14 de Junio

Viernes X Ordinario

Equipo de Liturgia
Mercabá, 14 junio 2024

a) 1 Rey 19, 9.11-16

         Cuando el profeta Elías hubo llegado al Sinaí, entró en una cueva, y allí recibió la palabra del Señor. Elías es un hombre de Dios, un contemplativo que gusta de las alturas y de la soledad. Y el desierto del Sinaí es uno de esos lugares de la tierra cuya trágica desnudez, y carencia de toda distracción, puede incitar al hombre a adentrarse en sí mismo, para oír allí la voz de Dios.

         ¿Tengo yo mi propia cueva de retiro, o un sitio en el que más particularmente pueda ponerme en la presencia de Dios? ¿Reduzco con demasiada frecuencia la meditación a una simple lectura, o a una serie de ideas intelectuales? Porque la única finalidad de la oración es la de suscitar el encuentro, y el diálogo, con Dios.

         El profeta Elías recibió el mandato del Señor: "Sal y ponte en el monte, que Yo pasaré". El paso de Dios, y el encuentro con Dios, es el punto más importante de la oración: ¡mantenerse delante de él! En este momento, por ejemplo, no estoy yo solo, sino que tú estás ahí, y yo estoy ante ti y me mantengo en tu presencia. Esto es lo que más cuenta, incluso si no digo nada, o aunque no tenga ninguna hermosa idea.

         Al acercarse el Señor, nos dice el cronista de Reyes, "hubo un huracán muy violento, después un temblor de tierra, después fuego, y luego una brisa ligera". Fue el gran descubrimiento de Elías, pues él quería convencer a sus contemporáneos a fuerza de grandes argumentos, con sorprendentes y espectaculares acciones (recordemos el gran sacrificio en lo alto del Carmelo), y ahora descubre que Dios no se encuentra en el huracán, ni en el terremoto, ni en el fuego, sino "en la brisa ligera".

         Efectivamente, nuestro Dios es un Dios discreto, es un Dios escondido que no se impondrá a nadie como una tempestad que aplasta, ni se dará a oír más que a los oídos atentos. Dios es esa brisa casi imperceptible, ese viento ligero que apenas se nota, y hay que acallar en nosotros todos los ruidos para percibir su dulce voz. Concédenos, Señor, estar atentos a tu presencia discreta y humilde.

         Al oír esa brisa ligera, Elías "se cubrió el rostro con el manto", y oyó entonces una voz que decía: "¿Qué haces ahí, Elías? Vuelve a Damasco, porque allí consagrarás a un rey de Siria". Se trata del diálogo entre Dios y el hombre, que en el caso de Elías se "envuelve en su manto" en un gesto de temor y de respeto. Dios le hace una pregunta, y el hombre de Dios expone su deseo.

         En su oración, Elías ha descubierto un ardor misionero, y a pesar de estar en el desierto se siente como en medio del mundo. Piensa en la humanidad que ha abandonado la Alianza, y Dios le envía de nuevo a ese mundo, a esa humanidad que él había abandonado: "Deja tu desierto y vete a la gran ciudad". Este es el ritmo de la contemplación y de la acción: entrar en contacto con Dios, y llevar a Dios a los hombres. Oración y apostolado.

Noel Quesson

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         Elías sale hoy hacia el Horeb en busca de Dios, hacia unas montañas del Sinaí donde, según las tribus del norte, Dios estaba más presente (más que en el monte de Sión, en el que David le había aposentado dentro de un templo). Y se agazapa en la concavidad de la roca, en la que el mismo Moisés se había refugiado para asistir a la teofanía (Ex 33, 18-34, 9) y había recibido el beneficio de la aparición divina.

         Esta experiencia lleva a Elías a la comprensión de que Dios no se encontraba en los fenómenos naturales del huracán, el temblor de tierra y el rayo, en los que los paganos le situaban preferentemente (vv.11-12). Ni tampoco en el fuego, en el que se lo imaginaba la tradición yavhista del sur (Ex 19, 18). En su lucha en pro del monoteísmo absoluto, Elías aprende a desacralizar la naturaleza, y a liberar la noción de Dios del naturalismo baálico de los fenicios y de Jezabel.

         Cuando Elías percibe el paso de una brisa ligera, el cronista no dice que Dios estuviera en ella, pero la brisa ligera (Gn 3, 8) era el signo de la presencia de Dios. Y nada más tierno que este momento antes de dictar las nuevas órdenes que tenía que cumplir Elías (vv.15-17): ungir a unos nuevos monarcas, en medio del odio y la violencia existente en el Oriente Próximo. La brisa ligera sirve para remarcar el silencio de Dios, que guarda ante los usurpadores y que sólo el creyente es capaz de oír.

