1 de Octubre

Martes XXVI Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 1 octubre 2024

a) Job 3, 1-13-17.20-23

         Después de la 1ª aceptación del sufrimiento, cuya admirable expresión leímos ayer, hoy escuchamos de boca de Job el grito de dolor y de rebeldía: "Perezca el día en que nací, y la noche que declaró: Un varón ha sido concebido. ¿Por qué no morí en el seno materno?". Se hace eco así Job de todos los hombres del mundo que sufren y piensan que para qué vivir, deseándose incluso la muerte.

         Notemos, sin embargo, que Job no formula ninguna maldición contra Dios, sino que lo que maldice es el día de su nacimiento. ¿Sé yo escuchar las quejas y lamentos de los hombres de hoy? ¿Sé llevar a la oración mis propias pruebas? A Dios no le asombran nuestros gritos, porque no le intimidaron los gritos de Job. E incluso supo escuchar de su propio Hijo expresiones tan humanas como "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?".

         Pero volvamos a las palabras de Job, porque no tienen desperdicio. Sobre todo cuando dice que "en la muerte descansan los exhaustos", que "los desdichados ansían la muerte" y que "los amargados buscan la muerte con más avidez que un tesoro".

         No hay que juzgar estas palabras de Job, porque por doquier hay en nuestro planeta, en este momento, multitudes humanas que están gimiendo con quejas equivalentes, tanto por tener enfermedades incurables como por vivir abandonados o por sufrir un hambre atroz. Señor, escucha este inmenso gemido que sube desde la tierra al cielo, y conviértelo en un sufrimiento redentor, haciendo que germine en esos corazones anonadados la vertiente del amor. Y haz que muchos hombres se pongan generosamente al servicio de toda esa humanidad sufriente, para curar y consolar. Que el amor germine y crezca para con todos los afligidos.

         El libro de Job es el libro de los por qué, y tras los deseos de muerte viene el 1º de ellos: "¿Por qué dar vida a un hombre que ve cerrado su camino, y a quien Dios tiene cercado?". La pregunta va dirigida a Dios, y plantea por qué razón existe la desgracia. Pero es también la pregunta que el hombre se plantea a sí mismo.

         Interrogar es propio del hombre reflexivo, y el simple hecho de que un por qué se deslice en el núcleo de la rebeldía es suficiente para probar que la existencia no se reduce al mal. Si el hombre se plantea preguntas, es porque sigue siendo capaz de tomar perspectiva, de imaginar que todo podría ser de otro modo, de mostrar que todavía queda en él el dinamismo de la vida y de la felicidad.

         De otra parte, si el hombre pregunta a Dios, aunque sea con dureza, es porque reconoce su existencia. Si Dios no existiera, no cabría hacerle pregunta alguna, pues nadie pregunta nada a la nada, y con la nada por delante los por qué no estarían tan sólo sin respuesta, sino que no tendrían tampoco objeto. Jesucristo es la única respuesta de Dios a todos esos por qué.

Noel Quesson

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         Escuchamos hoy el comienzo del drama de Job. Hasta ahora hemos leído una historia edificante, pero a partir de este momento se nos presenta el problema del hombre entero enfrentado ante el sufrimiento. Pero el autor no tiene prisa, y avanza poco a poco, complaciéndose como gran poeta en imágenes brillantes.

         La 1ª reacción de Job no hace honor a su fama tradicional de persona paciente, pero es muy humana. Hemos visto que ha perdido todo (incluso la fama), y por eso clama desde el fondo de su postración. Sólo más tarde la recuperará. Pero antes, el autor quiere presentarnos la desgarradora cuestión: ¿Por qué da Dios la vida a los desdichados?

         Job maldice el día que lo vio nacer, pues de no haber existido ese día él no habría venido a la vida. Los vv. 10-12 se inspiran en Jeremías, cuando dijo: "Maldito el día en que nací, maldito el que dio la noticia a mi padre: Te ha nacido un hijo, dándole un alegrón. ¿Por qué no me mató en el vientre? Así habría sido mi madre mi sepulcro" (Jr 20, 14-18).

         Aunque las palabras de Job no alcanzan tanta altura poética, el pensamiento es el mismo: a un ser desgraciado le habría valido más no nacer. Pero no se trata sólo de eso, pues la muerte lo iguala todo y cuidará de nivelar las diferencias. Las palabras de Job son, más bien, un clamor contra todas las injusticias del mundo. Es cierto que hay un Dios que hace justicia, pero esto aquí abajo apenas se nota, y a lo mucho se adivina. Lo que únicamente Job ve es a un Dios demasiado exigente, que lo acorrala por todas partes, y que al parecer sólo se preocupa de atormentarle.

         El 1º sentimiento del hombre es, por tanto, pensar que es mejor no nacer, pues así se ahorraría muchas penas. Como se ve, no ha llegado aún la teología al libro de Job, y tampoco pasa por alto su autor ni siquiera las expresiones escandalosas.

