12 de Noviembre
Martes XXXII Ordinario
Equipo
de Liturgia
Mercabá, 12 noviembre 2024
a) Tit 2, 1-8.11-14
Las cartas pastorales de Pablo (como la de hoy a Tito) han sido a menudo tildadas de reflejar comunidades a la defensiva más que a la conquista del reino de Dios, y de estar más preocupadas por los peligros del gnosticismo judío que empezaba a esparcirse por las ciudades del Asia Menor.
En efecto, en ellas se dedica Pablo a fortalecer la estructura interna de la Iglesia, para evitar que ésta se desintegrase, a la hora de afrontar los peligros. De ahí que se hable con frecuencia de la disciplina y de la conservación del depósito de la fe (como conjunto doctrinal) más bien que del don del Espíritu Santo que dirige la Iglesia en la libertad de los hijos de Dios. Aquel Pablo rebelde y osado de cartas anteriores parece haber madurado.
Sin embargo, el texto de hoy es realmente rico, y nos invita a introducirnos profundamente en el seno de estas comunidades. Si se relee con atención el texto, se observa que las exhortaciones a los distintos miembros de la familia cristiana contienen listas de virtudes domésticas que hallamos en la literatura de la época. Pero no son esas virtudes en sí lo que se subraya, sino su finalidad: las bases de la evangelización.
El principio fundamental es que todo cristiano, sea cual sea su función en el hogar, es un "enviado a dar testimonio de la palabra recibida, como hizo el Cristo ante Poncio Pilato" (1Tim 6, 13).
Cuando la Iglesia está en peligro corresponde a todos poner remedio, comenzando por los dirigentes: "Que vean en ti un ejemplo de buena conducta, especialmente en la doctrina. Para que nadie pueda criticarte, y el adversario se avergüence viendo que nada puede decir contra nosotros" (vv.7-8).
Se trata de un remedio del que no puede abstenerse ni siquiera la ancianita que nunca sale de casa, pues también ella debe aconsejar a las jóvenes "a ser bondadosas y dóciles a sus maridos, para que no se desprestigie la palabra de Dios" (vv.3-5). Nadie puede quedar al margen, pues, en la marcha hacia la tierra prometida.
Realmente, San Pablo describe la vida de la Iglesia bajo el esquema teológico del Éxodo: "Se ha manifestado ya el amor de Dios" (v.11), como epifanía o manifestación de la fuerza liberadora de Dios en el éxodo: "Nos enseñó a romper con la impiedad y con los deseos terrenos" (v.12), y con la impiedad de la vida idólatra de Egipto. Y todo ello "mientras aguardamos el cumplimiento de nuestra esperanza, la manifestación de la gloria de Cristo Jesús, Dios grande y Salvador nuestro" (v.13). Es decir, la nueva tierra prometida.
Por este nuevo éxodo "Cristo ha adquirido para él un pueblo escogido" (v.14). En la teología del AT, el pueblo ganado por el éxodo es un pueblo sacerdotal, un pueblo que da testimonio de la fe en el Dios único, intercediendo entre Dios y los hombres con la plegaria y los sacrificios. Nadie en la Iglesia está excluido de este trabajo sacerdotal y de este testimonio.
Cuando Pedro recoja esta teología del Éxodo, la aplicará explícitamente a toda la comunidad cristiana, "a todos los que creen" (1Pe 2, 7). Y en ella todos los creyentes deben dar testimonio de esto: "Vosotros sois linaje escogido y sacerdocio real, para que publiquéis las excelencias de aquel que os llamó de las tinieblas a su admirable luz" (1Pe 2, 9). La familia, pues, no ha de ser un islote de salvación obsesivamente preocupado por la conservación del propio tesoro doctrinal de la fe. Sino que ha de avanzar con todo el pueblo hacia la conquista del reino, de la tierra prometida.
Enric Cortés
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Después de hablar de los deberes de ciertas categorías de fieles (vv.1-10), Pablo presenta a Tito el verdadero fundamento teológico de estos deberes: ser santos, porque pertenecemos a un pueblo santo (vv.11-15). La realidad es que al NT le repugna presentar las virtudes (o deberes morales) como simples imperativos, y los mandamientos no deben cumplirse porque así está escrito, sino porque así es, y porque bajo la luz de la revelación las criaturas (o el mismo Dios) tienen esta o aquella manera de ser.
A los cristianos aludidos en los primeros versículos del texto casi siempre se les recomiendan virtudes domésticas. La razón última de estas virtudes es la santidad del pueblo de Dios. Pero en los vv. 5, 8 y 10 se añaden otras razones que trascienden los muros del hogar, que son mucho más trascendentes que las razones domésticas a las que alude Pablo en otras de sus cartas (Col 3, 18).
Es especialmente conmovedora la relación con los esclavos. Porque éstos, con su comportamiento cristiano, "harán honor a lo que Dios nuestro Salvador nos enseña" (Tit 2, 10). Los esclavos contemporáneos de Pablo eran tenidos en menos, carecían de derechos y eran meros objetos de comercio. Pero no para Pablo, pues de su comportamiento cristiano "depende el buen nombre de lo que Dios nuestro Salvador nos enseña".
La frase de Pablo referente a los esclavos no es nada discriminatoria, y la destinada a las ancianas es completamente paralela a la de los esclavos: "Para que no se desprestigie la buena noticia" (v.5).
Esta actitud de Pablo es aleccionadora, y nos muestra cómo el NT fue poniendo las bases para una liberación sociopolítica de los esclavos, aunque no se proclame ésta de forma explícita (ya que las ideologías políticas del tiempo no podían permitir ni imaginar esta liberación).
