6 de Septiembre

Viernes XXII Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 6 septiembre 2024

a) 1 Cor 4, 1-5

         Pablo reclama hoy para sí el mayor de los títulos apostólicos posibles: "Hermanos, es necesario que los hombres nos tengan simplemente por servidores de Cristo, y por administradores de los misterios de Dios". Un título, el de servidor, que también Jesús muchas veces se había otorgado, como un título de gloria. ¿Soy yo, verdaderamente, servidor de Cristo?

         ¡Cuán grandes y temibles son estas palabras! Porque los ministros de la Iglesia tienen entre sus manos las mayores responsabilidades (la gracia, la doctrina, los sacramentos... ¡los misterios de Dios!), y sin embargo no pueden guardárselos para sí mismos, sino que los han recibido para dispensarlos a los demás. E incluso tendrán que rendir cuenta de ellos, como decía Jesús (Mt 24, 45-51).

         Para Pablo, dichas responsabilidades no conllevan una rendición de cuentas (como sí lo hacen en Jesús), pero sí que conllevan una premisa: "Lo que se exige a los administradores es que sean fieles". Es decir, ser hallado fiel en la administración de los bienes ajenos. O lo que es lo mismo, merecer confianza de modo desinteresado, ser hombre de confianza para Dios (ser hombre de Dios), promover los intereses ajenos y no los propios.

         La fidelidad es una virtud que no tiene hoy muy buena prensa, y es objeto de burla por doquier. Pero cuando llegamos a ser víctimas de una infidelidad, la apreciamos como uno de los valores esenciales del hombre. Los apóstoles han de ser fieles al evangelio, no han de acomodar su mensaje a los gustos del día, no pertenecen a ninguna de las ideologías que flotan en el aire.

         Por parte de Pablo, "lo que menos me importa es ser juzgado por un tribunal humano", pues "ni siquiera me juzgo a mí mismo". Esto tiene un gran alcance, pues Pablo ha acabado de hablar de la gran dignidad de los fieles: "Todo es vuestro: Pablo, Apolo, Pedro, el mundo, la vida, la muerte, el presente, el futuro. Todo es vuestro". Pero de ahí no se sigue que los cristianos tengan derecho a erigirse en jueces de sus apóstoles, pues es a Dios a quien los ministros tendrán que rendir cuentas.

         Una confianza de Pablo ante Dios que surge de una constatación: "Mi conciencia no me reprocha nada, mas no por ello soy justo. El Señor es mi juez". Cuando Pablo retira a cualquiera el derecho a juzgar a su hermano (aunque fuera ministro del Señor), no lo hace por situarse por encima de todo juicio, o por actuar a su gusto y modo. Nada de eso, pues ni siquiera la conciencia (recta) sirve de justificación. La responsabilidad final no la habremos de demostrar ante los demás, ni ante uno mismo, sino ante Dios.

         Por lo tanto, añade Pablo, "no juzguéis prematuramente, sino esperad la venida del Señor. Porque él iluminará lo secreto en las tinieblas, y pondrá de manifiesto las intenciones del corazón". Jesús había repetido "no juzguéis" (Mt 7,1; Lc 6,37), y hoy Pablo añade un matiz capital: "No juzguéis, porque vuestro juicio será siempre prematuro". Es decir, porque no lo sabéis todo para que vuestro juicio sea equitativo, y os falta conocer las intenciones secretas de la gente que juzgáis.

         Todo esto es verdad, y cuando nos acontece ser mal juzgados, sabemos muy bien que los que nos critican no tienen todos los elementos para que su apreciación sea correcta. E incluso puede que ellos también incurran en aquello que critican. De todas formas, recuerda Pablo, "cada cual recibirá del Señor, en su día, la alabanza que le corresponda".

         Pablo y los primeros cristianos estaban realmente polarizados hacia esa espera, hacia ese día donde todo, al fin, será clarificado. Día feliz cuando nuestros valores desconocidos recibirán "la alabanza que les corresponda"; día veraz en que estallará a plena luz la belleza escondida; y día final que hoy no sabemos captar suficientemente.

Noel Quesson

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         San Pablo da hoy otra vuelta de tuerca a nuestros intentos, más o menos disimulados, de erigirnos en pequeños dioses de nosotros mismos y lo hace con una claridad meridiana, que no deja lugar a ningún tipo de duda: "No juzguéis antes de tiempo, sino dejad que venga el Señor. Él iluminará los escondrijos de las tinieblas y pondrá de manifiesto las intenciones del corazón". Parece tan sencillo, pero ¡qué difícil resulta no juzgar!

         No vamos a entrar en elucubraciones teológicas ni jurídicas (en términos de jueces o delitos) sino que nos quedaremos en el terreno más pedestre de la vida cotidiana, la que nos afecta a todos, las situaciones en las que todos podemos vernos reflejados.

         Me atrevo a asegurar que no habrá prácticamente nadie que no haya vivido la dolorosa experiencia de sentirse injustamente juzgado por las personas que quiere. A veces es un error, otras un despiste, quizás hasta puede que hubiese una chispita de mala voluntad. Pero, ¡cuánto nos duele sentir en nuestra propia carne que se nos atribuyen intenciones, que no se crea en nuestras disculpas!

         Sólo hay un modo de no equivocarnos: dejar que venga el Señor. Su mirada llega hasta lo más profundo del corazón humano, sólo él lo conoce del todo. ¿Quién soy yo para juzgar a mi hermano? Me viene a la memoria la escena de una obra de teatro en la que el personaje, una mujer joven, responde al conocido refrán "piensa mal y acertarás" con otra sentencia que le nace del amor: "Piensa bien aunque no aciertes". Vale la pena intentarlo.