         La experiencia de Elías es una representación muy significativa de la fe vivida en el mundo moderno, que tanto ha desacralizado la naturaleza. El proceso de desprendimiento por el que ha tenido que pasar Elías, para no captar ya a Dios en los fenómenos naturales, tiene como compensación un encuentro íntimo con él: ha reconocido a quien no podía conocer, y se ha encontrado con quien vive en el incógnito.

         Lo mismo sucede con el creyente. Junto con el mundo ateo en el que vive, reconoce el silencio de Dios, y al mismo tiempo le oye, se cubre el rostro (como Elías) y sale de su refugio para cumplir su misión.

Maertens-Frisque

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         La 1ª lectura de hoy narra la parte central de la experiencia vivida por el profeta Elías en el monte Horeb (Sinaí), hasta donde había llegado huyendo movido por el temor a la reina Jezabel (que lo buscaba para matarlo). Elías se había encaminado hacia el monte en el que Israel había vivido su 1º encuentro con Dios, en medio de "truenos, relámpagos, densa nube sobre el monte y fuerte sonido de trompetas" (Ex 19, 16). Es difícil establecer con certeza por qué motivo va Elías a ese monte, si en peregrinación sagrada o para rehacer sus fuerzas.

         El texto bíblico sólo dice que Elías se encamina al desierto porque está lleno de miedo (1Re 19, 3), y que desea acabar con su vida al sentirse fracasado como hombre y como profeta (1Re 19, 4). En todo caso, en el monte Horeb Elías vivirá una experiencia que le cambia y le hace ver las cosas de forma distinta, aprendiendo que Dios tiene caminos que él desconoce, intuyendo el misterio divino como una realidad que le desborda, y aceptando que él no puede ni explicar ni poseer a Dios como algo propio.

         Elías llega a la montaña y se esconde en una gruta donde pasa la noche (v.9), una noche que lleva dentro y que se manifiesta como miedo y fracaso. El Señor se hace presente en aquellas tinieblas, e invita al profeta a reconocer su presencia: "Sal y quédate en pie ante mí en la montaña, porque el Señor va a pasar" (v.11).

         Delante de Elías pasa 1º un viento fuerte, 2º un terremoto y 3º el fuego. De los 3 elementos cósmicos, que tradicionalmente servían para indicar una teofanía o manifestación divina, se dice en el texto que "el Señor no estaba en el viento", "el Señor no estaba en el terremoto" y "el Señor no estaba en el fuego" (vv.11-12). Por 3 veces se niega la presencia del Señor en los elementos de la naturaleza, que Elías conocía como reveladores de la divinidad.

         Sólo después se afirma la presencia de Dios con una misteriosa frase hebrea: qol demamá daqá (lit. "en una voz de silencio sutil". Los estudios más recientes de lexicografía y exégesis bíblica, en relación con la terminología hebrea para expresar el término silencio, han puesto de manifiesto que no es correcto traducir esta frase con expresiones atmosféricas del tipo "susurro de una brisa suave" o "murmullo ligero".

         Dios se manifiesta a Elías, pero no en la suavidad de una brisa o en un pacífico aire fresco, sino a través del silencio. Primero se niegan las tradicionales formas de revelación divina (el viento, el terremoto y el fuego, audibles y potentes), para después afirmar otra más paradójica y misteriosa todavía: la presencia de Dios en el silencio (en la qol demamá daqá, en la "voz de silencio sutil").

         En la Biblia el silencio es signo de muerte, de rechazo o de ausencia. En el Horeb, el Dios de la Palabra se muestra a Elías en la ausencia, en la no-palabra, en el callar de todo fenómeno sonoro. Este silencio es voz (qol), y en el callar divino se produce su decir. El silencio del Horeb es un silencio que dice, que misteriosamente habla y que comunica aquella palabra, que es la palabra de la revelación. Elías percibe la presencia divina en el silencio, o en una voz singular, extraña y contradictoria (la voz de la ausencia y del no-decir), en todo caso perceptible y experimentable.

         En el Horeb se afirma que Dios no está siempre y necesariamente allí donde el ser humano está acostumbrado a encontrarlo (en el terremoto, en el viento, en el fuego). La revelación del Horeb niega las manifestaciones divinas precedentes, y las experiencias de Dios que se han tenido antes. Al Dios vivo no se le puede aprisionar en esquemas y tradiciones humanas. Ni se le puede identificar con una experiencia particular, por muy conocida o vivida que haya sido en el pasado. Pero tampoco se le puede negar en la experiencia de su aparente ausencia. Muchas veces la única palabra de parte de Dios, que es capaz de despertarnos del letargo de la indiferencia y la superficialidad, es su silencio.

Silvio Báez

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         La escena que leemos hoy se sitúa en una situación dramática para Elías, que es perseguido por la reina Jezabel, tiene que huir de ella, y pasa 40 días caminando por el desierto, sediento, agotado y deseándose la muerte. Hasta que llega al monte Horeb, el mismo en que había tenido lugar el encuentro de Moisés con Dios.

