28 de Noviembre
Jueves XXXIV Ordinario
Equipo
de Liturgia
Mercabá, 28 noviembre 2024
a) Ap 18, 1-2.21-23; 19, 1-3.9
Nos dice hoy Juan que "cayó la gran Babilonia, como una rueda de molino que se tira al mar". Y viene a responder, así, a la pregunta que se hacían los primeros cristianos: ¿No había triunfado Jesús de todas las potencias del mal? ¿Cómo es posible que los fieles a Jesús sufran este desencadenamiento de odio y violencia? ¿No había dicho Jesús que el poder del infierno no prevalecería sobre la Iglesia?
San Juan se dirige, por tanto, a cristianos descorazonados y atribulados, y escribe el Apocalipsis para dar respuesta a esa trágica situación. En líneas generales, la respuesta es ésta:
-la persecución sólo durará un
tiempo,
-el reino de
la bestia llegará a su fin,
-la gran prostituta (Roma, y sociedades inmorales) está ya juzgada,
-la gran Babilonia (Roma, e imperios políticos) será aniquilada.
Tras lo cual oyó Juan en el cielo una voz potente, como la de una gran muchedumbre que proclamaba: "Aleluya. La salvación, la gloria y el poder son de nuestro Dios". La ciudad del mal ha desaparecido, y enseguida estallan gritos de alabanza, con aclamaciones litúrgicas que San Juan tomó, sin duda, de las asambleas de su tiempo.
Se trata de muchedumbres que exultan y cantan "con voz potente", animando así a restituir en las liturgias ese carácter festivo que aleje el tono algo monótono y aburrido de las liturgias de antaño. Y esto porque "Dios ha juzgado a la gran prostituta, la que corrompía la tierra. Y ha vengado en ella la sangre de sus siervos".
Roma era para Juan la "ciudad idólatra y prostituta". Idólatra porque representaba a esa civilización impregnada de pecado, que rehusaba reconocer y adorar a Dios. Y prostituta por su lamentable vida social, que se entregaba míseramente a cualquier placer que se le presentaba, en lugar de darse a Dios.
Pero Roma no era sólo la ciudad de la idolatría y prostitución, sino también la "gran Babilonia", o heredera de los más tiránicos poderes de la antigüedad. En efecto, Babilonia representa para Juan el símbolo de la opresión política y del orgullo dominador. Y esto apuntaba no sólo a la Roma de aquel tiempo, sino a todas las Romas (civilizaciones) que se dejen llevar por todo ese tipo de corruptelas y tiranías.
Entonces, un ángel dijo a Juan: "Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero". Es decir, que el fin de los tiempos, y el más allá, se presenta aquí como una fiesta nupcial, y con una celebración que unirá definitivamente a Cristo con su Iglesia.
Pero esta boda ya ha comenzado, y yo estoy invitado a esa boda divina. Porque cada una de las misas en las que participo es el anuncio y el comienzo de ese banquete nupcial, que celebra "la alianza nueva y eterna". Ven Señor Jesús, y consérvanos vigilantes hasta el día en que tu aparecerás.
Noel Quesson
* * *
El libro del Apocalipsis va marcando, a lo largo de todo su discurso, un tiempo de tensión y de juicio. El texto que leemos hoy nos sitúa en el momento de la caída del Imperio del Mundo, o mejor dicho, en la esperanza de esa caída.
El autor nos ubica en un presente imaginario, viniendo a decir que la caída es algo sólo previsible desde los ojos de la fe, y no desde un análisis puramente humano. Es decir, que los Imperios del Mundo no serán eternos, y que por su propio peso caerán cuando menos se lo esperen, por imposible que parezca.
El planteamiento de la caída es, por tanto, teológico. Si este Imperio se impone por la fuerza (contra los ciudadanos) y va contra Dios (el único dueño del poder), entonces en algún momento habrá de caer, sobre todo cuando Dios quiera. Y tanto es así, que el propio vidente Juan no lo cree como una suposición, sino como un hecho: "¡Ha caído Babilonia!".
La situación del año 98 era más trágica que la actual, y los mártires tenían que hacer frente al Imperio Romano con su propia sangre. No obstante, cada vez que un mártir moría bajo el Imperio, éste estaba sufriendo un nuevo golpe mortal. De ahí que su fin, como dice San Juan, esté ya cerca.
Por otra parte, la caída del Imperio del Mundo tiene unas causas escatológicas. Si Dios tiene fijados sus planes y tiempos, y un Imperio mundano intenta otros planes contrarios, Dios lo hará caer.
Esta es la esperanza que nos anima en todos los tiempos y circunstancias, por muy duros y críticos que sean hoy día. Pues ¿no esperamos que Dios intervenga, tal como lo hizo con Babilonia, con Roma, y con otros imperios que quisieron ser dominadores? ¿No evaluamos esta noche oscura en la espera de una alborada del triunfo?
Si estamos convencidos de que lo único que nos queda es lo que vemos en este mundo, ya estamos vencidos. La esperanza necesita hacer memoria de la historia, y ésta nos recordará que el poder lo tiene únicamente Dios.
Luis de las Heras
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Juan pide hoy gritar a pleno pulmón junto a la muchedumbre que canta: "Aleluya, la victoria, la gloria y el poder pertenecen a nuestro Dios". Y esto porque "ha caído la gran Babilonia" de los idólatras y de los adúlteros, que han convertido cualquier cosa en un objeto de deseo y placer, que han llenado la plaza de ruido sucio y que han reducido los sentimientos a la charanga de turno.
Gracias a Dios, en esta Babilonia que nos vacía de ideas, y nos reduce a animales, "ni murmullo de molino se oirá más, ni luz de lámpara brillará más, ni voz de novio y novia se oirá más". Porque "sus mercaderes eran los magnates de la tierra, y con sus brujerías embaucaron a todas las naciones". Toda victoria, y gloria, y poder, pertenecen a nuestro Dios. Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero.
Miguel Angel Niño
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Los escritos apocalípticos tienen fama de descripciones terroríficas, y hemos olvidado su verdadera razón de ser: ser tónicos y reconstituyentes para las esperanzas debilitadas. Nacieron para reforzar el ánimo, y tienen por objeto recordarnos lo esencial en los tiempos duros.
Su mensaje es, en último término, una palabra sobre Dios mismo y sobre su Hijo Jesucristo. A Dios no le asusta ninguno de estos grandes imperios, que antes o ahora mandan sobre el mundo, pues "ante él se doblará toda rodilla, y por él jurará toda lengua". Cristo es el Señor de la historia, él nos acompaña en nuestras pruebas, y éstas han de ser el cebadero de una esperanza confiada y esforzada.
Los textos apocalípticos nos señalan también que la vida presente es dramática, y puede que de por vida. Pero también recuerda que el Cordero ha vencido, y que nos hará participar de su triunfo en el cielo. Todo tiempo, por tanto, tiene su dureza. Pero cuando estemos tentados de encogernos y agachar la cabeza, dejemos que resuene en nosotros el imperativo de Jesús: "Alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación".
