14 de Noviembre
Jueves XXXII Ordinario
Equipo
de Liturgia
Mercabá, 14 noviembre 2024
a) Flm 7-20
La Carta a Filemón, que hoy leemos, es una de las más breves y entrañables de San Pablo. El tono que emplea el apóstol no es de mandato (que podría haber empleado, dada su autoridad), sino de súplica humilde en nombre de la caridad. Le pide a Filemón que reciba de nuevo a Onésimo, un esclavo que se le había fugado, y que ahora regresaba convertido al cristianismo: "Si me tienes como hermano en la fe, acógelo como si fuera yo mismo".
Y agrega con buen humor y afecto: "Si en algo te perjudicó o te debe algo, cárgalo en mi cuenta". Nosotros hemos de aprender de aquellos primeros cristianos a vivir la caridad con hondura, muy especialmente con nuestros hermanos en la fe (para que perseveren en ella) y con quienes se encuentran lejos de Cristo (para que a través de nuestro aprecio se le acerquen y sigan).
La fraternidad es la mejor defensa contra los enemigos, y la caridad bien vivida nos hace como una plaza inexpugnable a los ataques. "Llevad los unos las cargas de los otros, y así cumpliréis la ley de Cristo", exhortaba San Pablo en otra de sus cartas (Gál 6, 2).
Es responsabilidad de los cristianos estar siempre atentos al bien de los demás, especialmente al de aquellos que, por diferentes razones, el Señor nos ha encomendado. No podemos permitir que nadie sienta la dureza de la soledad en momentos difíciles. La caridad es nuestra fortaleza.
La caridad lleva consigo una serie de virtudes anejas, a través de las cuales se manifiesta: la lealtad, la gratitud, el respeto mutuo, la amistad, la deferencia, la afabilidad, la delicadeza en el trato, el buen humor, la serenidad, el optimismo. Y no hay odio tan fuerte que pueda con ello.
Los defectos contarios suelen revelar ausencia de finura interior, de vida sobrenatural, de unión con Dios. San Juan nos dejó un programa de vida: "En esto hemos conocido el amor, en que él dio su vida por nosotros, y nosotros debemos dar la nuestra por nuestros hermanos" (1Jn 3, 16). Y el Señor nos dice por medio del apóstol: "En esto conocerán todos que sois mis discípulos: "Si tenéis caridad unos para con otros" (Jn 13, 34-35).
Francisco Fernández
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La Carta a Filemón es tan breve que ni siquiera está dividida en capítulos. Y sin embargo, en pocos versículos aborda una cuestión que nos dará guerra siempre: ¿cómo debe influir la experiencia cristiana en la transformación de las estructuras sociales?
Pablo ofrece algunos criterios a partir de la historia de 2 cristianos que se encuentran en situaciones diferentes: Filemón (que es un amo) y Onésimo (que es un esclavo). Recordemos a grandes rasgos lo esencial de su historia.
Onésimo, esclavo fugitivo de su amo Filemón, llega donde Pablo y se convierte a la fe. Pablo reconoce los derechos civiles de Filemón sobre Onésimo, y por eso devuelve el esclavo a su amo con una carta de recomendación. Le da a entender a Filemón que podría obligarle a dejar libre a Onésimo, en virtud de su autoridad apostólica (pues Filemón es cristiano), pero prefiere renunciar a este derecho y apelar a la propia conciencia de Filemón.
Pablo espera, además, que Filemón saque consecuencias civiles de este hecho, implícitas en una fe que no hace distinción entre esclavos y libres: "Quizás se apartó de ti para que lo recobres ahora para siempre. Y no como esclavo, sino mucho mejor: como hermano querido". Es decir, que Filemón debe acoger ahora a Onésimo como "hermano querido en la fe", y no como su esclavo.
Hoy nos enfrentamos a muchas realidades nuevas sobre las que la palabra de Dios no nos ofrece una receta para ser aplicada sin más. Pensemos en las complejas cuestiones relacionadas con la economía, con la ingeniería genética, con la política internacional, con la sexualidad... Y por eso hemos de hacer lo de Pablo: apelar a la conciencia.
En el fondo, cualquier cuestión, por compleja que parezca, siempre se reduce a una pregunta sencilla: ¿Cómo se puede vivir mejor el amor en esta situación? Pero no nos preguntamos esto en el vacío, ni abiertos a cualquier viento de doctrina, sino desde la experiencia de haber sido amados y desde nuestra vocación al amor. En esto consiste el reino de Dios. Y esto no depende de nuestra capacidad para ir encontrando respuestas. Jesús nos dice que "el reino de Dios está dentro de nosotros".
Gonzalo Fernández
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La auténtica conversión del cristiano sólo llega a su plenitud cuando, además de aceptar a Dios por Padre, se acepta al prójimo como hermano. Entre nosotros no debe haber esas distinciones que existen en la sociedad civil y que son propias de ella. Todos nosotros somos uno en Cristo, pues participamos de un mismo Espíritu. Y por eso recibir (o rechazar) a nuestro prójimo significa recibir (o rechazar) a Cristo mismo, pues lo que hagamos a los demás se lo hacemos al Señor.
Cristo nos ha liberado de la esclavitud de nuestros pecados, pagando nuestro rescate con su propia sangre. Por eso "no hemos de vivir ya para nosotros mismos, sino para Aquel que por nosotros murió y resucitó". Así nuestra vida ya no debe ser de inutilidad, sino de un auténtico y constante trabajo a favor del evangelio, pues "los que hemos sido rescatados por Cristo" hemos de dar testimonio de lo misericordioso que ha sido Dios para con nosotros.
No vivamos ya, pues, como esclavos de nuestras pasiones ni de lo pasajero, sino como hijos de Dios que, sin olvidar sus obligaciones temporales, se esfuerzan en ganar a todos para Cristo.
José A. Martínez
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La Carta a Filemón es un documento breve y coloquial que deja asomar una lógica diversa. Y en ella Pablo renuncia a su autoridad, y prefiere hablar en nombre del amor, con un planteamiento que es fascinante en su sencillez.
Resulta que Filemón era dueño de un esclavo llamado Onésimo, que se fugó y fue a parar junto a Pablo. Tanto Filemón como Onésimo han sido evangelizados por Pablo, y el incidente de la fuga motiva una carta tan cálida en su expresión como profunda en sus propuestas.
Pablo no propone una ley que prohíba la esclavitud, y ni siquiera pide que se proscriba esa palabra. Pero dinamita por dentro la idea de que alguien pueda disponer de otra persona a su antojo. A Filemón le recuerda que "Cristo es el Señor de todos", que todos somos esclavos de este bendito Señor, y que él ha sido el 1º en servirnos y en amarnos. Con ello, lo que realmente importa no es ya tanto la escala social, sino ser todos uno en la asamblea de los elegidos y redimidos.
Nosotros estamos quizás acostumbrados a cambiar los nombres de las cosas (eutanasia, por ejemplo), para luego decir que las cosas son lo que nosotros queremos que sean (muerte digna). Aquí Pablo procede al revés: no cambia los nombres (esclavitud), pero hace nacer realidades nuevas (la libertad). No proclama unos derechos humanos, pero los hace realidad. Los cambios de palabras son a menudo son el instrumento de la propaganda ideológica, mientras que los cambios de corazones son siempre el instrumento del amor de Dios.