Olga Molina

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         La 1ª lectura de hoy nos ofrece la oportunidad de reflexionar sobre la manera de ser un servidor de Cristo. Pablo, en su Carta I a los Corintios, nos da a entender que servir a Dios nos lleva siempre (antes o después) a enfrentarnos al juicio y las criticas de los demás. Y muchas veces ese enfrentamiento puede llegar a ser duro, y hasta convertirse en una revolución según los parámetros del pensamiento común.

         En la Carta I a los Corintios, Pablo es conciente de todo ello, por haberlo vivido en 1ª persona. Y nos invita a abstenernos de las críticas ("no culpéis a nadie antes de que Jesucristo vuelva"), a la vez que da un gran consejo a todos los que ocupan un cargo de responsabilidad: "Los que están encargados de alguna tarea deben demostrar que se puede confiar en ellos". Si alguien no tiene esa confianza de parte de sus hermanos, o la ha perdido por su actuación, sería mucho mejor que dejara de ejercer su cargo. Sería mejor para él y para los que le rodean.

Carlo Gallucci

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         Se ve que el problema de los ministros, y su comprensión dentro de la Iglesia de Corinto, era grave, porque Pablo sigue tratando sobre ese asunto. Estos días pasados hemos visto cómo aludía a la división entre los partidarios de Apolo o de Pablo.

         Para él, los apóstoles (y todos los que de alguna manera ejercen un ministerio pastoral) son sólo "servidores de Cristo, y administradores de los misterios de Dios". Y por tanto, deben ser fieles, que es lo que se pide de un administrador. No son dueños ni protagonistas, sino que predican una palabra que no es suya, sino de Dios. Por tanto, el prestigio que pueda tener entre los fieles es sólo relativamente importante.

         A lo que tiene respeto Pablo es al juicio de Dios, no al que él mismo haga de sí, ni al que puedan hacer de él los corintios, un tanto superficialmente. Si le alaban por algún motivo, no por eso es necesariamente bueno. Si le critican, no por eso es necesariamente malo. El salmo responsorial de hoy nos asegura que "el Señor es quien salva a los justos", y nos da un consejo: "Apártate del mal y haz el bien, porque el Señor ama la justicia y no abandona a sus fieles".

         Es ésta una buena ocasión para que los encargados de cualquier asunto se examinen a sí mismos, pues no son sino "administradores y servidores" de unos bienes que pertenecen a Dios y a los hermanos.

         Su actuación debe ser seria y responsable, con la mirada puesta en el juicio de Dios. Porque "él iluminará lo que esconden las tinieblas, y pondrá al descubierto los designios del corazón". Una persona que tiene autoridad no debe fiarse demasiado de la opinión que tiene de sí misma (que será benévola normalmente), ni tampoco depender obsesivamente del juicio que les merezca a los demás.

         La crítica de los demás nos tiene que infundir respeto, y nos puede ayudar a madurar y a mejorar nuestro servicio. Y haremos bien en hacer caso de las interpelaciones que se nos hagan con seriedad. Pero tampoco deberíamos estar continuamente pendientes de si agradamos o no a todos: si seguimos nuestra conciencia e intentamos agradar a Dios, podemos tener esa serenidad que parece tener Pablo, porque "la conciencia no le remuerde".

         ¿Qué buscamos en nuestro trabajo: el aplauso humano o el de Dios? Si la gente habla bien de nosotros, pero a Dios le estamos defraudando con nuestra actuación, malo. Es el juicio de Dios, que escruta nuestro corazón, el que nos debería preocupar.

José Aldazábal

b) Lc 5, 33-39

         Los discípulos de Jesús se comportan de una manera anómala con respecto a los otros grupos religiosos. No tienen ninguna regla de comunidad, no cumplen con los rezos prescritos, no ayunan ni llevan una vida ascética como sería de esperar de un nuevo movimiento religioso. Y en todo ello, Jesús parece ser el responsable del desenfreno, pues según los cumplidores se dedicaba "a comer y a beber" (v.33).

         La respuesta de Jesús a esas críticas rompe todos los esquemas, y concibe el reino de Dios como unas bodas orientales que nunca se acaban, en la que él es el novio y los discípulos los amigos del esposo: "¿Acaso podéis hacer que ayunen los amigos del novio mientras el novio está con ellos?". Es decir, mientras dura la boda.

         Pero "llegarán días en que les arrebaten al novio", precisamente porque los mismos que ahora le hacen el reproche arrebatarán violentamente al novio para darle muerte. Entonces, en aquellos días, "mis discípulos ayunarán". Y eso sucederá durante 3 días (símbolo de una totalidad), en los que Jesús estuvo muerto (vv.34-35).

         El ayuno, como las otras prácticas ascéticas, es un signo de muerte y no de vida. Jesús no concibe el Reino como una funeraria, ni tampoco a Dios como un Dios de muertos y panteones. Solamente habrá duelo los días en que los portadores de muerte se lleven al novio, porque les molesta que cree tanta vida y alegría entre los suyos. Entonces, en aquellos días precisos (y cuando se haga memoria de ello), ayunarán (por culpa de ellos).

         La parábola que añade Jesús, construida como de costumbre a partir de experiencias de la vida cotidiana, tanto de la mujer (manto viejo y pieza nueva) como del hombre (odres viejos y vino nuevo), muestra que hay un abismo entre las prácticas religiosas de la antigua alianza y las que debería evidenciar la nueva Alianza que inaugura Jesús.

