4 de Septiembre
Miércoles XXII Ordinario
Equipo
de Liturgia
Mercabá, 4 septiembre 2024
a) 1 Cor 3, 1-9
Los partidismos surgidos entre los corintios revelan que su comportamiento es "simplemente humano". Está amenazada, por tanto, la unidad de la comunidad, y Pablo se haya preocupado por el cariz que toman las disensiones. En este capítulo intenta salir al paso, dando una valoración de lo que es el trabajo apostólico y ofreciendo una jerarquía de valores eclesiales.
En ningún pasaje de la carta se dice que fueran los apóstoles quienes motivaron las divisiones existentes, sino que fueron los cristianos quienes no captaron la auténtica dimensión del ministerio apostólico. Sus criterios los llevaron a establecer diferencias entre los apóstoles, sin comprender que, si realmente las había, era porque cada uno de ellos cumplía una tarea asignada por Dios (v.5).
Inicialmente, Pablo se tuvo que contentar con poner lo que él llama "el fundamento" (Jesucristo; v.11), y apenas profundizar en su predicación (porque no le habrían entendido). Después pasó Apolo, que con su elocuencia debió iluminar otros puntos de la fe. Pero sería absurdo que ahora contrapusiesen los trabajos realizados por los diferentes apóstoles, cuando en realidad "todo es uno" (v.8): edificar la fe.
Pablo no duda en decir que los apóstoles son "simples servidores". Su ministerio es importante, porque sin predicación no hay fe. Pero la fe es una realidad dinámica y un don de Dios gratuito. Su crecimiento es siempre un ministerio inexplicable incluso para quien la ha suscitado o fortalecido con su palabra. La profundización de la fe es un asunto que queda siempre dentro del ámbito de las relaciones personales entre Dios y el hombre.
El apóstol no puede pretender establecer relaciones de causa-efecto entre su trabajo y los resultados conseguidos, aunque sí deberá responsabilizarse de la calidad de su trabajo. Ni la elegancia de la predicación, ni la fluidez de palabra en medio del auditorio, ni la depuración de las técnicas pastorales, ni la persistencia en costumbres religiosas tradicionales son argumentos suficientemente válidos para justificar un buen trabajo. Todo puede ser válido, pero también todo puede quemarse. Para un apóstol, sólo "el templo de Dios es sagrado", y este templo son los cristianos.
Antón Sastre
* * *
Pablo, animado por el Espíritu, reivindica hoy para sí una "sabiduría superior" a todos los razonamientos de este mundo. Y hace notar a los corintios que no ha podido darles todo el "alimento superior" que hubiera querido: "Yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a hombres carnales. Y como a niños os di a beber leche y no alimento sólido, pues éste último no lo habríais soportado".
Como buen educador, supo adecuar la enseñanza a su capacidad de asimilación. Jesús también dijo a sus apóstoles: "No comprendéis ahora, y lo comprenderéis más tarde". Señor, ayúdame a ponerme en el lugar de los demás para amarles tal como son y no tal como yo quisiera que fuesen. Ruego por todos aquellos con quienes estoy en relación, para que cada uno progrese a partir del punto en que se encuentra, paso a paso y lentamente.
Porque, como dice hoy Pablo, "sois hombres carnales mientras haya entre vosotros envidia y discordia. Y así ¿no es vuestra conducta simplemente humana?". En efecto, los corintios son impotentes para comprender la fe porque están todavía muy sometidos a las pasiones egoístas: la envidia, la discordia, los grupitos en lo que se refiere a los predicadores ("yo soy de Pablo, y yo soy de Apolo"). Y todo eso manifiesta una falta de madurez en la fe, es "demasiado humano".
Pues cuando uno dice "yo soy de Pablo" y otro "yo soy de Apolo", ¿no es esa una reacción totalmente humana? En todo caso, para Pablo, no hay lugar para partidos en la Iglesia.
Este mal amenaza siempre a nuestras comunidades cristianas. Existe siempre el riesgo de los sectarismos que permanecen fieles a un jefe, a un mandamás. ¿No tengo yo tendencia a pensar que los demás no pueden tener otros puntos de vista que los míos, y que no se puede encontrar a Cristo por otros caminos que los míos? Señor, ayúdame a tener gran amplitud de miras. Ayuda a los cristianos a aceptarse los unos a los otros con sus propias diferencias sin que las divergencias legítimas en el plano humano los dividan en el plano de la fe profunda.
