30 de Noviembre

Sábado XXXIV Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 30 noviembre 2024

a) Ap 22, 1-7

         Escuchamos hoy la última página de la Biblia, de la última palabra que Dios ha querido dirigirnos. Se trata del nuevo Génesis, o nueva creación proyectada por Dios para el más allá. Y todo ello como la vida que discurre como un río, como un árbol de vida que da frutos, como una luz sin ocaso, como Adán y Eva tal como Dios los había querido desde el principio... Es el éxito de la creación.

         Dice hoy Juan que el ángel le mostró "el río de agua de vida, límpida como el cristal, que brotaba del trono de Dios". Se trata de un símbolo claro vital: el agua, que como un "río de agua límpida" da la vida. He ahí lo que proviene de Dios: el gran río de la vida. Evoquemos, por tanto, a esos trillones de seres vivos que han venido a la existencia por Dios. Por otro lado, el agua no es sólo la señal de la vida física, sino también de la vida espiritual, sobre todo del bautismo. Así que bautizar a un niño es introducirlo en este gran río vivificante, es meter en su ser el Ser mismo de Dios.

         Nos sigue diciendo Juan que "en cada margen del río hay árboles de vida que fructifican doce veces, una vez cada mes". Como se ve, todas las bellezas naturales son utilizadas como bellas imágenes, para tratar de revelarnos el cielo. Primero el "río de vida", y ahora el "árbol de vida". Y si no, evoquemos esos árboles cargados de cerezas, manzanas, naranjas, racimos de uvas...

         De modo manifiesto, todo esto se trata de un nuevo comienzo, de un nuevo paraíso terrenal. Y si Adán no había podido comer del árbol de la vida, hoy Jesús (nuevo Adán) nos conduce a ese árbol, y vuelve a introducirnos en el jardín maravilloso. Pero ¡cuidado!, porque se trata de imágenes simbólicas, que hay que saber utilizar con todas sus resonancias afectivas e imaginativas, sin materializarlas. En todo caso, se trata de imágenes de abundancia (con frutos 12 veces al año, 12 cosechas del mismo árbol) y saciedad (pues las frutas son alimento escogido y agradable).

         Sigue diciendo Juan que en aquel lugar "no habrá más maldición", porque "el trono de Dios y el Cordero estará en la ciudad", y los siervos de Dios "le adorarán, verán su rostro y llevarán su nombre en la frente". He aquí otras imágenes algo más espirituales que las precedentes: estar cara a cara con Dios, y ver a Dios cara a cara.

         Fruto de todo ello será que en aquel sitio "ya no habrá noche ni día" (sucesión de tiempo), porque "el Señor Dios derramará sobre ellos su luz" (su eternidad). Estas palabras son ciertas y verdaderas, y es el Señor quien inspira a a Juan y le envía a su ángel para manifestarle lo que ha de suceder pronto: "Mira, vengo pronto. Y dichoso el que guarde las palabras proféticas de este libro". Quiero ver a Dios. Ven, Señor Jesús.

Noel Quesson

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         La última visión de Juan en el Apocalipsis describe la vida de los escogidos con Dios. Y lo hace recurriendo a imágenes que apuntan al libro del Génesis (a la 1ª creación), como si hubiese cierto paralelismo entre el paraíso perdido ("el jardín del Edén") y el paraíso reencontrado ("los cielos nuevos y la tierra nueva"), en aquel caso con Yahveh (Dios Padre) como protagonista, y en éste con el Cordero (Dios Hijo).

         Presentados por separado (Ap 4 y 5), ambos personajes van identificándose cada vez más, hasta que en el último capítulo marca el punto álgido del proceso de unión. La expresión "el trono de Dios y del Cordero" manifiesta la intimidad misteriosa de ambos. Y si desde el principio Dios era "el Sentado en el trono", ahora, al sentarse también allí el Cordero, aparece evidente su condición divina. Sin embargo, hay que subrayar que, en este proceso de acercamiento, la figura del Cordero no se diluye (mantiene su diversidad con el Padre) ni le está subordinada (mantiene su unidad con el).

         De ambos, en cuanto manantial de toda vida, proviene el agua que vivifica a los habitantes de la ciudad, y la fuerza dinámica del Espíritu que se derrama sobre la nueva Jerusalén. Sus ciudadanos saborean los frutos inagotables del árbol, cuyas hojas ofrecen remedio salvador: el Dios de vida, y Señor de la ciudad, da alimento seguro a los habitantes. Por eso, y porque todo está lleno de la vida de Dios, no hay lugar para el mal (ni en el hombre ni fuera de él) ni para maldición alguna (como la que cayó sobre Adán y Eva).

         El anhelo de los profetas, y de los justos de todos los tiempos, era el contacto personal y directo con el Señor. Pues bien, eso es lo que se ve realizado hoy, en esta Jerusalén celestial: el "contemplar a Dios cara a cara". Ésa es la felicidad inacabable, aunque pretender saber en qué consiste esa "visión divina" es todavía una tarea inescrutable. Lo único que el texto afirma claramente es la participación plena en la misma vida de Dios, en una liturgia perfecta de adoración, alabanza y acción de gracias.