         Allí le espera Dios, para dar al fogoso profeta (todo él un torbellino, el que hizo bajar fuego sobre la ofrenda del altar) una lección interesante. No se le aparece en el viento huracanado, ni en el terremoto, ni en el fuego. Sino en una silenciosa brisa.

         Es significativo el diálogo, porque Dios le pregunta a Elías: "¿Qué haces aquí?", como diciendo: ¿Cómo es que has abandonado la ciudad, a la que yo te había enviado? La respuesta de Elías es la respuesta de un profeta que sufre por Dios: "Los israelitas han abandonado tu Alianza". La orden de Dios es que vuelva de nuevo y siga ejerciendo de profeta.

         También un profeta cristiano sabe lo que es el cansancio, la persecución, la soledad. En nuestra historia particular, hay períodos de desierto, pero a cada uno le espera Dios, en el momento y el modo menos pensado (en la cueva, o en el desierto, o en la ciudad), con una palabra y mensaje para nosotros.

         Elías lo quiere arreglar todo con fuego y gestos espectaculares, pero esa no parecía ser la manera de actuar de Dios, que prefirió tener paciencia y actuar con amable persuasión. ¿Cuál es nuestro temperamento? ¿Buscamos a Dios en el fuego y el terremoto, o le sabemos descubrir en las cosas sencillas y humildes?

         Tal vez, si nos hemos escapado del camino y nos dejamos ganar por el desánimo, hoy Dios nos pregunte: "Qué haces tú aquí?". O también: ¿Cómo puede animar a los demás uno que está desanimado? Dios nos ha señalado un campo en el que trabajar para bien de los demás, y por eso no podamos bajar los brazos y rendirnos. Por supuesto que sufriremos, como sufrió Elías. Y sobre todo porque muchos, en esta sociedad, "han abandonado la alianza y han derribado los altares de Dios". Pero eso no es motivo suficiente para dimitir.

         Por tanto, seguramente oiremos de Dios las mismas palabras que dirigió a Elías: "Desanda el camino y vuelve". Porque hay mucho que hacer en este mundo, anunciando y denunciando, y buscando sucesores para la misión. No nos cansemos de ser sus testigos.

José Aldazábal

b) Mt 5, 27-32

         Habéis oído el mandamiento "no cometerás adulterio". Pues Yo os digo: "Todo el que mira a una mujer casada excitando su deseo por ella, ya ha cometido adulterio con ella en su interior". Se trata del 2º ejemplo puesto por Jesús sobre el cumplimiento de la ley.

         No obstante, Jesús revoluciona completamente la moral, pues lo que cuenta (para él) no es lo que aparece a la mirada de los hombres, sino el fondo de los corazones. Lo que mancha al hombre no es su cuerpo, sino su mente, su deseo, su intención. En la humanidad, Jesús introduce un nuevo valor: el respeto profundo de sí mismo, el respeto del otro sexo, la nobleza del amor.

         En Israel, en tiempo de Jesús, el divorcio era legal. Pero Jesús dice que no es a ese nivel exterior al que hay que poner lo esencial, pues la moral conyugal (o la moral sexual) no es ante todo una lista material de actos permitidos o prohibidos, sino una actitud interior, que a través de una exigencia mucho mayor pide una continua superación. Señor, ven a ayudarnos.

         Pero no sólo ahí se queda Jesús, sino que añade: "Si tu ojo te pone en peligro, sácatelo y tíralo". Se trata de palabras de una dureza tremenda. Se ha dicho alguna vez que Jesús no había tomado posición sobre la sexualidad, ni sobre lo que atañe a las costumbres. Ahora bien, Mateo sitúa este versículo donde es cuestión de los ojos que tientan al hombre... justamente después del versículo donde Jesús decía de no mirar de manera culpable a una mujer.

         El cuerpo humano no es malo, y el recelo que existe hacia él no es una actitud cristiana. No obstante, es evidente que el cuerpo puede llegar a ser tentador ("si te arrastra al pecado"). Entonces, ¿cómo reaccionar? Con una determinación violenta: "quítatelo".

         En el momento que el paganismo contemporáneo se caracteriza por una agresión cada vez más neta y tajante en este terreno sexual, no es malo oír la toma de posición de Jesús. No hay ninguna afectación en la pureza predicada por Jesús, y él se sitúa más bien del lado de la fuerza y de la energía.

         Tras lo cual, añade Jesús: "El que repudia a su mujer, que le dé acta de divorcio", y "todo el que repudia a su mujer, fuera del caso de unión ilegal, la lleva al adulterio, y el que se case con la repudiada, comete adulterio".