Recojamos todas las llamadas a la confianza y esperanza que se nos ofrecen en el pasaje de hoy. Aprendamos a mirar de frente las cosas, comprobando el poder devastador del mal. Y sepamos relativizar y desinflar, desde la confesión del señorío de Cristo, las apariencias omnipotentes del mal.
Pablo Largo
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La 1ª lectura de hoy nos sacude con un grito de alegría: "¡Cayó Babilonia!". Para quienes amamos la paz puede resultar difícil compartir una alegría que en el fondo nace de la derrota o fracaso del contendor. La cosa suena violenta, sobre todo para los que experimentamos ya hace años la caída de las torres gemelas del World Trade Center, y la consiguiente explosión de alegría de los musulmanes.
Parece simplemente repugnante alegrarse de una derrota, pero, ¿qué diríamos si pudiéramos ver derrotado el odio? ¿Qué sentiríamos si un día se pudiera declarar vencida al hambre en el mundo? ¿No danzaríamos si un día tuviéramos certeza de estar enterrando los racismos y las discriminaciones étnicas?
Hay que alegrarse de la caída de Babilonia. Hay que alegrarse cuando el mal resulta mal negocio, en la medida en que ello llame a conversión y le dé una oportunidad al bien y a la gracia. La ciudad caída es morada de animales repugnantes. Vivir en ella se vuelve imposible, y sobre todo indeseable. Y eso es maravilloso, porque el mal no es deseable, y que se le caiga la careta al mal, y se vea qué es en verdad, es algo que está bien. Un mal sin careta ya no hace daño (porque es horrendo), y ya no engaña (porque no es deseable).
Prostitución ha sido el nombre que la idolatría ha recibido desde tiempos de los profetas. Así como la prostituta se vende por unas monedas, así, el que prefiere los bienes de los ídolos está vendiendo su alma, y la está prostituyendo.
La analogía no termina ahí, porque la prostitución, como negocio que es, termina por organizarse. Hay prostíbulos que buscan y obtienen reconocimiento social, y a toda costa se pretende que se mire a la prostitución como un oficio o profesión más, cuya única peculiaridad serían las mujeres maltratadas.
Pues bien, algo así sucede con la idolatría: por su propia lógica, y por su propio peso, tiende a organizarse y a tejer una red y sistema en el que los intereses parecen ser algo maravilloso, vendiéndose así el vicio y comprándose. Así, se vende como fantasía lo que es un engaño, y se venden y compran ídolos. Todo se vuelve un gran sistema, una ciudad que parece sostenerse sobre el pacto mutuo de los intereses, en una espiral embriagante. Esa es Babilonia, ésa es la gran prostituta.
Con el telón de fondo oscuro de la caída de Babilonia, el Apocalipsis anuncia hoy un tema gozoso: las bodas del Cordero. Un banquete que no podía celebrarse sin los invitados, y cuya invitación es algo sencillo y elocuente: ser libres de la ciudad maldita, y no hundirse en el fracaso de la gran prostituta.
Eso sí, lo terrorífico de los acontecimientos no ha de ser acusa de terrorismo para los creyentes, sino de lo que dice Jesús: "Cuando esto comience a suceder, poned atención y levantad la cabeza; porque se acerca vuestra liberación" (Lc 21, 28). La liberación es un banquete, libre de las ofrendas sacrílegas. Y los elegidos se han preparado para alimentarse del pan del cielo.
Nelson Medina
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El Apocalipsis celebra hoy la gloria de sus héroes, resaltando la gran estima que se les tiene. Con todo, no es su ciencia, ni el alcance de sus conocimientos, el 1º motivo para ensalzarlos, sino el llevar escrito en su frente "el nombre del cordero y el del Padre".
Esta es la señal que acredita que dichos héroes no han apetecido en la ciencia la propia gloria, sino la del Señor. Y por eso sus voces, que se han alzado a lo largo de los siglos, han formado un gran clamor de alabanza, resonante como "el estruendo de mar gruesa" y como "el estampido de un gran trueno", con toda su majestad y con la finura de "citaristas que tañían sus cítaras".
Los mártires del Apocalipsis constituyen el coro de los que cantan las alabanzas del Cordero ante su trono. Y su ciencia y sabiduría son "un canto nuevo", cuyo objetivo no es el de dominar a los hombres, sino el de liberarlos. Son el canto de un amor sólido y permanente, que habla de una total entrega y que se opone al mercadeo de los hombres y a los magnates de la tierra.
La sabiduría cristiana se aleja del corazón repartido, y diríase que hay en ella como un trasunto de virginidad, que rechaza toda falsedad y que hace florecer en el mundo un "cántico nuevo".
Miguel Gallart
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La grandiosa escena de hoy del Apocalipsis resume toda la lucha entre el bien y el mal, entre Cristo y la bestia. Y describe la ruina de Babilonia (o sea, Roma, a la que llama "la gran prostituta"), esa ciudad que ha embaucado con sus brujerías a todas las naciones y las ha hecho apostatar.
La imagen de una gran piedra, que es lanzada al fondo del mar, es muy expresiva para describir la destrucción de la bestia. En su territorio ya no habrá música ni fiesta, ni luz de lámparas ni voz de novio o de novia. Sino que en ella reinará el silencio y la oscuridad, la ruina y la muerte.
Por el otro lado, el pasaje de hoy describe también la victoria del Cordero, con un vocerío de una gran muchedumbre que canta himnos y aleluyas. Mientras el humo del incendio, en que ha ardido el mal, sube desde el silencio (del oscuro abismo) hasta el cielo, los salvados no cesan en sus cantos de alegría (en la luz de Cristo). Ésa es la clave para interpretar la historia desde Dios, porque "él derriba a los poderosos y enaltece a los humildes", como dijo María en su Magníficat.
El Apocalipsis no es un libro dulce, sino guerrero y valiente, que nos da ánimos en la lucha y nos hace mirar hacia el futuro confiados en el triunfo de Cristo y los suyos. La "ciudad orgullosa" (las fuerzas del mal) caen al fondo del mar como el gran pedrusco y desaparecen. La comunidad del Cordero, de los que no han apostatado ni se han dejado manchar por la corrupción, sigue en pie y no deja de cantar.
Cuando entonamos aleluyas a Dios y a Cristo, no lo hacemos con orgullo, ni satisfechos de nuestros méritos, ni vengándonos de los enemigos de Cristo. Sino que lo hacemos humildemente, y con el deseo de que esta salvación sea universal, y nadie sea tan insensato como para quedar fuera de este cortejo nupcial, que en el día del juicio pasará a gozar para siempre de la vida eterna. Los entonamos, eso sí, con alegría agradecida, con la cabeza erguida, con las arpas en la mano y cantando "a pleno pulmón", como el ángel de la escena de hoy.
