3 de Septiembre
Martes XXII Ordinario
Equipo
de Liturgia
Mercabá, 3 septiembre 2024
a) 1 Cor 2, 10-16
Pablo opone hoy el hombre psíquico, que se apoya únicamente sobre sus fuerzas intelectuales, al hombre espiritual, que tiene en sí la morada de Dios.
En este pasaje, el espíritu de Dios no es aún personalizado. Se trata solamente de una participación en la inteligencia divina y, por tanto, de una manera de conocer el designio de Dios, y más especialmente los dones que hace a los hombres (v.12). Este espíritu es necesario a los corintios para separar los carismas que vienen de Dios de los que proceden del hombre.
El espíritu de Dios proporciona igualmente el pensamiento y el vocabulario que permiten hablar de Dios como conviene, sin la ayuda de la sabiduría profana (v.13). Esto equivale a decir que un carisma de lenguas, por ejemplo, podría perfectamente no venir de Dios si no ayuda a la comprensión de su designio y no ofrece ninguna luz sobre su presencia en la Iglesia.
Un último resultado de la acción del espíritu de Dios en el corazón del cristiano es la facilidad que da para juzgar todas las cosas, considerando el mundo y los acontecimientos desde un plano más alto de las facultades puramente psíquicas, el cristiano goza de una superioridad segura sobre los partidarios de la gnosis o del ascetismo. Porque si es verdad que la inteligencia humana no puede superar a la inteligencia divina, no es menos cierto que nadie puede juzgar al que se coloca conscientemente bajo la dependencia del espíritu de Dios (v.16).
Pablo responde así al reproche que los corintios le dirigían de no haberles instruido de una forma bastante sabia. Ellos mismos podrían sobrepasar en ciencia a todos los filósofos de la tierra si tuvieran la suficiente humildad para recibir el conocimiento de Dios que es superior a todos y coloca al cristiano por encima de todos los demás. Pero hace falta aún una seria voluntad de humildad y de apertura a Dios para ser capaz de acceder a ello.
Maertens-Frisque
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Las expresiones paulinas de hoy no han sido suficientemente valoradas por quienes creemos en Cristo y de él hemos recibido su vida y su espíritu. Y eso porque preferimos continuar meditando las palabras del Señor para amoldar a ellas nuestro comportamiento.
No es que esto no sea bueno, pues por lo menos a partir de convertirnos en discípulos del Señor podremos reorientar nuestra vida con la fuerza que nos viene de lo alto. Sin embargo, hoy se nos habla acerca de cómo nosotros poseemos el mismo Espíritu de Dios. Y sobre cómo mediante él conocemos a Dios, pues él se nos ha revelado a cada uno de nosotros.
Aun cuando la revelación de Dios ha sido dada ya en Cristo Jesús a la humanidad entera, mientras cada uno de nosotros no reciba esa revelación, y la haga suya en su propia vida como una experiencia personal de Dios, difícilmente podremos decir que seamos hombres de fe y que hayamos sido transformados en Jesucristo como hijos de Dios.
Abramos nuestro corazón al Espíritu de Dios, para que él, por medio de su Iglesia, continúe revelando su amor y su misericordia a la humanidad entera, y ofreciéndole su perdón para que todos puedan participar de la misma vida divina que el Señor ofrece a todos.
José A. Martínez
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El párrafo de hoy de la carta de San Pablo a los corintios, que nos transmite la liturgia, parece un juego de palabras. Llegamos al final casi convencidos de que no sabemos ni conocemos ni entendemos nada. Tampoco entendían mucho los contemporáneos de Jesús, perplejos ante un poder que les atemorizaba. Pero la Palabra es siempre luz para todos.
Pablo habla de "conocer las cosas de Dios", y Lucas dice que precisamente "esas cosas" explicaba Jesús a los suyos "con autoridad", como quien está seguro de lo que dice y, por lo mismo, transmite no ya certezas sino experiencias. ¿Estamos ante un par de discursos teóricos? Creo que no.
