12 de Junio

Miércoles X Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 12 junio 2024

a) 1 Rey 18, 20-39

         La escena que leemos hoy es característica de una época. Elías busca aún convencer por su prestigio, por ser el más fuerte. Y a pesar de las apariencias, vemos que fracasa con tales métodos. Dentro de unos días, leeremos que Dios hará que el profeta comprenda que él está más presente "en la brisa ligera" que "en el fuego y el temblor de tierra". Pero por hoy, dejémonos instruir por la audacia y la fuerza del profeta, que encara de frente a los falsos dioses y a sus profetas oficiales, protegidos por el poder real.

         "¿Hasta cuando vais a estar cojeando con los dos pies?", pregunta Elías a los falsos profetas, que añade: "Si el Señor es Dios, seguidlo. Y si es Baal, seguid a ése". Se trata de una interrogación siempre válida para nuestra propia vida, pues somos capaces de aceptar sin más esa mezcla: un poco de amor de Dios, y un poco de amor a nosotros mismos... un poco de vida de piedad, y un poco de vida mundana. El profeta Elías propone una alternativa radical: o esto, o aquello.

         Señor, líbranos de nuestros titubeos, de nuestras dilaciones. Y ayúdanos a decidirnos lealmente. Presérvanos de las evasivas, de las actitudes inconsistentes e incoloras. Concédenos ser hombres de decisión y de franqueza como Elías, que nos dice: "Yo me he quedado solo, como profeta del Señor, mientras que los profetas de Baal son 450".

         A menudo, también hoy tenemos la impresión de ser una minoría, perdida entre la masa de los indiferentes u hostiles. Concédenos, Señor, la noble valentía de Elías, su carácter templado y su capacidad de mantenerse firme, aunque todos a su alrededor le abandonen.

         En esa situación, el profeta Elías oró: "Invocaré el nombre del Señor, porque él es Dios. Señor, Dios de Abraham, de Isaac y de Israel, respóndeme". No se apoya en su propia fuerza sino en Dios. Y ante la numerosa horda de sacerdotes de Baal, Elías muestra su total seguridad a la hora de orar en público, y correr el riesgo de perder la vida, si Dios no atendía su plegaria. Señor, que mi oración sea humilde y confiada y humilde, seguro de tu amor y fuerte en la fe.

         Entonces, "todo el pueblo, rostro en tierra y con temor, dijo: el Señor Yahveh es Dios", y los ídolos fueron reducidos a cenizas. Sabemos que habitualmente las cosas no suceden así, y lo más corriente es que el mal siga triunfando, ya que Dios no libró ni siquiera a su Hijo cuando se le provocaba ("baja de la cruz"). Pero es necesario que yo siga confiando en ti, Señor, incluso en la noche, en la cruz o en el fracaso.

Noel Quesson

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         En caso de conflicto entre varias prácticas litúrgicas, el pueblo hebreo acudía invariablemente a una especie de concurso, en el que el juicio de Dios fallaba entre los protagonistas (Gn 4, 1-5). En el pasaje de hoy escuchamos cómo Elías acude a ese procedimiento, a la hora de dar a conocer al pueblo el juicio de Dios sobre sus sacrificios.

         El monte Carmelo, donde se celebra dicho concurso, está situado entre Israel y Fenicia, y pertenece sucesivamente al 1º y al 2º reino (lo que explica la presencia en su cumbre de 2 altares, uno en ruinas consagrado a Yahveh y otro a Baal).

         El pueblo, nos dice el cronista "cojeaba de los dos pies" (v.21), imitando en su falta de fe la danza ritual de los partidarios de Baal (v.26). Hasta que al determinar claramente a qué Dios pertenecía el rayo, el concurso le hizo salir de sus moratorias evasivas. En efecto, la fe no puede desarrollarse en medio de la duda, ni en el servicio simultáneo de dos señores (vv.21.24).

         El concurso se desarrolla en un clima de violencia, y en él los sacerdotes de Baal, creyendo que su Dios no se revelará sino como coronación del esfuerzo del hombre, se mutilan y entran en trance (v.28). Pero Dios no se revela sino en la naturaleza del rayo (v.38). En cuanto a Elías, éste aplica a los profetas de Baal la terrible ley del talión (v.40), aunque no tardará en comprender que Dios no está en la violencia (1Re 19, 1-4), sino en la dulzura y el amor.

Maertens-Frisque

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         Es indudable que la narración de hoy plantea a la conciencia del creyente unos interrogantes delicados, pues ¿está poniendo el desafío de Elías a los falsos profetas a prueba, o al mismo Dios? Y la matanza de los profetas de Baal, parecida a las leyes deuteronómicas del exterminio sagrado y de la intolerancia religiosa (Dt 10,16; 13,2-19; 17,2-7), ¿es conciliable con el espíritu de la fe y la razón?