Cada vez que participamos en la eucaristía, somos invitados a la comunión con las palabras que aquí dice el ángel: "Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero". Eso es lo que dice la frase del Misal en latín, aunque nosotros la hayamos traducido a un nivel más sencillo y pobre: la cena del Señor, o simplemente la mesa del Señor.
La felicidad cristiana viene de ser los invitados a esta eucaristía, que ya aquí en la tierra es garantía y pregustación de un banquete más definitivo al que también estamos invitados: el banquete de bodas del Cordero (Jesucristo) con su esposa (la Iglesia), en el cielo. Es lo que el salmo responsorial de hoy nos ha hecho repetir: "Aclama al Señor, tierra entera, servid al Señor con alegría, entrad en su presencia con vítores".
José Aldazábal
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Tres temas aparecen en el texto de hoy del Apocalipsis: la caída de la gran Babilonia, el cántico de los bienaventurados y el anuncio de las bodas del Cordero.
En 1º lugar, la realización de la justicia de Dios es la que hace caer a los imperios de este mundo, por muy grandes y poderosos que sean, y por muy inconmovibles que parezcan. Y no sólo a los imperios materiales (políticos, lúdicos, comerciales...), sino también a los de nuestros propios afectos desordenados.
Mucho se ha elucubrado sobre "la gran Babilonia". ¿A qué ciudad se refiere Juan? Como es frecuente en la literatura apocalíptica judía, el autor utiliza nombres y símbolos de tiempos antiguos para referirse al futuro, para fortalecer la esperanza de la Iglesia. En este caso, el autor del Apocalipsis utiliza la imagen de Babilonia, capital de Nabucodonosor II de Babilonia, que cayó aunque parecía imposible.
Con esto quiere decir Juan a los cristianos, que sufren bajo el poder imperial de Roma, que también Roma, como pasó con Babilonia, terminará por caer. Y a través de los siglos, nos dice a los cristianos de todos los tiempos y lugares que los imperios terminan por caer.
La causa de la caída de esta gran Babilonia se enuncia diciendo:
-"tus mercaderes eran los magnates de la
tierra",
-"tus hechicerías extraviaron todas las naciones (Ap 18, 23).
Es decir, que también los magnates de hoy terminarán por caer, y también sus manipulaciones terminarán por mostrarse impotentes ante el curso de la historia.
Seguidamente, el autor del Apocalipsis describe el júbilo de las personas justas, con el énfasis y la belleza literaria característica: "Aleluya. Ahora se ha establecido su reinado el Señor, nuestro Dios todopoderoso (Ap 19, 6). Se trata de la culminación de la justicia de Dios, que será el preámbulo de las bodas del Cordero con los mejores frutos de la creación: la muchedumbre de los justos.
El mensaje del Apocalipsis es un mensaje de esperanza, y de llamada a la resistencia en los momentos más oscuros de la historia, cuando el mal parece no tener fin. El salmo responsorial de hoy proclama esta justicia de Dios como una manifestación de su misericordia: "El Señor es bueno su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades".
Dominicos de Madrid
b) Lc 21, 20-28
La 1ª parte del texto de hoy (vv.20-24) se refiere a la destrucción de Jerusalén, que Lucas describe con todo tipo de detalles. En efecto, el año 66 estalló la Guerra Judía contra Roma, animada y dirigida por los zelotas y otros grupos nacionalistas. Los zelotas buscaban expulsar a los romanos de Israel, y los nacionalistas reconstruir la monarquía davídica. Por su parte, los cristianos no participaron de esta guerra, pues ésta les era ajena y su implicación hubiese sido totalmente contraria a la misión de la Iglesia.
La misión de los cristianos era radicalmente diferente, según el testamento de Jesús: "Recibiréis el Espíritu Santo y seréis mis testigos no sólo en Jerusalén, sino también en Judea, Samaria y hasta el fin de la tierra" (Hch 1, 8). De ahí el consejo de hoy de Jesús: "Cuando sucedan estas cosas, los que estén en Judea que huyan a los montes, los que estén en Jerusalén que se alejen de ella, y los que estén en los campos que no entren en Jerusalén".
Sabemos por la historia que esto sucedió al pie de la letra. Cuando comenzó la guerra (ca. 66 d.C), los cristianos huyeron de Jerusalén, y cuando la guerra llegó a su punto culminante (ca. 70 d.C), el Templo de Jerusalén fue reducido a las cenizas. Hasta el 74 d.C. siguió la resistencia de los judíos en Masada, y todo esto fue visto por los judíos como "días de venganza" por parte del Imperio Romano.
La 2ª parte del texto de hoy (vv.25-28) se refiere a la manifestación del Hijo del hombre. Aquí se cumple la profecía de Daniel (Dn 7, 13-14), para quien la figura del Hijo de hombre era individual y colectiva, representándose a sí mismo (al Hijo) y al pueblo de los santos (del hombre). Se trata de una figura humana que se contrapone a las 4 bestias de Daniel, que representan a los 4 imperios que han dominado al pueblo de Israel.
La simbólica oposición bestia-humano representa la oposición histórica Imperio-Iglesia. Jesús se identifica permanentemente con este símbolo del "Hijo del hombre", que en la tradición de Daniel tiene esas 2 connotaciones: una figura anti-Imperio (anti-bestia) y una figura colectiva, que representa a todo el pueblo de los santos que resiste a los imperios bestiales.
Aquí se anuncia la parusía final de Jesús con los términos de Daniel, que "verá venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria". Pero antes de la venida de Jesús, el discurso nos describe una conmoción cósmica inaudita, que precederá dicha venida. Se trata de un cataclismo cósmico de dimensiones fantásticas y alucinantes, que en la tradición apocalíptica de la época no deben ser interpretadas literalmente, sino como símbolos de una conmoción histórica.
Se trata de un cataclismo histórico de los poderes dominantes, y de ahí el maravilloso consejo de Jesús: "Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza, porque se acerca vuestra liberación" (v.28). El cataclismo social debe ser motivo de terror para los grupos y clases enemigas, pero no para los aliados de Dios. Y debe ser motivo de esperanza para los santos, que esperan su apolutrosis (lit. liberación) con la venida y triunfo del Hijo del hombre.
Juan Mateos
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"Ay de las que estén encinta y de las que críen en aquellos días" (Mt 24, 19), clama hoy Jesús a la hora de describir el cuadro del fin del mundo actual. Bien colocada, esta expresión es la que da comienzo al discurso referente a la terrorífica Caída de Jerusalén.
De todas formas, las palabras de Cristo, y el espíritu de dichas palabras, no se identifican tan sólo con la Caída de Jerusalén (ocurrida el 70 d.C, por parte del ejército romano), sino también con la visión del fin del mundo. Y en esa identificación, la exclamación (¡ay!) significa mucho más que una simple compasión humana por aquellas desvalidas mujeres judías (las menos expeditas de Jerusalén), que por esas muchas otras que habrán de huir o resistir las más duras penalidades finales (las del fin de los tiempos).