Hoy algunas ideologías nos empujan más bien a la liberación total del hombre. ¿Por qué, pues, muchos miembros de la Iglesia no acaban por decidirse prácticamente a favor de los oprimidos? ¿Tal vez el ejemplo de Pablo en esta carta, y en la hoja enviada a Filemón (en la que le pide la liberación del esclavo y ladrón Onésimo; Flm 11.13.16-18), no son bastante elocuentes para lanzarnos a la liberación de todo hombre en cualquier punto o circunstancia?
Enric Cortés
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Cada uno recibe el evangelio según su estado, su situación y su edad, nos dice hoy Pablo, y no hay que copiarse los unos a los otros, pues cada uno tiene un papel diferente según sus posibilidades: "Vosotros los hombres de edad, vosotras las mujeres de edad, vosotros los jóvenes". Según mi situación, ¿qué papel debo cumplir yo?
"Sobriedad, dignidad, ponderación, fortaleza en la fe, caridad, perseverancia, buen consejo, sensatez, buenas amas de casa". Los consejos dados hoy por San Pablo son muy humanos, e inciden en las virtudes naturales. Sobre todo en la ponderación, pues por lo visto los cretenses debían de ser algo fogosos.
"Muéstrate dechado de buenas obras y conducta intachable", le dice hoy Pablo a Tito, para "que el adversario se avergüence no teniendo nada malo que decir de nosotros". Todavía hoy, esto es lo 1º que nos exigen los no creyentes, que los cristianos demos prueba de lo que decimos, viviendo los valores esenciales de la simple humanidad. Perdón, Señor, por dar tan a menudo, una mala imagen de ti.
Y esto "porque la gracia salvadora de Dios se ha manifestado a todos los hombres", y "por ella aprendemos a rechazar el pecado y las pasiones".
Hasta aquí se podría pensar que se trata de un buen curso de moral griega elemental, en el que Pablo predicaba simplemente un buen humanismo (no embriagarse, amar a su mujer o a su marido, llevar bien el cuidado de la casa, tener buena conducta). Pero para Pablo todo esto es obra de Dios, porque la gracia (ese don gratuito de Dios) está ahí. En el fondo, Dios quiere que seamos hombres cabales, y para ello nos da su gracia, "para vivir en el mundo presente con sensatez, justicia y piedad". ¿Soy yo sensato? ¿Soy justo? ¿Soy piadoso?
Y todo ello "aguardando la dicha que esperamos, y la manifestación de la gloria de Jesucristo, nuestro gran Dios y Salvador". He aquí el sentido y carácter específico del cristiano: un hombre como todos los demás (invitado a vivir los mismos valores que sus contemporáneos), pero que "sabe a donde va", está orientado y su conducta tiene un sentido y un objetivo final. Para San Pablo, ese objetivo del hombre, que justifica y polariza todos sus esfuerzos, es el encuentro de Jesucristo.
"Aguardad la dicha, cuando Jesucristo se manifieste", termina diciendo Pablo. ¿Camino yo hacia esa dicha? Porque "él se entregó por nosotros, para rescatarnos de todas nuestras faltas y para purificarnos, y hacer de nosotros un pueblo elegido, entregado a hacer el bien". Toda la bondad del mundo dimana de este sacrificio, y todo el bien que se hace en el mundo proviene del don de sí mismo que nos ha sido hecho. Señor Jesús, purifícanos. Señor Jesús, haz que seamos entregados en la práctica del bien. ¿Qué bien podré hacer yo hoy con ardor y entrega? Dame, Señor, mucho entusiasmo y mucho ardor, y haz de mí un apasionado de ti.
Noel Quesson
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El fragmento de hoy de la Carta a Tito que leemos de San Pablo está repleto de advertencias a los ancianos, a los jóvenes y a los dirigentes de la Iglesia. Aunque todas ellas se reducirían a un recetario un poco cansino, si no arrancaran de la experiencia de la gracia. Me parece que el vértice del texto lo constituye una frase que Pablo nos dice hoy: "Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres".
Esta es la fuente de una nueva manera de vivir, según mi parecer. Porque en la monotonía de nuestra existencia, o en los pozos negros de nuestro pecado, Dios mismo se hace el encontradizo con nosotros. Pero no para pasar factura por los incumplimientos de ese contrato con él, sino para traer salud y esperanza, y abrir un boquete para respirar. ¿Quién puede resistirse a un Dios así?
Gonzalo Fernández
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Tito, como pastor de la Iglesia de Creta, debe saber enseñar oportunamente a todos. Pablo le dicta hoy unas consignas que debe transmitir a las diversas clases de personas de su Iglesia, así como sobre cómo debe él mismo comportarse.
A los ancianos les pide que "sean sobrios, serios y bienpensados, robustos en el amor y la paciencia". A las ancianas que "sean decentes en el porte, no chismosas ni dadas al vino" (los vinos de Creta eran y son famosos), y que den "buen ejemplo a todos, a los familiares y a los más jóvenes". A los jóvenes les pide que "tengan ideas justas y se presenten como modelos de buena conducta". Y a él (a Tito, obispo de Creta) que sea "íntegro, sensato e intachable, de manera que nadie pueda achacarle nada".
