18 de Abril

Jueves III de Pascua

Equipo de Liturgia
Mercabá, 18 abril 2024

a) Hch 8, 26-40

         Asistimos hoy a un nuevo avance del evangelio por los "confines de la tierra" de la Tierra Prometida. En este caso, es un diácono (Felipe) el que convierte a un etíope (eunuco), un alto funcionario de la reina de Etiopía (al sur del Nilo, en pleno corazón de Africa), sólo unos meses después de la resurrección de Jesús. Será promesa de la evangelización de Africa, y de otros continentes que vendrán después (Asia y Europa). Dejémonos embargar por la alegría y el dinamismo interior de los Hechos de los Apóstoles, ¡un dinamismo pascual!

         "Levántate y marcha hacia el mediodía, por el camino que baja de Jerusalén a Gaza", había dicho el Espíritu Santo a Felipe. Decididamente, el evangelio está en los caminos y no en el templo. ¡A Jesús se le encuentra por las carreteras! Por la vía que va de Jerusalén a Gaza, por la que va de Gaza a Addis Abeba... Por la calle que va de mi casa a la casa de los demás. El etíope volvía a su casa, muy sencillamente, hacia el sur.

         Entonces, el espíritu dijo a Felipe: "Acércate, y alcanza ese carruaje". Por el camino 2 vehículos se encuentran o se cruzan, y los 2 conductores se hablan. El etíope va leyendo la Biblia (que debió de comprar en Jerusalén, en la visita que había hecho a la ciudad santa) y hay un pasaje que no entiende, en concreto el Poema del Siervo de Yahveh de Isaías (al no comprender que "el Justo sea conducido al matadero, como un cordero mudo", ni que la vida del Justo sea humillada y termine en el fracaso).

         El sufrimiento, la muerte de los inocentes... ¡Es era la cuestión, la pregunta de todos los hombres! A Dios no se le encuentra cerrando los ojos ante las verdaderas preguntas de los hombres. No se logra hacer que los hombres encuentren a Dios, si uno cierra los ojos ante las verdaderas preguntas humanas que nuestros hermanos se formulan. Señor, que estemos atentos a las preguntas de nuestros hermanos.

         Felipe, entonces, tomó entonces la palabra y, partiendo de ese texto bíblico, le anunció la pasión y muerte de Jesús. La humillación de Jesús, su fracaso aparente, sólo son un pasaje. La finalidad de la vida de Jesús no ha sido la matanza del Calvario, sino la alegría de la Pascua. La finalidad de la vida del hombre no es el sufrimiento y la muerte a perpetuidad, ni la opresión y la injusticia para siempre...¡es la vida a perpetuidad, es la vida eterna, es la vida resucitada! Como ya dijo el propio Jesús, "era necesario que sufriera para entrar en la gloria".

         "Aquí hay agua, ¿qué impide que yo sea bautizado?", preguntó el eunuco etíope. Se trata del último punto de la andadura catecumenal, de la marcha de toda iniciación cristiana, del ritmo del descubrimiento de Dios. Y también de:

-una pregunta formulada por los acontecimientos, por la vida, por una lectura, por un encuentro;
-una respuesta hallada en la Palabra de Dios comentada por la Iglesia, y que da un sentido nuevo a la existencia;
-la terminación del encuentro con Dios en un rito, signo sacramental, que explicita el "don que Dios hace al hombre", la salvación y la vida eterna.

         Y el etiope "siguió gozoso su camino". Jesucristo está presente en todos nuestros caminos, junto a los carruajes y gente que le busca de buena voluntad. Y a todos acaba aportando una cosa novedosa: la alegría.

Noel Quesson

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         La misión de Felipe, que constituye la 1ª expansión de la Iglesia fuera de Jerusalén, consta de 2 episodios contrapuestos: el de Simón Mago (Hch 8, 9-25, que indica una actitud incorrecta de la fe) y el del eunuco etíope (Hch 8, 26-40, que representa la buena actitud de la fe).

         El eunuco etíope es un modelo para todo buen judío de la diáspora llamado al cristianismo, que es la plenitud de su fe. Se trata de un creyente en el Dios de los padres que había ido a adorar en Jerusalén. De regreso va leyendo al profeta Isaías y busca el sentido de las Escrituras.

         Buscar el sentido cristiano de las Escrituras manifiesta la buena disposición del creyente, ya que a Cristo se llega a través de las Escrituras y de la catequesis basada en ellas. De hecho, el mismo Jesús había dicho a los judíos: "Estudiáis las Escrituras pensando encontrar en ellas la vida eterna; son ellas las que dan testimonio de mí" (Jn 5, 39).

