27 de Noviembre

Miércoles XXXIV Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 27 noviembre 2024

a) Ap 15, 1-4

         Asistimos hoy al estallido de la ira de Dios contra sus perseguidores. Y ésta es, según el vidente Juan, una señal "magnífica y sorprendente" (v.1), que culminará las acciones divinas contra los que le han rechazado. Por otra parte, un cántico de alabanza, de los que no han querido someterse a la bestia, celebra también la victoria divina, manifestada en las últimas 7 plagas y la destrucción de Roma.

         La liturgia celeste, descrita también hoy en una intensa panorámica, se inspira en el Cántico de Moisés (entonado tras el paso del Mar Rojo), y en ella los "resplandores rojizos" (del fuego del altar) y la "bóveda de vidrio" (que separa cielo y tierra) marcan los ritmos de una escenografía espectacular.

         La escena presenta una serie de correspondencias entre la figura de Moisés y la del Cordero, ambos guías de Israel (el Israel antiguo y el Israel nuevo) y ambos salvadores de los opresores (del faraón y de la bestia).

         Por otra parte, la potencia del Señor es glorificada por la alabanza de los elegidos, y porque todos los pueblos reconocen al Señor como el único que merece ser adorado. El breve texto del himno resume 3 citas fundamentales del AT, sobre la actuación del Dios todopoderoso: él se manifiesta tal como es, él es salvador y fiel, él protege a los que lo aman e invocan.

Armand Puig

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         Nos dice hoy Juan que vio "un mar de cristal mezclado de fuego, y junto a él a los que habían triunfado de la bestia, llevando las cítaras de Dios y cantando". Como se ve, el lenguaje está cifrado, y para entender su significado tenemos que acudir al Éxodo (Ex 14-15), porque el mensaje está aludiendo directamente a la 1ª Pascua de los hebreos, cuando éstos escaparon de los egipcios y atravesaron el Mar Rojo, y "de pie a la orilla del mar entonaron un cántico de acción de gracias".

         En el pasaje apocalíptico de hoy, Juan ve a los cristianos (nuevo pueblo de Dios) que han vencido a la bestia, tras haber salvado el obstáculo del mar (de este mundo) y tras su largo éxodo de dolor y persecución, entonando alegres un cántico eucarístico. Se trata del fin del mundo y de la historia, que volverá a ser una suprema fiesta de Pascua, mucho mayor que aquella tenida a orillas del Mar Rojo. ¡Al fin libres! ¡Al fin, salvados para siempre!

         Quiero contemplar, Señor, a esa humanidad llegada al termino de su larga marcha, a esa humanidad que ha vencido a la bestia, a esa humanidad que canta. Gracias, Señor, por darnos estas perspectivas de esperanza. Porque todos ellos son "aquellos que han vencido a la bestia, su imagen, y la cifra de su nombre".

         El conjunto de comentaristas está de acuerdo en que la bestia simboliza al Imperio Romano (perseguidor e idólatra), y por extensión a todos los Imperios del Mundo. El mismo Juan sugirió esta significación, al decir que "las siete cabezas de la bestia representan siete colinas" (Ap 17, 18). Todo el mundo sabe que Roma está construida sobre 7 colinas, e incluso se ha identificado a la bestia con el mismo Nerón.

         Estas precisiones nos son útiles para percatarnos del contexto verdaderamente dramático en que se escribió el Apocalipsis. De hecho, por ese motivo todo su mensaje está cifrado, porque el texto era peligroso y debía circular clandestinamente entre gente acosada por la policía imperial. Y fue escrito para iniciados, y los que realmente conocían completamente la Biblia. Y es que los estados, y los jefes del gobierno, y todos los políticos (de ayer y de hoy), están implicados directamente en este gran desarrollo histórico, y en este gigante combate de la fe.

         Volviendo al texto, nos dice Juan que los salvados cantaban el Cántico de Moisés y el Cántico del Cordero: "Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios todopoderoso, rey de las naciones". Se trata de la acción de gracias de los salvados, de los que han escapado al gran peligro. Y de esta manera invitaba el apóstol Juan a los cristianos a dar gracias a Dios, mientras eran echados a las fieras como alimento, por parte de Domiciano.

         El triunfo de los elegidos sobre la bestia política no es un triunfo aparente y lejano, sino real y aquí presente, aunque parezca lo contrario. Porque gracias a su esfuerzo y perseverancia, los cristianos siguen en pie, mientras los emperadores se van muriendo. En este sentido se entiende que Dios haya dejado que sus mártires fuesen exterminados, porque "esa sangre martirial fue semilla de nuevos cristianos", como bien dijo Tertuliano.

         "Justos y verdaderos son tus caminos, Señor. Porque sólo tú eres santo, y todas las naciones vendrán y se postrarán ante ti". Señor, danos esta fe y esta esperanza. Y a pesar de no ver todavía la realización efectiva de ese gran designio, sigue trabajando tú en él. Ha comenzado para tu pueblo la salvación, y avanzamos hacia la meta desde ya mismo, siguiendo tus caminos. Todas las naciones están en marcha hacia ti, Señor, quieran o no.

Noel Quesson

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         Juan ve hoy un mar de vidrio veteado de fuego, y a los que habían vencido a la bestia, cantando: "Grandes y admirables son tu obras, Señor, Dios soberano. Justos y verdaderos son tus caminos".

         Se trata de los bienaventurados que siguen a Dios, y que comprenden que a Dios no se le puede manejar. Se trata de los que descubren la enseñanza que Dios les trae a cada momento, de los que conocen las leyes de su existencia, de los que llegan a las causas de las cosas, y de los que con esfuerzo inician nuevos caminos de acercamiento a Dios.

         Si te sientes dispuesto a vencer el mal de la bestia, con el bien del Cordero, éste será tu cántico nuevo. El Señor te dará a conocer su victoria, y regirá tu mundo con justicia y rectitud.

         Pero antes de todo esto, recuerda que con tu perseverancia salvarás tu alma. Porque en la cultura del texto de hoy no está bien vista otra perseverancia que no sea la del máximo esfuerzo. En este mundo de enlaces subterráneos y de túneles, lo que importa es excavar en la profundidad de la dificultad, porque en esa perseverancia encontraremos a Dios.

