3 de Octubre

Jueves XXVI Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 3 octubre 2024

a) Job 19, 21-27

         Job contesta hoy a Bildad, pero no exactamente a sus palabras (pues éstas no aportan nada nuevo) sino a través de sus palabras, de las cuales se sirve para seguir ahondando su teodicea. En este caso, viene a decir que no son las potencias del mal (contra lo que cree Bildad) las que han reducido a Job a la situación de castigo de sus pecados, sino que es toda la creación la que está sometida a juicio.

         Es decir, que la sentencia tradicional de los sabios no sirve, pues en este mundo (según Job) son castigados todos los seres humanos, incluyendo también los inocentes. Como buen oriental, Job no matiza esta sentencia, y de ella hace responsable directamente a Dios. Por supuesto, el concepto que sus amigos tienen de Dios queda por el suelo, pues ver en el mal una obra de las potencias enemigas de Dios sería lo mismo que profesar el maniqueísmo.

         La situación de Job es triste, pues su mujer le desprecia, sus siervos no le obedecen, sus hijos le desdeñan, y él pide piedad. Pero él sigue a lo suyo, y consciente de su inocencia (que es lo que da sentido al drama) ansía que sus palabras "se graben en roca firme, para que se conserven eternamente". En cualquier caso, hay que darle la razón.

         A partir del v. 25 leemos el gran acto de fe de Job que la liturgia aplica, en la misa de los difuntos, a la esperanza de la salvación. Las palabras de Job no tienen exactamente el sentido que les da la liturgia, como tampoco hay que ver a Jesús en el vocablo goel.

         Según el Levítico (Lv 25, 25), goel es el que puede hacer valer un derecho: "Si un hermano tuyo se arruina y vende parte de su propiedad, vendrá el rescatador (goel), su pariente más próximo, y rescatará lo vendido por su hermano". Según esto, Job desea que se examine su causa, aunque sea después de la muerte. De hecho, el autor del libro desconoce en realidad la resurrección (y todos los libros del AT, hasta la llegada de Daniel).

         La fuerza de Job está precisamente en que espera en Dios, sin conocer una recompensa en la otra vida. Y en que, aunque sólo piense en la vida umbrátil del sheol, quiere ver el triunfo de su causa. Así el libro de Job preludia la idea de la resurrección, y aclara el concepto de Dios: Dios no se reduce a nuestras pobres concepciones (con frecuencia interesadas), las que tenían los amigos de Job.

Josep Mas

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         Rechaza hoy Job la consolación que le ofrecen sus amigos, diciéndoles: "Callaos, no aumentéis mi pena, y guardad silencio a mi alrededor". Tras lo cual pasa directamente a acusarles: "¿Por qué me perseguís, vosotros mis amigos, como hace Dios?". Y a proponerles su propia visión de las cosas: "Quisiera que se escribiera lo que voy a deciros, y que mis palabras se grabaran sobre bronce con punzón de hierro y buril, y que para siempre en la roca se esculpieran".

         En efecto, Job es consciente de que lo que ahora dirá es decisivo, en unas palabras que la Iglesia ha seleccionado para su liturgia de difuntos: "Sé que mi libertador está vivo, y que al final se levantará sobre el polvo de los muertos".

         Job se halla a las puertas de la muerte, y no ha ganado su pleito. Y por lo menos desea que sus palabras queden grabadas de modo definitivo sobre un material indestructible, para que después de su muerte su proceso (la defensa del inocente, frente a su injusto sufrimiento) pueda continuarse. En efecto, hay que afrontar la muerte misma para descubrir el sentido último del sufrimiento.

         En líneas generales, la respuesta final a esta cuestión, viene a decir Job, no está aquí abajo, sino que hay que esperar hasta el final para juzgar la obra de Dios: "Tras mi despertar me mantendré en pie y con mis ojos de carne veré a Dios". ¿Cómo no ver en esas palabras el anuncio de la resurrección?

         Vimos ayer que la respuesta de Job a la pregunta clave ("¿por qué existe el mal, el sufrimiento y la muerte?") era clara y nítida: "El mal es incomprensible, pero soy demasiado débil para comprender, y quiero confiar en Dios que ha hecho cosas tan buenas y tan hermosas". Hoy su pensamiento ha progresado, hasta el punto de creer que nada es imposible para Dios.

         Incluso la muerte no puede ser un obstáculo para Dios. O más todavía: aunque todas las apariencias terrenas me digan lo contrario, yo continúo creyendo en Dios. La fe es una apuesta, un salto total en lo desconocido total, una confianza absoluta en "aquel a quien me he confiado".

         Sí, responde Job, "yo mismo veré a Dios, y cuando mis ojos le miren, él no se apartará de mí". El punto final será ese, en el más allá y no antes ni en otra parte. Es decir, que la obra de Dios en la tierra está inacabada, y hay que esperar el final.

         Con todo, y aún a sabiendas de que el horizonte no se iluminará aquí abajo, y de que no ganará el proceso antes de morir, Job sigue luchando a pesar de todo, esperando una salvación. Y lo hace porque sabe que, aunque se lance hacia lo desconocido, de la mano de Dios no caerá en la nada, sino en las manos del Padre: "Veré a Dios con mis ojos, y él no se apartará de mí". Así lo hizo Jesús: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu".

Noel Quesson

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         Sigue doliéndole hoy a Job la llaga del sufrimiento, y sigue reafirmando su inocencia frente a las dudas de sus amigos contertulios, que quieren convencerle de que los males que le afligen se deben a sus pecados. Y lo hace con una queja desgarradora: "Piedad de mí, amigos míos, que me ha herido la mano de Dios, y desfallezco de ansias en mi pecho".

         En el fondo, Job tiene fe en Dios, y aunque en el AT todavía no se tenía una idea clara sobre la otra vida, él se fía de Dios e intuye de alguna manera lo que más adelante se revelará más plenamente: "Sé que está vivo mi redentor, y veré a Dios". Este redentor es por el momento (s. V a.C) la figura del goel, que es "el pariente más próximo que sale en defensa de una viuda o de un huérfano, o de uno que ha sido tratado injustamente" (Lv 25, 25).