         De hecho, en muchísimos aspectos estamos todavía en el AT. Y es que la fuerza de la costumbre nos hace rechazar el cambio, porque "nadie, acostumbrado al vino de siempre, querrá uno nuevo, porque dirá: Bueno está el de siempre" (v.39).

         La novedad del reino comporta el riesgo de vivir una nueva experiencia, la de hacer las cosas contando con la fuerza del Espíritu, el vino nuevo. Quien intenta mezclarlo con prácticas, ritos, renuncias, mortificaciones y otras formas comunes a todas las religiones no hace otra cosa que poner un pedazo nuevo en un vestido viejo recortando retales del manto nuevo, aunque esté de moda. El que esto hace se queda en cueros, "porque el nuevo quedará cortado, y al viejo la pieza no le irá bien".

Josep Rius

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         El relato evangélico de hoy no pretende decir si se debe ayunar o no, sino si el ayuno es apropiado o no durante el ministerio de Jesús. El texto nos dice que los discípulos de Jesús no ayunan a diferencia de los discípulos de Juan Bautista y de los fariseos. Por eso, los fariseos preguntan el por qué de esta práctica que no está ajustada a la ley.

         En principio, los fariseos tienen razón, porque el ayuno y la oración eran las características que distinguían a un verdadero israelita. Pero Jesús le responde a los fariseos diciéndoles que sus discípulos eran como invitados a una boda: estaban con el novio y por lo tanto era tiempo de alegría y de gozo, no era tiempo de ayunar.

         La respuesta de Jesús compara la Antigua Alianza con la Nueva Alianza. De la misma manera que "el vino nuevo no se puede meter en cueros viejos" y "la pieza de tela nueva no puede unirse al vestido viejo", así ocurre con la llegada de Jesús, que trae una novedad que no cabe en las estructuras viejas y anquilosadas.

         El mensaje de Jesús es una novedad y exige una nueva estructura mental para recibirlo y aceptarlo; incluso las obligaciones cambian o desaparecen ante la novedad de la salvación que se ha hecho presente en Jesús de Nazaret.

         Las palabras de Jesús nos muestran su poco interés por mantener o fortalecer las prácticas religiosas del pueblo judío. Jesús no era un simple reformador que trajera remedios para mantener lo antiguo; su mensaje era algo realmente nuevo.

         Jesús estaba diciendo algo muy serio: aparte de la afirmación que ya habían llegado los tiempos nuevos, estaba afirmando que no era posible unir lo nuevo y lo viejo, pretenderlo sólo lograría un desgarrón peor, tanto para lo nuevo como para lo viejo, porque el tiempo nuevo exige conductas nuevas.

Fernando Camacho

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         Los fariseos y letrados atacan hoy a Jesús directamente, porque sus discípulos, a diferencia de los discípulos de éstos y de los de Juan Bautista, no ayunan. El ayuno era un elemento esencial de la vida piadosa de los judíos, y éstos no sólo practicaban el ayuno, sino también la oración (Lc 11, 1), como les había enseñado Juan Bautista (Lc 11, 1). Sin embargo, el grupo de Jesús se presenta como un grupo permisivo, de gente que no sólo no ayuna, sino que es "dada a comer y beber".

         Jesús responde a la crítica de los fariseos con una pregunta retórica y les recuerda que, cuando se está de boda, los rabinos no sólo eximían del ayuno a los amigos del novio, sino que éstos estaban obligados a interrumpirlo.

         Jesús se compara a sí mismo con un novio, al tiempo presente con una fiesta de bodas, y a los discípulos con los invitados a la fiesta. En estas circunstancias el ayuno queda prohibido, y no hay lugar para la tristeza, porque "un santo triste es un triste santo", como decía Santa Teresa de Jesús. Cuando Jesús sea apartado de sus discípulos por la muerte, entonces ellos también ayunarán, aunque su ayuno será poco duradero: sólo 3 días, hasta la resurrección.

         Con Jesús (vino nuevo, odres nuevos) se pone fin a un largo período de la historia del pueblo judío, representado por los fariseos que se aferran a las viejas formas de una tradición basada en ayunos múltiples, y se oponen a las nuevas formas del tiempo presente de la salvación, tiempo de alegría, de amor y de fecundidad, representado por la imagen de una fiesta de bodas.

         El tiempo nuevo del reino está marcado por la alegría, el amor y la fecundidad que hace surgir nueva vida. Adiós a la pena, a la tristeza y al ayuno injustificado.

Emiliana Lohr

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         La disciplina que el joven rabino Jesús está imponiendo a sus discípulos, es algo que escandaliza a la muchedumbre, porque no tiene nada de parecido con las que los demás rabinos imponían a los suyos. Mientras que los discípulos del Bautista y de los fariseos observaban ciertos días de ayuno, los de Cristo parecían dispensarse de ello (v.33).

         Lo que aquí se plantea es el problema de la independencia manifestada por Jesús y sus discípulos en materia de observancias tradicionales. Jesús justifica esta actitud por medio de una declaración sobre la presencia del Esposo (v.34-35) y de 2 breves parábolas. (vv.36-37).

         En el AT y en el judaísmo, la práctica del ayuno estaba ligada a la espera de la venida del Mesías. El ayuno y la abstinencia de vino, actitudes específicas del nazireato (Lc 22, 14-20), expresaban la insatisfacción de la época presente y la espera de la consolación de Israel. Juan Bautista hizo de esta actitud una ley fundamental de su comportamiento (Lc 1, 15).

         Desde entonces, cuando los discípulos de Jesús se dispensan de los ayunos prescritos o espontáneos, dan la impresión de desinteresarse de la llegada del Mesías y de negarse a participar de la esperanza mesiánica.