         Por lo que respecta al desafío de Elías, no es difícil ver que no proviene de un deseo de poner su Dios a prueba, sino de la certeza de que Dios es Dios y Baal no es nada. Y ante la reserva del pueblo, que calla cuando Elías le pide decidirse por Yahveh o por Baal, el profeta acompaña su predicación con una señal, cosa frecuente en la historia de la salvación. Sin prodigarlas, Dios ha dado oportunamente sus señales a lo largo de la historia, y estas señales (igual que aquí) han pesado en la fe del pueblo.

         Más laborioso es de comprender el comportamiento de Elías con los profetas de Baal. La doctrina del Vaticano II sobre la libertad religiosa nos ha hecho más sensibles ante ciertos hechos de la historia, como las guerras de religión, las cruzadas o los tribunales de la inquisición. Para nosotros, cristianos, es indudable que hemos de seguir el espíritu de Jesús. Pero esto no quiere decir que hayamos de considerar el gesto de Elías como históricamente injustificable, ni que nosotros no podamos aprender ninguna lección. En todo caso, no podemos olvidar que, al día siguiente, Elías tuvo que huir, y que aprendió de Dios en el Horeb otro camino para continuar su misión profética.

Josep Camps

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         Interpela hoy directamente Elías a los profetas de Baal: "¿Hasta cuándo vais a estar cojeando con los dos pies? Si Yahveh es Dios, seguidlo; y si lo es Baal, seguid a ése" (v.21). Aquí nos encontramos con un tema esencial en nuestra existencia: ¿Seremos capaces de elegir al verdadero Dios, y de servirle honestamente en una decisión definitiva y sin distinciones? Porque las ruinas de Sebaste nos sirven de símbolo y de imagen.

         Estamos en el sitio donde, en tiempos de los reyes de Israel, en el tiempo de Ajab I de Israel, floreció el compromiso hebreo con el paganismo. Por un lado, adoraban al Dios verdadero (el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob), y por otro (al mismo tiempo) adoraban a los ídolos extranjeros.

         Por lo que se refiere a la manera de vivir lo cotidiano, se adaptaban a esta manera de compartimentar la vida. En ciertos momentos observaban la ley de Dios y sus mandamientos, y en otros los desdeñaban. A veces se volvían a Dios renunciando a los ídolos (ante un peligro), pero sin una conversión del corazón. De ahí que el profeta Elías insista: "Recoged vuestros ídolos y colocadlos bajo un árbol, porque vamos a enterrarlos". La elección del lugar resulta significativa: un árbol, que servirá de indicación para recuperarlos cuando sientan el deseo.

         ¿Y en qué nos concierne esto a nosotros? En que admitimos que sí que ha habido generaciones que han sido capaces de adorar a un becerro de oro, o al buey Apis, o a una estela de piedra, puesto que estaban muy atrasadas. Y al mismo tiempo fabricamos nuestros propios ídolos presentes. O ¿de verdad creéis que eso de adorar ídolos está ya superado? O nuestros contemporáneos, ¿no adoran esos mismos ídolos? ¿Y nosotros? ¿No hemos hecho los habitantes de las ciudades un ídolo del sol de las vacaciones?

         Estas realidades ponen en detrimento el verdadero lugar de Dios en el mundo de hoy, adoptando las formas más variadas. Ídolo para esa madre de familia es el éxito en la educación de sus hijos, si extrae de ella su propia gloria. Ídolo para esa pareja es el éxito de su hogar y trabajo, si eso les aísla de los hogares que sufren. Ídolo para ese hombre de oración es su rezo, si se cree dueño de su relación con Dios. Ídolo para ese militante es su apostolado, si confía más en sus tareas apostólicas que en Aquel que se las ha confiado.

         Envíame entonces, Señor, algún profeta, algún hermano que me haga tomar conciencia de que en mi vida existen todavía ídolos. Elías, tu profeta, es el personaje de referencia que me ilustra sobre este terreno de la liberación de los ídolos. Los profetas no son dueños de la lluvia (sino sólo Dios), pero resultan determinante para mi manera de vivir, apoyándome en su palabra para aguardar la lluvia y acoger el rocío.

