2 de Septiembre

Lunes XXII Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 2 septiembre 2024

a) 1 Cor 2, 1-5

         Antes de hablar en Corinto, Pablo había tratado de evangelizar Atenas, donde se había encontrado ante unos griegos ergotistas y frívolos, poco preocupados de buscar la verdad pero deseosos de discusiones a la moda del día. Y eso lo recuerda Pablo, a la hora de presentarse a los corintios: "Cuando fui a vosotros, hermanos, no fui a anunciaros el misterio de Dios con el prestigio de la palabra o de la sabiduría".

         En Atenas había fracasado Pablo (Hch 17, 16-32), y ante los corintios, cuya comunidad estaba constituida por gente sencilla ("Dios escoge lo débil"; 1Cor 1,26), Pablo confirma este principio, proponiendo su propio ejemplo: no soy elocuente, sino débil, no soy más que un pobre testigo de algo que me sobrepasa.

         La autoridad de los apóstoles no proviene de su ciencia ni de su valer humano, sino de anunciar el misterio de Dios. Señor, hazme más humilde cuando escuche tu Palabra, y líbrame de los entusiasmos superficiales.

         De ahí que no lo dude ya Pablo de Atenas en adelante, comenzando por Corinto: "No quise saber otra cosa sino a Jesucristo crucificado". Es decir, ninguna otra cosa, sino a Jesucristo. ¡Ah! ¡Cuán lejos nos hallamos de la elocuencia humana y de las mentes cultivadas! El calvario no es el punto de reunión de los razonadores de este mundo: tan sólo se dan cita allí los que humildemente aceptan que Dios les conduzca donde no irían por sí mismos...

         ¿Qué tiempo dedico a la contemplación de la cruz? Perdón, Señor, por no detenerme a menudo, a fijar mis miradas en tus ojos de crucificado, para leer en ellos, mejor que en cualquier razonamiento, la locura de tu amor por mí.

         Lo sigue explicando el propio apóstol: "Me presenté ante vosotros débil, tímido y tembloroso. Mi palabra y mi proclamación del evangelio no tuvieron nada de los persuasivos discursos de la sabiduría". Pablo, uno de los más grandes santos, era consciente de su debilidad humana, y se confiesa "tímido y tembloroso", sin tratar de salvaguardar ningún prestigio personal.

         ¡Qué gran ejemplo! Pablo no trataba de convencer a fuerza de argumentos. Hablaba con cierta timidez, y exponía su testimonio. El valor de la evangelización no depende de los medios humanos empleados, sino de "la experiencia vivida del encuentro con Cristo". Pablo estaba impregnado de Cristo.

         Pero "el Espíritu y su poder eran los que se impusieron", recuerda el apóstol, pues esta inseguridad que experimenta Pablo ante los pobres medios humanos de que dispone, en vez de abatirle le confiere una razón de mayor seguridad: ¡el vacío que siente en sí mismo es el lugar donde puede expansionarse la "potencia del Espíritu"!

         La fe no es una adhesión de orden intelectual, de orden puramente humano. La teología dirá más tarde que es un don de la gracia, "para que vuestra fe no repose en sabiduría de hombres, sino en el poder de Dios". La fe que deseamos para las personas que amamos, no les llegará a fuerza de discutir o de querer probar... sólo llegará por un testimonio de vida de fe que, algún día quizá, los interpelará... y por la oración.

         El cristianismo no es una demostración, ni una ideología, ni un sistema filosófico, es una relación de amor con Dios: y esta relación depende primero de una iniciativa divina. Toda nuestra cooperación, de hecho necesaria, consiste en dejarse modelar por Dios. ¡Esta postura es la contraria a la de poner condiciones a Dios y querer que pase por nuestras propias exigencias!

         La primera idolatría es la del pensamiento seguro de sí mismo: tomar nuestro pensamiento como medida de lo divino; pretender que yo tendría que comprenderlo todo; ¡convertirme en medida de Dios! La fe es el maravilloso privilegio de los humildes.

Noel Quesson

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         La Carta I a los Corintios la empezamos a leer el jueves de la semana pasada, y nos acompañará todavía 3 semanas. Vimos ya cómo Pablo planteaba el tema de la sabiduría humana (la griega), comparada con la cristiana (la espiritual).

         Pablo insiste: lo que él ha predicado a los habitantes de Corinto no estaba basado en "sublime elocuencia" ni en "sabiduría humana", sino en "el poder del Espíritu" y "el poder de Dios". Se muestra valiente presentando a los griegos, tan satisfechos con su filosofía, la figura de Cristo Jesús, y "éste crucificado", lo que parece la antítesis de la sabiduría y la paradoja mayor para una cultura que aprecia sobre todo la coherencia y la profundidad de un sistema de pensamiento.