         En el leccionario de las exequias de difuntos aparece esta lectura de hoy, y nosotros sí que podemos decir con razón "sé que mi redentor vive". Para nosotros, nuestro Redentor es Jesucristo, en quien todo dolor y muerte tienen su sentido más profundo. Por el bautismo ya fuimos incorporados a su muerte y a su resurrección. A ambas cosas juntas, y no sólo al dolor sino también a la vida, y no sólo a la vida sino también al misterio del dolor.

         Esto ilumina la vivencia de los momentos difíciles, y nos ayuda a poder comunicar a otros nuestra fe y esperanza. Cuando nos encontramos cerca de alguien que sufre, o que tal vez se rebela contra Dios, ¿cómo le ayudamos? ¿Como los amigos de Job, que en vez de ayudarle le hunden más? ¿O pretendemos darle argumentos imposibles? ¿Sabemos transmitirles nuestra esperanza, con nuestra presencia y apoyo?

         Jesús, en su crisis de Getsemaní, buscó la amistad y la cercanía de Pedro, de Santiago y de Juan, pero no la encontró porque estaban dormidos. ¿Nos enteramos de cuándo alguien necesita nuestra cercanía? ¿O cuando él nos busca estamos perdidos?

         El salmo responsorial de hoy, una vez más, nos quiere infundir sentimientos de fe y confianza en Dios. No entendemos el misterio del mal ni de la muerte, pero sí sabemos confiar en Dios, que es siempre Padre: "Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida. Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro. Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo y espera en el Señor".

José Aldazábal

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         Las cosas se han complicado para Job, y Dios parece haberse olvidado de él en medio de su dolor. E incluso sus amigos también le han dicho que son sus pecados los que le han llevado a esa situación tan ruin. Pero Job sigue fiel a Dios, y está dispuesto a morderse su propia carne con tal de no abrir la boca para enjuiciar u ofender a Dios.

         Por eso él sigue creyendo que, incluso después de la muerte, Dios lo defenderá y salvará, pues no habrá encontrado malicia en él. Entonces podrá contemplar a Dios y alegrarse en él. Esta es su firme esperanza, y lo que le mantiene fiel en medio de la prueba tan difícil por la que está pasando.

         También a nosotros hay veces en que la vida se nos complica, y en que la desgracia se ceba sobre muchos sectores de la sociedad, y en que hasta naturaleza se desata contra la gente más débil. Entonces, ¿por qué calla Dios? ¿O es que se ha olvidado de nosotros? Pero preguntémonos rigurosamente: ¿Tiene la culpa Dios, o los malvados? ¿Es Dios responsable del calentamiento de la tierra, o somos nosotros los que la destrozamos?

         Mejor es que cerremos la boca y nos pongamos a escuchar la palabra de Dios, antes de echarle a él la culpa de algo que es nuestro. Y por supuesto, comencemos a amarnos unos a otros, para que vivamos con mayor amor y mayor justicia. Aprendamos a utilizar racionalmente los recursos naturales, y Dios quiera que algún día se cumplan nuestras esperanzas de ver un mundo mejor y con todas las personas implicadas en sofocar el sufrimiento. Y mientras tanto, cerremos la boca.

         Con humildad y persistencia, dirijámonos a Dios para pedirle que nos dé capacidad para superar nuestros egoísmos, para saber configurar una comunidad mundial llena de respeto y cariño. Y sepamos que el Señor, entonces, caminará con nosotros, dispuesto a lliberarnos de todo aquello que nos oprime y destruye.

Dominicos de Madrid

b) Lc 10, 1-12

         "Después de esto, el Señor designó a otros setenta y dos" (v.1a). En paralelo con la elección y misión de los Doce (Lc 6, 13) como paradigma, Lucas redacta la misión de hoy bajo el signo de la universalidad, a fin de dar perfiles definidos a la nueva llamada de discípulos que acaba de realizar en territorio samaritano (Lc 9, 57-62). Pues la misión de los 12, tanto en territorio judío (Lc 9, 1-10) como en territorio samaritano (Lc 9, 52-53), no ha sido suficiente.

         Jesús, sin embargo, no se desanima. Y "después de esto", es decir, de la llamada de los 3 discípulos anónimos de ayer (Lc 5, 1-11), "designó a otros setenta y dos". Mientras el grupo de los Doce ejemplificaba el nuevo Israel (las 12 tribus), el grupo de los Setenta y Dos tienen ahora que representar a la nueva humanidad (pues según el cómputo judío, las naciones paganas eran 70). De hecho, aquí se habla de 72, pero en la otra variante evangélica se habla de 70.

         Jesús los envía "de dos en dos" (v.1b), formando un grupo o comunidad, con el fin de que muestren con hechos lo que anuncian de palabra. "La mies es abundante y los braceros pocos" (v.2a). La cosecha se prevé abundante, el reinado de Dios empieza a producir frutos para los demás. Cuando se comparte lo que se tiene, hay de sobra: ésta es la experiencia del grupo de Jesús. No hacen falta explicaciones ni estadísticas: la presencia de la comunidad se ha de notar por los frutos abundantes que produce.

         Pero faltan braceros, personas que coordinen las múltiples y variadas actividades de los miembros de la comunidad, animadores y responsables, para que los más necesitados participen de los bienes que sobreabunden. Restringir el sentido de braceros a los sacerdotes, religiosos o misioneros, es empobrecer el texto y la mente de Jesús. Es necesario que haya gente, seglares o no, que tengan sentido de comunidad, que velen para que no se pierda el fruto, que lo almacenen y lo repartan.

         La comunidad ha de pedir que el Señor "mande braceros a su mies" (v.2b). Pedir es tomar conciencia de las grandes necesidades que nos rodean y poner los medios necesarios, quiere decir confiar en que, si se está en la línea del plan de Dios, no puede haber paro entre las comunidades del reino.

         "Id, y mirad que os envío como corderos entre lobos" (v.3). Toda comunidad debe ser esencialmente misionera. La misión, si se hace bien, encontrará la oposición sistemática de la sociedad. Esta, al ver que se tambalea su escala de valores, usará toda clase de insidias para silenciar a los enviados, empleando todo tipo de procedimientos legales. Los enviados están indefensos. La defensa la asumirá Jesús a través del Espíritu Santo, el abogado de los evangelizadores.