Nelson Medina
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La carta de hoy de Pablo a Filemón es breve y entrañable. El esclavo Onésimo, perteneciente a Filemón (un cristiano de la Iglesia de Colosas) había huido, con evidente enfado de su amo. Hasta que por casualidades de la vida este esclavo, que debía ser una buena pieza, se encontró con Pablo en su cautiverio de Roma, y se convirtió al cristianismo.
Pablo le llama "Onésimo, mi hijo, a quien he engendrado en la prisión". Y ahora intercede con esta carta ante Filemón para que le perdone y le acepte de nuevo. Pero "no como esclavo, sino como hermano querido", ya que ahora los dos (el amo y el esclavo) son cristianos. Pablo apela al amor y a la gratitud que Filemón siente por el apóstol, para que reciba bien a Onésimo: "Si te debe algo, ponlo en mi cuenta. Yo, Pablo, te firmo el pagaré de mi puño".
El efecto que busca Pablo no es tanto la supresión de la esclavitud, ni la intromisión en cuestiones políticas y económicas, ni cambiar de golpe la situación social. Pero sí que pide a Filemón la libertad para Onésimo. Y sobre todo da unas consignas que, a su tiempo, harán evolucionar desde dentro la situación social y llegarán a suprimir la esclavitud en el Imperio Romano.
A nosotros esta carta nos interpela sobre el trato que damos a los demás, libres o esclavos, familiares o extraños, hombres o mujeres, niños o mayores. ¿Qué es lo primero que se nos ocurre esgrimir? ¿Nuestros derechos y agravios? ¿O tenemos sentimientos de misericordia y tolerancia? Los que nos sabemos gratuitamente perdonados y salvados por Dios, ¿tenemos luego con los demás sólo exigencia e intransigencia?
Cada vez que celebramos la eucaristía, recibiendo al "Cristo que se entrega por nosotros", deberíamos hacer el propósito de conceder alguna amnistía a nuestro alrededor, sabiendo olvidar agravios y liberando a alguien de nuestros juicios condenatorios, cerrando un ojo ante sus defectos y mostrándonos disponibles y serviciales. Y todo ello "no por la fuerza, sino con toda libertad", sin darnos importancia ni pregonar nuestra generosidad. Entre padres e hijos, empresarios y trabajadores, ¿nos tratamos como hermanos?
José Aldazábal
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Filemón y Onésimo eran siervo y amo, y si eso no se tiene en cuenta no se entiende el texto tomado de la carta de Pablo a Filemón. Pablo, conforme al contexto histórico de la época (esclavitud), entendía que Onésimo, siervo que había huido de su señor, tenía que volver a su propiedad. Y que él no podía retenerlo, violando así la ley imperial. Por eso se lo devuelve pidiendo para él el perdón, la acogida y la libertad.
Pero hoy debemos subrayar de este párrafo, más que el lamentable estado romano de esclavitud (afortunadamente, hoy superado), lo que significan las bellísimas palabras de Pablo a Filemón: "Tengo poder para indicarte lo que conviene hacer, pero no voy a decírtelo, sino que prefiero rogártelo, apelando a tu caridad".
Es decir, Pablo cree que puede ordenar a Onésimo lo que debe hacer, pero estima que a un buen cristiano debe bastar sugerirlo en conciencia, para que obre en justicia y caridad. ¡Qué maravilla sería la sociedad si bastara insinuar el bien para hacerlo, "apelando a la caridad"! Dios estaría dentro de nosotros.
Dominicos de Madrid
b) Lc 17, 20-25
Comenzamos hoy a escuchar el pequeño Apocalipsis de Jesús, con un discurso que comienza con un cuándo y termina con un dónde. Luchas lo relata siguiendo a la fuente Q y a Marcos (Mc 13, 1-37), mientras Mateo (Mt 24, 1-44) une las 2 fuentes (Q y Mc) de este sermón apocalíptico de Jesús.
En el pequeño apocalipsis hay 2 partes: 1ª una respuesta de Jesús a los fariseos sobre cuándo llegaría el reino de Dios (vv.20-21), y 2ª un discurso a los discípulos sobre los tiempos del Hijo del hombre (vv.22-37).
La respuesta a los fariseos sobre el cuándo llegaría el reino de Dios es propia de Jesús, y es muy iluminadora y significativa. Jesús dice 3 cosas sobre el reino de Dios: 1º que no viene con advertencia, 2º que no está aquí o allí, y 3º que está entre vosotros.
El término parateresis (lit. advertencia) indica observación empírica, como hacen los médicos o los astrólogos. Una traducción dice: "El Reino de Dios viene sin dejarse sentir". Por eso se agrega que no podemos decir que está aquí o allá. La 3ª frase es más ambigua, porque la palabra griega entós puede traducirse por dentro o entre. Como Jesús habla a los fariseos, no sería comprensible que está dentro los fariseos. Por eso mejor es traducir: "El reino de Dios está entre vosotros".
El discurso a los discípulos en los vv. 22-37 trata sobre los tiempos o días del Hijo del Hombre, y en él se distinguen 2 tiempos, aunque la distinción sea un poco confusa:
1º el día de la Resurrección de Jesús (vv.22-25). Será como un relámpago, pero antes debe padecer mucho. Jesús resucitado no está aquí o allá, ni puede ser discernido empíricamente. Lo mismo se decía del Reino en el v. 21. Igual que el Reino, podríamos agregar también que Jesús resucitado está entre nosotros, excluyendo así toda histeria apocalíptica;
2º el día de la Revelación de Jesús (vv.26-35, texto que veremos mañana). La experiencia del reino de Dios es ahora en nuestra historia presente, y él "ya está entre nosotros". La experiencia de Cristo resucitado, después de su pasión, tiene las mismas características: "No está aquí o allá", ni es una presencia empírica sino real.
La presencia del reino de Dios, y de Jesús resucitado en nuestra historia, es la dimensión trascendente de nuestra historia. Una dimensión que no perciben nuestros sentidos, pero que es tan real como la dimensión empírica de los sentidos. La historia no es sólo lo que se ve.
Hay una dimensión invisible de la misma historia que sólo se vive y se discierne a la luz de la fe. La realidad del reino de Dios y de Cristo resucitado es el hecho escatológico o apocalíptico fundamental, que le da un sentido nuevo a nuestra historia.
Juan Mateos
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La breve secuencia de hoy gira en torno a la pregunta formulada por los fariseos sobre el momento de la llegada del reinado de Dios (v.20). La presencia de los fariseos dentro de la aldea (símbolo de cerrazón), donde entró Jesús en la secuencia anterior (v.12), no había sido detectada hasta ahora. Tampoco la de los discípulos, que aparecerán a continuación (v.22). Allí se hablaba simplemente de leprosos, o marginados por la institución de Israel.
Escuchamos hoy cómo los causantes de esa marginación, los fariseos (o "los que se tienen por justos"), están profundamente preocupados por el momento de la llegada del reino de Dios. Ellos pretendían que éste no llegaría mientras no se observase la ley al completo, y hacían ostentación de ello delante de todo el mundo, y por este motivo eran muy bien considerados. Pero Jesús, por lo que se ve, no hablaba nunca de ese momento, y en el pasaje de hoy pretenden que se defina.
