11 de Junio

Martes X Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 11 junio 2024

a) 1 Rey 17, 7-16

         La 1ª lectura de hoy narra el encuentro entre una pobre viuda de Sarepta, una ciudad de la región pagana de Fenicia, y el profeta Elías, que ha sido enviado hasta aquel lugar por Dios. Desde hacía algún tiempo toda la zona costera de Fenicia e Israel estaba siendo azotada por una terrible sequía que había sumido a la población en una terrible pobreza. La zona de Fenicia era pagana, y sus habitantes adoraban a Baal (dios cananeo de la fertilidad), de quien esperaban la lluvia y los frutos de la tierra.

         Y es precisamente a esa tierra adonde el Señor envía al profeta Elías, que estaba siendo perseguido por el rey Ajab I de Israel a causa de su lucha contra la difusión del baalismo en Tierra Santa. Baal, la divinidad extranjera que el rey Ajab y la reina Jezabel habían implantado en Israel, había seducido a muchos pues era presentado por sus seguidores como el dios que daba el agua a los campos y la fertilidad a la tierra.

         La viuda que acoge a Elías es pobre, y solamente tiene lo necesario para sobrevivir ella y su hijo: un puñado de harina en una vasija, y un poco de aceite en una jarra. Elías también es pobre, forastero y fugitivo, pero posee un mandato del Señor y la seguridad de la palabra de Dios. El profeta obedece a Dios, y la pobre viuda se fía de la palabra del profeta a pesar de no ser israelita, y le da todo lo que tiene. Ambos representan a todas las personas que viven con fe sencilla la tragedia de su tiempo.

         Ambos, la viuda y el profeta, están abiertos a Dios, y muestran un corazón generoso. Y por eso "tuvieron comida para él, para ella y para toda su familia durante mucho tiempo" (v.15). Dios muestra así que es el único capaz de sostener la vida de sus adoradores, porque es el Señor de la naturaleza y el Dios de la vida. Las divinidades fenicias, en cambio, demuestran que son incapaces de producir la lluvia y de nutrir a sus habitantes.

         El profeta perseguido es salvado de la muerte por la generosa sencillez de una pobre viuda pagana, que también sobrevive gracias a la acción providente de Dios en favor de los que se fían de él: "No faltó harina en la vasija ni aceite en la jarra, según la palabra que el Señor pronunció por medio del profeta Elías" (v.16).

Miguel Gallart

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         Elías había ido al desierto, junto al torrente, por orden de Dios, y al cabo de los días se secó el torrente. Verdaderamente, Señor, a veces das la impresión de dejar abandonados a tus fieles. Y en el sufrimiento y la duda nos preguntamos: ¿Por qué dejas a tu profeta Elías en el dolor?

         Entonces le dijo el Señor a Elías: "Ve a Sarepta, al territorio de Sidón, a casa de una mujer viuda". Efectivamente, el profeta recibe la orden de ir a un territorio pagano, y aunque no ha sido escuchado por el rey Ajab I, jefe oficial de un sector del pueblo de Dios, será ahora atendido por esa pagana de buena voluntad, en el territorio de Sidón. Elías, en misión divina, dirige la palabra de Dios a los pobres, más allá de las fronteras del judaísmo.

         Jesús también subrayará esa dimensión universal, hablando con admiración de esa viuda de Sarepta en el momento en que era rechazado por sus propios compatriotas de Nazaret (Lc 4, 16-30). ¿Cuál es la apertura de mi vida a Dios? ¿Cuál es mi actitud profunda frente a los paganos, o los que no son fieles, o los que no están en mi línea? Porque Dios también ama a los paganos.

         La viuda replicó a Elías: "No tengo pan, y tan sólo me queda un puñado de harina y un poco de aceite". Dios envía al pobre Elías (hambriento y sediento) a otra pobre hambrienta y sedienta. Y el diálogo entre Elías y la viuda de Sarepta es realmente trágico, pues rezuma de sequía y hambre. Acabadas todas las reservas, sólo queda unos gramos de harina.

         "No temas, y da lo que tienes", indicó Elías a la joven viuda. Elías necesita tener mucha fe en Dios para atreverse a pedir a esa pobre que le dé lo poco que le queda. Y la viuda necesita también tener mucha fe para arriesgarlo todo sobre esta Palabra que le ha sido dicha por el profeta. ¿Presto yo suficiente atención a las promesas de Dios? Todavía hoy, es solamente el amor ("da lo que tienes") lo que puede hallar soluciones a las inmensas miserias y al hambre del conjunto del mundo. ¿Qué voy a dar yo, hoy? ¿Qué es lo que el Señor me pide sacrificar, como le pidió a esa mujer?

         Entonces "no se acabó la harina en la jarra, ni se agotó el aceite en la orza", según la palabra que el Señor había dicho por boca de Elías. Concédenos, Señor, que tengamos puesta en ti toda nuestra confianza. ¿A quién iríamos? Hoy quiero ponerme en tus manos.

Noel Quesson

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         Cuando alguien se pone en un grave peligro, incluso con gran riesgo para su vida, decimos que se metió, por sí mismo, en la boca del lobo. Sidón era la tierra de Jezabel, esposa de Ajab I de Israel. Ella había inducido al rey a adorar a Baal, pues ese era su dios, el dios de su patria fenicia. Y a causa de esa idolatría el Dios de Israel había enviado una gran sequía sobre los suyos.

         Elías había salido, conforme a la orden de Dios, para refugiarse cerca de un torrente. Pero ahora recibe la orden de ir hacia Sidón. Ahí vivirá al refugio de una viuda pobre, la cual llegará a reconocer al Dios de Israel como el verdadero Dios, y a Elías como verdadero profeta de Dios. Con esto el Señor nos está indicando que no podemos despreciar a nuestro prójimo, ni huir de aquellos que han tomado caminos equivocados.