         La respuesta de Jesús es clara: los discípulos no ayunan porque ya no tienen nada que esperar, puesto que ya han llegado los tiempos mesiánicos: ya no tienen que apresurar, mediante prácticas ascéticas, la llegada de un Mesías en cuya intimidad ya viven. Esta intimidad será interrumpida por la pasión y la muerte de su Maestro: en este momento, ayunarán (v.30) hasta el tiempo en que el Esposo les sea devuelto en la resurrección y en el Reino definitivo.

         Las parábolas del vestido y de los odres proporcionan otra respuesta a la extrañeza de los discípulos de Juan y de los fariseos. Inaugurador de los tiempos mesiánicos, Jesús es consciente de aportar al mundo una realidad sin común medida con todo lo que los hombres han poseído hasta entonces (Lc 16, 16).

         Las 2 parábolas no ofrecen ningún juicio de valor, al afirmar que el vino viejo es mejor que el nuevo o que el vestido nuevo es preferible al viejo. No establecen una comparación, sino que subrayan solamente una incompatibilidad: no hay que querer asociar lo nuevo a lo viejo, so pena de perjudicar a uno y otro, porque el vestido remendado combinará mal y el odre viejo se perderá irremediablemente (y el vino con él).

         La lección que se desprende de la respuesta de Cristo está, por tanto, clara: hay que elegir, renunciando a los compromisos que echan todo a perder.

         Lucas es particularmente sensible a esta incompatibilidad entre los 2 regímenes de la alianza. Modifica en este punto la Parábola del Vestido (v.36) y añade un versículo bastante curioso, el v. 39. Marcos y Mateo subrayaban que el hecho de remendar un vestido viejo no impedía la pérdida de éste; Lucas, por el contrario, hace observar que quitar una pieza de un vestido nuevo (cosa que nadie hace) para arreglar uno viejo estropea a uno y a otro.

         Los 2 primeros evangelistas no hacen observar más que la pérdida del vestido viejo. En cambio, Lucas subraya la del viejo y el nuevo, sin emitir ningún juicio de valor, sino constatando solamente una incompatibilidad. El mismo juicio explica el v. 39a (mientras que el v. 39b no parece ser sino una explicación bastante torpe, incluso mal expuesta desde el punto de vista literario).

         El bebedor de vino viejo no dice que el nuevo sea malo; afirma solamente que no puede beberse después de haber probado el viejo, puesto que sus aromas son incompatibles. El que no ha conocido al Esposo y desea participar de su amor no puede al mismo tiempo vivir como si no existiera. El evangelio excluye el compromiso absurdo.

Maertens-Frisque

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         Los fariseos y sus escribas dijeron a Jesús: "Los discípulos de Juan tienen sus ayunos frecuentes y sus rezos, y los de los fariseos también, en cambio los tuyos comen y beben". En el AT, el ayuno y la abstinencia de vino eran signos de austeridad, estaban ligados a la espera del Mesías y simbólicamente significaban que "los tiempos son malos, estamos insatisfechos, hemos perdido el gusto de vivir. Que vengan de una vez los tiempos mesiánicos, de la consolación y de la alegría".

         Jesús les contestó: "¿Queréis que ayunen los invitados a la boda mientras el novio está con ellos?". La respuesta es clara. Los tiempos mesiánicos han llegado. El tiempo de la alegría ha comenzado. Los tiempos mesiánicos no están quietos, y el tiempo de la alegría (de la intimidad con Jesús) no se ha cerrado. ¿Por qué sucede que los cristianos parezcan personas tristes, tan a menudo? Siendo así que poseen la más extraordinaria fuente de alegría, que "el Esposo está con ellos".

         No obstante, Jesús también advirtió: "Llegará el día en que se lleven al novio, y entonces, aquel día, ayunarán". Con esto el ayuno toma una nueva significación, toda ella orientada al recuerdo del esposo, que se ha marchado lejos. Así, pues, nuestra alegría (la más profunda) debiera estar fundada enteramente sobre la presencia o ausencia de Jesús. Toda nuestra vida se juega sobre ese doble signo.

         Y les dijo una 1ª parábola: "Nadie recorta una pieza de un manto nuevo para echársela a un manto viejo; porque el nuevo se queda roto, y al viejo no le irá el remiendo del nuevo".

         Marcos y Mateo subrayan solamente que no sirve de nada remendar un manto viejo, porque el tejido nuevo tira del viejo. Lucas es más radical, y muestra que entre lo nuevo y lo viejo hay una incompatibilidad total, pues cortar un manto nuevo para remendar otro viejo es estropear los dos. Jesús es consciente de que aporta una novedad radical: el mundo antiguo ha desaparecido, y ya no está vigente.

         ¿Por qué sucede, tan a menudo, que los cristianos aparezcan como gente vuelta hacia el pasado? ¿Y yo? ¿Miro hacia el pasado o hacia el porvenir? Tengo aún ante mí una maravillosa aventura. Falta mucho todavía para que mi corazón sea nuevo, para que descubra más y mejor el amor de mis amigos, de mi cónyuge, de mis hijos. No, nada queda estereotipado, nada está acabado. La evangelización está en sus comienzos, lo mismo que la Iglesia.

         Esto proporciona una alegría humilde y discreta, al descubrir todo lo que en este momento Dios está en trance de renovar, de hacer nuevo. Incluso la vejez puede ser vida ascendente. Mi verdadero nacimiento es mañana, cuando entraré por fin en la vida ¿Vivo yo en tensión hacia ese día de renovación?