Divergencias litúrgicas, políticas, culturales... Pero ¿qué es esto? O como dijo Pablo, "¿qué es Apolo? ¿O qué es Pablo?". Porque ambos fueron "servidores que transmitieron la fe, y cada uno según el don que Dios les dio". Las cualidades de los predicadores no son inútiles, pero nunca son más que un instrumento en las manos de Dios. Apolo debió de ser un orador más brillante que Pablo, y de ahí que Pablo reconozca: "Yo planté, Apolo regó, mas fue Dios quien ha hecho crecer".
Porque todos "somos colaboradores de Dios, del campo que él cultiva". Podemos adivinar aquí la idea tan importante de colegialidad: los compañeros de apostolado forman un solo equipo apostólico, en el cual los carismas de cada uno cooperan a la obra común, que es la de Dios. En esta perspectiva, las concurrencias, las rivalidades, los clanes sectarios, son francamente ridículos. "Colaborador de Dios" es una hermosa fórmula que podemos llevar a la oración.
Noel Quesson
* * *
Pablo, en su Carta I a los Corintios, asume esta diversidad de formas de anunciar la buena nueva como algo positivo, intentando evitar caer en los partidismos absurdos: "Después de todo, Apolo y yo sólo somos servidores de Dios para ayudarlos a creer en Jesucristo".
Los que se otorgan el derecho de ser los dueños de la verdad única y absoluta del mensaje de Cristo no se dan cuenta de que lo único que hacen es empobrecer el evangelio, lo convierten en un libro para una elite y de ahí al desprecio por las opiniones de los demás (y para las personas mismas que tienen tales opiniones) el paso es muy corto.
Como diría Pablo, "tenéis celos unos de otros, y os peleáis entre sí". Porque cuando uno dice "yo soy seguidor de Pablo", y otro contesta "yo soy seguidor de Apolo", están actuando ambos como la gente de este mundo. ¿No se dan cuenta de que así se comportan los pecadores?”. Al final, "cada uno de ellos recibirá su premio, según el trabajo que haya hecho". Y de lo que podemos estar seguros es que la vara de medir será sólo y exclusivamente el amor.
Carlo Gallucci
* * *
San Pablo continúa dándonos las claves de interpretación de Jesucristo, lanzando hoy varios anatemas contra las envidias y los partidismos. Hemos de reconocer que en este punto caemos casi todos, pues decimos "yo soy de Pablo, yo de Apolo" (cada uno que ponga el nombre que corresponda), y acabamos convirtiendo en una olla de grillos lo que debería ser una comunidad de amor.
¿O no es verdad que, a veces, aceptamos las cosas según quién las diga? La Palabra nos invita a considerar objetivamente la realidad e ir más allá, buscando la verdad por encima del ropaje con que nos llega. Nada son el que planta ni el que riega, sino Aquel que hace crecer.
Quedarnos en lo externo es "cosa de niños". Y no estamos hablando del niño evangélico, transparente y sencillo, sino de la actitud infantil que no sabe ir más lejos de lo que pueden ver los ojos, oír los oídos o tocar las manos. Los "servidores de la Palabra" somos todos imperfectos, y no sólo por la elocuencia en el decir (o por la originalidad, o brillantez con que podamos convencer), sino porque nuestra deseada coherencia de vida (buscada y procurada cada día) deja mucho que desear.
Esto es así. Dejemos, pues, todo partidismo y vayamos a lo hondo. Aceptemos, de corazón, que la respuesta a nuestra sed nos llega por cauces imperfectos, que tal vez no nos gustan... pero lo que importa es el Agua.
Olga Molina
* * *
Dios es el único autor de la salvación. A nosotros, colaboradores suyos, nos ha confiado su Palabra para que, como la mejor de las semillas, la sembremos en el corazón de todas las personas; y para que, mediante la predicación, vayamos empapando día a día el terreno en el que se haya sembrado esa Palabra.
Pero el que brote la vida nueva y crezca hasta producir frutos nuevos de santidad y de justicia, no depende de nosotros sino de Dios. Por eso el apóstol no puede propiciar el que sus oyentes se vayan tras de él despreciando a los demás apóstoles o agentes de pastoral, generando así divisiones en la Iglesia.
Sólo somos colaboradores del evangelio. Cumplamos con amor la misión que se nos ha confiado. Procuremos que el corazón de aquellos a los que proclamamos la Buena Nueva de salvación no vaya tras de nosotros sino tras de Cristo, hasta llegar, junto con él, a la gloria que Dios ofrece a la humanidad entera, y que nosotros no podríamos darles al margen de Cristo.