         Lo que el autor desea es que nos demos cuenta de cómo un inocente (Job) se enfrentó al escándalo y al dolor. He aquí el núcleo del drama: un inocente que sufre. ¿Y qué sentido tiene esto? ¿O dónde está el Dios justo? A estas cuestiones irá respondiendo el libro. De momento, la solución es la de uno que no conoce al Dios de Job.

Josep Mas

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         Hay momentos a los que nunca quisiéramos llegar (días de dolor, de sufrimiento, de angustia, de enfermedad, de desgracia), pero esos momentos se dan, y a ellos hemos llegado. Entonces quisiera uno refugiarse en el seno materno y volver a la tierra de la que fue formado, como le sucedió hoy al santo Job.

         Pero aún en los momentos más arduos de nuestra vida, no podemos claudicar cobardemente, sino que debemos continuar trabajando, arduamente, por un nuevo orden de cosas y por una nueva humanidad, a ser posible revestida de Cristo Jesús. El momento en que nuestro cuerpo regrese a la tierra de la que fue formado, y nuestro espíritu vuelva a Dios, ya no habrá posibilidad de ello. Y por eso hemos de aprovechar este tiempo de gracia que se nos ha concedido.

         Demos gracias a Dios por la vida que nos ha concedido, y agradezcámosle el habernos enviado a su propio Hijo para padecer y dar su vida por los demás, y para que todos tengan la misma oportunidad de salvación.

José A. Martínez

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         Se nos hablaba ayer en la 1ª lectura de la paciencia de Job. Pero hoy esta lectura da un viraje de 180º y presenta unas calamidades aún mayores (la enfermedad de la lepra, la hostilidad de sus familiares y amigos...). En definitiva, Job sufre una crisis profunda en su fe en Dios.

         También influye en esta crisis de Job la presencia de sus 3 amigos, que le vienen a consolar pero que en realidad lo que van a hacer es de abogados del diablo, sugiriéndole dudas y atacándole. Job estuvo 7 días en silencio, acompañado de estos amigos, hasta que finalmente prorrumpe en el tremendo grito de rebelión que escuchamos hoy.

         A Job se le ha derrumbado todo: el apoyo de los suyos, su fe, su concepto de la bondad de Dios... Y se formula una y otra vez la gran pregunta: "¿Por qué?". El grito de Job es desgarrador, maldiciendo incluso el día en que nació: "Muera el día en que nací. ¿Por qué no perecí al salir de las entrañas de mi madre? ¿Por qué dio a luz mi madre a un desgraciado, al hombre que no encuentra camino porque Dios le cerró la salida?".

         Como se ve, ya no queda nada del paciente Job de ayer, o por lo menos hoy se ha convertido en el rebelde Job, ante la crisis que le invade. Una crisis que, por un lado, es muy humana (pues la cadena de los por qué sigue estando presente en sus labios), pero por otro lado es muy peligrosa, pues le hace maldecir su propia vida y hasta rebelarse contra Dios (el cual le parece caprichoso e injusto, al castigar a un inocente y no al culpable).

         Se trata de un grito que no es sólo es un grito de Job, sino que fue el grito de Jeremías siglos atrás, en otra crisis muy semejante: "Maldito el día en que nací, y que no me hiciera morir en el seno materno, pues ¿para qué haber salido, a ver pena y aflicción?" (Jr 20, 14-18). Unos gritos que, en su origen, sienten la misma incertidumbre: "¿Por qué tienen suerte los malos?" (Jr 12, 1).

         Se trata del grito de Jesús en la cruz, que en el colmo del dolor y de la soledad exclamó: "Dios mío, ¿por qué me has abandonado?". Es el grito de los que han sufrido y siguen sufriendo injustamente.

         Pero lo que más duele no es sufrir la desgracia de los inocentes, sino el ver que los malvados se salen con la suya, y a ellos Dios no los castiga. ¿Por qué? Cuando nos toque vivir días tan oscuros como los de Job, hagamos nuestro el salmo responsorial de hoy: "Señor Dios, de día te pido auxilio, y de noche grito en tu presencia. Mi alma está colmada de desdichas, porque tú me has colocado en lo hondo de la fosa".

         El Sábado Santo fue todo oscuridad para Jesús, pero esa noche oscura amaneció como mañana de resurrección. ¿Sabemos convertir en oración nuestra duda? ¿Sabemos fiarnos de Dios de igual manera que hizo Job? ¿Y si no entendemos el porqué?

José Aldazábal

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         Ayer resumíamos el mensaje de las lecturas en la palabra humildad, y hoy habría que hacer lo mismo con la palabra rebeldía, aunque ésta no llegue a lo hondo del asunto. Pero vayamos por partes.

         El santo Job de ayer se transforma en el rebelde Job de hoy cuando experimenta un profundo desgarro interior (que ayer no experimentó), que le lleva a no desear seguir viviendo (o maldecir el día que nació). El salmista da, si cabe, un paso más, y se encara directamente con Dios, diciendo que él fue la causa de todas las desgracias de Job.

         Mas, ¿cómo es posible que tales textos formen parte de nuestras escrituras sagradas, cuando rayan con lo blasfemo? ¿En qué se parece todo esto a la confianza en el Señor, al agradecimiento por la vida, o a la ternura de Dios? No, no hay parecidos, pero tampoco es pertinente ofrecer respuestas sacadas de contexto.