         Tras lo cual, les dijo una 2ª parábola: "Nadie echa tampoco vino nuevo en odres viejos, porque si no, el vino nuevo revienta los odres; el vino se derrama y los odres se echan a perder. No, el vino nuevo hay que echarlo en odres nuevos".

         En esta otra corta parábola la insistencia está todavía en la incomparabilidad. El evangelio excluye el compromiso: un poco de la vieja religión y un poco de la nueva. La Nueva Alianza, a pesar de la continuidad con la Antigua Alianza, es verdaderamente una novedad: Dios hecho hombre.

         En efecto, nadie querrá otro tipo de vino cuando ha experimentado el vino añejo, porque dirá que "el añejo es el bueno". Bajo una apariencia contradictoria, es exactamente la misma lección: después de haber saboreado el "buen vino", no se saborea gustosamente el menos bueno, ya que su bouquet es incompatible. Quedémonos con el bueno.

Noel Quesson

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         Empiezan hoy las discusiones de Jesús con los fariseos, cuando éstos se presentan y le preguntan: "¿Por qué no ayunan tus seguidores, como hacen todos los buenos judíos, los fariseos y los discípulos del Bautista?". Es decir, acusan a los discípulos de que "comen y beben", lo mismo que achacarán a Jesús (Lc 7, 33).

         El tema no es tanto si ayunar o no, o si el ayuno entra en el programa ascético de Jesús. Él mismo había ayunado 40 días en el desierto, y la comunidad cristiana dedicará 2 días a la semana (miércoles y viernes) al ayuno. Jesús no elimina el ayuno, esa práctica tan arraigada en la espiritualidad de su pueblo.

         El interrogante gira en torno a si ha llegado o no el Mesías. El ayuno previo a Jesús tenía un sentido de preparación mesiánica, con un cierto tono de tristeza y duelo. Seguir haciendo ayuno es no reconocer que ha llegado el Mesías. Ha llegado el Novio. Sus amigos están de fiesta. La alegría mesiánica supera al ayuno, y sólo cuando les "sea quitado" el Novio volverán a hacer ayuno, aunque no con tono de espera ni de tristeza.

         Sobre todo, Jesús subraya el carácter de radical novedad que supone el acogerle como enviado de Dios. Lo hace con la doble comparación de la "pieza de un manto nuevo en un manto viejo" y del "vino nuevo en odres viejos".

         Aceptar a Jesús en nuestras vidas comporta cambios importantes. No se trata sólo de saber unas cuantas verdades respecto a él, sino de cambiar nuestro estilo de vida. Significa vivir con alegría interior. Jesús se compara a sí mismo con el Novio y a nosotros con los "amigos del Novio". Estamos de fiesta. ¿Se nos nota? ¿O vivimos tristes, como si no hubiera venido todavía el Salvador?

         Significa también novedad radical. La fe en Cristo no nos pide que hagamos algunos pequeños cambios de fachada, que remendemos un poco el traje viejo, o que aprovechemos los odres viejos en que guardábamos el vino anterior. La fe en Cristo pide traje nuevo y odres nuevos. Jesús rompe moldes. Lo que Pablo llama "revestirse de Cristo Jesús" no consiste en unos parches y unos cambios superficiales.

         Los apóstoles, por ejemplo, tenían una formación religiosa propia del AT, y les costó ir madurando en la nueva mentalidad de Jesús. Nosotros estamos rodeados de una ideología y una sensibilidad neopagana, y también estamos obligados a ir madurando. El vino nuevo de Jesús nos obliga a cambiar los odres.

         El vino nuevo implica actitudes nuevas, maneras de pensar propias de Cristo, que no coinciden con las de este mundo. Implica cambios profundos de mentalidad, y no meros retoques externos. Implica eliminar todo lo que haga incompatible el traje de este mundo (odres viejos) con el de Cristo (vino nuevo). Por eso cada día venimos a escuchar, en la misa, la doctrina nueva de Jesús y a recibir su vino nuevo.

José Aldazábal

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         Los contemporáneos de Jesús parecían más atentos a ver lo que hacían los demás (en este caso, los discípulos) que a empeñarse ellos mismos en hacer el bien. Y por eso van y le plantan a Jesús que por qué no ayunaban sus discípulos? ¡Qué empeño ponemos en medir a todos por el propio rasero!

         En efecto, las personas tenemos miedo de pasarnos en la entrega a los demás y queremos normas minuciosas que permitan que la bondad sea medible según una norma clara. Si yo ayuno, tú también. Si doy limosna, tú no puedes ser menos. Si reparto mis bienes a los pobres, no tienes ningún derecho a quedarte con los tuyos. Si soy fiel a mis compromisos, no te consentiré ni el más pequeño desliz.

         La lista podría ser larguísima. Estoy segura de que cada quien podrá añadir sus propias exigencias. ¿Terminaremos de entender alguna vez que la mayor novedad de Jesús es el amor y que el amor no puede encasillarse en pautas prefijadas? No podemos poner el "vino nuevo" de Jesús en los "odres viejos" de nuestras mezquindades. Hoy quisiera invitaros a todos a suplicar juntos al Señor vino y odres para que su novedad se instaure definitivamente en nuestras vidas.

Olga Molina

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         El evangelio de hoy nos ofrece la oportunidad de reflexionar sobre la manera de ser un servidor de Cristo. Es difícil hablar de esto, porque lo más fácil es caer en la crítica barata y la descalificación superficial, asumiendo así el rol del moralista estúpido. Criticar a nuestra Iglesia, desde dentro o desde fuera, es muy sencillo (y lo digo con pena) y además parece ser una práctica muy antigua, como se ve en las cartas de Pablo.

