11 de Noviembre

Lunes XXXII Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 11 noviembre 2024

a) Tit 1, 1-9

         El tema de la Carta a Tito, que hoy comenzamos, es doble: la organización de la Iglesia de Creta (de la que Tito es responsable) y la lucha contra las herejías (que son un grave peligro para la fe de la isla). El 1º de ellos lo encontramos en los vv. 5-9, y habla de las cualidades que deben tener los que presiden la Iglesia. El 2º lo encontramos en los vv. 10-16, y es analizado de forma dependiente respecto al 1º.

         Comenzando por el final, se hace difícil definir a los herejes que Pablo tiene a la vista. No podemos tildarlos de gnósticos, pues no mantenían aún aquellas doctrinas del gnosticismo del s. II (dualismo exacerbado, emanaciones de los eones entre Dios y la materia, oposición entre el Dios del AT y del NT...). Y más bien parecen ser judíos de cierto culto sincretista, con ciertas prácticas de magia (2Tim 3, 8) y apartados de la doctrina oficial judía, pues por ejemplo condenan el matrimonio (1Tim 4, 3).

         Para la gente sencilla de Creta no debía de resultar fácil distinguir la verdad de Tito de la de tantos herejes judíos que pululaban por la isla. Y por eso Pablo quiere ayudar a Tito, y a dignificar la aceptación del evangelio. Por eso insiste tanto en el testimonio personal (vv.5-9).

         Los herejes son gente que se mueve por la ganancia que les reporta la predicación, como recuerda Pablo: "Enseñando lo que no se debe, y todo para sacar dinero" (v.11). Y esto debe ser todo lo contrario a lo que debe ser un presbítero cristiano, que al punto debe "ser intachable" (v.7), alejado del lucro y de los negocios sucios.

         Pero tal vez haya más que eso, pues Pablo está preocupado por el éxito de la predicación del evangelio, tal como había pasado en su Carta I a los Corintios (1Cor 9, 3). Y tanto en un lugar como en otro, lo que le interesa es "no crear obstáculo alguno al evangelio de Cristo" (1Cor 9, 12), incluso renunciando al alimento del altar si con eso se sale al paso de la praxis de los herejes (pues con ello se daría un testimonio desinteresado del evangelio).

         No quiere decir esto que en la Iglesia primitiva hubiera presbíteros codiciosos de ganancias económicas, pero Pablo alerta por si acaso, para entonces y para todos los tiempos. ¿No deberíamos saber renunciar también nosotros a nuestros propios derechos, cuando hiciera falta, para "no crear obstáculo alguno al evangelio de Cristo"?

Enric Cortés

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         Escribe hoy Pablo a su amigo Tito, discípulo suyo y encargado por él mismo de organizar la Iglesia de Creta, en la gran isla griega del Mediterráneo. Y lo hace a través de una carta en que se plasma, por 1ª vez en la Iglesia, la organización de estructuras y criterios eclesiales fundamentales.

         Pero vayamos por partes, porque comienza presentándose el apóstol como "Yo Pablo, siervo de Dios y apóstol de Jesucristo". Es decir, que alude a su único título humano (servidor, a nivel de desvelos, estar a la escucha...) y a su único título divino (apóstol, que significa enviado).

         Tras lo cual, da las 2 razones por las que ha regido siempre esos 2 títulos personales:

-"para llevar a los escogidos de Dios a la fe, y al pleno conocimiento de la verdad",
-"apoyado en la esperanza de la vida eterna, prometida desde toda la eternidad por Dios".

         Repitamos una y otra vez estos criterios de Pablo, y dejemos que cada palabra penetre en nuestro interior. Pero hagámoslo rápidamente, pues ya está el apóstol poniendo otra vez toda la carga en cada uno de nosotros: "Si te he dejado en Creta es para que acabaras de organizar todo lo que faltaba, y establecieras presbíteros en cada ciudad".

         Se ha tenido tendencia a idealizar, a veces, a los primeros cristianos, como si hubiesen vivido en un mundo ideal y aureolado de todas las cualidades. Este romanticismo no se sostiene ante la historia, y la Iglesia no ha estado nunca exenta de los problemas concretos que supone todo grupo humano. Desde el comienzo fueron precisos unos organizadores, y nada pasaba sin dificultades.

         Tito fue puesto por Pablo en Creta para elegir a los responsables y configurar con ellos el Colegio de Ancianos, copiando así la organización sinagogal judía. Y escoge a los que le parecen más aptos, por lo visto hombres de cierta edad y con experiencia. Los historiadores discuten sobre si dichos hombres eran o no eran todavía sacerdotes, pero lo que sí está claro es que a partir de ese momento pararon a ocuparse de algunas funciones más elevadas, bajo el nombre de presbyteroi (lit. ancianos) o presbítero.

         Respecto a sus cualidades, dice Pablo que "sean irreprochables, con buen equilibrio personal, de amor conyugal ejemplar, con una buena gestión familiar y sentido de hospitalidad". Lo cual no quiere decir que hubiera problemas en esos asuntos, pero sí que Pablo pusiera el acento en su forma de vivir, y no sólo de predicar.

         Para finalizar, Pablo define a ese nuevo presbítero eclesial: "intendente de la casa de Dios". He ahí las 2 misiones del sacerdote: gobernar como un "buen intendente" (éste era el término que usaba Jesús) y enseñar. Es decir, ser adicto a la auténtica doctrina y vivir conforme a la enseñanza recibida, para poder así tener autoridad, y rebatir, a los adversarios.

Noel Quesson

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         Empezamos esta nueva semana con muchos estímulos para despabilar nuestra fe. El comienzo de la Carta a Tito nos ofrece un retrato-robot del obispo; es decir, del supervisor (que eso es lo que significa el término original griego) de la Iglesia.

         Primero se detalla lo que dicho obispo no tiene que ser: "No arrogante ni colérico, no dado al vino ni pendenciero, ni tampoco ávido de ganancias poco limpias". Y a continuación se señala lo que sí ha de ser: "Hospitalario, amigo de lo bueno, de sanos principios, justo, fiel, dueño de sí". Este perfil se cumplía muy bien en Tito, pero ¿se cumple también en nuestros obispos actuales?

         De vez en cuando resulta necesario recordar lo que nos transmite la Carta a Tito, que habla del perfil humano de nuestros dirigentes. A 1ª vista parece que Pablo pide cosas de andar por casa, pero a la larga el apóstol está forjando las mejores credenciales de una genuina experiencia evangélica: la capacidad de acogida, la justicia, la fidelidad y el autocontrol.

Gonzalo Fernández

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         La 1ª lectura de hoy nos permite asomarnos a un momento muy singular de la Iglesia primitiva, cuando la 1ª generación de testigos declina y es preciso que el mensaje sea custodiado en su pureza y ofrecido con vigor a una 2ª generación. Este coyuntura no escapó tampoco a la preocupación del apóstol Pablo, que hoy describe con rasgos vigorosos y profundos el cauce para que esta obra de la gracia pueda llegar al pueblo santo.

