7 de Septiembre

Sábado XXII Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 7 septiembre 2024

a) 1 Cor 4, 6-15

         Si leemos por 1ª vez el pasaje paulino de hoy, no podemos menos que encontrarlo excesivo: "Hermanos, pienso que, a nosotros los apóstoles, Dios nos ha asignado el último lugar entre los hombres, como condenados a muerte, expuestos a modo de espectáculo para el mundo, los ángeles y los hombres". 

         ¿Cómo? ¿Que los apóstoles y el papa serían "los últimos entre los hombres"? Pues sí. Y Pablo encarecerá todavía más el final del pasaje: "Hemos venido a ser basura del mundo, desecho de los hombres". En la ciudad de Corinto Pablo estaba lejos de ser una autoridad, y por eso se compara a esos vagabundos lastimosos que en las ciudades de la época servían de víctima expiatoria en las calamidades públicas (como los condenados destinados a las fieras en las anfiteatros, bajo la mirada de los espectadores).

         ¿Y cómo entender esas fórmulas tan violentas? En referencia a Jesucristo. Porque el verdadero apóstol, ¿no tendría por criterio el parecerse a Jesús, que aportó la verdadera salvación muriendo en el Gólgota, como un condenado y a la vista también de los espectadores? Es así como se da un testimonio de amor absoluto. Es Jesucristo crucificado, pues, a quién quiero contemplar, una vez más.

         Me detengo en estas reflexiones, incluso si no van a la par con mis tendencias habituales, ni con las tendencias del mundo. ¿En qué puede esto hacerme reconsiderar mi modo de concebir el apostolado y la evangelización? ¿Cómo ilumina todo ello lo que hay de cruz en mi vida concreta? ¿Soy consciente de que tengo que participar en la redención? Porque "nosotros somos necios, por seguir a Cristo", y hay que ser loco o necio para lanzarse a una empresa tan insensata: anunciar a los hombres el escándalo de la cruz.

         Todo el pasaje siguiente es de una ironía chirriante, que opondrá la suficiencia orgullosa de los corintios a la vida pobre y paciente de Pablo. Y es que nada más decir que "nosotros somos necios", dice Pablo que "vosotros sois sabios". Y lo repite: "Nosotros locos y vosotros sabios. Nosotros débiles y vosotros fuertes. Nosotros despreciados y vosotros alabados".

         Bajo estas diatribas, afloran las bienaventuranzas. Si uno quiere ser cristiano, no ha de olvidarlas. La satisfacción de sí mismo, la suficiencia farisaica, incluso la espiritual, son contrarias al evangelio. Es lo que recuerda Pablo: "Hasta el presente, pasamos hambre, sed, desnudez, somos azotados, vagabundos, fatigados trabajando con nuestras propias manos".

         Una vez mas: ¡no! Los apóstoles no son los satisfechos, ni gente revestida de poder, ni los triunfadores, ni los carentes de preocupaciones, ni los que nunca son sometidos a la prueba. Sino que "somos injuriados y bendecimos; somos perseguidos y soportamos; somos calumniados y consolamos". Es la repetición, bajo otra forma, de la paradoja de las bienaventuranzas. Gente pobre que es dichosa, gente que ha recibido daño de otros y que pasan su tiempo haciendo felices a los demás.

         No olvidemos nunca esta cara del cristianismo, porque es el rostro auténtico de Jesús. Y es una de las enseñanzas más importantes de la Carta I a los Corintios. No es discípulo de Cristo el que no reproduce alguno de sus rasgos. Tras lo cual, se despide Pablo: "No os escribo estas cosas para avergonzaros, sino para instruiros como hijos muy queridos. En Cristo, no tenéis muchos padres, y por haberos anunciado el evangelio soy yo quien os ha engendrado".

Noel Quesson

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         Pablo sigue hoy hablando de la difícil relación de los corintios con los ministros y pastores, y tal vez también de estos mismos en su comprensión del papel que tienen en la Iglesia. Y se pone a sí mismo (y a Apolo) como modelo, porque no se han buscado a sí mismos, sino que han servido humildemente a la Iglesia. Pablo plantea una serie de antítesis, llenas de ironía muchas veces, sobre su lugar en la Iglesia de Corinto:

-ellos son ricos, lo tienen todo, mientras que los apóstoles son los últimos, los condenados a muerte y los entregados a los espectáculos públicos,
-ellos son muy sensatos, y él es un loco,
-ellos son fuertes, y Pablo es débil,
-ellos son célebres, y él es despreciado, pasando incluso hambre y sed, falta de ropa y una casa fija.

         Pablo trabaja hasta agotarse, y encima tiene que aguantar que lo insulten y calumnien, y le tratan como a basura del mundo. Lo que nunca podrán decir es que no les quiera, que no se haya portada generosamente: "Os quiero como hijos". Así como que tendrán "mil tutores, pero padres no muchos, pues soy yo quien os ha engendrado para Jesucristo". Buen espejo en el que mirarse los que han recibido en la Iglesia alguna clase de responsabilidad.