         "No llevéis bolsa ni alforja ni sandalias" (v.4a). Como en la misión de los Doce, Jesús insiste en que los enviados no confíen en los medios humanos. Han de compartir techo y mesa con aquellos que los acogen, curando a los enfermos que haya, liberando a la gente de todo aquello que los atormente (vv.5-9a).

         La buena noticia ha de consistir en el anuncio de que "ya ha llegado a vosotros el reinado de Dios" (v.9b). Empieza un orden nuevo, cuyo estallido tendrá lugar en otra situación. El proceso, empero, es irreversible. La comunidad ya tiene experiencia de ello.

         "Cuando entréis en un pueblo y no os reciban, salid a las calles y decidles: Hasta el polvo de este pueblo que se nos ha pegado a los pies nos lo sacudimos para vosotros. De todos modos, sabed que ya ha llegado el reinado de Dios" (vv.10-11). Nada de venganzas ni de compromisos, nada de amenazas ni de Juicios de Dios. "Sacudirse el polvo de los pies" significa romper las relaciones, pero sin guardar odio. Hay mucho campo para correr. El sentido de fracaso es extraño a los enviados.

Josep Rius

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         Jesús elige hoy a 72 mensajeros para anunciar el evangelio. Y éstos, junto con el grupo de los Doce y a las mujeres que le siguieron, se convierten en los primeros anunciadores universales del evangelio. De hecho, tanto para los 72, como para los 12 y para las mujeres, Jesús tiene preparada una idéntica tarea: el anuncio del reino de Dios.

         Las exigencias del Reino no son las de una clase apartada, sino que compromete a todo hombre y a toda mujer que desde su libertad da un definitivo a Dios, para hacer de esta historia un espacio de revelación y de salvación.

         El envío de los Setenta y Dos tiene como horizonte fundamental el reino de Dios, y éste constituye el contenido de toda predicación cristiana, y el horizonte que jamás debemos perder de vista cuando nos referimos a la acción de la Iglesia en el mundo. Los 72 se disponen al seguimiento, y saben que la caminata será difícil y traerá contratiempos. Pero saben también asumir el reto y confían plenamente en el Padre de Jesús, que siempre los estará acompañando y siguiendo, por pedregoso que sea el camino.

         Jesús exige a los Setenta y Dos un desprendimiento radical, y que vivan la misión desde la indefensión. Estas 2 exigencias, llevan a que cada uno ponga la confianza sólo en Dios y a que todo lo que hagan, lo hagan en nombre de ese Padre misericordioso, "que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad".

         La misión encargada a los Setenta y Dos por Jesús, exige prisa, y por ello no se puede perder tiempo. El Reino apremia, y necesita ser proclamado por todas partes y a toda persona, de forma urgente. Este Reino se inicia con la vida de Jesús, y debe extenderse para que la creación llegue a su plenitud.

         Nosotros también tenemos un compromiso con el Reino. Debemos echar mano de todo nuestro empeño, abandonar nuestros egoísmos, dejar la autosuficiencia y ponernos en las manos de Dios para que el Reino acontezca aquí y ahora.

Severiano Blanco

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         Los primeros mensajeros enviados, elegidos de entre los Doce, han fracasado en su misión entre los samaritanos. Por eso Jesús decide nombrar hoy a otros 72, con unas instrucciones básicamente iguales a las dadas a los 12, aunque con algunos añadidos peculiares.

         Comienza Jesús constatando que hay una mies abundante, y que los braceros son pocos. De ahí que sea necesario orar para que Dios envíe más braceros a la mies, y que se sumen a estos 72 (de modo que la cosecha pueda ser recogida en su totalidad). Y a los Setenta y Dos los envía como corderos (animal manso, sumiso y poco agresivo) entre lobos feroces (imagen de la hostilidad del mundo al mensaje del evangelio), pues su misión estará asediada de peligros y adversarios.

         Ya el profeta Isaías había profetizado que un día "el lobo habitará con el cordero" (Is 11, 6), y surgirá una nueva humanidad. Como los 12, no deben llevar los 72 ni bolsa, ni alforja ni sandalias, pues deben ir por el mundo como si estuviesen en el templo, con confianza y eguridad en Dios.

         La misión es urgente (hay que llegar a la ciudad y a la casa cuanto antes), por lo que no se debe perder el tiempo por el camino en saludos interminables. Los misioneros cristianos son portadores de paz en el sentido pleno que esta palabra hebrea (shalom) tiene, o lo que es igual, de progreso, bienestar y desarrollo, y todo ese cúmulo de condiciones que hacen la vida humana plenamente satisfactoria.

         La acogida que reciban deben considerarla como el salario de su trabajo. Al entrar en cada pueblo deben compartir la mesa que le ofrezcan y curar a los enfermos en correspondencia por la acogida y como prueba de la presencia de la cercanía del reinado de Dios. En ningún caso deben andar cambiando de casa, porque lo que cuenta no es el confort o el lujo de la casa donde han sido acogidos. Si no lo son, deben considerarlos como si fuese paganos, anunciándoles igualmente la cercanía del reinado de Dios.

Fernando Camacho

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         Jesús va de camino con sus discípulos hacia Jerusalén, y durante este largo viaje aprovecha para designar a otros 72 discípulos y enviarlos "de dos en dos", con la tarea misionera de preparar el sitio por donde él iba a pasar. Les da estas recomendaciones:

         1º Dios quiere que cambien las relaciones entre los seres humanos, y que todos se vean como iguales y se traten como hermanos. Por eso, tienen que vivir como una familia, sin competencias ni ambiciones. El Reino no es tarea para gente solitaria, y por eso los envío "de dos en dos", para que se ayudasen y cooperasen unos a otros.

         2º El reinado de Dios que van a anunciar va a vencer al mal y a la muerte, se va a enfrentar con los demonios y los van a vencer; va a tener poder para curar y acabar con las consecuencias del dominio del mal sobre el pueblo. Y todo ello porque "el Padre quiere que tengan vida en abundancia".