         He aquí un punto, y más que un detalle, de la ley de Moisés que es netamente cambiado por Jesús. El AT permitía el divorcio (Dt 24, 1), pero Jesús no duda a la hora de impugnar esta ley (incluso legal, en su país), incluso ¡siendo bíblica! Como se ve, se trata de un claro ejemplo de imperfección en la Antigua Alianza, y un claro motivo por el que ésta tenga que ser reemplazada por una Nueva Alianza (entre otros motivos, por contradecir la voluntad del mismo Dios, y su intención original; Gn 1,26), pues "en el principio no fue así" (Mt 19, 1-9). Prácticamente, según las interpretaciones más autorizadas, Jesús no tolera ningún motivo de repudio.

         La excepción señalada, "la unión ilegítima", sería el caso de los que no están casados. Pero más allá de todas las controversias de los rabinos, Jesús es claro, y lanza una llamada profética en favor de la indisolubilidad del matrimonio. ¿No es precisamente el voto mismo del amor?

         La intransigencia de la Iglesia sobre este asunto, pues, proviene de esta fuente evangélica: ningún poder en el mundo, ni la Iglesia, ni el papa, no puede desligar lo que Dios ha ligado de manera tan clara. Quizá esto llevará, algún día, a comprender mejor en qué manera esta exigencia "salva el amor" de todo lo que, tan fácilmente, lo destruiría.

         Hay que leer este pasaje con su complemento: la actitud tan comprensiva de Jesús para con la mujer adúltera (Jn 8, 1-11) ¿Somos nosotros, cada uno de nosotros, tan buenos como lo fue Jesús con las pobres libertades humanas desfallecientes?

Noel Quesson

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         Escuchamos hoy la 2ª antítesis que propone Jesús entre el AT y el NT (tras la 1ª de ayer, sobre el homicidio), la del adulterio. Una antítesis en la que Jesús también interpreta el mandamiento de forma radical, pues la letra de la ley sólo se fija en el hecho físico.

         En el AT, el adulterio suponía una violación del derecho del hombre (no de la mujer). Y por eso Jesús va más allá (al espíritu profundo de la ley), teniendo en cuenta incluso el peligro de la tentación. Por eso Jesús dice unas frases duras con las que quiere llamar la atención sobre cualquier situación de peligro que hace caer. No se pueden interpretar literalmente, pero reflejan la importancia que tiene el tema para Jesús.

         Como en el caso del homicidio, se toma la suprema ofensa como punto de partida, más allá de la cual avanza Jesús. La afirmación es breve, pero contundente; mirar con deseo es algo tan culpable como el mismo adulterio. Jesús replantea la ley orientando el nuevo comportamiento contra las causas que generan el impulso y los deseos de la carne.

         De igual manera, el texto plantea el tema del escándalo. Aunque el escándalo sea inevitable, no excusa a los responsables del mismo. Las sentencias de Jesús sobre la mano o el ojo que son ocasión de pecado son un llamado a suprimir las causas que provocan el tropiezo. No podemos olvidar que frente al riesgo de escandalizar, destruyéndose uno mismo y destruyendo a los demás, no hay otra posibilidad que un compromiso muy interno de vencerse a sí mismo, incluso muriendo, si hiciere falta, para bien del otro.

         En este mismo texto encontramos en los vv. 31-32 la 3ª antítesis, sobre el divorcio. Los fariseos interpretan el tema del divorcio (Dt 24, 1) que permite al varón expulsar a la mujer (divorciarse de ella) con la condición de darle un acta de repudio (o documento de libertad).

         Jesús reinterpreta la ley en una forma sorprendente, apoyando la dignidad de la mujer y fundando el matrimonio como vínculo de unidad. Superando los límites de la ley mosaica ("está mandado"), Jesús ha querido reafirmar el valor del matrimonio no como un derecho del uno sobre el otro, sino como unidad original y responsable entre hombre y mujer.

Fernando Camacho

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         Las antítesis que plantea Jesús entre lo que se decía en el AT y lo que él propone a los suyos, le llevan hoy al tema de la fidelidad conyugal, como ayer lo hacía sobre la caridad fraterna. Y lo hace manteniéndose fiel a su principio: "Yo os digo". Jesús es más exigente que el AT, y busca la profundidad e ir a la raíz de las cosas. No sólo falta el que comete el adulterio, sino también quien desea la mujer ajena. La fuente de todo está en el corazón, en el pensamiento.

         Además, según él, el divorcio va contra el plan de Dios, que quiere un amor fiel en la vida matrimonial. El divorcio es la preparación del adulterio. Se ve cómo el AT está siendo perfeccionado y corregido por Jesús, que quiere restaurar el plan inicial de Dios sobre el amor, con una fidelidad indisoluble. Defiende, de paso, la dignidad de la mujer, porque rechaza la fácil ley que permitía al marido repudiar a su mujer por cualquier causa.

         Una fidelidad así exige, a veces, renuncias. Y por eso las palabras de Jesús parecen muy duras: prescindir de un ojo o de una mano, si son ocasión de escándalo.

