30 de Septiembre

Lunes XXVI Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 30 septiembre 2024

a) Job 1, 6-22

         El libro de Job es, en principio, un cuento folklórico fechado en el II milenio a.C, que pone en escena a un rico propietario del sureste del Mar Muerto. Se trata de un hombre íntegro, atacado en su persona y en sus bienes más queridos, y que en esa situación muestra una paciencia ejemplar.

         El poeta bíblico tomó la obra antigua para adaptarla a las cuestiones planteadas por su época, por obra de un judío de la 2ª generación del destierro, atento al profundo malestar de sus compatriotas y que se sirvió del cuento mesopotámico como trampolín para intentar dar respuesta a una serie de interrogantes.

         El cuento plantea varias cuestiones. Por ejemplo: ¿existe una piedad desinteresada? La respuesta es afirmativa, pues en medio de las calamidades que se abaten sobre él, Job mantiene una serenidad total: "El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó, sea bendito el nombre del Señor". Otra cuestión es la de la retribución personal, pues el epílogo describe la reintegración del fiel en sus bienes anteriores.

         Con esto vuelve a ponerse sobre el tapete el problema que el cuento plantea: "¿Es desinteresado el temor de Dios?". La pregunta era muy actual para los deportados, que habían visto la victoria de los enemigos de Dios. No es que ellos mismos no fueran merecedores de ningún reproche, pero ¿de qué les había servido su fidelidad a la Alianza, si aquello había terminado en un abandono tan terrible por parte de Dios? En todo caso, fue en el exceso de sufrimientos ( que representó el destierro para el pueblo elegido) donde Job planteó la cuestión de la justicia divina.

         Una palabra sobre "el Adversario", ese personaje misterioso que se pone entre Dios y el hombre, y que obliga a Job a pensar en el mal y en la muerte, antes que en el individuo y que en la propia comunidad. En efecto, en el libro hay un exceso de mal, anterior y posterior a cada uno de los personajes que van saliendo, y cuyas consecuencias repercuten en cada uno de ellos. Por otra parte, dicho Adversario (Satanás) acusa a Dios, y le viene a decir que si los hombres le aman, es por los beneficios que les concede. Es decir, que trata de convertir la fe en un amor interesado. 

         Durante esta semana seremos testigos de una parábola cuyos acentos dramáticos seguramente nos conmoverán. Job, delante de nosotros, se alzará frente a Dios, y frente al Adversario optará por Dios. Su prueba es la del creyente que tiene que enfrentarse al drama de la vida y a su propio Dios.

         El libro que vamos a recorrer es, por tanto, un debate, un proceso con 3 personajes: Dios, Satanás (que siembra la división entre Dios y el hombre diciéndole a Dios "los hombres te olvidarán", y al hombre "Dios te ha olvidado") y Job (que, sin sospecharlo, va a ser árbitro en el debate).

         Debate de todos los tiempos, en el que Satanás tiene la parte más fácil, y hace que todo hable contra Dios. La situación del creyente, en un mundo en el que existe el mal y la injusticia, es una situación de prueba. ¿Cómo se comportará? ¿Se va a hacer ateo? ¿Se va a resignar? Ni lo uno ni lo otro, responde el libro de Job. El creyente es el contestatario que no desiste de recurrir a Dios.

         Satanás y Dios luchan por la posesión del corazón del hombre. Y Job es aquel que, sin saberlo, acepta el desafío. El verdadero discípulo conocerá la Pascua, pero será al final de la prueba.

Frederic Raurell

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         Entre los libros sapienciales, el libro de Job es merecidamente célebre. Fue escrito hacia el s. V a.C, se inspiró en las escenas del viejo folklore siro-fenicio, y plantea el problema del mal de una manera inolvidable: "¿Por qué existen el sufrimiento y la muerte?".

         Los amigos de Job tratarán de decirle: "A causa del pecado", pues el mal es un castigo. Pero Job modifica la pregunta haciendo otra más radical: "¿Por qué el sufrimiento de los inocentes?". Y ésta sí que es una de las preguntas más graves de todos los tiempos.

         La respuesta de Job a dicha pregunta va a ser silenciosa y misteriosa, como una aproximación todavía imperfecta. Efectivamente, habrá que esperar hasta la cruz de Jesús para tener una respuesta definitiva.

         Pero entremos ya en el libro, porque en él se establece un diálogo entre Dios (el bien) y Satanás (el mal), y en ese diálogo dijo el Señor: "¿Te has fijado en mi siervo Job? Es un hombre cabal y recto, que teme a Dios y se aparta del mal. No hay nadie como él en la tierra".

         Desde el comienzo del relato, y de los labios del mismo Dios, el sufrimiento no es un castigo sino una prueba, y en algunos casos (como en el del justo Job) una terrible prueba (porque él es feliz y rico, y en esa prueba lo va a perder todo de forma injusta: sus rebaños, sus propiedades, sus servidores, sus hijos, su salud...). Señor, ¡qué grande es el misterio en que nos introduces! Porque todo hombre, cuando sufre, siente la tentación de decir: ¿Qué hemos hecho para que Dios nos trate de ese modo?

         Satán respondió a Dios: "¿Es que Job teme a Dios de balde? Tócale sus bienes, y juro que te maldecirá a la cara". En el AT, Satán es el adversario por excelencia. De hecho, eso significa su nombre en hebreo (el Adversario), aunque luego se tradujese al griego por diabolos (lit, el Calumniador). En el caso presente, Satán es el que lanza un reto a Dios, y duda que el hombre sea capaz de alcanzar la santidad en la adversidad, o de servir a Dios desinteresadamente. ¿Soy yo capaz de servir a Dios sin pedirle nada? ¿Sirvo a mis hermanos en la penumbra?