La palabra de hoy es una "guía de buscadores" y buscan los que saben que carecen. Dicen los entendidos que no buscaríamos a Dios si él no nos hubiese encontrado primero. Yo quiero compartir con los buscadores de Internet el regalo de la sed. Para el sediento sólo hay una obsesión: beber. Y cuando la sed de Dios atenaza con fuerza el corazón humano, toda la existencia se torna en búsqueda ardiente y apasionada. No vale lo que ya se sabía ni lo que se sabe aún. La persona entera se convierte en ansia enardecida, en sed abrasadora de encuentro.
Es tan fuerte la sed que muchas veces nos preguntamos anheladamente dónde, insinuándose la tentación de probar donde nos aseguran que hay respuestas inmediatas. Por eso la palabra de hoy es una guía de buscadores sedientos: sólo el Espíritu, que habita en nuestro interior nos conducirá hacia lo que buscamos. ¡Qué bien lo entendió San Agustín, sediento donde los haya! Sobre todo cuando dijo: "Mi alma es como tierra reseca frente a ti, porque así como no puede iluminarse con su propia luz, tampoco puede saciarse de sus propios recursos" (Confesiones, XIII, 19).
Abrir el corazón, tender las manos, esperar la respuesta que nos llegará, sin duda, como a los contemporáneos de Jesús, dejándonos asombrados porque, como a ellos, irrumpirá sencillamente, en las cosas cotidianas que, cuando menos lo esperemos, nos deslumbrarán con su luz.
Olga Molina
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¿Quién es el verdadero sabio? ¿Quién llega a conocer en profundidad las personas y las cosas y los acontecimientos? Pablo insiste: "El Espíritu lo sondea todo, incluso lo profundo de Dios". Cuando nos dejamos iluminar por ese Espíritu, "que no es del mundo", es cuando entendemos todo en profundidad.
Hay 2 clases de personas. Unas se mueven a nivel natural (el physikos anthropos, u hombre físico), y no captan lo que es propio del Espíritu de Dios, ni son capaces de percibirlo, porque "sólo se puede juzgar con el criterio del Espíritu". Y otras se mueven a nivel sobrenatural (el pneumatikos anthropos, u hombre espiritual), dejándose guiar por el Espíritu de Dios, el cual "tiene criterio para juzgarlo todo".
Para Pablo no es fundamental la perspectiva de la cultura griega, que hacía que los corintios estuvieran muy satisfechos de su filosofía y de su saber.
Si nos quedamos en lo aparente y lo superficial, no llegamos nunca a conocer bien ni la historia ni a las personas ni a nosotros mismos. Si juzgamos "con el criterio del Espíritu", o "tenemos la mente de Cristo", su mentalidad, su manera de pensar y jerarquizar los valores, y estaremos en el buen camino: conoceremos lo más profundo de lo humano y de lo divino.
Mirar las cosas y los acontecimientos desde la mirada misma de Dios: he ahí el secreto.
Entonces sí nos convenceremos de lo que dice el salmo responsorial de hoy: "El Señor es justo en todos sus caminos", y nos sentiremos llamados a proclamar esa bondad de Dios, que es la clave para todo: "Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, que proclamen la gloria de tu reinado, que hablen de tus hazañas".
Nuestra generación tiende más bien a cantar las hazañas de nuestra ciencia y de nuestro progreso, lo cual es muy bueno. Pero más importantes son las hazañas del Señor y su visión de la historia.
La mirada del Espíritu Santo, sencilla y penetrante, que pueden gozar también las personas menos cultas, es más importante que nuestras filosofías eruditas. Un cristiano sencillo, con fe y disponibilidad ante el Espíritu, sabe más que todos los sabios de Grecia.
José Aldazábal
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San Pablo hoy se explaya en su Carta I a los Corintios. Sabe que hay entre ellos gentes llenas de espíritu y ansiosas de verdad. Estimulado por haber descubierto esa buena fe, invita a todos los fieles de aquella comunidad a que participen de esa magnífica disposición de ánimo, y les expone (y nos expone) una mística teología: Un alma de oración, de intimidad con Dios, de fe viva y operante, de compromiso con la verdad de Cristo, posee unas vivencias y sensibilidad que solamente los experimentados pueden comprenderlas. ¿Y qué vivencias son esas? Las vivencias del amor puro, de la cruz, de la oblación, de la gratuidad, de la filiación, de la fraternidad.