         El mundo de hoy no parece tampoco tener oídos muy prestos a escuchar el mensaje de Cristo crucificado. Más bien nos regalamos con palabras bonitas y con sabidurías más o menos persuasivas de este mundo. La comunidad cristiana, desde hace 2.000 años, se presenta ante el mundo "débil y temerosa", como Pablo en Grecia, porque sabe que el mensaje que predica es difícil (Cristo crucificado), y que la palabra misma que anuncia tiene una fuerza intrínseca capaz de hacerla fructificar en los ambientes menos predispuestos. Pablo fracasó en Atenas, cuando en el Areópago intentó revestir su mensaje de lenguaje helénico más cuidado. Y ahora anuncia la cruz de Cristo.

         Para Dios, la fuerza verdadera está en lo sencillo y lo débil. En la cruz de Cristo, símbolo del fracaso y de la fragilidad, está la sabiduría y la clave para la salvación. Una invitación a que no nos dejemos engañar por los señuelos de unas palabras brillantes ni de unas ideologías deslumbrantes.

         ¿En qué nos apoyamos nosotros: en argumentos filosóficos, en recursos pedagógicos, en la eficacia de los métodos pedagógicos? ¿o en la fuerza del Espíritu de Dios? El salmo responsorial de hoy nos dice dónde está la fuente del verdadero saber: "Tu mandato me hace más sabio que mis enemigos, y más docto que todos mis maestros. Yo medito tus preceptos, y no me aparto de tus mandamientos, porque tú me has instruido".

José Aldazábal

b) Lc 4, 16-30

         Comienza hoy la lectura continua del evangelio de Lucas. Un evangelio que sigue de cerca el esquema de Marcos, pero que añade mucho material inédito (común también a Mateo, aunque con elementos propios). Llama la atención que sea el único evangelista que indica al principio lo que se propone escribir.

         El prólogo de este evangelio se parece al de otros libros contemporáneos y en él expresa el evangelista de modo solemne su propósito de exponer de modo ordenado los hechos sobre la vida de Jesús que le han sido transmitidos por los testigos oculares. El trabajo de redacción del evangelio ha seguido, según él, un proceso que ha supuesto una nueva investigación realizada con rigor (otros lo han hecho ya también con anterioridad) y expuesta de forma conexa, siguiendo la lógica de los acontecimientos.

         Lucas se propone confirmar la autenticidad del mensaje que ya le ha llegado a esta comunidad por otros conductos, pero que él retoma de nuevo desde el principio. Sin embargo, la obra de Lucas no será tanto la de un historiador, cuanto la de un teólogo que profundiza en la persona de Jesús como Salvador, y que trata de adaptar su evangelio o nueva noticia al tiempo de la comunidad griega, bastantes años después de la muerte y resurrección de Jesús (hacia el año 80).

         La obra de Lucas tiene 2 partes. La 1ª (el evangelio) se concentra en describir los acontecimientos de Jesús, desde el comienzo hasta la Ascensión. La 2ª (los Hechos de los apóstoles) parte de la Ascensión y presenta el nacimiento de la iglesia cristiana, desde los orígenes en Israel, pasando por Asia Menor y Grecia, hasta llegar a Roma.

         En la 1ª (el evangelio) se muestra la centralidad de Jerusalén, como ciudad salvífica: en ella tienen lugar los primeros acontecimientos que se narran (anunciación del Bautista en el templo) y los últimos (muerte, resurrección y ascensión de Jesús al cielo. En la 2ª (el libro de los Hechos) se presenta la expansión del cristianismo desde Israel hasta Asia Menor, Grecia y Roma, capital del imperio, donde concluye la obra.

         Encerrado el evangelio en los estrechos límites del judaísmo y en la región de Israel, el mensaje universalista de Jesús ha roto las fronteras del territorio judío hasta llegar a la capital del Imperio, desde donde se difundirá a todo el mundo.

         Se trata de un evangelio, por tanto, que muestra el proceso de conversión de los discípulos al universalismo propugnado por Jesús y la resistencia e incomprensión de los discípulos procedentes del judaísmo (habituados a hablar del pueblo de Dios en clave de privilegio y exclusivismo). Por esta razón Jesús, en el evangelio de Lucas, elige otro grupo de discípulos (los Setenta, representando a las 70 naciones de la tierra) para que su evangelio se anunciado a los cuatro vientos.

Juan Mateos

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         Tras su bautismo, Jesús vuelve a su patria chica Nazaret. Como ya era conocido era por su predicación y milagros en la provincia de Galilea, el jefe de la sinagoga (cuya función era dirigir el culto, vigilar el orden y designar al lector o predicador de turno) le invitó a leer y explicar la lectura de los profetas.

         Por entonces la Biblia, escrita en hebreo, no era entendida por el pueblo, que hablaba una lengua distinta: el arameo. El lector leía en hebreo en la sinagoga y el meturgeman (o traductor) traducía el párrafo al arameo, al tiempo que comentaba en esta lengua lo leído.

         Jesús leyó aquel día un fragmento del profeta Isaías, pero se tomó la libertad de suprimir la frase final del mismo en el que se anunciaba no sólo el "año de gracia del Señor" sino "el día de la venganza de nuestro Dios" para con todos los pueblos enemigos del pueblo de Israel.