         La promesa divina (v.5) clausura toda la revelación (apocalipsis) dicha a Juan. El mensaje profético ha sido anunciado, y ahora toca ser vivido: "Dichoso el que guarda sus palabras, el que actúa según las enseñanzas recibidas en este libro". Y esto porque las palabras reveladas no sólo se proyectan hacia el futuro, sino que se enraízan en el presente, en la praxis actual de la comunidad de creyentes. El v. 6, paralelo con el que abre el Apocalipsis, sitúa el alcance profético del libro: Jesucristo, consolador de los que esperan en su próxima venida.

Armand Puig

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         El Apocalipsis nos muestra hoy, en su último capítulo, unas imágenes de extraordinaria calidad poética, sobre la plenitud de los tiempos y el reino de Dios. Y para hacerlo, se retrotrae a la 1ª creación del mundo, cuando la humanidad, tras comer del árbol de la ciencia del bien y del mal, se aventuró a construir la historia, con sus caídas y levantadas. Hasta que Jesucristo, el primogénito de entre los muertos, logró levantar a esa humanidad y llevarla a su plenitud, salvando así el proyecto del Dios creador.

         Esta humanidad ha llegado así, por Cristo, al Árbol de la Vida. Ha recuperado la intimidad con Dios, la experiencia de la unidad gozosa con el todo y con cada una de sus partes. El gozo de la llama que se sabe fuego, de la ola que se sabe mar. Ya no desde la ignorancia de quien no ha probado del Árbol de la Ciencia, sino desde la audacia de quien ha ido más allá de la ciencia del bien y del mal, construyendo con Dios un cielo nuevo y una tierra nueva.

         Ya no es un Dios distante, al que la humanidad teme e inventa intermediarios con la intención de mantener a Dios a prudente distancia por temor a lo sagrado (Dt 5, 2-5). La humanidad, purificada, es capaz ahora de convivir en relación íntima, cercana, con el Dios de la vida.

         Ya no hay distancia alguna que separe, pues "el trono de Dios y del Cordero estará en la ciudad, verán su rostro y llevarán su nombre en la frente" (Ap 22, 3-4). Ya no haría falta templo alguno, pues la ciudad entera será templo del Dios vivo. Tampoco harán falta días especiales consagrados a Dios, pues las personas tendremos conciencia de que todo tiempo es sagrado y pertenece a Dios.

         Seremos entonces realmente un pueblo de sacerdotes y profetas (1Pe 2, 5) se habrá realizado por fin el plan de Dios en su plenitud: todos y todas iguales, celebrando la diversidad en la gran unidad de Dios, sin doblar la rodilla ante nadie más que ante Dios. Entonces, y sólo entonces, la humanidad habrá aprendido y practicado nuevas relaciones de poder, en libertad responsable y reverente ante la creación entera.

Miguel Gallart

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         Juan recibe hoy el regalo de la visión del río de agua viva que sale del trono de Dios y de Jesús el Cordero. Lo que baña no es maldito. Juan recibe la promesa de que en la ciudad de Dios sus servidores le verán cara a cara y llevarán su nombre en la frente. Ya no habrá más noche porque Dios será su luz. Al final del año, resuenan en nosotros las palabras de los primeros testigos que ansían nuestra presencia al proclamar: ¡Marana tha! Ven, Señor, Jesús.

         También nosotros reconocemos que el Señor es un Dios grande. Deseamos entrar en su presencia y dar vítores a la roca que nos salva, porque él es nuestro Dios y nosotros su pueblo, el rebaño que él guía.

         Con la liturgia de este día llegamos al final de este año litúrgico. Mañana, primer domingo de adviento, se inicia el siguiente año. Y el mensaje final es claro, en medio de la compleja red de símbolos: grandes combates, grandes luchas, pero un solo vencedor y una sola victoria: la del "pueblo de los elegidos del Altísimo", según el bello nombre que nos daba Daniel en su profecía.

         Así pues deben quedarnos claras las dos cosas: que hay combate y que hay victoria. Como hay combate, debemos prepararnos; como hay victoria, deben estar firmes nuestros corazones y no cejar en su empeño ni dejar de cantar las alabanzas del Único que es grande y santo.

Nelson Medina

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         El Apocalipsis nos enseña hoy, mediante símbolos, la realidad de la vida eterna, donde se verá cumplido el anhelo del hombre: la visión de Dios y la felicidad sin término y sin fin. El nombre de Dios sobre la frente de los elegidos expresa su pertenencia al Señor. La muerte de los hijos de Dios será sólo el paso previo, la condición indispensable, para reunirse con su Padre Dios y permanecer con él por toda la eternidad.

