15 de Abril

Lunes III de Pascua

Equipo de Liturgia
Mercabá, 15 abril 2024

a) Hch 6, 8-15

         Esteban era un joven "lleno de gracia y de fuerza", y uno de aquellos primeros diáconos (lit. servidores, en griego) elegidos por los apóstoles para el servicio de las mesas (altares), durante las comidas comunitarias (eucaristías) que reunían a los cristianos. Y algunos de la sinagoga judía, por ello, discuten con Esteban, pero no pueden resistir a su sabiduría y al Espíritu con que hablaba.

         Esteban es el hombre de la discusión audaz (que no teme predicar a Cristo aún fuera del círculo de los primeros cristianos) y fogoso (que planta cara a los adversarios). Y por su condición de extranjero, se dirige especialmente a esos "judíos de lengua griega", provenientes del mundo helénico y cuya lengua griega él conoce y habla.

         Sobre todo, Esteban sabe que el universo no se reduce a Jerusalén, y que en todas partes hay hombres que esperan la salvación, y que la Iglesia no ha de quedar reducida a un gueto judío, en medio del mundo. Así, mientras Pedro y Juan continúan yendo regularmente al templo judío, Esteban decide atacar.

         Entonces, nos sigue diciendo el relato, los judíos fueron a las autoridades y les dijeron: "Hemos oído a éste pronunciar palabras blasfemas contra Moisés y contra Dios. No para de hablar en contra de este lugar santo y de la ley. Y le hemos oído decir que Jesús el Nazareno destruiría este lugar, y cambiaría las costumbres que Moisés nos ha transmitido". Está muy claro. Se le acusa a Esteban de subversión, de innovar y cambiar los usos. No obstante, en el fondo está la envidia judía.

         Se capta, aquí, en lo vivo, el paso del judaísmo al cristianismo. En efecto, Esteban no hace sino repetir las palabras de Jesús ("destruid este templo, y en tres días lo reedificaré"), pero lo hace sabiendo que ese templo (del que hablaba Jesús) no era el de Jerusalén sino el de Dios, el lugar donde Dios habita y no una construcción de piedra en lo alto de una colina. En efecto, había comprendido Esteban que "donde quiera que haya un creyente, allí estoy Yo en medio de ellos", y que hay que "ir a él, y hacer morada en él".

         Esteban ha comprendido también que lo que salva al hombre no es la ley de Moisés, sino la fe en Cristo. Y esto a los judíos resultó insoportable, no aguantándolo más y decidiendo matarlo a pedradas. Por su causa (la de Esteban), la Iglesia va a empezar a ser perseguida en serio, y va a ser expulsada de Jerusalén. Pero ¡poco importa!, pues gracias a la audacia misionera de Esteban, la Iglesia se verá, por fin, obligada a dirigirse al mundo, y a salir a predicar a los gentiles.

Noel Quesson

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         El texto de hoy de los Hechos se dedica a exaltar la figura y obra de Esteban (protomártir de la Iglesia), en el desarrollo del cristianismo primitivo. Las secciones de Hch 6,8-15 y Hch 7,54-60 resumen la situación: la oposición que contra él tienen los judíos helenizantes de la diáspora, la detención y las acusaciones ante el Sanedrín, y su martirio a pedradas.

         Y todo ello, con el largo discurso de defensa de Esteban (Hch 7, 2-53), del cual únicamente han sido reproducidos aquí los pasajes finales y más polémicos (vv.44-53). A la luz de estos textos, leídos teniendo en cuenta su contexto bíblico más amplio, querríamos poner de relieve un par de rasgos de la figura de Esteban.

         Ante todo conviene decir que dentro de la dinámica redaccional de Hechos, el diácono Esteban surge aquí como el iniciador formal de la ruptura y liberación de la Iglesia de los moldes del judaísmo. Aparece como el más ilustre del grupo de los Siete y cabeza visible del movimiento de los helenistas, que en Hch 1,1 se nos presentan en confrontación con los hebreos.

         Los hebreos querían vivir un cristianismo dentro del marco de la ley y del templo de Jerusalén, mientras que los helenistas tomaban actitudes más liberales respecto a la una y al otro. Esta actitud relativizaba el judaísmo y le arrebataba su identidad. Por eso los judíos de la diáspora helenista, que sería el área normal de la misión de Esteban, reaccionan con fanática hostilidad contra él (Hch 6, 8-10).