         3º En el Padre deben poner toda su confianza, más que en los medios humanos. Eso es condición fundamental para quien quiera colaborar con el Reino. Por eso, cuando salgan a algún pueblo no lleven nada de dinero, nada más un vestido, unas sandalias, un bastón. Porque esa pobreza les dará libertad, y será un testimonio más grande que mil palabras, de que el Reino no se impone por la fuerza, sino que se ofrece desprovisto de todo poder, inerme, como el amor.

         También deben aprender a confiar en la comunidad a la que vayan destinados: "Quedaos en la primera casa que encontréis", hasta que termine vuestro trabajo en ese pueblo. Los enviados miraran por ellos, y ellos mirarán por los enviados. Así se irán reconstruyendo las relaciones y la confianza entre ambos, que es lo que Dios quiere.

         4º Contar con que a todos no les va a gustar lo que digáis o hagáis, porque al llegar Dios a reinar, van a cambiar muchas cosas que están mal, y eso va a incomodar a los que viven a costa de los demás. Pero cuando eso suceda, y "os rechacen y no os quieran escuchar, iros de ese pueblo y sacudios hasta el polvo que se os haya pegado a la planta de los pies, como testimonio de protesta contra ellos".

         Lo fundamental que deben tener en cuenta los discípulos de Jesús es que están trabajando en la construcción del reino de Dios, no por su propio reino. Y llenos de entusiasmo se fueron todos, de dos en dos, a predicar que el Reino estaba presente. Anunciaron el perdón y la conversión, expulsaron a los demonios, ungieron con aceite a muchos enfermos y los curaron.

         Nosotros, como los discípulos, nos tenemos que poner en camino para anunciarle al mundo que el reino de Dios esta presente, y que por lo tanto, es urgente que nos convirtamos y asumamos el compromiso de construir una nueva sociedad, donde se hagan realidad los valores del Reino.

Gaspar Mora

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         Hoy Jesús nos habla de la misión apostólica. Y aunque "designó a otros setenta y dos, y los envió" (v.1), la proclamación del evangelio es una tarea "que no podrá ser delegada a unos pocos especialistas", como decía Juan Pablo II. Todos estamos llamados a esta tarea y todos nos hemos de sentir responsables de ella. Cada uno desde su lugar y condición. El día del bautismo se nos dijo: "Eres sacerdote, profeta y rey para la vida eterna". Y hoy, más que nunca, nuestro mundo necesita del testimonio de los seguidores de Cristo.

         Respecto a "la mies es mucha, y los obreros pocos" (v.2), es interesante el sentido positivo de la misión, pues el texto no dice que "hay mucho que sembrar". Quizá hoy debiéramos hablar en estos términos, dado el gran desconocimiento de Jesucristo y de su Iglesia en nuestra sociedad. Una mirada esperanzada de la misión engendra optimismo e ilusión. No nos dejemos abatir por el pesimismo y por la desesperanza.

         De entrada, la misión que nos espera es, a la vez, apasionante y difícil. El anuncio de la verdad y de la vida, nuestra misión, no puede ni ha de pretender forzar la adhesión, sino suscitar una libre adhesión. Las ideas se proponen, no se imponen, nos recuerda el papa.

         Respecto a "no llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias" (v.4), la única fuerza del misionero ha de ser Cristo. Y para que él llene toda su vida, es necesario que el evangelizador se vacíe totalmente de aquello que no es Cristo. La pobreza evangélica es el gran requisito y, a la vez, el testimonio más creíble que el apóstol puede dar, aparte de que sólo este desprendimiento nos puede hacer libres.

         El misionero anuncia la paz, y es portador de paz porque es portador de Cristo, el "príncipe de la paz". Por esto, "en la casa en que entréis, decid Paz a esta casa. Y si hubiere allí un hijo de paz, vuestra paz reposará sobre élla" (vv.5-6). Nuestro mundo, nuestras familias, nuestro yo personal, tienen necesidad de paz. Nuestra misión es urgente y apasionante.

Ignasi Navarro

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         Entre sus discípulos, designó el Señor otros Setenta y Dos y los mandó por delante, de dos en dos, "a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él".

         Lucas es el único que nos relata esta misión de los 72 discípulos. Mateo cuenta aproximadamente las mismas cosas, pero a propósito de una misión de los Doce (Mt 9,37; 10,15). Lucas también dejó escrito una misión equivalente a los Doce (Lc 9, 1-6). El evangelista debió encontrarse con 2 tradiciones diferentes y relató los 2 acontecimientos, no muy distantes el uno del otro, y sin duda para resaltar que la misión no es exclusiva de los Doce.

         La visión de Jesús es muy amplia. El campo misionero se extiende hasta los extremos de la tierra. Jesús considera la abundancia de esa mies, y el gran número de los que se aprestarían a vivir el evangelio. ¿Estoy yo realmente persuadido de la abundancia de esa mies? ¿Permanezco atento, a mi alrededor a los signos positivos que manifiestan que son muchas las personas que estarían dispuestas a acoger a Jesús?

         Pero faltan obreros, obreros prestos a entrar en el absoluto, propio de la vocación divina, tal como quedó expresada ayer. Y de ahí que diga Jesús: "La mies es abundante y los obreros pocos; por eso rogad al dueño de la mies que mande obreros a su mies".

         De entrada y ante esa falta de obreros (que no es sólo una deficiencia de nuestra época), Jesús llegó a una única solución: la oración. En efecto, la vocación apostólica es un don de Dios, o como dijo Pablo: "Es por la gracia de Dios que soy lo que soy" (1Cor 15, 10). En mi plegaria ¿ruego por las vocaciones?

         A continuación, pasa a dar Jesús las consignas de la misión, comenzando por la consigna nº 0: "Id".

         Las consignas de Jesús no son recomendaciones de orden doctrinal y no se refieren principalmente al contenido de la fe que hay que enseñar. Son consignas que versan sobre el comportamiento de los predicadores de la Palabra, sus actitudes concretas, su indumentaria, sus provisiones. ¿Por qué? Sin duda porque, para Jesús, la "misión es ante todo un acontecimiento, un acto. Los misioneros anuncian el reino de Dios ante todo por su modo de vivir.