Respecto al Fin del Mundo, la profecía de Jesús se torna imagen y prototipo de aquellos a quienes dicho fin sorprenderá en el preciso instante en que (demasiado ligados al mundo presente) menos libres se sientan para poder seguir sin trabas la voz de la trompeta, o salir al encuentro de la nueva aurora.
En ese momento, sus pies no se habrán fortalecido todavía en el camino de la cruz, ni habrán llegado a ser ágiles en los caminos de los mandamientos. Sino que se hallarán entorpecidos por los lazos del enemigo. Pesará sobre sus hombros, pues, la carga del falso reino de este mundo, y sobre sus brazos el peso de las fatuas y caducas alegrías que desde el principio estaban condenadas a perecer.
El "dios de este siglo" (2Cor 4, 4) habrá cegado sus ojos, y por eso no conocen el lenguaje de los signos celestiales, ni podrán contemplar el brillo de la aurora. En balde se publicará para ellos el mensaje del fin, y en balde se encenderán las antorchas eternas. Los esclavos "de este siglo" y de su dios no podrán ver, y huirán, a ciegas y dando traspiés, hacia la condena del tribunal y hacia el fuego de su castigo, que tendrá la virtud de abrir sus horrorizados ojos.
Respecto a la Caída de Jerusalén, ésta sucumbirá como consecuencia de su pecado, como cualquier otra catástrofe histórica, y como acontecimiento religioso (y no sólo social y político). La Ciudad Santa sucumbirá víctima de su pecado, y de haber rechazado la salvación que se le ofrecía en Jesús.
Jesús expresa su compasión por las víctimas de esta catástrofe judía, y pone en guardia a los discípulos para que no perezcan ellos en dicha persecución. Ellos no han comulgado con el pecado de Jerusalén, y por eso no deben perecer en dicho castigo. Pero la ciudad y el pueblo judío serán rechazados para siempre, y de ese rechazo surgirá el nuevo mundo de los gentiles (Rm 11).
Ante la venida del Hijo del hombre, que se hará patente de forma clara (como la luz del mediodía) al final de los tiempos, el pánico será la actitud del incrédulo, y el gozo será la herencia del creyente. Para éste será el momento de la salvación, y por eso ha de ir a ella con la cabeza erguida y rebosante de gozo interior, porque va al encuentro de su Señor amado, por quien ha vivido, en quien ha creído y al que anhelante ha estado toda la vida esperando.
Gaspar Mora
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Los discípulos habían preguntado en numerosas ocasiones por la señal que daría paso a la restauración de Israel (Lc 21, 7). Jesús les responde hoy sobre ese asunto, hablándoles de señales cósmicas (que nosotros hemos interpretado al pie de la letra, como si se tratara de la descripción del fin del mundo) en sentido figurado, tal y como había hecho hasta ahora (Lc 21, 11), y viniendo a decir que dicha catástrofe cósmica será símbolo de la caída del orden pecaminoso (Is 13,10; 34,4; Ez 32,7-8; Jl 2,10.31; 3,15), y momento de la inauguración de un orden distinto.
La caída del régimen judío, consecuencia histórica del rechazo del Mesías, vendrá seguida de la caída sucesiva de los opresores paganos. En este sentido, la expresión "las potencias del cielo vacilarán" (v.26) alude a los poderes divinizados cuyo prestigio se tambalea.
Se trata del triunfo del Hijo del hombre, como bien explica Jesús: "Entonces verán llegar al Hijo del hombre en una nube, con gran potencia y gloria" (v.27). Su gran potencia (o vitalidad) se opone a las potencias de muerte que vacilan, y su gloria (o realeza) a la realeza de los opresores que declina. Ante este giro total de la situación, los discípulos, lejos de temer, tienen que ponerse de pie y alzar la cabeza, "porque se acerca vuestra liberación" (v.28).
Jesús resume así las señanes que irán acompañando los compases de la historia. Se tratará de una historia lenta, llena de dolor y de malas noticias, pero irreversible. Es la última etapa de la salvación, que ha empezado en el mismo momento de la muerte del Hijo del hombre (Jesús). Es la otra historia, la que no consta en los libros ni en los archivos estatales, una historia que se escribe día tras día, a través de actos de servicio y no con letras de molde ni con eslóganes televisivos. La gloria de este Hijo del hombre se irradiará a través de todos los portadores de paz y de buenas noticias, que ponen sus talentos al servicio de Dios.
Josep Rius
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Hay algunos exegetas que piensan que Lucas escribió este pasaje evangélico después del año 70, dada la perfecta exactitud de los acontecimientos históricos profetizados por Jesus, sobre todo los referentes a la caída y destrucción de Jerusalén. No obstante, hay que recordar que Lucas comenzó a escribir su evangelio el año 58 (cuando Pablo fue apresado en la cárcel de Cesarea), y que terminó completamente su composición litararia (evangelio y Hechos) el año 63 (cuando dejó a Pablo bajo arresto domiciliario en Roma), de forma completamente brusca.
Pero vayamos al texto, porque en él vierte hoy Jesús una clara advertencia: "Cuando veáis Jerusalén sitiada por ejércitos". Según Marcos y Mateo, también dijo Jesús: "Cuando veáis la abominación de la desolación" (Mc 13,14; Mt 24,25). Esto fue lo que dijo Jesús, remitiéndose a la profecía de Daniel (Dn 11, 31).
Cuando esto pase, continúa describiendo Lucas, concretando lo más posible las palabras de Jesús, "sabed que está cerca su devastación". Entonces, continúa diciendo Jesús, "los que estén en Judea, que huyan a la sierra; los que estén en la ciudad que se alejen; los que estén en el campo, que no entren en la ciudad".
Después de un siglo de ocupación romana (desde el 64 a.C), la revuelta anti-romana que se había estado incubando durante lustros terminó por explotar, alrededor del año 63 d.C. Los zelotes comenzaron a llevar a cabo una serie de atentados contra el ejército romano, y el día de Pascua del 66 d.C. ocuparon el Palacio de Agripa y atacaron al legado romano de Siria.
Todo el país judío se sublevó, e inmediatamente el emperador Vespasiano dio orden de sofocar la revolución. Durante 3 años fue recuperando metódicamente el país, y aisló completamente Jerusalén con numerosas fuerzas de ocupación (las legión V Macedónica, la X Fretensis, la XII Fulminata y la XV Apollinaris). Tras lo cual, dejó a su hijo Tito el encargo de terminar la guerra (cosa que hará el 73 d.C, con el degollamiento de los últimos rebeldes de Masada).
El Sitio de Jerusalén (de 100.000 habitantes), fortaleza considerada inexpugnable, duró 1 año, y fue llevada a cabo con 70.000 soldados de infantería y 10.000 a caballo. El 17 julio 70, por 1ª vez después del exilio, cesó el sacrificio en el Templo de Jerusalén (de una vez para siempre). El historiador judío Flavio Josefo habla de un 1.100.000 muertos en toda Israel (el 70% de la población), y 97.000 prisioneros cautivos.