         También resultan sintomáticas las acusaciones que los judíos le hacen, de decir "palabras blasfemas contra Moisés y contra Dios" (Hch 6, 11), de proferir "palabras contra el lugar santo y la ley" (Hch 6, 13) y de decir "que ese Jesús de Nazaret destruirá este lugar y cambiará las tradiciones" (Hch 6, 14). Como se ve, en los judíos no hay hechos sino palabras.

         No obstante, Esteban no se queda en las palabras, y pasa a los hechos en forma de contraataque inesperado. Pues les demuestra que la sustitución de la Tienda de la Alianza (el modelo dado por Dios) por el Templo de Jerusalén (la construcción hecha por manos humanas) es la imitación pagana, y repetición idolátrica, del desierto en el Exodo (Hch 7, 44-50).

         Para Esteban, el cristianismo era un vino nuevo que se había de echar en odres nuevos (Mc 2, 22). Una actitud que se tiene que tener en cuenta, en las grandes encrucijadas de la historia. Esteban es el 1º que sella con su sangre el cambio liberador que Jesús introduce en el mundo.

Fernando Casal

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         El discurso de Esteban delante del Sanedrín judío es un resumen de la historia de la salvación, y podría muy bien considerarse un cántico de acción de gracias, más que discurso o confesión gozosa (que también lo son). De hecho, repite el cronista que "su rostro parecía el de un ángel" (Hch 6, 15; 7, 55). Escuchemos hoy la 1ª parte de dicho discurso (Hch 7, 1-16), sobre la historia de Abraham y José (Gn 12-50)

         La predicación de Esteban, en efecto, comienza afirmando la iniciativa de Dios en la historia de salvación, de forma firme e irrevocable: "¡Sal!". Desde un principio, Abraham es el caudillo del pueblo de Dios, y a él se le comunica la salida, la separación, la esclavitud, la liberación y la entrada en la tierra de posesión. A continuación, Esteban aborda el mensaje del patriarca José, que fue vendido por sus hermanos, al igual que Cristo fue vendido por los judíos (Hch 10,38).

         La 3ª parte del discurso de Esteban toca un tema tan importante para sus oyentes como era la institución del 1º Templo de Jerusalén, en íntima relación con David y Salomón (los cuales construyeron un templo terreno de acuerdo al modelo espiritual recibido en el desierto).

         E introduce, de nuevo, un elemento de ataque: "El Altísimo no habita en edificios construidos por mano de hombre" (v.48), poniendo el énfasis en lo de "construido por mano de hombre" (que en la Biblia siempre se aplica a los falsos ídolos). En este sentido, les critica Esteban que han convertido su templo (el de Jerusalén) en un ídolo pagano, citando para ello a Is 66,1 (texto muy familiar y recurrente para el NT, por su espiritualidad cultual).

         A partir de este momento, Esteban entra en la última parte de su discurso (vv.51-53) con un ataque directo al ya poco dócil auditorio: opuestos siempre al Espíritu por el hecho de no convertirse, perseguidores y asesinos de profetas y no cumplidores de la ley. Nada peor se podría decir a un grupo religioso judío.

         El desenlace es el martirio de Esteban (vv.54-60), precedido de su transfiguración donde declara que ve "al Hijo del hombre a la derecha de Dios" (Mt 26, 64). Sus últimas palabras son también semejantes a las de Jesús: "Recibe mi espíritu, y no les tomes en cuenta este pecado" (vv.59-60). Así termina la misión en Jerusalén, la 2ª parte del libro de los Hechos (Hch 2, 14-8, 3).

         Es significativo que la última persecución judía contra los primeros seguidores de Jesús tenga como trasfondo el Templo de Jerusalén. El autor de la carta a los Hebreos forjará de esto un nuevo pensamiento cristiano: "Cristo no entró en un santuario hecho por mano de hombre sino en el mismo cielo, para presentarse ahora ante Dios en favor nuestro" (Heb 9, 24). La mayoría de las instituciones de Israel tomarán en el cristianismo un aspecto simbólico relacionado con el mundo existencial interior o con el mundo inefable del Cristo glorificado y del más allá.

