26 de Noviembre

Martes XXXIV Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 26 noviembre 2024

a) Ap 14, 14-19

         Nos relata hoy Juan una nueva visión, en que "había una nube blanca, y sobre la nube sentado uno como Hijo de hombre". El significado de este símbolo está en el libro de Daniel (Dn 7-13), e incluso sobre ello hizo el propio Jesús una alusión directa, ante los jueces y en el momento de su condena a muerte: "Veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Padre, y venir sobre las nubes del cielo" (Mt 26, 64).

         Se trata de una visión joánica que, como todas las demás del Apocalipsis, no hay que tomar en sentido espacial sino espiritual, pues:

-la nube es el símbolo de la presencia divina, como cuando Dios estaba presente en la columna de nube del desierto, o en la transfiguración que envolvía a Jesús;
-el color blanco es el símbolo de la victoria;
-la posición sentado es símbolo de solidez.

         Pues bien, nos dice Juan que ese Hijo del hombre "llevaba en la cabeza una corona de oro, y en la mano una hoz afilada" (rey y segador a la vez), y que le dijo: "Arrima tu hoz y siega, porque ha llegado la hora de segar, ya que la mies de la tierra está madura".

         Este símbolo era muy familiar a los primeros cristianos, ya que el propio Jesús les había dicho: "Dejad que el trigo y la cizaña crezcan juntos hasta la siega" (Mt 13, 30), pues "cuando el fruto lo admite, se le mete la hoz porque la siega está a punto" (Mc 4, 2-9). Y se trataba de una imagen de alegría, de alimento asegurado, de recoger el fruto de los duros trabajos del invierno. Es la época del verano, la hermosa estación cuya siega es una fiesta.

         Quiero evocar la imagen de un campo de trigo dorado, en el que "la tierra está madura", como dice Juan. Todas sus invisibles germinaciones, sus lentas maduraciones, las inverosímiles alquimias de la savia, los jugos del suelo, el juego del polen en el viento, los riesgos de las tempestades, el trabajo del sol... Todo esto ha llegado a su meta, con ese campo de trigo maduro que los segadores cosecharán con alegría. Así es como Dios ve a la humanidad, como una mies que está madurando. Señor, envía obreros a tu mies.

         Otro ángel, el que cuidaba del fuego, gritó al ángel que tenía otra hoz: "Arrima tu hoz y vendimia los racimos de la viña". Y vendimió la viña de la tierra, y "lo echó todo en el gran lagar del furor de Dios".

         Se trata de un símbolo antitético, que descubre su sentido a través de las imágenes del fuego y del lagar. Mientras que la cosecha era lo correspondiente al "venid, benditos de mi Padre", la vendimia corresponde al "id, malditos, al fuego eterno". Los buenos son cosechados en la alegría, mientras que los malos son aplastados y condenados.

         El tema de la ira de Dios era frecuente en la Biblia (Is 63, 1), y estaba asociada a la imagen del lagar de donde fluía el mosto (la sangre) bajo los pies de los vendimiadores. Se trata sólo de imágenes, en ocasiones sorprendentes, pero deben servir para suscitar nuestra reflexión sobre lo serio y lo trágico del Juicio Final.

Noel Quesson

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         El juicio anunciado por 3 ángeles se expresa simbólicamente hoy de manera anticipada, pues encontraremos otra descripción hacia el final del libro, según la costumbre propia del Apocalipsis (aproximaciones diversas, y diversificadas a un mismo tema). Como trasfondo del fragmento resuenan los discursos de Jesús sobre el fin del mundo, cuando hablaba de la siega (correspondiente a las ovejas) y de la vendimia (correspondiente a los cabritos). Como es habitual, el revestimiento literario del Apocalipsis es proporcionado por el AT, y aquí en concreto por el profeta Joel.

         Se trata del momento oportuno (la hora) decidido por Dios, del momento de escoger que proclaman los 2 ángeles del Señor, del momento de separar radicalmente a los elegidos de los condenados, del momento en que el Hijo del hombre vendrá con realeza y majestad, del momento de "recoger la cosecha" de los elegidos, del momento de vendimiar a los condenados a través un ángel (y no por el Hijo).

         La cosecha, consecuencia de la siega, indica el comienzo del tiempo de salvación, e implica un momento de alegría para el fruto que se ha mantenido bueno y fiel al Señor. En cambio, la sangre (imagen de la ira de Dios) corre en abundancia cuando las uvas son volcadas en la gran cuba, y mientras el castigo divino es ejecutado fuera de la ciudad (tal como merecen los malhechores).

         Asistimos, pues, al estallido de la ira de Dios contra los perseguidores. Y ésta es una señal "magnífica y sorprendente" (Ap 15, 1), que culminará las acciones divinas contra los que le han rechazado. Por otra parte, un cántico de alabanza, de los que no han querido someterse a la bestia, celebra también la victoria divina, manifestada en las últimas 7 plagas y la destrucción de Roma.

         La liturgia celeste, descrita en una intensa panorámica, se inspira en el Cántico de Moisés (entonado tras el paso del Mar Rojo), y en ella los resplandores rojizos (del fuego del altar) y la bóveda de vidrio (que separa cielo y tierra) marcan los ritmos de una escenografía espectacular.

         La escena presenta una serie de correspondencias entre la figura de Moisés y la del Cordero, ambos guías de Israel (el Israel antiguo y el Israel nuevo) y ambos salvadores de los opresores (del faraón y de la bestia).

         Por otra parte, la potencia del Señor es glorificada por la alabanza de los elegidos, y porque todos los pueblos reconocen al Señor como el único que merece ser adorado. El breve texto del himno resume 3 citas fundamentales del AT, sobre la actuación del Dios todopoderoso: él se manifiesta tal como es, él es salvador y fiel, él protege a los que lo aman e invocan.

Armand Puig

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         La historia humana tiene una dirección, y apunta a un desenlace. Esto puede parecernos natural a los creyentes, pero no fue conocido ni creído por la mayor parte del mundo antiguo, que consideraba al hombre (individualmente considerado) y a la sociedad humana (vista en su conjunto) como un corcho que flota en las aguas de un océano sin ribera. Un corcho que se mueve pero que no avanza.

         Para nuestra fe es esencial una afirmación: la historia avanza, en nuestra vida hay cosas que van madurando, y llegará el momento de la cosecha.