Javier Soteras

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         Los mártires de la Iglesia son aquellos que han visto y experimentado ese "mar de vidrio y de fuego" de la que habla hoy el libro del Apocalipsis. La contemplación de tal "mar de vidrio" está reservada a quienes han permanecido fieles en la tribulación del fuego, pero yo me pregunto: ¿Será también éste el mar reservado a quienes nos ha tocado el martirio de la vida diaria? Pienso que sí.

         Mar significa inmensidad, y mira que es inabarcable la sensación que se tiene cuando estás en el fondo del mar. "Mar de vidrio" significa cuidar con pinzas la gracia, para no acabar siendo unos desgraciados. Porque el vidrio se rompe a las primeras de cambio.

         Los mártires del Apocalipsis sabían que jugaban la última partida, y que muy pronto les esperaba el "mar de fuego". Pero los mártires de la vida diaria no vemos que esto vaya a suceder muy pronto, y por eso sucumbimos fácilmente al "mañana te abriremos". Por eso nuestro mar no es de fuego sino un "mar de vidrio", porque puede, igualmente que el fuego, romper nuestra voluntad.

         Toma tú, Señor, posesión del tiempo de nuestra vida, para que lo respetemos y en él demos gloria a tu nombre. Tú sólo eres el Santo, y por eso daremos gloria a tu nombre, porque "grandes y admirables son tus obras". Tú que "riges el orbe con justicia, y los pueblos con rectitud", haznos partícipes de tu sabiduría, para que nuestro martirio cotidiano obtenga la belleza que tú mereces.

Miguel Angel Niño

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         La palabra de Dios hay que asumirla en su totalidad, y por eso es necesario comprender bien la lectura de hoy del Apocalipsis, que afirma que los vencidos vencerán a la bestia. Es decir, que el poder que nos amenaza no es eterno, y que su derrota estará en lo que aparenta ser su victoria. Esa es la paradoja.

         La muerte del mártir (del vencido), así, se convierte en vida y triunfo. Porque la bestia es derrotada en cada mártir que genera, y porque la luz de estos testigos brilla todavía más cuando han dado su último gesto de amor, y porque el mensaje de estos hermanos, a su muerte, se hace más creíble y esperanzador. La bestia, la asesina, es vencida cuando cree que ha vencido. Porque la bestia puede asesinar pero no acabar con la vida, y porque la vida es capaz de engendrar más vida aún cuando está muriendo.

         Por eso sigue siendo válido seguir a Cristo. Porque la vida triunfa sobre la muerte, y porque esta bestia demuestra, con su mismo acto de matar, que está vencida. Y aunque quiera hacer callar a algunos, otros miles se levantan con las mismas palabras del caído, en miles de voces nuevas. Y ese canto, el canto de los vencedores, será el Cántico al Cordero, y el cántico de los que saben que no hay nada por encima del poder de Dios.

Gonzalo Fernández

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         Tres grandes epopeyas se entrelazan en las lecturas de hoy: la pascua de los hebreos, la pascua del Cordero y la pascua de los que vencieron a la bestia. Tres momentos de una gran victoria, la de Dios en favor de su pueblo.

         Hay en todo esto un arco de luz, si se me permite la expresión, que va desde Moisés hasta el Cordero degollado, y desde Jesucristo hasta la gloria del fin del mundo, manifiesta a todos los pueblos. Cada pequeña victoria nuestra se inscribe en ese arco, y por eso somos importantes, porque podemos ser protagonistas de una gesta maravillosa: la de derrotar a la bestia. Vamos a cantar y a hacer realidad la victoria de Jesucristo.

         Ahora bien, hay que saber cómo enfrentarse a la bestia, a través de lo que hoy nos dice Juan: la bestia pierde terreno cuando cree que lo está ganando. Se trata de la ley de la cruz, que hasta el mismo Señor experimentó. Y allí donde el demonio pretendía estar venciendo, estaba siendo vencido. La oposición de los poderes de este mundo es lo que no da la victoria, y lo inteligente (la inteligencia de Dios; 1Cor 2, 16) es aprovechar cada herida como un nuevo anuncio, y cada persecución como un nuevo camino que se abre en el mundo.

Nelson Medina

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         Se repite hoy en la visión del Apocalipsis el éxodo de Moisés y los suyos, en esta ocasión con el nuevo pueblo de Dios (el cristiano) y su caudillo (Jesucristo). Y en ella se dice que, junto al mar de fuego, "los que han vencido a la bestia" entonan cantos acompañados de sus liras. Se trata del himno que cada semana rezamos en Vísperas: "Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios soberano de todo".

         No es de extrañar que el salmo responsorial de hoy sea también eufórico: "Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas, el Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia". Y eso junto al estribillo del Apocalipsis: "Grandes y maravillosas son tus obras".

         A los cristianos que estaban en aquella situación dramática del s. I, perseguidos por el emperador romano, el vidente de Patmos les quiere convencer de que la victoria es segura, y de que el Cordero y sus seguidores, aunque tengan que pasar por mil penalidades, van a terminar cantando himnos victoriosos y pascuales.

         A los cristianos del s. I, y a los que vivimos en el s. XXI, porque todos sabemos de fatigas y dificultades, todos necesitamos palabras de ánimo. Cuando cantemos este himno en Vísperas, hagámoslo en voz alta (además de afinada) y a pleno pulmón, expresando nuestra alegría y ahogando nuestra rutina, por haber sido incorporados al triunfo de Cristo contra el mal.

         No nos tocará a nosotros vivir la escalofriante escenografía apocalíptica de hoy, pero sí su contenido y su mensaje. Y esto nos tiene que hacer dirigir una mirada esperanzada hacia la historia del mundo de hoy, porque la lucha sigue estando presente.

José Aldazábal

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         Continúa hoy el Apocalipsis con la imagen del furor de Dios, a la que se llama "señal grande y maravillosa" por cuanto hace justicia. Una imagen (la del furor divino) que contrasta la imagen de quienes habían triunfado sobre la bestia, sobre su imagen y sobre la "cifra de su nombre", que se dedican a cantar el Cántico de Moisés y el Cántico del Cordero.

         El Cántico de Moisés, al igual que el Cántico de Mariam (su hermana), exaltaban el poder liberador de Dios, que los había liberado de las manos de los egipcios, de la esclavitud y de la cobardía, para poder ir en busca de la libertad y de la sociedad que ellos quisiesen establecer.