         El principio para todos, y de modo particular para ellos, debe ser la humildad. Ayer nos decía Pablo que somos servidores y no dueños. Y hoy apostrofa a los que creen ser algo: "¿Quién te hace tan importante? ¿Tienes algo que no hayas recibido?". Esta frase se ve que le hizo impresión a San Agustín, porque alguien ha contado que la comenta más de 200 veces en sus escritos.

         ¿Se podría decir que nos buscamos a nosotros mismos o el poder, en nuestro servicio a los demás? ¿Reaccionamos con la humildad de Pablo ante las críticas e incluso frente a los desplantes que podamos sufrir en nuestro trabajo? El que está lleno de sí mismo es el que se perturba y se hunde cuando le pasan cosas de esas. El humilde reacciona con más serenidad, como Pablo, que, si de algo se enorgullecía, era de su debilidad, no de sus cualidades.

         De nuevo el salmo nos orienta hacia el juicio de Dios y nos invita a poner en él la confianza, no en nuestros méritos ni en el prestigio que podamos tener: "Del Señor es la tierra y cuanto la llena, pero ¿quién puede estar en el recinto sacro? El hombre de manos inocentes y puro corazón; ése recibirá la bendición del Señor".

         La lista de bienaventuranzas que nos enseñó Jesús se parece a esta enumeración de actitudes de un apóstol, según Pablo: los que encuentran la verdadera felicidad interior son los humildes, los perseguidos, los que lloran, los que buscan la paz... Algo tendría que cambiar en nuestra actuación para parecernos más a Pablo y sobre todo a Jesús, que sufrió los mismos contratiempos que Pablo y dio incluso su vida por los demás.

José Aldazábal

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         En la liturgia de hoy hay que destacar el tono de la 1ª lectura. Es decir, el rigor de Pablo en sus manifestaciones frente a los rebeldes de la Iglesia de Corinto, disputadores de las directrices de Pablo e internamente divididos, que no son modelo a seguir en la Iglesia.

         En una colección de cartas, como las de San Pablo, es normal que encontremos expresiones ocasionales duras. Está hablando, formando y denunciando a miembros de las comunidades con sus virtudes y defectos. ¿No somos nosotros mismos testigos de múltiples experiencias de tensión e incluso ruptura en nuestras relaciones humanas? Incluso los creyentes en Cristo cargamos con el peso de nuestras inclinaciones torcidas y de nuestra soberbia o imprudencia.

         Pablo, aunque no quiere humillar ni avergonzar a nadie, pone a veces los puntos sobre las íes y convoca a todos a una revisión interior, a un discernimiento que restañe las heridas. El duro carácter de Pablo se revela a veces en términos irónicos que, ciertamente, podrían suprimirse, pero el apóstol es hombre, como los demás, es dialéctico, polemiza.

         El discernimiento y prudencia reclaman atención en la vida. Toda comunidad en que los intereses particulares, las diferencias, la raíces de pecado, las desigualdades, perturban el estado de tranquilidad y paz, deja de ser campo abonado para el triunfo del Espíritu. Diferencia e incluso incompatibilidad de caracteres pueden darse en la mejor familia, pero las pautas de caridad, fidelidad, colaboración, son indispensables para un buen gobierno, exigiendo a cada uno cierta dosis de cordura.

         ¿Y cuál es su lección viva? Que todos y cada uno de los hombres poseemos dones o facultades; pero que ninguno los tiene sin haberlos recibido. Todo es recibido, comenzando por el don de la vida y siguiendo por el don de la fe. Si esto es así ¿a qué viene la soberbia en nuestra conducta? Procuremos ser felices cambiando, arrepintiéndonos de nuestros errores, más bien que manteniendo actitudes disgregantes de la comunidad.

         ¿A qué viene cargar de orgullo nuestra vida, siendo de naturaleza muy débil? ¿Cuándo nos saciaremos de felicidad, si alimentamos ambiciones sin control? ¿No vale más una vida moderada, con amor, paz, amistad, solidaridad, fe, que otra vida desgarrada?

Dominicos de Madrid

b) Lc 6, 1-5

         En la religión judía del tiempo de Jesús, el sábado (shabbat, lit. descanso) era el 7º día de la semana, el día del reposo. Consagrado por el mismo Dios, era día de plegaria, de solemne celebración en el templo, en las sinagogas, y en las casas. Y era tan venerado que, en algunas circunstancias, los judíos prefirieron morir antes que empuñar las armas para defenderse durante ese día (1Mac 2, 29-41).

         El descanso sabático estaba vinculado a la fe en el poder creador del único Dios (Gn 2, 1-3), y era el 3º de los 10 mandamientos dados a Moisés, motivado precisamente en el acto creador (Ex 20, 8-11). El sábado evocaba también la Alianza entre Dios y su pueblo (Ex 31, 12-17), y la exigencia del descanso y la prohibición del trabajo estaban sancionadas con la pena de muerte (Ex 35,1-2; Nm 15,32-36). Hasta encender el fuego estaba prohibido ese día (Ex 35, 3).

         La casuística de los escribas y fariseos había sistematizado todas las posibles variantes de las severas normas del descanso sabático, y habían elaborado una lista de 39 clases de trabajos que eran prohibidos en sábado. Se llegó hasta extremos ridículos como el de preguntarse si era lícito o no comer el huevo de una gallina puesto (por la gallina) en sábado.