         El Apocalipsis anuncia hoy la llegada de esa cosecha, como la hora de la verdad y como "un tiempo para ver, no las hojas de las palabras, sino los frutos de las obras", según la expresión de Santa Catalina de Siena. La verdad sale a la luz, por tanto, y todo engaño queda desenmascarado, sin ninguna disculpa ni retórica, pues el tiempo se ha acabado y "el trigo ha madurado".

         Si Israel fue llamada "viña de Dios" (Is 5, 1) era porque había un fruto que se esperaba de ella, y porque quien la llamó así había planificado una cosecha con vino de fiesta (o libación para el sacrificio). En efecto, para que haya vino hay que despedazar las uvas, exprimirlas y sacar su sangre. Y dependiendo de la calidad de esa sangre se obtendrá (o no) una verdadera cosecha, ya que sólo en la sangre de las uvas se sabe qué había en la viña.

         También el pueblo de Dios ha de prepararse para un día ser oprimido por Dios (o vejado, como esas uvas), porque en su sangre, semejante a la del Cordero degollado, aparece su verdad más profunda. Los estudiosos ven en la espantosa medida de sangre (cerca de 300 km) un modo de indicar una matanza que cubriría la extensión entera de Israel. Es decir, que nadie escapará.

Nelson Medina

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         De la lectura de hoy del Apocalipsis se desprende un tiempo de juicio final que distinguirá a los bueno de los malos. Y lo hace a través de la imagen de la vendimia y de la cosecha de la vid, cuyos frutos son depositados en el lagar de la cólera de Dios.

         Basándose en imágenes del AT, el apóstol Juan hace pasar hoy al mundo por el juicio de Dios, y viene a decir que ninguna mentira podrá pasar la prueba ni esquivar la cólera divina, tanto por haber sido infieles (a él) como opresores (a la Iglesia) Por lo tanto, ningún juicio sería más justo que este.

         El lenguaje apocalíptico es muy fuerte, pero es necesario comprenderlo dentro de su propio género. El texto de hoy pone el acento en el valor de las opciones, y en distinguir qué es lo importante para el reino de Dios. Las palabras del salmo responsorial de hoy (Sal 95) no quitan dramatismo a la visión que hoy nos ofrece Juan, pero la enmarcan en un contexto de esperanza: "Alégrese el cielo, goce la tierra, el Señor ya llega a regir la tierra".

         En concreto, Juan ve "una nube blanca, y a un hijo de hombre llevando en su mano una hoz afilada para segar la tierra". Y ve también "un ángel del templo celeste llevando también una hoz afilada, para vendimiar la viña de la tierra y echar las uvas en el gran lagar de la ira de Dios".

         Lo realmente importante es la llegada definitiva de Dios a su tierra. Y la consecuencia de todo ello supone una tarea de despojamiento. Porque si nos desvivimos por limpiar y decorar nuestra casa ante la llegada de un amigo, ¡cuánto más ante la llegada de Dios! La tierra pertenece al Señor, y por eso "se alegra" de su llegada. Dios nos encargó, en el principio, cuidar su creación hasta su vuelta. Y hoy nos dice que ésta es inminente.

Miguel Angel Niño

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         La mies está ya madura, y la uva en sazón. Y Cristo, el Cordero y juez de la historia, es llamado hoy el Apocalipsis con el mismo nombre que Daniel en su profecía: "Un hijo del hombre". Dicho Hijo del hombre viene sobre una nube blanca (símbolo de la divinidad), con la corona ceñida sobre la cabeza, con una hoz afilada para la siega y con otra hoz afilada para la vendimia.

         Es decir, ha llegado el momento del juicio de Dios (la hora de la verdad), y ahora se verá quién vence y quién es derrotado. El salmo responsorial de hoy ya lo había anunciado: "Delante del Señor, que ya llega, ya llega a regir la tierra. Él regirá el orbe con justicia, y los pueblos con fidelidad". Una advertencia que ya había hecho también Jesús, cuando dijo: "Dejad que ambos crezcan juntos hasta la siega, y al tiempo de la siega, diré a los segadores: Recoged la cizaña y atadla en gavillas para quemarla".

         El Apocalipsis nos pone delante la imagen grandiosa de la siega cósmica, para castigo de los adoradores de la bestia (los idólatras). Un castigo que tendrá lugar "en el gran lagar de la ira de Dios", que se describe con una evidente exageración literaria, pero que expresa la seriedad y universalidad del juicio de Dios.

         La intención es animar a los creyentes para que sigan siendo fieles, y para ello el Apocalipsis utiliza un tono de victoria y fiesta para los seguidores del Cordero. Esto nos hace bien a todos, y particularmente en estos últimos días del año, sin olvidar que al final habrá un examen sobre nuestra vida. No metamos el miedo en nuestro cuerpo, pero sí que tomemos las cosas con seriedad. Al final de la vida hay salvación o fracaso, de forma total y definitiva. Ése es nuestro negocio más importante.

José Aldazábal

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         El Apocalipsis retoma hoy la imagen del "hijo del hombre" del libro de Daniel (Dn 7, 13-14), y la aplica al Cordero que es Jesucristo triunfante. Él es quien hará justicia, y quien meterá la hoz para la siega y la vendimia. Acostumbrados a las ideas del Dios de amor y misericordia, resulta impactante la expresión de hoy del Dios de la siega y vendimia, pero así es: la tierra será echada "en el lagar del furor de Dios".

         La misericordia de Dios no excluye la justicia, sino que hace todo lo contrario: la presupone. Y el hacer justicia a quienes jamás la recibieron es uno de los aspectos de la misericordia de Dios. Los poderosos del mundo se creen omnipotentes e impunes, y por eso les vendría bien escuchar al profeta de Patmos, hablando de Dios.

         Esta misma idea se proclama en el salmo 95 de hoy: Dios es rey que "gobierna a los pueblos rectamente", que "ya llega a regir la tierra", y que "regirá el orbe con justicia, y a los pueblos con fidelidad". Justicia de Dios para quienes padecieron inclemencias (persecución, hambre, soledad...) por el reino de Dios, y justicia de Dios para quienes inflingieron inclemencias (torturas, burlas, abusos...) al reino de Dios.

Dominicos de Madrid

b) Lc 21, 5-11

         En el Templo de Jerusalén, Jesús ya ha realizado gestos y enseñanzas proféticas ante todo el pueblo (Lc 19,45; 21,4). En el caso de hoy, va a pronunciar un largo discurso apocalíptico en el círculo de sus discípulos (Lc 21, 5-36). Un Discurso Escatológico de Jesús que está en toda la tradición sinóptica (Marcos, Mateo y Lucas), y que lo iremos reflexionando durante el resto de esta semana.