José A. Martínez
* * *
Para Pablo, la existencia de divisiones en la comunidad es un signo claro de inmadurez, de falta de verdadera sabiduría.
Se ve que en Corinto se habían formado bandos: unos eran fans de Pablo y otros de Apolo, que se ve que era mejor orador. Estas divisiones, para Pablo, se deben a que siguen unos criterios humanos y carnales, y no se dejan guiar por el Espíritu. Son niños pequeños todavía y por eso no pueden alimentarse más que de leche, no de alimentos sólidos.
Porque si tuvieran la mirada del Espirítu, verían a Pablo y a Apolo (a los ministros y predicadores de la Iglesia) como "agentes de Dios", servidores, que sólo preparan el campo para que Dios lo haga fructificar, o el edificio para que Dios lo edifique.
Para los griegos, el sabio habla en su propio nombre y lo que tiene fuerza decisiva son sus cualidades. Pero la mirada de los cristianos debería estar puesta más en Dios que en Pablo y Apolo. Como repite el salmo responsorial de hoy, "dichosa la nación cuyo Dios es el Señor. Porque el Señor, desde su morada, observa a todos los habitantes de la tierra. Y porque él modeló cada corazón, y comprende todas sus acciones".
La sabiduría no se evalúa por los conocimientos eruditos, sino por las actitudes concretas de la vida comunitaria. Un termómetro de madurez para una comunidad cristiana es la existencia o no de cismas y celos en su seno. ¿Fomentamos divisiones en nuestra comunidad religiosa o parroquial o en nuestra vida social?
Nuestras divisiones de ahora tal vez no son precisamente porque unos sean partidarios de un apóstol y otros de otro. Pero, sea cual sea el motivo de las "envidias y contiendas" que nos dividan, que siempre se deberán a nuestra falta de visión espiritual de las cosas, estamos demostrando nuestra inmadurez y nuestra cortedad de miras. Estamos actuando según criterios humanos y no espirituales.
Si no somos capaces de vivir en paz, si no aceptamos a los demás con sus diferencias y nos fijamos sólo en si alguien habla mejor que otro, somos todavía infantiles y no entendemos lo que es el ministerio en la Iglesia. Recordemos cómo Juan el Bautista no quería que se fijasen en él, sino en aquél a quien él anunciaba: que crezca él y que yo disminuya.
A veces llegamos a perder la paz y el humor por pequeñeces. ¿Qué importa si Apolo tiene unas cualidades humanas más brillantes que Pablo? Los 2 anuncian al mismo Cristo, y ese mensaje es el que tenemos que oír y seguir. ¿Qué importa si un sembrador lanza su semilla en el campo con más o menos garbo, si el verdadero agricultor, el que da fecundidad al grano, es Dios? ¿Qué importan las cualidades del capataz, si el verdadero arquitecto es Dios ("sois también edificio de Dios")?
José Aldazábal
* * *
Ayer, con San Pablo, hacíamos la alabanza de buenas gentes, gentes de espíritu, que mutuamente se comunican desde actitudes sencillas, humildes, nobles, formando comunidad de fe y amor. Y hoy, con San Pablo también, nos encontraremos con una evidencia: la de que habitualmente en las comunidades se dan, junto a personas de espíritu, personas que no asimilan bien el lenguaje de la unidad y comunión en Cristo y con Cristo, y que más bien provocan divisiones, incomprensiones, celos, ruptura de la paz y armonía.
En la unidad de la Iglesia, en la unidad de la fe, en la unidad del amor, las peculiaridades de cada uno no deben engendrar actitudes incomunicables sino puntos de vista que enriquezcan el conjunto del reino de Dios. Deseémonos mutuamente que así sea.
Seamos fautores de paz y trabajemos en armonía, según los dones recibidos. Seamos sinceros con nosotros mismos y con los demás, y reconozcamos que las divisiones en el seno de la Iglesia son un escándalo. Quienes las fomentan o mantienen demuestran que no viven con madurez el espíritu evangélico de caridad.
Cristo es uno, y su Iglesia, cuerpo místico, ha de ser también una. Hacia ello debemos tender todos en nuestros actos y sentimientos, y para eso tenemos que educarnos en la práctica de la comprensión mutua, diálogo sincero, complementariedad.
Pero ¿cómo hacerlo desde nuestra peculiar personalidad, siempre débil? Habríamos de reconocer y apreciar, desde el primer momento, lo que Cristo significa en la Iglesia y lo que cada uno y todos recibimos de Dios como dones de su bondad, para ponerlos en servicio.
