25 de Noviembre

Lunes XXXIV Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 25 noviembre 2024

a) Ap 14, 1-5

         Estamos en la última semana del año litúrgico, y Juan, para dar ánimo y esperanza a los perseguidos, les hace ver el término de la historia y su objetivo final, a través de símbolos expresivos. No nos paremos hoy en esos símbolos, sino tratemos más bien de contemplar, también nosotros, "aquello hacia lo cual nos encaminamos", y que es lo que ilumina el hoy de nuestras pruebas terrestres y pasajeras: "Vi al Cordero, de pie sobre el monte de Sión".

         Es decir, que todo lo que tenemos que ver, y contemplar, es a Jesucristo, de pie y en la gloria del cielo. Sobre todo a ese Jesús que fue rechazado de su pueblo, que fue abandonado por sus amigos, que terminó su vida terrestre en la ignominia del fracaso (condenado a muerte) y que fui inmolado. Es decir, al "Cordero conducido al matadero, mudo ante aquellos que le atormentaban", y hoy ¡feliz, victorioso y de pie! Es el Cordero Pascual, la víctima voluntaria que ofreció su vida, y que en cada misa nos entrega su cuerpo y su sangre.

         Pero sigamos con la visión de Juan, porque nos dice que "he visto también, junto con él, a ciento cuarenta y cuatro mil que llevaban escrito en la frente su nombre y el del Padre". En 1º lugar, "ciento cuarenta y cuatro mil" es una cifra que no hay que tomar al pie de la letra, pues se trata de una cifra simbólica. En nº 12 es la cifra de Israel, el nº 144 es el resultado de 12 x 12, y el nº 1.000 representa una cantidad muy grande.

         Por tanto, el "he visto ciento cuarenta y cuatro mil alrededor del Cordero" quiere decir, aplicados los números a las realidades, que: He visto el nuevo Israel, el pueblo de Dios, innumerable. O como hoy diríamos: He visto millones y millones de cristianos.

         La víctima del Calvario ya no está abandonada, ni en la soledad del Gólgota. Ahora Jesús está rodeado de millones de amigos y hermanos, que llevan todos "su nombre" porque son cristianos.

         Contemplemos el proyecto de Dios, que por fin se ha cumplido y que se compone de innumerables hombres y mujeres introducidos (por su Hijo) en su propia familia y en sus relaciones diarias. Ese es el proyecto de un Dios que es Padre, cuya paternidad es infinita, y que ha dado su vida y su nombre a múltiples hijos. Se trata de la humanidad hija de Dios y amada de Dios, cuyos miembros llevan "marcada la frente" por Dios (es decir, llevan ya impresa su dignidad infinita).

         Nos dice Juan que también "oí un ruido como de grandes aguas, como el fragor de un trueno y con muchos citaristas que tocaban sus cítaras". Los símbolos, como se ve, se acumulan, a veces incoherentes y contradictorios. Pero eso no tiene ahora importancia, porque lo que Juan quiere decir está muy claro. Estos hombres, reunidos en torno a Cristo, no son un florero chino, sino que abren la boca, cantan, dan gritos de alegría, y exultan como una avalancha de agua de un torrente imposible de contener. De ello resalta el potente fragor del trueno, y la dulce armonía de una orquesta de cítaras. Experimentemos esa misma alegría de esos elegidos, y de esa humanidad en su plenitud.

         Para finalizar, nos dice Juan que nadie podía aprender aquel cántico, salvo los 144.000 que fueron rescatados. ¿Seré uno de ellos, Señor? ¿Y del número de los que oyen y comprenden? Porque la historia de la humanidad es incomprensible, e inaudible para los que no tienen fe. Y porque hay hombres cuyos oídos son sordos a la música de Dios, por mucho que ésta se haya esparcido entre aromas sobre la humanidad rescatada. Abre sus oídos, Señor.

Noel Quesson

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         La antítesis entre los primeros versículos de este pasaje, y la narración del pasaje precedente, pone de relieve la oposición tajante que hay entre la bestia (y sus seguidores) y el Cordero (y los suyos). Y a través de unas descripciones paralelas, resalta la separación radical entre "los habitantes de la tierra" (adoradores de la imagen idolátrica) y los 144.000 escogidos (propiedad indiscutible del Padre y del Cordero).

         Estos 144.000 (cifra simbólica) son los cristianos que han permanecido fieles hasta el final, hayan sido o no mártires (expresión máxima del testimonio). Ellos son los que han guardado la fe y los mandamientos, los que han sabido responder a la elección divina, y los que ahora comparten la victoria del Cordero. Su actitud martirial, modelo y punto de referencia, puede describirse con 3 características.

         En 1º lugar, ellos son los que "siguen al Cordero adondequiera que va", tal como los 12 apóstoles iban siguiendo a Jesús por los caminos de Israel ("siguieron a Jesús"; Jn 1,37; "le siguieron"; Mt 4,20). En 2º lugar, ellos son los que aman la verdad, y no han querido profesar la falsa doctrina de Satanás y la bestia. Y en 3º lugar, ellos son vírgenes, porque no se han prostituido en la adoración de las imágenes idolátricas del Imperio del mundo.

         La 2ª visión de hoy, que no escuchamos en la 1ª lectura de la misa, pero que es consecuente con la 1ª, hace referencia a la conducta de los idólatras, a quienes se dirige el juicio de Dios. Y es pregonada a través de 3 ángeles.

         El 1º ángel anuncia el evangelio eterno, o mensaje fundamental de Jesús sobre el reino de Dios, que ahora es proclamado con la fuerza de su próxima y definitiva realización. La invitación última va dirigida a todos ("respetad a Dios y dadle gloria"; v.7), y se hace eco de la 1ª palabra de Cristo ("enmendaos y creed en el evangelio"; Mc 1,15).

         El 2º ángel esparce la noticia de la caída de Babilonia (el Imperio Romano), orgullosa de su poder y autosuficiente ante el Dios único. Y el 3º ángel predice el castigo terrible de los adoradores de la bestia, a base de las comparaciones del AT sobre el fuego, el azufre y la copa de la cólera del Señor, que contiene el vino de la ira de Dios (en contraposición con el vino orgiástico de los que se han prostituido al servicio de la bestia).

         En definitiva, mientras que a los prostituidos por la bestia les está reservado un tormento eterno ("día y noche") en la gehenna, los santos celebrarán un culto también eterno ("día y noche"; Ap 7-15) en el templo de Dios.

         Según la bienaventuranza final, los que al morir sellen su testimonio serán por siempre bienaventurados, participando de la alegría y del reposo eternos. Porque habrán sufrido como sufrió el Cordero, y por eso serán glorificados con él en el reino del Padre.

Armand Puig

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         El apóstol Juan explica hoy que 2 bestias (el paganismo social y el poder político) se enfrentan al reino del Cordero (Ap 13, 9-16), el cual está sobre el monte Sión con el pueblo que le prestó su adhesión, y que constituye un pequeño resto perdido en el mundo enteramente dominado por las 2 bestias enemigas.