         Job, postrado en tierra, dijo: "Desnudo salí del seno de mi madre, y desnudo retornaré allá. El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó. Sea bendito el nombre del Señor". Es decir, que en vez de maldecir (como hubiera deseado el Tentador), Job aceptó su sufrimiento y continuó bendiciendo a Dios.

         Conviene releer lentamente estas admirables palabras, porque del hombre, abrumado por ese desamparo inaudito, cabría esperar una actitud rebelde, y en cambio asistimos a una sumisión sublime y humilde: "Dios me lo dio, Dios me lo quitó". Satán ha perdido el 1º envite, pero volverá al ataque.

Noel Quesson

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         Es posible que Job sea una figura histórica, pero la narración tiene sobre todo un valor simbólico, en torno a la profunda polémica doctrinal de la retribución, centrada en los bienes de la tierra. En esa polémica, Job es un hombre justo, y el problema que el autor se plantea es si su justicia venía por sí misma (sin esperar recompensa) o por interés (siendo imposible, en este caso, la practica de la virtud por la virtud).

         Posiblemente heredó el libro actual la tradición más antigua de un Job paciente y justo, y la convirtió en una tesis más profunda: la vida del justo entre Dios y Satán, presentado como enemigo del hombre. De hecho, la doctrina tradicional aludía más bien a una recompensa divina ya aquí en la tierra (Job poseía muchos bienes y prestigio), y al castigo divino ya en vida ante el pecado. En cambio, el autor del actual libro de Job, tal como se nos presenta ahora, es más espiritual, y fija su atención en la virtud (en cuanto virtud, sin recompensas que por ella se pudiera recibir).

         El lenguaje es estereotipado, y la narración sigue un proceso dramático. De hecho, al final Job lo pierde todo, menos la vida. Por ello, el v. 21 no sólo es de gran profundidad, sino que constituye la mejor respuesta que puede darse a la virtud desinteresada: "Desnudos venimos al mundo, y desnudos tenemos que partir". Es decir, que los bienes de este mundo son un don de Dios, pero que lo que interesa a Dios es el hombre. Y con eso, el autor ya tiene su tesis: aceptar la desnudez, como la mejor conformidad a la voluntad de Dios.

         Pero esto es sólo la 1ª parte, porque lo mismo aquí que en el Eclesiastés, el autor expresa un pensamiento muy importante para interpretar tanto las palabras de Job como las de sus amigos: los bienes del mundo son vanidad de vanidades. Si Job logra desprenderse de ellos con un espíritu tan noble, es porque para él Dios tiene mayor importancia que todo cuanto posee. Y por ello no duda en ofrecer holocaustos por sus hijos, como más adelante los ofrecerá por la virtud.

Josep Mas

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         Durante varios días nos va a acompañar la historia de Job. ¿Quién no ha oído hablar de este personaje bíblico? Porque su nombre ha saltado al habla popular, cuando se dice que "tienes más paciencia que el santo Job". No sé si la paciencia es su virtud más destacada, pero tendremos ocasión de averiguarlo a medida que leamos sus peripecias. Hoy, como presentación, escucharemos el encuadre estremecedor. Pero la historia no acaba aquí, y los próximos días irá subiendo de temperatura. 

         Job es "el bendito" (es decir, el favorecido por Dios), y empieza a experimentar una cadena de penalidades. Unos sabeos le roban el ganado, un rayo fulmina a sus pastores, y una banda de caldeos apuñala a sus camelleros. Para colmo de desgracias, un huracán mata a todos sus hijos, y ni el más trágico de los tangos cuenta una historia tan semejante.

         Pues bien, sobre este fondo negro, destaca con más intensidad la reacción de Job: "El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó; bendito sea el nombre del Señor". Así pues, tenemos ya una 1ª reacción creyente ante la desgracia: la bendición. Una reacción que a muchos puede parecer insana y humillante, pero que es la que nos ofrece la 1ª clave (sólo la primera) para afrontar el mal inmerecido: bendecir.

         ¿No os parece que no hemos sido educados para la bendición, sino para todo lo contrario? Y si no, examinemos nuestro lenguaje, en el cual no paramos de decir "maldita enfermedad, maldito gobierno, maldita persona". La maldición prolonga hasta el infinito los efectos del mal, y aunque procura un 1º desahogo emocional, con el tiempo nos va atenazando, pues bajo la apariencia de liberación nos fija a la fuente del mal (a la maldición), y de este manera nos va convirtiendo en herramienta del mal.

         No es nada fácil ver las cosas desde esta perspectiva. Es más, probablemente nunca llegaríamos a ella si no fuese por la palabra de Dios, verdadera "lámpara para nuestros pasos" en todas las encrucijadas de la vida. Como decía San Jerónimo, "ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo".

Gonzalo Fernández

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         La desgracia y el dolor son realidades con las que nos tropezamos frecuentemente, y también ahora en el libro de Job son siempre actuales. Job era un hombre temeroso de Dios, que había recibido innumerables bendiciones. Y de repente fue despojado de todos sus bienes y de su salud. No obstante, su conformidad con la voluntad divina se mantuvo firme, y eso que empezó a sufrir hasta las burlas hirientes de su mujer. Ante la cual, no dudó en contestar: "Si recibimos de Dios los bienes, ¿porqué no también los males?" (Job 2, 10).

         Hoy puede ser un buen día para que examinemos nuestra postura ante el Señor, sobre los momentos de nuestra vida en que se han hecho presentes la desgracia y el dolor, o sobre cuando nos ha visitado la aflicción. ¿Fuimos en esos momento hijos agradecidos? Porque solemos serlo en la abundancia y en la salud, pero ¿y en la escasez y la enfermedad?

         Fuera de la fe, el sufrimiento del inocente y del justo causa ciertamente desconcierto, pues mientras que a unos la vida les sonríe, a otros les toca vivir de espaldas a Dios. La pasión de Cristo es la única que puede dar luz a este misterio del sufrimiento humano, de modo particular al dolor del inocente.