         En estos días las lecturas nos acercan a la vertiente más dura de la vida, que es la incomprensión, el abandono y el dolor. Una lección sí podemos extraer: que la rebeldía no es exclusiva de increyentes, pues estos textos son sagrados y forman parte (o mejor, deberían formar parte) de nosotros mismos.

         Hemos de comprender el significado de todas estas cosas planteadas por Job, sin que por ello nos dejemos llevar por el ámbito de lo sacrílego. Lo mismo que Job, que no se dejó llevar por el lado oscuro de la vida, sino que aceptó (de mala gana, eso sí) pasar por la experiencia del dolor, para llegar así a conocer el verdadero rostro de Dios. Fue un caso extremo de la vida, pero que el hombre también supo superar: sacar alegría verdadera, de la fuente del dolor.

Dominicos de Madrid

b) Lc 9, 51-56

         Dándose cuenta Jesús de que los 12 que él había elegido se negaban rotundamente a aceptar que el Mesías tuviese que fracasar, ve llegado el momento de atajar el problema de cara (ya que de otro modo no logrará nunca hacerlos cambiar). Y lo hace de una forma muy indicativa: "Cuando iba llegando el tiempo de que se lo llevaran" (v.51a).

         Esta determinación temporal sirve para relacionar la decisión que toma acto seguido con el doble éxodo que emprenderá de inmediato fuera de la institución judía (muerte) y hacia el Padre (ascensión). De hecho, el término griego empleado por Lucas (lit. "cuando se iban a cumplir los días de su arrebatamiento") es un término técnico: tan pronto dice relación con el arrebatamiento de Elías (2Re 2,9.10.11; Eclo 48,9; 49,14; 1Mac 2,58) como con la ascensión de Jesús al cielo (Hch 1, 2.11.22).

         Con una serie de determinaciones análogas, Lucas irá indicando el acercamiento progresivo de este momento histórico (Lc 18,35; 19,11.29.37.41; 22,1.7.14), la hora de la muerte de Jesús, que acaeció figuradamente el día de la Pascua judía (figura del éxodo definitivo del Mesías, fuera de Jerusalén).

         Por eso continúa: "Cuando iba llegando el tiempo de que se lo llevaran, también él decidió irrevocablemente ir a Jerusalén" (v.51b). La frase contiene una referencia clarísima a una actitud semejante narrada en el AT. Literalmente dice que "también él plantó cara a la situación, encaminándose hacia Jerusalén".

         Entonces Jesús "envió mensajeros delante de él" (lit. "delante de su cara o persona"; v.52a). Los mensajeros que envía Jesús tienen que realizar una misión precursora en Samaria, semejante a la que había llevado a cabo Juan Bautista en el país judío: "Habiéndose puesto en camino, entraron en una aldea de samaritanos para prepararle la acogida de la gente" (v.52b). Judíos y samaritanos eran enemigos mortales. Era necesario, por tanto, que los mensajeros preparasen convenientemente los ánimos de los Samaria.

         Pero como él se dirigía en persona a Jerusalén, los samaritanos "se negaron a recibirlo" (v.53). ¿Qué les han contado los mensajeros? Literalmente han ido proclamando con aires triunfalistas que "su persona se dirigía a Jerusalén", para plantar cara a Jerusalén. No es extraño que le cierren todas las puertas. La misión precursora de los misioneros ha sido un fracaso rotundo.

         Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le propusieron: "Señor, si quieres, decimos que caiga fuego del cielo y los aniquile" (v.54). Santiago y Juan, en representación del grupo de los Doce, después de haber comprometido con sus tejemanejes el viaje de Jesús a través de Samaria, lanzan ahora el grito al cielo y claman venganza.

         La propuesta que le hacen recuerda a la de Elías, que en un caso parecido (en que el rey Ocozías de Samaria le envió unos mensajeros, pidiéndole que acudiese para librarlo de la muerte con que Dios lo había castigado por culpa de su idolatría) "hizo bajar fuego del cielo", que consumió a los 50 hombres que había enviado (2Re 1, 1-14).

         Piden a Jesús, por tanto, que actúe al modo de Elías, y se vengue de la mala acogida de los samaritanos. No les basta con tergiversar el mensaje, sino que exigen un castigo en nombre de Dios contra sus enemigos mortales. Por eso Jesús se volvió y "los increpó" (lit. "conminó", como si estuviesen empecatados; v.55), porque estaban repletos de odio y exaltación.

         Jesús "se vuelve", es decir, no se inmuta y sigue su camino, mientras que los discípulos se habían quedado atrás, esperando la venganza del Mesías contra aquellos canallas samaritanos. El conjuro que les lanza debía ser sonado. "Y se marcharon a otra aldea" (v.56).

Josep Rius

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         El texto de hoy se inserta dentro de la sección del evangelio en la que Lucas cuenta las incidencias durante el camino de Jesús hacia Jerusalén. Esta sección consta de 3 partes: 1ª preámbulos del viaje (Lc 9, 51-10, 24); 2ª parte central (Lc 10, 25-18, 30) y 3ª subida a Jerusalén (Lc 18, 31-19, 46). No obstante, el centro de toda la sección está en la escena en la que Jesús llora por la ciudad y la denuncia por su infidelidad (Lc 13, 31-35).