Ante todo esto, Jesús exclamó, de forma profética y previsora: "Ay de las que estén encinta o criando en aquellos días. Porque habrá una gran calamidad en el país y un castigo para ese pueblo. Caerán a filo de espada, los llevarán cautivos a todas las naciones, y Jerusalén será pisoteada por los paganos".
Al predecir la espantosa desgracia nacional de su pueblo, Jesús no tiene nada de un fanático que clama venganza, sino que sus palabras son de dolor. Es emocionante verle llorar por las pobres madres de ese pueblo que es el suyo, porque "Jerusalén será pisoteada por los paganos, hasta que la época de los paganos llegue a su término".
Jesús parece anunciar un tiempo para la evangelización de los paganos. A su término, Israel podrá volver a Cristo a quien rechazó. Esta es la plegaria y la esperanza de San Pablo (Rm 11, 25-27) compartida con Lucas (Lc 13, 35) ¿Comparto yo esa esperanza?
Entre esa esperanza, está que "aparecerán señales en el sol, la luna y las estrellas". Aunque es verdad que en la tierra "se angustiarán las naciones por el estruendo del mar y de la tempestad", y que los hombres "quedarán sin aliento por el miedo, pensando en lo que se le viene encima al mundo", porque hasta los astros "se tambalearán", se trata de un lenguaje apocalíptico.
Según la concepción de la época, los 3 grandes espacios (cielo, tierra y mar) serán trastornados. Es decir, que el caos se abatirá sobre el universo (Is 13,9-10; 34,3-4). Entonces, los humanos "verán al Hijo del hombre venir con gran poder y majestad. Sin que nos demos cuenta, Jesús ha pasado de la profecía sobre la Caída de Jerusalén a otra profecía, la del fin del mundo. Así lo cree la mayoría de exegetas.
Otros piensan que Jesús continuaba hablando de la destrucción de Jerusalén, y vienen a decir que el Hijo del hombre vendrá a través de los muchos sucesos históricos, comenzando por el aniquilamiento del Templo de Jerusalén y siguiendo por la persecución contra el nuevo templo de Cristo, la Iglesia (nuevo templo de Dios).
Noel Quesson
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Jerusalén debía haber sido desde sus inicios la "ciudad de paz", pues ese fue su nombre y su vocación, como fuente desde la cual debía brotar la salvación como un río en crecida, fecundando toda la tierra y haciendo producir frutos agradables a Dios (llegando incluso hasta el mar insalubre, al cual debía sanar).
Pero Jerusalén se corrompió, y llegado Aquel que había de cumplir las promesas de la ley y de los profetas ha sido rechazado. Por eso Jerusalén ha sido destruida por Dios, y no ha quedado en ella piedra sobre piedra, y sus hijos han sido dispersados por todas las naciones.
Quienes formamos la Iglesia del Cordero, ¿realmente creemos en él? Porque no podemos responder tan sólo con las palabras, sino que nuestra respuesta ha de darse de un modo vital, con obras y actitudes que manifiesten nuestra fidelidad al Señor y nuestro servicio al prójimo.
El momento en que se acabe este mundo no debe confundirnos ni angustiarnos. A ese respecto, el Señor nos pide una vigilancia activamente amorosa, para que cuando él vuelva levantemos la cabeza, sabiéndonos hijos amados de Dios. No descuidemos nuestra fe constante, a pesar de lo que tengamos que padecer. Pues si nos alejamos del bien, y comenzamos a destruirnos unos y otros, por más que proclamemos al Señor nuestro mal comportamiento echaría por tierra toda obra de salvación.
En ese caso, en lugar de ser parte de la construcción (del reino de Dios) seríamos destruidos (por Dios). Trabajemos por el Señor, y no lo hagamos por temor sino por amor, sobre todo a la hora de entregar nuestra vida, pues "nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos".
Dios es un Dios misericordioso y nuestro Padre, y nos ha convocado en torno a su Hijo Jesús. Él no se dirige a nosotros por medio de señales de terror y angustia, sino en la sencillez de los signos frágiles. Ahí esta su Palabra, dirigida a nosotros con toda sencillez y con toda su fuerza salvadora. Ahí está su Iglesia, frágil y llena de inclinados a la maldad, pero poseedora de su Espíritu Santo. Seamos, por tanto, un signo de la alegría, la paz y la misericordia de Dios.
Sólo al final se hará el juicio de nuestras obras, para saber si habremos sido dignos (o no) de estar para siempre con el Señor. Por eso, hasta que eso suceda hemos de vivir con la cabeza levantada y puesta en ese Señor que nos ha precedido con su cruz, siguiendo sus huellas amando y sirviendo a nuestro prójimo. No hay otro camino, sino el mismo Cristo, que nos lleve al Padre.
No vivamos en el temor, pensando que el mundo se acabará de un momento a otro. Sino vivamos amando al Señor y a nuestro prójimo, para que cuando él vuelva nos encuentre dispuestos y seamos dignos de gozar con él de la gloria del Padre.
Bruno Segni
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Escuchamos hoy en el evangelio días de angustiosa espera. Así que permanezcamos firmes hasta el final, para que cuando eso suceda seamos de los que levantan la cabeza, sabiendo que se acerca la hora de la salvación final. Y para ello, no cesemos de convertirnos, porque lo que él quiere es que no nos perdamos, por muy pecadores que hayamos sido.
Los humanos somos demasiado frágiles, y por eso confiamos tan sólo en nuestras propias fuerzas. Acudamos al Señor con una oración humilde y sincera, y pidámosle confiadamente que nos ayude en todo lo que haya que hacer, como fieles testigos de su amor para toda la humanidad.
Los cristianos somos testigos de un mundo nuevo que fue inaugurado por Cristo, hasta que él vuelva glorioso. En aquel momento, él nos llevará junto a sí, a la gloria del Padre. Mientras tanto, anticipemos ese momento mediante la celebración festiva del memorial de su misterio pascual.
Aquí ya no hay odios ni divisiones, sino el hacemos uno en Cristo Jesús y en el Padre Dios, el cual nos contempla como a hijos amados, y se complace en nuestra fidelidad. Pero ¿será esto realidad? ¿O a qué hemos venido hoy ante el Señor? Ojalá tengamos la firme determinación de convertirnos en verdaderos hijos de Dios. En ese caso, no seremos destruidos, sino que viviremos para siempre.
Muchas cosas habrán de desaparecer de nuestra vida, y a muchas cosas habremos de renunciar, por ser pecaminosas o generadoras de muerte. De todo ello no ha de quedar piedra sobre piedra. Nuestra tarea es ser constructores de una nueva humanidad referida a su centro: Jesucristo. Ya desde ahora, esforcémonos como colaboradores de la gracia, guiados por el Espíritu Santo.
Trabajemos por la paz, pero sin perder de vista que nuestro compromiso es con Jesucristo, evangelio viviente del Padre. No seamos ocasión de escándalo para los demás, sino pasemos haciendo el bien a todos. Sólo así llegaremos sanos y salvos al Reino celestial, pues Dios llevará consigo a los que le aman. Entonces será realmente la hora de nuestra liberación.