         Entre las prohibiciones del sábado estaba arrancar espigas y desgranarlas. Que los discípulos de Jesús cortaran espigas significaba que los discípulos habían segado el trigo (lo cual estaba prohibido en sábado), y frotar el grano para arrancarle la cáscara, suponía aventar (otra forma de trabajo, que también estaba prohibida en sábado).

         Los discípulos de Jesús no son criticados por los fariseos por el hecho de arrancar las espigas y comérselas, pues comer las espigas del trigo de otro no era un delito, y se permitía a los caminantes pobres (Dt 23, 26). Sino que lo que critican es que los discípulos de Jesús no guarden la ley del descanso sabático.

         Jesús defendió a sus discípulos apelando a la historia que cuenta una acción del rey David, que entró al templo y se comió con su tropa los panes de la ofrenda (que sólo estaba permitido comer a los sacerdotes; 1Sam 21, 1-6). Con esta respuesta, Jesús confronta a los fariseos, y si lo que quieren es demostrar que lo hecho por sus discípulos estaba mal hecho, entonces ¿qué opinión les merecía lo que hizo el rey David?

         Los fariseos no podían condenar al rey David, y por lo tanto se tuvieron que callar. Pero Jesús continuó hablando: "El Hijo del hombre es Señor y tiene autoridad sobre el sábado". Con estas palabras Jesús se estaba reafirmando a sí mismo como alguien que estaba por encima del rey David y que estaba dando comienzo a los tiempos mesiánicos, tiempos de vida y salvación.

         Para Jesús, ninguna ley es clave absoluta de conducta, ni siquiera la sagrada ley sabático. Y el fundamento de esa relativización es Dios mismo. Porque como les dijo Jesús, "Dios hizo el sábado para servicio del ser humano, y no al ser humano para servir al sábado; y por eso el ser humano es señor del Sábado".

Juan Mateos

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         "El Hijo del hombre es Señor del sábado". Como el Esposo está ahí, ha llegado el tiempo de la boda y ha pasado la época de las referencias antiguas. Al atardecer del día 6º, Dios había descansado para consagrar la creación, y los hombres habían consagrado el sábado para alabar a Dios por sus maravillas. Un día para santificar el tiempo, como tiempo del hombre y tiempo de Dios. En adelante, nada de cuanto es humano es ajeno a Dios.

         Pero Jesús les dijo a los fariseos que "el hijo del hombre (él) es señor del sábado". Con ese gesto, Jesús hacía de la encarnación algo distinto a las teorías teológicas de los fariseos, y convertía la vida de los hombres en el único lugar donde hablaba y se comunicaba Dios.

         Esto suponía un escándalo para los fariseos, al eliminar toda separación entre lo profano y lo sagrado. Los contemporáneos del s. I tuvieron razón en acusar a los cristianos de ateísmo, porque el evangelio no es una religión más, ni administra los sentimientos religiosos.

         La religión ordinaria trata de acaparar a Dios, adorándole, temiéndole e invocándole. Pero él está lejos de todo eso, y todo eso no le dice nada. Siguiendo a los profetas, Jesús trastoca esta imagen, y hace basar la religión de de la fe y confianza en Dios, y de la acogida a su Palabra.

         Entrar en contacto con Dios no exige ya que salgamos de nuestra condición de hombres, ya que Dios ha entrado en la historia haciéndose palabra de hombre, de un hombre pequeño.

         Inversión increíble de la fe, que en vez de levantar una barrera entre el mundo de la tierra y el de Dios, santifica la condición mundana del hombre. ¿Cómo hemos podido, entonces, hacer de Dios un enemigo o un rival del hombre? ¡Qué mal hemos sabido interpretar el significado de todo el trabajo de los hombres y de las mujeres que se esfuerzan por hacer la tierra habitable y humana! Ahí, en esa laboriosa gestación, está el lugar en donde viene la Palabra y en donde surge el Espíritu.

Maertens-Frisque

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         ¿Por qué nada Jesús contra corriente casi siempre? ¿Por qué permite a sus discípulos coger espigas y comer sus granos en día de precepto o sábado, estando prohibido? ¿Por qué es motivo de escándalo su actuación para los fariseos? La respuesta a estas preguntas es siempre la misma: porque Jesús pone siempre al ser humano en el centro de atención y no a la ley, como hacían los fariseos.

         La observancia judía del descanso sabático tenía su propia lógica, y para impedir que los campesinos trabajasen ese día se les prohibía incluso coger espigas. Los discípulos de Jesús no hacen caso de esta casuística, y por eso los fariseos (observadores meticulosos de la ley con sus múltiples preceptos) hacen responsable de ello a su maestro, al que se dirigen para pedirle cuentas.

         Jesús rebate a esos observantes acudiendo a la Escritura, pues ese era el modo de argüir que había entre las distintas escuelas de pensamiento de su época. Jesús justifica un caso particular (que sus discípulos coman en sábado granos de trigo) aduciendo un caso excepcional del AT donde se cuenta que David, entrando en el templo, cogió los panes de la ofrenda, que estaba permitido comer solamente a los sacerdotes y no sólo comió él sino que se los dio a comer a sus compañeros.