         El eunuco etíope acepta de buen grado el comentario que el catequista Felipe le ofrece sobre el fragmento de Is 53. La dificultad del eunuco para comprender este texto refleja probablemente uno de los problemas de interpretación cristiana del AT en la comunidad primitiva: "¿De quién dice eso el profeta: de sí mismo o de otro?". Sin embargo, la catequesis, la "doctrina apostólica" (Hch 2, 42) ayuda a encontrar un significado cristiano en los textos más significativos del AT.

         Felipe, como tantas veces había hecho Jesús, ofrece a su discípulo una catequesis itinerante que desemboca en el bautismo, de la misma manera que el camino de los discípulos de Emaús (Lc 24, 13-35) había terminado en la eucaristía. El gesto sacramental realiza lo que la palabra proclama: el eunuco recibe el bautismo porque ha recibido antes la palabra de Dios, y nace a la nueva vida cristiana. Su camino toma un nuevo sentido, un sentido de alegría porque ha encontrado la plenitud de la salvación de Dios en Cristo Jesús.

Oriol Colomer

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         El relato del encuentro de Felipe con un ministro de la reina de Etiopía es un prodigio catequético y literario semejante al relato de los discípulos de Emaús. Os invito a meditarlo con calma, sin perder detalle. Por si os ayuda, os ofrezco algunos chispazos sueltos:

-es la 1ª vez que se anuncia el evangelio a un extranjero, y los frutos de la dispersión causada por la muerte de Esteban comienzan a hacerse visibles;
-este extranjero es un personaje de relieve, simpatizante del judaísmo;
-el relato tiene una estructura sacramental: hay liturgia de la Palabra y liturgia sacramental (en este caso, rito del bautismo). En el fondo, el relato es un reflejo del proceso de iniciación cristiana que se vivía en las comunidades lucanas;
-lo que comienza siendo un encuentro "en el desierto" (en la carretera de Jerusalén a Gaza, que cruza el desierto) acaba siendo un encuentro "junto al agua".

         Este encuentro impulsa al neobautizado (cuyo nombre no se indica en ninguna parte) a seguir su viaje lleno de alegría. ¿No encontramos en este relato algunas claves para la evangelización de nuestro tiempo? Descubro las siguientes:

-necesitamos "ponernos en camino hacia el Sur", aunque esto implique atravesar algunos desiertos. Pues sólo "en el camino" suceden los encuentros que rompen nuestra modorra eclesial, y sólo saliendo descubrimos a las personas que buscan;
-necesitamos "acercarnos y pegarnos a la carroza" de la gente y atrevernos a dar el 1º paso, a preguntar: ¿Entiendes lo que está pasando? ¿Cómo ves la vida? ¿Qué es importante para ti?;
-necesitamos dejarnos invitar a compartir nuestra experiencia acerca de la Palabra de la vida, sabiendo que "nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado";
-necesitamos simplificar las cosas, hacer propuestas de seguimiento que vayan a lo esencial y no obliguen a las personas a interminables itinerarios, que desgastan y hacen perder la paciencia y la alegría.

Gonzalo Fernández

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         Jerusalén, en tiempos de Jesús y de los apóstoles, era meta de peregrinación para los judíos esparcidos por toda la cuenca del Mediterráneo oriental. Algunos ahorraban toda la vida con el fin de poder hacer algún día, junto con su familia, la peregrinación a la ciudad santa, peregrinación que consideraban casi obligatoria. Otros llegaban a dejar legados especiales en su testamento, para que sus herederos trasladaran sus restos y los sepultaran lo más cerca posible del Templo de Jerusalén.

         Hoy, en la lectura de Hechos, se nos habla de un etíope, un convertido al judaísmo, un prosélito como técnicamente se les llamaba. Ha venido a Jerusalén a adorar a Dios en el templo y regresa a su país (la lejana Etiopía), en donde es nada menos que "ministro de la reina" Candace. Va en su carroza seguramente acompañado de miembros de su familia y de un numeroso cortejo, acorde con su rango. Y va leyendo al profeta Isaías, precisamente el pasaje del siervo doliente (Is 53, 7-8).

         Felipe, el compañero de Esteban y de los otros servidores de la comunidad de Jerusalén consagrados por los apóstoles, a quien habíamos dejado en Samaria predicando con éxito el evangelio, es movido por el Espíritu divino a alcanzar al etíope, a pegarse a su carroza y a preguntarle si entiende lo que lee. Asistimos a un verdadero proceso de iluminación por la Palabra. El etíope se queja a Felipe de no entender lo que lee, pues no tiene quien le explique, y lo invita a acompañarlo en su carroza. Luego le pregunta sobre el sujeto de la profecía del siervo doliente.