Bruno Maggioni
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Nos encontramos hoy con la 3ª vez que Jesús anuncia la destrucción de Jerusalén, a través de palabras realmente paralizantes: "Serán días de venganza, habrá angustia tremenda, caerán a filo de espada, los llevarán cautivos a todas las naciones, Jerusalén será pisoteada por los gentiles". Como se ve, Lucas se dispone a mezclar 2 planos: la caída de Jerusalén y el final del mundo.
Respecto al fin del mundo, Jesés describe su 2ª venida al mundo, la cual estará precedida por "signos en el sol y las estrellas", por el "estruendo del mar" y por el "miedo y ansiedad de las gentes". ¿Y ante qué? Ante "lo que se le viene encima al mundo".
Pero la perspectiva ante esto ha de ser optimista, ya que "entonces verán al Hijo del hombre venir con gran poder y gloria". El anuncio no quiere entristecer, sino animar, pues "cuando suceda todo esto, levantaos y alzad la cabeza, porque se acerca vuestra liberación".
Como vemos, las imágenes de Jesús se van sucediendo una tras otra, a la hora de describirnos la seriedad de los tiempos futuros: la mujer encinta, la angustia ante los fenómenos cósmicos, la muerte a manos de los invasores, la ciudad pisoteada... Se trata de un lenguaje claramente apocalíptico, con tantas claves que no permite adivinar la correspondencia de cada detalle.
En todo caso, lo que está claro es que Jesús nos invita a tener puesta nuestra confianza en la victoria de Jesucristo, porque "el Hijo del hombre vendrá con poder y gloria" y vendrá para salvar. Como dice él mismo, con sus propias palabras: "Alzad la cabeza y levantaos, porque se acerca nuestra liberación".
Sea en el momento de nuestra muerte (que no es final, sino comienzo de una nueva manera de existir), sea en el momento final de la historia (cuando él quiera, pues "mil años son como un día a los ojos de Dios", lo que está claro es que la 2ª venida de Jesucristo no será en humildad y pobreza (como en Belén), sino con todo su poder y majestad.
"Levantaos y alzad la cabeza", nos dice hoy Jesucristo, porque nuestra espera ha de ser dinámica, activa y comprometida. Tenemos mucho que trabajar para bien de la humanidad, llevando a cabo la misión de Cristo. Hagámosolo pensando que nuestra meta es la vida, y que él ya atravesó la frontera de la muerte e inauguró para sí y para nosotros la nueva existencia ("los cielos nuevos y la tierra nueva").
José Aldazábal
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Al leer el santo evangelio de hoy, ¿cómo no ver reflejado el momento presente, cada vez más lleno de amenazas y más teñido de sangre? Volvamos, pues, a leerlo: "En la tierra habrá angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y de las olas, muriéndose los hombres de terror y de ansiedad por las cosas que vendrán sobre el mundo" (vv.25-26).
Muchas veces se ha representado la 2ª venida del Señor con las imágenes más terroríficas posibles, interpretando esta pasaje evangélico bajo el signo del miedo. Sin embargo, ¿es éste el mensaje que hoy nos dirige Jesús? Fijémonos en las últimas palabras: "Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza, porque se acerca vuestra liberación" (v.28).
El núcleo del mensaje de estos últimos días del año litúrgico no es el miedo, sino la esperanza de la futura liberación y la de alcanzar la plenitud de vida con el Señor, en la que participarán también nuestro cuerpo y el mundo que nos rodea.
Los acontecimientos que se nos narran hoy quieren indicar la participación de toda la creación en la 2ª venida del Señor, como ya lo hizo en su 1ª venida (especialmente en la Pasión, cuando "se oscureció el cielo y tembló la tierra"). La dimensión cósmica no quedará abandonada al final de los tiempos, sino que será una dimensión que acompañará al hombre en su entrada al paraíso.
La esperanza del cristiano no es engañosa, porque cuando empiecen a suceder estas cosas (nos dice el Señor mismo), "entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria" (v.27). No vivamos angustiados ante la 2ª venida del Señor (su parusía), sino meditemos las profundas palabras de San Agustín, que ya en su época se preguntó: "¿Cómo puede la esposa tener miedo de su Esposo?".
Lluc Torcal
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El lenguaje escatológico empleado por Jesús en este pasaje nos muestra 2 cosas: que él es el Señor y dueño de la historia y de los acontecimientos, y que todo cristiano tiene como consigna la vigilancia, pues desconocemos el día y la hora en que todo esto sucederá.
En concreto, el Señor nos dice: "Quien esté en el campo que no entre en la ciudad, y quien esté en la ciudad que se aleje". Cristo no nos puede pedir lo que no le podemos dar, pero sí reclamar un seguimiento convencido por parte nuestra, sobre todo amándole por encima de las tribulaciones o en medio de la perplejidad, aguardando con esperanza su 2ª venida.
También nos advierte que el camino del seguimiento no será fácil, y que a veces costará, aunque él nunca nos deje solos. Repitamos las palabras de Santa Teresa de Jesús ("solo Dios basta"), y seamos capaces de cobrar ánimo y levantar nuestras cabezas, porque "se acerca nuestra liberación".
Clemente González
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El evangelio que hoy leemos es una doble llamada a mantener la esperanza y a redoblar la fe. A la esperanza porque la venganza de Dios se dirigirá contra Jerusalén y resto de potencias malvadas, y a la fe porque para nosotros también habrán tiempos difíciles. En todo caso, Jesús nos invita a "levantar la cabeza", sabiendo que "se acerca nuestra liberación" (v.28).
La caída de los imperios nunca ha sido fácil ni sencilla, y siempre ha acarreado muchos dolores y sufrimientos por todas partes, como daños colaterales o a terceros. Teniendo presente esto, y la profecía de Jesús sobre Jerusalén, los judeo-cristianos dejaron la Ciudad Santa antes de su ruina, retirándose a Pella (al otro lado del Jordán).
Como bien explicará al respecto San Pablo, de forma también profética, éste fue el tiempo de los gentiles (v.24), hasta que finalmente todo termine con la conversión de Israel: "Porque si tú fuiste cortado de lo que por naturaleza era acebuche, y contra naturaleza injertado en el olivo bueno, ¿cuánto más ellos, que son las ramas naturales, serán injertados en el propio olivo?" (Rm 11, 24). Tras lo cual, siguió profetizando Pablo, ya podrá llegar el advenimiento del supremo Juez.
Las recomendaciones de hoy del divino Salvador, añadidas a sus insistentes exhortaciones a la vigilancia ("lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: Velad"; Mc 13,37), muestra que la prudencia cristiana no está en desentenderse de estos grandes misterios, sino en prestar la debida atención a las señales que él bondadosamente nos anticipa, tanto más cuanto que dicho supremo acontecimiento puede sorprendernos en un instante, y es menos previsible que el momento de la muerte (v.34).