         El cielo será la nueva comunidad de los hijos de Dios, que habrán alcanzado allí la plenitud de su adopción. Estaremos con corazón nuevo y voluntad nueva, con nuestro propio cuerpo transfigurado después de la resurrección. Jesús, en el que tiene lugar la plenitud de la revelación, nos insiste una y otra vez en una felicidad perfecta e inacabable. Su mensaje es de alegría y de esperanza en este mundo y en el que está por llegar.

         En el cielo veremos a Dios y gozaremos en él con un gozo infinito, según la santidad y los méritos adquiridos aquí en la tierra. Es bueno y necesario fomentar la esperanza del cielo; consuela en los momentos más duros y ayuda a mantener firme la virtud de la fidelidad. Pensemos con frecuencia en las palabras de Jesús: "Voy a prepararos un lugar" (Jn 14, 2).

         Allí en el cielo, tenemos nuestra casa definitiva, muy cerca de él y de su Madre Santísima. Aquí sólo estamos de paso. Como dijo Alvaro del Portillo:

"Cuando llegue el momento de rendir nuestra alma a Dios, no tendremos miedo a la muerte. La muerte será para nosotros un cambio de casa. Vendrá cuando Dios quiera, pero será una liberación, el principio de la Vida con mayúscula. La vida se cambia, no nos la arrebatan".

Francisco Fernández

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         La visión final del Apocalipsis sigue ofreciéndonos una escenografía triunfal, esperanzadora. El trono de Dios, el Cordero delante, vencedor, un río de agua viva que brota del trono (el Espíritu Santo; Jn 7, 37-39), el árbol de la vida que da 12 cosechas al año y cuyas hojas son medicinales. Allí no hay noche ni oscuridad, todo es luz, y los salvados por Cristo gozarán de alegría perpetua, y le prestarán servicio, "y lo verán cara a cara y llevarán su nombre en la frente".

         Es como el retorno al paraíso terrenal. La última página de la Biblia (y del año litúrgico) es un calco de la primera, de la visión idílica del Génesis hasta que entró el pecado en el mundo. Lástima que no hayan añadido en el leccionario los últimos versículos de este libro del Apocalipsis:

"El Espíritu y la novia dicen: Ven. Y el que oiga, diga: Ven. El que tenga sed, que se acerque, y el que quiera, reciba gratis agua de vida. Y el que da testimonio de todo esto dice: Sí, vengo pronto. Amén. Ven, Señor Jesús".

         Ya tenemos la puerta abierta para celebrar, desde mañana, con igual mirada profética, el Adviento. Nuestra oración y nuestro canto es hoy el "Maran atha, Ven, Señor Jesús", con una perspectiva llena de futuro: "Y lo verán cara a cara".

José Aldazábal

b) Lc 21, 34-36

         Lo único que sabemos acerca de la fecha del "último día" es que vendrá de improviso (Mt 24,39; 1Tes 5,2.4; 2Pe 3,10). Por ello, los cálculos de la ciencia, acerca de la catástrofe universal, valen tan poco como ciertas profecías particulares. Así que, concluye Jesús, "velad, orando en todo tiempo" (v.36).

         De lo que se está hablanto, por tanto, no es ya de la cercanía del reino de Dios, cuyos signos vamos descubriendo a lo largo de la historia (vv.29-33), sino de la llegada del día del Hijo del hombre (vv.34-36). Jesús nos pide que andemos con cuidado, pues al respecto hay actitudes negativas y positivas. Las negativas son "que se os nuble la mente con el vicio, la bebida y las preocupaciones de la vida". Y las positivas son "estar despiertos y orar, para tener fuerzas en todo momento".

         El que tiene una buena actitud podrá escapar de todos los hechos catastróficos descritos, el día del Hijo del hombre, (vv.25-26). Y no sólo escapará de esos hechos, sino que "se mantendrá en pie ante el Hijo del hombre". Por otra parte, el día del Hijo del hombre es "como un lazo", y el que no camina con cuidado quedará enredado, atrapado y cazado. 

         Si la cercanía del reino de Dios podía ser percibida únicamente por los creyentes que saben discernir los signos de los tiempos, el día del Hijo del hombre (su parusía) será una manifestación pública, manifiesta a todos los habitantes de la tierra (incluso a sus enemigos).

         El texto presente tiene enormes repercusiones para la vida de la Iglesia, del tiempo de Lucas y de hoy en día. El día de la parusía será ciertamente el último día, pero ese día ha de marcar desde ya toda la historia de todos los tiempos.

         Toda la historia está orientada hacia ese día, y toda la historia debe estar preparada para vivir ese día. No sabemos si ese día será mañana o en 100.000 años. No lo sabemos, no tiene sentido tratar de saberlo y nada mas insensato que querer adivinar ese día. Lo que nos exige Jesús no es calcular fechas (lo cual sería insensato y hasta blasfemo), sino el estar preparados siempre.