         No podía ser mejor la oportunidad para que Felipe evangelizara al ministro de Candace, mientras regresaba a su país por la carretera que, en dirección sudoeste, conducía de Jerusalén a la ciudad de Gaza (atravesando el Neguev, el desierto del sur de Israel).

         Ya hemos oído como, llegados a un lugar donde había agua, la evangelización culminó con el bautismo del eunuco que había proclamado su fe en Jesús, Mesías, Hijo de Dios. Seguramente el texto de los Hechos quiere aludir a la rápida difusión del evangelio hacia el sur de Israel: Egipto, Arabia y Etiopía (de la cual, por otra parte, sólo tenemos noticias legendarias).

         "¿Entiendes lo que lees?", le dijo Felipe al eunuco etíope. Se trata de la pregunta que se nos hace a cada uno de nosotros cuando abrimos la Biblia. No se trata solo de entender para saber más, para acumular conocimientos que, a la larga, resultan inútiles. Se trata de entender para creer, para vivir, para conocer mejor a Jesucristo de quien nos hablan las Escrituras desde la primera hasta la última página.

         Se trata de entender para dejar que la palabra de Dios transforme nuestras vidas como transformó la vida del eunuco etíope y nos haga fieles discípulos de Jesús. Es una invitación a la lectura orante de la Biblia, seguros de que el Espíritu Santo nos concederá comprenderla, aceptarla y vivirla.

         Todavía hoy, 21 siglos después, hay varios millones de cristianos en Etiopía, un país al noreste del continente africano. Conforman la Iglesia Copta, que posee una rica tradición litúrgica y que lee las Escrituras en una lengua antiquísima (el copto), derivada de la que hablaban los egipcios antiguos. Ellos son los descendientes espirituales del ministro de la reina Candace, y nuestros hermanos en la fe por quienes debemos orar.

         La lectura de Hechos termina diciéndonos que, una vez bautizado, el etíope no vio más a Felipe, y "siguió su camino lleno de alegría". Mientras que Felipe, en alas del Espíritu, evangelizaba desde Azoto (ciudad del litoral sur de Israel, hacia el norte) hasta Cesarea marítima (la ciudad portuaria romana, fundada el 20 a.C). Para el evangelio de Jesucristo no hay distancias, ni lugares inaccesibles.

Juan Mateos

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         Felipe interpreta hoy, en favor de un peregrino que volvía de Jerusalén a Etiopía, un pasaje del libro de Isaías acerca del Siervo de Yahveh, mostrándole su cumplimiento en Jesucristo. El etíope recibe el bautismo y Felipe prosigue su obra de evangelización hasta Cesarea.

         La expansión de la Iglesia es obra del Espíritu Santo, y se lleva a cabo mediante el anuncio de la Buena Noticia de Jesús, propagando la salvación universal y produciendo una auténtica fuente de alegría. La alegría del recién bautizado es lógica por las muchas gracias que confiere el bautismo. O como San Juan Crisóstomo dice:

"Los nuevos bautizados son libres, santos, justos, hijos de Dios, herederos del cielo, hermanos y coherederos de Cristo, miembros de su cuerpo, templos de Dios, instrumentos del Espíritu Santo. Los que ayer estaban cautivos son hoy hombres libres y ciudadanos de la Iglesia. Los que ayer estaban en la vergüenza del pecado se encuentran ahora en la seguridad de la justicia; y no sólo libres sino santos" (Catequesis Bautismales, III, 5).

         Pues como dice San León Magno, "el sacramento de la regeneración nos ha hecho partícipes de estos admirables misterios, por cuanto el mismo Espíritu, por cuya virtud fue Cristo engendrado, ha hecho que también nosotros volvamos a nacer con un nuevo nacimiento espiritual" (Cartas, XXXI).

         El creyente puede testimoniar lo que Dios ha hecho con él: le ha devuelto la vida. Por esto invita a todos los pueblos a que bendigan al Dios que tan portentosamente le ha salvado y lo hacemos con el Salmo 65 de hoy:

"Bendecid, pueblo, a nuestro Dios, haced resonar sus alabanzas, porque él nos ha devuelto la vida y no dejó que tropezaran nuestros pies. Fieles de Dios, venid a escuchar, os contaré lo que ha hecho conmigo; a él gritó mi boca y lo ensalzó mi lengua. Bendito sea Dios, que no rechazó mi súplica, ni me retiró su favor".