         Este resto se compone, sobre todo, de vírgenes (v.4), aunque también de mártires (Ap 7, 14). De vírgenes porque la virginidad es lo contrario a la idolatría, la cual es presentada como una prostitución desde la visión veterotestamentaria.

         Los 144.000 son vírgenes porque se negaron a adorar a la bestia. Y así la virginidad pasa a convertirse, al igual que el martirio (Ap 7), en una de las característica del pueblo de Dios, en la medida en que rompe con el culto a los falsos dioses y a los poderes terrestres.

Maertens-Frisque

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         Toda esta semana conservará la tónica inaugurada por el domingo pasado, en que proclamamos la soberanía de Dios y del Cordero sobre la historia, y el triunfo definitivo del reino de Dios. Y seguiremos leyendo el libro del Apocalipsis, a través de las tribulaciones de los justos y del triunfo del Cordero degollado, constituido Señor de la historia.

         El mensaje del Apocalipsis es una radiante afirmación de fe y esperanza, y por eso hoy nos presenta al Cordero de pie sobre el Monte Sión, en la Nueva Jerusalén y con los 144.000 justos que "llevan en la frente el nombre del Cordero y el nombre de su Padre", y que fueron quienes que se negaron a recibir la marca de la bestia, y fueron capaces de resistir hasta el final.

         El nº 144.000 se ha interpretado equivocadamente muchas veces, en sentido literal y como si fuera un nº exacto de personas las que podrían salvarse, sin excederse en 4 ó 5 más. En realidad, el sentido del texto es todo lo contrario, y viene a expresar un nº ilimitado de gentes de todas razas, tiempos y lugares. Recordemos que en la cultura judía los números tienen un sentido simbólico.

         El nº 12 representa la totalidad de los pueblos. Pero aquí aparece multiplicado por 12, lo que es una manera de enfatizar que se trata de la totalidad (sin excepciones) de un mundo en el que caben todos los mundos, todos los justos y todos los que fueron capaces de tener la resistencia martirial. Además, para remarcar por 3ª vez este mundo inclusivo, la cifra 144 (producto de multiplicar 12 x 12) se multiplica a su vez por 1.000.

         El salmo responsorial que leemos hoy, uno de los más bellos tanto teológica como literariamente, se hace la pregunta "¿quién puede subir al monte santo?". Y ofrece una respuesta: "La persona de manos inocentes y puro corazón, que no confía en los ídolos". Es decir, todos aquellos que no se hayan contaminado con la idolatría y la fascinación de la bestia.

Miguel Gallart

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         Obligado a pararme ante la palabra de Dios, me sorprende hoy el testimonio de Juan, que repetidamente reclama la atención con un "yo, Juan, vi", "yo, Juan, oí". Como si nos invitara a ver y oír los días de los últimos tiempos. Y yo, enredado en esta historia local y alocada.

         En concreto, hoy Juan ve a 144.000 que llevaban grabado en la frente el nombre de Jesús ("del Cordero") y de Dios ("del Padre"). A través de los ojos de Juan, veo los rostros de los adolescentes que buscan la verdad, y entre los cuales sólo unos cuantos llevan con valentía, en su frente, el nombre de Jesús.

         Juan oye "un sonido de arpas y de voces que bajaba del cielo". Era la voz de los salvados, en cuyos labios "no se encontró mentira". A través de los oídos de Juan, oigo las voces de los adolescentes que hablan de sus cosas y aclaran sus medias verdades. Vidas adolescentes que dentro de poco llevarán vidas de adultos, y quién sabe si manteniendo sus labios puros o adulterados por la mentira.

          Llega el final del año litúrgico, y nos preparamos para un tiempo nuevo. Últimos días que nos enfrentan al destino al que están encaminadas nuestras acciones cotidianas, y que portan el billete de entrada para acompañar al "cortejo del Cordero, adondequiera que vaya". Días penúltimos para quienes estamos en camino, y precedemos a los que un día serán "rescatados como primicias de la humanidad, por Dios y por el Cordero". Últimos días para desterrar de nuestros labios la mentira, y ser depositarios de la marca de los irreprochables.

Miguel Angel Niño

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         En varias ocasiones el Apocalipsis compara la voz del Señor (o de alabanza al Señor) con una multitud de aguas (Ap 1,15; 19,6). La experiencia enseña que el "estruendo de las aguas" es capaz de imponerse a cualquier voz que esté cerca, sobre todo por una sencilla razón física: las gotas de agua, al chocar unas con otras (en tan diversas velocidades, cantidades y ángulos), producen un elenco de frecuencias que recubre, casi al completo, cualquier sonido.

         Si la voz del Señor es como "muchas aguas", esto quiere decir que su palabra domina sobre toda otra palabra. Y esto es importante porque a veces creemos que las palabras del pesimismo, de la amargura o de la fantasía, se van a imponer, y no es así.

         El vidente Juan pasa hoy a darnos otra descripción: "un canto que nadie puede aprender, sino los elegidos". El canto une la idea de la palabra con la fuerza de la música, y así la palabra de Dios se convierte en poderosa por excelencia (Ap 19, 13).

         Por otra parte, la música es símbolo de la inspiración, y supone compartir un mismo espíritu musical. Poseídos por la Palabra y el Espíritu, los elegidos tienen su propio modo de cantar, que no puede ser falsificado por nadie porque nadie puede reemplazar ni esa Palabra ni ese Espíritu.

Nelson Medina

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         El Apocalipsis da hoy una razón por la que los elegidos de Dios serán bendecidos: porque "sus labios son sinceros, y su conducta irreprochable" (Ap 14, 5). Pero no queramos entender estas palabras en términos de calificación moral, ni creamos que la Biblia está diciendo: se portaron muy bien, luego merecen estar con el Cordero.

         La perspectiva entera del Apocalipsis es profética, y por eso los que son alabados son los que han sostenido ya en sus labios "el testimonio" (Ap 1,9; 6,9; 12,11). Los "labios sinceros" (o mejor, labios sin engaño) son aquellos que han mantenido el testimonio, y no han caído en la falsedad (que, en lenguaje de profetas, es la idolatría).

         Algo parecido hay que decir de la "conducta irreprochable", que más que un apelativo moral (construido por el esfuerzo humano) se trata del fruto natural de los redimidos. De hecho, ya San Pablo llamaba así, amomoi (lit. irreprochables), a los redimidos: "Él os ha reconciliado en su cuerpo de carne, mediante su muerte y a fin de presentaros santos, sin mancha e irreprensibles delante de él" (Col 1, 22).

         Por tanto, el sentido de la frase que venimos analizando debería ser: aquellos en quienes está viva la gracia de la redención. Porque de esta manera no se excluye el esfuerzo (voluntad, buenos hábitos...), pero se funda todo en la obra de Dios. Aquellos que vivan así, en esa dimensión de permanencia en la gracia, serán los elegidos.