Sólo a partir de la vida en el Espíritu se entiende el lenguaje espiritual, así como, a partir de las vivencias de la carne, se entiende el lenguaje de la carne. No son intercambiables. Y como la mayoría de los mortales sintonizamos más con la carne que con el espíritu, así nos van las cosas.
No nos resignemos a vivir en la mediocridad, y participemos de las vivencias de Jesús que, por amor al Padre y a nosotros, se derramaba en momentos de oración, en el ejercicio de perdón y la misericordia, en la búsqueda del alma perdida, en la ternura de sentimientos, al lado de los débiles, y también en la autoridad con que exponía su Palabra.
Más puede un espíritu persuadido de la verdad, y humilde, que un ejército en armas. Actuemos con verdad y en humildad. Es nuestro verdadero camino. Que el Espíritu sondee y vivifique nuestros corazones, nos llene de gracia y le seamos siempre gratos. Porque lo íntimo de Dios sólo lo conoce el Espíritu Santo.
Dominicos de Madrid
b) Lc 4, 31-37
La intervención de ayer de Jesús en la Sinagoga de Nazaret había resultado contraproducente, y tuvo como resultado su expulsión de la ciudad. Hoy vemos a Jesús en la Sinagoga de Cafarnaum, centro de su actividad durante la etapa de su vida en Galilea y lugar donde la gente acudía para oír la palabra de Dios y sentirse liberados por unos instantes.
Pues bien, en esta sinagoga se encuentra Jesús, nada menos, que un hombre esclavizado por el demonio, que le enajena completamente la libertad y lo hace hablar como instrumento de otros. Este hombre, sorprendentemente, habla en plural, y lo que dice es compartido también por los presentes. Para él, Jesús no ha venido a liberarlos, sino a destruirlos. El hombre con el espíritu inmundo sabe que Jesús es el Mesías, que es el consagrado de Dios y que no sigue el camino del mesianismo político, sino que ha venido a liberar a todos, sin excepción.
La liberación del endemoniado es prueba decidida del programa expuesto por Jesús en la Sinagoga de Nazaret. Él ha venido a liberar no sólo a pobres, ciegos y lisiados (cautivos del cuerpo), sino también a cuantos están esclavizados y alienados por el pecado (cautivos del espíritu).
El Dios anunciado por el Mesías (por cierto, rechazado por los suyos) ha dejado ya de ser patrimonio de Israel, para convertirse en patrimonio de la humanidad, y en especial de esa multitud de desarraigados (materiales) y alienados (espirituales) que han perdido la capacidad de pensar por sí mismos y son esclavos del pecado (que hace perder la capacidad de pensar, y no sólo por sí mismo).
Ortensio Spinetoli
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Jesús continúa hoy su enseñanza en un espacio más ventilado que el de Nazaret, el de la ciudad de Cafarnaum. Sigue frecuentando, eso sí, la sinagoga, con el fin de encontrar público a quien proclamar la buena noticia. Pero su enseñanza no es como la de los letrados (funcionarios de la palabra de Dios), a quienes no les va ni les viene nada. Y la gente se "quedaba impresionada por su enseñanza, porque hablaba con autoridad" (v.32). Habla por propia experiencia y con convicción; cree en lo que dice, y lo dice con fuerza, de tal manera que libera a quien lo escucha.
Ante este seguimiento de la gente a Jesús, el demonio se pone en guardia, y envía a uno de sus poseídos a la sinagoga, para intentar cortar la sangría de clientela que estaba sufriendo. Sucedió, pues, que entró en la sinagoga "un hombre poseído por un demonio inmundo" (v.33).
Un endemoniado es un hombre poseído por el demonio, que le enajena completamente la libertad y que le hace hablar como instrumento suyo (de ahí que hable en plural, porque quien habla no es el hombre sino el demonio).
En concreto, el demonio dice a Jesús: "Déjanos en paz. ¿Qué tienes tú contra nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a destruirnos?". Es decir, recuerda a Jesús su origen y su tradición familiar, tras lo cual le interpela: "Yo sé quién eres tú, el consagrado por Dios" (v.34). Lo que un día antes habían sacado los nazarenos a la luz (en Nazaret), hoy lo saca el demonio a la luz (en Cafarnaum), tratando de volver a provocar el fracaso en Jesús.