         Es hermoso percibir el alto sentido de responsabilidad que siente el apóstol en este asunto, convencido como está de que la predicación es el gran instrumento querido por Dios para la realización de sus designios. Este es el telón de fondo de toda su reflexión, que hoy hace sobre la vida y ministerio de los presbíteros de la Iglesia.

         Esta vida presbiteral, por lo demás, ha de ser expresión de una fe concreta, como esa circulación vital que liga a unos presbíteros con otros, y que ligó a Pablo con Tito (a quien llama "verdadero hijo en la fe que compartimos"). Así como en un organismo animal todo se pierde si deja de circular la sangre, así también en el organismo presbiteral todo depende de la circulación de la fe.

         Después de estas consideraciones, que son el contexto sobre la naturaleza del genuino presbítero de la Iglesia, Pablo pasa a señalar algunas notas propias del obispo o episcopos, que es como se llama en la mayoría de traducciones.

         Lo fundamental puede resumirse en el título que Pablo da al obispo: "administrador de la casa de Dios". Es decir, que de esta fuente (ser el encargado de administrar bienes que no son suyos) es de donde ha de brotar su ser irreprochable, su capacidad de acogida, su rectitud moral y su eficacia en la predicación.

         Lo que es propio del obispo es la salvación, que él mismo acoge (como todos los demás) en virtud de la fe que se abre la gracia. No es dueño de nada sino del amor que lo llena, y nada posee sino la vida que anuncia. Y esto porque ambas cosas (el amor y la vida) las ha recibido como regalo, y como regalo las entrega a los demás (en sus palabras y obras).

Nelson Medina

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         El apóstol de Jesucristo tiene la misión de conducir a los elegidos de Dios a la fe y al pleno conocimiento de la verdad, conforme a la piedad y con la esperanza de vida eterna. Por eso el que anuncia a Cristo a los demás debe ser persona probada no sólo por su fe, sino por sus obras de amor (que manifiesten la fe que dice profesar). Es en la propia persona, y en la propia familia, donde debe iniciarse este proceso de formación, y de adquisición de valores humanos imprescindibles para todo candidato al sacerdocio.

         El que ha sido llamado como ministro de Dios debe ejercer su autoridad no como una proyección de sí mismo (ni de lo que él no es capaz de vivir), sino como un camino de pastor al frente de los suyos, mediante una vida ejemplar a través de la cual conduce a los suyos a la fe, a la verdad y a la vida eterna.

         Si de verdad queremos ser capaces de exhortar a los demás a la salvación, seamos nosotros los primeros en adherirnos a la palabra de Dios, haciendo que ésta tome carne en nosotros y nos haga ser ante el mundo un signo auténtico de Cristo Salvador.

Javier Soteras

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         A partir de hoy, y durante 3 días más, leeremos una de las cartas pastorales de Pablo: la que escribió a su discípulo Tito.

         Tito había sido un joven pagano de Nicópolis (Grecia) que, una vez convertido por Pablo, le acompañó muchas veces en sus viajes, como uno de sus hombres de confianza. De hecho, Pablo le llama "verdadero hijo mío en la fe que compartimos". Pablo le había puesto como responsable (hoy diríamos como obispo) de la Iglesia de Creta, la antigua isla del Mediterráneo.

         En esta carta le encomienda que organice la vida de la comunidad, estableciendo presbíteros en cada ciudad. Las cualidades de estos presbíteros son sobre todo de carácter humano: "Sin tacha, fieles a su única mujer, no arrogante ni colérico, no dado al vino ni pendenciero, ni tampoco ávido de ganancias poco limpias". Al contrario, "hospitalario, justo, dueño de sí". Y también fiel a la fe recibida, mostrando "adhesión a la doctrina cierta".

         Cuando aparecen listas de este género en los escritos de Pablo (aquí y en la Carta I y II a Timoteo, sobre todo), es como si nos interpelara a cada uno de nosotros, poniéndonos ante un espejo, tanto a los que tienen alguna clase de responsabilidad como a los demás.

         El hecho de que estas virtudes sean ante todo humanas es también un recordatorio de que a veces fallamos, no en altas teologías y en virtudes sublimes, sino en lo más elemental. ¿Somos fieles a las personas, justos, sobrios, hospitalarios, dueños de nosotros mismos, intachables? ¿O nos toca alguno de los aspectos negativos que señala Pablo: coléricos, amigos de ganancias injustas, arrogantes, pendencieros?

         La motivación es que somos "administradores de Dios", y que la misión que hemos recibido es "promover la fe de los elegidos y el conocimiento de la verdad", para "ser capaz de predicar una enseñanza sana". Pero esto exige en unas cualidades que no hagan perder credibilidad a la buena noticia de Dios. Si hemos de ser luz y sal y fermento en medio del mundo, debemos mostrar el estilo de vida que nos ha enseñado Jesús ante todo en nuestra propia existencia, antes que en nuestras palabras.

         El salmo responsorial de hoy apunta también a las virtudes humanas: "¿Quién puede subir al monte del Señor? El hombre de manos inocentes y puro corazón. Ése es el grupo que busca al Señor".

José Aldazábal

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         San Pablo, en el desarrollo de su misión providencial, realizó muchas correrías de evangelización y fue plantando la Iglesia de Cristo por todas partes, instituyendo un presbiterado para que en todas las iglesias hubiera sacerdotes dispuestos a mantener la semilla del evangelio. Esa fue una de sus glorias, y a su imagen nosotros podemos leer muchas otras vidas de sacerdotes, que fueron obispos, presbíteros, misioneros, místicos, testigos de la verdad y amantes de Dios.

         En cada etapa de la historia varían las circunstancias, y se adquieren matices distintos dependiendo de la cultura ambiental en que se ha nacido. Pero siempre hay una realidad básica que hermana la acción de todos los sacerdotes de Jesús: su mensaje de salvación.

         Lo importante es que la vida de esos sacerdotes sea siempre fiel, y que su sombra o luz recaiga en forma beneficiosa sobre cuantos los rodean. No es más o menos importante servir a Dios enseñando que labrando, santificando que dando a luz, gobernando que orando. Lo importante es que seamos sacerdotes o no sacerdotes (labradores, madres o monjas), el amor sea lo que llene todo de hermosura espiritual.

Dominicos de Madrid

b) Lc 17, 1-6

         Por enésima vez nos sorprende que Jesús, al dirigirse de nuevo a los discípulos, pronuncie una advertencia tan severa: "Es inevitable que sucedan esos escándalos; pero ay del que los provoca. Más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo arrojasen al mar antes que escandalizar a uno de estos pequeños. Andaos con cuidado" (vv.1-3a). Pero ¿quiénes son estos pequeños?

         En la terminología de los sinópticos, son los discípulos provenientes de las capas sociales marginadas social y religiosamente (en nuestro caso, los seguidores que antes eran "recaudadores y descreídos") quienes, gracias a su situación, han comprendido y asimilado la exigencia de Jesús de invertir la escala de valores y han optado por el camino de la sencillez (los pequeños).