         A mí, en lo personal, no me importa si vosotros o un tribunal de justicia de este mundo se ponen a averiguar si hago bien o mal. Así mismo, me trae sin cuidado el murmullo del pueblo, que por lo visto también le llegó a Jesús, cuando le dijeron: "Los discípulos de Juan el Bautista y los seguidores de los fariseos siempre dedican tiempo para ayunar y para orar. Tus discípulos, en cambio, nunca dejan de comer y de beber".

         En su evangelio, Jesús no duda en romper los esquemas del pensamiento común y nos prepara a lo que será también el mensaje del evangelio de mañana: si hay que transgredir las reglas para demostrar al mundo entero que nos sentimos felices de estar con el Novio, con Cristo, hay que ser valientes y hacerlo, sin preocuparnos de lo que piensen los demás, de las instituciones, de la sociedad y, si hace falta, de las leyes también.

Carlo Gallucci

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         En nuestra reflexión sobre el evangelio de hoy, vemos la trampa que hacen los fariseos y los maestros de la ley, cuando tergiversan una cuestión importante. Sencillamente, ellos contraponen el "ayunar y rezar" de los discípulos de Juan y de los fariseos, al "comer y beber" de los discípulos de Jesús.

         Jesucristo nos dice que en la vida hay un tiempo para ayunar y rezar, y que hay un tiempo de comer y beber. Eso es: la misma persona que reza y ayuna es la que come y bebe. Lo vemos en la vida cotidiana, cuando contemplamos la alegría sencilla de una familia. Y vemos que, en otro momento, la tribulación visitaba aquella familia. Los sujetos son los mismos, pero cada cosa a su tiempo: "¿Podéis acaso hacer ayunar a los invitados a la boda mientras el novio está con ellos? Días vendrán" (v.34).

         Todo tiene su momento, y bajo el cielo hay un tiempo para cada cosa, "un tiempo de rasgar y un tiempo de coser" (Qo 3,7). Estas palabras, dichas por un sabio del AT (no precisamente de los más optimistas), casi coinciden con la sencilla Parábola del Vestido Remendado. Y seguramente coinciden de alguna manera con nuestra propia experiencia. La equivocación es que en el tiempo de coser, rasguemos; y que durante el tiempo de rasgar, cosamos. Es entonces cuando nada sale bien.

         Nosotros sabemos que como Jesucristo, por la pasión y muerte, llegaremos a la gloria de la Resurrección, y todo otro camino no es el camino de Dios. Precisamente, Simón Pedro es amonestado cuando quiere alejar al Señor del único camino: "Tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres" (Mt 16, 23).

         Si podemos gozar de unos momentos de paz y de alegría, aprovechémoslos. Seguramente ya nos vendrán momentos de duro ayuno. La única diferencia es que, afortunadamente, siempre tendremos al novio con nosotros. Y es esto lo que no sabían los fariseos y, quizá por eso, en el evangelio casi siempre se nos presentan como personas malhumoradas. Admirando la suave ironía del Señor que se trasluce en el evangelio de hoy, sobre todo, procuremos no ser personas malhumoradas.

Frederic Rafols

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         Los fariseos, según muestra el evangelio de hoy, eran capaces de ayunar sin tristeza, es decir, sin motivo. Ayunaban porque estaba mandado ayunar. Este modo de obrar es sumamente peligroso porque el que ayuna sin razón también reza luego sin razón y es posible que esté viviendo sin razón alguna para vivir.

         Cristo sorprende a estos que practican sin motivo su religión recordándoles que todo tiene en realidad sus causas y motivos. Y que si lo que necesitan es una buena causa para estar tristes y ayunar, esa causa vendrá pronto con la partida del Novio (es decir, de él mismo).

         Se trata de un razonamiento puro y hermoso: si toda la alegría es Cristo, si él mismo es la Buena Noticia para todos los pueblos, no hay tristeza mayor que perder a Cristo y no hay ayuno más lógico que el de aquellos que se ven privados del pan bajado del cielo.

Nelson Medina

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         El evangelio de hoy está lleno de significado, y nos presenta el hecho de que el cristiano, una vez que ha decidido vivir de acuerdo al evangelio, no puede ya tener los mismo patrones de vida, pues en muchas ocasiones estos serán incompatibles con el mensaje de Jesús. Por ello muchas veces hay que cambiar de ambientes, de lecturas, de conversaciones, incluso de amistades.

         Por otro lado, nos hace ver cómo el cristianismo, visto desde fuera (desde la vanalidad y comodidad del mundo), puede parecer no solo extraño sino incluso falto de vida y sabor. No faltan los comentarios en los cuales se critica a los cristianos como personas aburridas y sin gozo (la verdad quien da esta impresión no está viviendo realmente la vida cristiana).

         Sin embargo, la vida cristiana es el vino añejo, nadie piensa que pueda ser bueno, pero una vez que se prueba no se quiere dejar. Quien ha tenida la experiencia de dejarse llenar por Dios no querrá nunca más experimentar la vaciedad del mundo. Pídele a Jesús que llene tu vida con su amor, y no te arrepentirás.

Ernesto Caro

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         Nosotros estamos con el Señor, como amigos invitados al banquete de bodas. Él ya nos había dichos que "vosotros sois mis amigos, si cumplís mis mandamientos". No basta, por tanto, estar en intimidad con él a través de la oración, incluso prolongada. Mientras no estemos dispuestos a escuchar su Palabra y a ponerla en práctica, el Señor no podrá decir que somos sus amigos, y mucho menos de su familia como nos lo dice en otra ocasión: "El que cumple la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre".