         Vivir con la gracia de la redención en el alma supone una radical apuesta por Dios, porque el mundo tiene sus propias propuestas, y constantemente reclama sus propios tributos. Tarde o temprano, ese cristiano redimido descubrirá que, aunque su vida sea normal, está en conflicto con los intereses e ídolos del mundo. Y por eso hablamos de una apuesta.

         Está claro que, en la medida en que el conflicto se hace más intenso, la apuesta se hace más radical, si es que logra subsistir. Es lo que acontece en tiempos de persecución. Y los tiempos finales serán sin duda tiempos de persecución. Por eso la perspectiva apocalíptica es siempre una perspectiva de apuesta: apostarlo todo para ganarlo (o perderlo) todo.

Nelson Medina

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         Naturalmente no podemos leer todo el Apocalipsis, y día tras día vamos saltando capítulos. Así que hoy nos encontramos, así de sopetón, con "el Cordero de pie, sobre el monte Sión" y librando la gran batalla contra el mal.

         Y con él un ejército de 144.000 seguidores, que "llevaban grabado en la frente el nombre del Cordero y del Padre". Por supuesto, estos números no son aritméticos sino simbólicos, pues 144.000 = 12 x 12 x 1000 (es decir, la plenitud aplicada a las 12 tribus de Israel). Se trata de los que han permanecido fieles y no se han dejado manchar por la idolatría, y por eso forman el cortejo triunfal de Cristo y son las primicias de la nueva humanidad.

         La visión de Juan es, por tanto, optimista, presidida por ese Cordero que conduce a los suyos a la victoria. Desde el bautismo y la confirmación, tenemos grabado en nuestras personas el nombre de Jesús y del Padre, y estamos marcados por su Sello (que es el Espíritu Santo).

         Por tanto, estamos enrolados en el ejército del Cordero que lucha contra el mal, con la esperanza de formar parte del pueblo de los salvados. Lo cual nos debe dar ánimos para seguir en la lucha, que para nosotros todavía no ha terminado. Es verdad que algunos se quedan en el camino (engañados por el Maligno), pero otros muchos resisten y son fieles.

         Vuelve a aparecer también hoy, en la visión de Juan, la liturgia del cielo, que ya veíamos la semana pasada. Y lo hace con cánticos que sólo pueden aprender los rescatados de la tierra. Además, se ve que los cantan con fuerza en sus gargantas, con "un sonido parecido al estruendo de grandes cataratas y al estampido de un trueno poderoso". Y todo ello acompañado "al son de arpistas, que tañían sus arpas delante del trono".

         Cuando en Vísperas entonamos los cánticos del Apocalipsis (sobre todo el domingo), o cuando en misa cantamos la aclamación del Sanctus en honor del Dios trino, estamos sintonizando con otro coro que canta lo mismo, pero con voces más convencidas: la voz de la esposa del Cordero, que también participa en la gloria del Vencedor de la muerte.

         El camino nos lo dice ya el salmo responsorial de hoy: "El hombre de manos inocentes y puro corazón, que no confía en los ídolos, ése recibirá la bendición del Señor. Éste es el grupo que busca al Señor".

José Aldazábal

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         Muchos grupos religiosos hablan hoy de la salvación, incluso hasta de números de salvados y la manera en que se salvarán, desde una visión fatalista de la historia y de Dios. Así, muchos hermanos y hermanas de nuestro pueblo son invadidos por temores de amenazas apocalípticas, sobre todo tras la visita a sus casas de estos grupos sectáreos, que acosan a los vecinos con mensajes que nada tienen que ver con el Dios de la Biblia. El libro del Apocalipsis les sirve de instrumento, y una carencia de formación hace que no lleguen a interpretar su mensaje de salvación y esperanza.

         Los 144.000 de este pasaje, símbolo de la multiplicidad de las personas salvadas, ha causado muchos interrogantes. Pero se trata de un nº simbólico, producto de la multiplicación del nº 12 (en referencia a las 12 tribus de Israel) x 12 (en referencia a los 12 apóstoles de la Iglesia) x 1.000 (en referencia a una cantidad incontable). Por tanto, sobre todo por el último nº bíblico (1.000), no es posible establecer una cantidad predeterminada de salvados. De hecho, la condición de salvación no está en la predestinación de Dios, sino en la libre opción de quienes han optado por seguir al Cordero con el testimonio con sus vidas.

         El pasaje apocalíptico de hoy es, por tanto, una llamada a la esperanza. Porque esos seguidores de Cristo "cantan un canto nuevo" (el canto del triunfo), que gozosamente emerge no sólo de sus bocas sino de lo más hondo de sus corazones. Han sufrido persecuciones, han soportado difamaciones, y hasta han muerto martirialmente a manos del Imperio del Mal. Pero lo han hecho por sus ideales de un mundo nuevo y reconciliado, y ahora les toca cantar.

         Se trata del canto del pueblo liberado, igual que el canto del pueblo que salió de la opresión de Egipto. O igual al canto de María ante Isabel, o igual que el canto de las fiestas patronales de nuestros pueblos. Porque la liberación no terminará en nuevas opresiones, ni en un acto de venganza. La liberación culminará con una fiesta, junto al Cordero degollado, en la morada eterna de Dios.

         Los que cantan no supieron de mentiras, ni tuvieron dobleces en sus opciones. Sino que se lo jugaron todo por Dios, y por eso ahora les toca cantar. Ése el el canto de la esperanza, porque mientras vivimos en el exilio de las opresiones, sentimos que esta situación no es eterna, y que la palabra de Dios se cumplió en su tiempo y se cumplirá en el día final. El salmista también cantaba, sobre todo en tiempos del exilio en Babilonia:

"Grandes cosas hizo el Señor por nosotros, y estamos rebosantes de alegría. Cambia nuestra suerte, Señor, como los torrentes del Negueb. Los que siembran entre lágrimas cosecharán entre canciones. El sembrador va llorando cuando esparce la semilla, pero vuelve cantando cuando trae las gavillas" (Sal 126, 3-6).

         Y es que el salmista sabía que su retorno a la tierra prometida no era una ilusión, sino una esperanza fundada en la promesa del Dios de la Alianza. Hoy también creemos lo mismo, y sabemos que la palabra de Dios no es una ilusión sino algo que siempre se ha cumplido. Y no solamente en el más acá, sino también en el más allá.

Dominicos de Madrid

b) Lc 21, 1-4

         Jesús está hoy en el Templo de Jerusalén enseñando al pueblo. Pero no sólo enseña, sino que también observa. Y todo lo observa desde la perspectiva del pobre. Está frente al Arca del Tesoro, donde los judíos echaban sus donativos. Jesús discierne la realidad que está viendo, desde la perspectiva de una viuda pobre.