Pablo dice que su papel peculiar (y los dones recibidos) le llevó a sembrar la semilla del Reino y a poner en marcha la obra de la evangelización. ¿No debería ser también ésa nuestra vocación de servicio? Apolo vino después, y tuvo la oportunidad de regar las semillas y plantas ya cultivadas. Ambos eran complementarios, y ambos sabían que la savia de vida y el crecimiento de las plantas es cosa de Dios, por medio de su Espíritu Santo.
Sepámoslo también nosotros, pues yo soy de Cristo, únicamente de Cristo, cabeza y centro de unidad. Yo soy de la Iglesia, en comunión con todos los hermanos. Yo soy para los demás, en actitud de solidaridad y servicio.
Dominicos de Madrid
b) Lc 4, 38-44
Después de que Jesús sale de la sinagoga, se va para la casa de Simón Pedro. Algunos dicen que la casa de Pedro en Cafarnaum se convirtió para Jesús en su propia casa, que allí vivía, compartía y se desplazaba a otros lugares.
El texto nos dice que la suegra de Pedro se enfermó repentinamente y tenía mucha fiebre. Seguramente era una mujer mayor, desgastada y trajinada por los sufrimientos de la vida y el trabajo. La fiebre la postró en cama y la imposibilitó para realizar sus tareas cotidianas. Jesús intervino: se inclinó hacia ella y expulsó el espíritu de la fiebre, que inmediatamente dejó a la anciana libre, y ella se levantó y les sirvió.
La curación de la suegra de Pedro es narrada como si se tratara de la expulsión de un poder demoníaco: "Dio una orden a la fiebre, y ésta desapareció". Lucas describe la curación como si fuera un exorcismo. Vuelve y aparece la fuerza y el poder de Jesús que es capaz de acabar con todo lo que genera el mal que postra o aniquila a la persona.
La actitud de la anciana (la suegra de Pedro), es de servicio incondicional, corroborando que en Jesús, más que lo que decía, impactaba el poder de sus acciones a favor de la vida. La presencia de Jesús priva al mal de toda fuerza y reconstruye la dignidad que todos tenemos.
Lucas continúa diciendo que "al ponerse el sol todos los que tenían enfermos de diversos males se los llevaban a Jesús y él los sanaba imponiéndoles las manos a cada uno". Jesús era particularmente sensible a la marginación que causaba la enfermedad y a la pérdida de esperanza del pueblo, y por eso sus actitudes son generadoras de vida para ese pueblo.
No podemos entender sus curaciones como simple milagrería: en Jesús no son otra cosa que la posibilidad de dignificar al ser humano. Es la manera de gritar a la sociedad de su tiempo que el ser humano es más importante que todas las estructuras, porque su Dios es el Dios de la vida y está por la vida del pueblo.
La gente de Cafarnaum ante las acciones de Jesús lo quieren retener, porque sólo reconocen en él su fuerza milagrosa separada de la Buena Noticia. Pero Jesús escapa de ellos; su misión es anunciar también a las otras ciudades la Buena Nueva del reino de Dios. Para eso se sentía él enviado.
Juan Mateos
* * *
Primero en la Sinagoga de Nazaret ("todos se declaraban en contra"), después en la Sinagoga de Cafarnaum ("¿has venido a destruirnos?") y ahora en la Casa de Simón, en todas partes predomina el mismo espíritu: "La suegra de Simón estaba aquejada de fiebre muy alta" (v.38).
La fiebre es algo que postra a la persona y le arrebata toda libertad de movimientos. Lucas describe el entorno familiar de Simón, futuro discípulo de Jesús, vinculándolo a su suegra. Cuando la fiebre se va de ella, ella "se puso a servirles" (v.39). El espíritu de servicio será la tónica del grupo de Jesús.
Al ponerse el sol, todos los que tenían enfermos con las más variadas dolencias se los llevaron, y él, aplicándoles las manos a cada uno de ellos, los fue curando. De muchos salían también demonios, gritando: "Tú eres el Hijo de Dios". Él los conminaba y no les permitía hablar, "pues sabían que él era el Mesías" (vv.40-41).
Al hacerse de día salió y se marchó a un lugar despoblado (lit. desierto; v.42). Una vez que pierde su vigencia el precepto del sábado, comienza el día propiamente dicho. Es el día de su vida pública, que culminará en la cruz (Lc 23, 45), y durante el cual desarrollará toda su actividad liberadora en el desierto de la sociedad, donde pululan toda clase de ambiciones de poder que intentarán inútilmente desviarlo de su propósito y apoderarse de él: "Las multitudes lo andaban buscando, dieron con él e intentaban retenerlo para que no se les fuese" (v.42).