         En la cruz de Cristo no sólo se ha cumplido la redención mediante el sufrimiento, sino que el mismo sufrimiento humano ha quedado redimido. Los padecimientos de Jesús fueron el precio de nuestra salvación, y desde entonces nuestro dolor puede unirse al de Cristo, y mediante él participar en la redención de la humanidad entera.

         Nunca pasa el dolor a nuestro lado y nos vuelve a dejar como antes. Porque o bien purifica el alma, y aumenta el grado de unión con la voluntad divina, y nos ayuda a desasirnos de los bienes, y nos desapega de la salud... O bien nos aleja del Señor, y deja el alma entristecida y torpe para lo sobrenatural.

         Hemos de mirar a Cristo en medio de nuestras pruebas y tribulaciones, pero no fijándonos tanto en la cruz como en el amor. Encontraremos que cargar con la cruz tiene sentido cuando la llevamos con amor, y por amor junto al Maestro. Como decía Tanquerey, "a los pies del Crucificado es donde comprenderemos que en este mundo nos es posible amar sin sacrificio, y que el sacrificio es dulce al que ama".

Francisco Fernández

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         El libro de Job, libro sapiencial (y no histórico) del s. V a.C, es uno de los más impactantes del AT. Lo vamos a ir leyendo durante una semana a forma de parábola sapiencial, proyectando sus grandes interrogantes sobre nuestra vida, y también el interrogante que más ha preocupado a la humanidad: el problema del mal.

         El libro está compuesto por un prólogo y un epílogo muy poéticos, mientras que el cuerpo central (40 capítulos) es un entrelazado de soliloquios y oraciones de Job, de coloquios con sus amigos y la respuesta de Dios. Su figura central es Job, un hombre justo y paciente, ante el cual sus amigos no pararán de interpelarle.

         Según los amigos de Job, éste sufre porque habrá cometido algún delito en presencia de Dios. Pero el autor del libro no cree en esta explicación, y sigue buscando otra respuesta a la existencia del mal. Debe haber otra razón misteriosa, a no ser que Dios sea caprichoso y cruel. Aunque ni siquiera las palabras finales, que el autor pone en labios de Dios, aportan una solución del todo convincente. 

         Recordemos que estamos en el AT, y todavía no se tiene idea clara de la otra vida, ni se ha encendido la luz de la pascua de Jesús, el auténtico inocente que experimenta la mayor de las injusticias y la la muerte.

         Empieza el libro con un prólogo a forma de cuento dramatizado. En el cielo, en la presencia de Dios, tiene lugar un consejo de sabios, y en él Satanás ("el Adversario") pone en duda la solidez de Job, y reta a Dios a que le ponga a prueba para ver si es tan fiel como parece.

         Toda suerte de calamidades caen sobre el pobre hombre. Y de momento su reacción es acorde con su fama de paciente. Incluso sus palabras han sido una consigna para tantas personas a lo largo de los siglos: "Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré a él. El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó, bendito sea el nombre del Señor". El salmo responsorial de hoy refleja esta fidelidad de Job: "En mis labios no hay engaño, y aunque me pruebes al fuego no encontrarás malicia en mí. Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío".

         Job, de momento, no se rebela contra Dios, aunque más adelante tenga crisis profundas. Pero es admirable su 1ª reacción y nos puede hacer pensar. ¿Cómo hubiéramos reaccionado nosotros? ¿Sabemos aceptar como venido de la mano de Dios lo que nos pueda pasar? ¿O nos dejamos trastornar por cualquier contrariedad?

         ¿Mereceríamos el sarcasmo de Satanás, que interpreta nuestra bondad como muy poco gratuita? ¿Servimos con alegría a Dios porque nos colma de bendiciones? Y si nos llegara la desgracia, ¿le seguiríamos sirviendo con igual fidelidad?

José Aldazábal

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         La 1ª lectura recoge los primeros versículos del libro de Job, una de las joyas de la literatura clásica hebrea y cuyos párrafos podremos escuchar toda esta semana. Se trata de un libro que plantea la trama, y a partir de ella elabora sus 40 capítulos, empeñados en responder al estado del protagonista: el justo que sufre sin razón, y la humilde aceptación de su situación.

         El salmo responsorial de hoy expresa en forma de oración el estado al que ha llegado un creyente: angustia y dolor, debidos a la acusación falsa de sus adversarios.

         A 1ª vista, el libro de Job aborda la irrelevancia de la condición humana. O mejor dicho, la humildad. Tratemos ahora de actualizar por ahora su mensaje principal: hay cosas que nunca podremos comprender. Job y el salmista lo expresan a su modo, y ése es el misterio de la vida, que no nos invita a la resignación sino a ser más confiados en Dios.

Dominicos de Madrid

b) Lc 9, 46-50

         El texto de hoy consta de 2 unidades diferentes. La 1ª (vv.46-48) trata de la relación de los creyentes entre sí, mientras la 2ª (vv.49-50) se preocupa de la actitud de la Iglesia ante los valores de los hombres que permanecen fuera de ella.

         Común en ambas es la preocupación por superar la autosuficiencia de los grandes y el orgullo de grupo que ha podido surgir dentro de la iglesia. En ambos casos, nos hallamos ante una de las expresiones más auténticas del mensaje de Jesús para los hombres.

         La 1ª unidad se ocupa de la constitución interna de los discípulos de Jesús (de la Iglesia). Siguiendo la lógica de este mundo, parece evidente que lo más importante dentro de la comunidad son aquellos que destacan por sus cualidades, o por la responsabilidad de las funciones que están desarrollando. Por eso, los apóstoles discutían sobre el puesto y nombre del mayor como lo hacen tantos todavía.

         Pues bien, la respuesta de Jesús sigue siendo tan cortante ahora como entonces: el mayor y más valioso es simplemente el más necesitado, el niño, el indefenso.