         El templo en aquel entonces no era sólo un lugar de culto, sino que allí estaba el Arca del Tesoro, que funcionaba como un Banco Central. También en el templo estaba el Sanedrín, que era el poder político, y la guardia nacional. El centro era ciertamente el espacio dedicado al culto, pero en el templo se concentraba también todo el poder económico, político, militar y religioso. Toda esa realidad es observada por Jesús, y juzgada desde la perspectiva de una viuda pobre.

         Para la fiesta de Pascua acudían a Jerusalén unos 300.000 peregrinos, y el templo era para los judíos su corazón y su alma, como motivo de orgullo y de grandeza nacional. En los tiempos de dominación romana, el templo representaba, además, la identidad y la resistencia del pueblo de Israel. Por eso los que donaban dinero al templo eran muy apreciados, y no sólo por razones religiosas sino también por las razones expuestas. Los pobres, tipificados en la Biblia por los huérfanos, las viudas y los extranjeros, era una multitud insignificante.

         Jesús, en medio de esa multitud de peregrinos, no sólo se fija en la viuda pobre, sino que también hace pública y visible su propia valoración sobre todo eso que observaba. Y dice algo extraordinario: que una viuda pobre "ha echado en el tesoro del templo más que todos los demás".

         En efecto, los ricos solían donar lo que les sobraba, mientras la viuda ha echado lo que necesitaba para vivir. Y eso es lo que cuestiona Jesús.

         Jesús no desarrolla una alta teología, o una larga discusión sobre la ley y los profetas, sino que simplemente se fija en la viuda pobre, y desde ella hace un juicio profético que subvierte toda la realidad del templo. Su argumento principal es la viuda pobre, al igual que ya hizo en Lc 18, 1-8, donde una viuda pobre insistía sobre su sitación, elevando el clamor de los pobres ante Dios.

Juan Mateos

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         Nos dice hoy el evangelio que Jesús, "alzando los ojos, vio a los ricos que echan sus donativos en el tesoro del templo, y también vio también a una viuda muy pobre que echaba dos reales" (vv.1-2). "Alzar los ojos" o ver son medios estilísticos equivalentes a mirar, como forma de llamar la atención al lector. Sin embargo, esta vez son los ojos de Jesús los que contemplan la realidad, de una manera distinta a como suele hacerlo la sociedad. A través de los ojos de Jesús, se nos invita hoy a contemplar la distancia abismal que existe entre estos 2 personajes. Y se concluye: "Esa viuda, que es pobre, ha echado más que nadie, os lo aseguro" (v.3).

         La fórmula "os lo aseguro" sirve para recalcar la importancia de lo dicho, y lo que recalca en este caso es que, en el reino de Dios, los valores se invierten: "Porque todos ésos han echado como donativo de lo que les sobra, pero ella ha echado de lo que le hace falta, todo lo que tenía para vivir" (v.4). La viuda representa a Israel, el pueblo falto de todo y que lo da todo a Dios, mientras los dirigentes los han dejado en la estacada. La lección va dirigida a los discípulos.

         Con esta enseñanza nos invita Jesús a dar a Dios, y a poner al servicio de Dios, todas nuestras cualidades y potencialidades. Dios no valora lo aparente, y mucho menos la ostentación de los ricos. Sino que lo que valora son las disposiciones interiores de la persona. Israel, a pesar de su indigencia, está bien dispuesto. De hecho, es el pueblo llano el que impide, con su presencia y avidez de escuchar, que los dirigentes lleven a cabo su conspiración contra Jesús.

         Jesús insiste en los rasgos positivos del pueblo sencillo, cuya situación es desesperada. Y de paso recuerda que la alianza con Dios se ha ido al traste por culpa de la prevaricación de sus jefes religiosos y políticos. Debe hacerse, por tanto, una opción por la causa del Reino que Jesús propone, como única vía de salvación posible, y si lo que se quiere es eliminar toda penuria e indigencia. ¿Se hará? De momento, el pueblo escucha atentamente. Pero veremos más adelante hasta qué punto se dejará influir por sus dirigentes.

Josep Rius

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         El episodio de hoy cierra la serie de discusiones que Jesús mantiene con los distintos grupos judíos. Está directamente unido a la maldición de los escribas que roban a las viudas (Lc 20, 45-47), e ilustra la doctrina escatológica de los versículos siguientes (Lc 21, 2-36): los jefes del pueblo van a ser desposeídos de sus privilegios, y éstos van a ser entregados en manos de otro tipo de personas (viudas, pobres...).

         La antítesis ricos-pobres aparece frecuentemente en los discursos escatológicos de Cristo, siguiendo el mismo procedimiento de las bienaventuranzas (Lc 6, 20-24), y sirve a Jesús para anunciar la inminencia del Reino y el cambio de las situaciones abusivas.

         Pero de lo que se trata no es tanto de hacer apología o crítica de la situación social existente, cuanto de subrayar la transformación que la llegada de los últimos tiempos llevará consigo, respecto al modo de ser de Dios. De hecho, los primeros cristianos utilizaron también con frecuencia este procedimiento.

         La viuda entrega a Dios su indigencia, en oposición a los ricos (que entregan sus privilegios). Es decir, que ella contradice el proverbio según el cual "sólo se da aquello que se tiene", pues ella sólo posee lo que ha dado.

         ¿Podemos ver ahí una imagen de Dios? Si él sólo nos ha dado de su abundancia, está mejor representado por la imagen de los ricos que por la de la viuda, y no se comprendería la importancia que Cristo da al gesto de esta última. Pero si nos da su abundancia, eso significa que está mejor representado por la imagen de la viuda.

         ¿Y si Dios diera de su indigencia? En ese caso, nos estaríamos fijando en lo que Cristo manifiesta con sus acciones. ¿No comprenderíamos, entonces, que ser Dios es servir, y dar no de aquello que se tiene, sino aquello que se es?

         Jesús, pobre y esclavo, no es un paréntesis en la vida de Dios, sino la condición misma de Dios. Él no es un rico que ha venido a visitar las tierras subdesarrolladas de la humanidad, sino que es un siervo porque su manera de ser es la pobreza.

Maertens-Frisque

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         Hemos llegado a la última semana del año litúrgico, en la que iremos meditanto los últimos días de la vida terrestre de Jesús, justo antes de su pasión. Jesús, cercana su muerte, tenía plena conciencia de su inmediato fin, y por eso "enseñaba en el templo" antes de que hayan acallado su potente voz.

         Después de haber enseñado en los caminos, en los pueblos, a la orilla del mar, o en las sinagogas de montaña, ahora está enseñando en el Templo de Jerusalén, corazón neurálgico de Israel. Aquí no desempeña ningún papel oficial, pues él no es ningún sacerdote del servicio (sacerdocio levítico) ni un doctor de la ley. De hecho, no tiene derecho a enseñar en el templo, lo cual era exclusivo del sumo sacerdote.

         Tampoco toma Jesús la palabra desde un lugar ritual, ni en el curso de un acto litúrgico. Sino que se contenta con ser el portavoz de Dios, y con reunir a su alrededor (como haría un simple orador de paso) a los oyentes que tuvieran a bien escucharle.