         Cuando nos examinamos, deberíamos ante todo analizar más que unos hechos externos aislados, nuestras actitudes internas, que son la raíz de lo que hacemos y decimos. Si dentro de nosotros están arraigados el orgullo, o la pereza, o la codicia, o el rencor, poco haremos para su corrección si no atacamos esa raíz. Si nuestro ojo está viciado, todo lo verá mal. Si lo curamos todo lo verá sano.

         Las palabras agrias y los gestos inconvenientes suelen nacer de dentro, luego es en ese dentro donde tenemos que poner el remedio, arrancando todo rencor, ambición u orgullo. Entonces no nos pasaría eso que tenemos que reconocer a menudo: que en cada confesión tenemos que decir lo mismo, con las mismas pobrezas y situaciones.

         Hemos visto que Cristo exige a sus seguidores que se tomen en serio el matrimonio. La fidelidad matrimonial (o equivalentemente, la consagrada) nos costará. Porque no se trata de ser fieles en los momentos en que todo va bien, sino también cuando no se siente gusto inmediato en nuestra entrega.

         ¿Nos da miedo la radicalidad que aquí propone Jesús? Con un lenguaje ciertamente dramático, Jesús nos quiere decir que hay que saber pagar algo, renunciar a algo, para seguirle en su camino. Saber prescindir de lo que nos estorba y hasta mutilarnos, ejerciendo un control sobre nuestros deseos, gustos y ocasiones de tentación. Él nos dijo que, para conseguir un tesoro escondido, hay que estar dispuestos a vender lo demás.

José Aldazábal

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         Con el desgranamiento del 6º mandamiento, la ley prohibía la acción externa del adulterio. Pero Jesús vuelve a insistir en la limpieza de corazón (en su interior, en su corazón), mediante los términos mujer (lit. mujer casada), el ojo (simb. el deseo) y la mano (fam. acción). Pues ceder al impulso de uno u otra lleva al hombre a la muerte. Según Jesús, hay que eliminar el mal deseo con la pureza del corazón (Mt 5, 8), y la mala acción con la ayuda al prójimo (Mt 5, 7).

         Por otra parte, el repudio es para Jesús una injusticia contra la mujer, y no debería bastar un documento legal para justificar la acción, pues la mujer sigue ligada al marido que abusivamente la despidió.

         Respecto a los términos aplicados, sobre todo para el caso de "unión ilegal", el griego porneia puede significar tanto la inmoralidad (en general) cuanto la frecuentación de prostitutas (1Cor 6, 18) o la unión entre parientes (Lv 18,6-8; 1Cor 5,1). En el pasaje en cuestión, habría que optar entre una traducción que atribuya culpa a la mujer (inmoralidad, prostitución) o la de matrimonio ilegal. La 1ª (mujer culpable) haría al texto contradictorio, luego habría que optar por la 2ª (en que el repudio procede del corazón no limpio; Mt 15, 19).

Juan Mateos

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         En el evangelio de hoy Jesús radicaliza el mandamiento "no cometerás adulterio" (Ex 20,4; Dt 5,18), pasando del nivel jurídico-legal al nivel de las relaciones interpersonales. Con la mirada del hombre se expresa el deseo de posesión (la concupiscencia, en sentido ético-religioso) que transforma a la otra persona en objeto al servicio de mi propio placer. Este deseo malsano implica la acción del hombre desde sus intenciones y decisiones más interiores: desde el corazón. De ahí que Jesús diga que "todo el que mira con malos deseos a una mujer, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón" (Mt 5, 28).

         Lo que se condena con la interpretación evangélica del "no cometer adulterio" no es el deseo sexual en sí, sino la perversión de la relación de amor fiel entre un hombre y una mujer en sus raíces profundas. Y las 2 frases sobre el escándalo, con las cuales Mateo comenta y amplía la antítesis sobre el adulterio, revelan la dimensión religiosa y la seriedad escatológica sobre las relaciones sexuales: "sacarse el ojo" o "cortarse la mano", como exigencia radical evangélica.

Silvio Báez

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         El pasaje de hoy de Mateo une dos enseñanzas al parecer dichas en distinto momento (como nos lo presenta el evangelio de Marcos): una sobre el pecado y otro sobre el adulterio de manera que aprovecha la enseñanza sobre el pecado en general para advertir sobre el pecado de adulterio. Centramos entonces nuestra atención en la enseñanza del pecado que está a la base de esta enseñanza, pues la del adulterio resulta evidente.

         El ejemplo que pone Jesús de arrancarse un ojo o una mano, desde luego que no debe ser tomado al pie de la letra pues está ejemplificando la importancia y lo doloroso que a veces puede resultar el apartarse de las ocasiones de pecado. Compara el dolor y la perdida sustancial de uno de nuestros miembros, que podríamos decir vital, a la del dejar aquello que sabemos que nos lleva al pecado.

