2 de Octubre

Miércoles XXVI Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 2 octubre 2024

a) Job 9, 1-12.14-16

         Dos amigos de Job llegan hoy a la 1ª lectura para sermonear a Job, torturándole con el por qué el sufrimiento, y si es que el Todopoderoso no puede impedir el desamparo de los inocentes. Como en toda experiencia humana, por lo que se ve tampoco ésta podía faltar: unos buenos amigos, que se acercan a nuestro lecho de dolor y tratan de decirnos alguna buena palabra. ¡Qué fácil es hablar del sufrimiento cuando no se sufre!, y ¡cuán irrisorias son esas palabras, aunque partan de un buen sentimiento!

         Tras escuchar la verborrea de sus amigos, Job volvió a tomar la palabra, diciendo: "Bien sé yo que es así, pero ¿cómo podría un hombre tener razón ante Dios?". Job, no lo olvidemos, no tiene las luces de Cristo (redención, resurrección, vida eterna), y sus búsquedas son simplemente humanas, aunque en su imperfección aporte respuestas admirables. Y aún así, Job no se atreve a pedir cuentas a Dios.

         Con todo, la respuesta de Job no es total, y algo dice que se guardó cosas por decir, como la de preguntar a Dios por qué nos dejó una creación con arrugas, o una obra inacabada. Así como la de abordar el tema del mal.

         En todo caso, en Job hay algo que sí es real: el mal, que existe y del cual es inútil huir, o no querer verlo, o esquivarlo recurriendo a la droga u otro tipo de maldad. Y eso es lo que Job afronta: que el mal existe, mirándolo de frente como 1º paso para combatirlo, pues "quien pretenda litigar con Dios, no hallará respuesta ni una vez entre mil", o ¿"quién le hará frente y saldrá bien librado?".

         Esta es la confesión más sincera de nuestra incapacidad para comprender todas las cosas. Pues el hombre moderno, al igual que el antiguo, también se siente perturbado por el mal, incluso después de haberse creído el dueño de todo, y de haber creído poder explicar todas las cosas de forma racional.

         Job reconoce humildemente que sería ridícula la pretensión de saberlo y conocerlo todo, pues el universo "¡tiene tantas incógnitas!", y el hombre "¡es tan pequeño!", mientras que Dios "hizo las estrellas, trasladó las montañas e impera sobre el sol". De hecho, argumenta Job, "de mil problemas planteados, el hombre ha resuelto algunos", pero subsiste el misterio, lo desconocido y lo inabarcable. Mientras que Dios "es autor de obras grandiosas, y de maravillas insondables sin número".

         La potencia divina es una de las reflexiones favoritas de Job, y si bien es verdad que hay arrugas en la creación, ¡también abundan y superabundan las maravillas! ¿Por qué oír sólo, pues, lo que chirría al rodar? ¿Y por qué no ver todo lo que funciona a la perfección?

         Job se aferra, tenazmente, a su certeza: Dios es sabio, Dios es inteligente, Dios es bueno, Dios es poderoso... y de ello ha dado muchas pruebas en su creación maravillosa. Así que "¿quién le dirá ¿qué es lo que haces?, mientras que yo apenas puedo defenderme?". Es verdad que el hombre no comprende por qué hay tanto mal en este mundo, pero aprendamos de Job, que prefirió confiar en Dios, el mejor conocedor de los por qué.

Noel Quesson

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         Los amigos de Job buscan hoy respuesta a sus interrogantes sobre el mal que agobia a los inocentes, mientras que Job no se atreve a pleitear contra Dios, aludiendo a que él es todopoderoso, y lo sabe y puede todo, y sus razones tendrá: "¿Cómo podremos nosotros encontrar argumentos contra él, o pedirle cuentas? ¿O quién le reclamará: qué estás haciendo?". Nosotros no sabemos la respuesta, pero él sí que debe saberla.

         Job está asustado ante Dios, pero no acaba de recibir respuesta y sigue su búsqueda. Mientras que sus contertulios no le ayudan mucho, y más bien meten cizaña en su ánimo. La situación puede pasarnos a nosotros mismos, o a conocidos nuestros a los que vemos sufrir en propia carne lo que parece una injusticia: ¿Por qué a mí? ¿Por qué a esta persona inocente? ¿Cómo lo permite Dios?

         Juan Pablo II, en su carta Salvifici Doloris sobre el sentido cristiano del sufrimiento humano, abordó este misterio. Sobre todo en su cap. 3, en su "búsqueda de una respuesta a la pregunta sobre el sentido del sufrimiento", que toma pie precisamente del libro de Job:

"¿Será, como le dicen sus amigos, que estas desgracias son necesariamente castigo de sus pecados? ¿Será una pedagogía divina, por el valor educativo que tienen las pruebas y el dolor? El libro de Job niega estos presupuestos como insuficientes, pero no llega a la clave verdadera".

         Como decía el papa, "el libro de Job no es la última palabra de la revelación sobre este tema", sino que la respuesta la tenemos en Cristo, en su dolor asumido, en su solidaridad total, en su muerte inocente y en su resurrección.

         Es decir, que Dios nos ha querido salvar asumiendo él mismo nuestro dolor, entrando hasta el fondo en el mundo del sufrimiento y dándole a todo un sentido redentor, desde el amor y la profundidad del sacrificio pascual de Cristo, que se entregó voluntariamente por los demás. Dios nos ha mostrado su amor precisamente a través de su dolor, y así nuestro dolor se convierte en solidario del de Dios, con la misma finalidad: salvar al mundo.