         Los discípulos, a los que Jesús se dirige, son los de ascendencia judía ortodoxa. El escándalo son las riquezas, como tipificación de los falsos valores contrarios a los del reino. Aquéllos, con sus ansias de poder, pueden provocar el escándalo de los sencillos. Lejos de sacar partido de su pasado observante, deben estar dispuestos a perdonar siempre y en todo momento (vv.3b-4).

         En el colofón, los discípulos son nombrados los apóstoles (referencia clara a la misión) y Jesús, el Señor (v.5). Lucas quiere describir la sensación de impotencia que experimentan los misioneros ante el arraigo profundo de los falsos valores en la sociedad. Jesús los tilda de falta absoluta de fe.

         "Si tuvierais una fe como un grano de mostaza" (la simiente más pequeña, símbolo de los comienzos del reino a partir de unos valores humanamente insignificantes), "diríais a esta morera" (a la sociedad injusta y explotadora del hombre": "Arráncate de cuajo y plántate en el mar". Para el que cree en la utopía del reino de Dios, no hay obstáculo insalvable: "Y os obedecería" (v.6).

Josep Rius

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         Seguimos camino a Jerusalén y Jesús sigue instruyendo a sus discípulos, en el caso de hoy con una instrucción a los discípulos. El texto toca tres temas muy importantes para los discípulos y para la Iglesia posterior: el escándalo de los pequeños (niños, pobres, excluidos), el perdón al hermano que se arrepiente y la fe de los dirigentes de la comunidad (los apóstoles).

         Los 3 problemas son tan importantes, que en el tratamiento de los 3 hay algo de extraordinario y casi exagerado. Al que escandaliza a un pequeño, se le debe poner una piedra de molino y tirarlo al mar. Al que peca contra el hermano 7 veces al día (y 7 veces se arrepiente) hay que perdonarlo 7 veces. La fe como un grano de mostaza que ordena al sicómoro (la higuera) arrancarse y plantarse en el mar.

         Los 3 problemas amenazan la vida misma de la comunidad. ¡Qué sería una Iglesia en la que se escandaliza a los niños y a los pobres, en la que no se perdona al hermano que peca con gran frecuencia y en la que falla la fe de los apóstoles! Son problemas tan graves, que la normativa de Jesús es radical.

         Escandalizar es hacer caer, es poner una trampa, es corromper a un hermano. Y lo más grave es cuando ese hermano es un pequeño. Esta palabra tiene varias connotaciones: el sin poder, el pobre, el niño, el que tiene un defecto físico. No hay pecado más grande que escandalizar a estos hermanos de la comunidad. No hay perdón, y hay que echarlos al mar con una piedra al cuello.

         En la simbología bíblica el mar es el abismo, donde habitan los monstruos marinos. Ese es el destino de los que escandalizan a los pequeños.

         El otro problema grave es la ausencia de perdón. En el texto se trata del pecado "contra ti", es decir, del pecado del hermano contra el hermano. Es cierto que es exagerado que un hermano peque 7 veces al día contra otro hermano. El perdón no debe tener límites. Hoy somos muy intolerantes con el hermano reincidente. Queremos ser una iglesia de santos, donde no hay pecado... ni necesidad de perdón.

         La oración propia y más importante para los apóstoles y hoy para todo agente de pastoral debería ser: "Auméntanos la fe". Porque el más necesitado de fe es el dirigente eclesial.

Juan Mateos

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         El evangelio de hoy recoge en este texto algunas recomendaciones que Jesús dirige a sus discípulos, las cuales tienen una fuerte vinculación con la vida comunitaria.

         En 1º lugar (vv.1-2) Jesús le pide a sus discípulos que no sean ocasión de tropiezo por su falta de testimonio o actitudes negativas para con los pequeños. Debemos entender que Jesús con esta palabra no se refiere a los niños, sino a los humildes, a los marginados, a los que no tienen recursos (materiales o espirituales) para oponerse al que ocasiona el tropiezo.

         Precisamente, ellos son los elegidos y destinados por Dios para poseer el Reino, los verdaderos miembros de la Iglesia. Y la voluntad de Dios es que ninguno de ellos se pierda. El que sea motivo de escándalo para los hermanos, será severamente castigado.

         En 2º lugar (vv.3-4) Jesús propone a los discípulos la necesidad de la corrección fraterna, para que el hermano que ha pecado tome conciencia de su falta y se arrepienta, sin importar el número de veces. El uso del nº 7 significa que la acción de perdonar no tiene límite, y ha de tratarse de una actitud ilimitada y permanente, para imitar el comportamiento de Dios: “Sed compasivos, como nuestro Padre es compasivo” (Lc 6, 36). La Iglesia aparece así como una comunidad de pecadores que experimenta la proximidad y acogida de Dios, en el perdón fraterno.

         En 3º lugar (vv.5-6) Jesús invita a sus discípulos a tomar conciencia de la fuerza de la fe, porque sólo la fe nos permite aceptar con todas las consecuencias las exigencias del perdón. Los discípulos piden una fe más grande, no significa que busquen un crecimiento cuantitativo, sino un cambio radical para hacerla más auténtica. Basta tener la fe, tan pequeñita como un granito de mostaza pero auténtica, para realizar grandes cosas.

         La imagen de la morera arrancada y trasplantada en el mar expresa de manera simbólica lo que significa la confianza plena que debemos tener en Dios para actuar en nuestra vida. Comenzar con una fe pequeña, como el grano de mostaza, es lo que permitirá a los que son los verdaderos servidores de Cristo ponerse a la altura de su trabajo.

Gaspar Mora

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         Jesús decía: "Es inevitable que sucedan; pero ¡ay del que los provoca!". Se trata del tema de la responsabilidad. Nos dices, Señor, que no somos responsables sólo de nosotros mismos, y que existe todavía a nuestro alrededor toda una zona de influencia, en la que influimos tanto para el bien como para el mal. Se trata, pues, de un fenómeno de solidaridad, en el que "nadie es una isla" y toda persona está religada a otras.

         ¿Cuáles son mis relaciones? Porque lo que es inofensivo para mí puede hacer daño a otros, y debo tener muy en cuenta esa variedad de mentalidades, normal en toda colectividad.

         Jesús es extremadamente riguroso cuando se trata de defender a "los pequeños", y no duda en avisar que "más le valdría que le colgaran al cuello una piedra de molino y lo arrojasen al mar, antes que escandalizar a uno de esos pequeños". No se refiere sólo a los niños, sino a todos los indefensos e ignorantes, que hay que defender de las sutilezas de la casuística del escándalo.

         El amor sin límites es la característica propia del cristianismo. Y ese amor debe llevar al perdón y corrección fraterna: "Si tu hermano te ofende, repréndelo; y si se arrepiente perdónalo. Si te ofende siete veces al día y vuelve siete veces a decirte lo siento, lo perdonarás".

         Detengámonos ante ese título de hermano que usa Jesús. Los cristianos son hermanos, pero no son personas perfectas sino pecadores. Jesús no ha pensado en una comunidad ideal y sin historia, sino en una comunidad en la que las personas se ofenden unas a otras, ¡hasta 7 veces al día! Por mucho que se diga que es un número simbólico, no deja de evocar una situación bastante conflictiva.