         Con esto en mente podemos entender que es mejor dejar o alejarse de un amigo, de un lugar, de un trabajo... con todo el dolor y la perdida que esto significa, si este amigo, lugar, trabajo... están siendo la ocasione de pecar. Esta quizás es la enseñanza más fuerte y explícita de las consecuencias del pecado y de la lucha y lo doloroso que representa una conversión profunda y total a Jesús como Señor. Por lo tanto, si alguna cosa, persona o lugar te son ocasión de pecar, ¡aléjalas de ti! Pues es mejor no tenerlas o mantenerlas, que perder la vida en Cristo.

Ernesto Caro

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         Las palabras de Jesús de hoy pueden sonar un tanto duras para nosotros. Radicales, tal vez para quienes piensan que la palabra de Dios tiene que adecuarse a nuestros tiempos. Sin embargo, Jesús no quiere dejar nada al beneficio de la duda y la Palabra de Dios es la misma ayer, hoy y siempre. Todo aquello que nos haga caer en pecado debe ser erradicado de nuestras vidas y eso es posible hacerlo, aunque parezca una tarea ardua o difícil.

         Jesús utiliza estos ejemplos simbólicos para que entendamos que nuestro cuerpo o nuestra condición humana no debe dominarnos y que es posible erradicar de nuestras vidas todo aquello que no nos permite presentarnos ante Dios. Todo aquello que no nos permita gozar plenamente de las bendiciones que Dios tiene para nuestras vidas. No debemos andar justificándonos en nuestra condición humana, en nuestras debilidades. Es posible echar de raíz todo lo que nos aleja de Dios, aún cuando esto nos parezca llegar a extremos tan radicales como el de cortar una parte de nuestro cuerpo.

         Mi Señor, muéstrame que cosas quieres que yo vaya cortando de raíz para así poder unirme contigo desde hoy y hasta la vida eterna.

Miosotis Nolasco

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         Cierto día aprendí una frase que hoy todavía tengo por cierta: "Dos cosas son serias por encima de las demás: el amor y la muerte". Y creo que es así porque nada bueno que se construya en el amor se construye sin ese ingrediente de admiración y compromiso que significa la seriedad. Y nada consecuente ni oportuno puede decirse sobre la muerte sin asumir primero, quizá por mano del dolor, la seriedad de su paso y su veredicto.

         Esto lo digo para referirme al evangelio de hoy, en el que Jesús nos muestra que se toma en serio el corazón humano y la cuestión del amor. Lo que implicamos cuando decimos "te amo" es de alguna manera sacro, y de esa sacralidad quiere ser garante Dios, porque sabe mejor que todos cuánto se devasta en el alma herida cada vez que es traicionada, pospuesta o engañada.

         De ahí la sacralidad de la unión entre el hombre y la mujer. Jesús es misericordioso, ciertamente, pero esa misericordia no se opone a la aparente dureza que contienen las palabras de hoy: "Quien mira con malos deseos a una mujer, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón". Este veredicto que puede parecernos drástico no es sino la firmeza, la seriedad con que todos hemos de defender el amor.

Nelson Medina

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         Tras explicar ayer el nuevo sentido del 5º mandamiento de la ley, pasa hoy Jesús a exponer el significado que debe asumir el 6º mandamiento ("no cometer adulterio"), abordando la cercana temática de la legislación matrimonial.

         Tenemos así 2 enseñanzas, expresadas igualmente con la oposición entre lo que fue dicho a los antiguos y la afirmación de Jesús. Esta se desarrolla de nuevo en cada caso en la sucesión de dos etapas. Una ley apodíctica (obligatoria y general) y otra ley casuística, donde se presenta un caso límite que demuestra hasta que punto debe llegar el cumplimiento de la anterior.

         La 1ª enseñanza (vv.27-30) se inicia reproduciendo el mandamiento del AT (Ex 20,14; Dt 5,18). A partir de esa formulación, Jesús amplía los límites que debe asignarse al concepto de adulterio. No se trata solamente de una acción exterior, sino que engloba la raíz de esa acción. Y no sólo el cometer (v.27) sino también el desear (v.28) está comprendido en su significación. Este desear ya es un "cometer adulterio en el corazón".

         El caso que se presenta a continuación concierne a la manera de comportarse frente a las partes del cuerpo que colaboran en el despertar del deseo pecaminoso. En ambos casos se le añade la misma determinación: "ojo derecho", "mano derecha" y con ella se quiere señalar el que era considerado más digno en aquella época.

         Para motivar la dureza de la acción "cortar y arrojar", se recurre al horizonte del juicio divino con la mención de la gehena, lugar donde se quema la basura de la ciudad y, por analogía, lugar donde se quemarán las acciones dignas de reprobación en el juicio divino.