         De todas formas, la pregunta del mal seguirá siendo una pregunta difícil de contestar, y seguirá doliendo. La oración del salmo no nos da la respuesta, pero sí fuerzas para vivir el misterio: "Llegue hasta ti mi súplica, Señor, ¿por qué me rechazas y me escondes tu rostro? Pero yo te pido auxilio, por la mañana irá a tu encuentro mi súplica".

         Jesús nos dio ejemplo de cómo afrontar el mal y el sufrimiento, entregándose en manos de Dios y caminando hacia su sacrificio: "No se haga mi voluntad sino la tuya. A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu".

José Aldazábal

b) Lc 9, 57-62

         Jesús hace hoy una nueva llamada de discípulos, en pleno territorio samaritano y precisando cuáles han de ser las actitudes del verdadero discípulo. La escena tiene forma de tríptico. En las tablillas laterales hay constancia de 2 ofrecimientos ("te seguiré"), si bien condicionados; en el centro hay una llamada directa de Jesús ("sígueme").

         El personaje central ha sido invitado por Jesús (en vista de sus disposiciones), mientras que los otros 2 han tomado ellos mismos la iniciativa (en vista de las actitudes de Jesús). En todo caso, Lucas describe con estos 3 personajes la constitución de un nuevo grupo (pues el nº 3 indica siempre una totalidad). 

         Los 3 personajes que se acercan hoy a Jesús no tienen nombre, y las condiciones que les impone Jesús son más exigentes que las que había impuesto a Pedro, Santiago y Juan, pues les exige una ruptura total con el pasado: casa, familia y padre, como portador de la herencia.

         Al 1º personaje (el central) lo invita Jesús mismo, porque sabe que ya ha roto con la tradición paterna ("muerte del padre", y de la herencia que lo vinculaba con el pasado). Le pide que se olvide del pasado ("enterrar") y que se disponga a anunciar la novedad del reino. Al 1º, que se ha ofrecido espontáneamente, le exige que no se identifique con ninguna institución ("no tiene donde reclinar la cabeza").

         Jesús nos quiere abiertos a todos y universales. La respuesta que da al tercero, quien también se ha ofrecido espontáneamente, se ha convertido en una máxima: "El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el reino de Dios". La familia es figura, en este contexto, de Samaria: la opción por el reino universal rompe con cualquier particularismo.

Josep Rius

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         La existencia de Jesús se tipifica en forma de camino (v.51) y, consiguientemente, la de sus discípulos tendrá que aparecer como seguimiento. Sabemos por la perícopa anterior (vv.51-55) que seguir a Jesús no ofrece ningún tipo de ventaja o poder sobre los otros. Las 3 pequeñas unidades que forman nuestro texto reasumen ese tema y muestran el riesgo y el valor del seguimiento de Jesús.

         Frente al hombre confiado que supone que seguirle es como andar hacia una fiesta, Jesús puntualiza: "El Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza" (vv.57-58). Cada uno de los elementos de este mundo ha recibido un puesto dentro del conjunto. Tiene su lugar la roca, madriguera el zorro, o nido los pájaros del campo.

         Un general que se aventura en la batalla ofrece siempre recompensa a los soldados. El maestro garantiza un éxito al que viene a recibir sus clases. Sólo Jesús, que tiene el atrevimiento de llamar a todos, no ha ofrecido a nadie recompensa de este mundo. No promete hogar sobre la tierra, su camino desemboca en el Calvario.

         Recordemos que la palabra con que se alude a Jesús es "hijo del hombre", y que precisamente allí donde ha desaparecido todo poder y toda fuerza, es donde viene a revelarse el poder definitivo de Dios sobre la tierra (simbolizado en el Hijo del hombre).

         Las 2 unidades siguientes (vv.59-60 y 61-62) ofrecen una misma estructura literaria y transmiten un mensaje semejante. El discípulo supone que es posible conciliar el seguimiento de Jesús con las obligaciones antiguas de este mundo: cuidarse del padre, estar a bien con la familia.

         La respuesta es tajante: el seguimiento presupone un sí absoluto y total, sin condiciones. La verdad del Reino y la verdad del mundo pertenecen a 2 campos totalmente distintos, y no pueden conciliarse en forma de elementos de una misma verdad universal más amplia.

         Recordemos que en cada uno de estos casos el seguimiento alude simplemente a la vocación cristiana. Jesús ha convocado y convoca a todos los hombres, invitándoles a recibir el don del Reino y asumir su destino de fidelidad y sufrimiento. A quien se atreva a acompañarlo le ha ofrecido lo que tiene: el camino de la cruz, la propia soledad, el sufrimiento.

         En esta perspectiva, el "dejar que los muertos entierren a sus muertos" nos transmite una verdad consoladora. El Reino es más que la familia, y el amor de Dios desborda todos los estratos del amor de unos hermanos o unos padres. Por eso, ante la exigencia de Jesús, es necesario superar todos los planos de la vida del hombre sobre el mundo.