Lo que en el 1º desierto venía expresado en lenguaje simbólico, bajo la imagen de aquel Tentador que trataba de desviarlo del camino que él iba recorriendo bajo el empuje del Espíritu (Lc 4, 1-2), en este 2º desierto (o "lugar despoblado") viene expresado en un lenguaje más sencillo, bajo la imagen de las multitudes que andan a la búsqueda de un líder o gurú que les solucione todos los problemas y achaques.
Jesús les dijo: "También a los otros pueblos tengo que dar la buena noticia del reinado de Dios, pues para eso he sido enviado" (v.43). Jesús tiene una visión demasiado amplia para los horizontes estrechos de sus contemporáneos de Cafarnaum, y también para los de hoy. Eso de "el pueblo de Dios", en sentido excluyente (con artículo y en mayúscula), como si los demás pueblos no lo fuesen también, no responde al designio del Dios Creador del universo. El "pueblo de Dios" pertenece a todos los pueblos y razas de la tierra.
Pues bien, también a los "otros pueblos" dice Jesús que tenía que dedicarse. Si miramos a nuestro derredor, eso significa que también debemos ir a cristianizar a los paganos y paganizados, anunciándoles que son tan "pueblo de Dios" como un día se llamó a sí mismo Israel.
Josep Rius
* * *
Contemplemos las diversas actividades de Jesús, a través del relato de Lucas.
1º Jesús reza en público, al salir de la sinagoga. Cada pueblo judío tenía una casa de oración, la sinagoga, o algo así como nuestras iglesias y capillas.
Muy de mañana iba Jesús, como otros muchos judíos piadosos. Y allí, sentado en un banco, recitaba de memoria los salmos, balanceándose a derecha y a izquierda, como la ley recomendaba, a fin que la palabra de Dios penetrara hasta en los ritmos vitales corporales, como vemos que todavía lo hacen los orientales. Los salmos, la Torah... todo ello impregnó profundamente a Jesús.
Sí, Jesús meditó, reflexionó y rumió las palabras de la Biblia. Ayúdanos, Señor, a que, como tú, sepamos dar mucha importancia a esa impregnación regular de la palabra de Dios. Cuando rezo los salmos en particular, ayúdame a rezar en unión contigo pensando que recitaste esas mismas plegarias venerables, cada mañana, en la sinagoga de tu pueblo.
2º Jesús vive con algunos allegados, algunos amigos. Jesús entró en casa de Simón. La suegra de Simón estaba con fiebre muy alta y le pidieron que hiciera algo por ella.
Cuando estabas en Nazaret, pasabas la mayor parte del día con tu familia. Al empezar tu vida pública, adoptaste otra familia, otra casa, la de Pedro en Cafarnaum. Allí tenías tus relaciones familiares, las de la vida ordinaria. Mi 1º deber, también para mí, es el de prestar atención a aquellos con quienes comparto la vida cotidiana. Trato de imaginar tu actitud, con las personas que te encontrabas todos los días: Pedro, su suegra...
3º Jesús hace el bien. Él se inclinó a la cabecera, increpó a la fiebre y se le pasó. Ella levantándose al momento se puso a servirles. Al ponerse el sol, todos los que tenían enfermos se los llevaron y él, aplicándole las manos a cada uno, los iba curando. De muchos de ellos expulsó demonios. Esa es una de tus ocupaciones esenciales, Señor, y tu evangelio está lleno de enfermos curados y de demonios expulsados. Has venido al mundo para sanar y salvar.
Por tu sola presencia, el mal retrocede. En este sentido, las enfermedades son un símbolo expresivo: son un ataque al hombre, lo disminuyen al quitarle sus capacidades de acción aparente y hacen daño. Y con ello son como una imagen sensible y visible de ese otro mal más interior y menos controlable, que es el pecado. Y para poner muy de manifiesto que este es el mal más grave para el hombre, "expulsas a los demonios".
Señor, ayúdame a participar en ese gran combate que es el tuyo. En lo profundo de mi vida, como en el mundo que me rodea, que sepa yo hacer retroceder el mal y progresar el bien. Que, contigo y como tú lo hiciste, trabaje para el desarrollo, la felicidad y la promoción de mis hermanos. ¿Qué curación puedo yo contribuir a hacer avanzar en mí? ¿Y en mis hermanos? ¿Y en la sociedad?