         Con esta 3ª persecución, que incluye la muerte de Esteban, se abre un nuevo período para la Iglesia: la dispersión, el alejamiento de la cuna del judaísmo (Jerusalén) y el inicio de una nueva era de apertura y experiencias diferentes, que comienza con la evangelización de la Judea litoral y Samaria.

Oriol Colomer

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         En aquellos días, Esteban, lleno de gracia y poder, "realizaba grandes prodigios y signos en medio del pueblo". Entonces unos cuantos de la Sinagoga de los Libertos se pusieron a discutir con él, pero no lograban hacer frente a la sabiduría y al espíritu con que hablaba. Ellos indujeron a algunos a que asegurasen: "Le hemos oído palabras blasfemas". Así alborotaron al pueblo, a los senadores y a los letrados. Y éstos, por sorpresa, agarraron a Esteban y lo condujeron al Consejo judío, presentando testigos falsos que decían: "Este individuo no para de hablar contra el templo y la ley".

         La posición radical de Esteban en lo tocante a la ley y al templo recrudecerá la persecución, en especial en contra de los Siete (los diáconos). Se van a repetir las mismas acusaciones que se emplearon contra Jesús, en un claro paralelismo con su Pasión, demostrado hasta en el empleo de las mismas palabras. Y de nuevo Dios va a demostrar su fuerza en los que elige.

         El rostro de Esteban "parecía como el de un ángel", nos dice el cronista. Y muy pronto, como era de esperar, los comentaristas empezaron a entrelazar semejanzas con Moisés al bajar del monte. Entre ellos San Juan Crisóstomo, que dice:

"Esteban era la gracia, era la gloria de Moisés. Me parece que Dios le había revestido de este resplandor porque quizá tenía algo que decir y para atemorizarlos con su propio aspecto. Pues es posible, muy posible, que las figuras llenas de gracia celestial sean amables a los ojos de los amigos y terribles ante los adversarios" (Homilía sobre Hechos de los Apóstoles, 15).

         Acertadamente cantamos hoy el Salmo 118, en algunos de sus versos, pues encaja perfectamente en todo lo referente a Esteban. Una señal de que hemos resucitado con Cristo es nuestra vida intachable. Renacidos en Cristo por el Espíritu, fortalecidos por el pan que ha bajado del Cielo y permanece por siempre, cumplimos la voluntad del Padre:

"Dichoso el que camina con vida intachable. Aunque los nobles se sientan a murmurar de mí, tu siervo medita tus leyes; tus preceptos son mi delicia, tus decretos son mis consejeros. Te expliqué mi camino y me escuchaste; enséñame tus leyes; instrúyeme en el camino de tus decretos, y meditaré tus maravillas. Apártame del camino falso, y dame la gracia de tu voluntad; escogí el camino verdadero, deseé tus mandamientos".

Manuel Garrido

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         No sólo los apóstoles fueron protagonistas en la primera comunidad: hoy aparece uno de los diáconos recién ordenados (Esteban), dando testimonio de Cristo ante el pueblo y las autoridades, con la misma valentía y lucidez que Pedro y los demás apóstoles. El libro de los Hechos da a este diácono (Esteban) mucha importancia, dedicándole los cap. 6 y 7 y realtando que fue el 1º mártir cristiano, y su fiesta la celebramos el 26 de diciembre, en el ambiente navideño.

         Su manera de pensar y de hablar excitaba los ánimos incluso de los judíos libertos, que se llamaban así porque después de haber sido llevados como esclavos fuera de Israel, habían sido liberados y devueltos, y habían vuelto a Jerusalén con un talante más abierto que los judíos autóctonos de Jerusalén. Por eso tenían sinagoga propia.

         Pero aún a ellos les resulta inadmisible que Esteban, lleno del Espíritu, les muestre con su elocuencia cómo Jesús, el Resucitado, ha superado la ley y el yemplo, y que sólo en él está la salvación. Por eso le acusan: "Éste habla contra el templo y contra las tradiciones que hemos recibido de Moisés". Se cumple una vez más el anuncio que hizo Jesús a sus discípulos: cuando fueran llevados ante los tribunales, el Espíritu les sugeriría qué tenían que decir.