         El pecado, que ha dominado y enceguecido a muchos corazones, debe ser vencido con la victoria de Dios, de la cual nosotros somos portadores. No podemos proclamar el evangelio sólo a quienes consideramos gente buena, para no contaminarnos con el trato de los pecadores. Dios quiere que sus seguidores bajen hasta el fondo de la maldad, en que muchos se han hundido para rescatarlos, aún a costa de la entrega de nuestra propia vida.

José A. Martínez

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         La sequía impuesta por Dios a Israel afecta también al profeta Elías. Y será una mujer pobre, extranjera y viuda, quien le ayude. Es admirable la fe de esa buena mujer, porque se fía de Dios y pone lo poco que tiene a disposición del profeta. Con razón la alaba Jesús, en su 1ª homilía en Nazaret (Lc 4, 26), aun a costa de provocar las iras de sus paisanos (porque alababa la fe de una pagana).

         Dios premia a la joven viuda, y "la orza de harina y la alcuza de aceite no se agotaron hasta que volvió la lluvia". Cuando nosotros pasamos momentos malos, o cuando sufrimos alguna clase de sequía en nuestra vida y no experimentamos la cercanía de Dios, ¿seguimos teniendo confianza, o tendemos a un fácil desánimo?

         El salmo responsorial de hoy nos enseña a tener confianza: "El Señor me escuchará cuando lo invoque. Tú, Señor, has puesto en mi corazón más alegría que si abundara en trigo y en vino".

         Y cuando vemos a otros en la misma situación, ¿les ayudamos, y sabemos compartir con ellos los pocos bienes o ánimos que nos quedan? Como aquí, en el caso de Elías, ¿será verdad que los extranjeros son más generosos que los del pueblo de Dios, a la hora de atender al necesitado?

         Dios no se dejará ganar en generosidad, si somos como esa buena mujer que, desde su pobreza, y fiándose de Dios, lo da todo. Lo será si somos capaces de correr la aventura de dar lo último que poseemos.

José Aldazábal

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         Nos quedamos hoy sorprendidos y admirados por la forma que Dios tiene de hacer las cosas, cargando sobre nosotros la responsabilidad. Elías continúa escondido, y aunque es alimentado por unos cuervos, decae por momentos. Hasta el agua del cauce se le seca, y tan debilitado estaba su cuerpo que, para no sucumbir del todo, hubo de peregrinar hacia Sarepta de Fenicia, donde una pobre viuda le conforta compartiendo su pobreza.

         Elías es luz y sal de la tierra, pero esto sólo podemos entenderlo desde la atalaya de la fe y de la esperanza. Porque sólo ellas nos permiten vislumbrar (entre nieblas) un futuro feliz, y nos colocan sobre la torre que se alza sobre base granítica de sufrimiento perseverante y fiel.

         "Orza de harina y alcuza de aceite". Estas palabras son bellas expresiones de lo que es la vida en el Espíritu. Cuando la sensibilidad de las personas es tanta, que al ver la necesidad de los demás se olvidan de sí mismas, y se arriesgan por ellas, es que han alcanzado la cumbre de la perfección. Están muy cerca del Señor en el amor y en la cruz.

         Esos signos de grandeza creyente y humana tienen el valor de la harina y aceite compartidos, y por sí mismos contribuyen a iluminar al mundo y a salvar los gérmenes de vida santa que haya en los hombres.

         El profeta Elías, perseguido y pobre, pudo haber sido enviado (con previsión humana) a una casa y refugio de israelitas poderosos, donde el pan fuera abundante y tierno. Pero allí probablemente no hubiera sido bien acogido, por 3 motivos:

-porque los dueños interpretarían su presencia como peligrosa políticamente,
-porque su pobreza y persecución denunciarían por sí mismas las injusticias,
-porque el pan que le dieran estaría cocido con poco amor.

         Bienaventurados los pobres que acogen a otros pobres con amor. Dichoso el pobre que desde la pobreza comprende al necesitado, dichosa la viuda que reparte cuanto tiene, que es muy poco, y dichosos los corazones generosos que son felices compartiendo.

Dominicos de Madrid

b) Mt 5, 13-16

         El evangelio de hoy es uno de los pasajes más estructurados de Mateo, y comprende sucesivamente los temas de la sal, de la luz y de la ciudad. Una estructuración en la que Mateo recopila todo lo adquirido de la tradición oral, y lo completa con un trabajo de redacción que va dirigido a descifrar los mensajes subyacentes.

         El logión de Cristo sobre la sal ha sido entendido de 3 maneras diferentes, y colocado en 3 contextos diversos por los sinópticos. Marcos ha conservado la fórmula primitiva en la que la sentencia sobre la sal (Mc 9, 50), ensamblada a las demás sentencias por medio de las palabras sal y fuego, se incrusta en un conjunto de orientación escatológica.

         De sentencia que era, el logión se convierte en una parábola en Lucas, en donde sirve para convencer, lo mismo que la parábola del rey que emprende una guerra, de que, en el Reino, hay que ir hasta el fondo, sin desalentarse (Lc 14, 34-35).

         En Marcos y en Lucas la sal designa, pues, la nueva religión y las exigencias que implica. En Mateo, por el contrario, la sentencia se convierte en una alegoría misionera. Y por eso incorpora una introducción peculiar suya ("vosotros sois la sal") y la sal representa a los discípulos.

         Ser la sal de la tierra es ser su elemento más precioso, pues sin la sal la tierra no tiene ya razón de ser, y con la sal la tierra puede proseguir su vocación y su historia. La Iglesia que no es ya fiel a sí misma no sólo se pierde, sino que deja al mundo sin salvador.