Aunque las recomendaciones parezcan de virtudes humanas, la motivación que pone Pablo siempre es de fe, en el tiempo intermedio que transcurre entre la "aparición de la gracia de Dios" hasta "la aparición gloriosa de nuestro Salvador Jesucristo". Los cristianos debemos llevar una vida no dictada bajo "los deseos mundanos", sino "sobria, honrada y religiosa", de modo que seamos un "pueblo purificado, dedicado a las buenas obras" (ya que Jesús se entregó por nosotros "para rescatarnos de toda impiedad").
Tanto la motivación como los ejemplos dado por Pablo siguen siendo válidos hoy día, porque creer en Jesucristo tiene consecuencias. Al examen que ayer nos invitaba a hacer Pablo, hoy se añaden nuevos matices. Así que hoy podemos preguntarnos si en verdad somos "robustos en la fe, en el amor y en la paciencia", "sobrios y serios", "bondadosos y sumisos" unos a otros, y "modelos de buena conducta" para los que nos ven dentro y fuera de casa.
Lo que Pablo pretende es que no se nos tenga que recordar que somos chismosos, malpensados o dados al vino, ni nos dejamos llevar por "los deseos mundanos". Es decir, que no se nos diga que seguimos los criterios de este mundo, muchas veces opuestos a los del evangelio de Cristo.
Desde el obispo hasta el último bautizado, todos hemos de llevar una vida digna de nuestra identidad cristiana, como "pueblo purificado, dedicado a las buenas obras" y con la mirada puesta en Jesús. Unos y otros hemos de ser un buen ejemplo para los demás, los ancianos para los jóvenes y los jóvenes para los ancianos, los responsables para la comunidad, y todos para la sociedad que nos rodea, de modo que no puedan criticarnos por ninguna conducta inconveniente.
Sólo a partir de esta base (de las virtudes humanas) podremos avanzar en otros aspectos más elevados. De nuevo el salmo responsorial de hoy insiste en las cualidades básicas: "Haz el bien, practica la lealtad, sea el Señor tu delicia, apártate del mal y haz el bien".
A Pablo le preocupaba la ortodoxia de la doctrina que Tito enseñaba ("habla lo que es conforme a la sana enseñanza", y "en la enseñanza sé íntegro y grave"), pero sobre todo quería que el pastor de la diócesis diera un ejemplo intachable a todos.
José Aldazábal
b) Lc 17, 7-10
El texto de hoy es un texto difícil, como algo propio de Lucas que no toma ni de Marcos ni de la fuente Q (fuente de los dichos de Jesús). Para entenderlo bien, hemos de recurrir al contexto en que fue escrito, que era el de enfrentamiento entre la Iglesia cristiana helenista y la Iglesia judeocristiana más judaizante. El vosotros del v. 10 sería aquel grupo judío (los "esclavos de la ley"), y lo que vendría a decir Jesús es que no fuésemos siervos inútiles de la ley, sino hijos de la casa de Dios.
Una interpretación más moralizante, pero menos probable, es la que llama a la humildad y contra la arrogancia. Debemos cumplir todos nuestros deberes y considerarnos siervos inútiles, sin esperar grandes recompensas. No debemos estimarnos por encima de lo que somos.
En efecto, en los Hechos de los Apóstoles se da una confrontación entre cristianos helenistas y hebreos (Hch 6-15), y poco después entre Pablo y los grupos judaizantes de Jerusalén (Hch 15-28). Así, el texto presente iría contra esos judaizantes que ponían la observancia de la ley por encima de todo, e incluso de Cristo. El texto expresa la situación que viven los que están bajo el yugo de la ley (sean judíos o cristianos), cuya situación es cumplir la ley con el sentimiento de ser siervos inútiles, y con un lugar que no es la mesa de los hijos de la casa.
También hoy existe la tentación de buscar cada uno la santidad y la justicia por su cuenta (en el perfecto cumplimiento de la ley), en vez de dejarse llevar por una Iglesia de la gracia, del perdón, del amor y de la vida. Pero los cristianos que buscan a Dios en el perfecto cumplimiento de la ley "son siervos inútiles", cuya única alegría es "haber hecho lo que tenían que hacer". Debemos reconstruir una Iglesia más hija de Dios y, como decía el texto anterior (vv.1-6), una Iglesia del perdón, cuyos dirigentes vivan clamando a Dios para que aumente su fe.
Juan Mateos
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A partir del cap. 14, el evangelista Lucas pone a sus lectores en guardia contra los fariseos y los ricos, especialmente. De igual modo, solicita su atención para con los débiles y los pobres.
Es muy posible que la Parábola del Siervo Inútil (vv.7-10) haya sido pronunciada por Jesús para censurar duramente a los fariseos, que creen tener derechos sobre Dios. Lucas hace creer que esta parábola va dirigida a los apóstoles (v.5), para invitarlos a la modestia. Pero la relación apóstoles-siervo inútil es bastante deficiente, ya que ningún apóstol se hallaba en la situación descrita en el v. 7 ("quién de vosotros").
Las relaciones amo-esclavo designan a menudo, en los evangelios, las existentes entre Dios y sus siervos, entre los escribas y los fariseos (Mt 25, 14-30). Dios es presentado como un amo exigente, que se preocupa muy poco de los sufrimientos o aspiraciones de su esclavo. Pero la parábola subraya, sobre todo, que los fariseos (esos creyentes que pesan sus méritos e intentan hacer valer sus derechos sobre Dios) son, en realidad, ante él, unos pobres siervos totalmente incapaces de hacer algo meritorio.
La parábola opone la fe pura e ingenua (v.6) de los pobres e ignorantes al cálculo sobre sus propios méritos y a la confianza en sí mismo de los fariseos y de los ricos: la actitud de confianza incondicional en el señor, a las protestas bajo cuerda de los que sitúan la religión en el plano de los méritos y del derecho a la recompensa (Mt 20, 13).