         La actuación de David estaba justificada, porque él y sus compañeros tenían; la de los discípulos, según Jesús, también. Pero detrás de esta justificación nace una nueva concepción del día de sábado que pasa de día consagrado a Dios a día consagrado al bien del hombre, a su liberación y curación.

         Jesús, por lo demás, se muestra en este pasaje no como esclavo-obediente de la prescripción del descanso sabático, sino como Señor del Sábado, del que es su intérprete auténtico. Para Jesús, la voluntad de Dios coincide con el bien del hombre; no hay otra ley por encima de ésta. Nunca más aparecerá en este evangelio, ni en el libro de los Hechos, la cuestión del sábado.

Fernando Camacho

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         Las prescripciones legales habían llegado a tal grado que indicaban que quien cortara espigas en sábado, siendo peregrino, podía comerse los granitos uno a uno, pero no podía restregar la espiga entre las manos, pues eso sería tanto como ponerse a trabajar, lo cual no se permitía en sábado.

         Para quien vive en Cristo lo más importante es el hombre, velar por él, por su bienestar, hacerle el bien y no el mal. Pues de nada aprovecha el sentarse ritualmente en sábado para después dedicarse a hacer el mal y a provocar injusticias en los demás días.

         Ya el Señor había denunciado este mal por medio del profeta Amós poniendo en boca de los malvados el siguiente discurrimiento: "¿Cuándo pasará el novilunio para poder vender el grano, y el sábado para dar salida al trigo, para achicar la medida y aumentar el peso, falsificando balanzas de fraude, para comprar por dinero a los débiles y al pobre por un par de sandalias, para vender hasta el salvado del grano?".

         El Señor, dueño del sábado, nos invita llegar a él como a un día que le consagramos para permanecer en su presencia procurando el bien de todos y poder llegar a la posesión del Sabath eterno, al cual entraremos después de haber trabajado haciendo el bien y no sólo quedándonos en exterioridades que nos dejarían muy lejos del Señor y de su descanso.

Emiliana Lohr

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         Ya hemos meditado en otra ocasión el episodio evangélico de hoy, relatado por los tres sinópticos. Lucas, que escribía para paganos, poco habituados al legalismo judío, resume la escena sin repetir todos los argumentos sacados de la ley y que Mateo relataba para sus lectores judíos (Mt 12, 5-7)

         Jesús estaba en plena naturaleza estival, al iniciarse la recolección. Y sus discípulos "arrancaban espigas y, frotándolas con las manos, se comían el grano". Gesto tan natural, tan anodino, tan sencillo, tan maquinal. Realmente, es agradable mascar un grano de trigo tan harinoso.

         Entonces, unos fariseos se presentaron allí y les dijeron: "¿Por qué hacéis lo que no está permitido en sábado?". No es éste el 1º caso en el que Jesús parece violar la regla sabática. A menudo Jesús se encontró con gente de mente estrecha que interpretaba, a su manera minuciosa, las prescripciones rituales.

         Sin embargo, no puede decirse que Jesús infringiera la ley de Moisés, porque en ninguna parte estaban formuladas tales interdicciones. Pero las tradiciones (la Misná, habían añadido toda clase de detalles a la ley, y con el paso del tiempo llegaron a contabilizar en 39 los gestos prohibidos en sábado. No deja de tener importancia pensar que Jesús nos ha liberado también de todo esto.

         El hombre tiene una fastidiosa tendencia a dar una importancia desmesurada a los medios, olvidando a veces el fin. Por eso, Jesús alude a que nos atengamos a lo esencial. En mi fe, en las costumbres religiosas, en los ritos, he de ver 1º su finalidad y su objetivo profundo, y pensar que los modos de expresión pueden cambiar.

         La libertad de Jesús frente a las prescripciones de detalle no es pues un simple reflejo espontáneo: es una actitud reflexiva, que él mismo justificará. Y la respuesta que da a los fariseos no fue menos: "¿No habéis leído lo que hizo David, cuando él y sus hombres sintieron hambre? Entró en la casa de Dios, tomó los panes dedicados, comió él y les dio a sus hombres".

         Esa respuesta resultó especialmente escandalosa a los fariseos. Pero ¿por qué? Porque Jesús justificaba la violación de los ritos sagrados ¡apoyándose solamente en el hambre! Porque tenían hambre hicieron lo que estaba prohibido.

         Sí, en la obra de Dios no hay dos momentos opuestos. Lo que Dios quiere es que el hombre viva. Cuando Dios lo creó con estómago, y cuando le dio los frutos y los animales como alimento, empezaba ya su gran Proyecto... y cuando Dios pide al hombre que se encuentre con él en los ritos sagrados, continúa su mismo proyecto.

         ¡Cuánto realismo en esa respuesta de Jesús! ¿Cómo ha podido el cristianismo parecer a veces deshumanizante, menospreciador del cuerpo y de las realidades humanas? Mi cuerpo, ¿es importante para mí? ¿Qué haría sin él? Incluso la oración, la actividad mas espiritual, es imposible sin ese buen compañero.