         La sentencia sobre la luz (vv.14-16) ha sido profundamente reelaborada por Mateo y en el mismo sentido alegórico que la sal. En efecto, en Marcos, la luz sacada de debajo del celemín para iluminar todo alrededor (Mc 4, 21) designa la enseñanza de Jesús, progresivamente descubierto y comprendido.

         Pero Mateo le da una interpretación alegórica y moralizante: añade de su cosecha el v. 14a ("vosotros sois") para establecer el paralelismo con la sal, añade igualmente la imagen de la ciudad elevada (v.14b) y concluye con una aplicación moral: cada discípulo es luz en la medida en que sus acciones se convierten en signos de Dios para el mundo.

         El testimonio cristiano está, pues, dotado de visibilidad y responde a una exigencia misionera: no se santifica uno de manera puramente interior: no se encuentra uno dispersado en el mundo hasta el punto de perderse en él en la conformidad total con ese mundo o de olvidar el testimonio de la trascendencia.

         Las imágenes de la sal de la tierra y de la luz del mundo interesan directamente a la eclesiología. La Iglesia puede ser considerada, en efecto, como luz para los hombres, puesto que es el cuerpo de ese Cristo que ha revelado a la humanidad el sentido último de su razón de ser: la vida con Dios.

         Los cristianos estaban convencidos antiguamente de ello y los resultados culturales y educativos conseguidos por la Iglesia en los países impulsados por ella hacia el desarrollo y la ilustración les fortalecía en esa convicción. Pero he ahí que la influencia cultural de la Iglesia está cediendo hoy ante la del estado, que su autoridad es puesta en entredicho y que la inmensa mayoría de los hombres prescinden de la luz que pretende ofrecerles.

         Comienza a surgir una nueva raza de cristianos que ya no se aferran incondicionalmente a las convenciones, dentro de las que se ejercía hasta ahora la moral y la religión; unos cristianos que se saben amenazados en su fe y que no cesan de encontrar nuevas respuestas a unas preguntas permanentemente renovadas. Se preguntan sobre lo que pueden significar para ellos la luz y la sal de la tierra.

         Pues bien: la única manera de ser luz en la humanidad actual consiste precisamente en despojarse de toda seguridad, en aceptar no saber de Dios otra cosa sino que es fiel a sí mismo y a su amor y que es Dios incluso precisamente porque puede negársele.

         El cristiano se convertirá en luz y sal el día en que se quede libre de todas esas verdades, el día en que dé pruebas de su lealtad total en la búsqueda de Dios y acepte el recibir y el escuchar, el perdonar y el compartir.

Maertens-Frisque

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         La sal, que asegura la incorruptibilidad, se usaba en los pactos como símbolo de su firmeza y permanencia. En particular, todo sacrificio debía ser salado, como señal de la permanencia de la alianza. Pues "la alianza de sal es perenne" (Nm 18, 19) y "con pacto de sal concedió Dios a David y a sus descendientes el trono de Israel para siempre" (2Cr 13, 5). En todo ello, aludiendo a una tierra albergadora de la humanidad.

         Según este dicho de Jesús, los discípulos son la sal que asegura la alianza de Dios con la humanidad; es decir: de su fidelidad al programa de Jesús depende que exista la alianza, y que se lleve a cabo la obra liberadora prometida. Si la sal pierde su sabor, con nada puede recuperarlo; si los que se llaman discípulos de Jesús, y tienen delante su ejemplo, no le son fieles, no hay donde buscar remedio. Esos discípulos son cosa inútil, han de ser desechados, arrojados fuera, y merecen el desprecio de los hombres, a cuya liberación debían haber cooperado.

         La luz es la gloria o esplendor de Dios mismo, que según Isaías había de refulgir y brillar sobre Jerusalén (Is 60, 1-3), la ley y el templo (Is 2, 2) y la ciudad (Is 60, 19), siempre como reflejo de la presencia de Dios en ellos. Esta presencia radiante y perceptible se ha de verificar en adelante en los discípulos; ellos son el Israel desde donde refulge Dios, la nueva Jerusalén donde él habita. Esa luz ha de ser percibida: la comunidad cristiana no puede esconderse ni vivir encerrada en sí misma.

         La gloria de Dios ya no se manifiesta en el texto de la ley ni en el local de un templo, sino en el modo de obrar de los que siguen a Jesús. "Vuestra luz" alude a las obras en favor de los hombres (Mt 5, 7.8.9), en las que resplandece Dios: la ayuda, la sinceridad y el trabajo por la paz (es decir, la constitución de una sociedad nueva). Al nombrar a Dios como Padre de los discípulos, Mateo alude a la calidad de hijos de que éstos gozan por su actividad, que continúa la del Padre (Mt 5, 9). Así, "los hombres glorificarán al Padre", es decir, conocerán al único verdadero Dios.

         Estos 2 dichos de Jesús confirman la creación del Israel mesiánico: los discípulos son los garantes de la alianza y en la comunidad resplandece la gloria de Dios. Es la comunidad de los que han elegido ser pobres (Mt 5, 1), se mantienen fieles a este compromiso (Mt 5, 10), ejercen las obras propias de los hijos de Dios (Mt 5, 7-9) y dan así ocasión a la liberación de la humanidad (Mt 5, 4-6). Es la presencia del reinado de Dios en la tierra (Mt 5, 3.10).

Juan Mateos

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         Hace unos meses, un hermano mío, de viaje por Egipto, entrevistó a un monje copto. Una de las preguntas que le hizo fue esta: "¿Qué diría usted a un cristiano que vive en una sociedad postmoderna y postcristiana?". El monje se limitó a responder: "Vosotros sois la luz del mundo".

         Las palabras "vosotros sois la luz del mundo" contienen todo un programa de vida. No se trata de que hagamos más cosas o mejores que los demás. No se trata de conquistar a nadie. El desafío es más simple y profundo: reflejar la luz a través de un rostro encendido en la luz que es Cristo ("Yo soy la luz"). El objetivo de ser luz lo expresa bien Jesús: "Que deis gloria a vuestro Padre que está en el cielo".