         Sólo cuando se haya descubierto este misterio, cuando el amor (y el sufrimiento) del Reino aparezca en su hondura transformante y salvadora se comprenderá el valor del padre y de la madre; no se les ofrecerá simplemente el cariño biológico o cerrado de una familia de este mundo, sino todo aquel misterio del amor fecundo y desprendido que Jesús quiso transmitirnos.

         Algo semejante puede afirmarse de "aquel que toma el arado y mira hacia atrás" para despedirse de la familia. "Tomar el arado" presupone decidirse de una forma total y definitiva, alude a que el Reino de Jesús no es una mezcla entre el sí y el no y por eso lo recibe el que se arriesga. Pues bien, desde ese riesgo del evangelio se debe reconquistar la auténtica familia, para amarla con todo el amor (y el sacrificio) que el camino de Jesús nos ha ofrecido.

Juan Mateos

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         La narración evangélica de hoy ofrece 3 posturas y tres puntos de vista de Jesús, frente a aquellos que querían seguirle, poniéndole condiciones. Jesús exige una unión incondicional con él y una superación de todo lo natural. La tierra no es el espacio de Jesús.

         Él camina hacia la muerte y aquellos que quieran seguirle se apuntan al mismo destino. Jesús, encarnación del amor, no tiene lugar en una tierra de odio, no tiene casa, ni ciudad, ni pueblo; ni siquiera tiene lo que poseen los animales. Él es la entrega total, el que camina a Jerusalén, el Hijo del hombre, cuya patria no es la tierra.

         Enterrar a los familiares muertos era una grave obligación del 4º mandamiento para los contemporáneos de Jesús. A pesar de todo seguir a Jesús y el servicio al Reino está sobre todo, aun sobre los preceptos de la Antigua Alianza. La cercanía del Reino exige la superación de todos los deberes, aun los más sagrados (Lc 14, 25).

         Los muertos que entierran a sus muertos son los que absortos en las preocupaciones mundanas no tienen inteligencia del reino de Dios (1Cor 2, 14). Ni este aspirante, ni los otros 2 llegan a ser discípulos, porque les falta el espíritu de infancia y prefieren su propio criterio al de Jesús.

         La urgencia del Reino es tal que ya no queda tiempo, ni para despedir a los familiares. Para seguir a Jesús no se puede apartar la mirada de la meta y la meta es Jerusalén. No valen para el Reino los que dan importancia a lo que dejan. Solamente valen aquellos que llenan su alma con su destino de servicio y de entrega. El seguir a Jesús exige el enseguida y el totalmente (Mt 4,20; Ga 1,16; 1Cor 9,24).

Gaspar Mora

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         Los discípulos tendrán que vencer no sólo la sed de venganza y de revancha o el deseo de poder manifestado reiteradas veces por ellos a lo largo del evangelio. Las exigencias de Jesús van más allá. El evangelista presenta tres casos de aspirantes a discípulo, esta vez samaritanos. El 1º y el 3º piden seguir a Jesús (por su cuenta), mientras el 2º es llamado por Jesús (sin haberlo querido él).

         El 1º promete seguir a Jesús en su condición de maestro itinerante ("adonde quiera que vayas"), pues seguir a Jesús evoca la idea de acompañamiento, formación y colaborar conjunta, sin actitud servil y bajo una alianza ciega, en dependencia infantil y mimetismo alienante.

         No obstante, Jesús le recuerda que el trabajo del misionero es abnegado, y no tiene siquiera "una madriguera o un nido donde cobijarse". Y que llegado el caso, la abnegación y el desprendimiento radical no pueden ser reemplazados por cualquier subterfugio.

         Efectivamente, Jesús es un maestro itinerante, sin arraigo y sin techo, y su suerte no se asemeja ni siquiera a la de los animales más inquietos (las zorras y los gorriones). Y por ello el discípulo solamente ha de tener su refugio sólo en Jesús, y en la comunidad de Jesús.

         El 2º pide seguir a Jesús, pero con una condición: "enterrar primero a su padre" (como ya pidiera el profeta Eliseo a Elías; 1Re 19, 19-21). El lector, sea judío o griego, conoce el carácter imperativo que tiene en ambas culturas acompañar a los padres en la vejez hasta darles sepultura. El padre representa entre los judíos la tradición, el vínculo con el pasado y con la ley.

         No obstante, Jesús invita al discípulo a abrirse al futuro con esa frase llena de ambigüedad: "Dejad a los muertos (los que están en el pasado) enterrar a sus muertos". El discípulo debe romper con ese vínculo para mirar a la tarea acuciante de anunciar el reinado de Dios. Seguir a Jesús requiere una adhesión inmediata y total, que exige una ruptura con el orden familiar y con la tradición religiosa.

         El 3º se acerca a Jesús, pero le pide permiso para "despedirse antes de su familia". Jesús se muestra más exigente que Elías con Eliseo, y mientras Elías le dio permiso a Eliseo para ir a despedirse de su familia, Jesús se lo deniega, como punto de la mayor exigencia.

         Jesús responde al 3º con una frase proverbial con la que se indica que el seguimiento de Jesús requiere concentración y exclusividad; no hay lugar ya para añorar el pasado ("poner la mano en el arado y mirar hacia atrás"), y hay que concentrarse en la tarea del Reino, pues se trata de un Reino universal que ha de romper el particularismo de lo familiar. La Iglesia no está atada por vínculos de sangre, sino por el amor que infunde el Espíritu.