Jesús no cree en una venida súbita, desde fuera: "La llegada del reinado de Dios no está sujeta a cálculos, ni podrán decir Míralo, está aquí, o está allí. Porque el reinado de Dios está a vuestro alcance" (vv.20-21). Por culpa de una mala traducción ("el reino de Dios está dentro de vosotros"), se diluye la respuesta de Jesús. Pues ¿cómo iba a decir Jesús a los fariseos que el reino de Dios estaba dentro de ellos?
Los zelotas, fanáticos nacionalistas, querían provocar la llegada del Reino mediante la violencia. Y los fariseos, por medio de la observancia. Jesús no acepta ni una ni otra solución, sino que ese Reino está ya al alcance de todos, y depende de la colaboración del hombre. Ya está presente, pero sólo en aquellos que han optado por los valores del Reino y han enfocado su vida en función de estos valores.
No basta haber hecho una opción radical por Jesús, de una vez por todas. Es necesario renunciar poco a poco a los falsos valores que nos atenazan y que continúan vigentes, no obstante la opción. Es lo que les sucedió a los discípulos. Pensaban que Jesús se movía también dentro de los parámetros judíos.
Por eso Jesús, al ampliar ahora la respuesta a sus discípulos, viene a decirles lo mismo que había dicho a los fariseos: "Llegarán días en que desearéis ver al Hijo del hombre, y no lo veréis. Y os dirán Míralo, está allí, o Míralo, está aquí. No vayáis ni corráis detrás" (vv.22-23). El reinado de Dios no se implantará de manera triunfalista ni se podrá localizar en un lugar determinado, en el desierto o en determinado pueblo o nación. Lo mismo que ha dicho a los fariseos.
Observad la perfecta inversión en forma de cruz: aquí/allí-allí/aquí. Todos los que viven en esta aldea participan de la misma mentalidad, aunque unos sean los marginados y otros los que marginan. Jesús quiere desvincular a sus discípulos de la mentalidad hipócrita de los fariseos.
Los cálculos astronómicos sobre el gran Día del Mesías estaban al orden del día. Todo el mundo hacía sus apuestas. Se tenían que verificar escrupulosamente. Jesús, en cambio, se sirve de la observación de los fenómenos atmosféricos: "Porque, igual que el relámpago relampagueando resplandece de un extremo al otro del cielo, así será también el Hombre en su día" (v.24). Cuando se manifieste, será evidente a todos.
Sin embargo, puntualiza: "Pero antes tiene que padecer mucho y ser rechazado por esta generación" (v.25). El designio divino, sobrentendido en el impersonal ("tiene que/es inevitable"), no determina la historia, sino que padece sus consecuencias. El Mesías ha de ser rechazado precisamente por aquellos que esperan la manifestación religiosa para su provecho. Antes de su venida manifiesta, ha de ser rechazado por los dirigentes judíos.
Josep Rius
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Jesús, al pronunciar las palabras de los vv. 20-21, quería sin duda desanimar a sus discípulos para que no intentaran seguir pensando en la fecha concreta de la instauración del Reino y anunciarles la próxima venida del Espíritu (Hch 1, 7-8).
Además, el verbo observar (v. 20) designa la actitud de aquellos que estaban oficialmente encargados de seguir las fases de la luna, para determinar exactamente las fiestas del calendario. Jesús enseña a los suyos a renunciar a una venida del Reino que se pudiera calcular, antes bien ellos deben aficionarse a la venida del Espíritu "dentro de los corazones". Al situar los vv. 20-21 delante precisamente de un texto escatológico (vv.22-25), Lucas quiere ciertamente predeterminar su interpretación, e impedir un comentario demasiado apocalíptico.
Lucas piensa que el Reino está ya presente en la vida moral de cada uno, y que separarse de esta interpretación supondría esperar masivamente los acontecimientos de tipo apocalíptico. Debe servir de lección el ejemplo de Cristo que vivió hasta el final siendo fiel a su condición de hombre (v.25): él no esperó un día extraordinario, sino que su día fue continuamente el día de su fidelidad a la vida cotidiana.
El reino de Dios no se inscribe ya en el tiempo de los antiguos (observable externamente en los signos de la naturaleza), sino en el tiempo que define el hombre mismo (mediante su compromiso con el momento presente).
Hasta que llegó Cristo, el hombre consideró el tiempo como una fatalidad que se le imponía desde fuera. Inclusive el judío, que ansiaba ya más un tiempo de tipo lineal e histórico, seguía concibiendo su evolución como una iniciativa exclusiva de Dios. Festejar el tiempo era conformarse con una evolución de la que no se poseían las llaves.
Con Jesucristo, el 1º hombre que percibió la eternidad del presente (porque era Hombre-Dios), el hombre festeja su propio tiempo en la medida en que busca la eternidad de cada instante y la vive en la vida misma de Dios.
La vida cotidiana avanza según esto al compás de un calendario preestablecido, y la memoria del pasado y los proyectos hacia el futuro sólo sirven para contribuir al valor de eternidad que se encierra en el presente. No existe ningún día que haya que esperar más allá de la historia, sino que cada día encierra en sí la eternidad (para quien lo vive en unión con Dios).
Maertens-Frisque
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Escuchamos hoy cómo los fariseos le preguntan a Jesús: "¿Cuándo va a llegar el reino de Dios?". El Reino de Dios era una palabra mágica que contenía, como en concentrado, toda la espera febril de Israel: un Día, Dios tomaría el poder, y salvaría a su pueblo de todos sus opresores. Era la espera de "días mejores", la espera de la "gran noche", el deseo de una sociedad nueva y el sueño de una humanidad feliz.
Pero noo eran sólo los fariseos los que deseaban ese día, sino que los 12 apóstoles también lo deseaban, en el momento en que Jesús iba a dejarles. Y por eso en cierta ocasión se acercaron a preguntarle: "¿Es ahora cuando vas a restaurar el reino para Israel?" (Hch 1, 6) ¿Es este también hoy nuestro deseo? ¿Deseamos que Dios reine? ¿Qué incluimos, con nuestra imaginación, en ese deseo? ¿Qué espero de Dios en este momento? ¿De qué está más fuertemente deseosa la humanidad de hoy?
Jesús les contestó: "El reino de Dios viene sin dejarse sentir". Esa respuesta debió de decepcionar profundamente a los fariseos. Y también a mí, Señor, me decepciona, pues no me resulta fácil pensar que Dios reina de una manera tan discreta y modesta, "sin dejarse sentir". Señor, sana mi deseo, y ayúdame a sentir agrado por las tareas modestas, promoviendo el reino de Dios en las cosas pequeñas y sin apariencia.
Para Jesús, los cálculos, los presagios de catástrofes, los signos precursores del castigo de la humanidad, no tienen valor. Y sobre la llegada del reino de Dios viene a decir que será algo no observable, no pudiendo decirse de ella "mírala aquí o allí". Porque Jesús quiere que el reino de Dios esté entre vosotros, y esa realidad ¡ya ha llegado!
Ese Reino está oculto, y para detectarlo es necesaria mucha agudeza de atención, buenos oídos finos para oír su susurro, y ojos nuevos para discernirlo "en la noche". Ese Reino es misterioso, y no se le encuentra nunca en lo espectacular y ruidoso, sino tan sólo en humildes trazos y pobres signos, en los sacramentos de su presencia oculta. Pero como todo signo, por muy frágil y ambiguo que sea, siempre es posible de descifrar e interpretar, y ese es el papel de la fe.