         En nuestro lenguaje cotidiano, solemos hablar de un rostro encendido, de una mirada iluminada. Pero ¿por qué? Por el contacto con la luz. Moisés, al bajar del Sinaí, mostraba un rostro resplandeciente, y el pueblo vio algo en él. Sólo ilumina quien está en contacto con la luz. 

         Hemos ensayado casi todo en el campo de la evangelización. Y a veces nos sentimos frustrados ante la falta de respuesta. Nuestra ansiedad nos lleva a imaginar continuamente caminos nuevos (si bien algunos dicen que hemos aflojado bastante en creatividad), pero, ¿es éste el camino? Jesús no nos ha pedido que estemos todo el día con la lengua fuera, sino que encendamos nuestro pequeño cirio en el gran cirio que es él y que creamos en el poder iluminador de la luz. No es fácil que nuestro hombre viejo entienda estas cosas.

Gonzalo Fernández

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         El Señor nos dice hoy a cada uno de nosotros una cosa: "Vosotros sois la sal de la tierra, vosotros sois la luz del mundo". La sal da sabor a los alimentos, preserva de la corrupción y era un símbolo de la sabiduría divina. La luz es la primera obra de Dios en la creación (Gn 1, 1-5), y es símbolo del mismo Señor, del cielo y de la vida. Las tinieblas, por el contrario, significan la muerte, el caos o el mal.

         Los hombres que viven según su fe, brillan con su comportamiento (irreprochable y sencillo) como luceros en el mundo (Fil 2, 15), en medio del trabajo y de sus quehaceres, en su vida corriente. En cambio, ¡cómo se nota cuando el cristiano no actúa en la familia, en la sociedad, en la vida pública de los pueblos! Para que el cristiano sea sal y luz, es necesario el ejemplo de una vida recta, la limpieza de conducta, y el ejercicio de las virtudes humanas y cristianas. El buen ejemplo ha de ir por delante.

Francisco Fernández

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         Vaya semana llevamos. Ayer, las bienaventuranzas, y hoy ser sal y luz. Como que no tuviéramos bastantes cosas en las que pensar, para además, preocuparnos de ser saleros y lámparas.

         Sin embargo, ¿no es verdad que al mundo la falta luz? ¿No es verdad que parece que todo está como soso? Lo queramos o no, tenemos una gran responsabilidad. Se trata de vivir conforme a la esperanza que se nos ha prometido. Sabemos que estamos llamados a ser felices, y que podemos ser felices, en medio de los problemas. Si vivimos así, nadie podrá apagar nuestra luz. Cuando alguien se esfuerza por ser bueno y hacer el bien, al final se convierte en fuente de luz. Se convierte en sal de la tierra.

         Y otra cosa más. Me parece importante recordar para qué debemos ser luz del mundo y sal de la tierra. No para que digan qué buenos son los cristianos, sino para que, al ver nuestras buenas obras, los hombres den gloria a Dios. Y recuerda que Dios es humilde.

Alejandro Carbajo

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         Somos la luz del mundo. No nos debe quedar la menor duda de eso y como luz debemos brillar. No con luz propia, sino la luz que por medio de nosotros refleja a Cristo Jesús.

         Muchas veces está en nuestra mente la creencia de que debemos brillar con luz propia, o mejor dicho, creemos que brillamos con luz propia, olvidándonos que si no fuera por la gracia del Espíritu Santo en nosotros fuera, como dice San Pablo, "campana que resuena", pero que no invita a la congregación. Leer este pasaje del evangelio de hoy debe siempre llevarnos a la reflexión sobre la luz que proyectamos las demás personas que están a nuestro alrededor.

         En un tiempo de crisis tan fuerte como la que vive nuestro país, qué luz estoy reflejando. Es luz que irradia esperanza, confianza en un porvenir centrado en Dios, en el cuál, como el profeta Elías sabemos que no se agotará el aceite y la harina; o es más bien una luz tenue que siembra desesperanza a nuestro alrededor. Señor saca de mí todo aquello que no me deja irradiar tu luz.

Miosotis Nolasco

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         Hoy Mateo nos recuerda aquellas palabras en las que Jesús habla de la misión de los cristianos: ser sal y luz del mundo. La sal, por un lado, es este condimento necesario que da gusto a los alimentos: sin sal, ¡qué poco valen los platos! Por otro lado, a lo largo de los siglos la sal ha sido un elemento fundamental para la conservación de los alimentos por su poder de evitar la corrupción. De ahí que Jesús nos recuerde que tengamos que ser sal en nuestro mundo, y que (como la sal) dándole gusto y evitando la corrupción.

         En nuestro tiempo, muchos han perdido el sentido de su vida y dicen que no vale la pena; que está llena de disgustos, dificultades y sufrimientos; que pasa muy deprisa y que tiene como perspectiva final (y bien triste) la muerte.

         Respecto al "vosotros sois la sal de la tierra" (Mt 5, 13), el cristiano ha de mostrar con la alegría y el optimismo sereno (de quien se sabe hijo de Dios) que todo en esta vida es camino de santidad, que las dificultades nos ayudan a purificarnos, y que al final nos espera la felicidad eterna. Al igual que la sal, el discípulo de Cristo ha de preservarse de la corrupción, y procurar que allí donde se encuentre un cristiano ha de resplandecer la virtud con toda la fuerza.

         Como luz del mundo (Mt 5, 14), el cristiano es esa antorcha que, con el ejemplo de su vida, lleva la luz de la verdad a todos los rincones del mundo, mostrando el camino de la salvación. Así, allí donde antes sólo había tinieblas, incertidumbres o dudas, nacerá la claridad, la certeza y la seguridad.