         Las actitudes que nos pide Jesús, para ese día, son actitudes necesarias para el día a día y para todos los días. Entre esas actitudes, está el que "no se os nuble la mente, ni se os embote la mente ni se os endurezca el corazón". ¿Y cómo? A través del vicio, la bebida y las preocupaciones de la vida. La actitud positiva contraria sería estar en vela y orar, para "tener fuerzas en todo momento".

         Estas actitudes negativas y positivas son 2 maneras muy distintas de vivir, y 2 paradigmas posibles de vida: vivir con la mente y el corazón nublados, o vivir vigilantes y en oración. El texto nos urge a optar por uno u otro modelo de vida, sabiendo que si uno opta por permanecer en vela y orando podrá "escapar de lo que está por venir". 

         "Lo que está por venir" es descrito por Jesús a través de un terrible cataclismo cósmico (vv.25-26). Ya dijimos que ese cataclismo cósmico es símbolo de un cataclismo global de todas las estructuras del mundo, que podrá ocurrir mañana, o en 1.000 o en 10.000 años.

         No obstante, lo importante en vivir de una determinada manera. Además, la parusía de Jesús se vive en cada instante, a través de miles de símbolos de la actualidad y de cada instante.

Juan Mateos

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         El último aviso de Jesús, de su Discurso Escatológico, va dirigido hoy a nosotros, para que su Iglesia se mantenga sobria y despierta "en todo momento". En ese sentido, una vida disoluta ("el vino") y preocupada constantemente ("los agobios de la vida") ahogarían el mensaje (Lc 8, 14) y no permitiría instaurar el reinado de Dios (Lc 12, 31). El aviso es muy serio: "Andaos con cuidado" (v.34a). Es el mismo aviso que Jesús había hecho antes a los discípulos a propósito de los fariseos (Lc 12, 1), de los que causan escándalo (Lc 17, 3) y de los letrados (Lc 20, 46).

         La cuádruple repetición de esta advertencia muestra que el peligro es real e inmediato, pues también a los suyos "aquel día podría echárseles encima de improviso" (v.34b). Jesús habla del día en que el Hijo del hombre, que es él mismo, se manifestará con todo su esplendor, una vez hayan caído los enemigos.

         Los discípulos deben pedir fuerza para "mantenerse en pie ante la llegada del Hijo del hombre", desafiando la persecución y la muerte (vv.35-36). Si siguen identificados con el mundo pecaminoso que se desmorona, correrán también ellos la misma suerte, y la llegada del Hijo del hombre no será para ellos señal de liberación (v.28), sino que también "caerá como un lazo" sobre ellos, igual que "sobre todos los que habitan la faz de la tierra" (v.35).

         Si el fin del mundo es para hoy y para el ya mismo, y si el Hijo del hombre ejerce su juicio en la historia, la exhortación a la vigilancia adquiere aún mayor peso. Así que "estad en vela, orando en todo tiempo para tener fuerzas y escapar de todo lo que está por venir".

         En el contexto del discurso, colocado inmediatamente antes de los relatos de la pasión y resurrección, esta fórmula designa con claridad la pasión del Hijo del hombre, en la que se verán implicados también los discípulos, lo quieran o no. Por tanto, la exhortación va dirigida a animarles en dichos momentos, en que serán brutalmente situados ante el misterio de la cruz.

         Pero Jesús piensa también en sus seguidores de hoy y de mañana, pues en esos casos, ¿no sentirán la tentación de abandonarlo todo? Será entonces cuando habrán de recordar que los tiempos del Reino se han cumplido ya, y que como decía Bossuet:

"Nuestras historias son un signo y un testimonio de una venida que ilumina desde dentro, y que lo que a una mirada poco atenta puede parecer un otoño triste y siniestro, para el creyente está enraizado en la oración, como una primavera totalmente llena de la venida del Hijo del hombre".

Josep Rius

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         Jesús acaba de anunciar la "venida del Hijo del hombre sobre las nubes del cielo". Acaba de decir que "el reino de Dios está cerca", como lo está el verano cuando los árboles han brotado. Y para esta espera, continúa diciendo Jesús, aconseja a sus amigos: "Andaos con cuidado, para que no se os embote la mente ni el corazón".

         Tras las llamadas de atención a la esperanza y confianza, que había dado previamente Jesús, aporta ahora una llamada a la vigilancia: "No os dejéis sorprender" por esas venidas de Jesús, sobre todo por la última. Y lanza su respectivo consejo: "Permaneced ágiles", lo cual significa no embotarse y estar siempre dispuestos a partir, "para que no os entorpezcan la comida, ni la bebida, ni los agobios de la vida".

         Sabemos que un excesivo apego a los placeres entorpece la mente y el corazón. Pues bien, de suceder eso, y de estar buscando disfrutar con exceso de esta vida, olvidaremos "aquel día", y entonces aquel día "vendrá de improviso sobre nosotros, como un lazo que cae sobre todos habitantes de la tierra".