Porque llegará un tiempo en que, sobre el Hijo del hombre, nos dirán: "Míralo aquí, míralo allí!". Pues bien, concluye Jesús: cuando eso suceda, "no vayáis, no corráis tras ellos". Siempre tenemos la tentación de ir a buscar los signos de Dios en otra parte. "¡No vayáis!", nos dice Jesús, pues es en vuestra vida cotidiana donde se encuentra Dios.
Porque "igual que el fulgor del relámpago brilla de un extremo a otro del cielo, así ocurrirá con el Hijo del hombre cuando vendrá en su día". Sí, "un día" vendrá para gloria de Dios, para el esplendor de Dios, para el triunfo de Dios y de su Cristo. Será como el estruendo del trueno, y como el rayo que cruza el firmamento: imprevisible, sorprendente, súbito. Pero antes tiene que padecer mucho ,y ser rechazado por esta generación.
Es decir, todavía estamos en el tiempo del sufrimiento, del rechazo, de la humillación y vergüenza. Antes de ese triunfo de Jesús y de su Padre, ambos serán escarnecidos, humillados y arrastrados en el lodo y la sangre. Serán negados por los ateos, dejados de lado por los indiferentes, ridiculizados por todos los descreídos, e incluso traicionados por los suyos.
Noel Quesson
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De nuevo cambia el auditorio en el pasaje evangélico de hoy, y en él aparecen los fariseos preguntando a Jesús cuándo va a llegar el reino de Dios. Esta pregunta aparece varias veces en los evangelios, muy seguramente porque hace parte de las grandes expectativas mesiánicas que tienen los diferentes grupos de la época de Jesús. Los discípulos debieron hacer una y otra vez la misma pregunta. Incluso después de la resurrección, los discípulos le preguntaron a Jesús: "Señor, ¿vas a restablecer ahora el reino de Israel?" (Hch 1, 6).
Aquí nos encontramos con un planteamiento claro de Jesús, que corrige las ideas equivocadas acerca del Mesías. Los grupos políticos y religiosos pensaban que el Mesías iba a ser el rey y el liberador de Israel del poder imperial romano, y el que iba a establecer un imperio mundial que tenía como capital a Jerusalén.
Ante estos ideales mesiánicos de la gente de su tiempo, Jesús presenta el reino de Dios como la transformación más radical de valores que jamás se haya podido anunciar. Porque es la negación y el cambio, desde sus cimientos, del sistema social establecido. Y este sistema social, como sabemos de sobra, se basa en la competitividad, la lucha del más fuerte contra el más débil, y la dominación del poderoso sobre el que no tiene poder.
Frente a eso, Jesús proclama que Dios es padre de todos por igual. Y si es padre, eso quiere decir que todos somos hermanos. Y si hermanos, iguales y solidarios los unos con los otros. Además, como en toda familia, también en el reino de Jesús se privilegia al menos favorecido, al despreciado o al indefenso. He ahí el ideal de lo que representa el reinado de Dios en la predicación de Jesús.
Jesús fue tajante a este respecto, y jamás en su predicación dio pie para que el reino de Dios se interpretara en un sentido nacionalista. Es más, sabemos que Jesús defraudó y hasta irritó positivamente a los fanáticos nacionalistas, como constata expresamente el pasaje en que Jesús predicó en la Sinagoga de Nazaret (Lc 4, 14-30).
Decididamente, los planteamientos de Jesús no van por el camino de ningún nacionalismo político, ni tampoco por la vía de las alianzas con el poder de este mundo. Por eso el reinado de Dios no se identifica con ninguna situación determinada, ni tampoco consiste en una situación que se vaya a implantar por la fuerza. Ni consiste en una especie de golpe militar, que por la fuerza haga que las cosas cambien. Todo eso está en el extremo contrario del mensaje de Jesús.
Por otra parte, el reinado de Dios que presentó Jesús no era, ni podía ser, el resultado de aplicar y vivir al pie de la letra la ley religiosa de Israel. Este ideal de la ley estaba muy vivo en ciertos sectores del pueblo judío en tiempos de Jesús. A eso se reducía, en definitiva, la aspiración de los fariseos. Pero también Jesús defrauda las aspiraciones de su tiempo y de su pueblo a ese respecto.
En el mismo sentido hay que decir que el reinado de Dios no es tampoco el resultado de una práctica fiel y observante de las obras religiosas: el culto, la piedad, los sacrificios. Jesús tampoco se refiere a eso en su predicación. Con lo cual defraudó también las ideas y aspiraciones de muchos hombres de su pueblo y de su tiempo: sacerdotes, saduceos, quizás algunos grupos de esenios.
Y todo esto porque el reinado de Dios es una buena noticia. He ahí la significación profunda del reinado de Dios en la predicación de Jesús, y en su sentido histórico y concreto para nosotros.
Fernando Camacho
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El rey del reino de Dios es Cristo. Y nosotros estamos llamados a vivir unidos a él. Él permanece con nosotros todos los días, hasta el fin del tiempo. A nosotros corresponde esforzarnos bajo el impulso del Espíritu Santo, a incrementar ese reino de Dios entre nosotros, pues la humanidad entera está llamada a lograr su madurez en Cristo Jesús.
Cada uno de nosotros es miembro de Cristo, y está unido a los demás hermanos, y se ha de esforzar por manifestar que el reino de Dios está presente en el mundo, como signo y camino único de salvación para todos los pueblos.
Llegará el día en que el Señor vuelva para darle plenitud a su Reino. Pero mientras llega ese día del Señor, no podemos vivir angustiados, ni dejar que otros nos engañen con supuestas revelaciones. Pues lo único que nos ha de preocupar es que el Señor nos encuentre vigilantes, y trabajando conforme a la misión que nos encomendó: hacer que su evangelio llegue hasta el último rincón de la tierra.
Jesús se hace presente entre nosotros con toda su fuerza salvadora, sobre todo cuando celebramos el memorial de su misterio pascual. Por Cristo y en Cristo nos sentimos reconfortados, pues, a pesar de que éramos pecadores, él nos recibe ahora como hermanos suyos muy queridos. Él nos ha liberado del pecado y de la muerte y nos ha destinado a la gloria, junto con él, a la diestra del Padre Dios.
Mediante esta eucaristía nosotros renovamos nuestra alianza de amor con Dios, y nos hacemos uno en Cristo participando, no sólo de un mismo pan, sino también de un mismo espíritu. El Señor está aquí, entre nosotros. Nosotros fuimos convocados a esta asamblea litúrgica no sólo para estar cerca del Señor, sino para que él haga su morada en cada uno de nosotros y podamos (unidos como Iglesia) ser un signo real y creíble del Señor entre nosotros.
Entonces el mundo conocerá que realmente el reino de Dios ha llegado a él, y le llama a la salvación mediante la gracia venida de Dios, y mediante el amor fraterno nacido de la participación de un mismo Espíritu.
No queramos ver la llegada del reino de Dios de un modo aparatoso. El Hijo de Dios, hecho uno de nosotros, nació de María Virgen y vivió de un modo demasiado sencillo, enseñándonos que el camino de la humildad es el camino mejor para manifestar a los demás el reino de Dios entre nosotros. Por eso no debemos buscar signos especiales que hablen de que el reino de Dios está llegando a nosotros, pues ese Reino ya habita en el corazón de los creyentes.
El día de la venida del Señor al final de los tiempos no debe angustiarnos, ni debe ser motivo de infundir miedo en el corazón de aquellos que vuelvan a Dios. Pues el Señor, más que querernos ver temerosos, nos quiere ver como testigos de la vida nueva que ha infundido en nosotros.