         Cuando en verdad permitamos al Espíritu Santo renovar nuestra vida, entonces seremos criaturas nuevas en Cristo; entonces la vida de fe en el Señor no será sólo un parche en nosotros, ni algo nuevo que llega a un corazón que continúa cargando con el hombre viejo, que se corrompe siguiendo la seducción de las concupiscencias.

         De nosotros se espera una vida que manifieste la alegría de sabernos amados y unidos a Cristo; sin embargo, al contemplar que hay muchos que viven separados de él, o que ni siquiera han oído hablar de él, nos ha de llevar a sacrificarnos a favor de ellos, poniendo todo nuestro empeño en hacer que el Señor llegue a habitar en todos para que nuestra humanidad se renueve en el amor, la verdad, la justicia, la solidaridad y la comunión fraterna.

José A. Martínez

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         Cuando decimos de Cristo todo lo anterior, estamos hablando lenguaje religioso nuevo, nos estamos abriendo a un panorama nuevo de salvación eterna, estamos haciendo una valoración nueva de todas las cosas. Dada la novedad que es Cristo en la historia de la salvación, todos los aspectos que podemos considerar en su vida y persona tienen una elevación espiritual tan grande que no pueden valorarse con criterios pasados y caducos. Él es el quicio y fuente de toda vida según el Espíritu. Y desde el Espíritu ha de entenderse la teología y vida.

         Ya no será la mera ley lo que nos gobierne sino la gracia de Cristo;  ya no será nuestro Dios un dios lejano, distante; será un amor creador y vivificador que continuamente nos alimenta y acompaña, incluso cuando pensamos que se halla lejos de nosotros.

         Vivir esa vida en Cristo es participar de las bodas del Cordero, que unen humanidad y divinidad, que nos hace de siervos hijos, de enemigos amigos. ¡Gran novedad! Hagamos de la fidelidad a Cristo el empeño de nuestra vida. Sólo con él y en él encontraremos el sentido pleno de nuestra existencia.

Dominicos de Madrid

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         El presente texto tiene 2 unidades literarias. La 1ª trata del problema del ayuno (5, 33-34), y la 2ª presenta unas parábolas antiguas (vv.36-39). En cada unidad se introduce una nota de carácter aclaratorio (vv.35.39).

         La 1ª unidad literaria (vv.33-34) trata del tema del ayuno. Se alude a una larga tradición, que practican los fariseos sometiéndose a la forma de ley del AT, y que practican los discípulos de Juan el Bautista, al igual que otros miembros de grupos religiosos de entonces.

         Al contrario de todos estos grupos, los discípulos de Jesús no observan el ayuno. La causa estriba en una actitud fundamental de la Iglesia, que vive en el tiempo de la boda (con su esposo Jesús) en el momento presente. Y también en un sentimiento: la alegría, porque el Reino (o proyecto de Jesús) ha despuntado, irrumpiendo en la historia y en el mundo de manera definitiva.

         Pero en esta actitud fundamental de la Iglesia (la alegría) está unida a la tristeza de la partida de Jesús, velado tras la Pascua. No podemos olvidar que la penitencia cristiana está fundada sobre la experiencia básica de la llegada de la salvación. Según el contexto de Lucas, el auténtico sentido de esa penitencia se traduce en forma de fraternidad y amor al prójimo.

         La 2ª unidad literaria presenta 2 parábolas (vv.36-37) que expresan la novedad del mensaje de Jesús. No es posible remendar un manto viejo (judaísmo, religiosidad antigua) añadiéndole pequeños trozos de evangelio. Sino que hay que confeccionar un manto enteramente nuevo a partir de las palabras y los gestos de Jesús. Porque no se puede verter el nuevo y poderoso vino (del evangelio) en los antiguos odres carcomidos (de la religiosidad judía). Quien acepte a Jesucristo tiene que cambiar sus odres, y encontrar una manera enteramente nueva de existencia.

Confederación Internacional Claretiana

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         Todos los grupos religiosos y sociales judíos eran muy celosos en el cumplimiento de la ley, y la ley formaba al verdadero Israelita.

         Los discípulos de Jesús, en cambio, se caracterizaron por ser unos permanentes infractores de las minucias legales. Se movían y actuaban en sábado, no vivían pendientes de las purificaciones rituales, y no ayunaban en los tiempos reglamentados para esto.

         Tal actitud desquiciaba por igual a los fariseos y a los discípulos del Bautista, que no comprendían cómo estos pescadores y campesinos galileos vivían en permanente alegría, y después decían que eran religiosos. El ambiente festivo iba, según los legalistas, en contra de la seriedad y solemnidad de la religión judía.

         La respuesta de Jesús no se apoya en grandes y eruditas distinciones reglamentarias. Sus comparaciones ilustran la novedad absoluta que él inaugura en el pueblo de Dios. Para Jesús, la vida gozosa y exigente de la comunidad apostólica es el criterio que establece un nuevo modo de vivir la relación con Dios: ya no mediados por minucias de la ley, sino por el Espíritu que vivifica y produce gozo. Espíritu mismo que anima las Escrituras y que lanza al ser humano a abrirse a la acción de Dios, de modo que el Reino se realiza aquí y ahora.

         Hoy estamos muy propensos a vivir un cristianismo rígido, ayuno de la alegría del reino de Dios. El Maestro nos invita a que participemos de la fiesta que significa su presencia entre nosotros. Felices los cristianos que vivan la alegría de su Espíritu Santo.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         Nos adentra hoy el evangelista en uno de aquellos días de ayuno riguroso, que todo judío piadoso respetaba escrupulosamente. Ayunaban los discípulos de Juan el Bautista y ayunaban los fariseos, y todos estaban de ayuno menos los discípulos de Jesús.