Francesc Perarnau

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         Después de las bienaventuranzas, Jesús empieza su desarrollo sobre el estilo de vida que quiere de sus discípulos. Y hoy emplea, para ello, 3 comparaciones, para hacerles entender qué papel les toca jugar en medio de la sociedad:

1º ser como la sal, que condimenta y da gusto a la comida y sirve para evitar la corrupción de los alimentos, así como es símbolo de la sabiduría;
2º ser como la luz, que alumbra el camino, responde a las dudas y disipa la oscuridad y las cegueras;
3º ser como una ciudad puesta en lo alto de la colina, que guía a los que van buscando, ofrece un punto de referencia para la noche y da cobijo y alegría a los que van de camino.

         Va por nosotros, para que nuestra fe, y la vida que Dios nos comunica, no se quede en nosotros mismos, sino que repercuta en bien de los demás.

         Se nos dice que debemos ser sal en el mundo, que sepamos dar gusto y sentido a la vida. Que contagiemos sabiduría (o sea, el gusto de Dios), demos sabor humano (sinónimo de esperanza, amabilidad o humor) y contagiemos una visión optimista de la vida. Como dijo en otra ocasión Jesús: "Tened sal en vosotros y tened paz unos con otros"; Mc 9,50). Como la sal, debemos también preservar al mundo de la corrupción, siendo una voz profética de denuncia (si hace falta) en medio de la sociedad. De hecho, se nos invita a ser sal, no azúcar.

         Se nos pide que seamos luz para los demás. El que dijo que era la Luz verdadera, y esa Luz es la que ahora nos pide a nosotros que seamos luz. Lo cual sólo puede ser posible si nosotros nos dejamos iluminar por él, y a su vez transmitimos esa Luz a los demás. Todos sabemos qué clase de cegueras y penumbras y oscuridades reinan en este mundo, y también dentro de nuestros mismos ambientes familiares o religiosos. Quién más quién menos, todos necesitamos a alguien que encienda una luz a nuestro lado para no tropezar ni caminar a tientas.

         El día de nuestro bautismo se encendió una vela del cirio pascual de Cristo. Cada año, en la Vigilia Pascual, tomamos esa vela encendida en la mano. Es la luz que debe brillar en nuestra vida de cristianos, la luz del testimonio, de la palabra oportuna, de la entrega generosa. No se nos ha dicho que seamos lumbreras, sino luz. No se espera de nosotros que deslumbremos, sino que alumbremos. Hay personas que lucen mucho e iluminan poco.

         Se nos dice, finalmente, que seamos como una ciudad puesta en lo alto de un monte, como punto de referencia que guía y ofrece cobijo. Esto lo aplica la Plegaria Eucarística II de la Reconciliación a la comunidad eclesial ("la Iglesia resplandece en medio de los hombres como signo de unidad e instrumento de tu paz") y la Plegaria Eucarística Vb ("que tu Iglesia sea un recinto de verdad y de amor, de libertad, de justicia y de paz, para que todos encuentren en ella un motivo para seguir esperando").

         Pero también se pide eso mismo de las familias y las comunidades cristianas. Qué hermoso el testimonio de aquellas casas que están siempre abiertas y disponibles (para niños y mayores, parientes o vecinos). Cada vez no les darán de cenar, pero sí, caras acogedoras y una mano tendida. ¿Somos de verdad sal que da sabor en medio de un mundo soso, luz que alumbra el camino a los que andan a oscuras, ciudad que ofrece casa y refugio a los que se encuentran perdidos?

José Aldazábal

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         En el evangelio de hoy Jesús exhorta a sus discípulos a ser "sal de la tierra" y "luz del mundo". Los hombres y mujeres que acogen el evangelio del Reino y viven según el espíritu de las bienaventuranzas son un fermento de nueva humanidad.

         La sal hace que los alimentos adquieran sabor (Job 6, 6) y se conserven en buen estado. En algunos textos bíblicos, la sal había llegado a significar el valor permanente de un contrato. Se hablaba, por ejemplo, de "alianza de sal" o "sellada con sal" (Num 18, 19). Existía un dicho de Jesús que hacía referencia a la sal, tal como lo demuestra Lucas (Lc 14, 34) y Marcos (Mc 9, 50). Mateo interpreta esa palabra del Señor para afirmar que el creyente debe conservar y hacer que aparezca sazonada y apetitosa la realidad de cada día delante de los seres humanos, a través de la fidelidad a la alianza con Dios y la vivencia radical de las bienaventuranzas.

         La luz hace que la realidad pueda ser percibida y que los seres humanos puedan orientarse y caminar sin tropezar. La luz es la primera obra de la creación, la criatura primogénita de Dios (Gn 1, 3). Es imagen de la vida y de la salvación que viene de Dios (Sal 36, 10), es como el vestido de Dios, expresión de su dignidad y de su poder salvador (Sal 104, 1-2). La luz revela el misterio de Dios en forma particular: "Dios es luz, y no hay en él oscuridad alguna" (1Jn 1, 5). Y Jesús dirá en el evangelio de Juan: "Yo soy la luz del mundo, y el que me sigue no camina en tinieblas" (Jn 8, 12). Para Mateo cada creyente y cada comunidad de fe es luz para el mundo, signo y sacramento de la luz y la vida de Dios.

         La sal, que comunica, da sabor y conserva los alimentos, se puede sin embargo desvirtuar: "Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal pierde el gusto, ¿con qué la sazonarán? Sólo sirve para tirarla y para que la pise la gente" (v.13). La luz alumbra a todos, pero se puede esconder: "No se enciende un candil para taparlo con una vasija de barro; sino que se pone sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa" (v.15). Así ha de ser la comunidad cristiana: "Brille así vuestra luz delante de los seres humanos de modo que, al ver sus buenas obras, den gloria al Padre que está en los cielos" (v.16).