         El niño no es mayor por sus valores, sino por su inocencia o su ternura. Es importante sólo porque es pequeño, porque está necesitado de los otros y no puede resolver la vida por sí mismo. En este aspecto, son valiosos con el niño todos los que están en esa situación de pequeñez, más en las manos de Dios que en las suyas propias.

         Esto significa que la Iglesia no es una sociedad que está formada sobre el valor de las personas que la integran, sino sobre las necesidades y miserias de aquellos que precisan recibir su ayuda. Y su movimiento fundamental no es la defensa de sus bienes interiores, sino aquella fuerza de expansión por la que sale de sí misma y ofrece su ayuda a los que están necesitados (dentro y fuera de sus filas).

         Dentro de la perspectiva del texto, es necesario completar esta verdad desde otro plano:

1º el niño (o necesitado) o necesitado importa porque carece de todo, y es el objeto de la ayuda de los otros en la iglesia;
2º es grande aquél que "se ha venido a hacer pequeño", lo que supone que tenía capacidad para actuar y decidir, pero lo ha dejado todo y se ha convertido en pequeño (para servir a los demás).

         Con esto hemos logrado descubrir los 2 tipos originales de oyentes de Jesús:

-el que escucha la palabra sobre el Reino y recibe el auxilio que le ofrece el Cristo, pues los primeros que penetran en el Reino son "los pequeños y humildes";
-el que ayuda a los pequeños, que es el que vive preocupado por los otros, y se hace pequeño simplemente por servirles.

         En esta perspectiva se comprende la palabra de Jesús sobre los hombres que utilizan su mensaje (su poder sobre las fuerzas del demonio) sin estar formando parte de su Iglesia. El evangelio es don abierto, y todos tienen la capacidad de utilizarlo. De ahí que la Iglesia sea servidora del mensaje de Jesús, y no su dueña, y no pueda impedir que lo utilicen los de fuera (vv.49-50).

         En definitiva, lo que importa no es el triunfo externo de la Iglesia, o la ventaja que adquieren los cristianos. Lo que cuenta es que la fuerza y la verdad del Reino se propague hacia los hombres.

Juan Mateos

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         Jesús manifiesta hoy, una vez más, el conocimiento profundo de los corazones de los hombres, y plantea el problema de la grandeza en el reino de Dios. ¿Quién es el mayor? Lucas no responde como Marcos, y centra el asunto en un problema de servicio. La pregunta estaba mal planteada por los discípulos.

         El mayor es no el niño, sino aquel que le sirve "en nombre de Jesús". Es decir, se trata de un servicio sencillo, no raro y rebuscado, y basado únicamente en el hecho de que es seguidor de aquél que "ha venido a servir" (Mt 20, 28). Un discípulo de Jesús, por el hecho de serlo, tiene obligación de hacer lo mismo que Jesús (Lc 17, 10). En esto se mide la cercanía de Jesús: en el servicio (2Tes 1, 11).

         El 2º problema que se desprende del texto de hoy es tremendamente esperanzador para nuestros tiempos. El que trabaja por el bien, se encuentre donde se encuentre, pertenece al grupo de Jesús, pues lo que importa no es tanto el grupo, sino el hacer el bien en nombre de Jesús. Algo que entendió a las mil maravillas, y a la 1ª, San Pablo (Fil 1,15; 1Cor 3,5; Gál 1,11).

Josep Rius

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         Los discípulos discutían sobre quién de ellos sería el mayor. ¿Nunca se acabaría la lucha contra la ambición? ¿Finalmente llegarían a entender de qué se trataba este asunto del Reino? Entonces Jesús se sentó, como un maestro, llamó a los doce y tomando “a un niño, lo puso a su lado y les dijo: "El que recibe a este niño en mi nombre, me recibe a mí, y el que me recibe a mí, recibe al que me envió. El más pequeño entre vosotros, ése es realmente grande".

         La actitud de Jesús es un gesto verdaderamente pedagógico: pone a un niño ante los discípulos, y lo declara prototipo de grandeza en el reino de Dios. A partir de este gesto, Lucas elabora una cadena de sentencias impregnadas de matices característicos de su Iglesia.

         El niño es un ejemplo de inocencia y debilidad, sin pretensiones y sin nada que decir en la sociedad, debiendo limitarse a obedecer a los mayores y recibiendo con alegría lo que se le ofrece.

         La llamada de Jesús a sus discípulos es una llamada a renunciar a las pretensiones propias, y aceptar las pretensiones que impone el Reino. Los discípulos deben cambiar sustancialmente su concepto sobre la grandeza. El ser como niños no significa volver a ser el niño que se fue, sino renunciar al poder y optar por la humildad y el servicio a los demás, como única posibilidad de ser parte del reino de Dios.

         La 2ª parte del texto muestra la preocupación de los discípulos por el prestigio, y su posición elitista se expresa en su rechazo de aquel que, aunque no es del grupo de los doce, realiza acciones curativas en nombre de Jesús. La reacción de Jesús es inmediata: rechazo explícito de esa actitud elitista y sectaria, por parte de sus seguidores.

         El error que cometieron los discípulos fue pensar que el desconocido que invocaba el nombre de Jesús les hacía competencia. Jesús piensa de otra manera y nos invita a que nosotros pensemos como él. Nos invita a que nos abramos a otras personas, grupos y movimientos y trabajemos por una causa común: el reino de Dios.

         Nosotros, la Iglesia de los seguidores de Jesús, hemos de estar dispuestos a tolerar y aceptar a todos los que trabajan por instaurar en el mundo un nuevo proyecto social.

Fernando Camacho

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         A los discípulos de Jesús se les ocurrió hoy hacer una pregunta a su Maestro. Jesús acababa de anunciar su pasión, apropiándose la profecía de Isaías que anuncia a un Mesías servidor, y les había dicho que "padeceré mucho, seré rechazado, condenado a muerte y entregado en manos de los hombres".