         El ritual de la sinagoga prohibía que el lector o comentarista añadiese o quitase verso alguno de la lectura de turno. El atrevimiento (nosotros le llamamos autoridad) de Jesús provocó la reacción de sus paisanos e hizo que "toda la sinagoga tuviese los ojos fijos en él". Pero la cosa no quedó ahí, pues Jesús terminó su lectura diciendo que aquél pasaje se cumplía en él.

         Con la supresión de la frase de Isaías "la venganza de nuestro Dios", Jesús había terminado la lectura del texto programático de su futura actuación. Lo suyo sería proclamar el perdón y el amor de Dios, no sólo para su pueblo, sino para todos los pueblos de la tierra, incluidos los enemigos del pueblo elegido. Jesús venía de parte de Dios a cancelar, de una vez para siempre, la ola de venganza que, a lo largo de la historia, había ido tomando carta de ciudadanía en el corazón humano.

         Lo de Jesús era proclamar el "año de gracia", perdonar, olvidar, cancelar del diccionario de las relaciones humanas realidades tan tristes como el desquite, la venganza, la revancha, el odio, la represalia, la ley del talión con su famoso postulado ("ojo por ojo y diente por diente"; Ex 21, 23-25).

         Pero la actuación de Jesús desagradó sumamente a unos oyentes que no querían oír hablar de la buena noticia de su liberación dirigida a los pobres, a los cautivos, a los ciegos y a los oprimidos, de una amnistía general de Dios, del perdón otorgado a la humanidad entera, cancelando para siempre el léxico de la venganza de las relaciones humanas. Y nosotros ¿qué pensamos de esto? O mejor ¿cómo actuamos?

         Aquel día en Nazaret, en su propio pueblo, comenzó la pasión de Jesús. Sus mismos paisanos lo sentenciaron a muerte. Dos o tres años más tarde, el pueblo entero lo empujaría fuera de la ciudad, lo subiría a un momento y lo asesinaría colgándolo de un madero. Desde el día en que habló en Nazaret se veía venir tan trágico final. Nosotros creemos que no acabó todo con la muerte de aquel hombre: Jesús se abrió paso entre la muerte y se fue con Dios (un Dios que no sabe de venganza, que sólo entiende de amor y de perdón, el Dios de Jesús, nuestro Dios).

Fernando Camacho

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         El evangelio de hoy está dedicado al ministerio público de Jesús en Galilea. Durante este período Jesús no sale de este territorio. Su ministerio está fuertemente marcado a través de su acción (milagros) y su palabra (discursos y parábolas): evangeliza, cura muchas enfermedades, expulsa a los demonios, llama a los pecadores a la conversión. Sus palabras y sus obras no son reconocidas por las autoridades de Israel, pero sí por una gran parte del pueblo.

         Poco a poco, Jesús va conformando su grupo de amigos y seguidores a los que él envía a predicar el Reino y a curar enfermos. Lucas reconoce en el ministerio de Jesús en Galilea no sólo un momento realmente revelador de Jesús, sino también una propuesta pedagógica para el tiempo de la misión.

         El texto de hoy narra el comienzo del ministerio de Jesús en Galilea en la sinagoga de su pueblo: Nazaret. El marco de la narración es el culto sinagogal. La sinagoga era el lugar más adecuado donde Jesús podía anunciar su mensaje a una comunidad. La sinagoga no era sólo el lugar de oración sino también el lugar de encuentro, escuela, hospedería y centro de difusión y propaganda del judaísmo entre los paganos.

         En la sinagoga celebraban el culto sabático. Todos los seres humanos podían participar en la celebración del sábado. El servicio consistía en oraciones y lecturas de la ley y de los profetas de las cuales se hacía un comentario o explicación. Los lectores eran miembros instruidos de la comunidad o, como en el caso de Jesús, visitantes conocidos por su saber en la explicación de la palabra de Dios. Muy probablemente cuando Jesús entra en la sinagoga de su pueblo, allí se encontraban su familia y sus parientes.

         El centro del relato está en la proclamación del cumplimiento de un texto del profeta Isaías (Is 61, 1-2). El cual describe la manera como el Mesías realizará su tarea salvífica. En el tiempo de Jesús las profecías de Isaías no se habían cumplido, el pueblo de Israel seguía bajo el dominio del poder extranjero, era todavía un pueblo conquistado, oprimido y dividido. Vivían bajo la dominación de los romanos.

         Las palabras de Jesús sorprendieron a toda la sinagoga cuando leyó al profeta Isaías y anunció la instauración del día del Señor: "Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy". De esta manera Jesús se convierte en el portador y en el inaugurador del reino de Dios: "El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la buena nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor".

         Estas palabras se convierten en el programa de lo que va a ser el ministerio de Jesús y prefiguran todo lo que va a ocurrir: anuncian la salvación para todos los seres humanos, se insiste en que el ministerio de Jesús va dirigido preferencialmente a los marginados y oprimidos.