         Ahora Jesús decide ponerse en camino hacia Jerusalén, donde llegará a chocar con las autoridades judías y sus prácticas tan alejadas del bien del hombre. Debiendo atravesar para ello la región de Samaria, envía mensajeros por delante para preparar su llegada, pero éstos no son acogidos por los samaritanos, al ver que se dirigen a Jerusalén. Era tradicional la enemistad entre judíos y samaritanos. La reacción de los discípulos no se hace esperar.

         Santiago y Juan, apodados por Jesús los hijos del trueno, piden a Jesús que caiga un rayo y aniquile a quienes no los han acogido, aludiendo al pasaje donde Elías, movido por el celo de Dios, consigue de este modo acabar con los enviados del rey Ocozías, para que le librase del castigo de Dios.

         Efectivamente, el rey Ocozías de Samaria se había caído por el mirador de palacio y se había malherido, y no había tenido otra ocurrencia que enviar mensajeros a consultar a Belcebú (dios de Ecrón), para ver si se curaba de sus heridas (en lugar de consultar al Dios de Israel). De ahí que Elías no dudase en fulminar con un rayo a sus enviados, mostrando de este modo su celo por el Dios de Israel. Santiago y Juan parecen más discípulos de Elías que de Jesús, que no está por estos métodos violentos.

         El plan de Dios que lleva a cabo Jesús no se realiza por la violencia y la fuerza, sino por la debilidad, esto es, por la aceptación del fracaso, del sufrimiento y del rechazo de la gente. Pero esto no hará a Jesús dimitir de su proyecto de ir a Jerusalén donde será asesinado por orden de las autoridades políticas y religiosas. En esta escena queda patente cómo las ideas de Jesús y de sus discípulos son divergentes y cómo sus planes distan tanto como el cielo de la tierra.

         Samaritanos y discípulos se sitúan en el terreno de la violencia y de la venganza; Jesús y el Padre en el de la persuasión, del sufrimiento, del diálogo y del perdón. Frente a la estrategia de amor de Dios sin límite, los discípulos desean recurrir al poder divino, al que precisamente el Hijo del hombre ha renunciado. Tiempo tardarán los discípulos en adoptar este método divino, y cuando lo adopten tendrán que someterse también como Jesús a la persecución y a la muerte por parte de quienes ostentan el poder religioso y político.

         De ese modo quedará también patente en ellos el amor de Dios a los hombres, un Dios de vida y de amor. El comienzo del viaje de Jesús hacia Jerusalén anticipa el final de Jesús en la cruz y la persecución y el rechazo que los discípulos sufrirán por parte de los judíos en los comienzos del cristianismo. Para ello deben estar preparados quienes quieran anunciar el evangelio en un mundo hostil que entiende más de odio, rencor y venganza que de amor y de perdón.

Juan Mateos

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         En el plan de Lucas, con el pasaje que leemos hoy comienza una nueva parte de su evangelio, que irá hasta el cap. 18. Primero Jesús comenzó su ministerio en Galilea, pero luego subió a Jerusalén para consumarlo, porque "se acercaba el tiempo en que Jesús fuese llevado de este mundo". La fórmula es solemne.

         El texto griego es aún mucho más penetrante: "Como se iban cumpliendo los días de su asunción". Esta muerte que se va acercando no es un azar, es un cumplimiento y un levantamiento. Todo el misterio pascual, su fase sombría y su fase luminosa es evocada aquí: "Se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén".

         Lucas subraya que es una decisión muy deliberada. Jesús quiere ir hasta el fin, hasta el cumplimiento de su destino. Y lo hace "con resolución". La marcha hacia Jerusalén, ciudad de su pascua, es una partida memorable. Para Lucas, Jesús ya no regresará más a Galilea (su pequeña patria), aunque dejando claro que "mi vida, nadie la toma, sino que soy Yo quien la da".

         Envió entonces mensajeros por delante. Y éstos, yendo de camino, entraron en una aldea de Samaria para prepararle alojamiento, pero se negaron a recibirlo porque se dirigía a Jerusalén.

         Los judíos siempre consideraron cismáticos a los samaritanos, cuando éstos construyeron un templo rival al de Jerusalén en la cumbre del monte Garitzim. Despreciados por los judíos, se tomaban su revancha ocasionando toda clase de molestias a los peregrinos que atravesaban su país para subir a Jerusalén. Pero Jesús no evita pasar por esa tierra en la que un racismo y un desprecio recíproco hacía estragos. Jesús quiere a todos los hombres.

         Ante ese rechazo, los discípulos Santiago y Juan le propusieron: "Señor ¿quieres que ordenemos que caiga fuego del cielo y acabe con ellos?". Era el castigo que Elías había inflingido a sus adversarios (2Re 1, 10). El espíritu de poder está siempre ahí, en el corazón de los hombres. Y lo que es peor que todo: que es de ese modo como nos imaginamos el comportamiento de Dios.