         Jesús nos pide que perdonemos, como algo esencial al cristianismo. Y porque eso es lo que hace por nosotros nuestro Padre del cielo. ¿A quién tengo hoy que perdonar? ¿En qué relación he de procurar que nazca en mí un corazón nuevo, un corazón según Cristo?

         Entonces, dijeron los apóstoles al Señor: "Auméntanos la fe". Eran muy conscientes, ellos los primeros, y nosotros a continuación, de la magnitud de la exigencia que tú, Señor, les presentabas. Entonces ellos, a su vez, te piden: "Danos, Señor, por gracia". Eso que tú esperas de nosotros. Las palabras de Dios tendrían que llevarnos a una oración de ese tipo. Ese es el sentido de la plegaria universal con la que acaba la Liturgia de la Palabra, en la misa diaria.

         Hemos escuchado unos textos divinos que nos acusan y nos comprometen. Y como nos sentimos débiles para llevarlos a la práctica, nos dirigimos a Dios para pedirle su gracia, para nosotros y para nuestros hermanos. El Señor les contestó: "Si tuvierais fe como un grano de mostaza, diríais a este árbol: Arráncate y plántate en el mar. Y os obedecería". ¡Cuántos árboles a arrancar, Señor! Soy como un pobre delante de ti; dame varios "granos de mostaza".

Noel Quesson

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         El auténtico hombre de fe en Cristo Jesús debe ser una luz que ilumine el camino de su prójimo. Si anunciamos a Cristo a los demás, y después llevamos una vida en contra de lo que enseñamos, en lugar de colaborar para la salvación de nuestro prójimo estaremos dándole motivos para alejarse de Cristo, o a que lleve una vida de hipocresía.

         Ciertamente, somos frágiles pecadores. Y por eso hemos de vivir en una continua conversión, no sólo pidiendo perdón a Dios y al prójimo, sino estando también dispuestos a perdonar siempre. No basta con tener mucha fe, sino que es necesario que la calidad de la fe que poseamos (tal vez al inicio demasiado pequeña) nos lleve a dejar que el Señor actúe en nosotros. Y para que, desde nosotros, vaya eliminando todo obstáculo que nos impida vivir en un auténtico amor hacia Dios (como Padre nuestro), y hacia nuestro prójimo (como hermano nuestro).

         Procuremos ser personas con una fe auténticamente aquilatada por el Señor, de tal forma que lleguemos a esforzarnos por un mundo cada vez más libre de todo aquello que nos divide, o que nos ha hecho vivir desligando nuestra fe de nuestra existencia ordinaria.

         Vivimos en una comunidad de fe donde todos colaboramos a favor o en contra de la vivencia y de la madurez de la misma. Muy por encima de todos ha de estar el buen ejemplo de los pastores, como servidores a los que se les ha encomendado la instrucción en la palabra de Dios y la repartición del pan de Vida. Por ello no pueden dedicarse a comer, a embriagarse y a maltratar a los demás siervos que conforman el pueblo de Dios.

         Un escándalo, por parte de ellos, puede destruir la comunión desde sus cimientos. De ahí que los documentos de la Iglesia pidan a los obispos que no sean ligeros ni precipitados en imponer las manos a quienes han de servir al pueblo como pastores.

         Pero no sólo ellos están llamados a vivir santamente, sino que junto a ellos toda la comunidad de creyentes ha de dar un auténtico testimonio de nuestra fidelidad a Cristo, mediante buenas obras y una verdadera comunión con los pastores que Dios ha puesto al frente de su pueblo.

Bruno Maggioni

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         Escuchamos hoy varias recomendaciones breves de Jesús sobre el escándalo, el perdón y la fe. Tres aspectos en los que podemos aplicar el pensamiento de Jesús a nuestra vida.

         Sobre el escándalo dice Jesús palabras muy duras: "Al que escandaliza a los débiles más le valdría que lo arrojaran al fondo del mar". Además de enseñar a tener corazón generoso y saber perdonar al hermano, hasta 7 veces en un día. Los apóstoles, un poco asustados de un estilo tan exigente de vida, le piden a Jesús que aumente su fe.

         Podemos ser ocasión de escándalo para los demás, con nuestra conducta. No somos islas perdidas, e influimos para bien o para mal en los que conviven con nosotros. Si hay personas débiles, que a duras penas tienen ánimos para ser fieles, y que nos ven a nosotros claudicar, contribuimos a que también ellas caigan. Si no acudo a la oración de la Iglesia, también otros se sentirán dispensados y no irán. Y si participo, a otros les estoy dando ánimos para que no falten.

         Y quien dice de la oración, dice de la conducta moral. Si una familia está dando testimonio de vivir en cristiano, contra corriente de la mayoría, está influyendo en los ánimos de los demás. Mientras que si cede a los criterios de este mundo, también a otros se les debilitarán los argumentos y fallarán.

         La corrección fraterna, que es un buen acto de caridad si se realiza con delicadeza y amor, tiene que conjugarse con el saber perdonar y con el tener un corazón generoso. A todos nos cuesta perdonar. Se nos da mucho mejor lo de juzgar, condenar y echar en cara. Jesús nos dice que tenemos que saber perdonar, aunque se repita el mismo motivo 7 veces en un día.

         Desde luego, para cumplir esto, tendremos que decirle al Señor, como los apóstoles: "Auméntanos la fe". Tendremos que rezar fuerte y apoyarnos en la gracia de Dios. Porque con criterios meramente humanos no tendremos fuerzas para evitar todo escándalo, ni para cumplir lo del perdón al hermano.

         Cuando nos preparamos para comulgar, rezamos siempre el Padrenuestro, repitiendo lo de "perdónanos como nosotros perdonamos". Y así, lo que parece algo difícil (perdonar al hermano), con la fuerza de la eucaristía podrá ser una realidad, a lo largo del día. Será algo tan sorprendente como, al menos, lo de la morera transplantada al mar.

José Aldazábal

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         En el evangelio de hoy, Lucas nos ofrece 3 dichos de Jesús, el 1º referido al escándalo, el 2º al perdón y el 3º a la fe. A 1ª vista se trata de una agrupación un poco forzada, pero creo que existe una profunda relación entre las 3 cosas. Escandalizar significa poner piedras en el camino para que otro tropiece. Algo que hacemos muy a menudo, y de ahí que Jesús llegue a decir que "es inevitable que sucedan escándalos".

         Hay algunos que, por su impacto social, saltan a los medios de comunicación, pero no son quizá los que más nos hacen tropezar. Yo creo que el gran escándalo es no vivir con energía la fe, y esa rutina que hace del seguimiento de Jesús una mera costumbre.

         ¿Cómo se vencen los efectos negativos del escándalo? Sólo hay una salida: el perdón. Pero no un perdón cualquiera, sino una actitud que siempre nos resulta excesiva: "Si tu hermano te ofende siete veces en un día, y siete veces te vuelve a decir lo siento, lo perdonarás".