         La 1ª consigna consiste en la debilidad: "Mirad que os envío como corderos entre lobos". Los enviados de Dios, los misioneros, son en 1º lugar hombres indefensos, pues su fuerza no está en ellos, y tampoco están allí para forzar la adhesión, sino para suscitar una adhesión libre.

         La 2ª consigna consiste en la pobreza: "No llevéis bolsa, ni alforja ni sandalias; y no os paréis a saludar a nadie por el camino". Con ello, los enviados no han de fiarse de los medios humanos, ni dar excesiva importancia a los valores del mundo presente, pues el objetivo final de nuestra vida no se encuentra aquí abajo.

         Efectivamente, ¿por qué tanta preocupación por las seguridades terrestres? La proximidad del Reino que se acerca rápidamente hace irrisorias todas las seguridades. Y el anuncio de esa proximidad es tan urgente que no se debe perder tiempo en saludos ceremoniosos, como suelen hacerlo los orientales.

         La 3ª consigna consiste en la paz y alegría: "Cuando entréis en una casa, lo primero, saludad. Si hay allí gente de paz, la paz que les deseáis se posará sobre ellos; si no, volverá a vosotros". Una comunicación de paz y de alegría. Hay que volver a leer y a meditar de nuevo esas fórmulas admirables y, a su luz, revisar nuestra vida.

         La 4ª consigna consiste en hacer el bien: "Curad a los enfermos que haya en la casa o en la ciudad donde estéis, y decid a los habitantes: Ya os llega el reino de Dios". Apartar el mal y aliviar, pero sobre todo el reino de Dios, y ¡que Dios reine!

Noel Quesson

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         Jesús se hace ayudar hoy en su misión, y esta vez elige y envía a 72 discípulos (según otros códices, a 70) para que vayan "de dos en dos" a prepararle el camino.

         Ante todo, quiere Jesús que recen a Dios, pidiéndole que envíe obreros a recoger la cosecha, porque "la mies es mucha y los obreros pocos". Es hermosa la comparación de los braceros que trabajan en la siega. En otras ocasiones, Jesús habló de los pescadores que recogen una gran redada de peces.

         A estos misioneros les da unos consejos parecidos a los que daba el miércoles de la semana pasada a los Doce: sin alforjas ni sandalias, sin entretenerse por el camino saludando a uno y a otro, dispuestos a ser bien acogidos por algunos, y también avisados de que otros los rechazarán. Ellos, con eficacia y generosidad, deben seguir anunciando que "el reino de los cielos está cerca".

         "Poneos en camino", les dice Jesús. La invitación va ahora para nosotros, para tantos cristianos, sucesores de aquellos Setenta y Dos, que intentamos colaborar en la evangelización de la sociedad, generación tras generación. Todo cristiano se debe sentir misionero. De forma distinta a los Doce y sus sucesores, es verdad, pero con una entrega generosa a la misión que nos encomiende la comunidad.

         Los que nos sentimos llamados a colaborar con Dios en la salvación del mundo, haremos bien en revisar las consignas que nos da Jesús:

         1º Tenemos que rezar a Dios que siga suscitando vocaciones de laicos comprometidos, de religiosos, de ministros ordenados, para que se pueda realizar su obra salvadora con los niños, los jóvenes, la sociedad de nuestro tiempo, los mayores, los enfermos, los pueblos que no conocen a Cristo. Ante todo, rezar, porque es Dios quien salva y quien anima a la Iglesia misionera.

         2º Hemos de ir "como corderos en medio de lobos", pues no se nos han prometido que seremos acogidos por todo tipo de personas.

         3º No debemos llevar demasiado equipaje, pues éste nos estorbaría, y un testigo de Jesús (la Iglesia) debe ser sobrio y mantenerse libre, para poder estar más disponible para la tarea fundamental.

         4º No podemos perder el tiempo por el camino, ni en cosas superfluas. Obviamente, no nos está diciendo Jesús que no saludemos a los demás (pues él siempre tenía tiempo para atender a todos), sino que no nos perdamos por caminos laterales, porque lo urgente es la tarea principal.

         5º Debemos ir anunciando que "está cerca de vosotros el reino de Dios", y comunicando paz a las personas.

         6º No tenemos por qué hundirnos, ni tomarnos la justicia por nuestra mano, ni condenar a derecha e izquierda, por el hecho de ser rechazados, pues ya se encargará Dios, a su tiempo, del juicio.

         Jesús nos dice hoy "poneos en camino, y anunciad que el reino de Dios está cerca". Hagámoslo sin pereza, con sencillez, con ánimo gratuito y no interesado, con serenidad en las dificultades, alegres por poder colaborar en la obra salvadora de Dios, como mensajeros de su paz.

José Aldazábal

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         Jesús, tú te apoyas hoy en estos 72 discípulos para que te preparen el terreno en toda ciudad a donde ibas a ir. Estos discípulos te han seguido en tus últimos viajes y han aprendido la buena nueva directamente de tus labios. Ahora, cuando los necesitas, allí están, dispuestos a lo que haga falta. Éstos son los que han respondido con generosidad a tu llamada; los que no se han excusado con falsas necesidades o dificultades.

         Jesús, aunque son un buen número (72 discípulos), a ti te parecen pocos, y de ahí que digas "la mies es mucha, pero los obreros pocos". Después de 2.000 años, ¡aún queda tanto por hacer! Países enteros que se llaman cristianos y que no conocen de ti más que una oscura sombra de tu rostro. Y países inmensos aún por cristianizar. Realmente, los obreros son pocos.