Colocada en otro contexto donde Jesús llama la atención, esta vez, a los apóstoles (v.5), esta parábola considera su ministerio como inútil (v.10). Nos equivocaríamos si creyéramos que es esa la intención de Jesús. Dios necesita a los hombres, y Cristo tiene necesidad de su Iglesia.
En realidad, la expresión contenida en este versículo apunta a lo que hay de fariseo y autoritario en el corazón de cada uno, cuando el hombre se atribuye a sí los méritos de una acción que sin Dios le sería imposible realizar: cuando el hombre considera las ventajas y los privilegios de la misión que desempeña como otros tantos derechos a la vida eterna y cuando se glorifica a sí mismo en vez de "glorificarse en el Señor" (1Cor 9,16; 1,31; 2Cor 10,17; Fil 3,3; Gál 6,14).
Maertens-Frisque
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La Parábola del Siervo Inútil de hoy es el final de un gran bloque de recomendaciones que Jesús hace a sus discípulos sobre las condiciones que deben tener para ser parte de su comunidad de seguidores. Les dice que la gracia no es fruto de recompensa, sino fruto de la entrega y el servicio a los demás.
Un efecto negativo del legalismo religioso en Israel es el tipo de persona que genera: gente interesada, que no piensa en el valor de una causa a la que haya que entregarse sin medida, sino en el estricto cumplimiento de la ley de donde depende su premio. La mentalidad de Jesús era otra cosa: estaba absorbida por el valor de la causa de su Padre (la justicia y la misericordia) y su mayor premio era servir a esta causa.
Jesús quería contagiar de esto a sus seguidores. Y en la parábola del siervo infatigable prácticamente resume su propia vida: como la del servidor que después de un trabajo ("sembrar, arar"), le viene otro ("servir a la mesa"). Y todo esto le parece natural, y no exige recompensa ni mejor trato porque su causa es estar al servicio de su amo.
En contra de la mentalidad de quien está al servicio del poder y que espera recompensa en esta misma línea. A quien está convencido de ser servidor de la causa de la justicia, no le extraña que esta causa le pida un servicio tras otro, ni que padezca carencias en su servicio. Él no es buscador de premios, sino simple servidor de una causa.
La parábola nos describe la actitud que el hombre debe tener ante Dios. Le servimos con humildad sabiendo que no somos indispensables. Todo lo que recibimos de él es gracia y toda nuestra vida debe ser una respuesta agradecida a sus dones y no una búsqueda de recompensa, que en cualquier caso sería siempre inmerecida.
Con esta parábola, Jesús se opone a la mentalidad de los fariseos que pensaban que con el cumplimiento de la ley obligaban a Dios a premiarlos por su comportamiento. Sin embargo, Jesús piensa que los dones de Dios al siervo cumplidor no son un derecho que se puede reivindicar, sino un don gratuito porque la conciencia del deber cumplido es una recompensa suficiente.
Emiliana Lohr
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Jesús nos dice hoy que "cuando un criado vuestro, labrador o pastor, vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice: Ven enseguida a la mesa? No le dirá más bien: Prepárame de cenar, ponte el delantal y sírveme mientras yo como y bebo. Después comerás y beberás tú".
En 1º lugar, dejemos que esa situación nos escandalice, pues habla de algo casi insostenible. En tiempo de Jesús, esa exigencia y esa dureza debían de ser bastante corrientes, puesto que ninguno de los oyentes parece protestar del "quién de vosotros".
Pero no seamos los fariseos de nuestro tiempo, pues ¿no existen situaciones equivalentes, y no tengo yo con los demás algunas exigencias de ese tipo? Jesús no justifica esa situación. Hay muchos otros pasajes del evangelio que nos prueban que Jesús está a favor del espíritu de servicio. Pero se sirve de esa comparación para exponernos una idea importante.
"¿Se tendrá que estar agradecido al criado porque ha hecho lo que se le ha mandado?". Pues sí, Señor, habría que estarlo. Pero tu intención, Señor, a partir de esa paradoja es decirnos una idea absolutamente esencial. Así también vosotros: "Cuando hayáis hecho todo lo que Dios os ha mandado". De modo que es aquí a donde querías llegar, no a una lección sobre las relaciones sociales sino a una lección sobre las relaciones con Dios.
"Hacer todo lo que Dios ha mandado" es una constante en la mente de Jesús y de su pensamiento. Es decir, que Dios es su referencia constante. La imagen que se nos da aquí nos orienta hacia un Dios amo, como imagen austera que sería vana oponerla a tantas otras (en las que Jesús nos habla de Dios como padre amante y servicial que se desvive por sus servidores. Pues "¿qué hará el dueño de la casa?". Yo os lo digo, dice Jesús: "Se pondrá en actitud de servicio, hará que se coloquen a la mesa, y, pasando junto a ellos, los servirá" (v.37).
Es decir, que Dios debe ser el 1º servido y el 1º en ser obedecido, diciendo "somos servidores inútiles, hemos hecho lo que debíamos hacer". Ésa es la lección esencial: no tener ningún derecho a hacer valer, ante Dios.
Se sabe que los fariseos habían acabado por persuadirse que a fuerza de buenas obras, adquirían unos derechos sobre Dios, por sus propios méritos. Una parte de la argumentación de San Pablo, en su Carta a los Romanos, iba destinada a destruir esa arrogancia. Era lo que ya decía Jesús, sin grandes argumentos teológicos: "No os gloriéis de vuestras obras ante Dios", y "cuando habéis hecho lo que Dios manda, decíos que sólo habéis hecho lo que debíais".