         Semejante descuido, que parece denotar falta de aprecio por las observancias preceptivas de la tradición judaica, no pasa desapercibido a los que estaban al tanto de todo lo que sucedía a su alrededor. Y de hecho, pronto llega la censura de los observantes: Los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos ayunan y oran. ¿Por qué los tuyos no?

         La pregunta era un reproche a la inobservancia de los discípulos de Jesús en materia de ayuno, como si el maestro de tales discípulos hubiese descuidado este capítulo de la disciplina penitencial y del manual del buen judío.

         Jesús habría podido responder a la crítica de los fariseos remitiéndose a la censura que hace el profeta Isaías de los ayunos de sus antepasados:

"Mirad: el día de ayuno buscáis vuestro interés y apremiáis a vuestros servidores. Mirad: ayunáis entre riñas y disputas, dando puñetazos sin piedad. No ayunéis como ahora, haciendo oír en el cielo vuestras voces. ¿Es este el ayuno que el Señor desea para el día en que el hombre se mortifica? Mover la cabeza como un junco, acostarse sobre saco y ceniza, ¿a eso lo llamáis ayuno, día agradable al Señor?" (Is 58, 3-5).

         Pero no, en esta ocasión Jesús no responde con el ataque, y se limita a señalar una particularidad del momento para justificar la conducta de sus discípulos: ¿Es que pueden ayunar los amigos del novio mientras el novio está con ellos? Mientras tienen al novio con ellos no pueden ayunar. Llegará un día en que se lleven al novio; aquel día sí que ayunarán.

         En tiempo de bodas no hay espacio para el ayuno, pues el ayuno es una práctica de carácter penitencial. También el ayuno tiene su tiempo, y por eso se señalan días de ayuno. Y los días que viven los discípulos de Jesús, en compañía de su Maestro, no son días para el ayuno, sino para disfrutar de esa compañía y sacar provecho de esa relación de amistad y discipulado.

         Son días para el aprendizaje y para el fortalecimiento de esa relación esponsal. Ya llegará el momento en que les arrebaten esa presencia (la presencia del novio) y se vean forzados a ayunar, haciendo duelo y guardando luto por el muerto.

         Porque ese será, en 1º lugar, el ayuno que les vendrá exigido: la privación de ese novio (amigo, maestro, señor), con el que han convivido durante algún tiempo y a quien han acompañado a todas partes como discípulos y testigos de su mesiánica actividad.

        Tras saborear la amargura de este ayuno, y tras ser privados de esta compañía, ya vendrán otros muchos ayunos exigidos por la misma misión. Son todos esos ayunos que acompañan al misionero que se ve obligado a renunciar a tantas cosas (patria, casa, familia, amistades, lengua, cultura, seguridades...) por imperativo de la misión asumida en nombre de Cristo.

         Jesús no parece conceder demasiada importancia al ayuno en sí mismo, sino que más bien lo ve como consecuencia de algo o en función de otra cosa. Hay ayunos que derivan de un seguimiento, de la asunción de un trabajo, de la consecución de un objetivo, de una relación personal o de un compromiso. Son el efecto de ese seguimiento, de ese objetivo pretendido o de esa relación que exigen tales privaciones.

         Son los ayunos del misionero que marcha a un país desconocido, o del estudiante que prepara una oposición, o del enamorado que por amor es capaz de renunciar a muchas cosas, o del atleta que para conseguir la victoria se abstiene de tantas apetencias.

         La privación por privación no tiene ningún sentido, y el ayuno siempre tiene su razón de ser en otra cosa, en aquello para lo que se ayuna. Por eso, subsiste únicamente como parásito de la limosna a la que se orienta, de la oración que le reclama, del amor por el que se ayuna.

         Por eso, cuando pierde esta correlación o funcionalidad, es equiparable (tal es la comparación que usa Jesús) al remiendo de paño que se coloca sobre un manto pasado, que la pieza (nueva) tira del manto (viejo) y deja un roto peor.

         Tales eran los ayunos que denunciaba el profeta Isaías, como no agradables a los ojos de Dios: los remiendos en unas vidas que no atendían a la voluntad de Dios (el cual prefería la misericordia al sacrificio y a los ayunos, sobre todo cuando estos estaban desconectados de la misericordia y sus obras, o eran causa u ocasión de disputas o acciones en las que brillaba por su ausencia la misericordia).

         Aquellas prácticas penitenciales tenían, por tanto, el aspecto de un remiendo en un manto viejo. No arreglaban nada de lo que estaba desarreglado en la vida de tales practicantes. Y como decía Jesús, nadie echa vino nuevo en odres viejos, porque revienta los odres y se pierden el vino y los odres; a vino nuevo, odres nuevos.

         Entre el vino y los odres tiene que haber correspondencia o maridaje (a vino nuevo, odres nuevos). Pues lo mismo sucede con las prácticas en las que se expresa la vida o la fe de una persona: a vida cristiana, nuevas cristianas.

         Para que una práctica (ya sea de oración, de limosna o de ayuno) sea cristiana tiene que llevar el carácter (espíritu y motivación) y la razón de ser de lo cristiano. Sólo ahí, enmarcadas en lo cristiano, y como expresión de la misericordia y del amor cristiano, tendrá su valor. San Pablo lo entendió perfectamente: Podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aun dejarme quemar vivo; si no tengo amor de nada me sirve (1Cor 13, 3).

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 06/09/24     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A