Anunciemos el nombre de Dios; preocupémonos de que su evangelio llegue a más y más personas. Tratemos de ganar a todos para Cristo y vivamos sin odios y sin divisiones, pues sólo siendo uno en Cristo podremos hacer creíble el anuncio del Señor a todos los pueblos. Roguemos al Señor que nos conceda la gracia de saber trabajar por su Reino de tal forma que éste se vaya haciendo realidad entre nosotros, hasta que llegue a su plenitud al final de los tiempos.
Bruno Maggioni
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Una prueba directa de que Jesús afirmaba la actualidad del reino de Dios es la que nos ofrece el pasaje evangélico de hoy. Habiéndole preguntado los fariseos cuándo llegaría el reino de Dios, Jesús les respondió: "El reino de Dios viene sin dejarse sentir. Y no dirán que está aquí o allá, porque el reino de Dios está ya entre vosotros" (v.20).
La inteligencia popular ha favorecido una interpretación (entre las muchas posibles) que enlaza el reino de Dios e interioridad. Pero éste no es, en absoluto, el sentido originario. Más bien lo contrario, aquí Jesús rechaza esas concepciones corrientes del populacho.
Teorías sobre la "venida del reino de Dios", cálculos previos y especulaciones apocalípticas, observación de presagios como la que luego practicará la apocalíptico cristiana... todo ello está desencaminado, como también es desproporcionada la concepción de que el reino de Dios existirá en algún lugar y en algún tiempo. Pues lo que dice Jesús es que sólo necesitaremos correr hacia él (el Reino) para encontrarlo y tenerlo (v.21).
No, el reino de Dios no llegará cuando sea, según un horario determinado. Y tampoco deberemos buscarlo, "porque el reino de Dios está ya entre vosotros". Es decir, el reino de Dios es una realidad palpable aquí y ahora. Y allí donde Dios interviene y salva una vida, allí donde hay hombres con valor y fe suficientes, allí ha empezado ya el reino de Dios.
El reino de Dios está aquí, y tuvo en el tiempo de Jesús su cumplimiento. El tiempo anterior fue de expectación ante su llegada, mientras que el tiempo presente es el de los bienaventurados que escuchan y ven ese reino de Dios, y todo lo que en él sucede.
Eckart Ott
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Una de las curiosidades más comunes es la de querer saber cuándo va a suceder algo tan importante como la llegada del reino de Dios. Es lo que preguntan los fariseos, obsesionados por la llegada de los tiempos que había anunciado el profeta Daniel.
Jesús nunca contesta directamente a esta clase de preguntas (por ejemplo, a la de cuántos se salvarán). Pero sí aprovecha la ocasión para aclarar algunos aspectos. Por ejemplo, "que el Reino de Dios no vendrá espectacularmente" y que "el Reino de Dios está dentro de vosotros".
Por tanto, no hay que preocuparse, ni creer en profecías y en falsas alarmas sobre el fin. Entre otras cosas, porque "antes de eso hay que padecer mucho". El Reino (los cielos nuevos y la tierra nueva que anunciaba Jesús) no tiene un estilo espectacular. Jesús lo ha comparado al fermento que actúa en lo escondido, a la semilla que es sepultada en tierra y va produciendo su fruto.
Rezamos muchas veces la oración que Jesús nos enseñó: "Venga a nosotros tu Reino". Pero este Reino es imprevisible, y ocultamente ya está actuando en la Iglesia, en su Palabra, en los sacramentos, en la vitalidad de tantos y tantos cristianos que han creído en el evangelio y lo van cumpliendo. Y ya está presente en los humildes y sencillos: "Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de los Cielos".
Seguimos teniendo una tendencia a lo solemne y a lo llamativo, a las nuevas apariciones y revelaciones, y a los signos cósmicos. Y no acabamos de ver los signos de la cercanía y de la presencia de Dios en lo sencillo y en lo cotidiano. Al impetuoso Elías, Dios le dio una lección, y no se le apareció en el terremoto ni en el estruendo de la tormenta, ni en el viento impetuoso, sino en una suave brisa.
El Reino está "dentro de vosotros", "en medio de vosotros" o "a vuestro alcance" (entos hymon en griego, intra vos en latín). Y es que el Reino es el mismo Jesús, que al final de los tiempos se manifestará en plenitud, pero que ya está en medio de nosotros. Y más para los que celebramos su eucaristía, pues "el que me come, permanece en mí y yo en él".
José Aldazábal
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Hoy nos enfrentamos a muchas realidades nuevas sobre las que la palabra de Dios no nos ofrece una receta para ser aplicada. Pensemos en las complejas cuestiones relacionadas con la economía, con la ingeniería genética, con la política internacional, con la sexualidad o drogadicción.
Los cristianos nos ponemos humildemente a buscar, caminando con los científicos, con los economistas y con los pensadores. Pero no buscamos a ciegas, sino desde el horizonte de la fe. En el fondo, cualquier cuestión, por compleja que parezca, siempre se reduce a una pregunta sencilla: ¿Cómo se puede vivir mejor el amor en esta situación? No nos preguntamos en vacío, abiertos a cualquier viento de doctrina. Nos preguntamos desde la experiencia de haber sido amados y desde nuestra vocación al amor.
En esto consiste el reino de Dios. Y esto no depende de nuestra capacidad para ir encontrando respuestas. Jesús nos dice que "el reino de Dios está dentro de vosotros". No se refiere, naturalmente, a que el reino de Dios sea sólo una experiencia íntima, que no tiene nada que ver con las estructuras sociales. Creo que las palabras de Jesús son una advertencia para con confundir el Reino con los ídolos que cada generación construye: "Si os dicen que está aquí o está allí, no os vayáis detrás".
Gonzalo Fernández
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Ojalá que el reino de Dios ya esté no sólo entre nosotros, sino dentro de nosotros. Cuando al final del tiempo vuelva el Señor para dar a cada uno según sus obras, nos llena de esperanza el saber que él nos recibirá para siempre en su presencia, pues vivimos, ya desde ahora, esforzándonos denodadamente por su Reino, y caminamos, en medio de pruebas y riesgos por nuestra fidelidad al evangelio, trabajando para que el amor del Señor se haga realidad entre nosotros en todas y cada una de las personas.
¿Acaso nos angustia la segunda venida de Cristo? ¿Nos dejaremos espantar por esos charlatanes que nos dicen que el Señor ya está aquí o allá? Si les hacemos caso viviremos entre angustias y temores, y tal vez nos olvidemos de seguir luchando por un mundo más justo y más fraterno.
El Señor no nos ha revelado el día ni la hora de ese momento para que no perdamos la fe y continuemos viviendo en una constante conversión, para que cuando termine nuestra vida personal, nos presentemos ante el Señor como hijos en el Hijo porque su Reino haya cobrado vida en nosotros.
Tenemos la esperanza cierta de que él volverá al final de los tiempos para llevarnos, junto con él, a la gloria del Padre. Sin embargo no podemos vivir angustiados, engañados por supuestas revelaciones, o por interpretaciones equivocadas de la Escritura, o por charlatanes que quieren ganar adeptos a costa de infundir temores infundados en las mentes de quienes tienen una fe demasiado frágil.