         Esos pobres discípulos creían ser los intérpretes de Dios, y ¡cuán seguros estaban de poseer la verdad! Creían disponer del "fuego divino" para juzgar a esos samaritanos. Fácilmente, también nosotros tenemos quizá deseos de ese género: que Dios intervenga y destruya de una vez a sus enemigos, que muestre su poder.

         Jesús se volvió y les regañó. Y se marcharon a otra aldea. El espíritu de Jesús es un espíritu de no violencia, de misericordia. Y por eso Jesús pide a sus discípulos que respeten los plazos de la conversión, porque el descubrimiento de la verdad es lento, muy lento, en el corazón del hombre.

         Jesús nos da aquí la verdadera imagen de Dios. Él, que es todopoderoso, no interviene como potentado para doblegar a los que le están sujetos o a sus enemigos, sino que, humildemente espera la conversión, a la manera de un padre o de una madre.

Noel Quesson

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         Los estudiosos afirman que en este pasaje empieza toda una larga sección, propia de Lucas, a la que llaman "el viaje a Jerusalén". En Lc 9,51 se nos dice que "Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén", y este largo viaje durará 10 capítulos del evangelio (hasta Lc 18,14).

         Ha llegado para Jesús la hora "de ser llevado al cielo". Ha terminado su predicación en Galilea, y todo va a ser desde ahora subida a Jerusalén (o sea, hacia los grandes acontecimientos). De paso va a ir adoctrinando a sus discípulos sobre cómo tiene que ser su seguimiento.

         El 1º episodio en este camino a Jerusalén sucede cuando atraviesan el territorio samaritano y no les reciben bien (porque los samaritanos no pueden ver a los judíos, sobre todo si van a Jerusalén). La reacción de Santiago y Juan es drástica: "¿Quieres que mandemos bajar fuego del cielo, para que acabe con ellos?". Se repite la reacción del profeta Elías, que hace bajar fuego del cielo contra los sacerdotes del dios Baal. Jesús, una vez más, les tiene que corregir, y duramente: "No sabéis de qué espíritu sois".

         Una 1ª interpelación de este pasaje es, para nosotros, la decisión con que Jesús se dirige a cumplir la misión para la que ha venido. Sabe cuál es su camino y se dispone con generosidad a seguirlo, a pesar de que le llevará a la cruz. ¿Somos conscientes de dónde venimos y a dónde vamos, en nuestra vida? Nuestro seguimiento de Cristo ¿es tan lúcido y decidido, a pesar de que ya nos dijo que habremos de tomar la cruz cada día e ir detrás de él?

         También podemos dejarnos interrogar sobre nuestra reacción cuando algo nos sale mal, cuando experimentamos el rechazo por parte de alguien: ¿somos tan violentos como los "hijos del trueno" Santiago y Juan, que nada menos que quieren que baje un rayo del cielo y fulmine a los que no les han querido dar hospedaje? ¿Reaccionamos así cuando alguien no nos hace caso o nos lleva la contra? La violencia no puede ser nuestra respuesta al mal.

         Jesús es mucho más tolerante, y no quiere (según la parábola que él mismo les contó) arrancar ya la cizaña porque se haya atrevido a mezclarse con el trigo. El juicio lo deja para más tarde. De momento, "se marcharon a otra aldea". Como hacía Pablo, cuando le rechazaban en la sinagoga y se iba a los paganos, o cuando le apaleaban en una ciudad y se marchaba a otra.

         Si aquí no nos escuchan, vamos a otra parte y seguiremos evangelizando, allá donde podamos. Sin impaciencias, sin ánimo justiciero ni fiscalizador y sin dejarnos hundir por un fracaso. Evangelizando y no condenando, "porque el Hijo del hombre no ha venido a perder, sino a salvar".

José Aldazábal

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         En el evangelio de hoy contemplamos cómo Santiago y Juan dijeron a Jesús: "Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?". Pero volviéndose, Jesús "les reprendió" (vv.54-55). Son defectos de los apóstoles, que el Señor va corrigiendo.

         Cuenta la historia de un aguador de la India que, en los extremos de un palo que colgaba en sus espaldas, llevaba 2 vasijas. Una era perfecta y la otra estaba agrietada, y perdía agua. Y ésta 2ª vasija, triste, miraba a la otra tan perfecta, que un día dijo avergonzada al amo que se sentía miserable, porque a causa de sus grietas le daba sólo la mitad del agua que podía ganar con su venta. El trajinante le contestó:

—Cuando volvamos a casa mira las flores que crecen a lo largo del camino.

         Ella se fijó: eran flores bellísimas. Pero viendo que volvía a perder la mitad del agua, repitió:

—No sirvo, lo hago todo mal.

         El cargador le respondió:

—¿Te has fijado en que las flores sólo crecen a tu lado del camino? Yo ya conocía tus fisuras y quise sacar a relucir el lado positivo de ellas, sembrando semilla de flores por donde pasas y regándolas puedo recoger estas flores. Si no fueses como eres, no habría sido posible crear esta belleza.