         La Buena Nueva del Reino no puede quedar escondida por temor a ser perseguidos (vv.11-12) o por flojedad de los discípulos, sino que debe hacerse presente en la vida de las personas y en las estructuras de la sociedad a través del testimonio de vida de los creyentes: "Brille así vuestra luz delante de los seres humanos de modo que, al ver sus buenas obras, den gloria al Padre que está en los cielos" (v.16).

         La comunidad cristiana está llamada a hacer buenas obras, es decir, a vivir en forma activa y responsable el espíritu de las bienaventuranzas, no por vanidad o por solapado fariseísmo, sino para "dar gloria al Padre que está en los cielos", es decir, para mostrar el poder y la bondad de Dios que actúan en la vida de las personas que se abandonan a él con confianza.

Fernando Camacho

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         Los discípulos han de ser sal y luz. La sal condimenta, purifica y conserva los alimentos; su contraposición es degradarse, volverse sosa, perder su fuerza. Con relación a los discípulos, el símil de la sal se refiere a la sabiduría, la predicación y la disposición para el sacrificio.

         La comparación "sal de la tierra" indica lo que se le exige al discípulo: la sal no es para sí misma, sino que está en función de lo que ella puede generar (ser conservante y da sabor). Del mismo modo, los discípulos no existen para sí mismos, sino para los demás. El discípulo no puede perder el contenido y horizonte de su misión, que es el anuncio de la buena noticia del Reino de Dios. Por tanto, el peso de la comparación de Jesús termina en la amenaza de ser arrojada y de ser pisoteada si no cumple con su misión.

         La luz ilumina y da claridad, en contraposición con la oscuridad y las tinieblas. La comparación con la luz adquiere todo su contenido y significación cuando el evangelista propone el símil de la ciudad sobre el monte, visiblemente situada. En esto se corresponde con la lámpara colocada en lo alto y no debajo del celemín. Así, la Iglesia, que es la luz del mundo, debe hacer brillar esta luz; de lo contrario, es algo tan absurdo como la lámpara de aceite debajo del celemín. Porque la verdadera luz, el evangelio, debe resplandecer como la luz sobre el candelero que alumbra a todos en la casa.

         Los cristianos somos la luz del mundo cuando hacemos brillar con nuestras obras el mensaje del evangelio, cuando concretamos en nuestra vida el contenido de las bienaventuranzas, cuando construimos con los empobrecidos de la tierra espacios nuevos que permitan vivir en la justicia y en la igualdad, cuando hagamos realidad la propuesta de Jesús de vivir en la acción a partir de las buenas obras.

Gaspar Mora

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         "Vosotros sois la sal de la tierra", nos dice hoy Jesús. Debido a sus propiedades para conservar los alimentos y sazonarlos, la sal era considerada en la antigüedad como portadora de fuerza vital. Según una tradición de la antigua Siria, los seres humanos aprendieron de los dioses el uso de la sal. La sal no sólo conserva los alimentos y sirve para sazonarlos, sino que tiene también un papel purificador.

         En Roma existía la costumbre de poner un poco de sal en los labios del recién nacido para proteger su vida de los peligros que la amenazaban (rito que se ha transmitido en el bautismo cristiano). En el AT la sal estaba unida a la idea de una fuerza que "conserva la vida y otorga estabilidad", llegando a convertirse en símbolo de la inviolabilidad de la alianza con Dios y de su fidelidad inquebrantable.

         La sal, que hace que los alimentos no se corrompan, se usaba en los pactos como símbolo de su firmeza y permanencia. Todo sacrificio que se ofrecía a Dios era salado previamente (Lv 2,13; Nm 18,19). Al decir Jesús que los discípulos son la sal de la tierra, está afirmando que son ellos los que aseguran, dan permanencia, actualizan y hacen realidad el pacto que Jesús hizo con Dios por la salvación de la humanidad.

         "Vosotros sois la luz del mundo", nos dice también hoy Jesús. Es tan importante la luz para los humanos que sinónimas de nacer son las expresiones dar a luz, alumbrar, ver la luz. Los mitos del Antiguo Oriente hablan con frecuencia de la lucha del héroe de la luz contra el de las tinieblas, cuya derrota hace posible la creación del mundo. En el Génesis Dios creó, en 1º lugar, la luz, y esta acción fue acompañada de un comentario positivo: "Vio Dios que era buena". Podemos decir que Dios se recreó a sí mismo.

         El Salmo 104, refiriéndose a Dios, dice: "La luz te envuelve como un manto" (Sal 104, 2). Por eso, en la Biblia, la luz es el esplendor de Dios mismo que había de brillar sobre Jerusalén, y que a partir de Jesús ha de brillar en los discípulos (como reflejo de un Dios que ama a todos, sin exclusión de ninguno). Los seguidores de Jesús son luz que se manifiesta en obras de ayuda, misericordia y amor hacia una humanidad que ha sido cegada y transplantada a un reino de muerte. "Empiece así a brillar vuestra luz ante los hombres", recuerda Jesús, para "que vean el bien y glorifiquen al Padre del cielo".

José A. Martínez

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         En la perícopa de hoy Jesús se refiere directamente a la calidad humana que debe tener el discípulo, y a cuáles deben ser sus compromisos de cara a lo que lleva consigo el adherirse a una propuesta como la que Jesús hace (que no está diseñada para la búsqueda de intereses personales, sino para entregar la vida por amor). Esto seguramente acarreará persecuciones y otros inconvenientes, pero el testimonio individual debe ser ejemplo de transparencia e incorruptibilidad.

         Todo el que se sienta seguidor de Jesús, debe tener claro, tan pronto decida adherirse a su proyecto, que la entrega por la causa del amor a todos y especialmente a los pobres debe ser constante. Su convencimiento debe ser tal, que la presencia de Dios en él sea capaz de extinguir toda duda o temor.