Santa Teresa de Lisieux había comprendido muy bien esa lección capital cuando decía que se presentaría ante Dios con las manos vacías. Nadie termina nunca su servicio, y éste nunca se ha hecho lo suficientemente bien. Obrar ante Dios gratuitamente es vivir sin esperar recompensa. Concédenos, Señor, estar a tu servicio desinteresadamente.
Noel Quesson
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¿Estamos dispuestos en todo a hacer la voluntad de Dios? Por muchas riquezas, poder y justificación que tengamos, jamás podremos decir que nos hemos igualado a Dios en su perfección. Siempre estaremos a la altura del siervo, dispuesto en todo a hacer la voluntad de su Señor. Y lo que él espera de nosotros es que estemos siempre dispuestos, como el Buen Pastor, a cuidar de los suyos.
No podemos sentarnos a la mesa mientras no lo sirvamos en los hambrientos, sedientos, desnudos, enfermos y encarcelados. Cuando lo hagamos debemos ser conscientes no sólo de que somos fortalecidos por su Espíritu Santo en nosotros, para dar a nuestros hermanos esas muestras de afecto del amor de Dios, sino que también hemos de ser conscientes de que el mismo amor con que actuamos viene de Dios.
Ojalá pudiésemos decir que lo que realizamos lo hacemos porque tenemos el mismo poder de Dios y, sin él, al margen de él, podemos hacer lo mismo que él hace; esto no es posible. Sin embargo, unidos a él realizaremos las obras de Dios y trabajaremos conforme a la gracia recibida. Por eso sólo podremos decir: "No somos más que siervos; sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer.
Quienes entramos en comunión de vida con Cristo estamos llamados a comportarnos a la altura del bien que hemos recibido de Dios. Identificados con Cristo por la fe y el bautismo, debemos continuar trabajando para que la salvación llegue a todos. En este aspecto no podemos escatimar esfuerzos. Dios espera de nosotros que seamos esforzados trabajadores de su Reino, haciéndolo todo por puro amor.
Javier Soteras
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El evangelio de hoy puede herir nuestra sensibilidad moderna, sobre todo desde que en la vida social dejamos de ser súbditos para convertirnos en ciudadanos. Nos gusta recordar que Jesús mismo ya no nos llama siervos sino amigos. Nos hemos vuelto extremadamente sensibles a nuestros derechos e incluso a los derechos de la naturaleza. Creemos que nuestros servicios deben ser remunerados. Así funciona la economía.
¿A qué viene entonces afirmar que "somos unos pobres siervos, que hemos hecho lo que teníamos que hacer"? Creo que lo que Jesús nos dice es que sus seguidores no pasan factura por lo que hacen, sencillamente porque lo más preciado no tiene precio. Ser siervos significa sencillamente ser agradecidos, reconocer que todo lo mejor de nuestra vida nos es dado.
De vez en cuando oigo en la televisión declaraciones de famosos que dicen frases como estas: Yo he llegado arriba por mis méritos. A mí nadie me ha regalado nada. Supongo que quieren acentuar el esfuerzo personal en la consecución de algunas pequeñas metas, pero no pueden ser tomadas muy en serio. En la vida a todos se nos regala lo mejor. ¿Quién hace méritos para nacer? ¿Quién se merece tener amigos? ¿Cómo se puede comprar la sensibilidad moral, estética o religiosa? ¿Dónde se alquila la capacidad de sonreír?
Gonzalo Fernández
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Desde nuestra llegada a este mundo hasta la vida eterna a la que hemos sido destinados, todo procede de Dios como un inmenso regalo. Hemos sido elevados, sin mérito de nuestra parte, a la dignidad de hijos de Dios, pero por nosotros mismos no sólo somos siervos, sino siervos inútiles, incapaces de llevar a cabo lo que nuestro Padre nos ha encargado, si él no nos ayuda.
La gracia divina es lo único que puede potenciar nuestros talentos humanos para trabajar por Cristo. Nuestra capacidad no guarda relación con los frutos sobrenaturales que buscamos. Sin la gracia santificante para nada serviríamos. Somos lo que "el pincel en manos del Artista", decía San José Mª Escrivá. Y si somos humildes ("andar en verdad", como decía Santa Teresa de Jesús) seremos conscientes de que somos siervos inútiles, impulsados a pedir la gracia necesaria para cada obra que realicemos.
San Pablo enseñó que "es Dios quien obra en nosotros el querer y el obrar según su beneplácito" (Fil 2, 13). Esta acción divina es necesaria para querer y realizar obras buenas; pero ese querer y ese obrar son del hombre: la gracia no sustituye la tarea de la criatura, sino que la hace posible en el orden sobrenatural.
La liturgia de la Iglesia nos hace pedir constantemente esa ayuda divina, de la que andamos tan radicalmente necesitados. El Señor no la niega nunca, cuando la pedimos con humildad y confianza. Nosotros pondremos todo nuestro empeño en lo que tenemos entre manos, como si todo dependiera de nosotros. A la vez, recurriremos al Señor como si todo dependiera de él. Así hicieron los santos. Nunca quedaron defraudados.