         Dios cuenta con nosotros para la evangelización. Las oportunidades son signos que se nos ofrecen para hablar de ello. Si encontramos a alguien que gusta o está inquieto por la dimensión religiosa, viajemos con él como Felipe y aclarémosle cómo entendemos nosotros el mensaje de la fe en Cristo y en Dios nuestro padre.

Manuel Garrido

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         Un dignatario etíope va leyendo la Escritura, a la altura de Gaza y en su camino de vuelta de Jerusalén a Etiopía. Pero necesita ayuda y guía para entender el sentido de lo que lee. En contra de los que hablan de la "sola Escritura", la Biblia nos muestra que la comprensión de su sentido no es algo automático ni obvio, sino el resultado de integrarse en el sentir de la comunidad de creyentes. O dicho de otra manera: la Iglesia es el lugar natural de comprensión de la Biblia.

         Un ángel de Dios y luego el Espíritu Santo van guiando al diácono Felipe. La misión de los evangelizadores, incluso cuando los vemos solos y casi abandonados nunca es una tarea en soledad. Aunque la tierra tenga desiertos y montes, que no dejan ver la obra de los que predican el Reino, todo está patente a la mirada de los cielos.

         Es el Espíritu Santo quien le dice: "Acércate y ponte junto a esa carroza". La salvación de cada hombre es así también un acto de elección, un acto de predilección y ternura con que el Espíritu de Dios mueve a los evangelizadores para que hablen y mueve a los evangelizados para que escuchen y acojan lo que se les habla.

         El bautismo del etíope sucede de manera inesperada, casi informal. Acontece como un regalo más que rompe el camino de su carroza y de su vida. Estemos también nosotros dispuestos a que nuestros planes sean cambiados. Las normas y rituales son importantes pero no son un absoluto. El Dios que nos salvó tan admirablemente, sobrepasando toda expectativa y todo límite de la ley antigua, tiene derecho a introducir su "santo desorden" y a abrir caminos que no conocemos ni podemos entender a primera vista.

Nelson Medina

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         Interioricemos el papel desempeñado por los diversos actores en la escena narrada por los Hechos: el Espíritu Santo, el diácono Felipe, el eunuco etíope, el campo de evangelización. El Espíritu anuncia a Felipe (y a nosotros) que hay almas de buena voluntad que, viviendo con honradez su vida, están a la espera de nueva iluminación, y que nosotros, creyentes en cristo, somos los llamados a actuar. Si creemos en el Espíritu y la bondad divina, dejémosle insinuarnos lo que debemos hacer y cómo debemos obrar apostólicamente.

         Felipe representa a todos los cristianos que, adheridos al Señor Jesús, tienen desplegadas las antenas de su fe y sensibilidad y viven prestos a secundar la acción de la gracia y voluntad salvífica de Dios, nuestro padre. Subrayemos la prontitud de ánimo con que actúa Felipe y la delicadeza de su comportamiento.

         El eunuco representa, por una parte, a todas las semillas de verdad que Dios ha esparcido por el mundo de las religiones, para que todos, fieles a su luz, se salven; y, por otra, a todas las vocaciones misioneras que (en cualquier parte del mundo) han ido suscitándose y seguirán suscitándose por los siglos.

         Oremos por la fidelidad de cuantos sean llamados. El campo de evangelización (como hoy Etiopía) es el universo entero, que en cada una de sus regiones espera la luz de Cristo, y que quiere contar con nuestra generosidad de ofrenda y servicio.

José A. Martínez

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         El episodio del eunuco a quien evangeliza y bautiza el diácono Felipe es un relato típicamente lucano, bastante paralelo al de los discípulos de Emaús. En aquel caso, la catequesis la había realizado el mismo Jesús, y había desembocado en la fracción del pan. En el pasaje de hoy, es un diácono el que anuncia la fe y termina con el bautismo del neófito.

         La escena parece que tiene la intención de presentar cómo es el camino de la iniciación cristiana: el anuncio de Jesús, la fe, la celebración sacramental y la vida cristiana (evangelización, conversión, sacramento y vida).

         El proceso está bien descrito. El eunuco, pagano, tiene buena disposición religiosa, y a pesar de no poder ser admitido al pueblo de Israel, lee sus Escrituras. Y tiene curiosidad por saber quién es el Siervo de Yahveh.