         En cuanto al Cántico del Cordero, el coro de personas que lo cantan es el que ha vivido la justicia, el que ha proclamado las obras de Dios, y el que ha dado testimonio de que "la justicia de Dios es grande y maravillosa, por cuanto sus caminos son justos y verdaderos, y sus designios han quedado de manifiesto" (v.4). Es decir, se han mantenido fieles a los designios de Dios, desde la creación del mundo, pasando por el éxodo, y hasta llegar a la cruz redentora de Jesucristo.

         El salmo responsorial de hoy nos invita a unirnos al cántico nuevo de los justos, proclamando que "Dios revela a las naciones su justicia", y que "regirá al orbe con justicia, y a los pueblos con rectitud". Se habrá acabado entonces para siempre la persecución contra los seguidores del Cordero, y toda injusticia habrá sido consumida por el furor de Dios (v.1).

Dominicos de Madrid

b) Lc 21, 12-19

         En su Discurso Escatológico, Jesús sigue hablando hoy del tiempo presente entre su resurrección y su parusía. Ya habló de los dolores de la historia, de los falsos mesías, de las guerras y de los desastres cósmicos, y de todos ellos nos dijo que no debíamos alarmarnos, pues "todavía no es el fin".

         En el pasaje de hoy, Jesús ya no habla de los dolores de la historia en general, sino de los sufrimientos de la comunidad cristiana. En el v. 12 dice "antes de todo esto", designando con el antes no un momento cronológico y con esto lo que si van a sufrir. Es decir, lo que está antes de esos dolores globales.

         El orden de cosas ofrecido por Lucas, respecto de lo dicho por Jesús, es un resumen de los Hechos de los Apóstoles. Primero se predice la cárcel y la persecución, y después se distingue entre los poderes judíos ("sinagogas") y los poderes romanos ("reyes y gobernadores"), ante los cuales serán llevados los cristianos por causa de Cristo. En la vida de San Pablo se dan, de forma específica, esas 2 instancias.

         El centro del pasaje, de los más hermosos de Jesús, se refiere al testimonio. Los discípulos serán perseguidos y entregados a los poderes judíos y romanos no a causa del testimonio, sino para que den testimonio ("así, daréis testimonio"). Es el momento del testimonio (en griego, martirion), en que los testigos son los mártires. Y aquí viene una recomendación extraordinaria de Jesús, muy significativa: "Proponeos no ensayar vuestra defensa, pues yo os daré una boca y sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir vuestros adversarios".

         Ya en los vv. 11-12 teníamos una recomendación semejante: "Cuando os lleven a las sinagogas, ante los magistrados y las autoridades, no os preocupéis de cómo o con qué os defenderéis, o qué diréis, porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel mismo momento lo que conviene decir".

         Estos textos debieron ser extremadamente importantes para los cristianos del período apostólico, tal como se describe en los Hechos de los Apóstoles. Pero son también importantes para nosotros hoy.

         En los vv. 16-19 describe Jesús cómo la división y la persecución llegará a los círculos de los amigos y hasta la misma familia, cayendo sobre los discípulos la muerte y el odio de todos ellos. Pero otra vez llega la palabra de ánimo y esperanza de Jesús: "No perderéis ni un pelo de la cabeza, y con la resistencia salvaréis la vida". La palabra hupomoné tiene varias traducciones, tanto la de resistencia (la más contextualizada) como la de perseverancia o tenacidad. La traducción que en ocasiones se ofrece, de paciencia, es falsa.

Juan Mateos

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         Las persecuciones de las que habla hoy Jesús, y de las que serán objeto los discípulos, deben ser consecuencia de una actuación inspirada por el Espíritu Santo. Para poder aplicar este criterio, y discernir el futuro (o el pasado, en nuestro caso), Jesús nos depara un argumento inestimable: "Meteos en la cabeza (lit. "en vuestros corazones", por ser corazón el equivalente de mente en nuestra cultura) que no tenéis que preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras tan acertadas (lit. "una boca y una sabiduría") que ninguno de vuestros adversarios podrá haceros frente o contradeciros" (vv.14-15).

         La puntualización que hace referencia a la apología (lit. defensa propia) es típica de Lucas, y no se encuentra en el pasaje paralelo de Marcos (Mc 13, 11), aparte de ser la 2ª vez que la formula (vv.11-12). La razón de esta precisión terminológica la hallamos en el libro de los Hechos, en la que Lucas ofrece un criterio válido para emitir un juicio ecuánime sobre los múltiples intentos apologéticos de Pablo, ante los tribunales religiosos y civiles de Jerusalén y Cesarea, todos ellos en vano (Hch 22,1; 24,10; 25,8.16; 26,1.2.24).

         Pero la enseñanza no se detiene aquí. También nosotros podemos aplicar este criterio a presuntas persecuciones de que es objeto la Iglesia o determinadas personalidades eclesiásticas en nuestros días. Si se hace apologética, además de ser ineficaz y estéril, podría muy bien ser un signo de que no contar con el Espíritu Santo ni con la profecía, como sucedió a Pablo.

         Tan eficaces pretendemos ser, sirviéndonos de los medios de comunicación y de las técnicas modernas, que poco hemos avanzado (si no retrocedido) a la hora de servirnos de los medios (mucho más adecuados) que nos proporciona el Espíritu.

         La fuerza de Dios está en el interior del hombre, y lo que a nosotros nos toca es prestarle la expresión, para que esa fuerza sea la que hable por nuestra boca, y piense con nuestra cabeza. Que eso funciona, Lucas lo dejará entrever en el caso de Esteban (el modelo de discípulo), ante el cual sus adversarios "no podían hacer frente al espíritu y a la sabiduría con que hablaba" (Hch 6, 10). Por esto tuvieron que hacerlo callar por la fuerza de las piedras.

Josep Rius

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         Ningún político de la actualidad podría animarse a proponer la persecución como resultado de su triunfo electoral. Ni tampoco ningún líder prometería la muerte y la separación familiar a sus seguidores. Sin embargo, éste es el discurso de Jesús, que prevé la cárcel, la persecución, y la excomunión, a quienes lleven su nombre.