"Vuestra redención". Así llama Jesús al ansiado día de la resurrección corporal, en que se consumará la plenitud de nuestro destino.
José A. Martínez
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Tu vida, tu casa, los que más quieres, tu propia Jerusalén... pueden estar cercadas por ejércitos y amenazadas por la desolación. Puede que te sorprendan señales en el sol, en la luna y en las estrellas, y hasta angustia de las gentes de la tierra, perplejas por el estruendo del mar y de las olas, muriéndose de miedo los hombres por las cosas que vendrán sobre el mundo. Y hasta puede que las fuerzas de los cielos sean sacudidas.
Pero a todo esto no tenemos que temer, sino que más bien lo que debería darnos miedo es el no vernos sorprendidos por la sacudida del corazón, a la hora de escuchar estos pasajes. ¿Y por qué? Porque sería signo de haber perdido la sensibilidad, sobre todo a la hora de descubrir en todo ello la bondad y la fidelidad del Señor. Jesucristo nos pide "cobrar ánimo y levantar la cabeza", porque todo aquello "nos trae la liberación".
¿Es posible tener tan adormecimiento el corazón, que no nos damos cuenta de ello? ¿O lo tenemos tan deslumbrado, con tantas luces, que ante una verdadera estrella nuestras narices no la captan? No nos vendría mal que en estos momentos algo sacuda nuestro cielo. Como decía Séneca, "dichoso quien entiende que la posesión de un bien no es grata si no se comparte" (Epístolas, VI, 4), pues "si quieres vivir para ti, debes vivir para otro" (Epístolas, XLVIII, 2).
Miguel Angel Niño
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Los escritos apocalípticos tienen mala fama, y de ellos nos hemos quedado con las descripciones terroríficas, olvidando su verdadera razón de ser. Evidentemente, dichos escritos son tónicos y reconstituyentes para una esperanza debilitada, pero fueron pronunciados por Jesús para recordarnos lo esencial, precisamente para los tiempos duros.
El mensaje central de hoy es, en último término, Dios mismo, y sobre su Hijo Jesucristo. A Dios no le asusta ninguno de esos grandes imperios que antes o ahora mandan, pues "ante él se doblará toda rodilla, y por él jurará toda lengua". Cristo es el Señor de la historia, y esto ha de ser el cebadero de una esperanza confiada y esforzada. Pese a que la vida presente sea dramática, el Cordero ha vencido y nos hace participar en su triunfo.
Todo tiempo, no sólo el último de los últimos, tiene su dureza. Así que cuando estemos tentados a encogernos y agachar la cabeza, dejemos que resuene en nosotros el imperativo de Jesús de hoy: "Alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación".
Recojamos todas las llamadas a la confianza y a la esperanza que hoy se nos ofrecen. Aprendamos a mirar de frente las cosas, comprobando el poder devastador del mal y aprendiendo a relativizarlo y desinflarlo, desde el verdadero señorío de Cristo y desde las meramente aparentes omnipotencias del mal.
Pablo Largo
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El texto que hoy leemos en el evangelio tiene 2 partes. La 1ª parte habla de la destrucción del Templo de Jerusalén, como acontecimiento que marcará el final de la historia del pueblo del AT, y como acontecimiento que nos dirá que, de ahí en adelante, ya no tendrá sentido hablar de aquella distinción fundamental entre judíos y paganos.
En adelante, el nuevo pueblo de Dios, o pueblo de Dios de la Nueva Alianza, estará formado por personas venidas de todos los pueblos de la tierra. Ya no serán "judíos o gentiles", sino que se hablará de un tertium genus, un 3º grupo o pueblo que ya superó el "muro de la separación".
La 2ª parte del evangelio nos habla del fin del mundo, con un lenguaje tomado del libro de Daniel. Y nos describe a ese personaje misterioso que aparece por el horizonte apocalíptico: el "Hijo del hombre".
La Caída de Jerusalén (1ª parte) manifestará y anticipará el juicio con que Dios acompaña toda la historia, la cual será consumada al final de los tiempos (2ª parte). El Hijo del hombre es Jesús, que por su muerte y resurrección (testimoniadas por los discípulos) reunirá a todo el pueblo de Dios.
Severiano Blanco
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El evangelio de hoy nos presenta la actitud que el cristiano debe tener ante el fin del mundo. Para el cristiano, como diría San Pablo, "la vida es Cristo, y la muerte una ganancia".
El cristiano vive gozosamente la llegada del reino de Dios (sea cuando sea ésta), pues para él la llegada de Cristo es el momento más gozoso y esperado. Este encuentro con Aquél a quien tanto se ha amado, y por quien tanto se puede haber sufrido, es el momento más precioso del cristiano.
Este momento ocurrirá de manera particular, cuando una persona muera. Pero también ocurrirá de una manera colectiva, cuando llegue la definitiva venida de Jesucristo. No sabemos qué ocurrirá primero, y los primero cristianos pensaban que la 2ª venida de Cristo ocurriría antes que su propia muerte personal. No obstante, Jerusalén fue totalmente destruida (y la profecía cumplida), y todavía estamos esperando.
Vivamos, pues, alegremente, con una esperanza llena de optimismo en el amor de Aquél que nos espera en la casa del Padre.
Ernesto Caro
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Apocalipsis, gritos finales, noches alocadas, confusión generalizada y amaneceres desconcertantes. Entre todos estos elementos, que antes parecían ordenados, ajustados y ensamblados, ha pasado algo. ¿El qué? El desconcierto total, posiblemente fruto de una psicología del alma que se alejó de Dios. Podremos reírnos de ello, pero ¿quién nos iluminará sobre todo ello, cuando todo esto ocurra? Misterioso final, y última venida del Hijo del hombre.
Jesús nos anuncia hoy, de forma vaga, el cataclismo final del mundo. Y la forma literaria en que lo hace conlleva muchas referencias a lo que nos sucede habitualmente, cuando las tormentas, huracanes o terremotos nos hacen palidecer de miedo, y salir a los descampados para liberarnos del estrés urbano. Todo eso son imágenes y modos de hablar, pero en el fondo hay una realidad muy certera.
Jesucristo no nos reveló nada concreto respecto al fin del mundo. Por tanto, lo que ha querido sugerirnos es que, ante la obligada ignorancia que no permite hacer componendas, vivamos honradamente como hijos fieles a Dios, a la espera de los acontecimientos.
Dominicos de Madrid
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Rasgo característico de toda visión profética sobre la historia es saber descubrir el sentido de los acontecimientos. La Caída de Jerusalén encuentra en la reflexión de Lucas el marco para proponer la aceptación del mensaje de Jesús. Jerusalén, ciudad infiel que ha rechazado la propuesta de paz, deberá sufrir las consecuencias de ese rechazo. Y lo visto y experimentado en su caída ha de convertirse en urgente invitación a aceptar la nueva propuesta ofertada por Jesús.