         Tú eres, Señor, el dueño de la lluvia, y eres muy capaz de encender el fuego de la vida allí en donde los Baales resultan incapaces. Eres muy capaz de hacer que se prenda leña empapada, como eres capaz de inflamar un corazón rebosante de ídolos. Ven, Espíritu Santo, no tardes. Porque "el Señor nuestro Dios es el único Dios" (Dt 6, 4). Y tú me respondes: "No hagas ídolos, ni pongas imágenes o estelas, ni coloques en tu tierra piedras grabadas para postrarte ante ellas, porque yo soy tu único Dios" (Lv 26, 1).

Alain Grzybowski

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         En una escena de película leemos hoy cómo Elías tuvo que luchar en solitario contra 450 sacerdotes del falso dios Baal, sufragados por una reina fenicia (Jezabel) que, a su vez, recibía de ellos el beneplácito a sus caprichos y fechorías. Elías, auténtico campeón de la causa de Dios, lanza un atrevido reto a todos, y provoca (en una escenificación espectacular, y un lenguaje de mordaz ironía) el triunfo clamoroso del verdadero Dios.

         Lo principal de la escena es la llamada de Elías al pueblo, a que abandone la idolatría y se decida por el verdadero Dios: "¿Hasta cuándo vais a caminar con muletas? Si Yahveh es el verdadero Dios, seguidlo; y si lo es Baal, seguid a Baal". Parece que su acción tuvo buen resultado, porque, al final, todos exclamaron: "Yahveh es el Dios verdadero". Aunque la conversión no duraría mucho.

         El estilo de Elías parece poner a prueba a Dios, pidiéndole hacer bajar fuego del cielo ante un pueblo que le ha dado la espalda (cosa que prohibirá Jesús a sus discípulos, y que cambiará por la táctica de la persuasión, y la ser ser fermento oculto que actúa desde la sencillez).

         Pero si la táctica de Elías no es la nuestra, sí debe serlo su estilo, a la hora de dar testimonio en medio del mundo: valiente, decidido y lúcido. Además, apliquémonos a nosotros mismos, y transmitamos a los demás, el serio aviso de Elías: no debemos ir "con muletas", o jugar a dos cartas, o encender una vela a Dios y otra al diablo, u oscilar entre el Dios verdadero y los falsos dioses que nos fabricamos (o que aceptamos del ambiente que nos rodea). Hemos hecho una opción por Dios, y eso se tiene que notar en nuestra coherencia de vida.

         Y todo ello porque no queremos ser como aquellos de los que habla el salmo responsorial de hoy: los que "multiplican las estatuas de dioses extraños". Sino como aquellos de los que pueden afirmar: "Yo digo al Señor, tú eres mi bien. El Señor es el lote de mi heredad y mi copa, con él a mi derecha no vacilaré".

José Aldazábal

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         La 1ª lectura nos narra una batalla desigual, de nada menos que 450 contra 1. No está mal, aunque para mala suerte para ellos, ese 1 era un profeta, y no de los pequeños. En efecto, Elías se había tomado en serio la ley, e instó a que toda Israel se definiera. Basta ya de cojear con los dos pies, basta ya de decir que y no a Dios a la vez. Y todo con mucho sentido del humor.

         Elías desafío a la idolatría desde una fe robusta, dando una lección teológica a la burlesca jerga de las divinidades paganas. Y lo hizo desde su persuasión de que el único Dios era el Dios de Israel, con absoluta rotundidad.

         La cosa tiene, sin duda, su dramatismo literario, sobre todo desde que el desafío tiene lugar en el Monte Carmelo, cuyo subsuelo se hace transparente, y hace que el auténtico adorador en espíritu no se arredre por nada cuando se trata de ser defensor del Dios Altísimo.

         Dios, por su bondad, había elegido al pueblo de Israel, para hacerle la revelación de sí mismo y del misterio de su salvación. Y ese pueblo elegido, y ahora nosotros, había sido testigo del Dios Creador, y de la plenitud de la ley y los profetas. Esa es la verdadera vida según el Espíritu, la novedad del reino de Dios. Y para nosotros, la plenitud de la ley es Cristo, y esa plenitud nos lleva a la salvación, derribando todos los ídolos del mundo.

Dominicos de Madrid

b) Mt 5, 17-19

         Jesús quiere deshacer un malentendido y una decepción, y por eso dice: "No penséis que he venido a echar abajo la ley ni los profetas. No he venido a echar abajo, sino a dar cumplimiento" (v.17). Quienes conocen la grandeza de las promesas del AT, que se han traducido en la expectativa mesiánica, pueden sentirse defraudados ante el horizonte que presenta Jesús. Una comunidad de pobres y perseguidos no parece responder a la expectativa de felicidad y prosperidad anunciadas. Jesús afirma que su misión ("he venido") no consiste en echar abajo el AT (la ley ni los profetas) como promesa del reinado de Dios, sino todo lo contrario: "dar cumplimiento" a esas promesas.