         ¿Y qué puedo hacer yo, Jesús, ante este panorama? En 1º lugar, no excusarme, y sí preguntarme en la intimidad de mi oración: ¿qué lugar tengo en esta gran misión de anunciar la buena nueva del evangelio? ¿Dónde te puedo servir mejor en esta mies que es el mundo? Y en 2º lugar, rezando más: "Rogad, pues, al señor de la mies que envíe obreros a su mies". Dios mío, llama más gente a que te sirva en esta batalla de paz, en esta siembra de amor. Como decía San Juan Crisóstomo:

"Nada hay más frío que un cristiano despreocupado de la salvación ajena. No puedes aducir tu pobreza como pretexto. La que dio sus monedas te acusará. El mismo Pedro dijo: No tengo oro ni plata. Y Pablo era tan pobre que muchas veces padecía hambre y carecía de lo necesario para vivir. Tú no puedes pretextar tu humilde origen: ellos eran también personas humildes, de modesta condición. Ni la ignorancia te servirá de excusa: ellos eran todos hombres sin letras. Seas esclavo o fugitivo, puedes cumplir lo que de ti depende. Tal fue Onésimo, y mira cuál fue su vocación. No aduzcas la enfermedad como pretexto, Timoteo estaba sometido a frecuentes achaques. Cada uno puede ser útil a su prójimo, si quiere hacer lo que puede" (Homilías sobre Hechos de los Apóstoles, XX).

         Tenemos obligación de llegar a los que nos rodean, de sacudirles de su modorra, de abrir horizontes diferentes y amplios a su existencia aburguesado y egoísta, de complicarles santamente la vida, de hacer que se olviden de si mismos y que comprendan los problemas de los demás. Porque si no, no somos buenos hermano de nuestros hermanos los hombres, que están necesitados de ese gaudium cum pace, de esta alegría y esta paz que quizás no conocen o han olvidado.

         Jesús, como a esos 72 discípulos, también hoy llamas a los cristianos (a mí) y nos envías como corderos en medio de lobos. En un mundo de luchas egoístas y comportamiento oportunista (que en vez de hombres produce lobos hambrientos), tú me muestras otro modelo, tú mismo que eres el Cordero de Dios. El mundo de lobos está dominado por la astucia, la desconfianza y la traición. Por el contrario, tu mundo es un mundo de paz: paz a esta casa.

         Jesús, si quiero ser hijo de Dios, he de ser hijo de paz, promotor del entendimiento y del perdón, hermano de mis hermanos los hombres. Ésta es precisamente la tarea del apóstol a la que me llamas: abrir horizontes diferentes y amplios a la existencia aburguesada y egoísta de los que me rodean. Y para ello, el 1º que debe cambiar soy yo, olvidándome de mí mismo para atender los problemas de los demás.

Pablo Cardona

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         Jesús designa hoy, de entre los discípulos que lo seguían con plena disponibilidad, a 72 de ellos para que fueran delante de él, preparando las almas para su llegada. Y les dijo: "La mies es mucha y los obreros pocos" (Lc 10, 1-12).

         Hoy también el campo apostólico es inmenso: países de tradición cristiana que es necesario evangelizar de nuevo, nuevos pueblos sedientos de doctrina, el trabajo, la universidad, los medios de comunicación. Algunos países padecen el indiferentismo, el secularismo, el ateísmo, el bienestar económico y el consumismo, entremezclados de pobreza y miseria lacerantes. En definitiva, viven "como si no hubiera Dios".

         La fe tiende a ser arrancada de cuajo inclusive en los momentos más significativos de la existencia, como nacer, sufrir y morir. Ahora es tiempo de esparcir la semilla divina y también de cosechar. La mies es mucha y los obreros pocos, pero tú, ¿al menos rezas diariamente por esta intención?

         El Señor quiere servirse ahora de nosotros como hizo con sus discípulos. Antes de enviarlos al mundo entero, les hizo vivir como amigos en su intimidad, les dio a conocer al Padre, les reveló su amor y sobre todo, se los comunicó. Con esta caridad hemos de ir a todos los lugares, pues como dice el Concilio Vaticano II, "el apostolado consiste sobre todo en manifestar y comunicar la caridad de Dios a todos los hombres y pueblos" (Ad Gentes).

         Los demás deberán vernos dispuestos siempre a servir, sin rencores, sin hablar nunca mal de nadie, piadosos, alegres y laboriosos. Cuando nadie quede excluido de nuestro trato y de nuestra ayuda, estaremos dando testimonio de Cristo.

         Junto a la caridad, nuestra alegría es aquella que el Señor nos prometió en la Ultima Cena (Jn 16, 22), la que nace del olvido de nuestros problemas y de la intimidad con Dios. La alegría es esencial en el apóstol porque es el portador de la Buena Nueva, el mensajero gozoso de Aquel que trajo la salvación al mundo.

         La alegría del cristiano tiene su fundamento en su filiación divina, en saberse hijo de Dios en cualquier circunstancia. Junto a la caridad y la alegría, hemos de saber expresar la posesión de la única verdad que puede salvar a los hombres y hacerlos felices. Pidamos a la Reina de los Apóstoles que nos ayude a ser obreros eficaces en la mies del Señor.

Francisco Fernández

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         En el pasaje evangélico de hoy Jesús nos enseña a hacer apostolado. Es decir, a actuar como actuaría un discípulo de Cristo. Pero antes de mandarlos les dice algo que parece más un lamento que una orden: "La mies es mucha y los obreros pocos". Hay mucho por hacer en este mundo para extender el reino de Cristo, para hacer que, como rezamos en el Padrenuestro, "venga su reino" entre nosotros.

         Cristo necesita de nuestra colaboración. Por eso manda otros 72 discípulos a predicar. No se basta con el grupo de los Doce, y manda otro grupo (el de los Setenta y Dos). Esto es, no sólo manda a sus sacerdotes, es decir, sus 12 apóstoles, sino también a los laicos.

         Cristo necesita de nuestra ayuda y de nuestra vocación de católicos. Necesita que en verdad tomemos en serio el compromiso que hemos adquirido cuando fuimos bautizados y que reafirmamos el día de nuestra confirmación. Por tanto, que hoy sea un día diverso de los precedentes. Hoy Cristo nos manda a predicarle en nuestro entorno social.