Fernando Camacho

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         Hoy en el mundo son millones los que nos decimos ser seguidores de Jesús y de su Causa; pero muchas veces cada uno interpreta y acomoda el mensaje de Jesús a su manera o de acuerdo a sus intereses. En el relato evangélico de hoy esto es muy claro. Nadie distinto de Jesús puede establecer las reglas del juego en el seguimiento de Jesús; solamente él. Seguirlo equivale a conocer y aceptar el modo como debemos hacerlo.

         Sabemos que el seguimiento de Jesús, no fue ni es una realidad fácil. Es un camino que comporta consecuencias trascendentales para la vida y que muchas veces desemboca en un fin trágico, similar al de Jesús. No podemos declararnos sus seguidores si no nos confrontamos con el evangelio y con las exigencias radicales que le siguen.

         En la 1ª escena del relato (vv.57-56), Jesús pone de manifiesto la inseguridad que le espera a todo aquel que se disponga a seguirlo de verdad.

         La 2ª escena del relato (vv.59-60) nos presenta a uno que es llamado por Jesús, pero no es capaz de asumir la causa que Jesús le propone, porque los lazos de la carne y de la sangre son más fuertes. Para Jesús, el reino de Dios es el absoluto de todo hombre y mujer y por lo tanto Dios no admite excusa alguna.

         Dios no es un agregado más a lo que el ser humano ya tiene o hace, sino el punto de partida para su existencia. Para Jesús, el seguimiento está relacionado con la vida, por eso hay que dejar atrás el mundo muerto, representado en la figura del padre que había muerto.

         La 3ª escena (vv.61-62) trata un caso similar al anterior, pero en este caso con un personaje que se presenta espontáneamente a Jesús, sin recibir una invitación explícita. Este hombre pone una condición para poder seguirlo, pero Jesús la rechaza, porque sabe que el valor del Reino es mayor que el de cualquier relación existente en la historia. Jesús no se opone al amor ni a la familia, esto hay que entenderlo muy bien. Pero lo que deja bien claro Jesús es que no se puede anteponer nada, absolutamente nada, al seguimiento del reino de Dios.

Maertens-Frisque

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         En el camino de Jesús hacia Jerusalén, leemos hoy 3 breves episodios de vocación al seguimiento de Jesús, con situaciones diferentes y respuestas que, aparentemente, parecen paradójicas por parte de Jesús.

         Al 1º que le quería seguir, Jesús le advierte que "no tiene ni dónde reclinar la cabeza", poniéndose por debajo de los pájaros y las zorras (que tienen su nido y su madriguera). Al 2º le llama Jesús, y no le acepta la excusa dilatoria de que tiene que enterrar a su padre: "Deja que los muertos entierren a sus muertos". Al 3º que le pide permiso para despedirse de su familia, le urge Jesús a que deje estar eso, porque sería como "el que pone la mano en el arado y sigue mirando atrás".

         Las respuestas de Jesús hay que entenderlas al pie de la letra, pero también como una manera expresiva de acentuar la radicalidad del seguimiento y su urgencia, porque hay mucho trabajo y no nos podemos entretener en cosas secundarias.

         Con su 1ª respuesta, Jesús nos dice que su seguimiento no nos va a permitir instalarnos cómodamente. Jesús está de camino, es andariego, al igual que Abraham salió de su tierra de Ur y peregrinó por tierras extrañas, cumpliendo los planes de Dios.

         Con su 2ª respuesta, Jesús no desautoriza la buena obra de enterrar a los muertos. Recordemos el libro de Tobías, en que aparece como una de las obras más meritorias que hacía el buen hombre. A Jesús mismo le enterraron, igual que hicieron luego con el protomártir Esteban. Lo que nos dice es que no podemos dar largas a nuestro seguimiento.

         El trabajo apremia. Sobre todo si la petición de enterrar al padre se interpreta como una promesa de seguirle una vez que hayan muerto los padres. El evangelio pone como modelos a los primeros apóstoles, que, "dejándolo todo, le siguieron".

         Lo mismo nos enseña con su 3ª respuesta y lo de "no despedirse de la familia", donde Jesús no está suprimiendo el 4º mandamiento (la honra de los padres), sino priorizando los 3 primeros mandamientos (el amor, defensa y santidad de Dios). Cuando el discípulo Eliseo le pidió lo mismo al profeta Elías, éste se lo permitió (1Re 19). Pero Jesús es más radical, y sus seguidores no tienen que mirar atrás.

         Incluso hay que saber renunciar a los lazos de la familia si lo pide la misión evangelizadora, como hacen tantos cristianos cuando se sienten llamados a la vocación ministerial o religiosa, y tantos misioneros, también laicos, que deciden trabajar por Cristo dejando todo lo demás. Sin dejarnos distraer ni por los bienes materiales ni por la familia ni por los muertos. La fe y su testimonio son valores absolutos. Todos los demás, relativos.

José Aldazábal

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         El evangelio de hoy nos invita a reflexionar, con mucha claridad y no menor insistencia, sobre un punto central de nuestra fe: el seguimiento radical de Jesús: "Te seguiré adondequiera que vayas" (v.57). Una simpleza con la que propone hoy Jesús algo capaz de cambiar totalmente la vida de una persona: "Sígueme" (v.59). Palabras del Señor que no admiten excusas, retrasos, condiciones, ni traiciones.