         Además, todos estos males no provendrán de desconocidos, sino de los propios familiares, vecinos y amigos, que serán quienes los entreguen al poder enemigo. No, decididamente Jesús no sería hoy un buen político, ni podría dirigir ninguna secta religiosa.

         Pero lo bueno de esta promesa es que Jesús no ha mentido, porque quienes han optado por su mensaje han sufrido todas esas cosas. En definitiva, sabían de antemano lo que les sobrevendría, como consecuencia de sus opciones. Y por eso no se sintieron traicionados, sino alentados y animados por Jesús. Tampoco se sintieron desahuciados por su expulsión de sus grupos religiosos, sino que captaron que en todos esos grupos estaba acechando el mal y la envidia.

         Incluso hay que afirmar que, cuando la predicación del evangelio no molesta a ningún sector, será porque se ha hecho parte de esos sectores, o ha perdido su fuerza. Quienes siguen a Cristo han optado por el no-poder, y eso molesta al poder. Han optado por el no-confort, y eso molesta a los acomodados. Han optado por la vida, y eso molesta a la cultura de la muerte. Los cristianos, así, serán traicionados en todas partes, así como encarcelados, difamados, expulsados, torturados y asesinados.

Fernando Camacho

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         "Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas", nos dice hoy Jesús, invitándonos con ello a la perseverancia, a vivir con tensión, a hacer la guerra a la vulgaridad y a no perder nuestra identidad. La palabra de Dios nos pide ser quien somos y como somos, para que en la dificultad no desfallezcamos. Oigamos a Jesús:

"Os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y cárceles y llevándoos ante reyes y gobernadores por mi nombre. Pero esto sucederá para que deis testimonio. Proponed en vuestro corazón, pues, no preparar la defensa, porque yo os daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios".

         Estos son los bienaventurados, que siguen a Dios y comprenden que a Dios no se le puede manejar. Son los bienaventurados que descubren la enseñanza que la vida les trae a cada momento y la hacen suya, y después la reparten sin quedarse nada para sí. Son los bienaventurados que conocen las leyes de la existencia y las hacen suyas. Son los bienaventurados que llegan a las causas de las cosas, y que con esfuerzo inician nuevos caminos de comprensión y abren nuevas ventanas hacia la verdad.

         Si te sientes dispuesto a vencer el mal de hoy con el bien, éste será tu cántico nuevo. El Señor te dará a conocer su victoria y regirá tu mundo con justicia y rectitud.

         Pero antes de todo esto, recuerda que con tu perseverancia salvarás tu alma. En la cultura del fragmento no está bien vista otra perseverancia que no sea la del máximo beneficio, en la que lo gratuito, o lo solidario, o la entrega a largo plazo, no estará bien vista para la mayoría. Sin embargo, ésa es la solidez de la propia vida, y lo que importa en este mundo de enlaces subterráneos, de túneles, es excavar en la profundidad y aguantar ante la dificultad, para perseverar en la propia verdad.

Miguel Angel Niño

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         Cuando un día el obispo, además de darnos una cachetada, nos ungió la frente con el óleo de la confirmación, no cumplió con una especie de rito necesario para que luego pudiésemos acceder a los demás sacramentos, especialmente al matrimonio. Sino que fuimos confirmados en la fe, y quedamos constituidos testigos de Cristo en el mundo. Llegamos así a la madurez de nuestra entrega al Señor, y ¿qué mejor testimonio que el martirio por Cristo?

         Pero atendamos a las entrañas de amor de Cristo, porque nuestro Dios no es un Dios que se goza viéndonos sufrir, o queriendo que suframos simplemente porque sí. Además, seguir a Cristo no implica vivir de tormentos toda la vida, ni amarlo consistirá en dejarno golpear toda nuestra existencia.

         Cuando Cristo nos previene de las persecuciones, lo únicamente que está siendo es realista con nosotros, así como dándonos un voto de confianza, a forma de decir: Vosotros me habéis amado, pero sabed que vuestros hermanos del mundo no siempre actuarán movidos por el amor, sino que os harán sufrir. No obstante, confiad, pues "yo he vencido al mundo".

         No se trata de palabras, pues, que hayamos de temer, sino consejos de amor y gran esperanza. Es el peso del amor, frente a ese egoísmo que está tan difundido en nuestro mundo. Como cristianos, estamos llamados a amar y a vencer con amor al egoísmo.

         Aunque tengamos mil problemas, siempre tendremos de nuestra parte la confianza de Cristo, y de haber obtenido la victoria. De hecho, ¡ya hemos vencido!, porque él nos ha amado primero y nos ha prometido que no nos abandonará. ¿No es cierto que es esto es, entonces, un gozo, al poder dar testimonio por Alguien que nos ha amado de verdad?

Clemente González

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         En el pasaje evangélico de hoy, el Señor nos anuncia que en el mundo tendremos grandes tribulaciones. Pero también nos anuncia que a él le ha pasado lo mismo, y ha vencido al mundo. En efecto, en este caminar por la vida vamos a sufrir pruebas diversas, unas grandes y otras de menor relieve, y en todas ellas el alma ha de salir más fortalecida, con la ayuda de la gracia.

         Estas contradicciones vendrán de fuera, y se mostrarán en ataques directos o velados, por parte de quienes no comprenden la vocación cristiana. O pueden venir de las dificultades económicas y familiares, e incluso llegar en forma de enfermedad, desaliento o cansancio.

         La paciencia será necesaria para perseverar y estar alegres, por encima de cualquier circunstancia. Y esto será algo posible, porque tenemos la mirada puesta en Cristo y él nos alienta a seguir adelante, sin fijarnos demasiado en eso que quiere quitarnos la paz. Sabemos que, en todas las situaciones, la victoria está de nuestra parte.

         La paciencia no es mera pasividad ante el sufrimiento, ni un no reaccionar, ni un simple aguantarse. Sino que es parte de la virtud de la fortaleza, y lleva a aceptar con serenidad el dolor y las pruebas de la vida, grandes o pequeñas, como venidas del amor de Dios. Entonces se identificará nuestra voluntad con la del Señor, y eso nos permitirá mantener la fidelidad y la alegría en medio de las pruebas.