El Señor vendrá, y vendrá con seguridad. Pero ¿cuándo? Nadie lo sabe, y por eso debemos vivir vigilantes y permitirle al Señor que venga a habitar en nuestro corazón. Pues esa venida es la más importante, ya que definirá nuestra vida a favor del Señor y de su Reino, poniéndonos en el camino seguro que nos conduce a la posesión de los bienes eternos.
Javier Soteras
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El reino de Dios no vendrá espectacularmente, o ¿aún lo estamos dudando? En otra parte del evangelio, Jesús nos dice que ya está entre nosotros, o ¿aún lo estamos dudando? ¿No lo atisbamos? Es hora de echar mano al corazón, y ver cómo se ha materializado ya ese Reino, no sólo en nosotros sino en nuestras realidades.
El reino de Dios es como una semilla que va creciendo y que siempre hay que sembrar. Se me antoja decir que es una labor de cada día, de cada generación y cada instante. Y que el Reino es siempre hoy, pero también es futuro. Un futuro incierto pero seguro a la vez que depende de todos nosotros, los que sabemos que el reino se gesta como un embarazo, desde dentro de nuestro ser y que se manifiesta de manera concreta en justicia, paz y alegría que sólo da el Espíritu Santo.
Por eso podemos mirar y ver los frutos que de Dios se van recogiendo. Y si el Reino está instaurado ya, preguntarnos cuántos participan de él, para gozarse y vivir en plenitud de lo que se nos ofrece.
El Reino ya está aquí, en medio de nosotros, o ¿no lo notáis? ¿Seguimos preguntándonos como los fariseos sobre realidades constatables? ¿No vemos los cambios que se dan en los humildes y sencillos, en cómo se nos abren los ojos cerrados a las certezas de Dios?
Sólo nacerá cuando en ti y en mí no quede nada, cuando las ramas viejas se corten y den lugar a otras ramas. Hay que dejarlo salir desde dentro, desde lo que ya tenemos sembrado para que dé frutos de Dios, porque tenerlo lo tenemos, pero hay que hacer que pueda llegar a todos y disfrutarlo juntos. Que Dios nos bendiga y seamos bendición para muchos.
María Jesús Arija
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Los fariseos preguntan hoy a Jesús una cosa que ha interesado siempre con una mezcla de interés, curiosidad y miedo: ¿Cuándo vendrá el reino de Dios? ¿Cuándo será el día definitivo, el fin del mundo, el retorno de Cristo para juzgar a los vivos y a los difuntos en el juicio final?
Jesús dijo que eso es imprevisible, y que lo único que sabemos es que vendrá súbitamente, sin avisar. Será como "relámpago fulgurante" (v.24), un acontecimiento repentino y lleno de luz y de gloria. En cuanto a las circunstancias, la 2ª llegada de Jesús permanece en el misterio. Pero Jesús nos da una pista auténtica y segura: desde ahora, "el reino de Dios ya está entre vosotros" (v.21).
El gran suceso del último día será un hecho universal, pero ocurre también en el pequeño microcosmos de cada corazón. Es ahí donde se ha de ir a buscar el Reino, pues es en nuestro interior donde está el cielo, y donde hemos de encontrar a Jesús.
Este Reino, que vendrá imprevisiblemente desde fuera, puede comenzar ya ahora (dentro de nosotros). El último día se configura ahora ya en el interior de cada uno. Si queremos entrar en el Reino el día final, hemos de hacer entrar ahora el Reino dentro de nosotros. Si queremos que Jesús en aquel momento definitivo sea nuestro juez misericordioso, hagamos que él ahora sea nuestro amigo y huésped interior.
San Bernardo, en un sermón de Adviento, habla de las 3 venidas de Jesús. La 1ª venida cuando se hizo hombre, la 3ª cuando vuelva como juez, y la 2ª (la presente) cuando entra en el corazón de cada uno. Y es en esa 2ª venida (la actual, en el corazón) donde se hacen presentes, a nivel personal y de experiencia, la 1ª y la 3ª venida. La sentencia que pronunciará Jesús el día del Juicio Final, será la que ahora resuene en nuestro corazón. Aquello que todavía no ha llegado, es ya ahora una realidad.
Josep Massana
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El evangelio de hoy nos presenta la llegada del reino de Dios como algo desprovisto de todo espectáculo, que no triunfará por la grandiosidad de esas señales que tanto le reclaman a Jesús muchos de los fanáticos fariseos, para admitir su autoridad o el origen de su misión divina.
Ciertamente, el Reino va prosperando y avanza sin detenerse, incoado por el ministerio del Mesías y como algo que ya ha sido irreversiblemente decretado para la historia humana. Sin embargo, ese Reino no aplasta a nadie, ni se impone por encima de los hombres, sino desde dentro de ellos. Por eso dice el Señor: "El Reino de Dios ya está entre vosotros" (v.21).
Hay algo profundo aquí: que Dios no reina sobre, sino dentro de la historia. Reinar por encima de algo es crear algo y sostener la apariencia, emitiendo declaraciones, promulgando leyes trascendentes o reuniendo gente al más alto nivel. Pero poco o nada queda de todo ello, si quienes han de cumplir esas leyes carecen de la abnegación necesaria para lidiar con la raza ingrata y egoísta humana.
Por eso el misterio de la cruz, trono de un Rey sin fasto, está unido al reino de este Rey, y a un reino que nada debe a los poderes de esta tierra. Un reino sin negocios, más allá de todo consenso y de todo comercio. Un reino que se vuelve ámbito de amor sin condiciones y de donación sin límites. Como Jesús en la Eucaristía.
Nelson Medina
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Jesús se presentó en la humildad para probar la fe de Israel, y las profecías, como también sus milagros, mostraron que era el Mesías (Lc 16, 16). Ahora bien, Jesús también habló sobre su segunda venida, que será bien notoria como el relámpago (Mt 24,23; Mc 13,21).
Antes de este acontecimiento se presentarán muchos falsos profetas y será general el descreimiento y la burla como en tiempos de Noé y de Lot (Gn 7,7; 19,25). No cabe duda de que nuestros tiempos se parecen en muchos puntos a lo predicho por el Señor: "Yo os digo que ejercerá la venganza de ellos prontamente" (Lc 18, 8).
Pero el Hijo del hombre, cuando vuelva, "¿hallará fe sobre la tierra?" (v.23). Obliga a una detenida meditación este impresionante anuncio que hace Cristo, no obstante haber prometido su asistencia a la Iglesia hasta la consumación del siglo.
Es el gran misterio que San Pablo llama de "iniquidad y apostasía" (2Tes 2) y que el mismo Señor describe muchas veces, principalmente en su gran Discurso Escatológico (Mt 24, 1-44).
Gaspar Mora
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El reino de Dios ya está entre nosotros, aunque no completamente. Está entre nosotros porque Jesús ya ha venido a la tierra y nos ha dejado su presencia. Pero todavía falta algo. Es necesario que el Reino llegue al corazón de cada hombre. Sólo entonces podremos decir que ya ha llegado en toda su plenitud.
Jesús advierte que no se trata de un reino de ejércitos, de emperadores, de palacios, etc. sino que es algo mucho más sutil, menos notorio. Es un gobierno sobre los corazones, cuya ley es la caridad y Cristo es el soberano.