         La vida cristiana es este seguimiento radical de Jesús. Radical no sólo porque toda su duración quiere estar bajo la guía del evangelio (porque comprende, pues, todo el tiempo de nuestra vida), sino porque todos sus aspectos (desde los extraordinarios a los ordinarios) han de ser manifestación del Espíritu de Jesucristo.

         En efecto, desde el bautismo, la nuestra ya no es la vida de una persona cualquiera, y lllevamos la vida de Cristo inserta en nosotros. Por el Espíritu Santo derramado en nuestros corazones, ya no somos nosotros quienes vivimos, sino que es Cristo quien vive en nosotros. Así es la vida cristiana, porque es vida llena de Cristo, porque rezuma Cristo desde sus más profundas raíces: es ésta la vida que estamos llamados a vivir. Como explica San Jerónimo:

"El Señor vino al mundo, y mientras todo el género humano tenía su lugar, él no lo tuvo. Y no encontró lugar entre los hombres sino en un pesebre, entre el ganado y los animales, y entre las personas más simples e inocentes. Por eso dice que las zorras tienen guaridas y las aves del cielo nidos, mas el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza".

         El Señor encontrará lugar entre nosotros si, como Juan el Bautista, dejamos que él crezca y nosotros menguamos, es decir, si dejamos crecer a Aquel que ya vive en nosotros siendo dúctiles y dóciles a su Espíritu, la fuente de toda humildad e inocencia.

Lluc Torcal

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         Lucas nos narra hoy el caso de 3 jóvenes que pudieron ser discípulos de Jesús, y que quedaron en vocaciones frustradas por la respuesta dada por el Señor. Quien no lo conoce, podría tildarlo de duro, tajante, e incluso de intolerante. Ciertamente, desconcertante.

         Mientras Jesús iba de camino, le salió al encuentro uno, que le dijo: "Maestro, te seguiré a dondequiera que vayas". Parecía estar bien dispuesto y preparado para seguir a Jesús. Y sin embargo, nos da la impresión de que nuestro Señor lo desanima: "Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza".

         Era como decirle que se lo pensara muy bien, que no era fácil su seguimiento, que habría muchas dificultades y renuncias, y que no cualquiera podía ir por ese camino. Pero, ¿no hubiese sido mejor que lo entusiasmara y le ofreciera una palabra de aliento? Seguramente, al oír una respuesta tal, aquel muchacho se habrá echado para atrás.

         Enseguida se encuentra con otro, y lo invita él personalmente: "Sígueme". Es aquí Jesús quien toma la iniciativa. El joven le pide un poco de prórroga: "Déjame primero ir a enterrar a mi padre". Jesús no condena los funerales, y tampoco es el caso de que el padre de este muchacho acabara de morir y tuviera que celebrarse un sepelio. Lo que trataba de decir aquel muchacho a Jesús no era eso, sino otra cosa muy diversa: que quería permanecer entre sus seres queridos hasta que sus padres murieran, y entonces, después de sepultarlos, podría ser su discípulo.

         Por supuesto que Jesús no admite dilaciones: "Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el reino de Dios". La respuesta nos puede sonar bastante confusa. Los orientales son muy coloridos en su hablar, y usan un lenguaje rico de imágenes. La palabra muertos cobra aquí un doble significado: los que ya han partido de este mundo (los muertos en el cuerpo), y los muertos en sentido figurado (los que no pertenecen al Reino, o muertos en su espíritu).

         Finalmente, aparece en escena un 3º joven, que le dice: "Te seguiré, Señor, pero déjame primero despedirme de mi familia". La petición que hace éste a Jesús nos parece muy razonable. ¿Qué tiene de malo que, antes de seguir a Cristo, se despida de sus seres queridos? Cualquiera de nosotros lo hubiera pedido. Más aún, quienes hemos seguido a Cristo por el camino del sacerdocio o de la vida religiosa, lo hemos hecho. El mismo Eliseo le hizo a Elías una idéntica petición cuando éste lo llamó a sucederlo en el ministerio profético. Y Elías se lo permitió (1Re 19, 91-21).

         Sin embargo, las palabras del Señor vuelven a ser duras y radicales: "El que echa la mano en el arado y sigue mirando atrás, no vale para el reino de Dios". Y también éste queda descartado.

         ¿No es Jesús un Mesías bastante radical e intolerante? Sin embargo, en este último caso, el Señor no está negando a nadie que "se despida" físicamente de los suyos. De lo que habla es de la actitud interior. Éste todavía estaba demasiado apegado a su familia y los afectos naturales lo tenían como atado, tanto que no le permiten seguir a Jesús.

         El Señor no es intolerante, pero sí es exigente. Él conoce muy bien el corazón de los hombres y sabe lo que puede pedirnos. Si muchos reyes y generales, a lo largo de la historia, han pedido a sus súbditos o a sus soldados incluso el sacrificio supremo de la propia vida (y tantísimos lo han dado por su rey y por la patria) Jesucristo, el Rey de reyes, también puede pedirlo.

         Él quiere generosidad, decisión, totalidad en el amor, y no entregas a medias (que, por otro lado, no sirven para nada). Además, el Señor advierte claramente a los que llama y les hace conocer las exigencias de su seguimiento. Quienes quieran alistarse en sus filas, deben ser conscientes de la dificultad de la empresa y de la gravedad de los compromisos que asumen con su decisión.