         Una actitud de este tipo nunca nace de la buena voluntad, ni del sentido de justicia que nosotros solemos manejar en las relaciones sociales. El perdón es fruto de la fe, y por eso los apóstoles (que debieron sentirse sobrecogidos ante las palabras de Jesús, y muy débiles para secundarlas) le piden: "Auméntanos la fe".

Gonzalo Fernández

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         Una de las advertencias más duras de Jesús, dirigida a los que le siguen de cerca, es "andaos con cuidado", tras lo cual viene la advertencia: "Porque más te valdría ajustarte una piedra de molino y arrojarte al mar, que escandalizar a uno de los pequeños" (vv.1-3). Según Santo Tomás de Aquino, "escandalizar es hacer caer, ser causa de tropiezo y ruina espiritual para otro, con la palabra, los hechos o las omisiones".

         Los pequeños son para Jesús los niños, en cuya inocencia se refleja de una manera particular la imagen de Dios. Pero también son esa inmensa muchedumbre sencilla y menos ilustrada, con más facilidad de tropezar en la piedra interpuesta en su camino.

         Pocos pecados son tan grandes como éste, pues como decía Pío X, el escándalo "tiende a destruir la mayor obra de Dios, que es la redención, con la pérdida de las almas. Un pecado que da muerte al alma del prójimo quitándole la vida de la gracia, que es más preciosa que la vida del cuerpo. Y un pecado que es causa de una multitud de pecados" (Catecismo, 418).

         Es mucho lo que influimos en los demás, y esta influencia ha de ser siempre para bien de quien nos ve o nos escucha, en cualquier situación en la que nos encontremos. Sin embargo, también existe el falso escándalo: en no pocas ocasiones la conducta del cristiano que quiere vivir con integridad la doctrina del Señor, chocará con un ambiente pagano y frívolo, y escandalizará a muchos.

         No nos debe extrañar si con nuestra vida en alguna ocasión sucede algo parecido, y hemos de evitar aquellas ocasiones (de suyo indiferentes) que pueden producir extrañeza o escándalo en personas, por su falta de formación.

         Especialmente es grave el escándalo que proviene de aquellas personas que gozan de algún género de autoridad o fama. En este sentido, el que ha ocasionado ese escándalo tiene la obligación de reparar el daño ocasionado. La caridad, movida por la contrición, encuentra siempre el modo adecuado de reparar el daño.

         De nosotros debería decirse, por parte de quienes nos han tratado, lo mismo que afirmaron de Jesús sus contemporáneos: "Pasó haciendo el bien" (Hch 10, 38). Si lo propio del escándalo es romper y destruir, la caridad compone, une y cura, y facilita el camino que conduce al Señor. Un buen ejemplo será siempre una forma eficaz de contrarrestar el mal que, quizás sin darse cuenta, muchos van sembrando por la vida.

Francisco Fernández

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         El Señor nos hizo portadores de su evangelio y de su gracia. La Iglesia se esfuerza constantemente no sólo por dar a conocer a Cristo a los demás, sino en procurar que la vida del Señor se haga realidad cada día en más y más personas, en quienes habite el Espíritu Santo como en un templo. Ante ellos hemos de ser un auténtico ejemplo de santidad, pues no podemos proclamar al Señor y después vivir como si no le conociéramos, como si fuésemos sus enemigos.

         Por eso hemos de vivir en una continua conversión, de tal forma que el rostro amoroso de Cristo brille, cada día con mayor claridad, en el rostro descubierto de su Iglesia. Quien con una vida de desprecio hacia su prójimo (o de opresión de los desvalidos, o de explotación de los pobres, o de pasiones no dominadas) se atreve a proclamar el nombre de Dios, en lugar de convertir, alejará cada vez más a quienes trate de anunciar el nombre de Dios, y convertirá en objeto de burla a la Iglesia de Cristo.

         El Señor nos pide convivir fraternalmente unidos por el amor. No podemos ser testigos del Dios Amor sólo con los labios, sino con una vida que nos lleve incluso a perdonar siempre a quienes nos ofenden, para no perder la unidad querida por Cristo.

         Así podremos decir que nuestra fe es una fe viva, que se manifiesta con las obras, y nos ayuda a mover las montañas de nuestro egoísmo, que nos impiden amar y perdonar a nuestro prójimo en la misma medida en que nosotros hemos sido amados y perdonados por Dios, en Cristo Jesús.

         Somos hijos de Dios, pero ¿nos comportamos como tales? Cuando confiesas públicamente tu fe en Cristo y destruyes a tu prójimo, o cuando eres autor de guerras, de persecuciones y de la muerte de inocentes, o cuando no te detienes ante tu hermano que sufre para remediarle sus males, o cuando no eres capaz de perdonar para convertirte en constructor de la paz, ¿podrás decir que en verdad eres hijo de Dios? ¿No sería mejor que te arrojaran al mar con una de esas enormes piedras de molino sujeta a tu cuello? Sin embargo, Dios siempre está dispuesto a perdonarte.

         No puedes ir a Dios para recitar tan sólo tus pecados, sino que necesitas volver realmente a ese Dios que siempre te ha amado, y que te contempla constantemente con una mirada de amor de Padre. ¿Realmente crees en ese amor de Dios por ti que te perdona, y te recibe en su casa, y que se ha puesto de tu lado? Pues anda, y haz tú lo mismo (con tu prójimo).

José A. Martínez

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         El evangelio de hoy nos habla de 3 temas importantes. En 1º lugar, de nuestra actitud ante los niños. Si en otras ocasiones se nos hizo el elogio de la infancia, en ésta se nos advierte del mal que se les puede ocasionar.

         Escandalizar no es alborotar o extrañar, como a veces se entiende, sino que viene de la palabra griega skandalon, que significa hace tropezar, a forma de una piedra en el camino (para entendernos). Al niño hay que tenerle mucho respeto, y "ay de aquél que de cualquier manera le inicie en el pecado" (v.1). Jesús le anuncia un castigo tremendo, y lo hace con una imagen muy elocuente.

         Todavía se ven en Tierra Santa piedras de molino antiguas. Son una especie de grandes diávolos (como los collares que se ponen al cuello los traumatizados), e introducir esa piedra en el escandalizador, y echarlo al agua, expresa un terrible castigo.

         Jesús utiliza ese lenguaje, casi de humor negro, viniendo a decir que pobres de nosotros si dañamos a los niños, o pobres de nosotros si les iniciamos en el pecado. Y hay muchas formas de perjudicarlos: mentir, ambicionar, triunfar injustamente, dedicarse a menesteres que satisfagan la vanidad.

         En 2º lugar, el perdón. Jesús nos pide que perdonemos tantas veces como sea necesario, y aún en el mismo día, si el otro está arrepentido. Y eso aunque nos escueza el alma: "Si tu hermano peca, repréndele; y si se arrepiente, perdónale" (v.3). El termómetro de la caridad es la capacidad de perdonar.

         En 3º lugar, la fe. Una fe que, más que una riqueza del entendimiento (en sentido meramente humano), es un estado de ánimo (fruto de la experiencia de Dios) y una capacidad (de poder obrar contando con su confianza). Como decía San Ignacio de Antioquía, "la fe es el principio de la verdadera vida".