Dejar que Jesús reine en mi alma significa abrirle las puertas para que él haga lo que quiera conmigo. Y él sólo entra y se queda a vivir si encuentra un alma limpia, es decir, sin pecado. Un alma en pecado es un lugar inhabitable para Dios. Por eso decimos que hay que vivir en continua lucha con nuestro peor enemigo (el pecado), porque sólo él nos aleja de Dios (la meta de nuestra vida).
¡Cómo sería el mundo si todos los hombres viviesen en gracia, en amistad con Dios! ¡Qué diferentes serían las cosas si todos los países adoptaran el mandamiento de la caridad universal como ley suprema! Entonces, sí que podríamos decir que el Reino de los Cielos ha llegado a la tierra. Pero empecemos por nuestro corazón y por nuestra casa.
Juan Gralla
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Jesús, los fariseos esperaban de ti un reino de Dios en la tierra, un reino político que pondría fin a la dominación romana con gran poder y signos extraordinarios. Si tú eras de verdad el Mesías, ¿cuándo ibas a empezar este reino? Hacía falta organizarse, diseñar planes para tomar el poder, o reunir tal vez un ejército.
Jesús, tu respuesta dejaría perplejos a alguno de aquellos hombres: "El Reino de Dios no viene con espectáculo, y está ya en medio de vosotros".
Habría quien llegaría a pensar que se estaban montando brigadas secretas y guerrillas. Tan convencidos están de su interpretación política del Mesías que acabarán por negarte e incluso por llevarte a la cruz. Días antes de tu muerte llorarás ante Jerusalén con estas palabras: "Si conocieras también tú en este día lo que te lleva a la paz. Sin embargo, ahora está oculto a tus ojos" (Lc 19, 42).
Jesús, tú has venido a traer un Reino de paz y no de guerra, un Reino de amor y no de odio, un Reino que se conquista sin batallas ruidosas ni aparatosas, y un Reino que está en medio de nosotros (en el alma en gracia de cada bautizado).
Porque el reino de Dios consiste en vivir de ti, en ti y por ti. Y esto se consigue, ya en la tierra, cuando tú habitas en mi alma en gracia por obra del Espíritu Santo; pues si uno no nace del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios (Lc 22, 30). Como dice el Catecismo de la Iglesia, "desde Pentecostés, la venida del Reino es obra del Espíritu del Señor a fin de santificar todas las cosas y llevar a la plenitud su obra en el mundo" (CIC, 2818).
Cristo, Señor nuestro, fue crucificado y, desde la altura de la cruz, redimió al mundo, restableciendo la paz entre Dios y los hombres. Jesucristo recuerda a todos: "Et ego, si exaltatus fuero a terra, omnia traham ad meipsum" (lit. si vosotros me colocáis en la cumbre de todas las actividades de la tierra), cumpliendo el deber de cada momento, siendo mi testimonio en lo que parece grande y en lo que parece pequeño, "omnia traham ad meipsum" (lit. todo lo atraeré hacia mí). Es decir, "mi reino entre vosotros será una realidad".
Jesús, muriendo en la cruz, tú has redimido al mundo, restableciendo la paz entre Dios y los hombres. Has abierto las puertas del cielo para que pueda sentarme a tu mesa en tu Reino (Lc 22, 30). Pero no me obligas a entrar. Es verdad que desde la cruz, levantado sobre la superficie de la tierra, atraes todas las cosas hacia ti. Sin embargo, esta atracción no coarta mi libertad; es una atracción de amor. Clavado en el madero me miras y me dices: Yo no puedo hacer más por ti. Y tú, ¿qué haces por mí?
Jesús, ¿qué puedo hacer por ti para que, de verdad, reines en el mundo? En 1º lugar, he de dejarte reinar en mi alma, diciendo "aquí estoy, Señor, para lo que tú necesites". Y en 2º lugar, he de intentar ponerte en la cumbre de todas las actividades humanas, haciendo mi trabajo con la mayor perfección posible y con espíritu de servicio, honestidad, sencillez y alegría propios de un cristiano.
Si me comporto así, Jesús, los que me rodean te descubrirán a través de mi ejemplo, e intentarán ponerte también en la cumbre de sus actividades humanas. De esta manera, a través de mi testimonio en lo grande y en lo pequeño (pero que no lo es, si lo hago con amor), los demás se sentirán atraídos por ti, y tu Reino entre ellos será una realidad.
Pablo Cardona
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Tengo la sensación de que, a veces, los análisis de la realidad que hace la jerarquía de la Iglesia, o los mismos teólogos, son sólo oráculos de pesimismo. Pues la realidad aparece en ellos siempre oscura, y casi absolutamente vacía de sentido. Todo es malo, y parecemos los profetas de las desgracias.
El evangelio de hoy nos comunica una perspectiva bien diferente. El Hijo del hombre será como los relámpagos. Imagino esas noches de tormenta en que los relámpagos alumbran por un momento el cielo pesado de nubarrones con una intensidad tal que parece que es de día. Dichosos los que son capaces de ver en nuestro mundo esos relámpagos de la presencia del Reino.
Porque, ciertamente, Jesús no miente. Y si nos quitamos las habituales gafas oscuras (que nos hacen ver todo con ojos pesimistas), podremos descubrir esa presencia. A veces son pequeños detalles en nuestro trabajo o en nuestra familia. A veces son noticias que aparece en los informativos de la televisión o en el kiosko del barrio.
Pero siempre, en alguna parte, hay alguien que se esfuerza por poner paz donde hay guerra, por poner reconciliación en medio del odio, por poner justicia entre la explotación. Y sobre todo, por poner amor en el corazón de las personas. Ahí está el reino de Dios, con toda su presencia viva y vivificante. Está "entre nosotros", e iluminando este mundo de esquina a esquina.
Severiano Blanco
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Dos enseñanzas fundamentales nos deja hoy nuestro Señor.
La 1ª enseñanza, y quizás la más importante, es que "el Reino de los cielos es ya una realidad". Es decir, el cielo está ya entre nosotros. Sin embargo, se trata de una realidad que sólo es visible, y puede ser vivida, en la medida en que entramos en la esfera divina, mediante la gracia que produce el Espíritu Santo.
En otras palabras, en la medida que alimentamos al Espíritu en nuestra vida por medio de la oración, los sacramentos y la meditación diaria de la palabra de Dios, se abre delante de nosotros el horizonte del Reino, en donde el amor, la alegría y la paz son una verdadera realidad.
La 2ª enseñanza, y que se sigue de la 1ª es: ¿Quién estará preocupado por la llegada definitiva de Jesús, si Jesús es ya una realidad en nuestros corazones y en nuestra vida? Las profecías apocalípticas son sólo para los que no viven en gracia, porque ellos sí tienen por qué preocuparse.
Ernesto Caro
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El mensaje de las palabras de Jesús es muy profundo: el reino de Dios es reino de amor, de corazones, de sentimientos, de fe, de fidelidad y de entrega. Y todo esto no se da a toque campana o con fuegos artificiales, sino con una intimidad abierta a la acción del Espíritu Santo, de la verdad y del bien.
Especialmente importante es la amonestación de Jesús de hoy: No hagamos del Reino un espectáculo, al que invitamos a los demás,porque nos vemos preferidos en el amor.
El reino de Dios, como Dios mismo, se insinúa y así penetra en nosotros. Y pone su trono en nuestro corazón y en nuestra mente cuando le dejamos actuar con delicadezas y audacias.