         El Señor no engaña a nadie, porque quiere entregas libres, conscientes y hechas por amor. Ni quiere mercenarios, cobardes ni traidores. Cristo exige una opción radical por él y por su Reino, pues "si alguno quiere seguirlo y no toma su cruz, no es digno de él" (Lc 9, 23).

         Sus discípulos deben estar dispuestos a entrar por la vía estrecha del evangelio (Mt 7, 13-14), a perder la vida por él (Lc 9, 24), y a caer en tierra y morir (Jn 12, 24). Cristo exige radicalidad, sí, pero también promete una recompensa eterna y un premio sin comparación: "cien veces más, en esta vida y la vida eterna" (Mt 19, 29).

Sergio Córdoba

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         En el evangelio de hoy, Jesús expone en breves palabras el panorama para los que quieren seguirlo: la renuncia a la comodidad, el desprendimiento de las cosas, una disponibilidad completa al querer divino. Pues "las raposas tienen sus madrigueras y los pájaros del cielo sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar su cabeza" (vv.57-62), dice el Señor. Y pide a sus discípulos un desasimiento habitual: la costumbre firme de estar por encima de las cosas que necesariamente hemos de usar, sin que nos sintamos atados por ellas.

         Para los que hemos sido llamados a permanecer en el mundo, requerimos una atención constante para estar desprendido de las cosas. Una de las manifestaciones de la pobreza evangélica es utilizar los bienes como medios para conseguir un bien superior, no como fines en sí mismos. Tanto si tenemos muchos bienes, como si no tenemos ninguno, lo que el Señor nos pide, es estar desprendido de ellos, y poner nuestra seguridad y nuestra confianza en él.

         Nuestro corazón ha de estar como el del Señor: libre de ataduras. Porque la verdadera pobreza cristiana es incompatible con la ambición de bienes superfluos, o con la inquieta solicitud por los necesarios. Uno de los aspectos de la pobreza cristiana se refiere al uso del dinero.

         Hay cosas que son objetivamente lujosas, y desdicen de un discípulo de Cristo, y no deberían entrar en sus gastos ni en su uso. El prescindir de esos lujos o caprichos chocará quizá con el ambiente y puede ser en no pocas ocasiones que muchas personas se sientan movidas a salir de su aburguesamiento.

         Los gastos motivados por el capricho son lo más opuesto a la mortificación aun si los pagara el estado, la empresa o un amigo, y el corazón seguiría a ras de tierra, incapaz de levantar el vuelo hasta los bienes sobrenaturales. Por amor a Cristo, en la abundancia y en la escasez.

         Un aspecto de la pobreza que el Señor nos pide es el de cuidar, para que duren, los objetos que usamos: la ropa, los instrumentos de trabajo. Y ello para no tener nada superfluo, ni crearse necesidades. No quejarnos cuando algo nos falte, al mismo tiempo que luchamos para salir de la difícil situación, con la alegría profunda de quien se sabe en manos de Dios.

Francisco Fernández

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         Jesús, el evangelio de hoy me cuenta el caso de 3 personas que se enfrentan ante la vocación. Los 2 que llamas a seguirte dejándolo todo reaccionan con condiciones; y al que no llamas, ése quiere seguirte a donde quiera que vayas. Esta misma situación se sigue dando en la historia: a algunos que no tienen vocación, pero sí buena voluntad, hay que frenarlos un poco; mientras que otros, que sí tienen vocación, buscan excusas para no entregarse.

         Jesús, tú me has enseñado que hay una vocación universal (la perfección cristiana) que se concreta en distintas vocaciones específicas. Desde el camino de los religiosos (con las muchas variantes que hay) hasta el camino del matrimonio, verdadera vocación cristiana de apóstol.

         Lo que esperas de mí, Jesús, es que no me tape los oídos a tu llamada, que busque sinceramente tu voluntad, que sea un alma de oración. Y que no ponga condiciones a lo que me pidas. Que no me engañe diciendo "de acuerdo, pero primero permíteme que acabe la carrera, o que encuentre trabajo, o que me case, o que disfrute de la vida un poco". Porque "nadie que pone su mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el reino de Dios". Como dice San Agustín:

"El Señor, cuando prepara a los hombres para el evangelio, no quiere que interpongan ninguna excusa de piedad temporal o terrena, y por eso dice: Sígueme y deja a los muertos que entierren a sus muertos" (Catena Aurea, I, 493).

         Después del entusiasmo inicial, han comenzado las vacilaciones, los titubeos, los temores. Te preocupan los estudios, la familia, la cuestión económica y, sobre todo, el pensamiento de que no puedes, de que quizá no sirves, de que te falta experiencia de la vida.

         Jesús, al principio era sencillo seguirte. Pero rezar un poco más, ofrecer el estudio y ser más servicial... Tras el entusiasmo inicial, todo me parece más difícil, y me parece que no avanzo, que las cosas cuestan más de lo previsto, y que el mundo a mi alrededor sigue tan indiferente hacia ti como al principio. Entonces, si me descuido, viene la tentación de que no puedo, o de que quizás no sirvo para ser apóstol tuyo.