         Sin necesidad de que seamos apóstoles o diáconos en la comunidad cristiana, todos somos invitados a dar testimonio de Cristo. Probablemente no tendremos ocasión de pronunciar discursos elocuentes ante las autoridades o las multitudes. Nuestra vida es el mejor testimonio y el más elocuente discurso, si se conforma a Cristo Jesús, si de veras "rechazamos lo que es indigno del nombre cristiano y cumplimos lo que en él se significa" (oración del día).

José Aldazábal

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         De los 7 varones elegidos por la comunidad, y encargados por los apóstoles de la administración, sobresale Esteban, que por la imposición de las manos ha quedado lleno de la gracia y del poder de Dios. Hace milagros ("prodigios y signos", dice literalmente el texto) entre el pueblo, y seguramente aprovecha la oportunidad para anunciar la resurrección, sacando de este acontecimiento las consecuencias evidentes. Esto debe suponerse a partir de las acusaciones que más tarde se le hacen.

         Entonces, nos dice el cronista, los miembros de una sinagoga (la de los judíos helenistas) discuten con Esteban, estrellándose contra su sabiduría y entusiasmo. Son judíos abiertos a las corrientes del pensamiento helenista de la época, y hasta se nos dicen sus lugares de origen: Cirene (actual Libia), Alejandría (la gran capital cultural del s. I), Cilicia (costa sur de Turquía) y Asia Menor (actual Anatolia turca).

         No pudiendo con su elocuencia, dichos judíos libertos suscitan un motín contra Esteban, contratan testigos falsos y lo hacen comparecer ante el Sanedrín. Esteban sabrá estar allí como estuvo Jesús, como han estado los apóstoles: lleno de valentía y de la fuerza y la sabiduría del Espíritu, por eso su rostro les parece el de un ángel.

         A Esteban se le acusa de blasfemia (de insultar a Dios, o de usar su nombre en vano), de hablar contra el templo (inspirándose en la predicación de Jesús de Nazaret) y de poner en tela de juicio las normas de la ley (las de Moisés, que para los judíos eran intangibles).

         Se va abriendo así, cada vez más, la brecha que terminará distinguiendo netamente entre judaísmo y cristianismo. Y el Templo de Jerusalén, que al principio siguió siendo frecuentado por los apóstoles, va a ir perdiendo su condición de único lugar de culto, pues como replicará Esteban, el culto al Resucitado ha de hacerse "en espíritu y en verdad", y en este sentido hasta la ley de Moisés ha quedado relativizada, respecto de la resurrección de Jesús.

         Ya Jesús había anunciado a sus discípulos lo que estaba sucediendo con Esteban: que serían llevados a las sinagogas para ser juzgados, y que tendrían que comparecer ante los jueces y los tribunales por dar testimonio de él (Mt 10,16-33; Mc 13,9-13; Lc 21,12-19; Jn 15,18-21; 16,1-4). Pero Esteban no se arredra, sino que aprovecha la oportunidad y pasa al ataque, denunciando la dureza de los sanedritas ante la exaltación de Jesús.

         El destino de Esteban ha sido el de muchísimos cristianos a lo largo de los siglos y hasta nuestros días. Testimoniar la resurrección de Jesús como la definitiva acción salvadora de Dios, que vuelve por la justicia y el derecho de todos los torturados y crucificados de la historia, sigue siendo un deber para nosotros. Tenemos que pedir la gracia y el poder que Dios otorgó a Esteban para que también nosotros seamos capaces de comparecer ante quien quiera pedir cuenta o razón de nuestra fe.

Confederación Internacional Claretiana

b) Jn 6, 22-29

         Durante toda la semana leeremos el cap. 6 de Juan, el Discurso del Pan de Vida de Jesús. Un discurso que fue dirigido por Jesús hacia sus oyentes "al día siguiente" de 2 milagros precedentes: la multiplicación de los panes y la marcha sobre las aguas.