         No será fácil, y Jesús nos dice el por qué: "Mirad que os envío como ovejas en medio de lobos". Pero no hay que tener miedo, porque Cristo mismo ha prometido a sus discípulos que estará con ellos hasta el fin del mundo. Que Cristo sea hoy nuestro criterio de acción. Acompañemos nuestras actividades de este día con 5 minutos de oración pidiendo también a Dios por las vocaciones, para que envíe más obreros a su mies.

Clemente González

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         El mensaje de hoy de Jesús va dirigido a los discípulos de todos los tiempos: "Poneos en camino". A veces soñamos con tener todo claro para tomar una decisión. Pero esperar a ver con claridad nos paraliza. La luz se hace caminando. Porque cada vez que nos ponemos en camino, él (como nos recuerda el relato de Emaús) "se pone a caminar con nosotros".

         El Señor no sólo ha asociado a su misión salvadora a los apóstoles, sino también a sus discípulos, a quienes envía como misioneros suyos para que, en comunión con los pastores de la Iglesia, colaboren en la difusión del evangelio y en la construcción del reino de Dios en el mundo.

         Ante un mundo que requiere de una luz que le ayude a descubrir el auténtico significado de la vida, todos los cristianos estamos llamados, en primer lugar, a convertirnos en auténticos discípulos de Cristo, no sólo llenándonos de conocimientos acerca de él, siendo haciendo nuestros su vida y su evangelio, de tal forma que, transformados en él, podamos no sólo hablarle al mundo acerca de Cristo, sino hacerlo presente con todo su poder salvador en medio de todos por medio de su Iglesia.

         Y este trabajo no sólo se centra en el trabajo apostólico realizado por los apóstoles y sus sucesores, sino que compete a toda la Iglesia en comunión con sus pastores, convirtiéndose así no sólo en una Iglesia Apostólica, sino también en una Iglesia Misionera, en la que nadie puede eludir su propia responsabilidad para hacer presente a Cristo en todos los ambientes y circunstancias en que se desarrolle la vida de cada uno.

         Por eso, sabiendo que muchas veces no sólo hemos eludido dicha responsabilidad, sino que, tal vez por miedo a ser criticados u objeto de burlas, hemos preferido enclaustrar nuestra fe en los templos y vivir en el mundo como si no conociéramos a Dios, hemos de pedirle a él con humildad que nos ayude a dar testimonio a todos acerca del amor y de la misericordia que él ha tenido para con nosotros.

         Conscientes de que no hemos recibido un espíritu de cobardía sino un espíritu de valentía, vayamos a casa y a cualquier lugar y circunstancia en que se desarrolle nuestra vida para proclamar, no sólo con nuestras palabras, sino con nuestras obras y nuestra vida misma, la buena nueva del amor de Dios, para que al ver los demás nuestras buenas obras vuelvan a Dios y glorifiquen su santo nombre.

Gonzalo Fernández

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         Cuando levantamos los ojos y vemos un mundo consumido por el egoísmo, un mundo que se destruye a sí mismo con guerras, injusticia y vicios, en fin cuando vemos que aun el mensaje del evangelio no penetra nuestros corazones y las estructuras del mundo, podemos comprender que efectivamente la mies es mucha y los obreros pocos.

         Y no es que el Señor hay desatendido la oración de la Iglesia, sino más bien que pocos son los que han respondido a la invitación. No pensemos solamente en las vocaciones religiosas, sino pensemos en que cada uno de nosotros, que por el bautismo nos hemos convertido en discípulos del Señor, en hombres y mujeres comprometidos a testificar nuestra fe.

         Si cada uno de los bautizados tomara en serio su papel en la Iglesia, se multiplicarían las manos y el trabajo sería mucho más fácil. Se podría llegar a donde hasta ahora el evangelio no ha llegado. Jesús llama a cada uno de nosotros, seamos casados, solteros o religiosos consagrados, a participar activamente en la evangelización.

         Tomemos con celo este llamado y desde nuestra vocación particular hagamos cuanto esté de nuestra parte para que el evangelio impregne todas las estructuras de nuestra sociedad, para que Cristo sea verdaderamente el Señor de todos los corazones. Tú puedes hacer algo, así que decídete.

Ernesto Caro

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         El mensaje del reino de Dios es anuncio y expresión gozosa de la realización de la comunión entre los hombres. Y este anuncio exige de sus portadores hacer presente las 2 señales que acompañan la presencia del Reino entre los hombres: la participación en la vida humana (con el compartir del mismo alimento) y el triunfo sobre el dolor (producido por las marginaciones existentes en la vida).

         Pero junto al gozo que experimentan los enviados de Jesús (cuando ese anuncio recibe la acogida esperada), éstos deben estar dispuestos a saber aceptar la incomprensión y el rechazo, que les vendrán por parte de aquellos que conducen la estructura social de la vida, construida en oposición a los valores de Dios.

         Por ello, la palabra del mensajero ha de ser primeramente un anuncio evangélico, intentando construir una convivencia humana más de acuerdo al querer de Dios. También tendrá el enviado la responsabilidad de señalar (con sus palabras y sus gestos) la incompatibilidad entre los valores anunciados y los egoísmos sobre los que está construida toda la estructura social.

         Esta incompatibilidad coloca al enviado en una posición de enfrentamiento respecto a los valores sociales predominantes, y por ello debe estar dispuesto a asumir la dolorosa separación que ese enfrentamiento pueda producir a su alrededor.

         La palabra y el gesto del misionero asume entonces la forma de queja dolorida, ante la incomprensión del designio salvador de Dios y en lamento por el pecado de Sodoma y de toda ciudad que se cierra a su salvación.

Confederación Internacional Claretiana

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         El evangelio de Lucas, a diferencia de Marcos y Mateo, destaca la participación del grupo mayor de discípulos. Jesús envía un grupo de Setenta y Dos a anunciar el evangelio en tierra samaritana, una tierra estaba proscrita para los maestros de la ley y para todos los judíos fieles.

         Se salta así Jesús las divisiones étnicas y los conflictos entre el pueblo samaritano y el pueblo judío, y decide comunicar la Buena Nueva a todas las gentes. Y para alcanzar este objetivo se apoya en la comunidad de discípulos, que sale a evangelizar del mismo modo que antes habían salido el grupo de los Doce.