         Quien actúa con fe logra cosas asombrosas, como bien expresa el Señor: "Si tuvierais fe como un grano de mostaza, habríais dicho a este sicómoro: Arráncate y plántate en el mar, y os habría obedecido" (v.6).

Pedro Inaraja

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         Cuando era pequeña me decían que tener fe era "creer en lo que no se ve", como si fuese un gran misterio donde una no podría llegar nunca. Yo no entendía nada, y la verdad es que me parecía algo extraño. Pero si Dios así lo quería... En definitiva, ¿cómo iba yo a entender así a Dios?, o ¿qué podía yo darle a Dios, si todo había sido ya hecho?

         El tiempo me ha enseñado que la fe es una ciencia cierta, que es para experimentar y gustar, y sobre todo para ser feliz. Y cuando eres capaz de ponerte en marcha, suceden cosas que no te esperas, y ahí es donde se adquiere confianza y fe.

         Experimentar las certezas con Dios, y ponerte en camino hacia él, hacia ti y hacia los otros, eso es tener fe. Y palpar y descubrir la inmensidad que tienen las palabras abandonarse en él, ahondar mar adentro, contagiar la ilusión y esperanza, eso es tener fe. Por lo menos como un granito de mostaza.

         Ahondar y vivir desde la fe es haber palpado realidades, no sólo ideas bonitas. Es adentrarse e ilusionarse, volverse loca de alegría al sentir desde dentro el envío a trabajar por el mismo sueño que tiene Dios, un sueño de esperanza en el que la ilusión y la vida se contagian cuando de verdad se hace posible lo que se dice y se proclama.

         La fe ha cambiado de sentido en mí cuando he experimentado, junto a otras personas, que el evangelio te lleva a situaciones que no te imaginas. Lo de Dios es posible siempre, y también el reto que diariamente nos lanza de felicidad para todos. ¿Quién puede robar los sueños de un Dios enamorado de sus criaturas, y que continúa apostando por un mundo feliz para todos?

         Hace tiempo, una persona muy cercana a mí escribía esto: "Que alguien se ponga de pié, que alguien dé la cara. Porque se necesita un luchador por la fe, y alguien que sea fiel a su causa". La gente ya no quiere ver cristianos de boca cerrada, y es preciso que volvamos a ser profetas que no le teman a nada. Que Dios nos bendiga y seamos bendición para muchos.

María Jesús Arija

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         Jesús, tú hoy condenas el escándalo, o comportamiento que induce a otros a hacer el mal. El que escandaliza se convierte en tentador de su prójimo. Atenta contra la virtud y el derecho; puede ocasionar a su hermano la muerte espiritual. Como dice el Catecismo de la Iglesia, "el escándalo constituye una falta grave, si por acción u omisión, arrastra deliberadamente a otro a una falta grave" (CIC, 2284).

         Es decir, yo soy responsable no sólo de mis acciones, sino también de la repercusión de mis acciones en la conducta de los demás. El escándalo es lo opuesto al apostolado. En lugar de acercar almas a ti con el ejemplo de una vida cristiana, el que escandaliza aleja a los demás de Dios con el mal ejemplo de una vida tibia, con doctrinas contrarias a la Iglesia, promoviendo una cultura inmoral.

         "Andaos con cuidado", me dices hoy, Jesús. Es decir, me alertas para que nunca escandalice a los demás con mi conducta y también para que no me deje influir por los escándalos ajenos. Aún más, tengo el deber de corregir al que peca, especialmente si es una persona cercana a mí: un familiar, amigo o conocido. Porque "si tu hermano peca, repréndele; y si se arrepiente, perdónale". Este deber se llama corrección fraterna, y ha quedado recogido como una de las obras de misericordia que enseña la Iglesia: corregir al que yerra.

         Jesús, tú me has dado ejemplo de cómo corregir con caridad y amor. Durante los 3 años que conviviste con los apóstoles, no dejaste de señalarles sus errores con paciencia. Los primeros cristianos aprendieron de los apóstoles a ayudarse unos a otros para mantenerse fieles en el camino.

         San Pablo recoge este enseñanza de forma clara: "Hermanos, si acaso alguien es hallado en alguna falta, vosotros, que sois espirituales, corregidle con espíritu de mansedumbre" (Gal 6, 1). Al cabo de los siglos, este deber de caridad sigue en pie, porque "omnia possibilia sunt credenti" (lit. "todo es posible para el que cree").

         Jesús, humanamente, sólo el que realmente cree en un proyecto, o en un objetivo que se ha marcado, y persevera en el intento a pesar de las dificultades, consigue su propósito. El indeciso se arruga ante la primera contradicción y nada logra. Esta fe no es aún la fe que te piden hoy tus discípulos, pero es su base humana: el tesón. El tesón es una virtud humana que yo puedo adquirir si me lo propongo, y que facilita que arraigue la virtud sobrenatural de la fe.

         La fe es una virtud sobrenatural, es decir, una virtud que tú me das cuando te la pido y no pongo dificultades para recibirla. Todo es posible para el que cree. Jesús, a veces me desanimo y pienso que no; que yo no puedo vencer una tentación o superar un defecto; que las dificultades me sobrepasan y que no tienen remedio. Es el momento de repetir con fuerza: "Auméntame la fe". Que me dé cuenta de que tú estás a mi lado; que me convenza de que tú eres Dios y a la vez amigo y Padre.

         Y entonces veré arrancarse de raíz defectos que estaban profundamente implantados en mi conducta; y se resolverán problemas insolubles, y se enderezarán situaciones torcidas. Y volveré a tener paz y alegría en mi alma. Porque la fe es capaz de mover montañas, si es verdadera fe y va acompañada de obras de virtud y de caridad, en el esfuerzo por hacer siempre y en todo tu voluntad.

Pablo Cardona

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         "Ay de aquel que provoca escándalos, ay del que es ocasión de pecado", advierte severamente Cristo a sus discípulos. San Carlos Borromeo hablaba de modo semejante a sus presbíteros, invitándoles a meditar siempre en "el precio de sangre que cada alma tiene ante Dios".

         Y todo esto porque la gente sencilla, que no puede defenderse, le ha costado a Cristo sudor y sangre, y mucho amor derramado. Y porque nosotros no somos dueño de esa Sangre, ni de esos corazones ni de esas almas. "Tened cuidado", nos amonesta el Señor.

         De aquí entendemos el porqué de la generosidad sin límites a la hora de perdonar: porque dicha generosidad no se agota nunca. Poner un límite al perdón es poner un límite a la sangre de Cristo, y esto no es otra cosa sino renegar de la salvación que esa sangre trajo a todos, por dignación piadosa de Dios.

         ¡Qué bello acercarnos así al altar, y saborear con el paladar de la mente y con la luz de la fe estas verdades! Ese sacrificio único y sin embargo infinito, inagotable, es el que se realiza en nuestro altar, y es el que llega a nosotros con la comunión eucarística.