         Hoy nos toca meditar la introducción a todo el discurso (vv.5-7). Los discípulos están admirados por las construcciones del Templo de Jerusalén, realmente maravillosas. Pero los discípulos no han entendido los gestos y oráculos proféticos de Jesús cuando llegaron a Jerusalén: que dicho templo "se había convertido en una cueva de bandidos", y que de todo eso "no quedaría piedra sobre piedra" (Lc 19, 41-44).

         Cuando Jesús repitió que del templo no quedará piedra sobre piedra, los discípulos preguntaron sobre el cuándo y sobre las señales anunciadores del tal desastre. La respuesta de Jesús responde hoy sólo en parte a la pregunta. Jesús hablará del tiempo futuro, aunque en los vv. 20-24 se referirá también a la cercana destrucción de Jerusalén (ca. 70 d.C).

         En los vv. 8-11 Jesús habla de todos los dolores de la historia durante el tiempo de la Iglesia: falsos mesías, guerras y revoluciones, terremotos, peste y hambre en diversos lugares, cosas espantosas y grandes señales en el cielo. El mensaje de Jesús es claro: "No tengáis miedo ni os alarméis, sino seguid tranquilos". Porque "todo eso tiene que suceder", pero no será vuestro fin.

         No se deben usar estos discursos apocalípticos de Jesús para meter miedo a la gente, o para calcular el fin del mundo, porque eso va contra la intención de Jesús. Lo que el Maestro quiere es que vivamos tranquilos y no tengamos miedo cuando llegue la persecución, sabiendo que finalmente (es decir, cuando llegue el fin) nos encontraremos con Cristo en la construcción del reino de Dios. El fin del mundo es un día hermoso y no catastrófico, y toda la historia está orientada hacia la manifestación de Jesús y la llegada de su Reino.

Juan Mateos

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         Como algunos comentaban la belleza del Templo de Jerusalén, por la calidad de la piedra y los exvotos, Jesús les dijo: "Eso que contempláis, llegará un día en que lo derribarán hasta que no quede piedra sobre piedra" (Lc 21, 5-6). No hay duda de que los que hablaban en voz alta (sobre la belleza del templo) pertenecían al grupo de discípulos (Mc 13, 1).

         Apenas acaba Jesús de advertirles del peligro fariseo, cuando una facción del grupo de discípulos, que se ha sentido aludida, le recalca la grandiosidad del templo, sin darse cuenta (ni querer darse cuenta) de que ésta no era sino una concreción de la ampulosidad y fastuosidad que ostentaban los letrados.

         Los que hablaban sobre la belleza del templo eran, por tanto, los miembros más religiosos y observantes del grupo cristiano. Son los que se sentirían bien en cualquier religión que les ofreciese seguridades, y los que seguían plenamente identificados con las estructuras sociales, políticas y religiosas de Israel. Por eso se quedaban boquiabiertos ante tanta belleza y magnificencia, porque su religiosidad seguía apoyándose en estas piedras.

         Los comentarios de estos seguidores iban dirigidos a Jesús, que (por lo que se ve) no se dejaba impresionar por la grandiosidad de aquellas construcciones. Y con ellos no trataban sino llamar su atención, con el fin de ganárselo para su causa. La respuesta de Jesús, más que una jarro de agua fría, es un balde de agua fría. También es la 3ª vez que predice la destrucción del templo (Lc 13,35; 19,44).

         Los "días venideros" a los que se refiere Jesús son los mismos de la ejecución del Mesías, el Esposo (Lc 5, 35), y coincidirán con la destrucción del templo (Lc 23, 45). Luego su derribo material no será sino una consecuencia del éxodo definitivo, fuera del templo, de la presencia (gloria) de Dios.

         ¿Y por qué? Por el hecho de haber convertido ellos "este lugar", concebido como casa de oración (Lc 19, 46) y tienda de reunión (Hch 7, 46), en una "cueva de bandidos" (Lc 19, 46) y en un templo "fabricado por mano de hombres" (Hch 7, 48), para gloria y alabanza de unos pocos. Dios no quiere edificios singulares que apuntalen el poder, sino lugares funcionales para el verdadero culto interior.

         Entonces, otros del mismo grupo de seguidores le preguntaron: "Maestro, ¿cuándo va a ocurrir eso? ¿Y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?" (v.7). Mientras los fariseos proclamaban que era necesario orar y observar fielmente la ley (para que no sobreviniese el desastre), y algunos discípulos todavía creían en el templo y en su fastuosidad, otros intentan sacar provecho de las palabras proféticas de Jesús, e instrumentalizarlas al servicio de sus ideales nacionalistas y patrióticos.

         Jesús trata de conjurar dicha mentalidad zelota y fanática, la cual irá in crescendo en los momentos de la gran derrota nacional. Y lo hace de forma fulminante, diciéndoles: "Estad alerta y no os dejéis extraviar, porque muchos llegarán utililzando mi nombre y diciendo soy yo y el momento está cerca. No vayáis tras ellos. Y cuando oigáis estruendo de batallas y revoluciones, no tengáis pánico, porque es preciso que esto ocurra primero, pero el fin no será inmediato" (vv.8-9).

         Para Jesús, el desastre no comportará restauración. De hecho, tras su fracaso en la cruz algunos le seguían preguntando si sería entonces el momento de la restauración del reino de Israel (Hch 1, 6), por no haber cambiado todavía de mentalidad.

         Es de lo que alerta hoy Jesús, de que incluso, dentro de la propia comunidad judeo-creyente, seguirán surgiendo falsos hermanos que atribuirán a Jesús el papel de restaurador de Israel ("soy soy"), anunciando la inminencia de su intervención ("el momento está cerca").

         Profetas siempre los hay, verdaderos y falsos. Y por eso tenemos que recuperar el don del discernimiento de espíritus. Hoy en día hemos optado por lo más fácil: apagar el espíritu de profecía. Así, no nos estorbarán los falsos profetas, pero tampoco los verdaderos, dejando así vía libre a los profetas de desventuras.