         Algunos de los que estaban en la sinagoga quedaron profundamente impresionados. Otros no creyeron, no podían aceptar lo que habían oído, especialmente si no había una prueba milagrosa que lo confirmara. ¿Cómo podía Jesús, el hijo de José el carpintero de Nazaret, cuya madre, hermanos y hermanas estaban en la sinagoga, afirmar que era el Mesías?

         Los paisanos de Jesús no podían comprender, estaban acostumbrados a verlo como uno más, no percibieron en él al Mesías anunciado por el profeta Isaías. Ellos esperaban un restaurador nacionalista que los liberara de la opresión de los romanos y como el mensaje de Jesús no cuadraba en sus expectativas, se enfurecieron y trataron de eliminarlo.

Emiliana Lohr

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         La escena de hoy tiene lugar en la Sinagoga de Nazaret, bastión del nacionalismo más exaltado, merced a su complicada orografía, que favorecía la resistencia armada contra las tropas de ocupación. Jesús regresa a su pueblo con la aureola de predicador y taumaturgo de que viene rodeado por su actividad en Cafarnaum (v.23).

         Jesús tiene por costumbre acudir a la sinagoga el sábado, para enseñar y encontrarse con el pueblo (v.15). En Nazaret, sin embargo, proclama el cambio total que se ha producido en su vida después de la gran experiencia de Dios que ha tenido en el Jordán.

         Jesús tiene ahora plena conciencia de ser el Mesías que ha de inaugurar el reinado definitivo de Dios en la historia de la humanidad. Pero sabe muy bien que su mesianismo no comulga con el triunfalismo que lo rodea. Las tentaciones del desierto han servido para clarificar este concepto.

         El ambiente de la sinagoga es de suma expectación. Pretende que Jesús se pronuncie públicamente a favor de la causa nacionalista y que se ponga del lado de los fanáticos. Jesús es quien toma la iniciativa de levantarse para tener la lectura. El responsable de la sinagoga pone en sus manos el rollo del profeta Isaías, que contenía ciertas profecías mesiánicas que todos se sabían de memoria.

         Jesús abre el volumen ("dio con él pasaje", después de buscarlo) en el pasaje preciso  ("donde estaba escrito"), y habla sin ambages del cambio histórico que el Mesías debía llevar a cabo (a favor de Israel y contra las naciones paganas que lo oprimen). Lee en voz alta este pasaje, pero interrumpe la lectura al final del primer hemistiquio de un verso, silenciando el otro hemistiquio que todos esperaban.

         El texto de Isaías decía: "El Espíritu del Señor descansa sobre mí, porque él me ha ungido para proclamar el año favorable del Seño y el día del desquite de Dios" (Is 61, l).

         Jesús proclama que la profecía se acaba de cumplir en su persona: "Hoy ha quedado cumplido este pasaje ante vosotros que lo habéis escuchado" (v.21). Y centra su homilía en la inauguración del año santo por excelencia, "el año favorable del Señor". Pero omite cualquier referencia al desquite y castigo contra el Imperio Romano opresor. De ahí que "todos estaban extrañados de que mencionase tan sólo las palabras sobre la gracia" (v.22).

         Los traductores y los comentaristas de Lucas andan de cabeza acerca de la interpretación de la expresión griega lucana, a causa de su ambivalencia. En efecto, el verbo dar testimonio, se puede construir, en griego, de dos maneras, con dativo favorable o desfavorable.

         Generalmente se interpreta que "todos daban testimonio a su favor", cuando aquí lo que es más propio es el sentido opuesto: "Todos se declaraban en contra, extrañados de que mencionase tan sólo las palabras sobre la gracia". La frase despectiva con que lo apostrofan a continuación lo confirma: "Pero ¿no es éste el hijo de José?" (v.22), el hijo del Pantera (apodo de la familia de Jesús, según antiguos documentos rabínicos y cristianos).

         Con esta manera de hablar, rehuyendo hacer suyos los ideales político-religiosos del pueblo, obligado a pagar enormes impuestos de guerra y sometido al vasallaje de las tropas de ocupación, no se parece en nada (dicen) a su padre ni continúa la tradición de los pantera.

Josep Rius

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         El rechazo de que es objeto Jesús en su patria presagia el rechazo de que será objeto en Israel. Lucas lo anticipa, como anticipa también la futura extensión del programa mesiánico de Jesús a todas las naciones paganas: "Os aseguro que a ningún profeta lo aceptan en su tierra" (v.24). Las 2 analogías, la de la viuda de Sarepta y la de Naamán el Sirio, ambos extranjeros, que les echa en cara, dejan entrever que el alcance de la misión no se circunscribirá sólo a Israel.

         El fanatismo de sus compatriotas no se contenta con recriminarle su falta de compromiso político: "Mientras oían aquello, todos en la sinagoga se fueron llenando de cólera y, levantándose, lo expulsaron fuera de la ciudad y lo empujaron hasta un barranco del monte sobre el que estaba edificado su pueblo, con la intención de despeñarlo" (vv.28-29).