         Respecto "echar abajo", el verbo griego katalyo significa "demoler o derribar" un edificio, no abolir una ley. Y en Mateo va siempre referido al templo (Mt 24,2; 26,61; 27,40).

         Respecto "la ley y los profetas", se trata de un modo de designar el conjunto del AT. El doble complemento excluye también el sentido de derogar, como si se tratara sólo de preceptos legales.

         Respecto "dar cumplimiento", el verbo griego plerosai es utilizado continuamente por Mateo para indicar el cumplimento de profecías (Mt 1,22; 2,15.17.23; 4,14; 8,17; 12,17), y su relación con los profetas es clara. Pero también tiene relación con la ley (es decir, con los escritos de Moisés), pues se pensaba que el Mesías había de realizar el éxodo definitivo, del que el realizado por Moisés era sólo tipo. De hecho, Mateo considera la ley y los profetas (e.d, el AT) como profecía del reinado de Dios (Mt 11, 13). La misión de Jesús es positiva y no negativa, y por eso viene precisamente a dar cumplimiento a las promesas del reinado de Dios (contenidas en el AT).

         Jesús confirma solemnemente lo dicho ("os aseguro") sobre todo lo contenido en la Escritura (lit. la ley), otro modo de designar el AT que pone el énfasis en la obra de Moisés y que se realizará hasta en sus mínimos detalles, antes que desaparezca el mundo visible. No se trata, pues, de observar una ley, sino de realizar una promesa: "Realícese en la tierra tu designio del cielo" (Mt 6, 10). Lo que equivale a la llegada del Reino profetizado y legislado.

         El término "la ley" se refiere en particular al nuevo éxodo y a la entrada en la nueva tierra prometida. El éxodo liberador comienza con la muerte de Jesús y queda abierto para toda la humanidad. No hay lugar, por tanto, a decepción alguna por lo que Jesús ha dicho. El programa propuesto por él es el único eficaz para llevar a cabo el designio de Dios anunciado en el AT.

         El malentendido que disipa Jesús revelaba una mentalidad particular: la de aquellos que esperaban un reinado de Dios implantado desde arriba, sin colaboración humana. Jesús ha expuesto en su programa (las bienaventuranzas) que esta colaboración es indispensable para crear la sociedad humana justa (que es el reinado de Dios) y la tierra prometida (a la que conduce su éxodo).

         De ahí la necesidad para los discípulos de practicar "esos mandamientos mínimos" (las bienaventuranzas, enunciadas justo antes de este pasaje), pues el término griego touton (lit. esos) alude a algo alcanzable a la vista y no a algo lejano (los mandamientos de la ley). Si quisiera referirse a los mandamientos de la ley (en los que ni la letra ni el acento son mandamientos), el texto debería haber dicho "sus mandamientos". Mientras que el calificativo mínimos corresponde a lo expresado por Jesús: "Mi yugo es llevadero y mi carga ligera" (Mt 11, 30).

         Las frase "será llamado pequeño en el reino de Dios" no indica jerarquía en el reino, sino que es una expresión judía que designa la exclusión ("será pequeño") o pertenencia ("será grande"). La exigencia de Jesús es, por tanto, total; no se puede pertenecer al Reino si no se practican todas y cada una de las 8 bienaventuranzas. Jesús se refiere principalmente a la 1ª y a la 8ª (que invitan a la opción y a la fidelidad a ella), y de éstas nacen la disposición y la actividad en favor de los otros (Mt 5, 6-9).

         Estos pequeños o excluidos del reino de Dios reaparecen bajo diversas imágenes en otros pasajes del evangelio: son los falsos profetas (Mt 7, 15), los árboles dañados que dan fruto dañado (Mt 7, 17), los que invocan a Jesús y actúan en su nombre, pero cometen la iniquidad (Mt 7, 21-23; 13,41), la cizaña en el campo (Mt 13, 38), los peces que se excluyen (Mt 13, 48), el invitado sin traje de fiesta (Mt 22, 12). La imagen del árbol (Mt 7, 17) los pone en relación con el dicho de Juan Bautista (Mt 3, 10): son los que no han hecho una verdadera enmienda, los que no han roto con la injusticia del pasado (Mt 3, 8).

Juan Mateos

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         Escuchamos hoy otra parte del Discurso de la Montaña (Mt 5, 17-19), que tiene como tema la validez de la antigua ley y la nueva justicia de los discípulos.