         El grupo de los Setenta y Dos representa a toda la comunidad, que asume la llamada de Jesús y la misión como asunto definitivo. Por eso, las exigencias que Jesús les plantea tienden a optimizar el servicio. Para que esto sea así, los discípulos deben ir ligeros de equipaje, no sea que la mucha carga los retarde.

         Deben ir en actitud de oración ("rogad al Señor de la mies"), pues no van en plan de conquistadores sino como testigos del resucitado. Deben ser conscientes de los peligros que van a encarar, pues no van a un mundo de ángeles, sino a enfrentar la dureza del corazón humano. Deben ser mensajeros y realizadores de la paz, pues el evangelio debe ser anunciado por pacifistas y no por guerreros. Deben adaptarse a las condiciones de los evangelizados, insertándose en sus condiciones de vida, pues van a anunciar como pobres la buena noticia de Dios para los pobres.

         Nosotros hoy, como Iglesia, debemos ser plenamente conscientes de nuestra misión. Pues la evangelización no es obra exclusiva de los insignes. La misión es la vocación y tarea de toda la comunidad cristiana. Si la comunidad vive en una populosa ciudad, debe formar misioneros urbanos, como Pablo. Si vive en el campo, debe formar misioneros rurales, como lo fueron algunos de los discípulos de Jesús.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         El evangelista Lucas nos presenta hoy un ensayo de misión apostólica. En concreto, nos dice que Jesús designó a otros setenta y dos discípulos y los mandó de dos en dos por delante de él, a los pueblos y lugares adonde él pensaba ir. Es decir, describe en qué debe consistir la misión de todo misionero de Cristo y de su Iglesia: preparar el terreno a la llegada del Señor, preparar los corazones para que acojan al Señor que viene a ellos.

         Jesús los envía como obreros (pocos para una mies tan abundante) y con una petición a quien es Dueño de todo, incluida la mies: que mande obreros a su mies, puesto que el envío de tales obreros depende esencialmente de él (aunque también ellos han de estar dispuestos a poner sus manos, su boca y su inteligencia, al servicio de esta misión).

         En cuanto obreros, dichos obreros merecen su salario, pero éste no rebasará los límites de la subsistencia diaria: la comida y bebida que les ofrezca la casa que les haya acogido. No se hace referencia a otro tipo de salario, pues, más que al sustento diario.

         Al tiempo que Jesús les envía (¡poneos en camino!), les da ciertas instrucciones: Mirad que os mando como corderos en medio de lobos. No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias; y no os detengáis a saludar a nadie por el camino. Es decir, que han de ir con la conciencia de ser tan sólo corderos, en medio de lobos y de las garras y fauces de esos lobos que se les acercarán.

         Por otra parte, dichos corderos nunca habrán de perder la mansedumbre propia de los corderos, por muy hostil que se les presente el ambiente que les rodee. El cordero ha de estar dispuesto a ser llevado al matadero (es decir, al martirio), y a verse siempre rodeado de lobos que les enseñarán los dientes. Pero no por eso deben detenerse ni dejar de anunciar que el Reino de los Cielos está cerca.

         Jesús entiende que la misión de tales discípulos no requiere de otros medios: ni talega, ni alforja, ni sandalias de repuesto. Porque todo eso, más que beneficiarlos, acabaría estorbándolos. Y además, ¿para qué quieren talega o alforja, si la casa que les acoge ya les proporcionará techo y comida?

         Les manda también Jesús que no se detengan a saludar a nadie por el camino, pues el anuncio del Reino no permite detenciones ni distracciones en su ejercicio. Su único objetivo debe ser llegar cuanto antes a esos lugares que se les ha asignado para la misión. No debe haber paradas ni otros objetivos, pues eso les desviaría de su finalidad: anunciar la cercanía del Reino.

         Nada más llegar a su destino, los discípulos han de dar (y, por tanto, también desear) la paz, y esa paz o conjunto de bienes mesiánicos descansará sobre todos los que habiten en esa casa o lugar. Sólo la gente de paz recibirá la paz que ellos portan, y si allí no hubiera gente de paz se produciría un efecto-rechazo, y la paz que ellos intentaban darles volvería a sus donantes.

         En el pueblo en que sean bien recibidos, han de aceptar con gratitud la comida que les ofrezcan (porque el obrero merece su salario), pero sin olvidar aquello para lo que han llegado a ese lugar: para anunciar que el Reino de los Cielos está cerca, y significarlo en la curación de los enfermos que haya.

         Cuando no los reciban, los discípulos deberán hacer un acto público de desagravio. Saldrán a la plaza y dirán: Hasta el polvo de vuestro pueblo, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos sobre vosotros, como haciendo ver que no quieren nada con aquellos ingratos que han rechazado el don de Dios que les llega por su medio.

         No obstante, tales opositores no deben ignorar que, a pesar de su persistente sordera, y lo quieran o no, el reino de Dios está cerca. Y que semejante rechazo no quedará sin consecuencias: Aquel día le será más llevadero a Sodoma que a ese pueblo. Y todos sabían lo que le había ocurrido al pueblo de Sodoma.

         Así las cosas, ¿por qué concede Jesús tanta importancia a este anuncio que tiene el tono de un pregón? ¿Y por qué deben saber esos pueblos que el reino de Dios está cerca? ¿Qué puede significar para sus vidas la aceptación de semejante noticia?

         La cercanía del Reino no puede desconectarse de la actividad mesiánica del mismo Jesús en medio de su pueblo. La implantación del Reino no es otra cosa que la presencia benéfica (salvífica) del Salvador, que hace sentir su efecto salvífico ya en el mundo. La cercanía del reino de Dios es la cercanía del mismo Dios en su Hijo encarnado, la cercanía de Dios en la humanidad de Jesucristo.

         Acoger este anuncio es acogerle a él y acoger su mensaje, su perdón y su salvación. Y acoger el don salvífico de Dios, que se hace presente en su humanidad, es vital. Ese don transformará al hombre, le convertirá en habitante del Reino, y le hará vivir en la paz, el amor, la justicia, la misericordia, la fraternidad y el gozo que imperan en ese Reino.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 03/10/24     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A