         De hecho, al final de su vida, lo sacarán «fuera» de la ciudad de Jerusalén y lo ejecutarán como si fuese un zelota más, crucificándolo en medio de dos malhechores, y, para más inri, en la inscripción de la cruz se lo reprocharon de nuevo, echándole en cara, esta vez, que se haya auto-constituido "rey de los judíos" y mesías de Israel.

         Sea como sea, sus paisanos consiguieron hacer callar a Jesús por el momento, porque su mensaje estorba a unos y a otros. Al fin, todos se pondrán de acuerdo contra él. Ya se veía venir desde el principio.

         Pero Jesús, "abriéndose paso entre ellos, emprendió el camino" (v.30). Con todo, nunca podrán ahogar su clamor universalista: su persona y su mensaje continuarán influyendo en la historia, encarnándose en hombres y mujeres que, fieles a su compromiso, se alejarán de todo sistema de poder e irán creando pequeños oasis de solidaridad y de fraternidad.

Josep Rius

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         Vamos a leer desde hoy hasta el final del año cristiano, a las puertas del adviento, al evangelista Lucas. Empezamos con su cap. 4, porque en adviento y navidad ya lo hicimos con los 3 primeros: la anunciación, el nacimiento, la infancia de Jesús y su bautismo en el Jordán.

         Y empezamos con una escena bien significativa, programática, que se puede decir que da sentido a todo el ministerio mesiánico de Jesús: su primera predicación en la sinagoga de su pueblo Nazaret. Una escena densa, muy bien narrada por Lucas, con una serie de detalles significativos:

-la costumbre de ir a la sinagoga todos los sábados;
-la invitación para que lea (de pie) al profeta; las lecturas de la Ley las hacían los rabinos; las de los profetas las podían hacer los laicos, como Jesús, que hubieran cumplido los 30 años;
-el pasaje de Isaías lo recuerda Lucas, porque es como el programa mesiánico de Jesús: "el Espíritu del Señor está sobre mí, y me ha enviado a dar la Buena Noticia a los pobres, para dar la libertad a los oprimidos... para anunciar el año de gracia del Señor";
-el comentario es del mismo Jesús (sentado), con unas primeras palabras que son como la definición de lo que es una homilía: "hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír";
-las primeras reacciones de admiración y aprobación por parte de sus paisanos (que, sin embargo, quedan bloqueados en su camino de fe porque conocen demasiado a Jesús: "¿no es éste el hijo de José?");
-la queja de Jesús sobre esta falta de fe, comparada con la acogida que ha encontrado en otros pueblos; cita dos refranes o dichos de la época: "médico, cúrate a ti mismo", y "ningún profeta es bien mirado en su tierra";
-la segunda reacción, esta vez de ira, ante estas palabras, hasta el punto de querer acabar con él despeñándolo por el barranco (aunque Jesús "se abrió paso entre ellos y se alejó").

         Jesús aparece desde la 1ª página como el enviado de Dios, su Ungido, el lleno del Espíritu. Y aparece también como el que anuncia la salvación a los pobres, a los cautivos, a los ciegos, a los oprimidos.

         Lucas va a ser para nosotros un buen maestro para que sepamos presentar a Jesús, también a nuestro mundo de hoy, como el salvador de los pobres. "Me ha ungido y me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres". En la plegaria eucarística IV damos gracias a Dios Padre porque nos ha enviado a su Hijo Jesús, el cual "anunció la salvación a los pobres, la liberación a los oprimidos y a los afligidos el consuelo (la alegría)".

         Se trata de un buen retrato de Jesús, que se irá desarrollando durante las próximas semanas: el que atiende a los pobres, el que quiere la alegría para todos, el que ofrece la liberación integral a los que padecen alguna clase de esclavitud. ¿Es éste también el programa de su Iglesia, o sea, de nosotros? ¿Se puede decir que estamos anunciando la buena noticia a los pobres? ¿Y somos nosotros mismos esos pobres que se dejan alegrar por el anuncio de Jesús?

         La admiración, primero, y el rechazo y la persecución, después, son ya desde el inicio la síntesis de las reacciones que Jesús va a suscitar a lo largo de su ministerio, acabando en la cruz. Y también de lo que pasará a su Iglesia a lo largo de los siglos, como muy bien se encargó de describir el mismo Lucas en su libro de los Hechos. Con la convicción de que después de la cruz viene la resurrección. Pero, mientras tanto, no nos extraña que fracasen muchos de nuestros esfuerzos, como fracasó Jesús en muchas ocasiones.

         Jesús es en verdad el "año de gracia" que Dios ha preparado para la humanidad, al enviarlo (hace ahora 2.000 años) como salvador y evangelizador. Ojalá también nosotros le miremos como sus paisanos al principio: "toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él".

         "Hoy se cumple esta Escritura". Es lo que pasa cada día, en nuestra escucha de las lecturas bíblicas. No se nos proclaman para que nos enteremos de lo que pasó (lo solemos saber ya), sino porque Dios quiere renovar su gracia salvadora, la del AT y la del NT, hoy y aquí para nosotros. Es lo que nuestra meditación personal y la homilía deben buscar: actualizar en nuestras vidas lo que Dios nos ha dicho en su historia de salvación.