         El día del juicio vendrá, por tanto, de improviso. Ya sabemos que cada segundo mueren 2 personas, y que sobre la tierra mueren 184.000 personas todos los días. Lo que no sabemos es cuántos segundos o días me quedan a mí.

         El juicio que cayó sobre Jerusalén debe servirnos de advertencia, porque es el símbolo del juicio que caerá sobre la tierra entera. Por eso, nos alerta Jesús: "Velad y orad en todo momento". Sí, Jesús, tú aconsejabas a tus amigos que no cesasen jamás de orar, al igual que San Pablo repetirá a sus fieles (2Tes 1,11; Flp 1,4; Rm 1,10; Col 1,3; Flm, 4).

         Hay que repetirse a sí mismo los consejos apremiantes de Jesús: esperanza, confianza, certeza, vigilancia, sobriedad, disponibilidad, oración... Y puesto que nadie sabe la hora, hay que tratar de "escapar de todo lo que va a venir". Esta es la señal de que realmente hay, queramos o no, algo terrible en "aquel día".

         Si huimos de la engañosa seguridad, entonces la confianza, y el gozo, y la esperanza, se mantendrán en pie. Pero para ello hay que estar alerta, porque algo peligroso nos amenaza, y hay que estar a punto para escapar. Así podremos "estar en pie ante el Hijo del hombre".

         He aquí la última frase del último discurso de Jesús antes de su pasión: "Velad y orad, para presentaros con seguridad delante del Hijo del hombre". Será el Hijo del hombre quien tendrá la última palabra, y si velamos y oramos podremos presentarnos delante de él con el alma tranquila.

Noel Quesson

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         Hoy, último día del tiempo ordinario, Jesús nos advierte sobre la suerte de nuestro paso por la vida. Si nos empeñamos en vivir absortos por la inmediatez de los afanes de la vida, llegará el último día de nuestra vida tan de repente que la misma ceguera (de nuestra glotonería) nos impedirá reconocer al mismo Dios, que vendrá (porque aquí estamos de paso, ¿lo sabías?) para llevarnos a la intimidad de su amor infinito.

         Será algo así como lo que le ocurre a un niño malcriado, que tan entretenido está con sus juguetes que acaba olvidando el cariño de sus padres y la compañía de sus amigos. Hasta que se da cuenta, y llora desconsolado por su inesperada soledad.

         El antídoto que nos ofrece Jesús es igualmente claro: "Estad en vela, orando en todo tiempo" (v.36). Vigilar y orar será el aviso que dará Jesús a sus apóstoles la noche en que sea traicionado. Y es que la oración tiene un componente admirable de profecía, al pasar del mero ver al mirar la cotidianeidad en su más profunda realidad.

         Como escribió Evagrio Póntico, "la vista es el mejor de todos los sentidos, pero la oración es la más divina de todas las virtudes". Los clásicos de la espiritualidad lo llaman "visión sobrenatural", o mirar con los ojos de Dios. O lo que es lo mismo, "conocer la verdad" de Dios, del mundo y de mí mismo. Los profetas fueron no sólo los que predijeron lo que iba a venir, sino los que supieron interpretar el presente en su justa densidad.

         Muchas veces nos lamentamos por la situación del mundo, exclamando que hasta dónde vamos a ir a parar. Pues bienm hoy es el último día del tiempo ordinario, y es un día para tomar resoluciones definitivas. Quizás ya va siendo hora de levantarse de la embriaguez por el presente, y ponerse manos a la obra por un futuro mejor. ¿Quieres ser tú? Pues ánimo, y que Dios te bendiga.

Homer Val

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         Escuchamos hoy la última recomendación de Jesús en su Discurso Escatológico, y último consejo del año litúrgico ("estad siempre despiertos"), pues lo contrario sería "dejarse embotar la mente con el vicio, la bebida y la preocupación del dinero". ¿Y cómo conseguir esto? A través de la oración, "pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir". La consigna final es corta y expresiva: "Manteneos en pie ante el Hijo del hombre".

         Todos necesitamos un buen despertador, porque todos tendemos a dormirnos bajo la pereza, a bloquearnos por las preocupaciones de la vida y a no tener siempre desplegada la antena de los valores del espíritu.

         Estar de pie ante Cristo es estar en vela y en actitud de oración, mientras caminamos por este mundo y vamos realizando las mil tareas que nos encomienda la vida. No importa si la venida gloriosa de Jesús está próxima o no, pues para cada uno está siempre próxima, tanto pensando en nuestra muerte como en su venida diaria a nuestra existencia.

         Los cristianos tenemos memoria, y miramos muchas veces al gran acontecimiento de hace 2.000 años (la vida y la pascua de Jesús). Pero tenemos un compromiso con el presente, y éste hay que vivirlo con intensidad, "llevando a cabo la tarea de Dios en nuestras vidas". Hagámoslo con instinto profético y mirando al futuro, el cual también se va construyendo por el Espíritu Santo.