         Todos, de alguna manera, somos vasijas agrietadas, pero Dios conoce bien a sus hijos y nos da la posibilidad de aprovechar las fisuras y defectos para alguna cosa buena. Y así el apóstol Juan (que hoy quiere destruir), con la corrección del Señor, se convirtió en el apóstol del amor. No se desanimó con las correcciones, sino que aprovechó el lado positivo de su carácter fogoso (su fisura) para ponerlo al servicio del amor.

         Que nosotros también sepamos aprovechar las correcciones, las contrariedades (sufrimiento, fracaso, limitaciones) para hacernos dóciles al Espíritu Santo, para convertirnos a Dios y para ser instrumentos suyos.

Lluciá Pou

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         Escuchamos hoy cómo las ciudades samaritanas no recibieron a Jesús, porque iba a Jerusalén, (vv.52-56), y cómo los apóstoles se enojan profundamente por ello. Santiago y Juan le propusieron a Jesús: "¿Quieres que mandemos que caiga fuego del cielo y los consuma?". El Señor aprovecha la ocasión para enseñarles que es preciso querer a todos, comprender incluso a quienes no nos comprenden.

         Muchos pasajes del evangelio nos señalan los defectos de los apóstoles aún sin limar, y cómo van calando en su corazón las palabras y el ejemplo del Maestro. Dios cuenta con el tiempo, y con las flaquezas y defectos de los discípulos de todas las épocas.

         Más tarde, San Juan escribirá: "El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor". Sin dejar de ser él, el Espíritu Santo fue transformando poco a poco su corazón. Para nosotros, que tenemos tantos defectos, es un estímulo ver a Juan, el que en el pasaje de hoy pedía venganza y fuego, llegar al perdón y al amor.

         No debemos desanimarnos por nuestros errores y flaquezas. Para combatir con eficacia en la vida interior, debemos conocer bien nuestro defecto dominante, el que en cada uno de nosotros tiende a prevalecer sobre los demás y, como consecuencia, se hace presente en la manera de opinar, de juzgar, de querer y de obrar: la vanidad, la pereza, la impaciencia, la falta de optimismo o la tendencia a juzgar mal.

         No subimos todos por el mismo camino hacia la santidad: unos han de fomentar sobre todo la fortaleza; otros la esperanza o la alegría. Debemos preguntarnos en donde tenemos puestos nuestros deseos, qué es lo que más nos preocupa, qué no hace perder la paz o la alegría, y cuál tentación se presenta con más frecuencia.

Francisco Fernández

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         En el evangelio de hoy Cristo manda a sus apóstoles que le preparen el camino y avisen a la gente de un determinado pueblo que iba a parar allí. Pero esas personas de Samaria, en lugar de descubrir a Cristo entre el grupo de viajeros, sólo se fijaron en que "tenían intención de ir a Jerusalén".

         En aquel tiempo los samaritanos no se hablaban con los judíos que bajaban a Jerusalén, y por ello no dudaron en ofender las pretensiones de Jesús, por "tener apariencia de judío". ¡Qué ofensa para Cristo! Por eso los apóstoles le preguntan si quiere que pidan que les caiga fuego del cielo.

         Pero la propuesta de los apóstoles molestó más a Cristo que la ofensa recibida por el pueblo samaritano. ¿No vino Cristo a predicar el perdón? ¿No vino Cristo a morir por amor a toda la gente de ayer, de hoy y de siempre, para salvarnos y llevarnos al cielo? ¿Cómo iba a permitir, pues, que una pequeña ofensa mereciera un castigo así de grande? De ahí que diga el evangelio que Cristo les reprendió enérgicamente.

         Por tanto, aprendamos de Cristo a perdonar. Pero a perdonar de corazón. Sí, nos cuesta, pero si pedimos ayuda a Cristo, nuestro corazón se liberará de un peso enorme, respirará paz, la paz que sólo Cristo da a los que se la piden y luchan por conseguirla y mantenerla. Perdonemos hoy a aquel que nos ofenda, a ejemplo de Cristo, que murió en esa Cruz y se ofreció como víctima al Padre tanto por los que le iban a amar como por los que le iban a crucificar.

Clemente González

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         En tu camino hacia Jerusalén, Señor, hoy envías a unos mensajeros para que preparen el lugar donde vas a pasar la noche. Pero en esta aldea, no te acogieron porque daba la impresión de que ibas a Jerusalén. ¿Qué pensarían aquellos mensajeros, camino de vuelta para explicarte la negativa de los samaritanos? Es una situación un poco decepcionante.

         Aquella gente no sabía lo que hacía: no habían querido acoger al Maestro que podía haber hecho tantas cosas buenas para la aldea. Esta situación ocurre frecuentemente en el apostolado, cuando (como mensajeros que somos de ti) intentamos que otros te acojan. Y oímos las excusas más absurdas: no tengo tiempo, en otra ocasión.