         Sin embargo, los discípulos no están pensando en ello, sino en "cuál de ellos sería el más grande". Decididamente, tendrá que pasar mucho tiempo antes de que lleguen a entender, porque todavía permanecen apegados a proyectos de gloria. El deseo de dominar, de ser más que los demás, es natural al hombre. Pero más allá de juzgar a esos pobres discípulos, ¿qué formas, aparentes o escondidas, toma mi deseo de dominar, o de ser más grande?

         Jesús "adivinó lo que pensaban". Al parecer de Lucas, la pregunta aludía a un debate interior y mental, mientras que Marcos alude con mayor crudeza a una disputa entre ellos. En la versión de Lucas todo sucede muy suavemente, y la imaginación presenta a los discípulos rumiando interiormente sus sueños gloriosos y saboreando los triunfos futuros, todo ello en el fondo de su corazón. Jesús que adivina sus pensamientos, y los pone de manifiesto.

         Tomó entonces Jesús la mano de un chiquillo, lo puso a su lado y les dijo: "El que toma a un niño en mi nombre, me acepta a mí, y el que me acepta, acepta también al que me ha enviado". El asiento de honor "a su lado", Jesús lo reserva para el más pequeño: "El que quiera ser el mayor, que se ponga al servicio de los más pequeños", que dedique su tiempo a recibir a los más pequeños.

         Puedo tratar de contemplar lo más detenidamente posible ese icono: Jesús de pie con "un niñito a su lado". ¿Cómo traduciré esa estampa en mi vida concreta, en mi propia conducta? Señor, ayúdame a que no me agraden las acciones deslumbrantes, sino a encontrar mi alegría en lo cotidiano, en las pequeñas cosas ordinarias. Pues "el más pequeño entre todos vosotros, ése es el mayor".

         Lo grande no es reinar sino servir. Sí, para Jesús el servir es algo grande, porque servir al más despreciado de los hombres, es servir a Dios y es imitar a Jesús. El destino personal de Jesús ha estado en contradicción total con lo que los hombres sueñan habitualmente. De ahí su grandeza. Como decía el sabio Pascal:

"Jesucristo, sin bienes y sin sabidurías, está en el orden de la santidad. No ha inventado nada, no ha reinado, pero ha sido humilde, paciente, santo, santo ante Dios, terrible ante los demonios, sin pecado alguno. Es sencillamente ridículo escandalizarse de la humildad de Jesucristo. Pero los hay que no admiran más que las grandezas carnales, como si no las hubiera espirituales. Todos los cuerpos juntos, y todos los espíritus juntos y todas sus producciones, no valen lo que el menor gesto de caridad" (Pensamientos, 585).

         Intervino Juan y dijo: "Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y hemos intentado impedírselo, porque no anda con nosotros siguiéndote". Jesús le respondió: "No se lo impidáis; porque el que no está contra vosotros está a favor vuestro". El espíritu del poder es difícil de vencer. Juan mismo no entendió nada, pues quiere tener la exclusiva, y siente envidia del éxito ajeno. Todavía considera su vocación, equivocadamente, como su elección de privilegio.

Noel Quesson

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         Termina hoy el relato que nos ha hecho Lucas sobre el ministerio de Jesús en Galilea. A partir de mañana se inicia su viaje a Jerusalén.

         El sábado pasado, cuando Jesús anunciaba a los suyos la muerte que le esperaba, "ellos no entendían este lenguaje". Hoy tenemos la prueba de esta cerrazón: están discutiendo quién es el más importante. Decididamente, no han captado todavía el mensaje de Jesús: que su mesianismo pasa por la entrega de sí mismo, y que también sus seguidores deben tener esa misma actitud.

         Jesús tuvo que mostrar su paciencia no sólo con los enemigos, sino también con sus seguidores. Iban madurando muy poco a poco.

         Pero hay otro episodio: los celos que siente Juan de que haya otros que echan demonios en nombre de Jesús, sin ser "de los nuestros". Juan quiere desautorizar al exorcista intruso. Jesús les tiene que corregir una vez más: "No se lo impidáis, porque el que no está contra vosotros, está a favor vuestro". ¡Lo que nos gusta ser los más importantes, que todos hablen bien de nosotros, aparecer en la foto junto a los famosos!

         Tampoco nosotros hemos entendido mucho de la enseñanza y del ejemplo de Jesús, en su actitud de siervo: "No he venido a ser servido sino a servir". Tendría que repetirnos la lección del niño puesto en medio de nosotros como "el más importante". El niño era, en la sociedad de su tiempo, el miembro más débil, indefenso y poco representativo. Pues a ése le pone Jesús como modelo, porque también nosotros tenemos la tendencia que aquí muestra Juan: los celos.

         Nos creemos los únicos, los que tienen la exclusiva y el monopolio del bien. Algo parecido pasó en el AT (Nm 11) cuando Josué, el fiel lugarteniente de Moisés, quiso castigar a los que profetizaban sin haber estado en la reunión constituyente de los 70 profetas, y Moisés, de corazón mucho más amplio, le tuvo que calmar (afirmando que "ojalá todos profetizaran").

         ¿Tenemos un corazón abierto o mezquino? ¿Sabemos alegrarnos o más bien reaccionamos con envidia cuando vemos que otros tienen algún éxito? No tenemos la exclusiva. Lo importante es que se haga el bien, que la evangelización vaya adelante: no que se hable de nosotros. No se trata de quedar bien, sino de "hacer el bien".

         También los otros, los que "no son de los nuestros", sea cual sea el nivel de esta distinción (más o menos practicantes), nos pueden dar lecciones. Y en todo caso "el que no está contra nosotros, está a favor nuestro", sobre todo si expulsan demonios en nombre de Jesús.

         Si seguimos buscando los primeros lugares y sintiendo celos de los demás en nuestro trabajo por el Reino, todavía tenemos mucho que aprender de Jesús y madurar en su seguimiento.