         Son diversos los campos en los que debemos ejercitar la paciencia. En 1º lugar, con nosotros mismos, puesto que es fácil desalentarse ante los propios defectos. En 2º lugar, con quienes nos relacionamos, sobre todo si hemos de ayudarles en su formación o enfermedad. Y en 3º lugar, con aquellos acontecimientos que nos son contrarios, porque ahí nos espera el Señor.

         Para el apostolado, la paciencia es absolutamente imprescindible. El Señor quiere que tengamos la calma del sembrador que echa la semilla sobre el terreno que se ha preparado previamente, y sigue los ritmos de las estaciones. El Señor nos ha dado ejemplo de una paciencia indecible.

         La paciencia va de la mano de la humildad y de la caridad, y cuenta con las limitaciones propias y las de los demás. Las almas tienen sus ritmos de tiempo, su hora, e incluso la caridad ha de "adaptarse a todo, creerlo todo, todo esperarlo y todo soportarlo", como nos enseña San Pablo (1Cor 13, 7). Si tenemos paciencia, seremos fieles, salvaremos nuestra alma y también la de muchos que Dios pone constantemente en nuestro camino.

Francisco Fernández

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         En su exhortación de hoy, el Señor nos invita a permanecer firmes en el testimonio de nuestra fe, aceptando con amor todas las consecuencias que nos vengan por confesarnos hijos en el Hijo. Y nos invita a perseverar sin claudicar de nuestro compromiso con Cristo, cuando la persecución arrecie. Eso sí, también nos promete que, si nos mantenemos firmes, conseguiremos la vida, pareciéndonos escuchar aquellas palabras de Jesús:

"Bienaventurados seréis cuando os injurien y os persigan, y digan contra vosotros toda clase de calumnias por causa mía. Alegraos y regocijaos, porque será grande vuestra recompensa en los cielos. Pues así persiguieron a los profetas que vivieron antes que vosotros".

         Cuando los israelitas fueron al destierro, el Señor les habló por medio de uno de sus profetas diciéndoles: El Señor os ha traído aquí para que, por medio vuestro, los paganos conozcan al Señor. Ya en el evangelio, el Señor nos dice que "cuando seáis llevados a los tribunales, dejadme hablar a mí por medio de vosotros, pues con esto daréis testimonio de mí".

         Dejemos que el Espíritu Santo hable por medio nuestro, y no queramos hacerlo nosotros mismos, a través de la erudición humana. Lo que salva no son nuestras palabras, sino la palabra que Dios sigue pronunciando día a día por medio de su Iglesia.

         Por eso debemos aprender a estar a los pies del Maestro, para que cuando vayamos a proclamar su nombre, podamos decir como los auténticos profetas: "Esto dice el Señor", en lugar de decir lo que dice determinado autor humano, por muy eruditas que sean sus palabras.

         Cuando Dios hable, nadie podrá resistir a esas palabras, que él pronuncia por medio nuestro. Entonces, el malvado podrá quizás volver al Señor, y el reino del Maligno habrá llegado a su fin.

         En torno a Cristo, él pronuncia su Palabra sobre nosotros, y su Espíritu Santo nos la hace comprender. La Iglesia, unida a su Señor, se convierte así en una Palabra viva, en el evangelio viviente del Padre para todos los hombres. El Señor nos instruye con su Palabra y con su ejemplo, para que vayamos nosotros también a proclamar su evangelio "no sólo con los labios", sino con la vida que se entrega para que los demás encuentren al Señor, unan su vida a él, participen de sus dones y se salven.

         Cristo entrega su vida "para que nosotros tengamos vida". Él fue odiado y perseguido, hasta dar finalmente su vida. Ése es el camino que debemos afrontar nosotros, tras unirnos a él en la oración, en la participación de su cuerpo (que "se entrega por nosotros") y de su sangre (que "se derrama por nosotros"), para que vayamos y hagamos nosotros lo mismo. La misión esta dada, y los signos de esa misión también: nosotros mismos, en medio del mundo y al paso de la historia.

José A. Martínez

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         Ponemos hoy nuestra atención en esa sentencia breve e incisiva de nuestro Señor, que se clava en el alma y que, al herirla, nos hace pensar: ¿Por qué es tan importante la perseverancia? ¿Por qué Jesús hace depender la salvación del ejercicio de esta virtud?

         Lo responde el mismo Jesús: "Porque el discípulo no más que el Maestro", y por eso "seréis odiados de todos por causa de mi nombre"; v.17). Si el Señor fue signo de contradicción, necesariamente lo seremos sus discípulos. El reino de Dios "lo arrebatarán los que se hacen violencia", los que luchan contra los enemigos del alma, los que pelean con bravura esa "bellísima guerra de paz y de amor" (como decía San José María Escrivá) en que consiste la vida cristiana.

         No hay rosas sin espinas, y no es el camino hacia el cielo un sendero sin dificultades. De ahí que, sin la virtud cardinal de la fortaleza, nuestras buenas intenciones terminarían siendo estériles. La perseverancia forma parte de la fortaleza, y nos empuja a tener las fuerzas suficientes para sobrellevar con alegría las contradicciones.

         La perseverancia fue ejercitada en sumo grado sumo por Jesús en la cruz, y por eso confiere libertad, al otorgar la posesión de sí mismo mediante el amor. La promesa de Cristo es indefectible: "Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas" (v.19), y esto es así porque lo que nos salva es la cruz. Es la fuerza del amor lo que nos da a cada uno la paciente y gozosa aceptación de la voluntad de Dios, cuando ésta (como sucede en la cruz) contraría en un 1º momento a nuestra pobre voluntad humana.

         Pero esto es sólo en un 1º momento, porque después se libera la desbordante energía de la perseverancia, que nos lleva a comprender la difícil ciencia de la cruz. Por eso, la perseverancia engendra paciencia, que va mucho más allá de la simple resignación (más aún, nada tiene que ver con actitudes estoicas). La paciencia contribuye decisivamente a entender que la cruz, mucho antes que dolor, es esencialmente amor.

Manuel Cociña

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         Las palabras de hoy de Jesús en el evangelio son un antídoto contra cualquier tentación de triunfalismo fácil. Y nos viene a decir que, si bien Dios es el soberano de la historia, y su Reino es de justicia, "antes de todo esto os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y cárceles y llevándoos ante reyes y gobernadores por mi nombre". No se trata, pues, de un triunfo fácil, sino de una esperanza difícil, que requiere la resistencia de los santos.