         Como Santiago y Juan, puedo tener la tentación de decir: "Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y les consuma?". Jesús, si quiero ser un verdadero apóstol, un mensajero de tu palabra divina, he de aprender de la paciencia y caridad con la que tratas a los que no te entienden, e incluso, a los que te odian y te clavan en la cruz: "Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón" (Mt 11, 29). Como bien explicó San Cipriano:

"La paciencia es la que nos recomienda y guarda para Dios, la que modera nuestra ira, frena la lengua, dirige nuestro pensar, conserva la paz, endereza la conducta, doblega la rebeldía de la pasión, reprime el tono de orgullo, apaga el fuego de los enconos, contiene la prepotencia de los ricos, alivia la necesidad de los pobres, protege la santa virginidad de las doncellas, mantiene en humildad a los que prosperan, hace fuerte en las adversidades y manso frente a las injusticias y afrentas, enseña a perdonar luego a quienes nos ofenden, y a rogar con constancia e insistencia cuando hemos ofendido, nos hace vencer en las tentaciones, nos hace tolerar las persecuciones, nos hace consumar el martirio, fortifica sólidamente los cimientos de nuestra fe, levanta en alto nuestra esperanza y nos lleva a perseverar como hijos de Dios, imitando la paciencia del Padre" (Tratado de la Paciencia, 20).

         Comprendo tu impaciencia santa, pero a la vez has de considerar que algunos necesitan pensárselo mucho, que otros irán respondiendo con el tiempo. Aguárdalos con los brazos abiertos: condimenta tu impaciencia santa con oración y mortificación abundantes. Porque como ya decía San José Mª Escrivá, "vendrán más jóvenes y generosos; se habrán sacudido su aburguesamiento y serán más valientes" (Surco, 206).

         Jesús, por un lado es bueno tener cierta impaciencia santa, que es consecuencia de una vibración apostólica, de mis ganas de que "todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (1Tm 2, 4). Pero he de dejar que cada persona siga su propio ritmo, su propio proceso de conversión y de encuentro contigo. Algunos necesitan pensárselo mucho, mientras otros irán respondiendo con el tiempo.

         Lo que sí está en mis manos para acelerar al máximo esas etapas, es apoyar a mis amigos con oración y mortificación abundantes. Apostolado no es sólo hablar a mis amigos de Dios, sino también hablar a Dios de mis amigos, encomendarles; pedirte (Jesús) por aquel problema que uno puede estar pasando, por la necesidad de otro, o más gracia para un tercero que tiene miedo a entregarse más.

         Si me comporto así, vendrán los frutos. Y mis amigos te acogerán en sus vidas, y tú los cambiarás y harás de ellos otros apóstoles. Y si no son esos amigos, serán otros, más jóvenes y generosos, más valientes.

         En el evangelio de hoy, te quedas a las puertas de la aldea a la espera de lo que te digan tus mensajeros. Y cuando escuchas la negativa, no te enojas contra ellos, pero tampoco te quedas parado. Y se fueron a otra aldea. Así buscas a las almas: te quedas a la puerta y pides permiso (tal vez mediante un mensajero, un apóstol). Y si te cierran la puerta, te diriges a otro, y a otro. Porque te hacen falta apóstoles, para la obra de Dios.

Pablo Cardona

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         Cuando se va siguiendo el camino de Jesús, se da uno cuenta que no todos reaccionan positivamente ante el anuncio de la salvación. El egoísmo y la envidia son fuertes opositores para que el reino de Dios se implante en los corazones.

         Por desgracia, después de 2.000 años este problema persiste, y no todos aceptan la invitación para dejar que Jesús haga morada en ellos. El evangelio de hoy nos ayuda a descubrir cual debe ser nuestra actitud para con aquellos que aun no han dejado que el Reino sea una realidad en su vida.

         Mientras que Juan y Santiago (los "hijos del trueno") buscan acabar con ellos, Jesús los reprende, pues él no busca la muerte del pecador sino que se arrepienta y viva.

         Nosotros debemos preparar el camino a Jesús, y si la gente no acepta su mensaje, hay que amarlos y perdonarlos, pues el amor es la llave que abre todas las puertas, principalmente las del corazón (que es precisamente a donde tiene que entrar el mensaje del evangelio).

Ernesto Caro

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         El episodio evangélico de hoy nos presenta el viaje de Jesús hacia Jerusalén, la capital del judaísmo. Y cómo el viaje se vuelve conflictivo, al pasar por Samaria. Lucas, como Marcos, enfatiza la decidida voluntad con que Jesús emprendió ese viaje, aún con la oposición de los Doce, que, según Marcos, protestaron por esta decisión y lo siguieron a regañadientes (Mc 10, 32).

         Seguir a Jesús, no es un viaje fácil; puede convertirse en un "viaje sin retorno", y aunque tiene como meta el encuentro definitivo con el Padre, no se puede olvidar (como Jesús nunca lo olvidó) el duro y cruel trance de la cruz. A medida que Jesús se acerca a la hora definitiva de la cruz, los seguidores del Maestro, más que acercarse al punto de vista de Jesús, parecen alejarse de él. Los apóstoles entran en una confusión mental de incomprensión, miedos y dudas.