         Felipe, a partir de esa situación, se sube a la carroza del eunuco (todo un símbolo), entra en diálogo con él y le explica las Escrituras. Del AT le ayuda a pasar al NT, y le da a conocer a Jesús como el Mesías, el Siervo y el Salvador (de igual manera que Jesús, a los de Emaús, les había invitado a entender los hechos actuales, a partir del AT).

         El eunuco etíope es bautizado, y sigue su camino lleno de alegría. ¿Fue el 1º pagano que recibió el Bautismo? ¿Dónde fue a parar? ¿Fundó alguna comunidad en su país? Por su parte, el diácono es conducido por el Espíritu a seguir evangelizando en otro lugar. No es extraño, por tanto, que el salmo responsorial de hoy sea misionero: "Aclama al Señor, tierra entera. Bendecid, pueblos, a nuestro Dios".

         El diácono Felipe (siempre guiado por Dios, que lleva la iniciativa) nos da una espléndida lección de pedagogía en la evangelización: ayudar a las personas (a partir de su curiosidad, de sus deseos, de sus cualidades) a que encuentren la plenitud de todo ello que buscan (en Cristo Jesús), y lo acepten con todas sus consecuencias.

         Felipe ayudó al eunuco a partir del AT que estaba leyendo. Cada una de las personas que encontramos tiene su particular AT, su formación, su sensibilidad, sus dones, sus ansias, sus miedos. Nosotros tendríamos que ser el diácono Felipe que sube a su carroza, les acompaña en su camino y les ayuda a descubrir a Cristo (igual que hizo el mismo Jesús, haciéndose compañero de camino de los de Emaús).

         El AT ha de ser leído desde Cristo, así como también los deseos humanos han de ser leídos desde Cristo. Muchos siguen buscando y preguntando dónde está el Mesías y el Salvador. Pero lo hacen en las sectas, en las religiones orientales, en los mil medios de huida de la vida hacia mundos utópicos. ¿Quién les anuncia a estas personas, jóvenes o mayores, que la respuesta está en Cristo Jesús? De un encuentro y un diálogo con nosotros, ¿suelen marchar las personas con una chispa de fe y con alegría interior?

José Aldazábal

b) Jn 6, 44-51

         El discurso de hoy Jesús en la sinagoga de Cafarnaum sigue adelante, progresando hacia su plenitud. La idea principal sigue siendo también hoy la de la fe en Jesús, como condición para la vida. La frase que la resume mejor es el v. 47: "Os lo aseguro, el que cree tiene vida eterna". Ahora bien, a los verbos que encontrábamos ayer (ver, venir y creer) hoy se añade uno nuevo: "Nadie puede venir a mí si el Padre que me ha enviado no le atrae". La fe es un don de Dios, al que se responde con la decisión personal.

         Dentro de este discurso sobre la fe en Jesús hay una objeción de los oyentes, que refleja bien cuál era la intención de Jesús. En efecto, muchos murmuraban y se preguntaban: "¿Cómo puede decir que ha bajado del cielo?" (v.42). Lo que escandalizaba a muchos era que Jesús, cuyo origen y padres creían conocer, se presentara como el enviado de Dios, y que hubiera que creer en él para tener vida.

         Al final de la lectura de hoy parece que cambia el discurso. Ha empezado a sonar el verbo comer. La nueva repetición ("yo soy el pan vivo") tiene ahora otro desarrollo ("el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo"). Donde Jesús entregó su carne por la vida del mundo fue sobre todo en la cruz. Pero las palabras que siguen, y que leeremos mañana, apuntan también claramente a la eucaristía, donde celebramos y participamos sacramentalmente de su entrega en la cruz.

         Nosotros, cuando celebramos la eucaristía, acogiendo la Palabra y participando del cuerpo y sangre de Cristo, tenemos la suerte de que sí "vemos, venimos y creemos" en él, le reconocemos. Y además sabemos que la fe que tenemos es un don de Dios, que es él que nos atrae. Creemos en Jesús y le recibimos sacramentalmente, pero ¿de veras esto nos está ayudando a vivir la jornada más alegres, más fuertes, más llenos de vida? Porque la finalidad de todo es vivir con él, como él, en unión con él.

José Aldazábal

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         "Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo", y "si alguno come de este pan vivirá eternamente", pues "el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo". Jesús revela el gran misterio de la eucaristía. Sus palabras son de un realismo tan grande que excluyen cualquier otra interpretación. Sin la fe, estas palabras no tienen sentido. Por el contrario, aceptada por la fe la presencia real de Cristo en la eucaristía, la revelación de Jesús resulta clara e inequívoca, y nos muestra el infinito amor que Dios nos tiene.