Pero Jesús no se deja instrumentalizar. Libera con un conjuro al hombre poseído por aquella ideología de muerte y le devuelve su condición de hombre libre, que piensa por sí mismo. Este no es, de ninguna manera, un caso aislado. La gente no para de preguntarse: "¿Qué modo de hablar es éste, que con autoridad y fuerza da órdenes a los espíritus inmundos y salen?" (v.36).
Efectivamente, el modo de hablar de Jesús es palabra que crea espacios de libertad, es palabra que al mismo tiempo que es pronunciada actúa y libera, es la Palabra ungida con el Espíritu creador de Dios que continúa el proceso de humanización del hombre en medio de tantos arribistas que se arrogan el poder de Dios en beneficio de sus intereses mezquinos. La noticia se esparce por todos los rincones de la comarca.
Josep Rius
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Nos dice el evangelio de hoy que Jesús enseñaba en la Sinagoga de Cafarnaum, y que todos "estaban asombrados de su enseñanza, porque hablaba con autoridad". Estamos, pues, en los primeros días de la predicación pública de Jesús. Todos los evangelistas han subrayado la autoridad extraordinaria, el prestigio que emanaba de su persona y de su palabra.
El ambiente judío de aquel tiempo estaba marcado por una gran influencia de las escuelas, de los grupos de escribas y letrados que se dedicaban a comentar la Escritura a fuerza de referencias bíblicas. Ahora bien, Jesús expone unos comentarios nuevos que no se refieren a ninguna escuela de pensamiento: del fondo de sí mismo surge un pensamiento magistral revestido de autoridad, y más que apoyarse en tradiciones de escuela, apela directamente a la conciencia de sus interlocutores.
En la sinagoga había un hombre que tenía un demonio inmundo, y se puso a gritar a voces: "¿Qué tienes tú con nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos?". Un hombre poseído por un demonio es un esclavo del demonio, que hace (antes o después) lo que quiere ese demonio.
El demonio es siempre hoy el que gravita sobre la libertad del hombre, para encadenarlo, para poseerlo. ¿Cuáles son mis alienaciones? ¿Qué es lo que me encadena? ¿Cuál es el mal que pesa sobre mi libertad? Costumbres o hábitos, pecados, aficiones...
Tras lo cual, siguió diciendo el demonio a Jesús: "Sé muy bien quién eres: el Santo de Dios". El imperio del mal se ve, pues, amenazado, porque sabe que la santidad misma de Dios (la infinita perfección del amor) está entrando en liza, en el campo de batalla.
Jesús le intimó: "¡Cállate la boca y sal de ese hombre!". El demonio tiró al hombre por tierra en medio de los asistentes, y salió de él sin hacerle ningún daño.
Tal es el 1º milagro de Jesús relatado por Lucas, el del poseído en la sinagoga de Cafarnaum. Una liberación, un hombre encadenado que es libertado de la malévola influencia que pesaba sobre él. Un hombre que vuelve a ser normal, que vuelve a ser un hombre. Y todo "sin hacerle ningún daño". La fuerza malévola es verdaderamente dominada. El demonio ha encontrado a otro más fuerte que él: Jesús, desde el 1º día el Salvador.
Todos quedaron estupefactos, y se decían unos a otros: "¿Qué tendrá esa palabra, que manda con autoridad y poder a los espíritus inmundos?". En cuanto Jesús habla a las multitudes o a los demonios, es la autoridad y el poder de "su palabra" lo que choca. ¿Quién es, pues, este Jesús? Se creía conocerlo, pero se estaba equivocado respecto a él. No obstante durante treinta años, se le ha visto vivir. Se era su cliente, su vecino, su amigo, su primo.
Así sucede a menudo: nos vemos obligados a abandonar un primer punto de vista que habíamos formado sobre alguien... para descubrir otro aspecto de su personalidad profunda. Señor, haznos disponibles.
Nos dice el evangelio que la fama de Jesús "se extendía por toda la región". Hoy también Jesús está de moda, y la opinión pública le es favorable. Pero, ¿sabremos ir más allá de las publicidades superficiales para descubrirle, a él, en el secreto de su persona viviente?