         La actitud de Santiago y de Juan pone en evidencia que los apóstoles no han entendido plenamente a Jesús. Ellos, por su intolerancia, no encuentran otro camino para tratar a los samaritanos sino el camino de la violencia. Jesús los reprende y les pide enérgicamente que se comporten de acuerdo al proyecto que él mismo les ha enseñado.

         La actitud de Santiago y Juan sigue estando presente en muchas religiones del mundo. Por todos los medios los seres humanos a lo largo de la historia hemos buscado la forma de acabar con los que piensan, actúan o viven de forma diferente.

         Solamente, por poner algunos ejemplos de esta intolerancia tan cruel, patrocinada muchas veces por la religión, pensemos un momento en la relación entre católicos y protestantes durante 5 siglos; o la relación entre cristianos y musulmanes. No podemos olvidar esta cruel historia de intolerancia y de irrespeto que hemos tenido unos con otros. Pero frente a esta cruda realidad, la intervención de Jesús sigue siendo válida hoy: "¿Acaso no saben de qué espíritu son?".

         Los cristianos estamos llamados a comportarnos con la misma altura y responsabilidad con que se comportó Jesús de Nazaret. Estamos obligados a ser respetuosos con los demás y hacer posible la paz entre las religiones, que traerá como fruto la paz universal. Y para la paz entre las religiones, como dice Panikkar, "primero debe haber diálogo entre las religiones, y, antes aún debe haber un intradiálogo en cada religión".

Confederación Internacional Claretiana

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         Jesús se pone hoy en camino con sus discípulos hacia Jerusalén, viaje que terminará con los acontecimientos de su pasión, muerte y resurrección. Esta caminata está marcada fuertemente por el contenido de las enseñanzas que Jesús le imparte a sus discípulos.

         La decisión de Jesús de ir a Jerusalén no es casual, sino deliberada, pues "ya se acercaba el tiempo en que sería llevado al cielo". La decisión pone de relieve la resolución de Jesús de hacer la voluntad del Padre. El viaje lleva a Jesús al destino establecido por el plan salvífico de Dios, y en esto él es plenamente consciente de su destino; de esto ya les ha hablado a sus discípulos cuando les ha anunciado la pasión.

         Para ir de Galilea a Jerusalén, la ruta más directa es la que pasa por Samaria. El relato refleja la ancestral hostilidad existente entre galileos y samaritanos. Los peregrinos que iban a Jerusalén para las grandes fiestas de Israel, evitaban el paso por Samaria, utilizaban el camino de la costa o el valle del río Jordán.

         Para Jesús, que tiende la mano a todos, ésta es una buena oportunidad para anunciar a los samaritanos su evangelio. Por eso Jesús envía mensajeros para que preparen su paso por esta tierra, pero no lo consiguen, porque los samaritanos los rechazan, debido al destino del viaje, la rival Jerusalén. Obviamente, los samaritanos desconocían la razón real del viaje de Jesús a Jerusalén, la cruz.

         Santiago y Juan se llenaron de rabia por este rechazo y querían desquitarse, y preguntaron a Jesús si los exterminaban haciendo bajar fuego sobre ellos. Jesús los reprendió, y después se fueron a otro pueblo. Jesús practica una vez más la tolerancia. Sabe que las rivalidades históricas de su pueblo no se remedian generando más odio y muerte. Jesús no vino a destruir sino a redimir.

         La actitud de Jesús con sus discípulos es un llamado para que los cristianos depongamos el odio, el resentimiento y la venganza, y construyamos espacios de dialogo y concertación que permitan construir la paz entre los pueblos.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         Cuando se iba cumpliendo el tiempo, nos dice hoy el evangelista, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Se trata del tiempo de la misión que debe llevar a término en Jerusalén, tal como indicaban las Escrituras (profecías): No conviene que ningún profeta muera fuera de Jerusalén.

         En el trayecto hacia ese final y principio de etapa, que tenía su punto geográfico en Jerusalén, Jesús y sus acompañantes se encuentran con el rechazo de los samaritanos, en una de las aldeas donde habían previsto alojarse. La razón estaba clara: ellos eran judíos que peregrinaban a Jerusalén (su centro religioso), mientras que los samaritanos eran enemigos de los judíos, y tenían su propio monte Garizim (su centro religioso).

         Aquel rechazo fue muy mal recibido por algunos de los discípulos que acompañaban a Jesús en su travesía. El evangelista señala especialmente a Santiago y a Juan, que son los que le hacen a su Maestro su propia propuesta: Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos?

         La propuesta parece desorbitada, pero es algo que ya había hecho algún profeta como Elías (con los sacerdotes de Baal). Eso sí, tampoco parece una propuesta inspirada en la mansedumbre cristiana, sino en la venganza.

         Jesús, que sí conserva la mansedumbre frente a la contrariedad, hace ver a sus discípulos que ese no era el camino a seguir, y por eso se volvió expresamente a ellos y les regañó. Y les vino a decir que ese pensamiento no procedía del Dios que hace salir su sol sobre buenos y malos y manda la lluvia a justos e injustos. Por eso merecieron su reproche y descalificación. Tras lo cual, señala el evangelista, se marcharon a otra aldea, como había aconsejado el mismo Jesús.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 01/10/24     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A