         Jesús añadió: "El Hijo del hombre es señor del sábado". Dios bien sabía que el sábado era una institución sagrada. Y ahora Jesús afirma tener derecho a rechazar los detalles rituales concernientes al sábado, para volver a encontrar la intención primitiva del legislador. Hoy también, si la Iglesia introduce algún cambio en sus costumbres, lo hace siempre apelando a una tradición más profunda.

Noel Quesson

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         La discusión de hoy entre los fariseos y Jesús gira en torno al sábado. Jesús apreciaba el sábado y, como buen judío, lo había incorporado a su espiritualidad: por ejemplo, iba cada semana a la sinagoga, a rezar y a escuchar la palabra de Dios con los demás. Y cumplía seguramente las otras normas relativas a este día.

         Bien vivido, el sábado era y sigue siendo un día sacramental de auténtica gracia para los judíos. Pero lo que aquí critica Jesús es una interpretación exagerada del descanso sabático: ¿Cómo puede ser contrario a la voluntad de Dios el tomar en la mano unas espigas, restregarlas y comer sus granos, cuando se siente hambre?

         El argumento que él aduce es el ejemplo de David y sus hombres, a quienes el sacerdote del santuario les dio a comer panes sagrados, aunque en principio no eran para ser comidos así (1Sam 21).

         Jesús habla realmente con autoridad y poder. Se atreve a reinterpretar una de las instituciones más sagradas de su pueblo. Pero sobre todo les debió saber muy mal a los fariseos la última afirmación: "el Hijo del Hombre es señor del sábado". Se trata de una difícil sabiduría, esa de distinguir entre lo que es importante y lo que no.

         Guardar el sábado como día de culto a Dios, día de descanso en su honor, día de la naturaleza, día de paz y vida de familia, día de liberación interior, sí era importante. Que no se trabajara el sábado en la siega era una cosa, pero que no se pudieran tomar y comer unos granos al pasar por el campo, era una interpretación exagerada. No valía la pena discutir y perder la paz por eso. Es un ejemplo de lo que ayer nos decía Jesús respecto al paño nuevo y a los odres nuevos.

         Cuántas ocasiones tenemos, en nuestra vida, de aplicar este principio. Cuántas veces perdemos la serenidad y el humor por tonterías de estas, aferrándonos a nimiedades sin importancia. Lo que está pensado para bien de las personas y para que esponjen sus ánimos (como la celebración del domingo cristiano) lo podemos llegar a convertir, por nuestra casuística e intransigencia, en unas normas que quitan la alegría del espíritu.

         El domingo es un día que tiene que ser todo él, sus veinticuatro horas, un día de alegría por la victoria de Cristo y por nuestra propia liberación. El legalismo exagerado también puede matar el espíritu cristiano. Por encima de todo debe quedar la misericordia, el amor.

José Aldazábal

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         Hablábamos ayer del afán que tenemos de espiar a los demás para valorar su fidelidad a la ley. Hoy continúa el evangelio de Lucas abundando en el mismo tema.

         Jesús y los suyos tienen algo importantísimo, vital, que hacer: anunciar el Reino, llevar la Buena Noticia a los pobres, consolar a los que sufren, llevar la salvación a todos. En este empeño los sorprende el sábado sin haber podido reservar para sí mismos el tiempo indispensable para proveerse de algo que comer.

         El hambre puede con ellos y, al atravesar unos sembrados, comienzan a desgranar espigas y a comérselas. ¡Mal asunto! Salidos de la nada aparecen los fieles y se les echan encima: "¡Habéis quebrantado la ley! ¡Habéis hecho lo que no está permitido!".

         Afortunadamente, no pueden con Jesús, porque el amor repara más en el hambre que en la ley. Y su frase "el hijo del hombre es Señor también del sábado" viene decirnos que nadie puede arrogarse el monopolio de la interpretación de la voluntad de Dios. Recordemos lo que Pablo nos decía ayer: "No juzguéis antes de tiempo, dejad que venga el Señor".

         Cabe el riesgo de equivocarnos, porque no tenemos la clarividencia de Jesús. Pero os confieso que, personalmente, prefiero equivocarme desde el amor y la misericordia que desde la observancia o la rigidez.

         No se trata de relativizar, como si todo diera lo mismo. Se trata de cultivar la conciencia de la propia fragilidad, de la propia e incesante necesidad de perdón, de la certeza de sólo Dios puede ver hasta el fondo nuestras intenciones y las de los demás.

Olga Molina

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         Ante la acusación de hoy de los fariseos, Jesús explica el sentido correcto del descanso sabático, invocando un ejemplo del AT (Dt 23, 26): "¿Ni siquiera habéis leído lo que hizo David, que tomó los panes de la presencia, que no era lícito comer sino sólo a los sacerdotes, y comió él y dio a los que le acompañaban?" (vv.3-4).

         La conducta de David anticipó la doctrina que Cristo enseña en este pasaje. Ya en el AT, Dios había establecido un orden en los preceptos de la ley, de modo que los de menor rango ceden ante los principales.