         Se trata de un texto que, a simple vista, nos podría llevar a pensar que Jesús afirma el valor absoluto y perenne de la ley, que es necesario cumplir hasta la última telaraña de la Alianza, que la Torah (la ley judaica) es el elemento sagrado absoluto de referencia. De manera que tendríamos que entender el texto como referencia a la fidelidad a cada precepto de la Torah.

         Sin embargo, esta interpretación choca con la misión de Jesús, que no consiste tanto en potenciar la Torah (en su observancia hasta el último y más ínfimo de sus 660 preceptos) sino en ser señor de todo y estar su nueva ley (del amor a Dios y al prójimo) por encima de todo, incluso de la Torah.

         Por supuesto, Cristo reconoce el valor perenne de la Torah, pues ella ha tenido una función importante e insustituible para Israel. Y por eso Jesús no viene a abolir el valor de esa ley, sino que viene a darle cumplimiento. Por eso a la manifestación más plena de la voluntad de Dios (que es su hijo Jesús en favor del hombre), debe corresponder una respuesta más consciente y decidida.

         Para Mateo, el cumplimiento de la ley es esencial, y éste tuvo lugar en los gestos y palabras de Jesús. Y viene a decir que todo cuanto estaba escrito en la ley antigua tuvo su valor profético, pero que ahora ha sido cumplido literalmente en los tiempos mesiánicos. Jesús es la plenitud y el cumplimiento de este tiempo de gracia en el que se hace presente, de una manera definitiva, el Reino de Dios. Por tanto, Jesús es la plenitud y el cumplimiento profético de la ley.

         Las palabras de Mateo son una invitación a los discípulos para vivir en el testimonio y en el cumplimiento de la ley, incluso en los preceptos menos importantes. Una llamada que se ratifica con la enseñanza y anuncio de la buena noticia, pues observar la ley es vivirla en plenitud y darle, como Jesús, su verdadero cumplimiento. Y eso porque el fin de la ley es Cristo, y la voluntad del Padre ha sido revelada en forma definitiva por el Hijo. De esta manera, es necesario para Mateo leer el AT a la luz de Jesucristo.

Fernando Camacho

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         Dentro del Sermón de la Montaña, Jesús compara hoy el AT con el NT, tema nada fácil de asimilar para los primeros cristianos. Efectivamente, Jesús había criticado repetidas veces las interpretaciones que se hacían de la ley de Moisés. Pero nunca la desautorizó, sino que la cumplió e invitó a cumplirla, porque durante siglos fue para el pueblo elegido la concretización de la voluntad de Dios.

         No ha venido Jesús, pues, a abolir el AT, sino a perfeccionarlo y a llevarlo a su plenitud. Y para ello irá poniendo sucesivos ejemplos (referentes a la caridad fraterna, la fidelidad conyugal, la claridad de la verdad) en la línea de una interiorización vivencial, sin conformarse con el mero cumplimiento exterior.

         El AT no está derogado, sino que está perfeccionado por Jesús y su evangelio. Y los mandamientos de Moisés siguen siendo válidos, aunque la Pascua judía ya fuese cumplida en la Pascua de Cristo. La Alianza del Sinaí (o como decía Juan Pablo II, la "nunca derogada 1ª alianza") ya era sacramento de salvación, pero ahora ha recibido su plenitud en el sacrificio pascual de Cristo. Y lo mismo podemos decir de los sacrificios, del sacerdocio, del templo y del pueblo judío, que ya no son ya los elegidos por Dios, sino el sacrificio sacerdotal de Cristo y su templo espiritual eclesial.

         Seguimos leyendo con interés, pues, el AT, como palabra eficaz de Dios e historia de salvación, como diálogo vivo entre la fidelidad de Dios y la manifiesta infidelidad de su pueblo. Aunque en algunos aspectos (el sábado, la circuncisión, las ofrendas) la nueva comunidad de Jesús se haya distanciado de la ley antigua.

         En la mayoría de sus elementos, está claro que la gracia salvadora de Dios empezó a manifestarse en el pueblo judío. Pero también está claro que sigue manifestándose hoy día, a través de Jesucristo y su Iglesia. Eso sí, conscientes de que Jesús ha llevado a su perfección todo lo que enseña el AT, y de que sus bienaventuranzas (del Monte de Galilea) no suplantan en nada los mandamientos (del Monte Sinaí). Jesús no ha hecho más fácil la Antigua Alianza, sino más profunda e interior.