¡Qué maravilla sentirnos cooperadores de Dios en la gran obra de la redención! Para que el pincel sea un instrumento útil en manos del pintor, ha de subordinar su propia cualidad al uso que de él quiera hacer el artista, y debe estar muy unido a la mano del maestro: si no hay unión, si no secunda fielmente el impulso que recibe, no hay arte. Nosotros que queremos serlo en manos del Señor, nos mantendremos muy unidos a él y le pedimos continuamente su gracia.
Francisco Fernández
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El pasaje de hoy del evangelio es un poco extraño, pues parece como si Jesús defendiera una actitud tiránica del amo con su empleado, y cuando éste vuelve del trabajo del campo, todavía le exige que le prepare y le sirva la cena.
Pero Jesús no está hablando aquí de las relaciones laborales, ni alabando un trato caprichoso. Lo que le interesa subrayar es la actitud de sus discípulos ante Dios, que no tiene que ser como la de los fariseos, que parecen exigir el premio, sino la humildad de los que, después de haber trabajado, no se dan importancia y son capaces de decir: "Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer".
Tenemos que servir a Dios, no con el propósito de hacer valer luego unos derechos adquiridos, sino con amor gratuito de hijos. Y lo que decimos en nuestra relación con Dios, también se podría aplicar a nuestro trabajo comunitario, eclesial o familiar. Si hacemos el bien, que no sea llevando cuenta de lo que hacemos, ni pasando factura, ni pregonando nuestros méritos. Que no recordemos continuamente a la familia o a la comunidad todo lo que hacemos por ella y los esfuerzos que nos cuesta.
Y todo ello gratuitamente, como hacen los padres en su entrega total a su familia, o como hacen los verdaderos amigos, que no llevan contabilidad de los favores hechos. Y con la reacción que describe Jesús: "Hemos hecho lo que teníamos que hacer: somos unos pobres siervos". ¡Cuántas veces nos ha enseñado Jesús que trabajemos gratuitamente, por amor! Eso sí, seguros de que Dios no se dejará ganar en generosidad: "Alegraos y saltad de gozo, que vuestra recompensa será grande en el cielo" (Lc 6, 23), "porque con la medida con que midáis se os medirá" (Lc 6, 38).
Si al final de la jornada nos sentimos cansados por el trabajo realizado, seguro que también estaremos satisfechos, porque nada produce más alegría que lo que se ha logrado con sacrificio. Pero sin darnos importancia ni ir diciendo a todo el mundo lo cansados que estamos. Entre otras cosas, porque también los otros trabajan. Y además, si hemos recibido gratis de Dios, es justo que demos gratis, sin quejarnos demasiado si nadie nos alaba ni nos aplaude. Dios seguro que sí nos está aplaudiendo, si hemos dado con amor.
José Aldazábal
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Una de las herencias más erradas, y que quizás más han pesado en la tradición cristiana, es llegar a considerar la resurrección y la vida eterna que el Señor nos ha prometido como un premio en respuesta a nuestras buenas obras.
Entender la salvación como un intercambio, casi como una compra-venta, ha desarrollado una conciencia comercial de nuestra relación con Dios que la desnaturaliza por completo. Como si el objetivo de la vida cristiana fuese ir acumular réditos espirituales en una especie de cuenta corriente celestial, para que al final de la vida, si el saldo es positivo, recibir el premio merecido.
El don de la vida definitiva es gratuito por parte de Dios y no se puede merecer, entre otras cosas porque se nos da previamente. El mensaje evangélico de hoy nos previene de este riesgo: "Cuando hayáis hecho todo lo mandado decid: Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer".
Pero la cosa es más seria, porque, en realidad, la salvación no está sólo en la meta, sino en el camino. Es decir, quien entra en la dinámica del amor, del don, del servicio, ya experimenta la salvación (la vida de Dios en su corazón), aun con todos los límites y pruebas características de nuestra vida terrena.
Que Dios nos haya llamado a la salvación no significa más que Dios nos ha invitado a participar en esa comunión de amor entre Padre, Hijo y Espíritu Santo, que en Cristo se nos ha regalado. Quién entra en esa dinámica, experimenta, como nos sugiere la lectura del libro de la Sabiduría, esa plena seguridad, esa plena paz, porque saben que su vida está en manos de Dios, que Dios en plenitud de amor y misericordia.
Esas personas saben que el amor permanece para siempre, empiezan a conocer ya en este mundo la verdad, pero no se apropian de ella, ni la exhiben como una conquista, pues, en realidad, sienten más que la verdad les ha poseído a ellos que no que sean ellos lo que la poseen. Perciben que ha sido Dios el que los ha alcanzado, más que haber sido ellos los que han alcanzado a Dios.
En una palabra: se saben agraciados con un don que les sobrepasa y servir y dar la vida por ese don no es un acto virtuoso o meritorio. Esto es simplemente un acto inteligente que da vida: hacer lo que se tiene que hacer.
Carlos García
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Jesús, con este ejemplo no me estás aprobando la actitud abusiva de aquel amo, sino utilizando una situación conocida y corriente de tu tiempo para enseñar una verdad sobrenatural perenne: que somos, en el fondo, criaturas; y tenemos el deber de servir a nuestro creador. Como decía San Ireneo:
"El servir a Dios nada le añade a Dios, ni tiene Dios necesidad alguna de nuestra sumisión; es él, por el contrario, quien da la vida, la incorrupción y la gloria eterna a los que le siguen y le sirven, beneficiándolos por el hecho de seguirle y servirle, sin recibir de ellos beneficio alguno" (Tratado contra las Herejías, IV).