         Aquí, al igual que en el pasaje de Mateo ("yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo"; Mt 28,20), afirma Jesús que no nos dejará solos, sino que "nos dará el Espíritu de la verdad" (Jn 16, 13) y una elocuencia del corazón, y una sabiduría tal, que no podrá ser vencida por nuestros adversarios.

         Además, estas persecuciones tienen un sentido: "Para que deis testimonio". Es lo que hizo hace 500 años San Antonio Valdivieso, el obispo mártir San Romero en Nicaragua o San Juan Gerardi en Guatemala, lo mismo que tantos hombres y mujeres que, con su perseverancia, salvaron sus almas (v.19) y contribuyeron a hacer, con Dios, "un cielo nuevo y una tierra nueva".

         Es lo que nos presenta Jesús en el evangelio de hoy: "Os harán comparecer ante reyes y gobernantes por causa mía, y así tendréis ocasión de dar testimonio" (vv.12-13). Como nacidos de la cruz, no podemos esperar sino persecución. Pero como nacidos de la pascua, no podemos esperar sino nuevas victorias.

Nelson Medina

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         Jesús nos muestra hoy cómo el ser discípulos suyos no es un camino fácil ni agradable. No nos equivoquemos, por tanto, porque nuestra recompensa no tendrá lugar en la tierra sino en el cielo. Sólo necesitamos mirar a tantos y tantos hermanos que ya han pasado por lo que Cristo nos anunció (encarcelamientos, persecuciones, martirios...), o por esas situaciones no tan lejanas en el tiempo que han bañado nuestro pueblo con la sangre de los mártires (en el s. XX, hasta el 65% del total de 70 millones de mártires cristianos a lo largo de la historia). 

         "Seréis odiados por todos a causa de mi nombre" nos dice el Señor. Odio, traición, soledad... Estos, y otros más, son los recursos que el Maligno utiliza ante el triunfo que ya nos ha alcanzado el Señor. Es así de sencillo, y debemos confiar en Cristo y estar preparados, pues "a fuerza de constancia salvaremos nuestras vidas".

         Sólo el Señor puede darnos la gracia de mantenernos firmes en la fe ante las contrariedades de la vida, y por eso nosotros hemos de estar preparados para recibirlas, sobrenaturalizarlas y mediatizarlas (como una escalera hacia el cielo, escalera que se identifica con la cruz).

         En 1º lugar, hay que esperar todo de Dios, saber que la fuerza viene de él, confiar ciegamente en él y desconfiar de nosotros y de nuestras capacidades, pues todos estos son dones recibidos. ¡Pobre aquel que espera vivir sin dificultades, imprevistos, sin dolor o sin sufrimiento! Sobre todo porque aún no hemos alcanzado el cielo, y seguimos desterrados.

         En 2º lugar, hay que permitir a Dios (pues nuestra libertad nos juega a menudo malas pasadas) que derrame su gracia sobre nosotros, pues él siempre está esperando nuestra respuesta afirmativa (el "sí quiero, Señor").

         Esta disposición cristiana debe estar fundada en el amor, y en la responsabilidad por adquirir e imitar las virtudes del corazón de Cristo, porque sólo Jesús puede ser el agua que sacie nuestra sed, o el bálsamo que cure nuestras heridas espirituales, o el vino que embriague nuestro amor. Sólo él puede revestirnos de "un lenguaje y sabiduría que no podrán contradecir ninguno de nuestros adversarios".

         Ante cada dificultad en el camino, ojalá veamos las huellas del Maestro, que va por delante y que, como buen Maestro, ya ha experimentado en su propia persona, todo lo que tengamos que padecer nosotros. "Confiad, yo he vencido al mundo".

Juan Gralla

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         Decíamos ayer que los textos bíblicos que propone la liturgia de estos días no son descripciones ante litteram de lo que va a suceder en el tiempo final, sino que lo que se hace es proyectar hacia el futuro experiencias dramáticas de nuestro presente. Todo lo que refiere Jesús ya se ha producido, y se sigue produciendo, y se seguirá produciendo, incluyendo la traición y la delación de los familiares más cercanos.

         Es lo que ya nos decía el salmista: "Si mi enemigo me injuriase, lo aguantaría; y si mi adversario se alzase contra mí, me escondería de él. Pero tú eres mi compañero, mi amigo y confidente, a quien me unía una dulce intimidad" (Sal 55). De este manera, "me he vuelto un extranjero para mis hermanos, un extraño para los hijos de mi madre" (Sal 69).

         Esto es lo que vivió Jesús, y lo que se repitió no pocas veces en el pasado, como estrategia propia de los regímenes de terror, basada en transformar la mirada amiga en un mirada espía, y el oído del confidente en oído de un delator.

         Ante todo esto, nuestra actitud no debe ser la de devolver golpe por golpe (pues "ni un cabello de vuestra cabeza perecerá"), sino la de "dar testimonio", ante el cual Jesucristo nos dará "palabras y sabiduría". Me viene a la mente la palabra del profeta: "Maldito el hombre que pone su confianza en el hombre, y no confía en el Señor".

Pablo Largo

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         Tras hablar de los signos espantosos de persecución que acompañarán el fin del mundo, el evangelio de hoy se refiere a la causa de dicha persecución: "a causa de mi nombre". Y nos lanza un mensaje claro: frente a la persecución, "no prepararéis vuestra defensa". ¿Por qué? Porque Jesús mismo protegerá a su Iglesia, si ésta se mantiene firme. De esta manera, tendrá ocasión de "dar testimonio".

         La persecución "por causa de Jesús" es un signo evangélico que anticipa la llegada del Señor. Lo leímos en el evangelio del día de Todos los Santos: "Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan, y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo".

         Jesús completa el texto que leíamos ayer, y nos viene a decir que no sólo destruirá el templo, sino que esa destrucción llevará consigo a los discípulos, los cuales serán "atacados, perseguidos y entregados a los tribunales". Se dice que hoy no es tiempo de mártires, pero tan sólo en el s. XX tuvimos 45 millones de mártires cristianos. ¡Pues menos mal que no es tiempo de mártires!