         Es precisamente en el interior del recinto del templo donde Jesús, "alzando los ojos, vio a los que depositaban sus ofrendas en el Arca del Tesoro". Los ojos de Jesús, como siempre, atento a los acontecimientos.

         Bajo el peristilo del templo, galería de columnas de mármol que adornaban la fachada, había ante el vestíbulo de la Tesorería 13 grandes arcas, cuya cubierta formaba un embudo o buzón de amplia ranura. Y en ellas un sacerdote de servicio se ocupaba de anotar el valor total de la ofrenda y la intención que le comunicaba el donante. Jesús lo está observando.

         En aquel preciso lugar, vio Jesús a los ricos, que "depositaban sus donativos". Y vio también a una viuda necesitada, que "echaba unos cuartos" (2 lepta, o monedas más pequeñas de entonces). Escuchemos por un momento el ruidito, modesto y humilde, de las 2 moneditas de la ciuda, al caer en el arcón y en medio de las voluminosas ofrendas ya depositadas.

         Entonces, Jesús dijo: "En verdad os digo: Esa pobre viuda ha echado más que nadie. Porque todos los demás han echado de lo que les sobra, mientras que ella ha hechado lo que le hace falta para vivir". Los ojos de Jesús, o apreciación de Dios, ¡cuán diferente es de la mirada habitual de los hombres! Definitivamente, Dios ve de un modo distinto.

         Los ricos parecen poderosos, y hacen ofrendas aparentemente mayores. Pero para Jesús, la pobre mujer ha dado más. ¡Cuánta necesidad tenemos de cambiar nuestro modo de ver, para ir adoptando la manera de ver de Dios!

         Aquella viuda "dio todo lo que tenía para vivir". Es decir, dio su indigencia. Esperemos que esta apreciación cambie nuestra forma de observar, y no se dirija tanto a los gestos ostentosos sino hacia los pequeños! ¡Cuánta necesidad tenemos de un cambio en nuestro corazón!

Noel Quesson

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         La pobre viuda del evangelio de hoy creyó que nadie la veía, y en el cepillo del templo echó 2 reales. Por su parte, los más ricos echaron grandes donativos en el cepillo, dejándose ver por la gente. ¿Qué os parece?

         Lo importante de un objeto no es su cantidad (diámetro, altura...) sino su cualidad (de qué está hecho). Y en el campo de los acciones, lo importante no es cuánto se hace sino cómo se hace. En este caso, lo que hizo la viuda no fue sino dar su vida con amor, mientras que lo realizado por los ricos fue dar sus sobras de forma vanagloriosa.

         La buena mujer dio poco, pero lo dio con humildad y amor. Y además, dio "todo lo que tenía", y no lo que le sobraba. Por eso mereció la alabanza de Jesús, y por eso su anónimo nombre será recordado por todas las generaciones. Y no porque pasase a engrosar el evangelio, sino porque Dios la conoció y aplaudió su pobreza y su amor.

         ¿Qué es lo que damos nosotros? ¿Lo que nos sobra? ¿Y cómo lo damos? ¿Con ostentación? De ser así, estaríamos reservándonos para nosotros mismos lo que podría estar beneficiando a los demás, y lo que posiblemente pertenecería a los demás. No todos tienen grandes dones, pero es generoso el que da lo que tiene, y no el que se reserva lo que tiene.

         Dios se nos ha dado totalmente, en su Hijo y continuamente. ¿Nos reservaremos también eso que hemos recibido de Dios?

         Al final de una jornada, o al hacer durante unos momentos ese sabio examen de conciencia con que vamos ritmando nuestra vida, ¿podremos decir que hemos sido generosos, y hemos echado nuestros 2 reales para el bien común? Más aún, ¿se podrá decir que nos hemos dado a nosotros mismos?

         Teníamos dolor de cabeza, pero hemos decidido ir al trabajo y trabajar igual que siempre, sin que nadie lo notara ni agradeciera. Bravo, porque Dios sí lo ha visto, y ha sonreído, y lo ha escrito en su evangelio.

José Aldazábal

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         Hoy en día, como casi siempre, las cosas pequeñas suelen pasar desapercibidas. No obstante, lo que parece insignificante muchas veces constituye la urdimbre, y también el acabado, de las obras maestras. Es lo que pasa en las grandes obras de arte, y por tanto es también lo que ocurre en la obra de la santidad.

         Por el hecho de que ciertas cosas pasen desapercibidas, no por eso dejan de ser necesarias, pues sin ellas nada habría garantizado. Pues bien, eso es lo que hizo la pobre viuda del evangelio de hoy: garantizar, desapercibidamente, la obra más colosal del mundo judío: el Templo de Jerusalén.

         Sin embargo, la simple acción de esta viuda no fue algo sencillo, o un hecho puntual y ya está. Sino que su simple acción estuvo rodeada del drama de la más dura y cruda realidad, teniendo que sacar para ello fuerzas de flaqueza, y aplicar recortes radicales, a su maltrecha y casi indigente vida.

         Por ello, la viuda del evangelio mereció el elogio del Señor, que ve el corazón de las personas. Pues como él mismo dijo: "En verdad os digo que esta viuda pobre ha echado más que todos los demás. Porque todos ellos han echado como donativo lo que les sobraba, mientras ésta ha echado de lo que necesitaba, y todo cuanto tenía para vivir" (vv.3-4).

         La generosidad de la pobre viuda es una buena lección para nosotros, discípulos de Cristo. Podemos dar muchas cosas, como los ricos que "echaban sus donativos en el arca del tesoro" (v.1), pero nada de eso tendrá valor si solamente damos "lo que nos sobra", sin amor ni espíritu de generosidad, ni ofreciéndonos a nosotros mismos.

         Decía San Agustín que "ellos ponían sus miradas en las grandes ofrendas de los ricos, pero ¿cuántos vieron aquellas dos monedas de la pobre viuda? Es más tener a Dios en el alma que oro en el arca". Bien cierto: si somos generosos con Dios, él lo será más con nosotros.

Angel Pérez

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         Hoy consideramos en el evangelio cómo se conmovió el Señor cuando vio a la viuda pobre depositar 2 monedas insignificantes para el sostenimiento del Templo de Jerusalén, pues" mientras los demás daban de lo que les sobraba, esta mujer dio todo lo que tenía para vivir". Por lo visto, la viuda hizo su ofrenda con mucho amor y con gran confianza en la providencia divina, y por eso Dios la recompensó incluso aquí en la tierra.

         A nosotros nos enseña este pasaje a no tener miedo a ser generosos con Dios, e incluso a sacrificar aquello que nos parece más necesario para la vida. ¡Qué poco nos es realmente necesario! A Dios hemos de ofrecerle lo que somos y lo que tenemos, sin reservarnos ninguna pequeña parte para nosotros. A Dios se le conquista con la última moneda, pues ¿hay algo que no sea del Señor?