         Jesús amplía el horizonte mezquino y cerrado de los discípulos, anunciándoles que guerras, terremotos, hambre y señales asombrosas las habrá siempre (vv.10-11), desgraciadamente. Y resume, en pocas palabras, toda la historia de la humanidad futura: entre la destrucción del templo (ejecución del Mesías) y de Jerusalén (sus secuelas), y los desastres mundiales (que se sucederán en los nuevos tiempos), se desatará la persecución a los discípulos, por parte de los poderes de este mundo.

Josep Rius

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         A partir de hoy, y durante todo lo que queda de semana, la venida del reino de Dios (o Nueva Jerusalén, en la que Dios aparecerá como soberano de la historia), se pondrá énfasis en el evangelio en la justicia de Dios. En este contexto, el advenimiento del Reino será el advenimiento de la justicia, para quienes nunca la tuvieron, para las víctimas que no fueron escuchadas, para quienes lucharon y para quienes fueron capaces de resistir hasta el final.

         "No quedará piedra sobre piedra que no sea derruida", dice Jesús en el evangelio de hoy, refiriéndose a las hermosas piedras del Templo de Jerusalén. La justicia de Dios abarcará toda injusticia, y nada quedará impune, incluida la falsificación religiosa ("vendrán muchos usurpando mi nombre"). ¿Habremos usurpado también nosotros el nombre de Dios, para amparar nuestras ideas?

         En la lectura del evangelio, Jesús plantea el juicio de Dios, en que ninguna mentira quedará en pie. E ilustra su predicación con varios ejemplos:

1º El lujo del templo. Muchos estaban orgullosos con un templo lleno de tesoros, y pensaban que ése era el mejor modo de alabar a Dios y de reconocer su grandeza. Sin embargo, para Jesús eso no garantiza nada, y por eso todo él quedará destruido. Por tanto, no es importante poner las energías en todo eso que se irá derrumbando, pues de todo ello no quedará nada.

2º Los muchos mesías, de diversos lados. Desde diversos ámbitos (político, social, intelectual...), muchos tratarán de presentarse como salvadores del pueblo, cuando en realidad se están comiendo, o están mintiendo al pueblo. Por tanto, "no les creáis", concluye el Señor.

3º Las guerras y los disturbios. Tampoco éstos serán datos a tener en cuenta, en los momentos dramáticos de los nuevos tiempos, porque se tratarán lamentablemente de una constante. Algunos grupos religiosos creerán ver en tanta guerra el final de la historia humana, pero ése sería un final demasiado triste para un proyecto de Dios.

         El lenguaje apocalíptico es muy fuerte, pero es necesario comprenderlo dentro de su propio género. En los textos de estos días, el acento estará puesto en el valor de las opciones, y en saber distinguir qué es lo importante para el reino de Dios.

         Es necesario saber distinguir entre la promesa de Dios y las promesas del mal, porque nada de lo que sigue el mundo (esplendores gubernamentales, arquitecturas ostentosas, tesoros en los templos...) quedará en pie. Muchos querrán engañar al pueblo con un mensaje mesiánico, pero ningún signo (humano o cósmico) indicará, predestinadamente, el fin del planeta. En cambio, será el hombre el que para sí mismo decidirá su propia suerte, en aquellos momentos.

Fernando Camacho

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         Comenzamos hoy la lectura del último discurso de Jesús, llamado por los exegetas como el Discurso Escatológico. En él, Jesús emplea un estilo literario propio y una serie de imágenes estereotipadas, a través de un código del lenguaje que no todo el mundo de entonces comprendía, y que era el tradicional de cierta corriente veterotestamentaria.

         Jesús solía hablar el lenguaje coloquial de su tiempo, pero en este caso decide recurrir al estilo de la apocalíptica bíblica, si bien de un modo mucho más discreto que el resto de apocalipsis que se han conservado. De ahí que sea necesario acudir a estos discursos desde una interpretación inteligente, sin una lectura demasiado científica ni tampoco simplista, si lo que queremos es no perder su sentido profundo.

         Se trata, por tanto, de pasajes extremadamente oscuros, en los que están mezcladas al menos 2 perspectivas: el fin de Jerusalén y el fin del mundo. La 1ª perspectiva es simbólica, respecto a la 2ª, y con este dato por delante se ha de ir analizando imagen a imagen, para captar su sentido universal, el único válido para todos los tiempos. Es decir, que el acontecimiento que Jesús tiene a la vista (la destrucción de Jerusalén) es la que nos dará la clave, a la hora de interpretar los otros muchos acontecimientos de la historia universal.

         Algunos discípulos de Jesús comentaban la belleza del Templo de Jerusalén, por la calidad de la piedra y de los exvotos (donaciones de los fieles). En tiempos de Jesús, el templo estaba recién edificado (desde el 10 a.C, por obra de Herodes I de Judea), e incluso no terminado del todo.

         Se había comenzado su construcción el 19 a.C, y era considerado como una de las 7 maravillas del mundo antiguo. Sus mármoles, su oro, sus tapices, sus artesonados esculpidos... eran la admiración de los peregrinos, entre los cuales se decía: "Quien no ha visto el santuario, no ha visto una ciudad verdaderamente hermosa".

         Pues bien, sobre todo esto Jesús dijo: "Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra. Todo será destruido". Primer símbolo de Jesús, por tanto: el de la fragilidad, o caducidad de las más hermosas obras humanas.

         En efecto, los más bellos edificios del hombre se construyen sobre las ruinas de otros edificios destruidos. En concreto, en ese mismo lugar de Jerusalén ya habían sido levantadas otras 3 maravillas, todas ellas derrumbadas: el Templo de Salomón (del 980 a.C, y destruido por Nabuconosor el 587 a.C), el Templo de Zorobabel (del 516 a.C) y el Templo de Herodes (del 10 a.C, y destruido por Tito el 70 d.C). Hoy en día, de eso no queda nada, más que la Mezquita de Omar (del 687 d.C), la cual continúa hoy en el mismo sitio.

         Lejos de mezclarse a las voces admirativas de sus discípulos, Jesús hace una predicción realista, en el más tradicional estilo de los profetas (Miq 3,12; Jer 7,1-15; 26,1-19; Ez 8-11).

         Entonces, los discípulos le preguntaron: "Maestro, ¿cuando va a ocurrir eso, y cuál será la señal de que va a suceder?". Los discípulos nos representan muy bien, a la hora de proponer las mismas preguntas que hoy nos haríamos, en nuestro afán por saber el día y la hora, para quedarnos más tranquilos.