4º Jesús ora, de nuevo, en solitario. Jesús salió y se fue a un lugar apartado y desierto. Tiene un tiempo para la plegaria pública, en la sinagoga, y un tiempo para la oración solitaria, de corazón a corazón.
5º Jesús evangeliza, y anuncia por todas partes la Buena Nueva del Reino. El mensaje que Jesús siente que ha de proclamar no puede retrasarse: "He de". No me retengáis. Son tantos los hombres que no han oído aún todas las cosas buenas que debo decirles de parte de Dios. Esa es la sed misionera: hacer que oigan el evangelio de la salvación los que están todavía fuera de su alcance. ¿Tengo yo ese ardor? ¿O soy cristiano solamente para mí?
Noel Quesson
* * *
Lo que Jesús anunció en Nazaret lo va cumpliendo. Allí dijo, aplicándose la profecía de Isaías, que había venido a anunciar la salvación a los pobres y curar a los ciegos y dar la libertad a los oprimidos.
En efecto, hoy leemos el programa de una jornada de Jesús "al salir de la sinagoga": cura de su fiebre a la suegra de Pedro, impone las manos y sana a los enfermos que le traen, libera a los poseídos por el demonio y no se cansa de ir de pueblo en pueblo "anunciando el reino de Dios". En medio, busca momentos de paz para rezar personalmente en un lugar solitario.
Desde luego, el Reino ya está aquí. Ha empezado a actuar la fuerza salvadora de Dios a través de su Enviado Jesús. Buen programa para un cristiano y sobre todo para un apóstol. "Al salir de la sinagoga" (o sea, al salir de nuestra misa o de nuestra oración) nos espera una jornada de trabajo, de predicación y evangelización, de servicio curativo para con los demás y a la vez de oración personal.
¿Ayudamos a que a la gente se le pase la fiebre? ¿A que se liberen de sus depresiones y males? ¿Atendemos a los que acuden a nosotros, acogiéndoles con nuestra palabra y dedicándoles nuestro tiempo? ¿Nos sentimos obligados a seguir anunciando la buena noticia del Reino, sea cual sea el éxito de nuestro esfuerzo? ¿Y lo hacemos todo en un clima de oración?
Podemos revisar dos significativos rasgos de esta página. En 1º lugar, Jesús, en medio de una jornada con un horario intensivo de trabajo y dedicación misionera, encuentra momentos para orar a solas. Y en 2º lugar no quiere instalarse en un lugar donde le han acogido bien: "También a los otros pueblos tengo que anunciarles el reino de Dios". Para que evitemos 2 peligros: el activismo exagerado (descuidando la oración) y la tentación de quedarnos en el ambiente en que somos bien recibidos (descuidando la universalidad de nuestra misión).
Cristo fue evangelizador, liberador y orante. Fijos nuestros ojos en él, que es nuestro modelo y maestro, aprenderemos a vivir su mismo estilo de vida. Dejándonos liberar de nuestras fiebres y ayudando a los demás a encontrar en Jesús su verdadera felicidad.
José Aldazábal
* * *
En este pasaje de la curación de la suegra de Pedro, Lucas subraya fundamentalmente 2 cosas. En 1º lugar, la fuerza curativa de las palabras de Jesús. Esto se evidencia con la frase "amenazó a la fiebre" (v.39), que es el mismo término usado por Lucas para indicar la expulsión del demonio (v.35). En 2º lugar, la inmediatez o instantaneidad de la curación misma. Esto se evidencia con la expresión "se levantó al instante" (v.39), más allá de la gravedad de la enfermedad ("estaba con fiebre muy alta"; v.38).
Esta curación, dada sus características, es considerada por Lucas como un poderoso exorcismo de Jesús, siempre empeñado en la lucha no sólo contra Satanás, sino también contra las consecuencias del pecado (en este caso contra la enfermedad).
De la acción eficaz y liberadora de Jesús se pasa a la acción de la persona curada: "Se puso a servirles". De este modo se actualiza aquel dicho popular: "el bien engendra bien". No cabe duda de que toda la vida de Jesús (sobre todo en la visión lucana) fue "un pasar por el mundo haciendo el bien, y curando a los poseídos por el diablo" (Hch 10, 38).
De este modo la Iglesia, comunidad continuadora de las palabras y obras de Jesús, se vuelve en todas sus expresiones hacedora del bien, perpetuadora de lo bueno, de todo aquello que hace posible el bien: la verdad, la justicia, la libertad y la paz.
Confederación Internacional Claretiana
* * *
Muchas personas fueron sanadas por Jesús, aunque de la mayoría de ellas apenas tengamos noticia. El episodio que leemos hoy es relevante por la actitud que asumió la suegra después de ser curada. Y también porque marca una intensa actividad misionera de Jesús, como servidor itinerante de la Palabra.