         La 2ª enseñanza (vv.31-32) considera la práctica del repudio existente en Israel, cuyas principales causas de permisibilidad eran: la prisionera de guerra que se ha dejado amar (Dt 21, 10-14), la carencia de virginidad de la esposa, previa al matrimonio (Mt 22, 13-21) y cualquier tipo de hecho vergonzoso (Dt 24, 1). Sobre toda esta última motivación era objeto de discusión. Algunos reservaban la decisión para causas de suma gravedad, mientras otros la ampliaban a otras no tan importantes.

         Jesús se aparta de las discusiones mencionadas, e insiste en la amenaza que representa el repudio para la institución matrimonial: el que "repudia a la propia esposa" la expone al adulterio (y no sólo a ella, sino a quien se una a ella en una nueva unión conyugal). Sin embargo, la mención de una causa permitida de adulterio (definida como fornicación) presenta una dificultad todavía no solucionada definitivamente.

         Se puede pensar con algunos que se trata del "hecho vergonzoso" de Dt 21,1 (un adulterio, o infidelidad manifiesta), uniones no permitidas por la ley y que, por consiguiente, debían ser disueltas. O puede tratarse de un caso análogo (de endogamia, de uno con su madrastra) al que inicialmente toleró la comunidad de Corinto (1Cor 7, 15-16).

         En todo caso, Jesús quiere afirmar el sentido fundamental del matrimonio, y la dignidad e igualdad de los cónyuges. Y para eso resalta la defensa de la mujer, en una sociedad cuya suerte estaba frecuentemente expuesta a la arbitrariedad del marido. Jesús ve la necesidad de remplazar el contenido de aquellas leyes de la antigua alianza que, por tanto uso y abuso, habían perdido vigencia frente a las exigencias de una alianza nueva que ya no se puede aplazar más.

         Pero Jesús no sólo está hablando a la gente de su tiempo: se las supo ingeniar muy bien para ser contemporáneo de las futuras generaciones. Todo en él está referido a la manera como el ser humano debe enderezar sus sentimientos para que la transformación de la realidad (su propia realidad personal y la realidad social también) sea posible. La trascendencia del proyecto de Jesús está en que desborda tiempos y espacios determinados.

         La superioridad de los mandamientos que inaugura Jesús se hace patente cuando, al referirse al adulterio por ejemplo, va más allá de la fidelidad física, la cual podría ser controlada con determinada ley, y se preocupa de la fidelidad que no se ve pero que se juega en la conciencia.

         Lo que se busca es edificar más por dentro que por fuera al ser humano, porque las leyes son fáciles de burlar, mientras que la conciencia es el corazón y el cimiento de la persona íntegra. Y también nos está diciendo que con simples normas externas (que "prohíban hacer el mal") no basta para construir el Reino de Dios, sino que es preciso el cambio de corazón.

Confederación Internacional Claretiana

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         Jesús sigue corrigiendo o aboliendo puntos de la ley antigua y de la interpretación que hacían de ella los fariseos y letrados. Ayer decía que no bastaba con no matar, sino que había que impedir que comenzara a germinar en el corazón el proceso de eliminación del otro (maltratándolo, insultándolo o renegándolo).

         Y hoy va en la misma línea, en concreto con la ley del adulterio. Pues como toda acción externa comienza por el interior de uno mismo (con el deseo de), hasta acabar quitándole al prójimo su mujer. Quitando el deseo, se quita la consecuencia de éste. El ojo simboliza el deseo, y la mano, la acción. Y si ambos están dañados, hay cambiarlos, pues dejarse conducir por ellos conduciría a la muerte.

         Pero la fractura a veces en las relaciones matrimoniales se produce. ¿Qué hacer en este caso? En caso de ser despedida la mujer por el marido, la ley manda a éste que le dé un acta de repudio a aquella, para que quede libre del vínculo que la unía a su marido anterior y pueda casarse de nuevo, no quedando de este modo condenada a la mendicidad.

         La mujer era la parte débil de la institución matrimonial, pues, en tiempos de Jesús, mientras el marido podía despedir a la mujer, ésta no podía despedir al marido. Y Jesús la protege aludiendo a 2 motivos. En 1º lugar, porque para despedirla hay que arreglarle bien los papeles (de modo que quede libre), y en 2º lugar porque hay que restringir al máximo los abusos posibles de los maridos (que podían despedir a las mujeres, según la Doctrina de Shamai, por cualquier motivo). Solamente está permitido hacerlo en caso de unión ilegal o matrimonio nulo.