         A quienes siguen al Señor, él hoy les invita a ofrecerse por completo a Dios, en la Santa Misa, en el día a día y en ess pequeños actos que requieren todo nuestro esmero (cuando algo se complica) y atenciones (cuando alguien nos requiere). Esta es la mejor manera de tener el corazón siempre dispuesto al Señor, sin dejarse nada en la reserva.

         Nuestra entrega ha de ser plena y sin condiciones, porque la media entrega acaba rompiendo la entrega y la amistad. Sólo una generosidad plena nos permite seguir el ritmo de Jesús. No temamos, por tanto, poner a disposición de Jesús todo lo que tenemos, ni dudemos de darnos por entero. Confesémosle rendidamente: Tú eres mi Dios y mi todo.

         El Señor nos ha prometido el ciento por uno en esta vida, y despues de eso la vida eterna (Lc 18, 28-30). Él nos quiere felices también en esta vida, y nos asegura que quienes le siguen con generosidad obtienen, ya aquí en la tierra, un gozo y una paz que superan con mucho las alegrías y consuelos humanos. Esta alegría es un anticipo del cielo, aunque el tenerle cerca es ya la mejor retribución.

         Nuestras ofrendas a Dios, muchas veces insignificantes, llegarán mejor hasta el Señor si lo hacemos a través de nuestra Madre. Recomienda San Bernardo que "aquello poco que desees ofrecer, procura depositarlo en las manos graciosísimas de María, a fin de que sea ofrecido al Señor sin sufrir de él repulsa" (Homilías, Natividad de María).

Francisco Fernández

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         Encontramos en la escena evangélica de hoy a un grupo de ricos echando grandes cantidades de dinero en el Arca del Tesoro del Templo de Jerusalén. Lo cual no pasa desapercibido a los ojos de Jesús, ni merece al respecto ningún descalificativo por parte del Maestro, como alguna literatura ha querido hacer ver.

         Al contrario, estos ricos donantes del templo estaban poniendo en práctica la virtud de la magnificencia. ¡Qué sería del templo, o de las grandes obras de la Iglesia, si no hubiera gente generosa a lo grande! Además, está muy lejos de Cristo eso de crear distintas clases de cristianos, o de mostrar favoritismos por unos o por otros, pues "él no se fija en las apariencias".

         Precisamente por eso, porque Jesús no mira las apariencias, quedó el Señor especialmente impresionado por el gesto de una viuda pobre, que echó 2 monedas en el Arca. Por lo visto, la mujer había dado todo lo que tenía para Dios, y ¡se había quedado sin existencias! Realmente, Cristo no se quedó indiferente ante este grandioso gesto, y por eso comunicó a los apóstoles: Aprended de esa mujer, lo que es de veras creer en Dios.

         En nuestro s. XXI hay mucha gente que lo da todo, aunque nosotros no lo sepamos. Y posiblemente está recibiendo la alabanza de Dios, lo mismo que sucedió con aquella pobre viuda del evangelio. Aprendamos, por tanto, a saber observar, y a calibrar después nuestros juicios.

         Para Dios no hay nada que pase por alto, ni hay nada que no observe, ni hay nada que no premie. ¡Qué hermosos ojos tiene nuestro Redentor, que tan bellamente posa su mirada en cada uno de nuestros actos! A Cristo no le es indiferente cuanto podamos hacer, ni cuan pequeñas puedan ser nuestras menudencias. Lo que él quiere es que ¡se las demos!, y no las guardemos para nosotros mismos.

Clemente González

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         Cristo Jesús, el Hijo de Dios encarnado, se hizo pobre por nosotros, no aferrándose a su dignidad de Hijo. Despojándose de todo rango se humilló, y se hizo como uno más de nosotros. Cuando se hizo uno más de nosotros se rebajó, y desde la miseria de dejó llevar hasta la muerte. Ésa fue su gran dignidad, ésa fue la gran riqueza que nos dejó.

          Jesucristo nos enseña que no hay que amar con tacañería, ni con limosnas ni con apariencias. Sino con la entrega de la propia vida, para que otros la puedan tener en abundancia. Ése es el amor que el Hijo de Dios quiere que tengamos nosotros, sobre todo cuando dice: "Como yo os he amado, amaos así los unos a los otros".

José A. Martínez

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         Jesús, era tu última semana en la tierra. Tú tenías aún bastantes cosas que decirnos antes de que te entregaran a los romanos para ser crucificado. Muchos discípulos te acompañaban en el Templo de Jerusalén, esperando ver grandes signos. Pero tú te fijas en una pobre viuda, que entrega a Dios todo lo que tiene (2 pequeñas monedas), y te conmueves al ver la generosidad de ese corazón sencillo, que gana en valor a la de todos los ricos allí presentes. El amor, definitivamente, no se mide por unidades, sino en tantos por ciento. No importa la cantidad, sino la totalidad de la entrega.

         Jesús, mirando mi vida, ¿puedes también decir "éste ha dado todo lo que tenía para vivir"? ¿O más bien "ha entregado lo que le sobra"? Aquí no cuentan los títulos, ni los honores, ni la espectacularidad de los éxitos humanos. Tú miras el corazón, y esperas de cada uno esas 2 monedas diarias: el servicio a Dios y el servicio a los demás.

         Jesús, la escena de hoy me recuerda de una manera gráfica que no hay cosas pequeñas en la vida espiritual, si se hacen con amor y por amor. Levantarse con puntualidad por la mañana, ordenar la habitación, arreglar un desperfecto, acabar la tarea con la mayor perfección posible, escuchar con paciencia a un familiar o a un amigo, ayudar al hermano pequeño, y muchas otras pequeñas exigencias de la vida cristiana: son esas dos pequeñas monedas que, por el amor a ti que demuestran, tiene un gran valor a tus ojos. Como decía León XIII:

"Haz todas las cosas, por pequeñas que sean, con mucha atención y con el máximo esmero y diligencia; porque el hacer las cosas con ligereza y precipitación es señal de presunción; el verdadero humilde está siempre en guardia para no fallar aun en las cosas más insignificantes. Por la misma razón, practica siempre los ejercicios de piedad más corrientes y huye de las cosas extraordinarias que te sugiere tu naturaleza; porque así como el orgulloso quiere singularizarse siempre, el humilde se complace en las cosas corrientes y ordinarias" (Práctica de la Humildad, 27).

         Jesús, tú llamas a todos a la santidad; es decir, a la práctica heroica de las virtudes cristianas por amor a Dios. Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro padre celestial es perfecto (Mt 5, 48). A veces, al mirar mi vida llena de defectos, me puedo desanimar y pensar que el ideal de la santidad no es para mí, sino sólo para algunos escogidos a quienes no les cuesta luchar contra sus flaquezas. O pienso que, para llegar a ser santo, necesito hacer cosas grandes y espectaculares.