         La consagración eucarística es la piedra de toque de la fe cristiana. Pues tras la transustanciación, que "convierte la sustancia del pan y del vino en el cuerpo y la sangre de Cristo", no queda ya nada de pan y de vino, sino las solas especies. Como bien decía Pablo VI, "bajo ellas Cristo entero está presente en su realidad física, aun corporalmente, aunque no del mismo modo como los cuerpos están en su lugar" (Mysterium Fidei).

         En la comunión eucarística se nos entrega el mismo Cristo, perfecto Dios y perfecto hombre; misteriosamente escondido, pero deseoso de comunicarnos la vida divina. Y su divinidad actúa en nuestra alma, mediante su humanidad gloriosa, con una intensidad mayor que cuando estuvo aquí en la tierra. Oculto bajo las especies sacramentales, Jesús nos espera, y le decimos: tú eres nuestro Redentor, la razón de nuestro vivir.

         La comunión eucarística sustenta la vida del alma de modo semejante a como el alimento corporal sustenta al cuerpo: mantiene al cristiano en gracia de Dios librando el alma de la tibieza, y ayuda a evitar el pecado mortal y a luchar contra el venial. La eucaristía también aumenta la vida sobrenatural, la hace crecer y desarrollarse, y deleita a quien comulga bien dispuesto. Nada se puede comparar a la alegría de la cercanía de Jesús, presente en nosotros. Jesús nos espera cada día.

Teresa Correa

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         Jesús se presenta pues como la meta última de esa sabiduría divina que se expresaba tan maravillosamente ya en los profetas, pero que se desarrolló y materializó en todo un cuerpo literario, el de los libros sapienciales: Job, Proverbios, Eclesiastés (Qohelet, lit. Predicador), Cantar de los Cantares, Eclesiástico (Ben Sirá, o Sirácida) y Sabiduría. En ellos se nos presenta la sabiduría como un atributo de Dios, por medio del cual creó el mundo y lo sigue conservando y recreando para complacerse en él y para que sirva de hogar a los seres humanos.

         Esa sabiduría divina quedó expresada en la ley que Dios dio a su pueblo, a cuya reflexión y meditación se dedican los verdaderos sabios. Una ley que es garantía de vida para el pueblo, siempre que la guarde y ajuste su existencia a sus preceptos.

         Personificada como una matrona que se hace presente en el mundo (Prov 8-9; Eclo 1, 1-21; 24; Sab 6-9 y Job 28) la sabiduría divina se ofrece a la humanidad para que esta pueda alcanzar el verdadero gozo que procede de Dios y no de las vanidades del mundo. Justicia, derecho, paz, abundancia de bienes para todos, salud, belleza, equidad.

         Estos y otros muchos valores se ofrecen con la sabiduría que los contiene y abarca todos. Ella, finalmente, los ofrece en forma de banquete al cual se invita a todos los humanos, especialmente a los simples, los necios, los que este mundo reputa como ignorantes: "Venid y comed de mi pan, y bebed del vino que he mezclado; dejad las simplezas y viviréis, dirigidos por los caminos de la inteligencia” (Prov 9, 5-6).

         En el discurso del Pan de Vida, tácitamente Jesús se nos presenta como la verdadera sabiduría de Dios. Quien escucha lo que dice el Padre y aprende como buen discípulo la lección, va hacia Cristo. Y el que está con Cristo y cree en él tiene la vida eterna y la resurrección. Para vivir es necesario el pan de cada día, y para tener la vida eterna es necesario este pan de la eucaristía que nos ofrece Jesucristo, en un banquete suculento como el que la sabiduría del AT ofrecía a sus devotos.

         Aquí la sabiduría es Jesucristo, una sabiduría nada teórica ni intelectualista, sino todo lo contrario: la sabiduría de Cristo, que nos da la vida en plenitud que es el amor. El verdadero amor, que para ser amor a Dios tiene que ser, necesariamente, amor al prójimo, al hermano cercano. ¿Y qué ser humano no es para nosotros cercano en estos tiempos de globalización?

Juan Mateos

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         El largo texto que venimos leyendo esta semana (cap. 6 de Juan) es conocido como el Sermón Eucarístico, y tiene sus peculiaridades. En efecto, sabiendo Juan que su evangelio era el último en escribirse, y que toda la Iglesia celebraba ya la Cena del Señor, el evangelista decide omitir el relato de la institución eucarística, y se dedica a recoger una serie de instrucciones de Jesús sobre el significado de la eucaristía.