Nelson Medina

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         Estamos rodeados de testimonios edificantes, de personas ejemplares, coherentes y generosas. Pero tenemos la costumbre de fijarnos y hablar sólo de los escándalos que por ahí nos encontramos. Aquel joven, la vecina, un político... todos pasan por nuestro tribunal.

         Es una realidad innegable que, como hombres que somos, tenemos debilidades y flaquezas, y si alguien no las tiene, puede inscribirse en el registro de los ángeles sobre la tierra (que, por lo demás, son evidentes a los ojos de los demás, sobre todo en algunas ocasiones). Algunas veces, hasta provocando escándalos.

         Sin embargo, la inspiración divina bien colocó este pasaje, seguido inmediatamente de otro que versa sobre el perdón. Nuestra tarea no es entonces juzgar ni mucho menos buscar como detectives los talones de Aquiles de nuestro prójimo.

         Será mejor si, por nuestra parte, nos esforzamos para dar el mejor testimonio, y si fijamos nuestra atención en las virtudes de los demás. Y cuando alguien nos escandalice con su conducta, no juzguemos y sepamos perdonarle de corazón, sabiendo que quien confía en el poder de Dios, puede trasplantar un árbol al mar.

Juan Gralla

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         En esta sección, Lucas a incluido una serie de enseñanzas de Jesús que bien vale la pena meditar el día de hoy.

         La 1ª está refería a la gran responsabilidad que tenemos de ser buen ejemplo para los demás, y de manera especial con los niños y jóvenes. En nuestras casas, y en nuestro modo de vivir, todo debe inspirar a los que conviven con nosotros, a llevar una vivir honesta y sana. Jesús es muy severo es este aspecto, y nos previene sobre el mal ejemplo que podamos dar, o sobre si somos nosotros mismos quienes propiciamos la tentación y el pecado en los demás.

         La 2ª está referida a la apertura siempre misericordiosa que debemos tener, sobre todo para aquellos que nos ofenden. Algo que debe ir acompañado por aquella petición de los apóstoles: "Auméntanos la fe". Y es que sólo con una fe grande, y con el apoyo de la oración, es posible llevar una vida que sea modelo para los demás.

         Hagamos nuestra hoy la petición de los apóstoles, y digámosle a Jesús desde lo más profundo de nuestro corazón: "Aumenta mi fe, Señor". Para que ésta se transforme en caridad y en perdón.

Ernesto Caro

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         Decían los profetas que el Mesías "no rompería la caña doblada ni aplastaría la mecha que está por apagarse, sino que haría florecer la justicia en la verdad" (Is 42, 3). Es sorprendente descubrir cómo Jesús sabe conjugar la radicalidad de su vida, y sus planteamientos, con una gran compasión y ternura hacia las personas, sobre todo hacia los más débiles.

         Y esa misma compasión y ternura es exigida a sus discípulos. De ahí sus palabras sobre el escándalo de los que se consideran sabios y fuertes para los más pequeños, y su exigencia sobre el perdón. Hay que estar dispuesto a perdonar siempre, y a acoger siempre.

         En el fondo ésta es otra forma de radicalidad. Quizás una radicalidad más difícil y arriesgada. Nos resulta fácil tener esa actitud cuando se trata de condenar a nuestros hermanos o de denunciar sus malas obras. Se nos hace más difícil cuando de lo que se trata es de perdonarlos siempre. Y habría que subrayar la palabra siempre. Hay que tener una fe fuerte y grande para seguir creyendo en nuestros hermanos cuando nos han fallado muchas veces.

         Pero ¿no es acaso la misma fe que Dios tiene en nosotros? ¿No sigue creyendo Dios en nosotros a pesar de las muchas veces seguidas que le hemos fallado? Habrá que pedirle a Dios que haga nuestra fe al menos del tamaño de un grano de mostaza para que el árbol de la auténtica radicalidad hunda sus raíces en nuestro corazón.

Severiano Blanco

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         El texto evangélico de hoy acentúa el contravalor del escándalo, es decir, la acción degradante de quien destruye la conciencia del niño, del débil, humilde, confiado.

         Ay del que provoca escándalos. Pero ¿es que no los estamos bendiciendo cada día? Jesús diría que sí los estamos bendiciendo, cuando provocamos pasiones desordenadas, y las juzgamos escándalo, o incluso elogio de la libertad personal. Cuando aplaudimos escenas de terror con sangre, armas, muerte, y somos capaces de decir que eso es para educar con realismo.

         Cuando pisoteamos la moralidad y el respeto a la intimidad personal, y decimos que eso no es difamar ni calumniar sino informar. Cuando hacemos ostentación de riqueza y nos gloriamos de nuestros conquistas y trampas, y decimos que eso no es escándalo sino juego, suerte u oportunidad.

         ¿Cómo valoraremos, al final, nuestra conducta cuando hayamos de dar cuenta de ella ante el Señor que no acepta engaños, ni ofrece ya nuevas oportunidades? Es fácil decir que "a mí nadie me pide cuentas". Pero nos las pedirán, aunque no lo queramos prever.

Dominicos de Madrid

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         La vida de los discípulos de Jesús está expuesta a debilidades e incluso a fracasos. Pero a pesar de su fragilidad, de ella se exige que sea capaz de hacer transparente la imagen de Dios para la humanidad.

         Una 1ª forma de hacer patente el rostro divino reside en la preocupación comunitaria por los pequeños, los más frágiles y desprotegidos en la relación comunitaria. Colocarlos al margen de la vida común significa, concretamente, oscurecer la presencia de Dios en su vida y, por consiguiente, ocasión de escándalo para ellos haciéndolos sentirse abandonados de Dios.

         El gran escándalo de una comunidad cristiana despreocupada de los pequeños es un obstáculo mayúsculo que pone tropiezos a su salvación y que coloca a la propia comunidad en el peligro de hacerse merecedora de la condena de Dios. Por consiguiente, toda comunidad que quiera llamarse cristiana debe colocarse en el camino del servicio al Dios de la misericordia con acciones que puedan expresar adecuadamente esta cualidad divina.

         El perdón al hermano que cae es una exigencia que brota desde el corazón de la vida comunitaria y la naturaleza ilimitada del perdón no es, entonces, otra condición más, sino la condición indispensable para ser instrumento apto de la revelación del Padre.

         Para esta tarea es necesario ser plantados en la fe, como la semilla de mostaza requiere ser plantada en la tierra. No basta suponer la existencia de la fe en nuestra persona y en nuestra comunidad, es necesario que seamos capaces de mostrar con las acciones realizadas que ella está presente en nuestra vida.

Confederación Internacional Claretiana

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         La naturaleza humana es frágil. Tenemos un cuerpo que, desde el instante mismo en que inicia la vida, está signado por la muerte. Nuestra inteligencia, que usualmente consideramos el arma más poderosa, nos engaña constantemente. El lenguaje (escrito, oral, gestual) es una herramienta poderosa para construir la realidad. Pero se presenta como un juego interminablemente equívoco. El amor erótico, que muchos consideran la panacea, se presta para las más incomprensibles acciones y engaños.