         En la eucaristía se concentran las 3 direcciones, como ya nos dijo San Pablo (1Cor 11, 26): "Cada vez que coméis este pan y bebéis este vino (hoy), proclamáis la muerte del Señor (ayer) hasta que él venga (mañana)". Es lo que aclamamos en el momento central de la misa: "Anunciamos tu muerte y proclamamos tu resurrección, ven Señor Jesús".

José Aldazábal

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         Jesús, de muchos modos nos has dicho que no basta con hacer un acto de fe en un momento dado y confiar que ya estamos salvados. Vigilad sobre vosotros mismos, porque, aun siendo mis discípulos, a pesar de haber creído en mí y haberme seguido por algún tiempo, vuestros corazones se pueden ofuscar por los afanes de esta vida. Nadie sabe el día ni la hora en el que Dios le va a pedir cuentas, pues la muerte puede venir en cualquier momento. Por eso, he de estar siempre preparado, siempre en gracia.

         Jesús, tú me recuerdas que para estar siempre preparado, para mantenerme espiritualmente en forma, he de vigilar orando en todo tiempo. La oración es la manera práctica de ejercitar la fe, de modo que no languidezca con el tiempo, sino que se fortalezca y se traduzca cada día en obras de santidad. La oración misma es un acto de fe, porque al dirigirme a ti en el silencio de mi corazón te estoy mostrando que creo que estás a mi lado, que me ves, que me oyes: que me escuchas con atención, como una madre buena escucha a su hijo pequeño.

         Jesús, hoy se acaba el ciclo litúrgico. Mañana empieza un año nuevo en la Iglesia, con el Domingo I de Adviento. He intentado acompañarte de cerca durante este año considerando cada día tus palabras e intentando hacerlas vida en mi vida ordinaria. He aprendido muchas cosas de ti.

         Gracias por haberte hecho hombre, por haberte hecho asequible a mi pobre inteligencia. Perdóname por tantas veces en las que no he estado a la altura de tus enseñanzas, y ayúdame a empezar el nuevo año con mayores deseos de santidad.

         Jesús, durante este año litúrgico he aprendido a quererte un poco más; he intentado hacer tu voluntad en cada momento y en cada actividad. También he aprendido que la Virgen María es la persona que ha sabido vivir más unida a ti, la llena de gracia, y por eso es mi mejor modelo para vivir cristianamente en mis circunstancias ordinarias. Además, ella es mi madre; y está pendiente de todo lo que necesito.

         La oración de María se nos revela en la aurora de la plenitud de los tiempos. Pues como dice el Catecismo de la Iglesia:

"Antes de la encarnación del Hijo de Dios, y antes de la efusión del Espíritu Santo, su oración coopera de manera única con el designio amoroso del Padre. En la anunciación, para la concepción de Cristo; en Pentecostés para la formación de la Iglesia, cuerpo de Cristo. En la fe de su humilde esclava, el don de Dios encuentra la acogida que esperaba desde el comienzo de los tiempos. La que el Omnipotente ha hecho "llena de gracias" responde con la ofrenda de todo su ser: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra. Fiat, ésta es la oración cristiana: ser todo de él, ya que él es todo nuestro" (CIC, 2617).

         Madre, tu Hijo Jesús me ha dicho hoy que rece en todo tiempo para evitar todo tipo de males, especialmente la ofuscación del corazón. Cuando se alborote mi alma, ayúdame, madre: dame la paz y la alegría que llenó tu vida aun en medio de los sufrimientos, más grandes. Si rezo en todo tiempo, me sorprenderé de la eficacia de la oración. Porque la oración, especialmente la oración de la Virgen, es omnipotente.

Pablo Cardona

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         En nuestras vidas hay aparentes sorpresas que, en realidad, no lo son tanto. Nos sorprende (y no debería hacerlo) la cuenta mensual del teléfono, sobre todo si hemos estado haciendo largas llamadas al exterior. Nos sorprende que el examen sea difícil (lo que era de esperar), y hasta nosotros mismos fraguamos estas sorpresas hacia los demás (a veces desagradables).

         Lo mismo sucede en sentido positivo, cuando el buen trabajador, o emprendedor, espera con ansias una buena sorpresa, como puede ser el ascenso o aumento de prestaciones. De nosotros depende, por tanto, que muchas situaciones del futuro sean buenas o malas, dependiendo de lo que hayamos hecho perspectivamente en el presente.

         Por eso, nos dice hoy el Señor, conviene vigilar, construyendo sobre la vigilancia y oración nuestras vidas. Vigilar y orar para descubrir si estamos aprovechando el tiempo presente, y vigiliar y orar para no estar preparándonos, para nosotros mismos, una triste y dolorosa sorpresa, que el futuro nos tendrá guardada.

Ignacio Sarre

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         Se nos acaba el año, y ¿cómo nos encuentra Dios? Lo dice Jesús: "Embotando la mente con el vicio, la bebida y la preocupación por el dinero, mientras se nos encima aquel día". Así que, ¿cómo salir de ese estado en cuestión? Lo dice también Jesús: "Permaniendo siempre despiertos, pidiendo fuerzas a Dios y manteniéndose en pie ante el Hijo del hombre".