José Aldazábal

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         Hoy nos enseña Jesús 2 cosas: 1º que el AT forma parte auténtica de la revelación de Dios, y 2º que no hay mandamientos pequeños (o enseñanzas banales) en la Escritura. Ciertamente que el AT, por haber sido escrito en un tiempo y cultura lejanos a nosotros, no siempre es fácil de entender. Sin embargo, esto no quiere decir que no debamos buscar también en él la voluntad de Dios.

         Por otro lado, es cierto también que no todo lo que entendemos (incluso del NT) es fácil de cumplir (como lo veremos en los siguientes días), y que requiere la firme convicción de que hay que hacerlo porque Dios así lo quiere, con todo respeto a lo que él nos va proponiendo.

         Esto es importante tenerlo en mente, pues en la actual confusión moral no faltan las opiniones contrarias, que tratan de caducar mandamientos por supuestamente estar superados, o no ser hoy día comprensibles. Estemos siempre atentos a esa fuente de sabiduría que es la Palabra de Dios, y a su chorro de reconocimiento que es el Magisterio de la Iglesia.

Ernesto Caro

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         Hoy nos dice el Señor que "no penséis" (fam. caigamos en la trampa) una cosa: que "he venido a abolir la ley o los profetas". Y dice el por qué: porque "he venido a darles cumplimiento" (Mt 5, 17). En el evangelio de hoy, Jesús enseña que el AT es parte de la Revelación divina, y que el lugar donde Dios se dio a conocer fue el AT. Luego es imposible querer conocer a Dios si se prescinde del AT (cosa que nunca hizo Jesús, al asistir y rezar constantemente en la sinagoga judía)

         No obstante, en Jesús tenemos la plenitud de la Revelación, porque él es el Verbo (lit. la Palabra) de Dios, que se ha hecho hombre (Jn 1, 14) para darnos a conocer, de forma definitiva, quién es Dios y cómo actúa Dios. De ahí que no dude en afirmar: "Si me amárais, guardaríais los mandamientos" (Jn 14, 15).

         Del texto del evangelio de hoy encontramos una buena explicación en la Carta I de Juan: "En esto consiste el amor a Dios: en que guardemos sus mandamientos" (1Jn 5, 3). Guardar los mandamientos de Dios garantiza que le amamos con obras y de verdad. El amor no es sólo un sentimiento, sino que pide obras y redoblar la importancia de la caridad.

         Jesús nos enseña la malicia del escándalo: "El que traspase uno de estos mandamientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres, será el más pequeño en el reino de los cielos" (Mt 5, 19). Porque, como dice San Juan, "quien dice yo le conozco y no guarda sus mandamientos es un mentiroso, y la verdad no está en él" (1Jn 2, 4). A su vez, enseña Jesús la importancia del buen ejemplo: "El que los observe y los enseñe, ése será grande en el reino de los cielos" (Mt 5, 19). El buen ejemplo es el 1º elemento del apostolado cristiano.

Miquel Masats

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         No es de difícil comprensión lo que nos dice Cristo en el evangelio de hoy: la idea no es arrasar con la Antigua Alianza; no es cosa de anular sino de "llevar a plenitud". Pero no es fácil entender cuál es esta plenitud, pues mientras unos traducen "llevar hasta sus últimas consecuencias", otros traducen "perfeccionar el cumplimiento".

         San Pablo nos da una idea que parece aclarar el sentido de lo dicho por Jesús: "Lo que la ley no pudo hacer, ya que era débil por causa de la carne, Dios lo hizo: enviando a su propio Hijo, como ofrenda por el pecado y para que el requisito de la ley se cumpliera en nosotros, haciéndonos andar no conforme a la carne sino al Espíritu" (Rm 8, 3-4).

         Ello significa que Jesús alcanza lo que no alcanzaba la ley, pero no a espaldas de la ley ni en contra de la ley sino más allá y en la misma dirección de la ley, pues al fin y al cabo, la ley vino del mismo Dios providente que después de la ley nos ha dado el régimen de la gracia.

         Por esta razón no es bueno despreciar los preceptos de la ley, o tratarlos como cosas sin significado. Si alguien cree en la salvación de Dios como es propuesta en el nuevo régimen de la gracia pero comete este desprecio, en realidad el despreciado es él mismo, pues achica el significado del plan providente de Dios para sí mismo. Por eso es "el más pequeño en el reino de los cielos".

         Por el contrario, el que descubre el amor y la sabiduría de Dios incluso en las cosas elementales que fueron prescritas, también abre para sí mismo una abundancia de luz y de gracia de Dios, y así es "grande en el reino de los cielos".