         A la luz de esto, se explica que un precepto ceremonial (como el que comentamos) cediese ante un precepto de ley natural. Igualmente, el precepto del sábado no está por encima de las necesidades elementales de subsistencia.

         En este pasaje, Cristo enseña cuál era el sentido de la institución divina del sábado: Dios lo había instituido en bien del hombre, para que pudiera descansar y dedicarse con paz y alegría al culto divino. La interpretación de los fariseos había convertido este día en ocasión de angustia y preocupación a causa de la multitud de prescripciones y prohibiciones.

         El sábado había sido hecho no sólo para que el hombre descansara, sino también para que diera gloria a Dios: éste es el auténtico sentido de la expresión «el sábado fue hecho para el hombre» (Mc 2, 27).

         Además, al declararse "señor del sábado" (v.5) manifiesta abiertamente que él es el mismo Dios que dio el precepto al pueblo de Israel, afirmando así su divinidad y su poder universal. Por esta razón, puede establecer otras leyes, igual que Dios en el AT. Jesús bien puede llamarse "señor del sábado", porque es Dios.

         Pidamos ayuda a la Virgen para creer y entender que el sábado pertenece a Dios y es un modo (adaptado a la naturaleza humana) de rendir gloria y honor al Todopoderoso. Como ya escribió Juan Pablo II, "el descanso es una cosa sagrada, y ocasión para tomar conciencia de que todo es obra de Dios".

Austin Ihekweme

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         Como decíamos ayer el ser discípulos de Jesús nos puede llevar a desafiar al pensamiento común y hasta a las leyes establecidas: el evangelio de hoy nos lo enseña claramente. ¿De dónde sacar las fuerzas, el convencimiento profundo, la determinación para enfrentarnos, muchas veces solos, a tantas dificultades?

         El mismo Jesús, contestando a los que le echaban en cara la ley para criticarle y atacarle, nos lo dice: "Yo, el Hijo del hombre, soy quien decide lo que puede hacerse y lo que no puede hacerse en el día de descanso". Jesús, no desde la arrogancia sino más bien desde el conocimiento íntimo de ser Hijo de Dios, nos da la clave para que no tengamos miedo, para que no nos arruguemos frente a las acusaciones basadas en una justicia que no da prioridad al ser humano.

         ¿Y por qué no nos preocupamos, ni nos quejamos? Por la misma razón capaz de mover el mundo entero y de revolucionarlo de arriba abajo, por la misma razón que nos estremece cuando nos abraza la persona que amamos: por amor.

Carlo Gallucci

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         Sucedió un sábado que, al atravesar los sembrados, sus discípulos arrancaban espigas y, desgranándolas con las manos, las comían. Algunos fariseos les dijeron: ¿Por qué hacéis lo que no está permitido en sábado? Y Jesús respondiéndoles dijo: "¿No habéis leído lo que hizo David, cuando tuvo hambre él y los que estaban con él; cómo entró en la casa de Dios, y tomó los panes de la proposición y comió, y dio a los que estaban con él, siendo así que sólo está permitido comerlos a los sacerdotes?". Y les decía: "El Hijo del hombre es señor del sábado".

         Ante la pregunta de los fariseos, Jesús respondes con dos razones: una para que puedan entender dentro de sus esquemas (porque es un ejemplo del AT) y otra que supone un rompimiento, un cambio: El Hijo del hombre es señor del sábado. La razón de tener un día dedicado a Dios es, precisamente, el poder darle gloria. Lo importante no es el día en sí, sino Dios. Y tú eres Dios.

         Sin embargo, no niegas la importancia de los preceptos judíos, que tenían un buen fin: ayudar al pueblo de Israel a dirigirse a Dios. No eran los mandamientos de la ley de Dios dados a Moisés, sino otros preceptos añadidos posteriormente para concretar el culto divino. Igualmente, la Iglesia ha concretado el modo de dar culto a Dios mediante cinco preceptos conocidos como los mandamientos de la Iglesia.

         Los mandamientos de la Iglesia se sitúan en la línea de una vida moral referida a la vida litúrgica y que se alimenta de ella. El carácter obligatorio de estas leyes positivas promulgadas por la autoridad eclesiástica tiene por fin garantizar a los fieles el mínimo indispensable en el espíritu de oración y en el esfuerzo moral, en el crecimiento del amor de Dios y del prójimo (CIC, 2041).

         Dos razones hay, entre otras, se decía aquel amigo, para que desagravie a mi madre inmaculada todos los sábados y vísperas de sus fiestas.

         La 2ª es que los domingos y las fiestas de la Virgen (que suelen ser fiestas de pueblos), en vez de dedicarlos las gentes a la oración, los dedican (basta abrir los ojos y ver) a ofender con pecados públicos y crímenes escandalosos a Nuestro Jesús. La 1ª es que los que queremos ser buenos hijos no vivimos, quizá empujados por Satanás, con la atención debida esos días dedicados al Señor y a su madre.