         Hasta 4 interpretaciones han sido propuestas para este Pan de Vida. Para algunos autores antiguos el "pan de vida" es "la persona de Jesús y su Palabra", que se asimila por la fe. Para un gran número de exégetas modernos el "pan de vida" es la eucaristía, una comida real y también espiritual. Para una serie de comentaristas intermedios el "pan de vida" apunta a la comunión con el pensamiento de Jesús, a forma de alimento para el cristiano. Y para ciertos autores contemporáneos, el "pan de vida" es la fe del mundo, que tiene en Cristo su fundamento.

         Retengamos de todo esto que hay una unión muy íntima entre estos 2 temas: la fe en Cristo implica la fe en su presencia eucarística, así como la eucaristía es el misterio de la fe por excelencia. Así, meditar la palabra de Jesús (por la fe) y comulgar su cuerpo (por la eucaristía) se siguen el uno al otro. Y no se cree de verdad en Jesús si no se está dispuesto a comulgar su cuerpo.

         Es muy normal que Jesús hablara de la fe antes que de la eucaristía, pues el misterio de su presencia (eucarística) no puede producirse en alguien que no tiene fe. E incluso esto es lo que se ve en toda celebración de la misa, que ofrece 1º la liturgia de la Palabra (alimento espiritual) y en 2º lugar el misterio eucarístico (alimento real, del cuerpo y sangre).

         Jesús se dirige a campesinos galileos que se afanan para ganarse la vida. Saben lo que es el hambre, y también la saciedad cuando se ha trabajado mucho y la cosecha ha sido buena. Como hizo con la samaritana junto al pozo, Jesús toma como punto de partida una necesidad material de sus oyentes (el hambre, la sed, el pan y el agua), y a continuación les ofrece el camino a seguir ( "procuraros no el alimento perecedero, sino el alimento que permanece hasta la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre").

         Jesús se sirve de la comparación del alimento para hacer comprender lo que él aporta a la humanidad, en torno a sus 2 clases de alimentos: el alimento corporal (que da una "vida perecedera") y el alimento venido del cielo (que da la "vida eterna").

         Creado por Dios y para Dios, el hombre tiene hambre y sed de Dios, y nada fuera de Dios puede satisfacerle enteramente. Todos los alimentos terrestres perecederos dejan al ser humano insatisfecho. El alimento esencial, y del cual el hombre tiene hambre, es el mismo Jesús (enviado por el Padre, y que recibimos por la fe, "creyendo en él"). Obrar, afanarse y esforzarse por tener una vida espiritual, es "ganarse el pan".

Noel Quesson

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         En el evangelio de hoy hemos visto cómo la gente busca a Jesús, al día siguiente de la multiplicación de los panes. Pero Jesús les tiene que echar en cara que la motivación de esta búsqueda es superficial: "Me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros". Se quedan en el hecho, pero no llegan al mensaje. Como la samaritana que apetecía el agua del pozo, cuando Jesús le hablaba de otra agua.

         Con sus milagros, Jesús quiere que las personas capten su persona, su misterio y su misión: "Que crean en el que Dios ha enviado". Es admirable, a lo largo del evangelio, ver cómo Jesús, a pesar de la cortedad de sus oyentes, les va conduciendo con paciencia hacia la verdadera fe: "yo soy la luz", "yo soy la vida", "yo soy el pastor". Aquí, a partir del pan que han comido con gusto, les ayudará a creer en su afirmación: "Yo soy el pan que da la vida eterna".

         Al igual que Jesús, que con pedagogía y paciencia fue conduciendo a la gente a la fe en él, a partir de las apetencias meramente humanas (el pan para saciar el hambre, el mesianismo que buscaba Pedro), también nosotros deberíamos ayudar a nuestros hermanos (jóvenes y mayores) a llegar a captar cómo Jesús es la respuesta de Dios, a todos nuestros deseos y valores.

         Buscar a Jesús porque multiplica el pan humano es flojo, pero es un punto de partida. El hombre de hoy, aunque tal vez no conscientemente, busca felicidad, seguridad, vida y verdad. Como la gente de Cafarnaum, anda bastante desconcertado, buscando y no encontrando respuesta al sentido de su vida.