         Jesús respondió: "Cuidado con dejarse extraviar, porque muchos dirán ha llegado el momento. No los sigáis ni tengáis pánico". Todas las doctrinas de tipo adventistas, fundadas sobre una susodicha profecía precisa del retorno de Cristo, quedan destruidas por estas palabra de Jesús. Hay que vivir día tras día, sin calcular fechas ni dejarse seducir por los falsos mesías, ni dejarse amedrentar por los aterradores de la historia.

Noel Quesson

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         ¿Habrá alguna señal de que el fin ya está cerca? La hay, y es que "nadie sabe ni el día ni la hora, sino el Hijo del hombre" (el cual no está autorizado a revelarlo). Quien diga, por tanto, que al mundo le ha llegado su hora, está chiflado y es un embustero, aparte de un usurpador de Dios (cuyo título en la Escritura está reservado al demonio).

         Al paso del tiempo, y al comprobar que nada de lo anunciado por los falsos profetas se ha cumplido, sabríamos que dichos profetas no estaban en relación con Dios, sino de parte de Satanás, como profetas de Satanás. Y son muchos los que siguen haciéndolo, indicando a la gente que la cercanía del fin de mundo se está cumpliendo, y que las guerras, y revoluciones, y terremotos, y epidemias, y hasta señales en el cielo... son vestigios de ello.

         Pero el Señor nos dice: "Eso tendrá que acontecer" (natural o desgraciadamente), pero "todavía no es el fin". Es decir, que Jesús no dijo que eso fuese el principio del fin (que podría haberlo dicho), sino que nada de nada, pues "no es el fin".

         Lo que debemos hacer es "estar preparados para cuando él venga", y no nos pille desprevenidos (como suele hacer el ladrón en la noche, o el relámpago en los cielos) sino prevenidos, para que nos lleve consigo y nos siente a su derecha, cerrando la puerta para siempre.

         No hagamos de nuestra fe una religión del temor, sino del amor y de la espera vigilante, convertida en comunión con Dios y en un continuo servicio fraterno. Teniendo al Señor con nosotros, ¿acaso tememos algún mal? Dios se ha hecho cercanía amorosa en nosotros, y eso es suficiente.

         Dios sabe de nuestras miserias y fragilidades, pero no olvida que somos barro quebradizo. Él nos conoce hasta lo más profundo de nuestro corazón, y a pesar de ello (o precisamente por ello) nos sigue amando con un amor entrañable. Por nosotros entregó su vida, se dejó clavar en una cruz, purificó de nuestros pecados y nos hizo aparecer como una Iglesia resplandeciente.

         Si en verdad somos hombres de fe, no seamos provocadores de guerras y revoluciones, ni tratemos de llamar la atención aludiendo al pánico. Eso sería falsificar a Dios, que nos ha destinado a servir de puente y no de obstáculo. No seamos causantes de epidemias ni de hambres, sino amemos y demos la vida por los demás. No engañemos a nadie, ni destruyamos el Reino del amor, de la verdad, de la justicia y de la paz.

Bruno Maggioni

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         A partir de hoy, y hasta el sábado, leeremos el Discurso Escatológico de Jesús, el que nos hablará de los acontecimientos futuros y los relativos al fin del mundo. Lo cual es coherente con esta semana, la última del año litúrgico tras la celebración de la solemnidad de Cristo rey del Universo.

         En concreto, escuchamos hoy el 2º lamento de Jesús sobre su ciudad Jerusalén, anunciando su inminente ruina. En este caso, Lucas lo cuenta mezclando planos de otro acontecimiento más lejano (el final de los tiempos), y por eso es difícil deslindar los dos.

         La perspectiva futura es anunciada por Jesús a través de un lenguaje apocalíptico y misterioso (guerras y revoluciones, terremotos, epidemias, espantos y grandes signos en el cielo). Pero "el final no vendrá en seguida", y no hay que hacer caso a los que vayan diciendo "yo soy" o "el momento está cerca".

         La Caída de Jerusalén ya sucedió en el año 70, cuando las tropas romanas de Vespasiano (y luego de Tito), para aplastar una revuelta de los judíos, destruyeron Jerusalén y su templo, y "no quedó piedra sobre piedra".

         Nos hace ser realmente humildes (o realistas) el ver lo caducas que son las instituciones humanas, en las que tendemos a depositar nuestra confianza, con los sucesivos desengaños y disgustos. Los judíos estaban orgullosos (y con razón) de la belleza de su capital y de su templo, construido por su propio rey Herodes I de Judea. Pero no se percataban que su fin podía estar próximo.

         El otro plano, el final de los tiempos, está por llegar. No es inminente, pero sí es serio. Mirar hacia ese futuro no significa aguarnos la fiesta de la vida, y sí hacernos algo más sabios. Porque la vida hay que vivirla en plenitud, sí, pero responsablemente, sabiendo discernir lo que conduce a la plenitud. Lo que nos dice Jesús es que no seamos crédulos ni traga-trolas, cuando empiecen los anuncios del presunto final.

         Al cabo de 2.000 años, ¿cuántas veces ha sucedido lo que él anticipó (guerras, terremotos, epidemias...)? A miles. ¿Y cuántas personas se han presentado como mesiánicas y salvadoras? A miles ¿Y cuántos siguen haciendo hoy lo mismo, asustando con la inminente llegada del fin del mundo? A miles. "Cuidado con que nadie os engañe", nos dice Jesús, porque "el final no vendrá en seguida".

         Esta semana, y durante el Adviento, escucharemos repetidamente la invitación a mantenernos vigilantes, que es en lo que consiste la verdadera sabiduría. Cada día es volver a empezar la historia, y cada día es tiempo de salvación si estamos atentos a la cercanía y venida de Dios a nuestras vidas.

José Aldazábal

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         Escuchamos hoy asombrados una severa advertencia del Señor: "Esto que veis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea derruida" (v.6). Estas palabras de Jesús se sitúan en las antípodas de la mal llamada cultura del progreso indefinido de la humanidad (o, si se prefiere, de unos cuantos cabecillas pseudo-científicos y técnico-militares de la especie humana, en imparable evolución).

         ¿Desde dónde? ¿Hasta dónde? Esto nadie lo sabe ni lo puede saber, a excepción (en último término) de una supuesta materia eterna que usurpe a Dios sus atributos (la omnisciencia, sobre todo). ¡Cómo intentan hacernos comulgar con ruedas de molino los que rechazan la infinitud de Dios, y luego tampoco atienden la finita precariedad humana!