Jesús viene de enfrentar a sus obstinados paisanos y de desafiar a las autoridades al solidarizarse con los que estaban por fuera de la ley. Encuentra a la suegra de Simón postrada por la fiebre. Jesús se dirige a la fiebre y la amonesta. La suegra, liberada de la fiebre que la mantenía atada al lecho, se levanta a servir.
Esta señal doméstica es significativa porque muestra cómo las personas liberadas por la palabra de Dios se incorporan al servicio de la comunidad. La enfermedad ata a los seres humanos y no les permite estar disponibles para servir al prójimo. La palabra de Jesús los libera de todos esos lazos, incluso de los más sutiles.
Pero la acción de Jesús está abierta a toda la comunidad. Terminada la vigilia del sábado, la gente acude con enfermos que no habían llevado a la sinagoga por temor a fariseos y escribas. Jesús tiene un contacto personal con los afligidos. Comunica la misericordia de Dios con gestos afectuosos y altamente significativos. Pero evita que el demonio de la vanagloria le toma la delantera. Por eso, elude Jesús los pomposos reconocimientos y busca nuevos sitios para evangelizar. No se deja retener por el gentío pobre que quiere acaparar todos los bienes para sí.
Hoy estamos presos de diversas fiebres que nos atan y no nos permiten incorporarnos al servicio al prójimo. La Iglesia está llamada a liberar a las personas atadas por sus autojustificaciones, problemas o ligaduras de cualquier índole, que no les permiten ser libres. Pues solamente hombres y mujeres libres están en condiciones de servir bien al prójimo.
Servicio Bíblico Latinoamericano
c) Meditación
El pasaje de hoy de Lucas sitúa a Jesús en Cafarnaum, centro de su primera actividad misionera. En concreto, saliendo de la sinagoga y en compañía de algunos de sus discípulos. A Jesús le vemos frecuentar la sinagoga, lugar de reunión donde se proclama y se comenta la palabra de Dios ofrecida en la Escritura sagrada.
El culto sinagogal era una liturgia de la Palabra. Jesús mostraba, por tanto, interés por la escucha, la interpretación y el cumplimiento de esta Palabra que tanto tenía que ver con él y su misión. Basta recordar lo acaecido en la sinagoga de Nazaret, cuanto Jesús, puesto en pie, lee al profeta Isaías y concluye: Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír. Pero no sólo se interesa por esta liturgia, sino que se hace acompañar de sus discípulos para introducirlos en ella, si es que no lo estaban ya.
También le vemos frecuentar ciertas casas familiares, como la de Simón y Andrés, donde podía hospedarse provisionalmente, recibir el sustento necesario para reponer fuerzas y continuar la tarea evangelizadora. Los apóstoles llamados a estar con él no han roto del todo los vínculos familiares, pues siguen teniendo contactos, al menos esporádicos, con la familia de origen.
La casa de Simón y Andrés era también la casa de la suegra de Simón, y allí se encuentra Jesús con esta mujer que se hallaba en estado de postración: en cama y con fiebre. A Jesús le informan de la situación y él, sin más dilación, se acerca a la enferma, la toma de la mano y la levanta. Y al instante se le pasó la fiebre. Quedó de tal manera restablecida que, levantada de la cama, se puso a servirles.
El servicio de la mesa, aunque formara parte del hospedaje, pasaba a ser el modo agradecido de corresponder a su sanador. Para Jesús y sus discípulos era el momento del reposo y de la confidencia. Pero aquel bienestar no se prolongó mucho tiempo. Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y poseídos. Tantos, que la población entera se agolpaba a la puerta.
Ante semejante aglomeración, Jesús responde (como siempre) con prontitud, dejándose mover a compasión por tanta miseria reflejada en tantos rostros dolientes. Curó a muchos enfermos (recuerda el evangelista) de diversos males, y expulsó muchos demonios.
Se hace, pues, distinción entre enfermos y endemoniados, aunque éstos eran también enfermos; desde luego eran miserables que reclamaban la misericordia del Compasivo y Misericordioso. Y Jesús no les negaba la acción misericordiosa que aportaba el remedio (la medicina) a sus enfermedades. Aquí se habla sólo de curaciones, no de predicación, pero este reparto masivo de salud era también una copiosa y eficaz evangelización.