         El 3º mandamiento de la ley de Dios es santificar las fiestas. Hoy me recuerdas, Señor, que no se trata de cumplir una serie de prácticas más o menos estrictas. Es mucho más; se trata de aprovechar esos días para pensar más en ti, para adorarte (porque eres Dios), para darte gracias (porque me has dado todo lo que tengo, en especial la gracia y la fe), para pedirte lo que necesito (porque eres mi Padre) y para pedirte perdón (por mis pecados y por los de los demás).

         Los domingos son días dedicados a ti, Jesús. Y la mejor manera de unirme a ti es asistiendo a misa y recibiendo la comunión. La misa es el mejor momento para adorarte, darte gracias, pedirte por lo que necesito, y pedirte perdón. De hecho, éstos son los 4 fines de la misa. ¿Intento no caer en la rutina cuando voy a misa, tratando de vivir sus cuatro fines lo mejor posible?

         Los sábados son los días dedicados a la Virgen. Madre, quiero ser buen hijo tuyo y vivirlos con la atención debida. Una buena forma de concretar esta intención es rezar el rosario, o una Salve. También es un buen día para hacer algo especial en servicio de los demás: una visita a gente necesitada, o dedicar más tiempo a la familia.

Pablo Cardona

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         El evangelio de hoy nos invita a plantearnos una pregunta aparentemente obvia: ¿Para qué descansamos? ¿Por qué cesa nuestra actividad?

         Ya en otras ocasiones hemos visto que Cristo no critica las prácticas en cuanto tales. Él mismo se abstuvo de comer carne de cerdo, fue circuncidado, y, en fin, de hecho enseñó a observar los preceptos de la ley mosaica, hasta los más pequeños.

         Guardémonos de ver a Cristo como un aleve trasgresor de la ley, o como un cínico que ironiza sobre los mandamientos antiguos. No son las prácticas legales lo que él fustiga sino esa obediencia desprovista de sentido, que hace que finalmente el ser humano no sepa ni por qué obedece ni por qué se priva de lo que se priva. Es esta ignorancia del para qué lo que reprocha una y otra vez nuestro Señor.

         De otra parte, ¡vaya descanso el de estos criticones de Jesús! De todo descansan, menos de observar y juzgar a los demás. Dan reposo a sus manos pero no a su lengua mordaz; dejan quietos sus pies pero no su pensamiento retorcido; se abstienen de trabajar en sus negocios pero siguen urdiendo la trama de sus envidias y celos, de sus mentiras y orgullos.

         La expresión con que Jesús cierra el pasaje tiene su misterio. ¿Qué quiere decir que él es señor del sábado? He conocido varias interpretaciones. Hay quien dice que es un modo de indicar que cualquier persona vale más que cualquier precepto legal sobre los días o las horas.

         Hay quien dice que Cristo no necesariamente se miraba a sí mismo como el Hijo del Hombre, y que, por tanto, al decir la frase que nos ocupa estaba indicando simplemente que al final de los tiempos poco importarán cosas como este tipo de observancias, puesto que frente al "gran día", el día del Hijo del Hombre, según la imagen del profeta Daniel, palidecen los demás días.

         Hay quien dice que, cuando Cristo dice que él también es señor del sábado, después de citar el ejemplo de David, estaba aludiendo sencillamente a que, así como David fue ahí "señor" de un precepto, bien cabía suponer que el "Hijo de David" (esto es, Cristo) pudiera ser señor de otro precepto. Hay, en fin, quien dice que al declararse Señor estaba diciendo que sólo a él concierne decidir qué es y qué no es lícito en el día de reposo.

         ¿Con qué nos quedamos sobre esto del "señor del sábado"? Tal vez no hay que escoger entre las anteriores interpretaciones, excluyendo unas y aceptando otras. Probablemente, el Señor no tenía una mentalidad tan excluyente en sus motivos, simplemente expandía su corazón y su pensamiento inmenso, y nos dejaba saber con palabras densas que las cosas iban mucho más allá de nuestras pequeñas y a veces mezquinas expectativas.

Nelson Medina

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         Entre los fariseos y cristianos fueron interminables los conflictos por cuenta del cumplimiento del sábado. En este día era obligatorio el descanso, y no se podía realizar ninguna actividad doméstica ni agrícola.

         Los discípulos infringen la ley al recoger algunas espigas para mitigar el hambre. Los fariseos consideran que esta es una acción equivalente a la siega, por lo tanto, los discípulos violan el descanso sagrado del sábado. Jesús no discute la legalidad de la acción, sino que defiende las necesidades de la gente. Y viene a decir que si David, el gran rey, fue capaz de tomar panes sagrados para satisfacer su hambre y la de las tropas que lo acompañan, ¿por qué las demás personas no pueden hace lo mismo en casos similares? Las necesidades vitales de las personas están por encima de los preceptos de la ley.

         Además, con esta comparación, Jesús les echa en cara a los fariseos su actitud agresiva. Están pendientes de la mas trivial infracción ajena, justificada o no. Pero poco les importa el propio talante opresor y ofensivo que han asumido como modo de vida. La ley que Dios había dado para constituirlos como pueblo de personas libres (Ex 20, 2), ellos la han convertido en instrumento de opresión y esclavitud. Una ley así, es más una amenaza que una senda de libertad.