         Nosotros, los discípulos del Hijo de Dios hecho hombre (Jesús), escuchamos sus palabras y las hacemos nuestras. Pues bien, he aquí lo que él nos dice: "Estad alerta, y no os dejéis engañar" (v.8). Nos lo dice Aquel que ha venido a dar testimonio de la verdad, afirmando que "aquellos que son de la verdad escucharán mi voz".

         He aquí también lo que Jesús nos asevera: que "el fin no es inmediato" (v.9). Lo cual quiere decir que disponemos de un tiempo limitado de salvación, y que no conviene desaprovecharlo. Así como que, en cualquier caso, el fin vendrá. Sí, Jesús, vendrá "a juzgar a los vivos y a los muertos", tal como profesamos en el Credo.

         Unos versículos más adelante del fragmento de hoy, Jesús nos estimula y consuela con estas otras palabras que, en su nombre, os repito: "Con vuestra perseverancia salvaréis vuestra vida" (v.19). Como dice un himno cristiano de Cataluña, "perseveremos, que con la mano ya tocamos la cima".

Antoni Oriol

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         Jesús, al ver que aquellas gentes daban tanta importancia al templo de Jerusalén, tú profetizas su destrucción, que ocurrirá el año 70 por obra de los romanos. No quieres que pongan sus esperanzas en una obra humana: lo importante no es el templo, sino Dios que habita en el templo. Las obras humanas pasan, pero Dios permanece para siempre. Cuando la esperanza se apoya en Dios, que es todo poderoso y además es Padre, nada ni nadie la puede destruir.

         Jesús, tú no me ocultas que, a lo largo de la historia, habrá guerras, terremotos, hambre y enfermedades. Incluso en determinados momentos puede parecer que el mundo se viene abajo. Sin embargo, el fin no es inmediato. Todas estas calamidades y catástrofes tienen un sentido. En concreto, la adversidad física o moral puede producir madurez humana y espiritual: puede ser ocasión de mayor unión con Dios y con las personas que comparten con nosotros aquel sufrimiento.

         Jesús, ante todo me pides que confíe siempre en ti; que en cualquier circunstancia, pero aún más cuando tenga mayor dificultad, sepa acudir a ti para pedirte ayuda. La virtud de la esperanza consiste precisamente en confiar en ti, porque tú eres mi Padre y quieres lo mejor para tus hijos. Por eso, para el que se sabe hijo de Dios, todo lo que ocurre es para bien, y nada en esta tierra puede quitarle la alegría. Como dice el Catecismo de la Iglesia:

"La virtud de la esperanza corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre. Asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres, las purifica para ordenarlas al Reino de los Cielos, protege del desaliento, sostiene todo desfallecimiento, dilata el corazón en la espera de la bienaventuranza eterna. El impulso de la esperanza preserva del egoísmo y conduce a la dicha de la caridad" (CIC, 1818).

         Jesús, ante las dificultades y desgracias que profetizas, tú dices a los que te escuchan: no os aterréis. Con mayor motivo, no me puedo asustar o desanimar por mis defectos. Vive de esperanza, que no es la ilusión de soñar en lo imposible, sino la certeza de que tú estás siempre pendiente de mí, y me perdonas, y me ayudas cuando lo necesito.

         La virtud de la esperanza es una roca firme que mantiene segura mi fe y no deja que se apague mi amor por ti. Como los patriarcas del antiguo testamento, que supieron mantener su esperanza contra toda esperanza; como los mártires y santos del NT y de nuestros días; yo también tengo que vivir con mi esperanza puesta en ti, y no en los medios o capacidades humanas de que disponga en un momento dado.

         Jesús, como quieres que sea santo, y que en medio de mis tareas ordinarias, y a base de luchar contra mis defectos, me identifique cada día más contigo, tú me darás las gracias necesarias. Esta firme esperanza en tu ayuda, me dará fuerzas para sobrellevar las dificultades con alegría, y contribuirá a robustecer mi voluntad.

Pablo Cardona

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         Las palabras de hoy del Señor anuncian una devastación incomparable, la del hermoso Templo de Jerusalén, reconstruido con tanto esfuerzo y del cual no quedará "piedra sobre piedra". Pero ¿qué quiere decir esto, sobre todo lo último? Que aún el acto más elemental de unir 2 bloques de piedra, que en teoría es tan fácil, tendrá que someterse al escrutinio devastador de aquel día, en que la verdad quedará al descubierto.

         Estas palabras, sin embargo, no son una invitación al pánico, porque Cristo nos quiere despiertos y capaces de discernir, y no ebrios de miedo (pues también esta ebriedad, como la del licor o la de las preocupaciones, hace incapaz de percibir los "signos de los tiempos").

         El Señor da por adelantado las señas precedentes, para que nadie lea desde el rasero de sus propios problemas, o desde su incapacidad psicológica de aguante, el lenguaje de Dios en la historia. Su palabra no depende del tamaño de nuestro miedo sino del tamaño de su designio, en el que se conjugan amor, sabiduría y poder.

         Es posible que el sosiego del templo nos engañe, y nos haga olvidar el torrente de violencia humana y de piedad divina que entran en juego cada vez que celebramos el Santo Sacrificio. El pan que comulgamos palpita de gracia, y la copa arde de amor.

Nelson Medina

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         Estamos en la semana final del año litúrgico, y por ello es normal que la palabras que se proclamen estos días nos remitan al término de esta historia, haciendo así que el ciclo litúrgico reproduzca, a escala anual, la totalidad de la historia, de la aventura humana y de los avatares cósmicos.

         ¿Qué sucederá en ese tiempo final? ¿O qué señales lo envolverán y lo precederán? No lo sabemos, porque los textos bíblicos no son descripciones y narraciones de un cronista, sino anticipaciones proféticas descritas en lenguaje simbólico.

         Se nos dice que serán tiempos recios y de prueba, se nos invita a mantener una esperanza firme y erguida ("alzad las cabezas: se acerca vuestra liberación") y se nos emplaza a mantener una fidelidad a toda prueba. Será como el último combate y el último estertor del mal, la última asechanza de la serpiente, el último coletazo del enemigo y de sus satélites. Y de ahí el empeño del mundo del mal, todas sus fuerzas y hostigando con la más penetrante insidia y el mayor frenesí.