         Pero atención: este texto no habla del divorcio tal y como lo entendemos en la actualidad, sino de la ley del repudio en una sociedad en la que el matrimonio se instrumentalizaba como elemento de dominación del hombre sobre la mujer (y en que sólo éste podía iniciar el proceso de separación, y en ningún caso aquélla). Con su respuesta, Jesúsva contra la profunda desigualdad entre hombre y mujer, que según Dios nacidos iguales y deben ser tratados como iguales por la ley.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         Nos dice hoy Jesús, remitiéndose al antiguo mandamiento de la ley de Dios: Habéis oído el mandamiento "no cometerás adulterio". Pues yo os digo: el que mira a una mujer casada, deseándola, ya ha sido adúltero con ella en su interior. Entre lo que exigía el mandamiento y lo que exige Jesús, por tanto, vemos que no hay contradicción, y que ambos están contra el adulterio.

         El mandamiento, negativamente formulado (no adulterarás), podía admitir diferentes aplicaciones. Puesto que se trataba de un mandato que aspiraba a regular las acciones humanas, había que entenderlo en referencia directa a los actos del hombre, y no tanto a sus actitudes y disposiciones previas. El mandamiento prohibía cometer actos de adulterio, bajo penas o sanciones diversas, y con eso se daba por satisfecho.

         Pero a Jesús no le basta con esa exigencia factual, y por eso lleva la exigencia hasta el corazón del hombre, interiorizándola y radicalizándola. Y esto porque no sólo hay adulterios de facto o de comisión, sino que también los hay de voluntate o de deseo, acontecidos únicamente en el interior del hombre. Se trata de adulterios que no se han llevado a cabo de forma corporal, pero que han tenido un cierto grado de realización en el ámbito del pensamiento y del deseo.

         De esta manera, Jesús lleva las exigencias del mandamiento hasta sus raíces, haciendo que afecten no sólo a nuestros actos sino también a ese mundo interior de los pensamientos y deseos, que a fin de cuentas es el que modela nuestras actitudes y prepara nuestras acciones exteriores.

         La idea que se esconde tras esta radicalización que hace Jesús de la ley divina está, pues, clara: que Dios quiere actuar no sólo sobre nuestra conducta factual, sino sobre ese conjunto de motivaciones y deseos que la conforman. Sólo rigiendo esta parte impulsora y motivadora de nuestra vida, podrá obtenerse la regulación conductual de la misma.

         Pero las radicales exigencias de Jesús se dejan ver aún más en los remedios que propone el Maestro, a la hora de atajar ciertos males: Si tu ojo derecho te hace caer, sácatelo y tíralo, pues más te vale perder un miembro que ser echado entero en el abismo. Si tu mano derecha te hace caer, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero al abismo.

         Como se ve, recurre Jesús al remedio que propone el cirujano al enfermo de gangrena, en que para salvar el organismo tiene que extirpar el miembro gangrenado, y para evitar la infección total ha de cortar por lo sano el miembro concreto infectado.

         Pues bien, esta propuesta, que en el ámbito fisiológico y natural nos parece razonable, e incluso óptima para atajar ciertos males, igual de razonable y óptica ha de parecer en el ámbito moral ¿O es que no es igual de importante la vida moral que la vida corporal? En este caso, el ojo del que habla Jesús no es el que está carente de visión física, sino el que por ver de manera inconveniente nos puede llevar a un tropiezo moral (vicio, incontenible deseo de posesión...) mortal.

         ¿Propone entonces Jesús su mutilación? La Iglesia siempre se ha mostrado contraria a la mutilación de los miembros corporales como medida penal o disuasoria, y lo único que ha defendido es la mutilación quirúrgica por razones de salud.

         Es verdad que hay vicios que se aniquilarían o debilitarían quitando el órgano corporal que los sostiene y alimenta (como el órgano genital, para los violadores reincidentes). Aun así, siempre quedarían otros órganos sensibles (como los del tacto o el oído) con los que recibir esos estímulos, y en último término la imaginación.

         ¿Qué propone, pues, Jesús? Sin duda, atajar el mal en su raíz, aunque eso lleve consigo sufrimientos y privaciones muy dolorosas. Es decir, siempre que la medicina moral aplicada cure realmente el mal, y sea recibida como benéfica, puesto que logra el objetivo perseguido de la curación.

         En todo caso, lo que está en juego es algo muy superior a la vida temporal, pues de lo que estamos hablando es de la privación o consecución de la vida eterna. Así que ése es el dilema: ¿De qué sirve ser arrojados por entero al abismo?

         El abismo es la pérdida de todo lo realmente valioso en la vida. Y si los miembros físicos no sirven más que para sufrir (hablando de personas corporalmente sanas, no parapléjicas), el remedio propuesto por Jesús es ciertamente drástico: más vale perder un órgano que todo el organismo.

         No obstante, si el mal moral tiene su origen en el interior del hombre, y ahí es donde se forja la génesis de las futuras tempestades, habrá que mirar a ese interior humano y no simplemente al ojo o a la mano, si lo que se quiere es extirpar cualquier mal que comience a emerger, por muy microscópico que sea.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 14/06/24     @tiempo ordinario         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A