Cuando sirvo a Dios y a los demás, no te estoy haciendo, Jesús, ningún favor: me lo estoy haciendo a mí mismo. Porque servir es lo propio del ser espiritual; por eso tú no has venido a ser servido sino a servir (Mt 20, 28). Servir es una exigencia del amor a Dios; es un deber cristiano.
¿Por qué es mejor servir que ser servido, dar que recibir? Porque al servir crece nuestra capacidad de amar y, por tanto, nuestra capacidad de ser felices. Por el contrario, el que no piensa más que en sí mismo, se hace egoísta; y el egoísta es como un saco roto: insaciable y triste. Pero servir cuesta, como cuesta todo lo que vale la pena. He de aprender a decir que no a mis gustos, a mi comodidad, a mi soberbia.
Los ángeles fueron probados por su capacidad de servicio, y los demonios fueron expulsados al infierno por su incapacidad de amar, reflejada en su grito "no serviré". Jesús, yo quiero servir, ser útil a los demás amando de verdad, día a día, servicio a servicio. Ayúdame a seguir tu ejemplo de entrega; ayúdame a seguir el ejemplo de tu madre María, que se hizo esclava del Señor (Lc 1, 38). Ayúdame a seguir el ejemplo de tantos cristianos que han hecho de su vida una vida de servicio a los demás.
Permitidme que insista en esto; es muy claro y lo podemos comprobar con frecuencia a nuestro alrededor o en nuestro propio yo: ningún hombre se escapa a algún tipo de servidumbre. Unos se postran delante del dinero, otros adoran el poder, otros la relativa tranquilidad del escepticismo, y otros descubren en la sensualidad su becerro de oro.
Y lo mismo ocurre con las cosas nobles. Nos afanamos en un trabajo, en una empresa de proporciones más o menos grandes, en el cumplimiento de una labor científica, artística, literaria o espiritual. Si se pone empeño, si existe verdadera pasión, el que se entrega vive esclavo, se dedica gozosamente al servicio de la finalidad de su tarea. Nada hay mejor que saberse, por amor, esclavos de Dios. Porque en ese momento perdemos la situación de esclavos, para convertirnos en amigos, en hijos.
Y aquí se manifiesta la diferencia: afrontamos las honestas ocupaciones del mundo con la misma pasión, con el mismo afán que los demás, pero con paz en el fondo del alma; con alegría y serenidad, también en las contradicciones: no depositamos nuestra confianza en lo que pasa, sino en lo que permanece para siempre: "No somos hijos de la esclava, sino de la libre".
Jesús, quiero ser, por amor, esclavo de Dios. Y yo quiero hacer siempre y en todo (porque me da la gana, con plena libertad) lo que tú me pidas. Sin pedir vacaciones ni descansos; sin creerme nada más que un siervo inútil que cumple con su deber. Porque eso soy. Sólo entonces, todas las demás esclavitudes y limitaciones terrenas desaparecen. Y se mira todo con una nueva luz, con paz en el fondo del alma; con alegría y serenidad, también en las contradicciones.
Pablo Cardona
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A cada uno de nosotros Dios lo ha puesto en un lugar particular para que sirva a la construcción de su Reino. Algunos como empresarios, otros como empleados, otros más como padres de familia, etc. En cada una de nuestras actividades estamos obligados por nuestro bautismo a construir el Reino, que de acuerdo con San Pablo es "justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo".
Pues bien, una vez que hayamos hecho crecer la justicia en nuestros lugares de trabajo o estudio, que hayamos sido un vehículo para fomentar la paz y la concordia en nuestras familias y vecindarios, y cuando hayamos sembrado la semilla de la alegría en todo nuestro alrededor, lo único que podremos decir: No he hecho sino lo que era mi obligación hacer como discípulo de Cristo.
Ernesto Caro
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Basándose hoy en un hecho real (el modo como trabajaba un siervo para su señor), Jesús se dirige hoy a nosotros, sugiriéndonos cuánto debe ser nuestro desprendimiento y capacidad de sacrificio. No aprueba o alaba la actitud del señor, sino simplemente nos dice que estemos disponibles y seamos fieles a la gracia.
Este lenguaje del "somos unos pobres siervos" nos agrada muy poco en la modernidad. Creemos que cualquier lenguaje de esclavitud o servidumbre rebaja sociológicamente la condición humana, y lo rechazamos.
Pero el texto corresponde al tiempo de Jesús, y hemos de entender ese lenguaje en el contexto bíblico-teológico del "anonadamiento de Cristo, siervo de los siervos". En otras ocasiones nos dijo que quien se adhiere a él y entra en el Reino ya no se llama siervo sino amigo e hijo.
Dominicos de Madrid
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Mientras los apóstoles sigan creyendo que su fuerza radica en los medios humanos y su eficacia depende de la observancia religiosa, tendrá validez para ellos la triste comprobación de Jesús: "Cuando hayáis hecho todo lo que os han mandado, decid: No somos más que unos simples criados, hemos hecho lo que teníamos que hacer" (v.10). Es curioso que muchos, entendiendo mal este dicho irónico de Jesús, se identifican con estos criados, ignorando que son hijos de Dios.
Con frecuencia intentamos colocar nuestra comunicación con Dios en el mismo plano que establece toda relación comercial y , de esa manera, transferimos a aquella las leyes vigentes en este último ámbito. La convicción de que Dios tiene que atender a nuestras peticiones a causa de nuestros méritos, de haber respondido de forma adecuada a sus exigencias, es un peligro que acecha a la vida de los cristianos.
La parábola propuesta por Jesús a sus discípulos quiere rectificar ese modo erróneo en que muchos de nosotros podemos enfocar la relación religiosa. Y desde la comparación con una estructura injusta de la relación entre los seres humanos nos coloca ante el auténtico modo de toda relación con Dios.