         ¡Qué mensaje más bonito para el último día del año litúrgico! Que no se nos embote la mente con las absurdas preocupaciones, que estemos bien despejados, que nos mantengamos despiertos ante tanto susurro que amortaja el alma en la superficialidad y el desencanto.

         En pié, alerta y firmes, sin bostezos ni lágrimas de aburrimiento en los ojillos. Y si no lo puedes evitar, pide fuerza para escapar de esta situación, pues ésta podría arruinar todo cuanto has hecho hasta ahora, y agotar el último aceite de la alcuza. No se puede bajar la guardia, porque el partido termina cuando pita el árbitro, y todo el tiempo de juego es tiempo de salvación.

         Hermano, hemos de pasar por el tiempo de la purificación, si lo que queremos es llegar al lugar donde todo está purificado. Lo impuro se pega a nuestros huesos con suma facilidad, y hay que ejercitarse en la ascesis de purificar lo impuro. De lo contrario, la noche se nos caerá encima, y no tendremos a punto las lámparas necesarias.

Miguel Angel Niño

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         El pasaje de hoy es un complemento de la lectura de ayer, y nos viene a decir que si no nos embotamos en el vicio, y si dejamos un resquicio a la gracia, Dios estará misericordioso con nosotros en su 2º advenimiento.

         Por ello, Jesús nos invita hoy a vivir sin la ceguera provocada por los vicios nefandos, sin el embotamiento del vino y de las comilonas, sin el apetito desordenado de posesiones y sin esa personalidad que huye de la convivencia, gratuidad, servicio y amor.

         El evangelio de hoy está en esta tónica, y nos llama a estar despiertos pero no angustiados, atentos pero no desesperados, vigilantes del peligro pero no obsesionados con él. Y sobre todo, a orar, porque dejar de orar es ya perder.

         Necesitamos la oración para que nuestros ojos vean como Dios ve. Necesitamos la oración para que nuestras fuerzas no sean sólo las nuestras, sino las de él. Y necesitamos la oración para captar la magnitud y perversidad de "lo que está por venir". Necesitamos la oración porque ninguna previsión humana será nunca perfecta, y ningún razonamiento podrá deducir cuándo será "aquel día y aquella hora".

         Hemos también de velar, para poder comparecer seguros, "aquel día, ante el Hijo del hombre". Y hemos de velar porque hay muchas cosas que pueden hacernos perder de vista a Dios, y hacernos errar el camino que nos conduce a él. Nadie está libre de lo pasajero, y de eso hemos de estar vigilantes.

         Por supuesto, necesitamos ciertas cosas temporales para vivir, pero lo importante es la vida y no esas cosas temporales. De ahí que el corazón haya de mantenerse desapegado de lo temporal y puesto en marcha a diario, para no dejarse sorprender por las tentaciones o los imprevistos.

         Si vivimos esclavos de aquello que no es Dios, no llegaremos a Dios. Si vivimos obsesionados por los bienes de la tierra, perderemos de vista los bienes del cielo. Y en ese caso seremos derrotados, y caeremos al suelo sin capacidad para "mantenernos en pie".

         Mañana será el Domingo I de Adviento, y en la palabra de Dios resonará una llamada a emprender una nueva vida, resucitando de las cenizas de nuestras infidelidades. ¿Será todo nuevo en nuestras conciencias? Ayúdanos, Señor, para que tu palabra sea espíritu y vida en nuestros corazones, y more en nuestros corazones como morada tuya. Persuádenos de que vivir sobrios también aporta felicidad, ahora entre sufrimientos y mañana de forma plena.

Dominicos de Madrid

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         Las enseñanzas de Jesús de hoy, sobre el fin de los tiempos, pueden ser resumidas en 2 puntos: su carácter imprevisto y su universalidad. Y frente a la curiosidad de los plazos sobre el fin, sepamos que nuestra curiosidad ha de estar situada en el marco del querer divino, implicando en ello la totalidad de nuestra vida.

         La universalidad del Juicio Final ha de suscitar en nosotros una actitud responsable frente los demás, ante todos los acontecimientos que afectan a sus vidas y ante a todos los procesos por los que ellos van pasando.

         Esta responsabilidad exige una lucidez de comprensión y una actuación práctica y coherente, sin desaliento por lo que vemos ni desconfianza en esa fuerza de Dios que puede cambiar sus vidas, haciéndolas pasar de la banalidad a la sensatez. No disminuyamos, por tanto, nuestra capacidad de actuación, frente a los sucesos que van sobreviniendo en este mundo.

         Esta es la actitud propia de la vigilancia cristiana sobre nuestros semejantes, pues Jesucristo no hará excepciones a la hora de juzgar a todos y cada uno, en aquel día imprevisto y universal. De hecho, ya Jesús lo dijo: "Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: Velad".