Noel Quesson
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Tras ser rechazado en Nazaret, Jesús va a Cafarnaum, y allí "habla con autoridad" a la gente, y despierta la admiración de todos. También hace allí Jesús su 1º primer milagro, liberando a un poseso de su mal. Predica y a la vez libera.
La Buena Noticia es que ya está actuando en este mundo la fuerza salvadora de Dios. El mal empieza a ser vencido, y un exorcismo es la 1ª victoria de Jesús contra el Maligno. El demonio lo expresa certeramente: "¿Has venido a destruirnos?". Y protesta, porque (naturalmente) no quiere perder terreno.
Los contemporáneos de Jesús unían lo físico y lo espiritual. La causa del mal de una persona (corporal, anímico, espiritual) la atribuían normalmente a los espíritus malignos. Sea cual sea el origen de estos males, Jesús libera a toda la persona: a veces le cura de su enfermedad, otras de su posesión maligna, otras de su muerte, y sobre todo, de su pecado.
Hay una visión integral de la persona: de sus males y de su salvación. El Señor Resucitado quiere seguir liberándonos a nosotros de nuestros males. ¿Cuáles son nuestros demonios particulares? ¿Somos esclavos de las envidias, miedo, depresiones, egoísmo, materialismo? Jesús está siempre dispuesto a curarnos.
Cuando se nos dice, al invitarnos a comulgar en la misa, que él es "el que quita el pecado del mundo", entendemos que Jesús nos quiere totalmente libres, en el sentido más pleno de la palabra. Pero también quiere que colaboremos con él en la curación de los demás. La fuerza curativa de Jesús pasó a su comunidad: por eso Pedro y Juan curaron al paralítico del templo "en nombre de Jesús".
La Iglesia, sobre todo por sus sacramentos, pero también por su acogida humana, por su palabra de esperanza, por su anuncio de la buena noticia del amor de Dios, debería estar curando males y posesiones de todos. Repartiendo esperanza, liberando de esclavitudes y venciendo al mal.
José Aldazábal
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Hoy vemos cómo la actividad de enseñar fue para Jesús la misión central de su vida pública. Pero la predicación de Jesús era muy distinta a la de los otros maestros y esto hacía que la gente se extrañara y se admirara. Ciertamente, aunque el Señor no había estudiado (Jn 7, 15), desconcertaba con sus enseñanzas, porque "hablaba con autoridad" (v.32). Su estilo de hablar tenía la autoridad de quien se sabe el "santo de Dios".
Precisamente, aquella autoridad de su hablar era lo que daba fuerza a su lenguaje. Utilizaba imágenes vivas y concretas, sin silogismos ni definiciones; palabras e imágenes que extraía de la misma naturaleza cuando no de la Escritura.
No hay duda de que Jesús era buen observador, hombre cercano a las situaciones humanas: al mismo tiempo que le vemos enseñando, también lo contemplamos cerca de las gentes haciéndoles el bien (con curaciones de enfermedades, con expulsiones de demonios...). Leía en el libro de la vida de cada día experiencias que le servían después para enseñar. Aunque este material era tan elemental y “rudimentario”, la palabra del Señor era siempre profunda, inquietante, radicalmente nueva, definitiva.
La cosa más grande del hablar de Jesucristo era el compaginar la autoridad divina con la más increíble sencillez humana. Autoridad y sencillez eran posibles en Jesús gracias al conocimiento que tenía del Padre y su relación de amorosa obediencia con él (Mt 11, 25-27).
Es esta relación con el Padre lo que explica la armonía única entre la grandeza y la humildad. La autoridad de su hablar no se ajustaba a los parámetros humanos; no había competencia, ni intereses personales o afán de lucirse.
Se trataba de una autoridad, la de Jesús, que se manifestaba tanto en la sublimidad de la palabra o de la acción como en la humildad y sencillez. No hubo en sus labios ni la alabanza personal, ni la altivez, ni gritos. Mansedumbre, dulzura, comprensión, paz, serenidad, misericordia, verdad, luz, justicia... fueron el aroma que rodeaba la autoridad de sus enseñanzas.