Nelson Medina

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         La transmisión de comportamientos y de formas de vida suele exigir personas que cumplan esa función en un determinado grupo humano. Dichas personas están expuestas al riesgo de disociación entre su enseñanza y su práctica. Cuando ese ámbito es el específicamente religioso, las personas encargadas de la enseñanza pueden cuidar más del aprecio de los demás que de la autenticidad de la relación con Dios. La incoherencia se convierte así en oposición a la misma religiosidad.

         Esta actitud se podía descubrir en algunos dirigentes judíos del tiempo de Jesús. Pero también es un peligro que acecha a las comunidades cristianas y a sus dirigentes. De ahí el interés de hacer presente la enseñanza de Jesús en este punto.

         El texto en el v.19 coloca en relación con la ley 2 actividades: la práctica y la enseñanza (o conforme a sus palabras, "hacer y enseñar"). Ambas actividades dicen algo acerca de realización de la vida en la justicia (v.20). De la mención de los fariseos en este último versículo y de la crítica de Mateo al fariseísmo se puede definir la justicia insuficiente de estos como de incoherencia: "dicen y no hacen" (Mt 23, 3).

         La vida en justicia para la comunidad no se juega a nivel de las expresiones verbales sino fundamentalmente en las acciones de cada uno de sus miembros. Sin embargo, ese v.19 distingue entre 2 formas de relación entre enseñanza y práctica religiosa. Se caracteriza la integridad de la justicia que permite distinguir 2 categorías de persona según la atención al "más pequeño de los mandamientos".

         Sin embargo, Mateo no pretende presentar un nuevo legalismo para la comunidad. Ya desde el v.17 se tiene presente la actuación de Jesús, su misión que es el fundamento de toda práctica comunitaria.

         Dicha misión, frente a la ley, surge de la afirmación de uno de los 2 términos opuestos que se mencionan: abolir y cumplir ("no he venido a abolir, sino a cumplir"). Pero esa ley se presenta con un sentido particular en Mateo. El cumplimiento está referido a las promesas, a lo dicho por Dios a través de los profetas y, en este caso de la ley. Por tanto debemos entender "la ley y los profetas" como la expresión histórica del designio divino.

         De esta forma nos encontramos con la coherencia del mismo Dios (que cumple su palabra) y de Jesús (que lleva a plenitud esa Palabra divina). Una coherencia que abarca las mínimas disposiciones del querer de Dios, y eso de tal forma que tiene una firmeza superior a la firmeza del curso natural de las cosas a la que se evoca con la mención de "cielo y tierra".

         Por consiguiente, desde la coherencia (de Dios y de Jesús) se invita a la comunidad cristiana a asumir plenamente la voluntad salvífica que se nos manifiesta en las palabras de la Escritura, y que deben hacerse vida en la existencia de cada creyente. La glorificación de Dios que precede inmediatamente a estos versículos (v.16), está íntimamente ligada al testimonio coherente de los miembros de la comunidad cristiana, que deben ser capaces de transmitir la enseñanza de una salvación experimentada ya en la propia vida.

Confederación Internacional Claretiana

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         Los fariseos, fanáticos obsesivos del cumplimiento de la ley, habían puesto la voluntad de Dios en los elementos secundarios, y no buscaban en modo alguno el establecimiento de una sociedad más fraterna. De hecho, habían logrado hacer de la ley un absoluto inamovible, en el cual Dios era puesto como alcahuete de las injusticias que ellos tenían establecidas.

         Y eso es lo que denuncia Jesús, aclarando a la gente que Dios desaprueba las injusticias y favorece al ser humano. Pero también aclara que para todo pueda tener lugar (la justicia y la fraternidad) deberá cumplirse hasta el último mandato de Dios. Porque a través de ese cumplimiento Dios seguirá siendo fiel, y dará la cara por quienes lo hayan llevado a cabo.

         Los cristianos no podemos perder el tiempo en querer saber cuál es la voluntad de Dios, porque ya la sabemos (trabajar por la paz, ser misericordiosos y resto de bienaventuranzas de ayer). Pero hay que ser respetuosos con quienes todavía no saben esto, o con aquellos que se han obcecado en el mero cumplimiento externo de la ley. Sólo así, cumpliendo la vieja ley (los mandamientos), viviendo la nueva ley (las bienaventuranzas) y evangelizando a los sin ley, el humanismo expuesto por Jesús quedará establecido en la historia.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         Jesús había tenido actitudes trasgresoras ante determinadas leyes como la del descanso sabático o las relativas a la pureza ritual o al ayuno. Tampoco evitó contactos peligrosos con publicanos y pecadores o con paganos como el centurión de Cafarnaum.