         Ciertamente que hay horas y horas en la historia. Pero lo que importa es discernir cómo se van cumpliendo, y en qué sentido, las palabras de Jesús en nuestros días. Porque los tiempos cambian, pero su palabra permanece.

Severiano Blanco

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         Siempre he creído que ser cristiano, cuando las cosas caminan bien, no es problema, y que lo difícil es perseverar en los momentos difíciles, como bien dice hoy el Señor.

         El cristianismo es un estilo de vida que muchas veces va en contraposición con los valores, pensamiento y actitudes de este mundo. Y esta es la causa de los problemas, porque este mundo no es el país de las maravillas, sino de las injusticias, violencias, deshonestidades, competencias y atropellos, y así no es sencillo defender la verdad, ni la paz, ni hasta el derecho a la vida. Quien lo haga, que se prepare para la persecución, por parte de aquellos (los corruptos, los amancebados, los asesinos...) a los que nuestro estilo de vida incomoda.

         Ánimo, porque hoy más que nunca necesitamos ser valientes ,y mostrarnos al mundo como verdaderos discípulos de Jesús. Él ha prometido ayudarnos y estar con nosotros, así que seamos fieles hasta el final.

Ernesto Caro

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         Jesús avisa hoy a los suyos que van a ser perseguidos, llevados a los tribunales y metidos en la cárcel. Y que así tendrán "ocasión de dar testimonio" de él. Jesús no nos ha engañado, y nunca prometió que en esta vida seríamos aplaudidos, ni que nos resultaría fácil el camino. Lo que sí nos asegura es que "salvaremos nuestras almas" por la fidelidad, y que él "dará testimonio ante el Padre" de los que hayan dado testimonio de él ante los hombres.

         Cuando Lucas escribió su evangelio, la comunidad cristiana ya tenía mucha experiencia de persecuciones y cárceles, por parte de los enemigos de fuera, y de divisiones y traiciones desde dentro.

         A lo largo de 2.000 años, la Iglesia ha seguido teniendo siempre esta misma experiencia: los cristianos han sido calumniados, odiados, perseguidos y llevados a la muerte. ¡Cuántos mártires, de todos los tiempos, también del nuestro, nos estimulan con su admirable ejemplo! Y no sólo mártires de sangre, sino también los mártires callados de la vida diaria, que están cumpliendo el evangelio de Jesús y que viven según sus criterios con admirable energía y constancia.

         Jesús nos lo ha anunciado, en el momento en que él mismo estaba a punto de ser llevado a la cruz. No para asustarnos, sino para darnos confianza y animarnos a ser fuertes en la lucha de cada día, pues "con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas".

         El amor, la amistad y la fortaleza no se demuestran cuando todo va bien, sino cuando se ponen a prueba. Nos lo avisó Jesús: "Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros" (Jn 15, 20). Pero también nos aseguró: "Os he dicho estas cosas para que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis tribulación, pero tened ánimo, que yo he vencido al mundo" (Jn 16, 33).

José Aldazábal

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         La faceta que Jesús expone y comenta hoy en este párrafo, sobre los últimos días y la trompeta final que anuncie el término de nuestra historia, es realmente dura. Pero de alguna forma nos la había pre-anunciado ya, cuando nos dijo que por motivo del reino de Dios habría división incluso familiar. Consolémonos sabiendo que al alma que intente ser fiel, siempre le estarán abiertas las puertas del corazón de Dios.

         Como nos ha advertido repetidas veces San Pablo, no perdamos el tiempo en teorizar cómo será el juicio final o nuestro encuentro definitivo con Dios, ni encómo acabará la historia de este mundo en que vivimos. No lo sabemos, ni lo podemos cambiar.

         Lo que sí está en nuestras manos es adoptar una postura racionalmente prudente y sabia, y espiritualmente, segura: vivir haciendo el bien, conforme al dictamen de la palabra de Dios y de nuestra conciencia. Si hay amor, caridad, verdad, justicia, espíritu samaritano... todas las puertas del reino de Dios estarán abiertas para siempre.

Dominicos de Madrid

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         El anuncio del mensaje cristiano siempre suscita fuerte animosidad en cualquier sociedad construida sobre valores opuestos a los anunciados por Jesús. De igual manera, otro componente fundamental de la vida cristiana ha sido el que "es necesario que el Mesías padezca", fruto de una agresividad de los que ven amenazada la estructura injusta construida a partir de sus egoísmos.

         La magnitud de esta resistencia puede llegar incluso a poner en riesgo la propia vida, desde lo externo y desde las personas más cercanas. De esta manera, todo se combina para conducir a situaciones amenazantes, y lo que espera a los mensajeros de Jesucristo es cárcel, juicios, traición de los familiares y odio general hacia el mensaje.

         En esa situación, no es inexplicable la tentación de desaliento. Jesús mismo advierte sobre ella, y lo hace junto a una palabra de promesa que renueva la confianza para continuar la tarea.

         En cada juicio, motivado por la animosidad mundana, el cristiano sabe que puede contar con la presencia de Jesús, que concede "un lenguaje y una sabiduría a la que no podrán oponerse los adversarios".

         Aunque la muerte pueda acabar con algunos mensajeros, otros seguirán proclamando la buena noticia de la fraternidad venida de Dios. El poder (malvado) de los enemigos no podrá superar el poder (benigno) de Dios, incapaz de soportar la mínima pérdida de sus enviados. Pero ello requiere la firmeza y un coraje a toda prueba, capaces de asegurar la ganancia de la propia vida.

Confederación Internacional Claretiana

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         La situación de los cristianos en el mundo antiguo fue precaria desde el comienzo. Primero sufrieron la persecución de los judíos fanáticos, que los veían como un peligro para su religión oficial. Y luego fueron perseguidos por el estado romano, que veía en ellos la encarnación de la desobediencia al Imperio. Los escritos del NT reflejan esta situación, y la refieren tardíamente a la situación de la 1ª comunidad de discípulos.

         Pero esta situación no fue un accidente producido por odios fortuitos o inquinas individuales, sino que se produjo por la actitud cristiana frente el mundo.

         Con su estilo de vida, los primeros cristianos pusieron en duda todo el sistema de valores que tenía entonces vigencia. En 1º lugar, por no divinizar al estado ni su sistema de valores. En 2º lugar, por valorar al ser humano por encima de las diferencias establecidas por el Imperio. Y en 3º lugar por constituir una comunidad propia, que sin ningún tipo de duda despreciaba todo tipo de placeres imperiales.