         Hay buena voluntad en mucha gente. Lo que necesitan es que alguien les ayude. A veces tienen una concepción pobre de la fe cristiana, por temor o por un sentido meramente de precepto, o por interés: algunos buscan a Dios por los favores que de él esperan, sin buscarle a él mismo. Si nosotros los cristianos, con nuestra palabra y nuestras obras, les ayudamos y les evangelizamos, pueden llegar a entender que la respuesta se llama Jesús, y del pan humano y caduco podrán pasar a apreciar el pan que es Cristo y el pan que nos da Cristo.

         Nosotros, los que celebramos con frecuencia la eucaristía, ya sabemos distinguir bien entre el pan humano y el Pan eucarístico, que es la carne salvadora de Cristo. Esta conciencia nos debe llevar a una jornada vivida mucho más decididamente en el seguimiento de ese Cristo Jesús que es a la vez nuestro alimento y nuestro Maestro de vida.

José Aldazábal

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         Jesús y sus discípulos, durante la noche, se trasladaron de los alrededores de Tiberiades a la ciudad de Cafarnaum. Al amanecer, la gente que había participado en el milagro de la multiplicación de los panes, al no encontrar a Jesús, se fue a buscarlo.

         Al ver venir a la multitud, Jesús les cuestionó el interés por el que venían en su búsqueda, ya que estaban más preocupados por comer que por recibir la enseñanza del Reino. Y les hizo esta revelación: "La única obra que Dios quiere es que creáis en aquel que él ha enviado". Pero ¿que significaba para un judío creer en Jesús? ¿Y creer que él era el enviado de Dios?

         Para un pueblo habitado por humildes trabajadores, sometidos a una ley romana que oprimía (a base de impuestos y limitaciones) y a unos dirigentes locales ambiciosos (y legalistas), es normal que la irrupción de Jesús fuese identificada con llegada del liberador político tan deseado, que los liberara finalmente de su situación.

         Por supuesto, la propuesta de Jesús consistía en invertir los valores. Pero insistía en que una transformación radical interior debía ser la base de todo lo demás. Era urgente abrirse a los demás, sí, pero pensando en común y planteándose la posibilidad de que unidos (viviendo como hermanos), la práctica de la justicia era algo viable.

         En una palabra, creer en Dios Padre, y en su enviado, significaba no esperarlo todo de él pasivamente, sino comprometerse en unión con otros a cambiar la propia situación, haciendo experiencias de fraternidad.

         ¿No es ésta nuestra situación de hoy, y no es ésta la respuesta que también hoy nos daría Jesús? Seguir una religión en la que el interés sea la norma, es escoger el camino del paternalismo, que siempre termina cobrando su tributo. La dependencia en cualquiera de los órdenes (económico, político, social o religioso) impide crecer y enferma el alma de un pueblo. Y sólo una religión que eduque en el compromiso radical interior, es capaz de generar personas formadas y libres.

Juan Mateos

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         La lectura del cap. 6 del evangelio de Juan, que será leída hoy y los próximos días, constituye el llamado Discurso del Pan de Vida, tuvo lugar en la Sinagoga de Cafarnaum (Jn 6, 59) y revela el significado profundo del milagro anterior de Jesús, que alimentó a una multitud de más de 5.000 personas con unos pocos panes.

         En la breve lectura de hoy, la multitud que ha experimentado tal prodigio se empeña en encontrar a Jesús. Van y vienen por el lago y se dan cuenta de que Jesús no tuvo tiempo ni forma de transportarse hasta donde lo encuentran: en la misma Cafarnaum, la aldea de pescadores que, según los evangelios sinópticos, es el centro de su actividad.

         Al saludar la gente a Jesús, y hacerle ver su perplejidad por encontrarlo tan lejos del lugar en donde lo habían dejado, se inicia un diálogo que, poco a poco, se convertirá en el discurso que hemos mencionado: el Discurso del Pan de Vida.

         Jesús responde a las perplejidades de la gente reprochándole su interés y su falta de fe: lo buscan no porque crean en los signos que él hace, sino por un interés puramente material. Y los desafía a trabajar no por el alimento perecedero, sino por el que perdura, el que da el Hijo de hombre, aquel a quien Dios Padre ha sellado. Se trata de un lenguaje misterioso y sellado, que debió serlo todavía más para los oyentes de Jesús (no conocedores de la eucaristía), y que sigue siéndolo todavía para nosotros (ya expertos en eucaristías).