         Pero no nos espantemos, porque Dios nos consolará, y acortará el tiempo de la prueba de sus elegidos. Como dice un refrán, "Dios aprieta, pero no ahoga". Por tanto, no tengamos miedo a esos poderes desencadenados contra nosotros, porque en realidad tienen los pies de barro y acabarán desplomándose. Ellos provocan estragos y dolores sin cuento, pero la guerra la tienen perdida.

Pablo Largo

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         Las palabras que Jesús pronuncia hoy nos introducen en su Discurso Escatológico, con el que Lucas (al igual que Mateo y Marcos) concluye la predicación de Jesús en Jerusalén. El comienzo alude a la destrucción del Templo de Jerusalén, que en la tradición profética ha sido considerado consecuencia de la ruptura de la Alianza por parte del pueblo judío (Ez 10, 18).

         Viene luego un mensaje de alerta sobre los signos que acompañarán el final. Hay algunos signos claramente engañosos, como la aparición de falsos mesías y la indicación precisa del tiempo. Frente a estos signos, el mensaje de Jesús es neto: "El fin no vendrá inmediatamente". De esta forma, Jesús frena cualquier tipo de fiebre apocalíptica que pudiera surgir entre sus seguidores.

         Las palabras relativas al destino que aguarda al templo sintetizan el material procedente de Marcos. Por otra parte, el Jesús de Lucas no está sentado en el Monte de los Olivos, frente al templo, sino que permanece dentro de él.

         La perícopa referida a los signos, antes del fin, establece un claro contraste entre lo que tiene que ocurrir primero y al final. De esta manera, a diferencia de Mateo, Lucas no se refiere al final del mundo, sino a la destrucción del Templo de Jerusalén.

         El final es un acontecimiento de gracia, un triunfo del Dios de la vida sobre todas las fuerzas de muerte. Los verdaderos signos son aquellos que nos ayudan a despertarnos, a tomar conciencia de la gracia del Señor entre nosotros y a disponernos a acogerla con alegría y confianza.

Severiano Blanco

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         El evangelio de hoy nos enseña a captar la caducidad de todo aquello que puede resultar bello en el mundo, porque todo pasa y las cosas que un día fueron ya no lo son, y lo que ahora nos admira llegará el día en que no dejará rastro. Lo único que permanece es Dios, que es lo único que no cambia ni muta.

         Ya la Carta a los Hebreos nos decía que "Cristo es el mismo de ayer, de hoy y de siempre". ¿Por qué, entonces, preocuparse por lo pasajero?

         Pongamos nuestra atención, y nuestra verdadera preocupación, en lo que es eterno y en lo que permanece. Por ello, el apóstol Pablo dirá que "el amor no pasa nunca". Esforcémonos en cultivar y hacer crecer el amor, porque esto es lo único que perdurará, y lo que nosotros dejaremos a las generaciones futuras.

Ernesto Caro

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         El texto del evangelio de hoy podemos entenderlo en varios sentidos, más o menos históricos y más o menos espirituales. En concreto, las palabras de Jesús ("no quedará piedra sobre piedra") pueden ser entendidas como referidas a:

-los muros y arquitectura del templo material de Jerusalén, pues por bellos que sean, llegará el día en que sean ruina histórica;
-los muros y arquitectura de nuestra sociedad, pues por bellos que sean, acabarán siendo ruinas de un mundo que pasó al olvido;
-los imperios del mundo, pues por muy poderosos que sean, serán abatidos por otros;
-nuestro propio cuerpo y arquitectura personal, pues por bellos que sean, acabarán siendo despojos que irán al polvo.

         Jesús reproduce hoy, desde su raíz, el proceso histórico de esplendor y de ruina, de templo dorado y de religión que sucumbe, por ciclo natural y por nuestras miserias. ¿Y al final? La crisis y la evaluación de nuestras conductas, con sobresaltos o con saltos de júbilo, según haya triunfado la fidelidad o la ingratitud.

Dominicos de Madrid

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         La condena que hace hoy Jesús del Templo de Jerusalén exige una intervención inmediata sobre él: la purificación profunda de toda religiosidad. El espacio sagrado no puede convertirse en un ámbito en que podamos refugiarnos de las consecuencias destructoras de la vida propia, ni de nuestros egoísmos.

         La presencia de Dios sólo puede quedar ligada a una vida dispuesta a aceptar su Palabra y a obrar en consecuencia. La destrucción del templo es un trágico ejemplar, por tanto, de las funestas consecuencias que acarrea el rechazo del mensaje divino.

         Pero la destrucción de nuestras falsas seguridades no debe proceder de un alarmismo nacido del miedo ante los acontecimientos que se nos vienen encima, ni tampoco de la futura y fulminante intervención de Dios al final de los tiempos.

         Es necesario que sepamos interpretar los acontecimientos de la historia en su justa dimensión, y no tomar cada uno de ellos como un anuncio infalible del fin del mundo. Por ello, Jesús nos pone en guardia, para que no confundamos 2 tipos de hechos que no pertenecen al mismo orden.

         El no dejarse engañar, confundiendo 2 tipos de realidades, cobra mayor importancia ante la presencia de las innúmeras revelaciones y predicciones que pretenden usurpar el nombre y la autoridad de Cristo, poor parte de esos falsos mesías cuya predicación ve en cada momento la realización del fin del mundo.

         Ante esos falsos mesías, es necesario recurrir a la advertencia de Jesús: mantener la tensión (hacia el final de los tiempos) y la serenidad (para vivir el presente en todo tiempo histórico).

Confederación Internacional Claretiana

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         Alguna gente dedica mucho tiempo y esfuerzo a descifrar cábalas acerca del fin del mundo, y de hecho las noticias aluden a suicidios masivos de fanáticos religiosos que creen que el mundo presente no tiene ningún valor, y está ante un fin inminente.

         Muchas personas se sintieron intensamente alborotadas cuando estuvo próximo el año 2000, por ejemplo, e incluso algunas sectas ofrecieron suicidios colectivos. También son muchos los que escudriñan torticeramente la Escritura con la esperanza de hallar ocultos indicios que permitan predecir el fin del mundo. Los más simplistas, hasta atribuyen este sentimiento al vertiginoso avance de la tecnología.

         Pero esta situación no es exclusiva de nuestra época. Una situación similar vivieron los contemporáneos de Jesús. La mayoría de los movimientos judíos populistas creían que el mundo se acercaba a su final, y para ellos era inminente una catástrofe universal. Muchos se hallaban agitados y presos de terrores soterrados, y el clima de zozobra se fue incrementando hasta llegar al paroxismo.