         De hecho, Jesús fue acusado por letrados y fariseos de falta de respeto a la tradición de los mayores y de expresa inobservancia de la ley judaica. Además, había contrapuesto "lo dicho a los antiguos" a "lo dicho por él". No es extraño, por tanto, que hoy le presenten como un reformista intolerable del judaísmo, o como alguien que había venido a destruir la ley sagrada de los judíos.

         Las palabras de Jesús, en este pasaje evangélico de hoy, suenan a autodefensa. Al mismo tiempo, quieren ser una explicación de su actitud ante la ley destinada a sus discípulos, también judíos: No creáis que he venido a abolir la ley o los profetas. No he venido a abolir, sino a dar plenitud. Se declara, pues, plenificador de la ley (no su destructor), y aquel que ha venido a llevar a su perfección tanto la ley (= Pentateuco) como los profetas.

         Aquí hay una labor que consiste en conducir a su perfección algo (ley, profetas, revelación) que es imperfecto, o sacar a la luz toda la virtualidad que se esconde en un mandamiento.

         Jesucristo no es un marcionita que reniegue de su tradición (del AT), pero entiende que con él llega la plenitud de la revelación que tiene sus fases y sus intensidades. Y por eso puede decir: Habéis oído que se dijo, pero yo os digo. En este caso, habéis oído que se dijo: no cometerás adulterio; pero yo os digo: aquel que mira a una mujer deseándola en su interior ya ha cometido adulterio con ella.

         En este pasaje no observamos ninguna anulación o rebaja del precepto, sino más bien una radicalización del mismo, puesto que es llevado hasta el interior de la persona (hasta el ámbito de sus intenciones, pensamientos y deseos). Es como sacar del mandamiento toda su virtualidad, o toda su verdad.

         Para no cometer adulterio no basta con no llevar a cabo una acción adulterina, sino que es necesario abstenerse del pensamiento y del deseo del mismo. Aquí hay evidentemente una radicalización de la ley. Lo mismo sucede con el antiguo mandamiento del "amor al prójimo", que Jesús lleva hasta el "amor al enemigo" (haciendo introducir la categoría de enemigo entre las categorías de prójimo).

         También aquí hay un llevar a plenitud el concepto de prójimo, porque dar o llevar a plenitud es, sin duda, poner al descubierto toda su verdad: la verdad del judaísmo, la verdad del AT, la verdad de la revelación, la verdad de la ley, la verdad de los profetas, la verdad de los mandamientos de la ley de Dios, la verdad del sábado, la verdad de la pureza interior, la verdad del ayuno y las observancias cuaresmales, la verdad del corazón del hombre.

         Así, cuando Jesús se muestra contrario a ciertas tradiciones y observancias judías (como ciertos modos de practicar el sábado, la pureza ritual o el ayuno), lo que hace es rescatar la verdad de las mismas recubierta por las hipocresías y falsas justificaciones, construidas por los hombres para aparecer como justos.

         Jesucristo declara, por tanto, no haber venido a abolir la ley y los profetas, sino a darles plenitud. Y añade para subrayar más esta aseveración: Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley. Se trata de una afirmación que revaloriza enormemente la ley, dándole una consistencia y un rango divinos. Antes pasarán el cielo y la tierra que la ley.

         Además, no dejará de cumplirse hasta en sus últimos detalles. Jesús le confiere un rango similar al que tiene la Escritura, de la cual no se puede tocar (a riesgo de profanar) ni una letra, ni una tilde. Y prosigue: El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres, será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos.

         Entre los preceptos de la ley, los hay más y menos importantes. Pues bien, Jesús parece mostrar aprecio incluso por los de menor importancia, pues quien los cumpla y enseñe será grande en el Reino de los Cielos. Y tiene su explicación: el amor también repara en los detalles y tiene muy en cuenta las cuestiones menores. Porque en el amor hay delicadeza, y la delicadeza presta atención a esos detalles tan presentes en las relaciones humanas (sostenidas por la savia del amor).

         La obediencia amorosa también se aplica a las acciones menos notorias, más escondidas. Es un obsequio del entendimiento y una adhesión de la voluntad a una autoridad reconocida como tal a cuyo criterio y orientación uno está dispuesto a someter su vida hasta en las cuestiones más nimias e intranscendentes. También aquí hay delicadeza y deseo de no disgustar o de no ofender.

         Sí, también los preceptos menos importantes tienen su importancia para el que ama a Aquel de quien proceden y para el que reconoce en ellos una expresión más de su bondad. El cumplimiento (amoroso) de tales preceptos engrandece de tal manera, al que los cumple, que le hará grande en el Reino de los Cielos.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 12/06/24     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A