José Aldazábal

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         De camino hacia Jerusalén y hacia la pasión, "se suscitó una discusión entre los discípulos sobre quién de ellos sería el mayor" (v.46). Cada día los medios de comunicación y también nuestras conversaciones están llenas de comentarios sobre la importancia de las personas: de los otros y de nosotros mismos. Esta lógica solamente humana produce frecuentemente deseo de triunfo, de ser reconocido, apreciado, agradecido, y falta de paz, cuando estos reconocimientos no llegan.

         La respuesta de Jesús a estos pensamientos (y quizás también comentarios) de los discípulos recuerda el estilo de los antiguos profetas. Antes de las palabras hay los gestos. Jesús "tomó a un niño, le puso a su lado" (v.47). Después viene la enseñanza: "El más pequeño de entre vosotros, ése es mayor" (v.48).

         Jesús, ¿por qué nos cuesta tanto aceptar que esto no es una utopía para la gente que no está implicada en el tráfico de una tarea intensa, en la cual no faltan los golpes de unos contra los otros, y que, con tu gracia, lo podemos vivir todos? Si lo hiciésemos tendríamos más paz interior y trabajaríamos con más serenidad y alegría.

         Esta actitud es también la fuente de donde brota la alegría, al ver que otros trabajan bien por Dios, con un estilo diferente al nuestro, pero siempre valiéndose del nombre de Jesús. Los discípulos querían impedirlo. En cambio, el Maestro defiende a aquellas otras personas.

         Nuevamente, el hecho de sentirnos hijos pequeños de Dios nos facilita tener el corazón abierto hacia todos y crecer en la paz, la alegría y el agradecimiento. Unas enseñanzas que le valieron a Santa Teresa de Lisieux el título de doctora de la Iglesia, porque en su Historia de una Alma ella admira "el bello jardín de flores que es la Iglesia", y está contenta de "saberse una pequeña flor".

         Al lado de los grandes santos (rosas y azucenas) están las pequeñas flores (las margaritas o las violetas), destinadas a dar placer a los ojos de Dios, cuando él dirige su mirada a la tierra.

Luis Clavel

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         El pensamiento nos juega a veces una mala pasada, excitando pasiones por la codicia de la gloria, como les sucedió a algunos discípulos, entonces les vino en el pensamiento la idea de preguntar quien de ellos sería el mayor o el más grande.

         Parece ser que esta pasión nace cuando en una ocasión no pudieron curar a un endemoniado y se culparon entre ellos la impotencia de unos a otros. En otra ocasión ellos habían visto que Pedro, Santiago y Juan, habían sido llamados aparte y llevados al monte.

         Pero Jesús, conocía perfectamente bien el corazón de sus íntimos amigos, conocía lo que pensaban y lo que sentían y se daba cuenta lo que ellos planeaban y tramaban en su interior. Jesús, que sabe muy bien como salvar a los hombres de las caídas, cuando vio que se suscitaba esta idea en la mente de sus discípulos como un germen de amargura, antes que tomase incremento, la arrancó de raíz.

         Es así como conociendo sus pensamientos, tomó a un niño y acercándolo, les dijo: "El que recibe a este niño en mi nombre me recibe a mí, y el que me recibe a mí recibe a Aquel que me envió. Porque el más pequeño de vosotros, ése es el más grande".

         El niño tiene el alma sincera, es de corazón inmaculado, y permanece en la sencillez de sus pensamientos, el no ambiciona los honores, ni conoce las prerrogativas, entendiéndose esto por el privilegio concedido por una dignidad o un cargo, tampoco teme ser poco considerado, ni se ocupa de las cosas con gran interés. A esto niños ama y abraza el Señor; se digna tenerlos cerca de sí, pues lo imitan. Por esto dice el Señor: "Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón" (Mt 11, 29).

         Dos enseñaza muy claras nos dejo aquí Jesús, una que enseña simplemente que los que quieren ser más grandes deben recibir a los pobres de Cristo por su honor, y otra los exhorta a ser párvulos en la malicia. El mayor será quien reconozca su más grande indigencia ante Dios, y será mayor quien más ame al humilde.

         Juan, dirigiéndose a Jesús, le dijo: "Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu Nombre y tratamos de impedírselo, porque no es de los nuestros".

         Juan, el discípulo amado, amaba mucho y era correspondido, y por eso creía que no debía permitirse esta gracia a aquel que no fuese acreedor de ella. Por eso le dijo Jesús: "No se lo impidáis, porque el que no está contra vosotros, está con vosotros". El que habla de las cosas de Jesús, se encuentre donde se encuentre, no es un rival entre los seguidores de Cristo.

         No obstante, no es lo mismo decir "el que no esta conmigo, esta contra mí", que decir (como afirma aquí Jesús) "el que no está contra vosotros, está con vosotros". Porque el hecho es que, si somos discípulos de Jesús, y si estamos con Cristo, debemos mirar al resto de humanos como los mira Jesucristo. No lo olvidemos: Dios recompensa a los que son fuertes en su servicio, y no excluye a los débiles.

Bruno Maggioni

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         Jesús, de nuevo el evangelio me recuerda que conoces hasta los más profundos pensamientos de mi corazón. Nada se te oculta a tu conocimiento divino. Pero esto no debe producirme una sensación de inquietud, como si estuviera acorralado, sino un sentimiento de paz y de seguridad, porque tú (que eres mi Padre) estás conmigo, porque me acompañas siempre, y me ayudas con tu gracia.

         Jesús, ante la conducta soberbia de los apóstoles, no les reprimes (como si fueras un inspector que ha cogido a alguien en falso), sino que les ayudas a entender el valor de la humildad tomando el ejemplo de un niño. Así haces conmigo, si yo procuro mantenerme en tu presencia a lo largo del día; me enseñas, me guías, me animas, me das una mayor visión sobrenatural.