         En el caso de hoy, el pasaje hace pasar a la comunidad del pan que se necesita para vivir (maná, lit. pan común) al "pan que da la vida" y hace posible la vida eterna. No desprecia la comida del cuerpo (pues también implicaba la compartición de alimentos, en la 1ª comunidad), pero sí se centra en el alimento espiritual.

         Así, pues, el cuerpo y la sangre de Jesús son "verdadera comida", para los que comieron con él junto al lago y para las comunidades cristianas futuras. La comida del pan alimenta el cuerpo, y la comida del pan eucarístico alimenta el espíritu. Sin estos alimentos el hombre se debilita y puede morir. ¿Realmente tomas la eucaristía como un alimento más?

Ernesto Caro

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         En el pasaje evangélico de hoy, el Resucitado se presenta a su Iglesia con aquel "yo soy el que soy", que lo identifica como fuente de salvación: "Yo soy el pan de la vida" (Jn 6, 48). En acción de gracias, la comunidad reunida en torno al Viviente lo conoce amorosamente y acepta la instrucción de Dios, reconocida ahora como la enseñanza del Padre. Cristo, inmortal y glorioso, vuelve a recordarnos que el Padre es el auténtico protagonista de todo. Los que le escuchan y creen viven en comunión con el que viene de Dios, con el único que le ha visto y, así, la fe es comienzo de la vida eterna.

         El pan vivo es Jesús. No es un alimento que asimilemos a nosotros, sino que nos asimila. Él nos hace tener hambre de Dios, sed de escuchar su Palabra que es gozo y alegría del corazón. La eucaristía es anticipación de la gloria celestial, como decía San Ignacio de Antioquía: "Partimos un mismo pan, que es remedio de inmortalidad, antídoto para no morir, para vivir por siempre en Jesucristo".

         La comunión con la carne del Cristo resucitado nos ha de acostumbrar a todo aquello que baja del cielo, es decir, a pedir, a recibir y asumir nuestra verdadera condición: estamos hechos para Dios y sólo él sacia plenamente nuestro espíritu.

         Pero este pan vivo no sólo nos hará vivir un día más allá de la muerte física, sino que nos es dado ahora "por la vida del mundo" (Jn 6, 51). El designio del Padre, que no nos ha creado para morir, está ligado a la fe y al amor. Quiere una respuesta actual, libre y personal, a su iniciativa.

         Así que, cada vez que comamos de este pan, ¡adentrémonos en el Amor mismo! Ya no vivimos para nosotros mismos, ya no vivimos en el error. El mundo todavía es precioso porque hay quien continúa amándolo hasta el extremo, porque hay un sacrificio del cual se benefician hasta los que lo ignoran.

Pere Montagut

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         El fragmento del evangelio de hoy se abre con una afirmación categórica de Jesús sobre la intervención del Padre en la vida del cristiano: "Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre". Lo interesante de esta afirmación es que Jesús la clarifica en seguida: "No es que alguien haya visto al Padre".

         Esto nos plantea la necesidad de saber entender la forma en que Dios interviene en nuestra vida. Ciertamente no lo hace con apariciones, sino en el silencio de la vida cotidiana. Aquí es donde, según Jesús, hay que descubrir la presencia de Dios.

         Este planteamiento de Jesús choca con nuestra mentalidad contradictoria que, cuando no está absorbida por el seco análisis racional, está entregada al deseo utilitarista de lo milagroso. Jesús, en cambio, pedía a sus discípulos una disponibilidad abierta a descubrir, leer y encontrase con Dios Padre en el interior de la propia vida. Esto es lo que permite abrirse y dejarse penetrar por un mensaje que cambiará la manera de apreciar la realidad, de relacionarse unos con otros y de entender a Dios.

         Según Jesús, hay dos cosas que podemos hacer desde la cotidianidad: escuchar al Padre y reproducir las obras que él hace (v.45). No habla de un Padre alejado del ser humano en los cielos; habla de un Dios Padre que se hace manifiesto en la vida a través del Hijo que ha enviado, y que se identifica con él. Es precisamente en la cotidianidad de la asamblea comunitaria donde se da la comunión en Jesús.

         Hoy se impone la valoración de la cotidianidad en nuestros pueblos y culturas, pues es allí donde actúa y se descubre a Dios. En espacios como la casa, la calle o el trabajo, él nos interpela, nos invita a escucharlo y nos pide que respondamos. Nuestros pueblos tienen sus propias mediaciones en su camino hacia Dios. Valorar estos caminos y descubrir en ellos sus propios elementos de amor, de acogida, de justicia... es el mejor camino para que la asamblea comunitaria eucarística y la vida sacramental, conduzcan al encuentro del Dios de la Vida para todos.