         Evidentemente Jesús habla de un nuevo alimento, que no material sino espiritual. Un alimento que nosotros los cristianos identificamos inmediatamente con la eucaristía (don de Dios a través de su Hijo glorificado), pero que los judíos no tenían en mente ni en el mejor de sus sueños.

         Por eso los judíos preguntan a Jesús acerca del trabajo, de las obras que Dios quiere. Porque pensaban que el "pan de vida" de Jesús se refería a una especie de intercambio: do ut des (lit. "doy para que me des"), sin imaginar que Jesús estaba hablando de un alimento celestial y gratuito, ofrecido a todos los seres humanos sin distinción alguna, con la única condición de fiarse enteramente de Dios y no de las propias fuerzas. De ahí que Jesús les diga, entre otras cosas, que la única obra que Dios quiere es "la fe en su enviado".

         En el tiempo pascual que estamos celebrando la Iglesia nos propone una reflexión profunda sobre la eucaristía, así como nos la propondrá sobre el bautismo. Somos los resucitados con Cristo, que nos alimentamos de su mesa. Pero no debemos dejar de renovar nuestra fe en él, como enviado definitivo del Padre para la salvación del mundo.

Confederación Internacional Claretiana

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         A diferencia de los discípulos que abandonan a Jesús (Jn 6, 16-17), la multitud lo busca afanosamente, y espera encontrarlo en la barca, junto a sus discípulos (comunidad). Y esta multitud va en aumento, hasta tanto que "otras barcas habían arribado de Tiberiades" con ese objetivo, en la judía Cafarnaum. Pero no encuentran allí a Jesús, sino al otro lado del mar, tras haber cambiado Jesús, por tanto, el escenario o situación.

         Al encontrarlo, la multitud lo llama rabí (lit. maestro), porque ve en él un guía que les asegura el pan. Pero Jesús les reprocha esa actitud, y les recuerda que lo que realmente buscan es saciar inmediatamente el hambre. La gente no entiende el significado de sus milagros, sino que sólo espera de ellos un rápido beneficio. E incluso puede ser proclive a identificarlos con una causa política (un rey) y económica (la comida).

         Ante la interpelación y reproche de Jesús, la gente pide "instrucciones para actuar". Esperan que el maestro les dé un conjunto de leyes (como Moisés) o los motive para un juicio divino (como el profeta). Sin embargo, Jesús se niega a ello, pues ante él las leyes y las profecías son tan sólo caminos intermedios. La exigencia de Jesús, en ese sentido, rebasa las expectativas de la multitud.

         Jesús exige a la multitud que tome una opción permanente de fe, y no sólo una opción de emergencia. La fe en su persona, en lo que él significa, como único fundamento de la acción. Y les recuerda que si quieren que se forme una comunidad, ésta ha de optar por el Dios de la vida, y no por el mundo de los muertos. En pocas palabras, una comunidad que preste a Dios una adhesión de la fe.

         Recordemos que creer significa para Juan colocar el entendimiento (mente), el afecto (corazón) y las manos (acción) al servicio de Dios, para realizar su obra vivificadora: dar vida en plenitud (vida eterna) a todos los seres humanos (Jn 1, 12; 3, 14-16; 6, 40).

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         La escena evangélica de hoy se desarrolla junto al lago de Tiberiades. Y el evangelista nos dice que, cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embargaron y fueron a Cafanaum en busca de Jesús, y al encontrarlo en la otra orilla del lago le preguntaron: Maestro, ¿cuándo has venido aquí? La pregunta esconde el deseo de encontrarse de nuevo con él, tras haber comido pan hasta saciarse.

         Jesús evalúa este deseo y les dice: Os lo aseguro: me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura, el que os dará el Hijo del hombre; pues a éste lo ha sellado el Padre, Dios.

         Jesús pone el motivo de su búsqueda en algo tan terrenal o tan carnal como haber saciado su estómago hambriento con el pan proporcionado. Al parecer ni siquiera habían reparado en el valor de signo de este hecho, quedándose en la mera satisfacción corporal.

         Pero Jesús quería significar algo con aquella multiplicación de panes, que era un signo de comunión, una especie de anticipo del banquete mesiánico, y al mismo tiempo un signo de su poder y de su bondad. Me buscáis, les dice, no porque habéis visto signos, sino por la utilidad que os reportan mis acciones, la salud que os proporcionan mis palabras y mis contactos y el pan que calma vuestra hambre.