La profunda distancia entre la condición de Dios y la de sus servidores, mucho mayor que la que pueda existir entre los seres humanos, pone de manifiesto el error de concebir el acercamiento a él como un intercambio recíproco de dones. En realidad todo don procede de la acción divina y las más loables de nuestras acciones tienen en él su origen.
La realización de dichas acciones, por nuestra parte, sólo tienen como finalidad la de mantenernos en el espacio doméstico de Dios, en un ámbito de participación con él que nos lleva a considerarnos como "servidores inútiles". La conciencia de gratitud nace en nosotros por haber sido llamados a realizar todas las tareas que Dios nos ha encomendado. La realización de ellas no es otra cosa que el "hacer lo que debíamos hacer".
Confederación Internacional Claretiana
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Dice un dicho popular que "nadie es necesario, pero todos podemos ser útiles". Este refrán reúne, de alguna manera, la misma enseñanza del evangelio. Muchas personas consideran que su servicio o ministerio es indispensable para su comunidad. Que sin ellos su Iglesia no sería nada. Pero, pensando así se equivocan. El único indispensable es el Señor, mientras él no falte, se tiene todo.
La enseñanza que en este pasaje nos dirige Jesús nos ayuda a descubrir el verdadero sentido de los ministerios o servicios en la Iglesia. Los ministerios no son una escala jerárquica en que va ascendiendo en importancia y necesidad. Cuanto más alto, más importante y más necesario. Definitivamente no es esto lo que propone el evangelio. Éste nos propone que valoremos nuestro servicio en relación con la misión que el Señor nos ha encomendado y no por los méritos que nosotros le atribuimos.
No es nuestro el mérito de la misión que se nos encomienda en la Iglesia. El mérito pertenece sólo al Espíritu de Dios que actúa de forma eficaz y no a nuestra eficiencia empresarial. Cuando una obra sale adelante y comienza a producir frutos de solidaridad, justicia y amor, es el Señor el que allí actúa y no la diligencia de los servidores.
El ministro, el servidor, el apóstol y el discípulo deben reconocer que su lugar está entre los hermanos y no usurpando el lugar del Señor. Todos los que prestan algún servicio en la Iglesia deben estar conscientes que ese ministerio no ha sido instituido en orden al crecimiento personal, sino al crecimiento de la comunidad. Por eso, feliz aquel que pueda decir el día del juicio: "Hemos sido servidores inútiles porque únicamente hemos hecho lo que nos correspondía".
Servicio Bíblico Latinoamericano
c) Meditación
Recurriendo a un comportamiento propio de la vida social de su época, Jesús nos invita hoy a mantener una actitud de humildad en el cumplimiento del deber, como respuesta adecuada a lo que Dios quiere de nosotros. La invitación dice así:
"Suponed que un criado vuestro trabaja como labrador o como pastor. Cuando vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice: "Enseguida, ven y ponte a la mesa"? ¿No le diréis: "Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo; y después comerás y beberás tú"?.
Jesús parte de un supuesto: el de un criado que trabaja para nosotros en las tareas agrícolas o ganaderas, y que por lo visto también desempeña tareas del servicio doméstico. Su jornada laboral se prolonga, pues, hasta completar estos servicios, de forma similar al servicio doméstico de nuestros días.
No se concibe, por tanto, que a la vuelta del campo, el amo le diga: Ponte a la mesa, que voy a ponerte de cenar. En 1º lugar porque el criado no había terminado su jornada laboral, y en 2º lugar porque no estaba bien que un amo sirviera al criado, y el criado fuese servido por el amo. Así estaba socialmente establecido, y por eso lo usual es que se le diga: Prepárame de cenar, y luego comerás tú.
En estos términos de trabajo y sueldo, pregunta Jesús, ¿tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado, y ha cumplido su obligación?
La respuesta a esta pregunta, aunque parezca adolecer de humanidad, es no, porque en el contrato ya va incluido el sueldo a recibir por las tareas realizadas. De ahí la conclusión de Jesús: Lo mismo vosotros, cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: "Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer".
Aquí hay, sin duda, una invitación a la humildad, y a no vanagloriarnos de ninguna obra nuestra en presencia de Dios. Ante él no cabe la prepotencia ni la reivindicación salarial, sino tan sólo reconocer lo que somos (unos pobres siervos), cumplir las obligaciones y limitarnos a decir: Hemos hecho lo que teníamos que hacer. Ésa tendría que ser nuestra actitud.
Esto no significa que para Dios seamos unos malos siervos, o que no merezcamos su gratitud. De hecho, él ha querido tratarnos no como siervos sino como hijos, y el propio Jesús nos ha elevado al rango de amigos, compartiendo con nosotros su intimidad.
Pero esto no quita que nosotros tengamos que hacer nuestra tarea (todo lo mandado), en actitud servil y dócil hacia nuestro amo Dios (como pobres siervos), pues ambas cosas son compatibles: la conciencia de hijo y la actitud de siervo (el cual no recibe de su señor más que lo que éste considere oportuno).
Estas dos conciencias confluyeron ya en la Virgen María (la de hija y la de esclava del Señor), y la una no le quitó el puesto a la otra. Que el Señor nos mantenga hijos con conciencia de siervos. Es decir, con conciencia de indignidad y de elevación por pura gracia.
JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología
Act: 12/11/24 @tiempo ordinario E D I T O R I A L M E R C A B A M U R C I A