         Jesús, la viuda del evangelio me muestra el valor de las cosas aparentemente pequeñas, cuando se hacen por amor. La santidad está al alcance de la mano, porque cuando trato de hacerlo todo por ti no hay cosas pequeñas: todo es grande. Por eso, es importante que cada mañana te ofrezca todo lo que voy a hacer ese día. Mis pensamientos, palabras y obras, y mi vida entera, te ofrezco a ti con amor.

         La perseverancia en las cosas pequeñas, por amor, es heroísmo. Jesús, me pides que sea santo, que viva heroicamente las virtudes cristianas. En definitiva, me pides que persevere en esos pequeños vencimientos diarios hechos por amor: puntualidad, orden, servicio. Ayúdame a vivir así, con la generosidad de la pobre viuda que supo dar lo poco que tenía para vivir. Y al final de mi vida me podrás decir: "Siervo bueno y fiel; porque has sido fiel en lo poco, entra en el gozo de tu Señor" (Mt 25, 20).

Pablo Cardona

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         El mundo tiene sus propias apuestas, y reclama sus propios tributos. Y tarde o temprano el cristiano descubrirá que, aunque su vida sea normal, ésta se verá envuelta en inevitables conflictos con los demás. Por eso hablamos de apuesta, porque refrescar la gracia de la redención en nuestras almas supone una radical apuesta por Dios. 

         Desde este contexto podemos entender la escena de la viuda del evangelio de hoy. Jesús está en el Templo de Jerusalén, mas no como turista ni un peregrino más. Sus días tocan a su fin, y él está dando todo lo que le queda. En el caso presente, lo que nos da es su visión, pues "alzando la mirada" se pone a observar todo lo que está sucediendo: que una pobre viuda "ha echado todo lo que tenía para vivir".

         Si lo pensamos bien, estamos ya cercanos al lenguaje de la Ultima Cena, en que eucarísticamente Jesucristo nos dará todo lo que tenemos para vivir. Aquella viuda del evangelio dio 2 reales, y Jesús nos dará su cuerpo y su sangre. Aquella viuda echó su vida junto a su ofrenda, y Jesús echará su amor junto al pan. Y todo a una, porque no hay partes en este pan que, al partirse, sigue siendo uno y creando unidad.

Nelson Medina

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         El evangelio de hoy nos presenta una escena conocida (la ofrenda de la viuda del templo), en la que Jesús introduce una perspicaz distinción: los demás (que dieron lo superfluo) y la viuda (que dio lo necesario). Magistral.

         En efecto, tras haber censurado el comportamiento de los fariseos, "que devoran los bienes de las viudas con el pretexto de largas oraciones" (Lc 20, 47), Jesús, en el evangelio de hoy, elogia la actitud de una viuda pobre que "ha echado todo lo que tenía para vivir".

         Esta historia forma parte de las enseñanzas de Jesús en el Templo de Jerusalén. Lucas deriva el relato de Marcos (Mc 12,41-44), y el episodio no figura en Mateo. Técnicamente, se trata de un apotegma biográfico del que pueden extraerse varias enseñanzas:

1º lo que mide no es la cantidad que se da, sino la cantidad que uno se reserva;
2º lo que importa no es la cantidad (de lo que se echa), sino la cualidad (o espíritu con que se hace);
3º el verdadero don es darse uno mismo, y no dar lo que se tiene.

           Al elogiar el comportamiento de la pobre viuda, lo que Jesús pretende es dotar a sus discípulos del verdadero don y estilo que él propone: querer darse a sí mismo sin reserva. Lo que prentende no es, por tanto, criticar la conducta de los oferentes, ni de las ofrendas, ni del templo ni de la religiosidad del templo.

Severiano Blanco

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         Tendría entonces unos 67 ó 68 años. Era religiosa y seguía atendiendo a los ancianos de una residencia, pero notaba ya ciertas señales de deterioro. Le faltaban las fuerzas, la columna protestaba contra los esfuerzos y se sentía desmañada. Tampoco la ayudaban gran cosa las palabras de la responsable de planta, que la punzaba con sus observaciones. Y así, era fácil presa del abatimiento.

         La volví a ver varios años después, y noté que seguía con las mismas limitaciones y torpezas, quizás algo más agudizadas. No obstante, la noté más pacificada en su espíritu, tras aceptar poco a poco su situación. Le recordé la historia de la pobre viuda del templo, y le dije que esta mujer echó más que nadie, aunque sus 2 reales no alcanzasen la cantidad de 1 céntimo de euro.

         En cierto modo, ése era su retrato, y en dicho relato de la viuda vio aquella religiosa un estímulo para seguir adelante con su hermosa misión, aceptando más aún su estado y sus limitaciones.

         Sin duda que eran verdad las consideraciones que formulaba la responsable de planta, pero más verdadera es la inesperada observación de Jesús. También la religiosa estaba entregando todas las energías disponibles, y tanto que en ellas le sorprendió el último aliento de su vida. La valoración de los hombres dista, una vez más, de la que hace el Maestro.

         La apreciación de Jesús, sobre la viuda del templo, es un motivo de paz y un estímulo. Quien hace todo lo que puede, hace todo lo que debe, recordó hace poco el papa, si mal no recuerdo yo.

Pablo Largo

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         En nuestro país hay una canción que dice que "el tiempo que te quede libre, dedícalo a mí". Esta canción ejemplifica lo que significa el "no te amo" de hoy en día, pues el dar lo que a uno le sobra no es sino un no-amor hacia el otro, a no ser que sea un perro ese otro al que se da lo que sobra.

         Yo creo que la persona que ama no sólo da lo que tiene, sino que busca que eso que da sea lo mejor, pues a quien se lo da es, para él, la persona amada. Y si no, pensemos y apliquemos este pensamiento a las personas que tenemos cerca.

         Pues bien, si eso ocurre así en el mundo, entre las personas más amadas, ¿lo es también entre Dios y yo? ¿O no es él mi persona más amada? ¿Le damos lo mejor de nosotros, como la pobre viuda del evangelio de hoy? ¿O sólo lo que nos sobra, como a un perro?

         Si quieres saber a quién amas realmente tú, piensa a quién le dedicas más tiempo, y a quién das lo mejor de ti... y encontrarás la respuesta. Es triste que muchos de nosotros, para Dios, sólo tengamos las sobras.

Ernesto Caro

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         Llegan los últimos días del año litúrgico, momento ideal pero no para echar en saco roto lo que nos sobra, sino para añadir en el saco todo lo que nos queda. ¿Todo? Todo, sobre todo porque todo lo que tenemos lo hemos recibido, y todo lo que hemos recibido hay gente que lo espera recibir.

         Que la sensibilidad de Jesús en el evangelio de hoy te contagie de mirada penetrante para que valores esas minucias a las que no das importancia, y de las que depende en tantas ocasiones tu propia calidez. Minucias en las que puedes dar lo mejor de ti mismo, y a las que nos tienes ¡tan acostumbrados!