José Aldazábal

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         "Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír" (v.21). Con estas palabras, Jesús comenta en la Sinagoga de Nazaret un texto del profeta Isaías: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido" (v.18). Estas palabras tienen un sentido que sobrepasa el concreto momento histórico en que fueron pronunciadas. El Espíritu Santo habita en plenitud en Jesucristo, y es él quien lo envía a los creyentes.

         Además, todas las palabras del evangelio tienen una actualidad eterna. Son eternas porque han sido pronunciadas por el Eterno, y son actuales porque Dios hace que se cumplan en todos los tiempos. Cuando escuchamos la palabra de Dios, hemos de recibirla no como un discurso humano, sino como una Palabra que tiene un poder transformador en nosotros.

         Dios no habla a nuestros oídos, sino a nuestro corazón. Todo lo que dice está profundamente lleno de sentido y de amor. La palabra de Dios es una fuente inextinguible de vida, y en ella "es más lo que dejamos que lo que captamos, tal como ocurre con los sedientos que beben en una fuente", según San Efrén. Sus palabras salen del corazón de Dios. Y de ese corazón, del seno de la Trinidad, vino Jesús (la Palabra del Padre) a los hombres.

         Por eso, cada día, cuando escuchamos el evangelio, hemos de poder decir como María: "Hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 38). A lo que Dios nos responderá: "Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír". Ahora bien, para que la Palabra sea eficaz en nosotros hay que desprenderse de todo prejuicio.

         Los contemporáneos de Jesús no le comprendieron, porque lo miraban sólo con ojos humanos: "¿No es este el hijo de José?" (v.22). Veían la humanidad de Cristo, pero no advirtieron su divinidad. Siempre que escuchemos la palabra de Dios, más allá del estilo literario, de la belleza de las expresiones o de la singularidad de la situación, hemos de saber que es Dios quien nos habla.

David Amado

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         Los textos de hoy, en la Sinagoga de Nazaret, nos hablan de debilidad, miedo, sabiduría, poder de Dios y cumplimiento de las promesas en el anuncio de la Buena Nueva a los pobres.

         La Palabra se nos anuncia para que la dejemos encarnarse en la propia existencia. ¿A qué nos convoca hoy? Es sencillo y está al alcance de todos. Para proclamar que Dios está con nosotros, que nos ama, que nos lo ha dado todo en Jesús (su Hijo), no necesitamos grandes discursos: basta con dejar que la bendición se derrame a través de nuestras manos, de nuestros labios, de todos nuestros gestos.

         Cada uno de nosotros tiene en su propio entorno pobres, oprimidos, encarcelados, ciegos... a los que anunciar la Buena Nueva, curar, liberar o devolver la vista. Para ello no hay fórmulas, no existen recetas fijas. Sólo es imprescindible la convicción de que el Reino llega de este modo y no con alegatos, y la certeza inconmovible de que el Señor no dejará que nos falten las fuerzas ni la lucidez a la hora de descubrir y remediar tanta carencia como clama en nuestro mundo.

         Cada uno de nosotros seguirá cargando sus propias taras, y quizás también nos toque escuchar, como Jesús, aquello de "médico, cúrate a ti mismo". Será entonces la hora de reconocer que Dios tiene sus propios caminos y que, en definitiva, el misterio nos envuelve. "Había muchas viudas en tiempos de Elías" pero éste fue enviado a una. "Había muchos leprosos en tiempos de Eliseo", pero sólo Naamán el Sirio fue curado.

         No conocemos la medida del don de Dios y por esos no podemos poner tasa ni vallas a su misericordia. Al mismo tiempo, pienso que todo gesto de amor, aunque sea mínimo, tiene en sí mismo su sentido. ¿Cómo podremos saber si la mano tendida al pobre, la sonrisa dedicada al inmigrante que no acaba de entender nuestra lengua, la comprensión con quien no comparte en absoluto nuestra fe, la ternura hacia quien nada puede devolvernos, son gotas perdidas en el océano o un signo cargado de esperanza que iluminará el camino de muchos?

         Nada es demasiado pequeño ni demasiado grande ante Dios. La fe se funda en el poder de Dios y ese poder se manifiesta no en discursos de elocuente sabiduría sino en pequeños gestos de amor que implican dar algo de nosotros mismos. Es sencillo, ¿verdad?

Olga Molina

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         El evangelio de Lucas nos sorprende hoy con unas palabras de Jesús. En ellas se contiene la proclamación hecha por el Maestro en la sinagoga de Nazaret: el tiempo del mesianismo se ha cumplido, y se ha cumplido precisamente en mi persona. Impresionantes palabras. En los judíos oyentes produjeron escalofrío, que les llevó a exclamar: "¿Qué es esto?". Y en nosotros irradian luz y más luz; clarifican el camino de nuestro futuro, unidos a él, y convocan a emprender una vida nueva.