Joan Bladé
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Después del incidente en la sinagoga de Nazaret, Jesús se desplaza a Cafarnaum, donde fue acogido y recibido de un modo diferente. En Cafarnaum también predicó Jesús en una sinagoga, en día de sábado. Pero los habitantes de esta ciudad, a diferencia de sus paisanos, no reaccionaron mal ante su modo de proceder con autoridad.
En la sinagoga se hallaba un hombre endemoniado, y empezó a gritar: "¿Qué quieres de nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Yo sé quién eres: tú eres el Santo de Dios". Y Jesús se enfrenta al endemoniado, que lo ha reconocido, que sabe quién es Jesús. Pero ¿qué clase de endemoniado era éste?
Los endemoniados eran frecuentes en el tiempo de Jesús. Había espíritus de locura, sordera, mudez, epilepsia, fiebre... y también espíritus de mentira, engaño e impureza. Jesús increpa al demonio, y el demonio sabe que se encuentra frente al "santo de Dios".
Jesús le ordena que salga y el demonio arrojó al hombre al suelo y huye. La gente se asombra ante el poder de Jesús y en lugar de sentir terror o rechazo como lo hicieron sus paisanos de Nazaret, proclaman por todas partes la noticia de su poder milagroso.
En este texto descubrimos cómo las palabras de Jesús están llenas de eficacia y fuerza contra el mal que esclaviza a este hombre. Y esto se debe a que Jesús es el "santo de Dios". La gente quedó aterrada y se decían unos a otros: "¿Qué significa esto? ¿Con qué autoridad y poder manda a los demonios?".
Nadie podía parar aquel hablar y hablar buscando una explicación. Y sólo había una: que estaban ante una nueva manera de enseñar; con hechos, con poder de Dios. Jesús hablaba y sucedía lo nuevo: el hombre quedaba liberado del mal que lo esclavizaba. Sus hechos mismos eran su enseñanza. Había anunciado que el plazo para el mal ya se había vencido, y que Dios estaba llegando para reinar y aquel hombre liberado del demonio era el testimonio de la verdad de su anuncio.
José A. Martínez
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Una de las estrategias más astutas del demonio, y que usa con gran habilidad sobre todo en nuestros días, es hacernos creer que no existe. Hoy se busca explicar muchos de los efectos que el demonio produce en el hombre por medio de la psicología y otras ciencias afines. Sin embargo el demonio es una realidad que atenta contra nuestra vida eterna y contra nuestra felicidad en este mundo.
El juego de la ouija, la lectura de las cartas, consultar adivinos, poner nuestra confianza en el horóscopo, no son un juego pues pueden abrir la puerta para que Satanás pueda operar con mayor facilidad en la vida del hombre y destruirlo.
La fe es la barrera que pone a raya la obra del demonio de manera que solo pueda entrar en relación con nosotros por medio de la tentación. Por ello cuando nosotros buscamos el conocimiento al margen de Dios estamos debilitando este escudo protector.
No abras la puerta de tu corazón a lo que puede destruir tu felicidad en esta vida y en la otra. Sólo en Dios encontrarás la respuestas a tu vida. Ora, lee la Sagrada Escritura, busca vivir en gracia y serás feliz.
Ernesto Caro
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El texto evangélico, hablando de la "autoridad de Jesús" en sus palabras y acciones, nos trae a la memoria grandes momentos de la vida del Señor: momentos de oración, momentos de ejercicio del perdón y de la misericordia, momentos de búsqueda del alma perdida, momentos de ternura en sus sentimientos, y también momentos en que la autoridad de su palabra y de su poder taumatúrgico sorprenden a los hombres.
La autoridad de Jesús era la propia del poseído por Dios, la propia del Hijo que siempre hace la voluntad del Padre, la propia del Enviado a la misión de salvarnos. No es extraño, Señor Jesús, que sorprendas a las gentes por el imperio con que hablas, y que los demonios tiemblen ante ti. Porque tú eres voz de hombre y voz de Dios, en tono de amor y misericordia. ¡Bendito seas por siempre!
En efecto, Jesús es sencillez y poder, autoridad y humildad, motivo de admiración y raíz de contradicción, Hijo del Padre e Hijo del hombre, vía de salvación y ocasión de tropiezo. Nos es imposible conocerle en profundidad, y no podemos prescindir de él. ¡Bendito seas, Señor!