Miguel de la Fuente

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         Nos presenta hoy Jesús en el evangelio a una viuda que da como ofrenda al templo lo único que tiene para vivir: 2 moneditas de cobre. Esa mujer sirve a Jesús de señal de que ha llegado su hora, la hora de entregarse totalmente en manos de Dios, la hora de ir a la pasión y a la cruz. Ella, que "entrega todo lo que tiene", indica a Jesús que ha llegado para él el momento de hacer otro tanto: entregar todo lo que tiene (su vida).

         Esta clase de gente, que ha existido y existirá a lo largo de la vida, forma el grupo más selecto y auténtico de la Iglesia. Por eso conviene destacar de ella su rasgo más característico: la generosidad de corazón. La viuda es un humilde modelo.

         Apropiémonos el espíritu y actitud de esta viuda generosa, que "pasando necesidad da hasta lo que le queda para sobrevivir". Quien practique la caridad de esta manera todo lo tendrá seguro, en el tiempo y en la eternidad.

Dominicos de Madrid

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         Cada uno de nosotros debe medir su propia forma de ser a partir de las 2 formas de la donación que aparecen en el pasaje evangélico de hoy: la donación integral o la donación parcial.

         Podemos multiplicar las ofrendas a Dios, y (como el 2º caso) continuar situándonos en la periferia de la vida. Pero tenemos que saber que tales ofrendas no tendrán valor para Dios, al esconder una voluntad dirigida de retener para nosotros mismos lo que hemos considerado de verdadero valor.

         En el caso contrario, podemos hacer como la viuda del evangelio, cuyo don brota de una voluntad decidida de ofrecimiento total a Dios. En este caso, el valor de la ofrenda no será medida por el valor de la cantidad asignada (según la economía de mercado), sino por el valor de la valentía mostrada en este ofrecimiento (según la economía de Dios).

         Así son las cosas, y cada cosa manifiesta así su verdadero valor. Esto no implica ningún juicio de valor sobre cada acción, sino que lo que expresa es el valor de cada acción, dejando los juicios para otra ocasión. El valor de cada cosa depende del valor que nosotros le hayamos asignado, así de sencillo.

         El valor auténtico de los bienes nace, por tanto, de la referencia que ellos tienen respecto a nuestra propia vida vida. Y el valor absoluto nace del compromiso que cada uno haya realizado, en su propia vida, con el valor absoluto, que es Dios.

Confederación Internacional Claretiana

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         El evangelio de hoy nos presenta, a través de los ojos de Jesús, una escena bastante significativa. Una viuda se acerca al Templo de Jerusalén y deposita en su cepillo 2 monedas de escaso valor, mientras un grupo de ricos depositaban en el cofre cuantiosas sumas. A los ojos de los humanos, los ricos eran generosos, mientras que a los ojos de Dios lo era la viuda. Expliquémonos.

         La viuda, en su condición de mujer, pobre e indefensa, hacía un inmenso esfuerzo al depositar su ofrenda. Daba "todo lo que tenía para vivir", y de este modo entregaba totalmente su vida al servicio de Dios, con modestia y humildad. Los ricos, por su parte, sólo daban algunos excedentes de sus lucrativos negocios, y posiblemente dichos excedentes eran fruto de negocios que por ahora ignoramos.

         Jesús aprovecha la situación para instruir a sus discípulos acerca del valor de las ofrendas. La ofrenda de la viuda procede de una vida honrada y escasa, mientras la ofrenda de los ricos procede de unos excedentes cuyo origen ignoramos. Es decir, el "maldito dinero" ha posibilitado al rico incrementar sus riquezas, y a la pobre viuda incrementar su solidaridad ("hacer amigos"; Lc 16,9).

         Jesús ofrece una visión crítica sobre esta situación ("alzó la mirada"), y enseña así a sus seguidores a tener una conciencia crítica ("¿qué os parece"?) ante esta situación, para poder plantear alternativas.

         La actitud de la viuda ha dado pie a una enseñanza enteramente positiva, viniendo a demostrar que a Dios no se le puede ofrecer lo que nos sobra o es prescindible. Si queremos que nuestra ofreda sea verdadera, hemos de merecerlo, y no obtenerlo a través del servil dinero. Algo es meritorio si sale de dentro, implica personalmente y hasta es heroico.

         A Dios no podemos entregarle cosas, porque las tiene todas. Sino que hemos de entregarle nuestra propia vida personal, porque todavía no la tiene. Donémosle ésta con generosidad, sabiendo que el hará con ella lo mejor para nosotros. Dios recibirá nuestras vidas y las transformará en una ofrenda generosa y agradable, aparte de solidaria con lo demás.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         Recuerda hoy el evangelista que, estando Jesús sentado enfrente del cepillo del templo, observaba a la gente que iba echando dinero. La observación de Jesús se circunscribe a una situación bien definida: un espacio religioso y en el momento de la ofrenda.

         Jesús observa la conducta de los demás, aunque no con el ánimo de fiscalizar sino de aleccionar a sus discípulos. Muchos ricos, precisa el evangelista, echaban en cantidad (una cantidad acorde con sus posesiones dinerarias), pero de repente se acercó una viuda pobre y echó dos reales.

         Tratándose de una viuda en situación de necesidad, lo que dispone es una pequeña cantidad (dos reales) para la limosna del templo. Y aunque eso era todo lo que tenía para vivir, a pesar de todo se desprende de ello, mereciendo la moraleja de Jesús: Os aseguro que esta pobre viuda ha echado en el cepillo más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir.

         Jesús mide y valora la grandeza de una persona, por tanto, no por lo que da, sino por aquello de lo que se desprende. La pobre viuda ha echado más que nadie, no porque haya entregado mayor cantidad de dinero (pues no podía hacerlo, porque no lo tenía), sino porque ha dado lo que necesitaba para vivir; y evidente es que el que da lo que necesita no da lo que le sobra, por muy pequeña que sea su donación.

         Como se ve, el valor de la donación no está en la cantidad objetiva que se entrega, sino en el grado de desprendimiento que exija su determinada entrega, aunque ésta sea objetivamente muy pequeña en términos de cantidad. Según este criterio, los dos reales de la viuda tenían un valor muy superior a las grandes cantidades de dinero que echaban los ricos. La limosna de éstos estaba compuesta de elementos sobrantes, y la de la viuda de elementos necesarios.

         La pobreza de la viuda le ha permitido echar más que nadie, y en este sentido podría decirse que la viuda era más rica y generosa que los demás, o que había echado s que los demás. Dios, que ve el corazón del hombre, puede juzgar la grandeza y la calidad.

         Jesús quiere que tomemos conciencia de esta mirada de Dios, que ve más allá de las apariencias y que sabe estimar el verdadero valor de las cosas y de las acciones. Sólo este conocimiento nos permite evaluar en sus justos términos la acción. Pidamos al Señor adquirir esta mirada (que es la suya), para saber enjuiciar en sus justos términos la conducta propia y la de los demás.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 25/11/24     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A