         Cualquier grado de admiración y sorpresa es poca. Un hijo de Israel, un hombre como nosotros, alza la voz para proclamar que la historia de salvación se cumple. El Mesías, movido por el Espíritu, declara su verdad y afronta su futuro entre nosotros. ¡Gran noticia!

         El texto de hoy nos suena a cosa conocida. Lo encontramos casi literalmente en el cap. 13 de Mateo. Ello no obstante, conviene recordar tan luminosos pensamientos y actitudes. Jesús se siente el Enviado, el Mesías, el Salvador. Tiene plena conciencia de quién es y a qué viene, y lo expresa públicamente en forma sobrecogedora: en mí se están cumpliendo las profecías.

         Los nazarenos no le comprenden; pero están al tanto de que ya ha obrado milagros por Cafarnaum, y le  arguyen de frente: si quieres que aceptemos esas palabras tuyas, demuestra primero con milagros quién eres de verdad. Si no, cállate. ¡Lenguaje lamentable! De ahí que Jesús añada: ¿Para qué milagros? Ningún profeta es bien mirado en su tierra. Me pedís exhibición de milagros, y a mí lo que me interesa es encontrar actitud de fe. Vuestro camino no es bueno.

         Jesús se sentía el Enviado, el Mesías, y lo expresaba públicamente en forma sobrecogedora; pero los nazarenos no estaban en sintonía: por una parte, pedían milagros a la carta, para creerle; y, por otra, reconocían que esos milagros ya los había hecho en Cafarnaúm. ¿No eran estos signos luz y mensaje para todos?

         Jesús pone hoy en labios de sus incrédulos paisanos una expresión desagradable, por cínica: "Médico, cúrate a ti mismo". Es decir, menos palabras y más signos, que viene a decir: Si quieres convencernos de que tienes la verdad y eres el Mesías, danos la prueba que te propongamos, y no habrá más discusión. ¡Insensatos! Quieren medir lo divino, la verdad, la salvación, con el rasero de sus mentes y caprichos. Tú serás Dios, cuando nosotros decretemos que lo eres. Entonces te seguiremos.

         ¿No hacemos nosotros algo parecido cuando, en vez de abrirnos plenamente al Señor y a los hombres, nos mostramos lentos, torpes y mal dispuestos para escuchar, aceptar y comprometernos? No repitamos nosotros la escena: Donde percibamos aliento y presencia de Dios, abrámonos a ella. Donde percibamos que hay dolor, sufrimiento, pongamos ayuda. Donde percibamos que hay injusticia, pongamos verdad. Donde percibamos que a la mente le falta corazón, pongamos amor.

Dominicos de Madrid

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       El texto de hoy tiene como punto de partida un rito sinagogal. El análisis psicológico del texto deja entrever cómo Lucas sigue muy de cerca el movimiento de Jesús: "Todos los ojos estaban fijos en él". Igualmente vemos cómo Lucas construye cuidadosamente el marco ritual siguiendo paso a paso y con ritmo armonioso la solemne celebración litúrgica de la Palabra. Es en este marco, exquisitamente elaborado, donde Lucas introduce el 1º discurso de Jesús.

         Esta homilía de Jesús con el verbo en perfecto, provocó en el auditorio una doble reacción: para algunos estas palabras estaban llenas de gracia (haciendo referencia a verdaderas palabras proféticas, carismáticas e inspiradas). Para otros suscitaban admiración, envidia y dudas.

         Lucas pone inmediatamente en labios de Jesús un proverbio irónico: "Médico, cúrate a ti mismo". Con esta afirmación se deja entrever la dureza del corazón de Israel (tema frecuente en el AT) y su consecuente reprobación, a la vez que se abre la perspectiva de la llamada y la elección de los paganos a la salvación (otro de los temas claves en Lucas).

         Una perspectiva universal (clave también en Lucas) son las palabras y ejemplos referidos a Elías y Eliseo (1Re 17,1; 2Re 5,14). Lucas es el único evangelista que hace esta referencia. De este modo intenta demostrar que los antiguos profetas han dado preferencia a los extranjeros; que por divina voluntad su patria debe pasar a 2º plano frente a los forasteros, aunque cuando se trate de milagros; que la libre elección de Dios no está limitada a vínculos de parentela o de patria.

         Al final el pasaje se torna más dramático: los nazarenos furiosos empujan a Jesús fuera del pueblo. El verbo empelado por Lucas (eporeueto, lit. se alejaba) parece tener un significado técnico. Indica el movimiento de Jesús hacia Jerusalén (lit.. se fue lejos), con el fin de llevar a término su obra (Lc 9,51; 19,28; 22,22).

Confederación Internacional Claretiana

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         Jesús acaba de pasar su travesía por el desierto, ha salido exitoso en sus 3 tentaciones, ha confirmado la autenticidad de su misión en el bautismo de Juan, y volvía a su tierra (Nazaret) lleno de gozo y de fe en el Reino.