         Pareciera que la ambigüedad nos inunda y amenaza con destruir nuestra integridad humana. Sin embargo, en medio del marasmo del relativismo y la suspicacia, surge la honestidad como alternativa. Es admirable que un valor tan quebradizo como la honestidad sea la alternativa frente a la ambigüedad tan afincada en la naturaleza humana.

         Jesús en el evangelio nos llama a hacer de la coherencia, de la honestidad y del testimonio, la palanca de Arquímedes con la que hemos de mover y vencer el mundo de las ambigüedades. Es inevitable que cometamos errores, que equivoquemos nuestras decisiones y que malinterpretemos los buenos signos de la realidad. Pero, podemos aceptar ese desafío con una intención recta y honesta que nos conduzca a hallar el camino adecuado.

         El evangelio de hoy nos pide que asumamos las deficiencias de nuestra naturaleza humana, bajo la perspectiva de la recta intención. Debemos ser absolutamente sinceros con nosotros mismos y aceptar que no tenemos todas las verdades en la manga de la camisa. Por eso, es necesario que frente a los pequeños, a los humildes, no nos mostremos todopoderosos, sino que nos mostremos como realmente somos: frágiles y ambiguos.

         Esta actitud evitará que posteriormente cuando nos equivoquemos o simplemente no cumplamos las expectativas de alguien, estemos en condiciones de reconocer nuestros errores con toda la humildad. Y sobre todo, para que ellos comprendan que no somos más que nadie. Sólo somos unos simples servidores, que tratan de realizar su trabajo.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         El pasaje evangélico de hoy recoge tres sentencias de Jesús relativas al escándalo, a la ofensa del hermano y al potencial de la fe. Son textos que ya se han comentado en otras versiones del evangelio y con más profusión de detalles. No obstante, volvemos sobre ellos intentando destacar alguno de sus aspectos más sobresalientes.

         La 1ª sentencia se refiere al escándalo, y es tan tajante que corta hasta la respiración: Es inevitable que sucedan escándalos, pero ¡ay del que los provoca! Al que escandalice a uno de estos pequeños que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar. Se trata del escándalo provocado a los pequeños que creen, y para quienes un simple mal ejemplo, o una mala experiencia adquirida, puede quitarles la fe.

         El escándalo es siempre una "piedra de tropiezo" en el camino del bien, y una incitación al mal o al pecado. Por eso, la conducta desviada de un creyente puede resultar realmente escandalosa en la medida en que interfiere como un obstáculo en el camino del bien o de la fe de otros muchos.

         Los más expuestos al escándalo (lo mismo que a la mala influencia) son los más débiles, tanto religiosa como moralmente. Eso son los pequeñuelos que creen a los que alude Jesús. Son pequeñuelos seguramente en el sentido de ser muy influenciables por aquellos que están dotados de autoridad moral. Y son pequeñuelos que creen, pero con una fe todavía muy frágil o tierna, como esa planta a la que el clima y el tiempo no ha curtido aún.

         Pues bien, al que escandalice a uno de estos pequeñuelos les espera una pena aún peor que la que sufren los que son arrojados al mar con una piedra de molino al cuello, para que no emerjan a la superficie. La severidad de la condena denota la gravedad de la falta a los ojos del juez.

         La 2ª sentencia tiene por objeto la ofensa del hermano y el perdón de la misma: Si tu hermano te ofende (algo que resulta tan inevitable como el escándalo), repréndelo. Si se arrepiente, perdónalo. Y si te ofende siete veces en un día, y siete veces vuelve a decirte "lo siento", lo perdonarás.

         Según esto, una persona arrepentida siempre será digna de perdón, aunque el arrepentimiento esté precedido por una reiteración de ofensas en el corto espacio de tiempo de un día. Puede haberte ofendido 7 veces en el mismo día, pero si vuelve a decirte "lo siento", lo perdonarás.

         Con esta medida de actuación Jesús coloca el perdón de la ofensa muy por encima de la ofensa, pues lo importante es que prevalezca el perdón. Pero para que esto suceda debe darse el arrepentimiento y la petición de perdón. La única condición requerida para obtener el perdón es el arrepentimiento (ese decir con sinceridad "lo siento"), que a su vez podrá ir precedido de la reprensión, una palabra correctora que haga recapacitar y estimule el arrepentimiento.

         Lo que importa es que triunfe el perdón, que el perdón se sobreponga a la dialéctica de las ofensas y que las ofensas desaparezcan. Y para que eso ocurra, el perdón debe sobrepujar a la ofensa. Por otro lado, sólo el perdón puede aportar la medicina capaz de curar las heridas provocadas por las ofensas, y evitar que la ofensa se convierta en una herida incurable o dé lugar a una ruptura irreparable.

         La sentencia se refiere a la fe y a la necesidad experimentada por los apóstoles de un aumento de fe. Eso es lo que piden los apóstoles a Jesús (auméntanos la fe) y lo que Jesús responde, con una observación: Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esta morera: "Arráncate de raíz y plántate en el mar", y os obedecería.

         Estamos en el lugar de la acción cultual porque creemos que la palabra de la Escritura que allí se proclama es palabra de Dios, y que los sacramentos de la Iglesia son sus sacramentos, los signos y cauces de su gracia. Estamos en el lugar de la reunión litúrgica porque tenemos fe. Pero también estamos aquí porque tenemos poca fe, y porque necesitamos decir: Señor, auméntanos la fe. Porque la fe es algo que puede aumentarse y puede disminuir, e incluso morir.

         Con el ejemplo propuesto por Jesús, el Señor viene a decirnos que la fe puede ser muy pequeña (del tamaño de un granito de mostaza) o puede ser muy grande (capaz de mover montañas, o de arrancar de raíz una morera y plantarla en el mar).

         Mi fe no es pequeña, dirá alguno. Pero entonces, ¿por qué no eres capaz de levantarte de tu confortable asiento? ¿Y de arrancarte de tu lugar de diversión, para plantarte en la presencia del Señor? Y si no es insignificante tu fe, ¿por qué no eres capaz de salir de tu casa del confort, y plantarte en la casa del necesitado? Y si no, ¿por qué no eres capaz de moverte y movilizarte?

         Por tanto, no demos por supuesto que tenemos fe, porque si ésta no nos saca de nuestra inercia, ni nos moviliza, ni nos arranca de nuestro confort, ni rompe nuestros apegos, ni nos despierta de nuestra somnolencia... es que no tiene siquiera el tamaño de un granito de mostaza. Por eso, ¡qué necesaria resulta esta petición: auméntanos la fe! Podemos y debemos pedir al Señor que aumente nuestra fe, porque la fe es algo que puede darse, acrecentarse y perderse.

         La fe es algo recibido de Dios, que ha salido a nuestro encuentro y que se ha servido de diferentes medios para donárnosla. Es algo recibido de Cristo, su Hijo hecho hombre, que comenzó a extender el mensaje de la filiación divina y a llamar a los pecadores a la conversión. Y es algo recibido de la Iglesia, cuando a través de los apóstoles prolonga y propaga la misión de Jesús, o cuando a través de otras personas eclesiales (los abuelos, los catequistas...) llega hasta nosotros.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 11/11/24     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A