Josep Rius

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         En el evangelio de hoy, Jesús replica a la crítica que le han dirigido, y viene a decir que su obra se entiende únicamente a la luz de una interpretación abierta de las Escrituras: "Todos serán discípulos de Dios". Es decir, no a la luz de la tradición interpretativa de los fariseos (los cuales creían que la fiel observancia de la ley conducía a la resurrección), sino a través de la comunidad del discípulo amado. En definitiva, que el único camino a la resurrección es la fe u opción por la persona de Jesús.

         La verdad del testimonio a favor de Jesús se prueba por su propio testimonio, por su talante de vida. El hecho de observar infinidad de normas piadosas, o de participar de la comida celestial, no excluyó a la multitud de la muerte en el desierto. El cambio de mentalidad ("nacer de nuevo") que Jesús exige a sus seguidores los lleva a romper con las seguridades del pasado.

         El tema del Pan de Vida nos invita a reflexionar sobre los grandes símbolos cristianos. La eucaristía, como encuentro personal con el Señor, y la Palabra de Dios reflexionada en comunidad constituyen Pan de Vida en la medida que se acepte el camino de Jesús: el camino de la entrega personal y la cruz.

         Otros caminos conducen únicamente a las seguridades en las que se endurecen los oyentes de Jesús, incluidos los discípulos. Al final, sus seguidores se escandalizan de la predicación y lo abandonan. En definitiva verán a Dios exclusivamente los seguidores que sean capaces de reconocerlo en el crucificado.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         El evangelista Juan pone hoy en boca de Jesús estas palabras: Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna. Según esto, la fe otorga una posesión de vida y tiene razón de ser, y no se convierte en simple asentimiento a un testimonio, sino adhesión y unión a la persona portadora (= testigo) de ese testimonio.

         En virtud de esta unión podemos tener acceso a la vida de esa persona. Y Jesús, en su persona, se ofrece como pan de vida o pan para la vida del mundo: Yo soy el pan de vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná, y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.

         Jesús se presenta como un pan de mayor virtud y eficacia que el milagroso pan del maná (que, siendo tan extraordinario, no evitó la muerte de quienes lo comieron). Por eso, el que coma de este pan no morirá, porque la virtud de este pan vivo, bajado del cielo, lleva la impronta de la vida para siempre.

         No deja de ser ésta, sin embargo, una vida que se alcanza a través de la resurrección, y que por tanto implica el paso por la muerte. El que coma de este pan morirá, pero no morirá para siempre porque vivirá para siempre. Y el pan que él es es su carne para la vida del mundo.

         A partir de ahora, Jesús no se limitará a alimentar a los hambrientos y sedientos de Dios y de vida con su palabra; tampoco se limitará a multiplicar unos panes para saciar el estómago de una multitud desfallecida por el hambre. Él mismo, en persona, se ofrecerá como pan.

         Pero para convertirse en este pan del que los hombres puedan alimentarse, tiene que morir. Se trata de un pan que, para servir de alimento, tiene que dejarse masticar, triturar. Y esto implica la entera inmolación de la propia vida. Sólo así puede convertirse en alimento para el mundo. La correlación entre el pan (que él es), y su carne (para la vida de los que se nutran de él), es significativa.

         La donación del pan supone la entrega de la propia carne, como pone de manifiesto en la Última Cena, cuando a la acción de tomar el pan y dárselo a sus discípulos incorpora estas palabras: Tomad y comed; esto es mi cuerpo (= carne) que se entrega por vosotros. No era esto un mero simbolismo, sino que su cuerpo sería literalmente destrozado en la cruz. Se sacrificaba realmente para ser pan para la vida del mundo.

         Pero el cuerpo entregado a la muerte sólo se convierte en pan para la vida del mundo cuando resucita de entre los muertos, no antes. En la eucaristía no comemos el cuerpo de un cadáver, sino el de un resucitado, que proporciona la vida que posee en cuanto resucitado. Por eso puede dar vida eterna.

         Si esto es así, menospreciar el cuerpo de Cristo es privarse de unos hidratos y proteínas que nos son muy necesarias para la vida eterna, si es que nos apetece vivir esta vida. Comer esto caso implica creer en Jesucristo como pan de vida y darle gracias por su entrega hasta la muerte, pues es el amor el que le ha llevado a convertirse en pan de vida para nosotros.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 18/04/24     @tiempo de pascua         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A