         Con el término "sal de la tierra", Jesús está invitando al grupo de sus seguidores a ser fieles al proyecto del Padre, asumiendo con entrega total la misión de la animación de la justicia, para lograr ser sabor evangélico en un mundo dominado por el pecado, para que la humanidad vuelva a creer que Dios tiene un plan de vida para todos.

         Por otro lado, ser "luz del mundo" significa que la cualidad del testimonio debe ser la trasparencia, así como su calidad debe ser tal que pueda ser palpado, sobre todo en las épocas de persecución. Ser "luz del mundo" es sinónimo de lo que sirve para iluminar, y que por eso no se puede esconder, y debe permanecer en un punto donde pueda alcanzar a todos.

Severiano Blanco

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         Jesús nos regala en el evangelio de hoy 2 comparaciones fantásticas en su fecundidad y de inmenso éxito en la predicación cristiana. ¿Quién no ha oído, quién no recuerda las palabras que, otra vez hoy, nos llegan como el lamento de un profeta o la esperanza de un poema?

         Ahora bien, Jesús no habla de la sal sin más, ni de la luz sin más. Sino que habla, más que de 2 cosas, de 2 situaciones que quiere que sus discípulos eviten. No se trata, por tanto, de una comparación abstracta entre 2 realidades terrenas (y esa realidad de gracia que significa ser discípulo del Señor) sino de una imagen viva y en movimiento, de 2 situaciones que los discípulos necesitan aprender a evitar o superar.

         No nos quedemos entonces con la sal y la luz, sin más. Pues si lo que queremos es dar nombre a las cosas, podríamos encontrarnos con una "sal desabrida" y una "luz ocultada" (como bien alerta Jesús). Los adjetivos calificativos siempre son importantes, pero en el caso presente resultan auténticamente básicos, si queremos comprender el verdadero alcance de la enseñanza de nuestro Señor.

         Los calificativos aplicados por Jesús corresponden a sendos riesgos o tentaciones. Porque es fácil contentarse con ser sal sin percatarse de que hace poco ya perdió su sabor. Y porque es tentador deleitarse en el resplandor de la propia luz sin caer cuenta de que ya no alumbramos realmente a nadie. Frente a estas posibilidades, que puede que silenciosamente se nos hayan introducido en nuestro ser, se levanta la voz de Jesús, que no quiere que durmamos con ellas, acostumbrándonos a ser luz apagada o sal desaborida.

Nelson Medina

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         Según la 1ª imagen empleada hoy por Jesús, la Iglesia es como la sal, elemento fundamental para el sabor del alimento humano y llamada a alcanzar los ámbitos más familiares de la vida de los seres humanos. Pero para ello se requiere la fidelidad a su naturaleza, pues la pérdida de su condición es a la vez pérdida de su valor: "No sirve más que para ser arrojada y pisada por las personas".

         La 2ª imagen empleada por Jesús (más desarrollada que la 1ª) sitúa la existencia cristiana por medio de la imagen de la luz. La luz es fuente de revelación de los objetos que gracias a ellas adquieren contornos definidos para la visión. Y tras afirmar de nuevo el ámbito universal de su actuación ("vosotros sois la luz del mundo"), se presentan las condiciones para su eficacia.

         La situación de la altura impide el ocultamiento de una ciudad y la finalidad de la luz hace que deba encontrar una ubicación conforme a esa finalidad. Destinada a iluminar toda la existencia, para realizar su intento de alcanzar a todos los que están en la casa, debe estar situada en lugar manifiesto. Pero el sentido más profundo de las imágenes radica en su significación. La Iglesia está llamada a la realización de obras con un alcance universal y que, en su visibilidad, impliquen una profunda transformación de la realidad.

         La sal y la luz producen esa profunda transformación en los objetos con los que entran en contacto. Y la capacidad de realizar una transformación de ese tipo se exige a los integrantes de cada comunidad cristiana. La realidad, en el presente, no agota sus posibilidades en cuanto no está colocada integralmente en el ámbito divino.

         El cristiano por tanto, debe situarla en ese espacio salvífico y para ello se requiere una actuación adecuada a esa finalidad. Se exige de cada seguidor de Jesús "buenas obras" que den la posibilidad de reconocer el paso de Dios en la historia humana.

         Todos los seres humanos deben ser capaces de reconocer la presencia divina y esa capacidad sólo puede brotar de un compromiso radical con la causa de Dios por parte de cada uno de los miembros de la realidad comunitaria. En un tiempo de desaliento y de pérdida de ideales, las palabras de Jesús tienen como finalidad la recreación de la esperanza y la tensión por el Reino. De esa forma, volviendo a sus orígenes, la comunidad vuelve a revalorizar su actuación en el mundo, actuando en consecuencia.

Confederación Internacional Claretiana

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         De nuevo nos dice hoy Jesús: "Vosotros sois la sal y la luz del mundo", aplicando estos dichos a los discípulos. Las palabras de Jesús recuerdan a sus seguidores, perseguidos y calumniados, su tarea misionera en el mundo que muchas veces puede correr el peligro de perder su fuerza (la sal) y ocultar su vigor (la luz).

         Con relación a todo el discurso, estos dichos sirven de introducción al extenso pasaje que sigue, donde Jesús les da instrucciones a los discípulos acerca de cómo han de convertirse en sal de la tierra y luz del mundo y cuáles son las obras buenas que sirven para glorificar a Dios.