Dominicos de Madrid
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La cuestión sobre el final de los tiempos muchas veces está motivada por la curiosidad. Y por ello se busca encontrar una respuesta a los grandes prodigios y señales extraordinarias que lo manifiesten.
Jesús nos pone alerta frente a esa curiosidad que, en lugar de ayudarnos a descubrir a Dios y a su Reino, nos impide descubrir las verdaderas señales del paso de Dios por nuestra existencia. El presente de salvación que ofrece la misericordia de Dios no puede residir en señales sensibles, sino que sólo puede ser descubierto desde la fe en Jesús.
Gracias a la fe, el reino de Dios está a nuestro alcance, en medio de nosotros, y debemos tener la capacidad y apertura necesarias para descubrirlo en todos los ámbitos en vez de correr de un lugar a otro en que se anuncia su realización. En el Jesús rechazado y maltratado por sus contemporáneos debemos descubrir la presencia de Dios en la historia y en la vida de los hombres.
Este descubrimiento del presente, sin embargo, no se agota en este momento y nos remite también a la expectativa sobre la venida gloriosa del Reino. Pero ella tampoco se concilia con el anuncio de señales acontecidas aquí y allí. Preparados por una actitud de recepción del Reino aprendida en el presente de la vida cristiana, habremos de descubrir la clara venida del Hijo del hombre que llevará aquel presente a su realización plena.
El Reino exige conciliar, por tanto, en cada momento de la vida, la atención al presente y la tensión al futuro. Sólo desde esta conciliación podremos realizar nuestra vida conforme al querer divino.
Confederación Internacional Claretiana
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Algunos profetas de mal agüero no paran de anunciar el fin de la historia. Y para ellos, el desastre actual es todo lo que el reino de Dios puede ofrecer a los humanos. Por lo que se ve, su clarividencia los tiene habilitados (tan solo) a ver un mundo dominado por la producción sofisticada y el olvido de los continentes pobres.
Tamaña visión del futuro sólo cabe en las mentes de quienes piensan que la petrificación de la historia es el mejor bien de la humanidad. Y para estos profetas del Imperio, el único futuro posible es el mantenimiento del orden vigente.
Jesús enfrentó una situación similar, y vivió en una época en la que parecía que el mundo iba a llegar a su fin. El Imperio Romano había impuesto el orden de los poderosos, y no existía ningún pueblo libre frente a las imposiciones imperiales. En el caso de Israel, la mayoría de las facciones aspiraban a un gobierno puramente nacionalista, que propusiera la reivindicación de Israel en el campo internacional.
Ante esta situación, Jesús no predijo el fin del Imperio Romano, sino el fin de la nación de Israel. Obviamente, para Jesús la solución no estaba en fortalecer las estructuras vigentes de poder, pero tampoco en crear una alternativa que hiciera frente al régimen establecido, fuera romano o judío.
Para Jesús, la verdadera liberación no llegaría por la vía de la violencia, sino por medio de un grupo de hombres y mujeres que vivieran auténticamente la vida, e hicieran del respeto y la misericordia la base de las relaciones interhumanas.
Servicio Bíblico Latinoamericano
c) Meditación
El reino de Dios fue un tema central en la predicación de Jesús, y el evangelio está sembrado de múltiples referencias a esta realidad del Reino, que llega con la actividad y enseñanza de Jesucristo, que está destinado a combatir el mal (enfermedad, pecado, demonio, muerte...) y que está presente en el mundo a través de numerosos signos de cercanía.
Pues bien, nos dice hoy el evangelista que, en cierta ocasión, se acercan a Jesús los fariseos, y le preguntan sobre las circunstancias de lugar y tiempo de ese Reino que él predica. En concreto, quieren saber cuándo llegará ese reino del que tanto habla Jesús. Y él les contesta: El reino de Dios no vendrá espectacularmente, ni anunciarán que está aquí o está allí. Porque mirad, el reino de Dios está dentro de vosotros.
El reino de Dios, por ser de Dios, ha de tener un carácter celeste, al menos por lo que se refiere a su origen. Es muy probable, por tanto, que los fariseos se forjasen la idea de un reino protagonizado por un enviado celeste, que inaugurase una nueva era (un nuevo milenio, quizás) de manera repentina y espectacular.
Jesús les contesta que eso no será así, que él no ha venido en ese plan, y que no se anunciará como se anuncia la llegada de un circo a una localidad, ni entre sonidos y aires de fiesta.
En realidad, el reino de Dios está ya en el mundo de manera inadvertida, les dice Jesús, y es de índole espiritual (dentro de nosotros), aunque sus frutos se manifiesten y transformen el mundo circundante (como las semillas, que desde el interior de la tierra crecen hacia el exterior y acaban generando ramas llenas de pájaros y vida).
El reino de Dios, por tanto, está donde está Dios actuando con la fuerza de su Espíritu, y donde está germinando el amor divino. Y estando así, no resulta extraño que se le caracterice como algo muy pequeño y germinal, aunque esté dotado de un potencial descomunal. ¿No es pequeño el átomo? El átomo es pequeño, pero ¡qué grande es la potencia atómica!
Tras despachar a los fariseos, Jesús se dirige a sus discípulos y, como si le supiese a poco lo dicho, a ellos les completa su reflexión: Llegará un tiempo en que desearéis vivir un día con el Hijo del hombre, y no podréis. Si os dicen que está aquí o está allí, no vayáis detrás. Como el fulgor del relámpago brilla de un horizonte a otro, así será el Hijo del hombre en su día. Pero antes tiene que padecer mucho y ser reprobado por esta generación.
El momento al que aquí Jesús parece aludir no es el momento interno (o escondido) del reino de Dios, sino el momento fulgurante de la venida del Hijo del hombre en su día. Es decir, el momento de su segunda venida.
Antes de que ese día llegue, explica Jesús, se vivirán tiempos de desolación. Y en esos tiempos muchos desearán dejar este mundo, y habrán alarmas infundadas, y se anunciará que está aquí o allí... No obstante, todo esto serán falsas alarmas, que los hombres irán propagando en esos momentos de desolación, al haber creído falsamente haber llegado el tiempo de su venida.
Cuando llegue el Hijo del hombre no habrá tiempo para reaccionar, pues será tan fugaz como el fulgor del relámpago que brilla en el horizonte. No habrá, por tanto, escapatoria para los habitantes de la tierra. Pero antes sucederán otras cosas, como el padecimiento y reprobación de ese Hijo del hombre como Juez de vivos y muertos.
Los momentos del Reino vienen a coincidir, en 1º lugar, con los momentos de su mensajero y protagonista, que es Jesucristo. En 2º lugar tendrá que ver con las fases de la semilla que él ha ido sembrando en la tierra y en el interior del corazón humano. Y en 3º lugar con el crecimiento mezclado de la cizaña, hasta el punto de decidir llegado el momento de la siega y su aniquilamiento.
El reino de Dios está constituido por la cosecha (frutos) de esa semilla (amor) que Cristo sembró en el mundo (corazón del hombre), con el fin de que fructificase. Conscientes del potente dinamismo de este Reino, cuya potencia está dentro de nosotros (porque el Espíritu de Dios está dentro de nosotros), sigamos pidiendo en el Padrenuestro que venga a nosotros tu reino, así como hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo, pues no podrá haber reino de Dios donde no se haga la voluntad de Dios.
JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología
Act: 14/11/24 @tiempo ordinario E D I T O R I A L M E R C A B A M U R C I A