         Dentro de esta actitud de vigilancia, asume un lugar privilegiado la práctica de la oración, la cual nos da fuerza para descubrir en cada acontecimiento que vemos la mayor o menor presencia de Dios, y nos da fuerzas para ser constantes en la búsqueda del hermano perdido, animándolo a volver a la casa del Padre.

Confederación Internacional Claretiana

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         El sistema vigente de este mundo tiene muchas formas de atrapar a las personas en sus interminables juegos de manipulación. En el Imperio Romano, las grandes distracciones eran el pan y el circo, y en el mundo judío el afán de riqueza y de venganza. Y en todas partes pasaba lo mismo, sucumbiendo las gentes en los cultos a las diversas expresiones de la mundanidad.

         Posteriormente, las iglesias primitivas tuvieron que definir claramente sus parámetros, a la hora de que sus seguidores no siguieran cultivando los viejos vicios de su vida pasada (idolotitos, brujería, fornicación...), casi siempre procedentes de culturas grecorromanas de moral relajada.

         Las advertencias de hoy de Jesús nos vienen a decir que dichos vicios pasados, o presentes, pueden amenazar la integridad futura, dada la irreristible propuesta al hacer caer (tentaciones) que imponen las sociedades mundanas.

         El cristiano no podrá llegar hasta el final de su camino si permanece atado a los vicios que la cultura le impone, ni podrá mantenerse atento a su su Señor si se ve envuelto en el marasmo de los antivalores que la sociedad le ofrece. Si el cristiano no despierta, y se libera de todo eso, no podrá "mantenerse en pie ante el Hijo del hombre".

         Por estas razones, el cristiano necesita cultivar desde ya una actitud orante y vigilante, que le permita "estar despierto en todo momento" ante la realidad que le rodea, y descubrir los signos de los tiempos. Para que esto sea posible, el cristiano debe ir madurando en el seno de su comunidad, recurriendo a otros hermanos ante cualquier duda o titubeo, o cuando pierde el rumbo o se confunde ante la ola ideológica del sistema vigente. La actitud ética del cristiano ha de ser un compromiso personal de por vida, pero vivido en comunidad.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         Jesús nos anticipa hoy lo que sucederá aquel día decisivo (o momento de la verdad) de nuestras vidas, y nos previene con una serie de advertencias sobre cómo saber afrontarlo: Tened cuidado, y no se os embote la mente con el vicio, la bebida y la preocupación del dinero, y se os eche encima de repente aquel día. Porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra.

         Hay cosas que quitan lucidez a la mente, y entre esas cosas están el vicio (todo tipo de vicio), la bebida (que es un tipo de vicio) y la preocupación del dinero (que absorbe todas las energías, y convierte la aparente ganancia en codicias y temores sin cuento). E incluso también la propia preocupación, por preocupación, puede calificarse de vicio.

         Porque la preocupación del que no tiene para comer, o para dar de comer a sus hijos, o donde vivir, es comprensible y muy respetable. Pero la simple preocupación por tener más y más, porque todo es poco, deja de ser razonable, se convierte en un vicio y engendra esclavitud.

         Los vicios embotan la mente porque la someten a su tiranía, la subyugan y la sujetan a sus inclinaciones, y de esa forma la mente deja de ser la que gobierna y dirige esa personalidad. No obstante, también la mente puede perder su lucidez cuando deja de percibir las cosas en su realidad, o cuando se abstrae de la realidad emigrando a un país imaginario, o cuando ha pasado a vivir de utópicas ilusiones.

         Se pierde el sentido de la realidad cuando uno deja de considerar la muerte como parte integrante de la vida, o cuando se vive como si los propios proyectos fuesen a ser perpetuos, o cuando creemos poder disfrutar eternamente de algo terreno.

         Cuando vivimos así, perdemos de vista la temporalidad de este mundo. Y eso es de lo que nos advierte Jesús, bajo un sonoro "tened cuidado" y manteneos lúcidos, no sea que se os eche encima de repente aquel día. ¿Y por qué? Porque el cese de la vida puede llegar en el momento más inesperado, y caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. En este caso, sobre cada uno en su momento, sin que éste sospeche cuándo.

         Eso no significa que tengamos que vivir en un estado permanente de sobresalto (lo cual sería insoportable, hasta psicológicamente), pero sí en estado de lucidez, conscientes de lo que somos, sabedores de nuestra precariedad y en total dependencia del que nos sostiene en la vida. Es decir, despiertos y pidiendo fuerza al que puede darla, fuerza para escapar, fuerza para afrontar todo lo que está por venir, y fuerza para mantenernos en pie ante el Hijo del hombre.

         Esto no es una actitud desafiante, como queriendo hacer frente a lo que venga. Pero sí una actitud acogedora, sabiendo dar la bienvenida a Aquel que viene a llevarnos consigo a una tierra mejor.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 30/11/24     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A