Dominicos de Madrid
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Después de haber ofrecido una síntesis de la predicación de Jesús, Lucas intenta ahora ofrecernos un ensayo de su actividad taumatúrgica: es un modo muy plástico para dar un contenido a la expresión extremadamente sintética de los dichos y hechos de Jesús (Hch 1, 1).
En este pasaje se dice explícitamente que Jesús no sólo enseñaba con autoridad (v.32) sino que también mandaba a los espíritus (v.36). De este modo, con una idéntica expresión, se caracterizan a ejemplo de los dichos los hechos de la vida del Salvador.
"Con autoridad y con poder". El poder (dynamis) del Espíritu está en Jesús (Lc 4, 1.18) y lo hace fuerte contra Satanás (Lc 4, 1-13). Es sintomático que la actividad taumaturga de Jesús comienza con un exorcismo. Se delinea así desde el principio la lucha abierta contra Satanás.
Es considerado que los demonios, especialmente en el evangelio según Marcos, son los teólogos de Jesús (esto en cuanto hacen afirmaciones positivas, enunciando algunos títulos cristológicos en torno a su persona). Aquí encontramos igualmente una confirmación: "Yo sé quien eres tú: el santo de Dios" (v.34).
Según la tradición judía, las fuerzas demoníacas debían ser derrotadas en la era mesiánica: puede darse, por tanto, que el exorcismo fuese considerado como un testimonio a favor del mesianismo de Jesús. Es lo que Lucas querría aquí explicar.
Una actualización de nuestro texto podría enmarcase en la dinámica lucana de la historia de la salvación. La Iglesia es continuadora de la obra de Jesús. También nosotros (comunidad cristiana) hemos recibido el don del Espíritu que nos capacita para perpetuar las palabras y las acciones de Jesús a lo largo de la historia.
Toda acción que se oriente al bien de la persona humana, sea el que sea, entronca necesariamente con la acción transformadora, rehabilitadora y liberadora iniciada por Jesús y se constituye en una pieza que completa el impresionante mosaico de esta historia salvífica.
Confederación Internacional Claretiana
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Jesús viene de enfrentar la oposición de sus paisanos, que en Nazaret le han desafiado pidiéndole signos espectaculares para creer en él (Lc 4, 3). Jesús no se había dejado tentar, y salió (bajo amenazas de muerte, eso sí) hacia Cafarnaum. Cafarnaum era una ciudad cosmopolita, cercana a una importante ruta comercial, y su población era una mezcla de diversas nacionalidades.
Al llegar a Cafarnaum, Jesús entra en la sinagoga, y allí se pone a hablar a una multitud de judíos y prosélitos, que admiran la autenticidad y convicción de su mensaje. Jesús era todo lo contrario de los funcionarios de la sinagoga. Éstos predicaban y enseñaban sin pasión, como parte de un empleo. Jesús, en cambio, interpreta la Escritura con la fuerza del Espíritu (Lc 4, 16).
De entre los asistentes se levanta un hombre y, como endemoniado, lo amenaza en nombre de la multitud. Ve el nuevo camino propuesto por Jesús como una amenaza contra las expectativas nacionalistas. Los demonios que poseen a las personas sólo les dejan ver la violencia como camino para liberarse de la opresión romana.
Jesús confronta al demonio de la violencia que atormenta la conciencia del hombre. Entonces el hombre cae al piso, porque pierde el falso apoyo de éste demonio. De ahora en adelante, el hombre, liberado del demonio, tendrá que ponerse de pié apoyado en la enseñanza de Jesús. Esta le permitirá cambiar la mentalidad endemoniada por una mentalidad libre, abierta al Espíritu de Dios.
Hoy vivimos con la mente enajenada por ideologías que no permiten descubrir el peligro de la violencia que crece en una espiral incontenible. La palabra de Jesús nos llama a que no caigamos fascinados por el monstruo de la muerte sino que lo enfrentemos con una propuesta de vida y justicia.