         El menor entre todos vosotros, ése es el mayor. Jesús, muchos de tus grandes mensajes me los das a conocer mediante paradojas: "El que quiera salvar su vida la perderá" (Mt 11, 39), o "bienaventurados los que lloran" (Mt 5, 4).

         El sentido de estas aparentes contradicciones se encuentra en la comparación entre el plano humano y el plano espiritual, entre el mundo terreno y la vida eterna. En el caso de hoy, me quieres recordar que el humilde, el que no busca el aplauso de los hombres y es tenido por nada en la tierra, es el que realmente vale a los ojos de Dios. Como decía San Basilio Magno:

"El humilde se mantiene alejado de los honores terrenos, y se tiene por el último de los hombres; aunque exteriormente parezca poca cosa, es de gran valor ante Dios. Y cuando ha hecho todo lo que el Señor le ha mandado, afirma no haber hecho nada, y anda solícito por esconder todas la virtudes de su alma. Pero el Señor divulga y descubre sus obras, da a conocer sus maravillosos hechos, le exalta y le concede todo lo que pide en su oración" (Admoniciones Espirituales, 49).

         Jesús, tu vida es un ejemplo constante de humildad. Siendo Dios, naces en una cueva, sin ningún recurso material; vives en una pequeña aldea perdida en las montañas trabajando como uno más; incluso en tu vida pública no buscas el espectáculo, y sólo haces milagros cuando lo necesitan los demás; mueres en el más profundo abandono (ni los tuyos te acompañan) y, después de tu resurrección, en el más increíble milagro de la humildad, te quedas escondido en el pan de la eucaristía.

         Jesús, yo intento constantemente brillar ante los ojos de los hombres: que me valoren, que aprecien lo que sé y lo que tengo. Ayúdame a darme cuenta de que, a tus ojos, la escala de valores es muy distinta. Repíteme una y otra vez: si no eres humilde, nada vales. Entre otras cosas, porque no te estaré imitando, y sin parecerme a ti, mi vida cristiana (vida de Cristo en mí) nada vale.

         Corta y arranca, Señor, mi yo, para que sea más humilde y siga tu sencilla receta: olvidarme de mí mismo y pensar en los demás. Ésta es precisamente tu actitud durante los años que pasaste en la tierra: "El Hijo del hombre no ha venido para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos" (Mt 20, 28). Que me decida a servir a los demás; sólo entonces podré comenzar a trabajar por Cristo.

Pablo Cardona

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         Uno de los elementos más importantes del evangelio es el ir adoptando los criterios de Jesús. Mientras que la vida, mediante todos sus maestros, buscan aleccionarnos sobre los criterios que se deben tomar para llegar a ser felices, Jesús (único maestro del cristiano) nos muestra en su evangelio lo que verdaderamente puede llevar al hombre a la felicidad. Hoy ilumina el área de nuestras aspiraciones y de nuestro trato con él.

         Y así, mientras que el mundo nos insiste en el estatus y su caduca ciencia, Jesús cambia el criterio y presenta un niño, que en la comunidad judaica no tenía ningún valor y era el elemento más pequeño en la escala social, y afirma que para él será verdaderamente grande quien se sienta necesitado como un niño, y se deje amar y abrazar por él.

         Será también grande quien es capaz de renunciar a los privilegios que puede tener, con el fin de servir a los necesitados, a los que no tienen voz, a los marginados, a los que son como niños en la comunidad. Queda así claro cuáles son su preferencias y por lo tanto cuáles deben ser las preferencias de los discípulos. ¿Cómo cuadran estas preferencias de Jesús con tu vida?

Ernesto Caro

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         ¡Qué difícil es mantenerse sencillo en una sociedad tan rival como la nuestra! Todos queremos más: el ascenso, la promoción, el prestigio o el aparentar. Y así les pasó hoy a los discípulos, al discutir entre ellos quién era el más importante. Se ve que las raíces humanas son iguales para todos.

         Es preciso liberarse de la tiranía de la fachada para vivir en la verdad de nuestro ser. ¿Qué ganas con los aplausos si después en la soledad del corazón queda la angustia y el miedo? Es importante sanear nuestra historia, iluminar tantas zonas obscuras y liberar tantos miedos que nos atenazan. Sólo así podremos disfrutar la alegría y sencillez de los niños para acoger gozosamente la voluntad de Dios, y así ser importantes en el Reino de los Cielos.

         La felicidad no viene del mucho tener, ni tampoco del gran saber, sino que es como una planta fina, cultivada en la pureza del corazón, y que da sus frutos en la paz y sencillez de vida.

         Oh Dios que aborreces al que da con arrogancia y te complaces en los limpios y sencillos, te pedimos nos concedas un corazón pobre y humilde, para gozar de las cosas de la vida con la alegría y la paz de los niños, y así ser testigos de tu bondad entre los hombres.

Carmelitas de Toro

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         Los discípulos de Jesús parece que todavía no han abandonado sus pretensiones de poder, y por eso se enfrascan en el texto de hoy en discusiones acerca de quién debería ocupar el 1º lugar, o quién ocuparía un trono de poder, o quién sería el más importante en el futuro.

         Jesús, con su sin igual sencillez y pedagogía, les va mostrando que por ese camino únicamente llegarán al lugar que ocupan los poderosos. Lugares que son sumamente criticados, pero extremadamente apetecidos. Por eso, Jesús desenmascara las intenciones de sus seguidores y los pone a pensar en una nueva lógica, donde lo valioso no es el prestigio, sino la sencillez y la verdad.

         La llamada de Jesús pone de manifiesto que las aspiraciones de un discípulo no deben imitar las aspiraciones de los discípulos de los fariseos. Éstos sólo buscaban el reconocimiento y la popularidad manipulando a la gente para ganar posición social. El discípulo de Jesús no se debe montar en ese tren, sino que, siguiendo el ejemplo del niño sirviente, se pondrá en el último lugar para servir y animar a los hermanos. Sólo la actitud de servicio le dará una nueva dimensión al ser humano.