         Jesús, cuando aquel discípulo que te venía siguiendo en tus viajes por ciudades y aldeas, quiere volver con su familia, le respondes (tal vez con dolor, por la falta de generosidad de aquella persona): "No vuelvas la mirada atrás". No es que la familia no sea importante; es que aún más importante es servir a Dios. Y si tú me pides abandonarlo todo y seguirte, nada debe hacerme cambiar de parecer.

         Jesús, tú eres el primero que te ocupas de mi familia, y de que salga adelante en mi vida profesional. Por eso, cuando me pides algo, me das también las gracias necesarias para cumplir mis deberes familiares y profesionales, aunque a veces cueste y requiera un poco más de paciencia y sacrificio. En esos momentos, he de saber actuar con fe y esperanza. Ayúdame a serte fiel en lo que me vas pidiendo cada día. Te pido que nunca te abandone por miedo, cansancio o falta de generosidad.

Pablo Cardona

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         Mientras iban de camino, se le presentan hoy a Jesús 3 candidatos que quieren seguirle. Se diría que Jesús hace todo lo posible para desanimarlos. Parece que su intención es más la de rechazar que la de atraer, desilusionar más que seducir.

         En realidad, Jesús no apaga el entusiasmo, sino las falsas ilusiones y los triunfalismos mesiánicos. Los discípulos deben ser conscientes de la dificultad de la empresa, de los sacrificios que comporta, y de la gravedad de los compromisos que se asumen con aquella decisión. Por eso el maestro le dice a los discípulos que tomen conciencia del riesgo que comparta esta aventura: "la entrega de la propia vida".

         Seguir a Jesús, pues, exige:

         1º Disponibilidad para vivir en la inseguridad, "no teniendo donde reclinar la cabeza". No se pone el acento en la pobreza, sino en la itinerancia. El discípulo, como Jesús, no puede programar, organizar la propia vida según criterios de exigencias personales, de comodidad individual; su vida no puede estar amarrada por las estructuras o posesiones materiales.

         2º Ruptura con el pasado, con las estructuras que aten y frenen la libertad y disponibilidad total. Es necesario que los nuevos discípulos miren adelante, que anuncien el Reino, para que desaparezca el pasado y surja el proyecto de Jesús.

         3º Decisión irrevocable, sin nada de vacilaciones ni componendas, sin ninguna concesión a las añoranzas y recuerdos del pasado, y con un compromiso de entrega total y definitivo, de elección irrevocable.

         Lucas, al contar estas exigencias radicales del seguimiento, al comienzo del viaje a Jerusalén quiere advertir a los discípulos sobre la seriedad del camino que van a emprender con Jesús.

         Hoy como ayer, Jesús sigue llamando a hombres y mujeres que dejándolo todo, se comprometen con la causa del evangelio, y tomando el arado sin mirar hacia atrás, entregan la propia vida en la construcción de un mundo nuevo donde reine la justicia y la igualdad entre los seres humanos.

Dominicos de Madrid

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         Para ser instrumento apto en el anuncio del reino de Dios hay que responder a las exigencias que ese anuncio supone. La naturaleza de dichas exigencias es tan amplia que pone en cuestión los valores que fueron predominantes en la vida antes del momento de la llamada.

         Posesión y deberes familiares, valores indispensables para la actuación humana, son puestos en cuestión y deben ser considerados bajo una nueva perspectiva. Desde la primacía que debe adquirir en la vida la tarea referida al reino de Dios todo lo demás se convierte en relativo.

         Por consiguiente, todo otro valor en adelante debe ser considerado en relación a lo que señala este valor fundamental de la existencia creyente. De esta forma todos los antiguos valores de una existencia son relativizados y, por lo mismo, desde el Reino adquieren su exacta perspectiva.

         La suerte del Hijo del hombre, que "no tiene donde reclinar su cabeza", puede ser asumida como plenitud de la existencia, más allá del vacío que comporta para el llamado el colocarse en situación de desventaja frente a "las aves del cielo y a los zorros del campo". Igualmente, los mismos deberes familiares son puestos en cuestión frente a los deberes que el anuncio del Reino comporta.

         La palabra de Jesús "tú anda y anuncia el reino de Dios" sigue resonando en los oídos de todo creyente. Ella le acompañará a lo largo de toda su vida, y le impedirá el volver la vista atrás después de haberse decidido colocar su vida al servicio de esa causa.

Confederación Internacional Claretiana

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         Muchos de los que aspiraban a ser seguidores de Jesús nunca pasaban de la buena intención, y la mayoría de ellos se rezagaba por el camino. Les interesaba de alguna manera la llamada de Jesús, pero las preocupaciones inmediatas los confundían. Hoy vemos 3 casos de ellos.

         El 1º de esos casos debe aprender a vivir más libre de las ataduras, y por eso Jesús le advierte que su seguimiento no le va a ofrecer seguridades de ningún tipo.

         El 2º se pone a considerar el momento oportuno de seguir a Jesús (siempre y cuando sus progenitores hayan fallecido), viniendo a decir a Jesús que le seguirá cuando su padre haya muerto, y así pueda cobrar él la herencia que le tocaba. Jesús le contesta con una frase tajante: el evangelio ha de ser predicado ya, y no vale posponer para mañana el ponerse manos a la obra.

         El 3º espera el reconocimiento de sus parientes para afiliarse al grupo de discípulos. Y Jesús le contesta que entre los requisitos para el discipulado no se contempla la aprobación de los demás, como paso previo para que uno haga lo que le corresponde.

