuestro pecado (la viga), porque éste (impureza, soberbia, rencor, antipatía, envidia...) nos incapacita para ver con objetividad y claridad lo que debe corregirse en el hermano. Sólo tras la purificación de nuestras intenciones, sentimientos y juicios, estaremos debidamente equipados para proceder a la corrección fraterna.
Esto es aplicable a todos los campos de la vida, porque mejorar el mundo que nos rodea (el de nuestra familia, comunidad, vecindad, laboriosidad...) supone una mirada previa (juicio) que nos permita conocer el mal que hay que corregir o sanar. Esa mirada previa debe ser limpia (purificada de los elementos distorsionantes que enturbian, deforman o impiden la visión real de las cosas), y debe ser una mirada comprensiva y compasiva que no persiga otra cosa que hacer mejores. Sólo así podremos empeñarnos, con eficacia, en su transformación.
Y es que con frecuencia sufrimos el espejismo de creer ver motas en todos los ojos ajenos, motas que nos parecen vigas (como a Don Quijote, que le parecían gigantes los molinos de viento de la Mancha), mientras que nuestras vigas nos parecen motas insignificantes. De ahí que tengamos que tener sumo cuidado para no engañarnos a nosotros mismos.
Hablar en este contexto de motas y de vigas que estorban o impiden la visión, es referirse a aspectos de la conducta humana que merecen ser corregidos o curados.
Lo que sucede es que tendemos a ver mucho antes el defecto del otro que el propio, aunque el del otro tenga el tamaño de una mota casi insignificante y el nuestro el de una viga de grandes proporciones (quizás porque al otro le tenemos de frente, y a nosotros detrás).
No obstante, mientras nuestra mirada esté impedida por un obstáculo insalvable, o por un cristal deformante, nunca veremos la realidad de las cosas con claridad, y confundiremos lo bello con lo feo, lo sano con lo enfermo, lo armonioso con lo defectuoso.
Y si nuestra mirada está infectada de odio o rencor, proyectaremos ese mismo odio sobre lo que vemos, deformando su verdad y destruyendo su belleza. Y si en ella hay codicia o deseo de posesión, también reduciremos lo que vemos a la condición de objeto de deseo. Y si la viga nos impide ver lo que tenemos delante, estaremos siendo víctimas de un espejismo o de una ilusión imaginaria.
Creeremos estar viendo lo que en realidad no vemos, y eso es vivir en la mentira. Pretender sacar la mota del ojo del hermano, sin quitar antes la viga que tenemos en el nuestro, es una hipocresía, porque no estamos en disposición de hacer esa operación con éxito.
Aclaremos primero nuestra vista, y podremos actuar con posibilidades reales de apreciar el defecto del hermano, para ayudarle a corregirlo. Mientras tanto, abstengámonos de semejante intento, porque no seremos más que un ciego que pretende ayudar a otro ciego, y ambos caeremos en el pozo.
JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología
Act: 13/09/24 @tiempo ordinario E D I T O R I A L M E R C A B A M U R C I A