         Pero éste es un alimento que perece, y por eso Jesús quiere elevar sus miras y les orienta hacia otro alimento no perecedero, un alimento que perdura y que les será dado también por el Hijo del hombre, aquel a quien Dios ha sellado con su Espíritu.

         Al expresarse en estos términos, Jesús quiere abrir el apetito de sus seguidores por un alimento de otra índole, un alimento con capacidad para saciar el hambre de verdad, de belleza, de unidad, de amor y de vida, en el sentido más hondo y amplio de la palabra. Se trata de un alimento que perdura y hace perdurar y que es él mismo en cuanto pan de vida o pan bajado del cielo. Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida, dirá más tarde.

         Jesús les habla de trabajo: Trabajad no por el alimento que perece. Y por eso los interlocutores le preguntan: ¿Cómo podremos ocuparnos en los trabajos que Dios quiere? Entienden que están en este mundo, entre otras cosas, para trabajar; y que han de trabajar para comer. Pero Jesús parece sugerir la idea de un trabajo que no busca la adquisición del alimento perecedero, sino de otro tipo de alimento. Tal sería el trabajo en el que habría que empeñarse conforme al querer de Dios.

         ¿Cuáles son, por tanto, los trabajos que Dios quiere, y cómo ocuparse en ellos? Jesús les responde: Este es el trabajo que Dios quiere: que creáis en el que él ha enviado. ¿Y es que creer es un trabajo? Nadie hubiese presentado la fe como un trabajo por mucho esfuerzo que pudiera suponernos el creer. ¿No es la fe más bien un hábito o disposición que se tiene o no se tiene? ¿No es una posesión (= actitud) donada, heredada o adquirida?

         Nosotros decimos que la fe es un don del mismo Dios que sale a nuestro encuentro y la provoca al salirnos al paso. Esto no impide que la fe sea también un acto (humano) de asentimiento por parte del creyente, cuando éste se adhiere a la verdad propuesta o a la persona que propone el mensaje.

         Creer en el que Dios ha enviado no parece requerir otra cosa que este asentimiento a la persona que se presenta como enviada de Dios. Es decir, un acto de confianza en esa persona, en este caso en el Dios al que representa. No se puede creer en el enviado de Dios si no se cree antes en Dios, en un Dios capaz de enviar a alguien.

         Pero ¿qué tiene esto de trabajo? En primer lugar, la dedicación, el derroche de energías, la atención a la labor que se realiza y el esfuerzo. Es a lo que Jesús parece aludir, cuando habla de la fe como trabajo que Dios quiere.

         El mantenimiento de la fe (y la fe no se mantiene si no crece) supone dedicación y esfuerzo, como una tarea de por vida. En realidad, todo lo que puede deteriorarse con el paso del tiempo (una casa, un coche, un huerto, una persona) reclama para su mantenimiento y conservación de dedicación o cuidado y esfuerzo. Si la conservación de la memoria exige un ejercicio, acompañado de esfuerzo, constante, también y con más razón la fe.

         La fe se conserva y crece ejercitándola, dedicándole tiempo, alimentándola con palabras, lecturas y razonamientos favorables, protegiéndola frente a las amenazas, defendiéndola de las agresiones. La fe tiene el valor de una vida (o ser vivo) que requiere cuidados, atenciones y protecciones, sobre todo cuando se encuentra en su fase más infantil o tierna. Y todo eso es trabajo: los trabajos de la fe. Si no queremos perderla, trabajemos por ella y estaremos trabajando por el alimento que perdura para la vida eterna.

         Muchos de los que han perdido la fe bautismal (una simple semilla), la perdieron porque no le prestaron ninguna atención y porque dejaron de trabajar en ella muy pronto, quizás porque dejó de interesarles a una edad demasiado temprana. Recuperar el interés por la fe es crucial para mantenerla suficientemente viva, pues sólo una fe viva nos puede ser útil para afrontar las inevitables situaciones de sufrimiento y muerte con las que nos encontraremos, lo queramos o no.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 15/04/24     @tiempo de pascua         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A