         En nuestra época existen muchos medios de censura. No sólo se cohíbe a las personas por medios físicos, sino que también se apela a mecanismos morales y psicológicos de presión. Éstos suelen ser más efectivos, porque menguan la conciencia que las personas tienen de su dignidad. Jesús, nos invita a hacer de la palabra de Dios un instrumento de liberación. Su Verbo es la constitución del nuevo pueblo de personas libres.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         Un sábado, nos dice hoy el evangelista, Jesús y sus discípulos atravesaban un sembrado. Durante la travesía, los discípulos iban arrancando espigas y, frotándolas con las manos, se comían el grano. Al verles actuar los fariseos de este modo, se dirigen a ellos censurando su conducta: ¿Por qué hacéis en sábado lo que no está permitido?

         El motivo de su censura es que hacían "lo que no estaba permitido en sábado", es decir, que obraban contra la ley del descanso sabático, que prohibía trabajar en sábado.

         No se les acusa, pues, de robar en campo ajeno, o de substraer bienes que no eran suyos, sino de arrancar espigas (esto es, de trabajar durante el día del descanso sagrado), aunque lo hicieran con el fin de calmar el hambre (es decir, en situación de necesidad). Los fariseos, al parecer, sí admitían ciertas excepciones a esta ley, como la de llevar al buey o al asno a abrevar o la de rescatarlo si se había caído en un pozo. Pero para ellos "arrancar espigas" no era una excepción.

         Tratando de justificar el comportamiento de sus discípulos, Jesús propone a los fariseos, a modo de ilustración, un ejemplo tomado de la historia del pueblo de Israel.

         Se trata de lo que hizo el monarca judío David, cuando él y sus hombres, en una de sus frecuentes campañas guerreras, se vieron faltos y con hambre: entró en la casa de Dios (es decir, en el templo), comió de los panes presentados, que sólo pueden comer los sacerdotes, y les dio también a sus compañeros de batalla.

         David hizo, por tanto, lo no permitido por la ley: comer unos panes "ofrecidos en sacrificio sagrado" (= consagrados), que sólo estaba permitido comer a los sacerdotes. Y no sólo los comió él, sino que los compartió con sus compañeros, haciendo un uso profano de los bienes sagrados (lo cual podía ser calificado de sacrilegio).

         Sea como fuere, lo cierto es que David hizo lo prohibido por la ley, en situación de ¿extrema? necesidad (faltos y con hambre), y se sirvió de un alimento sagrado para saciar una necesidad corporal.

         Jesús justifica esta actuación aludiendo al estado de necesidad (material) en que se encontraban aquellos hombres, aludiendo a la autoridad del personaje ejemplarizado, el gran rey judío.

         Pues bien, si eso hizo legítimamente David, y Dios no hace acepción de personas, también es justificable que lo mismo haga cualquier persona, en situación de ¿extrema? necesidad. Ésa es la consecuencia moral que saca Jesús de la actuación transgresora y justificable de David.

         De ahí que diga Jesús que toda ley, incluida la ley del descanso sabático, se hizo para el hombre, para el bien (integral) del hombre, para beneficio del hombre, y no al revés (no el hombre para el sábado).

         Invertir los términos sería deformar las cosas queridas por Dios. Y suponer que el hombre ha sido hecho para la ley, de modo que tenga que sacrificar su vida en aras de la ley, es deformar el orden de las cosas. La ley está al servicio del hombre, de su dignidad, de su bien integral, de su vida. Y no al revés.

         La ley del sábado se hizo para que el hombre pudiera descansar de sus afanes, para que pudiera glorificar tranquilamente a Dios, para que pudiera dedicar tiempo a su familia, para que pudiera recrearse en las obras de Dios... Y si eso conlleva arrancar espigas, bien hecho está, porque el sábado se hizo (lo hizo Dios) para facilitar la vida del hombre en la tierra, y no para dificultarla. 

         Ello no significa que el mismo Dios de la vida no pueda exigir el sacrificio de la vida temporal, en aras de un bien superior (como es la vida eterna), o que la ley del amor a Dios (o al prójimo) pueda exigir en ocasiones la entrega (martirial) de la propia vida.

         Pero esta ley, que puede exigir la entrega de la vida disponible, no por eso deja de estar al servicio del hombre y del bien supremo de su salvación. Así que el hombre es señor del sábado, y el Hijo del hombre, que es también hombre, es también y con mayor razón señor del sábado.

         Es verdad que las leyes se han dado para que se cumplan, y si éstas son justas han de cumplirse, y su no cumplimiento no justifica su promulgación. Pero toda ley tiene su excepcionalidad, y ésta hay que valorarla sin perder de vista que la ley se hizo para bien del hombre y de la convivencia social.

         Si se olvida esta perspectiva incurriremos en un legalismo malsano y perjudicial, y haremos del hombre un esclavo de la ley o un incapacitado para discernir las situaciones personales. Las exigencias de la ley pueden resultar en ocasiones verdaderamente inmisericordes, y por ello es conveniente sentar este supuesto evangélico: que el sábado se hizo para el hombre, y no el hombre para el sábado.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 07/09/24     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A