         Pero las cosas salieron "manga por hombro". Jesús desilusiona a sus paisanos cuando lee la profecía de Isaías, pues pone el acento en el anuncio de liberación (de los pobres) y sanación (de los enfermos), omitiendo deliberadamente el pasaje de "la venganza del Señor". Su homilía se centra en el "año de gracia" del Señor (en el perdón de las deudas), pero elude olímpicamente la destrucción violenta de los enemigos de la nación.

         Los galileos lo miran con extrañeza. No pueden creer que uno de ellos, el hijo de José, venga a anunciar una liberación por un camino que no pasa por la destrucción de los romanos. Y la furia de los paisanos se salió del cauce. Entonces, buscan castigarlo como a un infiel, sacándolo del caserío y arrojándolo por un barranco. Jesús en esta oportunidad, se abre paso entre ellos y se va para otro lado.

         Jesús es un hombre que no rehuye la verdad, y que se planta firme ante las situaciones de injusticia para denunciarlas y remediarlas. Sin embargo, no apaga el pabilo vacilante, el camino de su mesianismo redentor no es el de la violencia. Busca la justicia, pero sin apelar a los mecanismos que los opresores utilizan para imponer la injusticia.

         Este pasaje del evangelio es necesario leerlo y releerlo en la Iglesia. Necesitamos anunciar firmemente el año de gracia del Señor, la realización concreta de la justicia. Pero también necesitamos renunciar a la violencia y los mesianismos triunfalistas, para conseguir ese 1º paso hacia el reino de Dios.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         El evangelio de hoy se inicia con la frase que cerraba la lectura evangélica del domingo anterior, presentando a Jesús ante sus paisanos de Nazaret como aquel en el que hallaban cabal cumplimiento las palabras proféticas de Isaías: Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír. Es decir, yo soy aquel de quien habla Isaías, yo soy el que trae la buena noticia a los pobres.

         El pasaje evangélico de hoy se detiene a describir la reacción que aquella proclamación mesiánica (auto-proclamación) provocó en los oyentes de Jesús. La primera reacción fue de aprobación expresa y de admiración, con una mezcla de extrañeza y asombro que podía desembocar tanto en la incredulidad como en la adhesión ferviente.

         La razón de semejante admiración eran las palabras de gracia que salían de sus labios, de los labios del hijo de José, el hijo del carpintero. Así que ¿cómo esperar de él lo que ahora oían? ¿Cómo aceptar que el hijo de José fuera nada más y nada menos que el mencionado por el profeta Isaías, el portador de la buena noticia para los pobres?

         El que hasta entonces no había dado muestras de nada singular, no podía ser lo que ahora decía ser. Y la admiración contenida fue dando paso a la incredulidad. Mucho tendría que demostrar Jesús, para que creyeran en él.

         De ahí que Jesús diga: Sin duda me recitaréis el refrán "médico, cúrate a ti mismo", y haz también aquí, en tu tierra, lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaum. Es decir, demuéstranos con hechos que eres realmente lo que dices de ti mismo, y haz aquí lo que has hecho en otros lugares.

         Esta exigencia brotaba de la desconfianza, y por eso Jesús les echa en cara esa desconfianza recurriendo a un dicho popular: Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. E ilustra la frase con unos ejemplos tomados de su tradición, el de la viuda de Sarepta y el de Naamán el Sirio.

         Habiendo tantas viudas en Israel en tiempos de Elías, recuerda Jesús, éste sólo fue enviado a una viuda extranjera, en el territorio de Sidón. Y habiendo en Israel tantos leprosos en tiempos de Eliseo, éste sólo curó a un leproso extranjero, el sirio Naamán. ¿Y por qué? Porque ningún profeta es estimado en su tierra, y esta falta de estima acaba siendo un impedimento para su tarea.

         Jesús se equipara, pues, a los grandes profetas de la antigüedad, y censura en sus paisanos la incredulidad que también encontraron aquellos grandes profetas en su tiempo. Bastó esta simple comparación para despertar la furia de aquellos nazarenos que, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo para despeñarlo por un barranco. Pero no llevaron a cabo sus propósitos asesinos, porque aún no había llegado su hora, y Jesús no había cumplido aún su misión.

         Aquí concluye el hecho histórico. Pero la historia evangélica esconde siempre una intención teológica y salvífica. En este caso, la historia nos está diciendo: No seáis como aquellos paisanos de Jesús que se opusieron tan ferozmente a sus palabras, no seáis como ellos si no queréis veros privados, por falta de fe, del don que el vino a traer de parte del Padre.

         La incredulidad de los habitantes de Nazaret nos habla de que hay conocimientos que pueden convertirse fácilmente en un gran obstáculo para el verdadero conocimiento de una persona (prejuicios que dificultan el juicio acertado, conocimientos provisionales, parciales o imperfectos), y que acaban siendo una barrera para un conocimiento más completo. Sobre todo cuando al saber parcial se le da rango de saber total, o cuando uno cree saberlo todo de alguien y no deja lugar para la sorpresa.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 02/09/24     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A