         Este modo de ver y sentir llevó inevitablemente a los cristianos al enfrentamiento con los defensores del sistema vigente. Para los romanos, el estado era divino, y el sistema impuesto participaba de ese carácter sagrado. La vida estaba centrada en torno al culto al emperador y a los placeres imperiales, y eso era algo por lo que los cristianos no podían pasar.

         A la vez, los judíos consideraban que su sistema costumbrista-legal era la máxima expresión de Dios, y acreditaban el descanso sabático como la máxima expresión de la piedad religiosa. De esta manera, romanos y judíos consideraban que el estado, o el sistema religioso, se imponían sobre el valor de las personas y comunidades.

         El texto que hoy reflexionamos nos muestra las condiciones en las que vivió la comunidad cristiana tras la destrucción de Jerusalén. La mayoría de comunidades de Asia menor, Grecia y Roma padecieron con intensidad la oposición de las sinagogas y la campaña de desprestigio de sus detractores.

         A pesar de la adversidad, los cristianos vieron la situación como una ocasión especial para dar testimonio de Jesús y anunciar la Buena Nueva, sin aislairse por ello de los lugares más conflictivos de la sociedad.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         Jesús sigue dando hoy instrucciones a sus apóstoles, en este caso sobre los momentos dramáticos de la vida. Más en concreto, las instrucciones de hoy son claras: Os entregarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas y os harán comparecer ante gobernadores y reyes por mi causa. Así daréis testimonio ante ellos de mí.

         Es decir, que los apóstoles no han de actuar por lo que va con (o contra) ellos, sino por lo que representan, porque el seguido (o perseguido) es Cristo, como lo fue en su momento y lo seguirá siendo en sus representantes.

         Yo soy Jesús, a quien tú persigues, oyó decir Saulo de Tarso. Y eso mismo se cumple siempre en toda persecución contra los cristianos. Si los cristianos son perseguidos, lo son por el hecho de ser cristianos y encarnar lo cristiano, y no por sus apellidos, o rango social o posesiones, sino por llevar una cruz en la frente y mostrarse partidarios del Crucificado.

         La historia de las persecuciones nos muestra que, lo que en realidad se persigue, es lo cristiano, ya se encuentre esto en las personas, en los signos o en las instituciones. Es el odio a lo cristiano lo que acaba desencadenando la persecución, sobre todo a los ungidos por el espíritu de Cristo.

         Si hemos que llevar consigo esta situación de rechazo, de forma sistemática, lo mejor que se puede hacer es asumirlo e intentar sacar de ello algo positivo (si es que lo tiene). Es lo que nos dice Jesús: Así tendréis ocasión para dar testimonio. Es decir, de mostrar lo que son: personas a favor de alguien (del Crucificado) por quien merece la pena arriesgar la vida. Entonces, el testimonio adquirirá mayor grado de verosimilitud, y se hará más creíble todavía.

         Respecto a las instrucciones para esos tiempos de persecución, Jesús detalla cómo ha de hacerse ese testimonio: Haced propósito de no preparar vuestra defensa, pues yo os daré una elocuencia y una prudencia que ningún adversario vuestro podrá resistir ni refutar.

         Es decir, que el momento de la prueba no es tiempo para foros, ni para discursos, ni para argumentaciones. Ni tampoco para preocuparse, pues lo que aquí importa no es el discurso (el qué digo, o cómo lo digo), sino el testimonio de estar a favor de Cristo.

         Lo que importa en estos momentos, por tanto, no es el discurso, sino el espíritu. Y esa será nuestro mayor poder de persuasión, muy por encima de las bellas composiciones retóricas. Pero para eso se requiere estar centrados en el Espíritu de Cristo, en disponibilidad martirial.

         En esta situación, en la que el odio impondrá su ley y hará saltar por los aires los lazos más sagrados, hasta vuestros padres y hermanos, y parientes y amigos, os entregarán, dando muerte a algunos de vosotros. Como se ve, el panorama será realmente tenebroso. Es lo que hay que saber que pasará, porque lo dice Jesús y porque la historia lo irá corroborando una vez tras otra, con un realismo que supera los más oscuros presagios.

         Realmente, cuesta entender que unos padres entreguen a sus hijos (cristianos) a la muerte, o que unos hijos denuncien a sus padres (cristianos) a la pena capital. Pero así fue, no muchos años después de la muerte de Cristo, y cuando el odio profetizado por Jesús se desató, y empezó a perseguir y exterminar cualquier atisbo de existencia cristiana, a base de relato martirial tras relato martirial.

         El odio contra lo cristiano, por tanto, es más fuerte en un anti-cristiano que sus vínculos familiares más básicos. Es un odio que no repara en los daños colaterales, que olvida el parentesco o el afecto, y que se dedica a buscar, denunciar y matar cualquier cosa cristiana que se encuentra a su paso.

         Todos os odiarán por mi nombre, apostilla Jesús. Es decir, he aquí la razón de ese odio: el nombre de Jesús. Porque el que odia este nombre odia también todo lo que lleva este nombre, que no es otro que el nombre de cristiano.

         Más allá del odio y sus estragos, concluye Jesús, seguirá habiendo futuro, pues con vuestra perseverancia salvaréis vuestras vidas. Tal es la recompensa de los que perseveren fieles hasta el final: la salvación y la vida eterna, aun en medio de las dificultades y las persecuciones.

         He aquí, por tanto, la clave: la perseverancia hasta el final. Ni unos sucesos ni otros pueden hacernos perder la esperanza, porque como dice el Señor, ni un cabello de vuestra cabeza perecerá (sin el consentimiento del Padre). Nada sucede sin que Dios lo permita, aunque sus designios nos resulten misteriosos o indescifrables. Con vuestra perseverancia, añade Jesús, salvaréis vuestras vidas.

         De lo que se trata, en suma, es de salvar nuestras vidas, pero no a través de una salvación transitoria sino con una salvación definitiva. Y para ello hay que perseverar en la fe, en la caridad, en la oración y en el buen obrar, hasta el final de cada uno y hasta el final de los tiempos.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 27/11/24     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A