         Jesús se dio cuenta de esa situación de inquietud, y por eso nos lanzó una firme advertencia. Para él, lo importante no es la fecha en que el mundo haya de sucumbir, sino que lo importante es la finalidad de este mundo. ¿Para qué estamos aquí? ¿Qué podemos hacer? ¿Qué quiere Dios de nosotros? ¿Cuál es el destino de la humanidad?

         Para Jesús, los tiempos presente y futuro han de ser vistos con esperanza, porque son tiempos de salvación. Por eso hay que tomarse en serio el momento presente, e interpretarlo como una señal que Dios nos da para que hagamos de este mundo de muerte un mundo de vida. Para Jesús, el cambio es posible, aquí y ahora.

         Hoy vivimos una agitación parecida, inundados de visiones catastróficas que nos anuncian un futuro oscuro y terrible para todos los seres vivientes. Pero lo importante no es saber si todo eso sucederá o no, sino seguir preguntándonos cuál es la finalidad de este mundo y de la humanidad. ¿Cuál es la utopía? ¿Qué futuro podemos construir? ¿Qué quiere Dios de nosotros aquí y ahora?

         Las visiones apocalípticas se convirtieron en una pesadilla suicida a finales del II milenio. Sin embargo, para los cristianos significó una renovada oportunidad de suscitar el Reino en medio de la humanidad, comenzando por el esplendoroso jubileo del año 2000. Fue una ocasión especial para plantear una visión de futuro que superara el modelo tecnológico actual, y planteara el valor del ser humano como valor supremo.

         Este III milenio puede ser una catástrofe inevitable, efectivamente. Pero sobre todo si no nos comprometemos a tomar en serio el presente, ni a hacer de este mundo una casa donde quepan todos, incluida la naturaleza a la que tanto estamos haciendo sufrir.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         El evangelista nos sitúa hoy a Jesús en los aledaños del Templo de Jerusalén, una imponente edificación que muchos ponderaban por su belleza y grandiosidad, por la calidad de la piedra y por los exvotos (esos objetos que colgaban de las paredes, a modo de ofrendas presentadas a Dios en reconocimiento de los beneficios recibidos de él).

         Pues bien, oyendo Jesús semejantes comentarios, les dice: Esto que contempláis con tanta admiración, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra, pues todo será destruido.

         Pensemos en esas obras faraónicas de ingeniería que nos dejan boquiabiertos y que parecen desafiar al tiempo, o en los movimientos sísmicos y los huracanes. Pues bien, ni siquiera esas obras se salvarán de la destrucción, a pesar de su apariencia de moles indestructibles. ¿Y por qué? Porque nada de lo que hace el hombre es eterno.

         Pero volvamos al templo, del que según Jesús no quedará piedra sobre piedra. Según el calendario juliano, ese día llegó unos 40 años después de haberlo anunciado Jesús. En concreto, el año 70 d.C, cuando los ejércitos del emperador Tito entraron a saco en Jerusalén y redujeron su templo a ruinas. Aquello fue el final para muchos.

         Las palabras de Jesús, volviendo a su profecía sobre el templo, encontraron resonancia inmediata en todos los que las escucharon. Y tanto que, retrotrayéndose a los tiempos de expectación, le preguntan: Maestro, ¿cuándo va a ser eso? ¿Y cuál será la señal de que todo eso está para suceder? Esperaban con inquietud, por tanto, ese día, al igual que muchos esperan ansiosos los presagios de las grandes catástrofes.

         Jesús no les contesta la pregunta, y prefiere prevenirles frente al engaño de esos falsos profetas que vendrán usurpando su nombre y presentándose como Cristos que traen consigo el fin de los tiempos. Y por eso les dice: No vayáis tras ellos. Es decir, no les hagáis caso, porque el final no vendrá en seguida.

         Esto es lo que creían también algunos contemporáneos de San Pablo, un grupo de cristianos que, previendo la inminencia del fin de los tiempos, habían abandonado sus deberes laborales. De ahí la reprensión del apóstol, recordándoles que el que no trabaje, que no coma.

         No podemos convertir los anuncios escatológicos, siempre inciertos, en una excusa para el abandono y la haraganería. Porque el día llegará (¡quién lo duda!), pero nunca sabremos cuándo, y antes que eso sucederán muchas cosas, como todas las que suceden a lo largo de la historia.

         Porque ¿qué época no ha tenido guerras y revoluciones, o grandes terremotos, o epidemias y hambre, o espantos y signos en el cielo? ¿O es que creemos que nuestra época está a salvo de tales sucesos, porque ya no vivimos en la Edad Media?

         La Edad Media quedó atrás, pero no estos fenómenos que acompañan al ser humano, incluso al más evolucionado y técnico. Tampoco podemos dar por terminada la época de las persecuciones, a pesar del Edicto de Milán del 313 o de la Carta Magna de la Declaración de los Derechos Humanos de 1948, o de la ley de libertad de conciencia. Los cristianos seguimos teniendo hoy mártires en Pakistán, Nigeria y la India, y los seguiremos teniendo por todas partes.

         Ni unos sucesos ni otros pueden hacernos perder la esperanza, porque como dice el Señor, ni un cabello de vuestra cabeza perecerá (sin el consentimiento del Padre). Nada sucede sin que Dios lo permita, aunque sus designios nos resulten misteriosos o indescifrables. Con vuestra perseverancia, dirá en otro lugar Jesús, salvaréis vuestras vidas.

         De lo que se trata, en suma, es de salvar nuestras vidas, pero no a través de una salvación transitoria sino con una salvación definitiva. Y para ello hay que perseverar en la fe, en la caridad, en la oración y en el buen obrar, hasta el final de cada uno y hasta el final de los tiempos. Lo más probable es que no coincidan ambos finales. Por tanto, no hay motivos para inquietarse con ese día final, que seguramente no sea el nuestro.

         A nuestro propio final sí que estamos obligados a prestar atención, perseverando en la fe. Para ello es muy necesaria la Iglesia, sin la cual nuestra fe se vería desprotegida y correría el riesgo de perderse. E Iglesia somos todos los que pertenecemos a ella, y la sentimos como nuestra, hasta el punto de sentir como propios sus defectos y éxitos.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 26/11/24     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A