Servicio Bíblico Latinoamericano
c) Meditación
Muy pronto la enseñanza de Jesús comenzó a provocar asombro en toda Israel, por estar revestida de una extraordinaria autoridad. El evangelista Lucas sitúa hoy esta enseñanza en Cafarnaum y en la sinagoga. Ya hemos señalado que la sinagoga y el sábado fueron los ámbitos escogidos por Jesús para su primera evangelización, y para eso tuvo que servirse de lo que le ofrecía la misma institución judía, con sus espacios y tiempos de convocación.
El asombro provocado por su enseñanza se hace radicar en la autoridad con la que enseña, una autoridad no necesitada de autorización pues pertenecía a personas religiosas familiarizadas con la enseñanza de los letrados (o exegetas) del judaísmo.
Pero en su comparación con el discurso de Jesús, el de los letrados no les causa ningún asombro. ¿Qué tenía, pues, esta palabra tan asombrosa de Jesús? ¿En que se diferenciaba de la de los letrados? ¿En qué radicaba la autoridad de esta enseñanza? Quizás en que era una enseñanza con sello de autor, con la originalidad, novedad y veracidad de alguien que hablaba desde sí mismo, desde la propia experiencia y con profunda convicción.
Jesús hablaba del Padre como si lo conociese en persona, con la familiaridad (que tanto escandalizó a sus contemporáneos) propia de un hijo. También manifestaba tener un profundo conocimiento del alma humana y de sus dolencias y reacciones.
Jesús no hablaba de memoria ni de oídas, sino con la convicción de los testigos. Jesús no contaba historias ajenas, sino vivencias personales. Y este conjunto de cosas era lo que daba autoridad, y fuerza de autor, a su enseñanza. Lo que predicaba era esencialmente suyo, tan suyo como de su Padre Dios: Todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.
Pero a esto había que añadir otro elemento: el de la eficacia. Jesús enseñaba con autoridad porque su palabra era sumamente eficaz, y hacía realidad lo que en ella se significaba, poniendo inmediatamente en ejercicio lo que imperaba.
Cuenta el evangelio que se encontraba en la sinagoga en ese preciso instante un hombre que tenía un espíritu inmundo. Es decir, un endemoniado que, en presencia de Jesús, reaccionó gritando a grandes voces: ¿Qué quieres de nosotros, Jesús nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios.
Efectivamente, si Jesús había salido para liberar a los oprimidos por el diablo, en cierto modo ha venido para acabar con él. Jesús lo increpó (cállate y sal de él) y el espíritu inmundo, dando un fuerte grito, salió.
La gente se preguntaba estupefacta: ¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen. Luego también aquí, en este mandar que genera obediencia incluso en los espíritus que le son contrarios, ven sus contemporáneos autoridad.
La palabra de Jesús tiene tal carga de autoridad que doblega voluntades y somete a los poderes del mal, que hace lo que dice, que provoca la retirada del demonio de los poseídos, que devuelve la salud a los enfermos y concede la salvación a los pecadores.
No hay palabra con más autoridad que la palabra creadora, una palabra con tal eficacia y poder que nada se le puede comparar ni oponer resistencia, pues ¿cómo resistir una palabra con tal poder de creación, que ni la nada es obstáculo para su realización, ni enfermedad, ni la muerte ni el demonio?
La autoridad de Jesús radica, pues, en su capacidad para generar obediencia. Luego al poder de persuasión que confería a su enseñanza su sello de autor, se unía (potenciando su autoridad) esta extraordinaria eficacia que le acompañaba en sus actuaciones milagrosas. Eso es lo que provocaba el asombro en los testigos de su enseñanza, contribuyendo a que su fama se extendiera enseguida por toda la comarca.
A nosotros nos ha llegado el eco de esta enseñanza en los escritos apostólicos, que son recuerdos de la misma. Y en ellos también advertimos el sello de autor que la califica. No hemos sido testigos directos de la eficacia de esa palabra, pero nos fiamos del testimonio creíble de quienes lo fueron.
Tampoco debe asombrarnos si partimos de un supuesto de fe. Es decir, si partimos del hecho de que aquel de quien procede esta enseñanza es el mismo Hijo de Dios encarnado. ¿Cómo no iba a hablar con autoridad y eficacia aquel a quien le adornaba esta condición de Verbo o palabra salida del Padre?
JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología
Act: 03/09/24 @tiempo ordinario E D I T O R I A L M E R C A B A M U R C I A