         Las exigencias dirigidas a los discípulos fueron efectivas en el pasado, y hoy conservan todo su vigor. El llamado requiere decisión, entrega y responsabilidad. Sólo los seres humanos dispuestos a ser libres se incorporan a la comunidad de discípulos y emprenden el camino del Maestro.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         Nos cuenta hoy el evangelista que un seguidor de Jesús, atraído quizás por su mensaje, o fascinado por su personalidad, le dijo en cierta ocasión a Jesús: Te seguiré a donde vayas. Parece dispuesto a todo, pues no pone condiciones y manifiesta estar dispuesto a seguirle vaya donde vaya, a tierra de paz o a tierra de conflictos. ¿También a la cárcel?

         Con su respuesta, Jesús le pone en guardia, y viene a decirles que seguirle a él supone seguir a alguien que no tiene dónde reclinar la cabeza: Las zorras tienen madriguera y los pájaros nido, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza.

         La disposición de este seguidor de Jesús parece inmejorable, pero ¿es del todo consciente de lo que implica este seguimiento? Jesús quiere hacérselo ver antes de que tome una decisión tan importante, porque seguir al Maestro supondrá compartir su misma situación vital, que es la del que no tiene dónde reclinar la cabeza (hasta que finalmente la recline sobre el duro madero de una cruz).

         Seguir a Jesús supone, pues, seguir el modo de estar en la vida de Jesús, que a su vez es el exigido por el apremio de la misión (anunciar el evangelio). Y eso implica empeñar todas las energías disponibles en la causa, e incluso el dar la vida ante las exigencias de esta causa (entre ellas, el no tener dónde reclinar la cabeza:, o vivir en la inseguridad de los que carecen de casa).

         Siendo este modo de vida una exigencia del seguimiento de Jesús, no podrán seguirle, por tanto, quienes no estén dispuestos a esta pobreza de medios humanos. Pero tampoco quienes no hayan sido capaces de renunciar a las ataduras emocionales, como es el caso de los lazos afectivos hacia los seres queridos.

         La fuerza de estas ataduras explica el duro juicio de Jesús, respecto del 2º caso que quiere seguirle tras ir primero a enterrar a su padre (que no es simplemente ir a dar sepultura al padre recién fallecido, sino esperar a que el padre fallezca para emprender después el seguimiento).

         Es verdad que esto es lo que hicieron algunos para seguir a Jesús, como San Juan Crisóstomo (que sólo tras el fallecimiento de su madre viuda, emprendió el camino de la vida monástica). Pero esto no es lo que pedía Jesús, sino que lo que sigue pidiendo es un seguimiento inmediato y diligente, e incluso rupturista. De ahí que insista: Deja que los muertos entierren a sus muertos. Tú vete a anunciar el reino de Dios.

         Los muertos a los que alude Jesús son los que viven faltos de vida y del impulso del Espíritu de vida, que es el mismo que anima al portador de la buena noticia. Para los que asumen la misión de anunciar el reino de Dios, cualquier otra actividad, por buena que sea, pasa a ser irrelevante.

         La radicalidad con la que Jesús propone su seguimiento es tal, que no deja espacio siquiera para las despedidas. Si Elías permitió a su discípulo Eliseo decir adiós a sus padres, es precisamente porque aquello suponía su renuncia a todo su pasado, como indica su acción de matar la yunta de bueyes con la que estaba arando, asar su carne y dar de comer a su gente. Si Eliseo mata a los bueyes no es para volver a trabajar con ellos, sino para no volver a tener esa tentación, de una manera rupturista y absoluta.

         En cuanto al 3º caso que quería seguir a Jesús, éste le dice: El que echa mano al arado, y sigue mirando atrás, no vale para el reino de Dios. En este caso, porque en el deseo de despedirse de su familia sigue existiendo una ligadura afectiva, y una atadura que le tiene mirando atrás con nostalgia y añoranza, quitándole la absoluta y necesaria libertad para entregarse en cuerpo y alma al reino de Dios.

         San Pablo, que había roto con tantas cosas (patria, condición farisaica...) para seguir a Jesús, tenía buena conciencia de ello, y por eso decía: Para vivir en libertad, Cristo nos ha liberado. Cristo nos ha liberado para vivir en libertad, a través de la vía de la liberación. Y cuanto más liberados seamos por Cristo, más libres seremos: libres de los otros, de nosotros mismos (deseos y apetencias) y de nuestras viejas ataduras libertinas (sobre todo, del pecado).

         En efecto, el libertinaje engendra esclavitud, pues somete a los deseos de la carne. Y el egoísmo de la carne es incompatible con el servicio amoroso al que estamos llamados. Es en lo que consiste vivir según este espíritu de libertad, y en lo que consiste la libertad para el amor.

         Nuestra vocación, por tanto, está llamada a vivir en libertad. Para ello nos liberó Jesús, de todo aquello que nos ataba e impedía. Sobre todo de nuestros apegos, egoísmos y apetencias. No tanto de las cosas, sino del apego a las cosas; no tanto de las personas, sino de nuestra atadura a esas personas; no tanto de la carne, sino de las apetencias de la carne. Pidamos a Cristo esta liberación, pues sólo si somos liberados seremos realmente libres, para el seguimiento y para el amor.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 02/10/24     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A