Con la curación de tantas enfermedades se estaba anunciando la buena noticia de la llegada del Reino que se iba abriendo camino en un mundo donde imperaba el mal en todas sus formas, entre las cuales se contaba la enfermedad corporal o psíquica y la posesión diabólica. Tanto es así que hasta los demonios percibían esta presencia benéfica y lo delataban, o querían delatarlo. Pero Jesús no les permitía hablar, y tenía sus razones, pues no quería que obstaculizasen su misión.
Llegada la noche, llegó también el cese de la actividad diurna. Y Jesús, que también tenía necesidad de descansar, se retiró como los demás a sus aposentos o al lugar que le habían preparado para el efecto. Pero no había amanecido aún, cuando Jesús se levantó de madrugada y se marchó al descampado, y allí se puso a orar.
Se trata de otra actividad que formaba parte de los hábitos del Maestro de Nazaret: orar y estar a solas con su Padre, pues tras esas jornadas interminables de actividad frenética, también necesitaba estar a solas con él para intercambiar afectos, para confrontar voluntades, para reposar en su regazo paterno.
Jesús, el Hijo de Dios, se sentía realmente hijo amado de este Padre a quien se dirigía con el tierno y confidencial Abba. Vivía en total dependencia de él, y en él se mantenía en permanente estado de escucha y obediencia. No podía no sentir la necesidad de estar y de hablar con él, a solas. Ello explica que escogiera la noche como tiempo propicio y el descampado como espacio idóneo. En este espacio-tiempo podía estar realmente a solas con su Padre.
Si nosotros nos sentimos hijos dependientes de Dios, también tendríamos que experimentar la necesidad de estar con él a solas o acompañados. En cualquier caso, de estar con él, de modo que él nos dé a conocer y a sentir su amor de Padre, que es conocer sus designios y sus propósitos y sentir que en todos ellos hay un amor infinito, tierno y misericordioso.
Es en la oración donde se nos da a conocer el Dios revelado o donde el Dios que se ha dado a conocer en la revelación se muestra personalmente al orante para decirle lo que éste debe oír, para decirle esencialmente que le ama y que tiene para con él designios de salvación. Es en la oración, por tanto, donde el hijo toma conciencia de que tiene Padre y de que éste nunca le abandonará. Y es en la oración también donde el hijo conoce el modo de complacer al Padre, lo que realmente le agrada de su conducta.
Cuando se hizo de día, Simón y sus compañeros fueron a buscar a Jesús para informarle de que todo el mundo le buscaba. ¿Cómo no buscar a un médico capaz de curar de manera milagrosa todas las enfermedades y dolencias, y sin pedir nada a cambio?
La fama de Jesús como sanador se iba extendiendo, al tiempo que crecía el efecto llamada y la creciente afluencia de la gente. Sí, en verdad todo el mundo le buscaba, porque era mucho y muy valioso lo que podían recibir de él. Si hoy Jesús no es buscado es porque la gente no espera recibir nada de él, o porque lo que se les promete que el Señor puede darles carece de interés para ellos.
Pero ¿cómo puede carecer de interés el mensaje de la salvación? En el fondo, el problema no está en que la salvación no interese, sino en que se desconfía de esa promesa de salvación. Y la desconfianza hace que se deje de esperar, conformándonos con una salvación de rango inferior, intramundana y reducida a los límites que impone la caducidad humana.
Tal vez si Jesús proporcionara hoy esa suerte de salvación que consiste en la curación de una enfermedad como el cáncer, seguiría siendo buscado como entonces. Pero si lo que promete es la resurrección de la carne y la vida eterna, cosas infinitamente más valiosas pero inverificables, puede que se genere el desconcierto y la desconfianza en los oyentes, como nos recuerdan algunas escenas de la narración evangélica, y dejen no sólo de seguirlo, sino también de buscarlo.
Cafarnaum no era la última estación de su andar misionero, pues Jesús pensaba llegar a otras aldeas cercanas para predicar también allí la buena noticia. Y así fue recorriendo la región de Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios.
La actividad profética de Jesús se puede resumir, por tanto, en estas dos acciones: predicar y expulsar demonios. Y esto equivalía a curar todo tipo de enfermedades, a predicar la cercanía del Reino y a combatir en modo significativo el mal que impedía su implantación. En definitiva, equivalía a predicar el evangelio de la misericordia y activarlo en un mundo colmado de miserias.
Como seguidores suyos, también nosotros estamos llamados a prolongar esta labor que consiste en predicar y aplicar el evangelio de la misericordia.
JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología
Act: 04/09/24 @tiempo ordinario E D I T O R I A L M E R C A B A M U R C I A