         De igual modo, los discípulos creían poseer la autoridad de Jesús en exclusiva, pero Jesús los contradice. Siempre que se luche contra el mal, se haga el bien y se siga los caminos de Jesús, cualquier persona tiene el poder y la autoridad que Dios le otorga a todos los seres humanos de buena voluntad. El don de Dios no es para privilegiados, sino que está disponible para la humanidad en la medida que sea bien empleado.

         Hoy necesitamos crear una catequesis que realmente cultive el conocimiento de Jesús y la práctica de sus actitudes. Pues lo que Jesús quería era crear un grupo de personas que, atendiendo a la llamada de Dios, propiciara nuevas alternativas de vida.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         Según nos dice hoy Lucas, los discípulos de Jesús se dedicaban a discutir quién es el más importante, posiblemente sobres sus cualidades terrenas y sobre los criterios que requería esa nueva sociedad que era el Reino de los Cielos.

         Sabiendo lo que pensaban, Jesús llamó a un niño, lo puso junto a sí, y les dijo: El más pequeño de todos vosotros, ése es el más grande. Quien acoge a este niño en atención a mí, a mí me acoge. Y quien me acoge a mí, acoge al que me ha enviado.

         Jesús habla a adultos, y les propone acoger a los niños como condición para entrar en el Reino de los Cielos. Y aquí está el dilema, pues ¿estaba aludiendo Jesús a la inmadurez psicológica, como algo propio de ese Reino? Porque lo que está claro es una cosa: que acoger a los niños no puede ser una regresión a la infancia biológica (cosa del todo imposible).

         Acoger a un niño es más bien recuperar la conciencia de la pequeñez (algo connatural a los niños) y en cierta medida su docilidad, a la hora de confiar y dejarse guiar por lo que les dicen (= creer) los mayores. En definitiva, es recuperar la posibilidad de creer, pues ¿cómo podrán entrar en ese Reino los que se fían tan sólo de sí mismos (por cierto, tan equivocados), y no de los demás?

         Freud diría que hacerse niño sería una regresión anómala o patológica en un adulto, pues según él ya hemos alcanzado la madurez para poder emanciparnos de este Dios que nos ha sido impuesto. Pero Jesús no es de la misma opinión, y por eso dice que para entrar en el Reino de los Cielos es necesario recuperar la conciencia de hijos de Dios.

         Sí, hacerse como niños significa recuperar la pequeñez perdida, y desde ella empezar a entablar relación con Dios, pues ¿cómo querer entrar en el reino de Dios, y formar parte de esta familia de Dios, no sintiéndose necesitado de nada? Por lo menos, habrá que estar necesitados de Dios (al igual que todo niño está necesitado de su padre).

         Hacerse como niños es volver a sentir la necesidad de Dios Padre. Y el que más sienta esta necesidad, ése será sin duda el que se va a ir haciendo más grande en el Reino de los Cielos.

         Acoger a un niño es acoger estos valores. Y acogerlo en nombre de Cristo es acoger estos valores como los propios para la vida cristiana. Es en lo que consiste la infancia espiritual: en volver a sentirse hijo de Dios.

         El evangelio también nos refiere que el apóstol Juan, uno de los Doce y con ese sentido exclusivista que nos caracteriza, dijo en cierta ocasión a Jesús: Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros.

         Aparentemente, Juan no soporta que un extraño (alguien que no forma parte de su círculo discipular) se sirva del nombre de su Maestro para hacer milagros y expulsar demonios, pues para él eso era usurpar una autoridad o un poder que no le había sido dado, aunque fuese en beneficio del prójimo.

         Sin embargo, lo que en el fondo no tolera Juan es que aquel hombre se sirviera de un poder que sí le había sido conferido a él, y que él era incapaz de poner en práctica. Si fuese uno de los nuestros, viene a poner como excusa Juan, lo vería con buenos ojos.

         Y aquí viene la respuesta de Jesús, el más interesado en el uso que se haga de su nombre: No se lo impidáis, porque quien no está contra vosotros está a favor vuestro. ¡Qué apertura de miras la de Jesús! ¡Qué actitud tan universal y tan incluyente! El que no es nuestro enemigo, ni se posiciona en contra nuestra, es nuestro aliado y está a nuestro favor.

         Por el simple hecho de no poner obstáculos a nuestra labor, cualquier persona la estará favoreciendo. Pero aquí se trata de alguien que hace algo (echar demonios, invocando el nombre de Jesús), luego ese tal no puede luego hablar mal de sí mismo, o del poder que le ha proporcionado hacer su milagro.

         Lo lógico es que el que hace algo en nombre de otra persona, sienta simpatía y admiración por esa persona, aunque no pertenezca al grupo de sus seguidores. En realidad, sin pertenecer visiblemente al círculo apostólico, forma ya parte de él por razón del vínculo que le une a su cabeza.

         Jesús no excluye ni separa, sino que incluye y agrega hasta de forma imperceptible. Cualquier vinculación con Jesús, venga de lejos o de fuera, es apreciada como una vía de acercamiento. Cristo ha venido a unir, y no a distanciar o a separar. Es verdad que la indiferencia no es todavía apoyo o alianza, pero no lo olvidemos: El que no está contra nosotros está a favor nuestro, y quizás esté con nosotros.

         Ya sabemos que entre estar en contra y estar a favor hay grados intermedios: ni en contra ni a favor. Pero Jesús prefiere obviar tales grados, para considerar en favor suyo a todos los que no están en su contra. Es una apreciación que puede dar lugar a amargas decepciones en la vida, pero Jesús está dispuesto a correr ese riesgo, con tal de no excluir ni alejar a nadie del radio de su influencia.

         Ojalá que el Señor nos encuentre siempre en esta actitud de acogida respecto de los que no son formalmente de los nuestros.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 30/09/24     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A