         De esta manera, la misión de los discípulos ("ser luz") se corresponde con la misión de su maestro ("yo soy la luz"), y la Iglesia se convierte en comunidad de la luz (manteniéndola encendida). De lo contrario, el discipulado y la Iglesia sería algo tan absurdo como una lámpara de aceite metida debajo del celemín. Porque la verdadera luz (el evangelio) debe resplandecer como la luz sobre el candelero, alumbrando a todo el mundo.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         Vosotros sois la sal de la tierra, nos dice hoy Jesús, que poco después añade: Vosotros sois la luz del mundo. Pero no somos sal de la tierra y luz del mundo únicamente por nuestra condición de hombres (o seres racionales), sino por nuestra condición de discípulos o personas insertadas en aquel que ha venido como luz del mundo, sin sombra de oscuridad.

         Si eso es así, de Jesús es de quien recibimos la capacidad crística de sazonar, conservar e iluminar. Pero la recibimos si no cortamos el suministro o la energía que la sostiene, si nos mantenemos unidos (como el sarmiento a la vid) a él, y si nos surtimos de su sal y de su luz (llegada incesantemente a nosotros a través del envase de su palabra y de sus sacramentos).

         La sal tiene la doble función de sazonar y de conservar los alimentos. Y sin ella, éstos se vuelven insípidos o se corrompen, hasta que finalmente se hacen incomestibles. La luz tiene la función primordial de iluminar, pero también de dar calor. Tan importante es la luz que sin ella no podríamos ver (aun disponiendo de ojos), ni distinguir unas cosas de otras, ni sortear los peligros y las barreras físicas, ni encaminar nuestros pasos hacia una determinada meta.

         Las imágenes que emplea Jesús para caracterizar nuestra condición de cristianos son extraordinariamente fecundas, pues ¿qué sucede cuando la sal se vuelve sosa, algo que puede suceder por difícil que parezca? Que ya no sirve para nada, puesto que ha perdido su doble función de sazonar y de conservar.

         La sal que ha perdido su virtualidad (y por tanto, su funcionalidad), ya no se puede salar, y sólo se puede sustituir por otra (dado que dejó de ser lo que era, y murió). El punto (bombilla o foco) que ha dejado de arrojar luz, o que ha dejado de iluminar, también es un punto muerto que ha perdido toda su potencia. Desde ese mismo instante, en que deja de brillar, se convierte en algo inservible, digno de ser arrojado al contenedor de la basura.

         Eso podemos llegar a ser los cristianos, si perdemos nuestra capacidad de iluminar o de sazonar el mundo. Y para eso basta simplemente con perder el contacto con esa fuente lumínica o saladora que es Cristo, o con asimilarnos a la insipidez o a la oscuridad de nuestro mundo.

         Y esto porque, al vivir en un mundo (espacio vital, lenguaje, cultura, sensibilidad, corrientes de opinión, tecnología, política, medios de comunicación...) del que inevitablemente formamos parte, corremos el riesgo de asimilarnos a él y de ser absorbidos por él, hasta el punto de acabar perdiendo nuestra capacidad de ser sal y luz en él y para él.

         Cuando esto sucede, es que se ha hecho realidad la sentencia de Jesús: que la sal (que él ha dejado en el mundo) se ha vuelto sosa, y que la luz (entregada para ser puesta en el candelero) ha dejado de iluminar, o bien porque se ha apagado por falta de suministro, o bien porque se ha ocultado debajo del celemín o en el interior de las sacristías. En semejante estado, un cristiano no sirve para nada.

         Cuando eso sucede, el mundo se va corrompiendo más y más, y va perdiendo su sabor cristiano y humano, y va decreciendo en humanidad y va ganando en insensibilidad para los que van quedando al margen (en las cunetas de la vida), como los pobres, emigrantes, familias desestructuradas, concebidos no nacidos, ancianos, despedidos del trabajo, inadaptados, víctimas de maltratos...

         Cuando eso sucede, al mundo le van creciendo formas diversas de inhumanidad, en su versión de comportamientos patológicos, de una madre que mata a sus hijos; de un adulto que abusa sexualmente de un niño... Y se multiplica la delincuencia y el crimen organizado. Con ello, se van extendiendo en el mundo las zonas de oscuridad, de modo que ya no se sabe distinguir el bien del mal, se confunde la legalidad y la justicia, o se animaliza el matrimonio.

         Cuando eso sucede, la oscuridad va envolviendo al mundo en la nube del escepticismo, hasta el punto de no hacer posible distinguir ya entre la verdad y la mentira. Y todo ello, por efecto de la ausencia de luz.

         Pues bien, en semejante situación las palabras de Jesús adquieren una relevancia especial. Más aún, adquieren el tono de las cosas urgentes: Alumbre así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.

         Las palabras pueden perder su capacidad de iluminar cuando ofrecen poco crédito, cuando están faltas de coherencia, cuando no son expresión de una vida llena o cuando suenan vacías. Sobre todo, porque no han quedado corroboradas por las obras, expuestas al juicio no sólo del que oye, sino del que ve. Las obras, por tanto, han de ir de la mano a las palabras a la hora de arrojar luz, o incluso por sí mismas.

         Es lo que nos dice Jesús: Alumbrad con vuestras buenas obras, porque las buenas obras alumbran y se distinguen de las malas, y siempre serán recibidas como buenas por todos aquellos que conservan una mínima capacidad de juicio y discernimiento moral. Ya lo decía el profeta: Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que va desnudo y no te cierres a tu propia carne. ¿Y quién puede decir que éstas no son obras buenas?

         Es verdad que habrá que tener en cuenta la intencionalidad, pero la luz que irradian lleva la marca de la bondad. Cuando hagas esto, romperá tu luz como la aurora, recuerda la Escritura. E iluminarás a los que abran sus ojos a la luz. Y te seguirá la gloria del Señor, porque por tu medio darán gloria a Dios, ya que en tus obras habrán percibido un reflejo de la bondad del mismo Dios y se volverán a él para glorificarle. Entonces podrás clamar al Señor y él te responderá: Aquí estoy contigo y para ti: aquí estoy para servirte.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 11/06/24     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A