Por otro lado, el tiempo que se inaugura, a partir de lo acontecido, también deberá ser leído en clave profética. La visión profética trata de descubrir las oportunidades de salvación que se presentan a lo largo del tiempo. La Caída de Jerusalén es también ocasión, por tanto, para la proclamación del anuncio salvador a partir de dicho instante.
Por otra parte, el largo tiempo del anuncio salvífico tendrá también un límite, el marcado por las señales de la realidad cósmica, del interior de cada hombre y de cada sociedad humana.
Pero la importancia de este momento final de la historia no estará marcado por dichas señales, sino por un hecho histórico: el regreso de Jesús, con la plenitud de su poder y gloria.
Más allá de los alarmismos, que suelen acompañar cualquier representación sobre el fin del mundo, a lo que se nos invita hoy es a anhelarlo, y a descubrir en él las consecuencias positivas que producirá en nosotros. Debemos ver en todos esos acontecimientos que "nuestra liberación está próxima".
Confederación Internacional Claretiana
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Jesús profetiza hoy la Caída de Jerusalén, la cual sucedió 40 años después de haberlo profetizado él. Y eso que la capital judía se había llegado a convertir en un gran emporio económico, religioso y social en toda la región. En efecto, todo el gobierno y toda la actividad de la zona dependían de lo que allí se decidiera. E incluso la capital hebrea era también el principal centro de interés de los romanos, los cuales sabían que, mientras mantuvieran el control de dicha ciudad, conservarían el control de la comarca entera.
Para Jesús, lo que estaba haciendo Jerusalén no era lo correcto ("matas a los profetas, apedreas a los que te son enviados"...), y mucho más cuando fue capaz de rechazar la oferta que él le había hecho, y que era la única que la podría "conducir a la paz".
Jesús entendía que "no hay cuña que más apriete que la del mismo palo", y que la solución no estaba tanto en echar la culpa a los demás (romanos, paganos, pecadores, publicanos...) cuanto remozar las viejas instituciones. La alternativa estaba en el cambio interno de Israel, en su cambio de mentalidad y en su conversión, conforme a lo que pedía la antigua y olvidada legislación israelita (Dt 24, 5-22).
A la hora de la verdad, con la llegada de las tropas romanas de Vespasiano (ca. 70 d.C), ésta fue la mentalidad judía que imposibilitó una defensa unánime de Jerusalén. Hacia el año 66 cada secta judía (los zelotes, los fariseos, los saduceos...) reclamaba la ciudad para sí, y pocos años después todos sucumbieron ante los romanos, por su división interna. Por eso, la profecía de Jesús de hoy, sobre Jerusalén, podría ser interpretada como una advertencia personal: ¿Para qué queréis derrocar a los enemigos, si vosotros tenéis al enemigo en vuestro corazón?
Servicio Bíblico Latinoamericano
c) Meditación
Las predicciones históricas de Jesús (que aluden a la destrucción de Jerusalén) parecen en ocasiones solaparse con sus predicciones escatológicas (que presencian la venida del Hijo del hombre con gran poder y gloria), pero son cosas distintas. Vayamos, pues, por partes, comenzando por las primeras:
"Cuando veáis a Jerusalén sitiada por ejércitos, sabed que está cerca su destrucción. Entonces, los que estén en Judea que huyan a la sierra; los que estén en la ciudad, que se alejen; los que estén en el campo, que no entren en la ciudad, porque serán días de venganza en que se cumplirá todo lo que está escrito".
Como se ve, Jesús predice la destrucción de Jerusalén, la ciudad que mata a los profetas que le son enviados. Y es a esa destrucción a lo que alude Jesús, cuando habla de esos días de angustia y de terror, aconsejando a los que quieran evitar la muerte que huyan o se alejen de la ciudad. Por que muchos caerán a filo de espada, y otros serán llevados como cautivos fuera de su tierra.
Está describiendo Jesús lo que realmente sucedió pocos años después (el año 70 d.C), cuando los ejércitos del emperador Tito sitiaron y destruyeron la ciudad de Jerusalén al completo. Realmente, Jerusalén sería pisoteada por los gentiles, hasta que a los gentiles les llegase también su hora. Porque todos, judíos y no judíos, gentiles y cristianos, tendremos nuestra hora.
Jesús califica estos acontecimientos como un castigo para este pueblo. Es decir, que no serán acontecimientos fortuitos, sin razón de ser ni causa precedente. Sino que serán un castigo merecido por su rechazo a los enviados de Dios.
Aquí es donde se prolonga la narración del evangelista, como si estos hechos calamitosos de la historia (la Caída de Jerusalén) tuviesen continuidad y anticipasen el final escatológico de los tiempos (la venida del Hijo del hombre). Veámoslo:
"Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje. Los hombres quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo temblarán".
Como se ve, de lo que se está hablando ahora no es de la ciudad de Jerusalén, sino del mundo entero, porque todo esto se le viene encima al mundo. Entonces, continúa diciendo el evangelista, verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria.
Se trata de la epidemía gloriosa del Hijo del hombre, tal como viene descrita por la profecía de Daniel. ¿Y qué hacer ante semejante espectáculo, si es que uno se queda para verlo? Cuando empiece a suceder esto, avisa Jesús, levantaos y alzad la cabeza, porque se acerca vuestra liberación.
Jesús presenta la venida del Hijo del hombre como un acontecimiento liberador para sus seguidores. Pero para sentirlo así (como liberador) es necesario que tengamos conciencia de las cadenas que nos sujetan y de los lazos que nos oprimen.
Hemos de suponer que los que viven en situaciones tan trágicas de la vida (como las descritas en estos acontecimientos, sobre todo si se prolongan en el tiempo), han de desear que llegue su liberación. Y ésta sólo llegará si cesan tales acontecimientos o si ellos logran escapar definitivamente de tal devastación. Sólo así cesará el miedo y la ansiedad de esas gentes, que han quedado sin aliento (o enloquecidos) por el estruendo del mar y el oleaje.
Los cristianos han vivido muchas situaciones en las que han deseado ardientemente la venida del Hijo del hombre, dispuestos a recibir a su Libertador aunque éste viniese acompañado de signos tan terroríficos. Y eso ha estado bien, porque demuestra que confiaban en él y en su liberación sobre tanta tierra regada de lágrimas.
Por muy halagüeña que sea nuestra situación en el mundo, nunca nos faltará el sufrimiento ni el dolor, nuestros compañeros inexcusables de viaje. Por eso la venida de Cristo, aunque nos cueste trabajo reconocerlo, no dejará de ser una venida liberadora de todo eso que nos esclaviza, que nos oprime, que nos hace sufrir y llorar, que nos deprime, que nos entristece, que nos va arrebatando la vida.
En este sentido, la cercanía de la liberación no puede significar otra cosa que la salida de esta situación de muerte, y el acceso a una vida mejor (aunque sea a través de la muerte). En cualquier caso, la muerte es siempre un hecho insoslayable, y por mucho que la retrasemos nunca la podremos evitar.
JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología
Act: 28/11/24 @tiempo ordinario E D I T O R I A L M E R C A B A M U R C I A