17 de Abril

Miércoles III de Pascua

Equipo de Liturgia
Mercabá, 17 abril 2024

a) Hch 8, 1-8

           El día de la muerte de Esteban se desató una violenta persecución contra la Iglesia de Jerusalén. Y todos los cristianos, a excepción de los apóstoles, "se dispersaron por las regiones de Judea y Samaria".

           Esta frase tan sencilla expresa el comienzo de la gran expansión misionera de la Iglesia, provocada por la persecución de la Sinagoga Liberta de Jerusalén (ya explicada el lunes). El movimiento está en marcha, y el evangelio no queda encerrado en el lugar de su nacimiento (Jerusalén) ni en su medio primitivo (el mundo judío).

         De este modo, la Iglesia no será una simple prolongación del judaísmo (y sus estrechas cerrazones nacionalistas), sino que llevará el evangelio "hasta los confines de la tierra". El evangelio está destinado a todas las naciones, y debe ser proclamado en todas las lenguas, como había recordado el Espíritu Santo en Pentecostés.

           Los que se habían dispersado iban por todas partes anunciando la Buena Nueva de Jesús. Como era el caso de Felipe, que bajó a una ciudad de Samaria y allí predicó a Cristo. Como los demás cristianos, Felipe (otro diácono, como Esteban) había huido de Jerusalén, y en su camino de huida pasó por Samaria (aquel territorio de bastardos, mezclado con gentiles y un tanto herético; Jn 4,9; 8,48). La multitud samaritana, de forma unánime, escuchaba con atención las palabras de Felipe, y hubo una gran alegría en aquella ciudad.

           Efectivamente, Felipe "ha predicado a Jesús" y, contrariamente a lo que podía pensarse, su predicación obtiene un gran éxito en ese mundo nuevo que no está enfundado en sus propias certezas y apriorismos.

           Quería detenerme en la expresión "las palabras de Felipe", porque la palabra de Dios ha de transmitirse a través de palabras humanas, y yo también he de repetir la Palabra divina a mi manera y temperamento, con las palabras de mi época y de mi ambiente.

         Se trata del problema del lenguaje, que es uno de los grandes problemas de la transmisión de la Buena Nueva de Jesús. Porque para anunciar las cosas eternas, hay que encontrar el lenguaje más apropiado de hoy día, y el más entendible para los hombres de hoy.

           En cuanto a la expresión "la alegría llenó aquella ciudad", se trata de uno de los signos evangélicos. Cuando la Palabra de Dios es anunciada con las "palabras de Felipe" (es decir, con el lenguaje más apropiado para los hombres de hoy), esto provoca una gran alegría. Ah Señor, ojalá tu Iglesia sea siempre una fuente de alegría, un lugar festivo, una fiesta interior, el pueblo de los salvados, el pueblos de los salvadores, y que emane de los cristianos y de sus asambleas ese algo que da ganas de llegar a serlo. ¡Que tengan rostros alegres!

Noel Quesson

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           El martirio de Esteban, a quien cabe el glorioso título de protomártir de la Iglesia (el 1º mártir), no es más que el comienzo de una persecución violenta (la 3ª, y la más generalizada) contra la comunidad cristiana de Jerusalén. Seguramente que ya no es un pequeñísimo grupo sin importancia, sino que ha crecido mucho hasta hacerse notar y llenar de preocupación a las autoridades. Los cristianos tienen que abandonar la ciudad, y se dispersan por Judea y Samaria, y otras regiones inmediatamente vecinas al perímetro de la capital.

           Se trata de una onda expansiva que irá creciendo más y más, hasta abarcar toda Israel, todo el Medio Oriente, todo el norte de Africa, toda la Europa mediterránea y hasta la India, Armenia y el Caucaso. El libro de los Hechos nos irá mostrando esta prodigiosa expansión.

         Antes de pasar a mayores detalles acerca de la persecución, piadosamente se anota el entierro de Esteban por parte de algunos fieles. Para los judíos, y en general para todas las culturas antiguas, y hasta nuestros días, se consideraba una acción caritativa el entierro de los muertos y una desgracia terrible que algún cadáver quedara insepulto o no poder enterrar a los seres queridos.

           La piedad de los que sepultaron a Esteban contrasta con la crueldad que se asigna a Saulo, el joven a cuyos pies los que lapidaron a Esteban colocaron sus mantos. Se dice que entraba hasta las casas y arrastraba a la cárcel tanto a los hombres como a las mujeres. Era inusual que las mujeres fueran encarceladas. Pero es que la mujer jugará un papel importante en el libro de los Hechos. Ellas también tendrán que sufrir por la fe y dar testimonio de Cristo.

           Así como "la sangre de los mártires es semilla de cristianos", según el famoso dicho de Tertuliano, así también "los cristianos perseguidos se convierten en misioneros" y evangelizadores, en sus desplazamientos. En este caso, se nos presenta a Felipe, otro del grupo de los Siete servidores (diáconos) que, como Esteban, pertenecía a la comunidad de Jerusalén.

           Felipe va a Samaria, la antigua capital del reino norte de Israel (ca. s. VIII a.C) y en época romana totalmente imbuida en el paganismo. Allí predica Felipe y, según el libro de los Hechos, constata el éxito de su predicación con toda una serie de exorcismos y sanaciones.

         La frase final de la lectura es muy significativa: "la ciudad se llenó de alegría". Los perseguidos y desplazados (y por tanto misioneros) provocan alegría por donde pasan, anuncian la Buena Noticia por la que son desterrados, y provocan admiración en los paganos.

Juan Mateos

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           Escuchamos hoy un relato muy complejo, compuesto por: condena y muerte de Esteban, huida de los cristianos, entierro del mártir, persecución de Pablo, difusión del evangelio por medio de quienes huían de Jerusalén, acogida del mensaje de Cristo por grupos selectos. Una historia viva, sufrida, con sudor y lágrimas. ¡Así nació el cristianismo!

           La violencia de la persecución contra el grupo de Esteban (en la que tuvo parte activa Saulo) obligó a la dispersión de sus miembros por Samaria, en donde de este modo se expandió el mensaje cristiano. Felipe, uno de los Siete, proclama la Palabra y obra curaciones. San Juan Crisóstomo, en su homilía sobre este pasaje, nos dice que "los cristianos continuaron con la predicación, en vez de descuidarla". Y San León Magno que:

"La religión, fundada por el misterio de la cruz de Cristo, no puede ser destruida por ningún género de maldad. No se disminuye la Iglesia por las persecuciones, antes al contrario, se aumenta. El campo del Señor se viste entonces con una cosecha más rica. Cuando los granos que caen mueren, nacen multiplicados" (Homilía sobre Pedro y Pablo, 3).

           La acción redentora de Cristo despliega su poder salvador en nuestra vida, y el cristiano recibe y proclama esta salvación en la comunidad eclesial: "Que toda la tierra aclame al Señor sus maravillas". Así lo proclamamos con el Salmo 65 de hoy:

"Aclama al Señor, tierra entera, tocad en honor de su nombre, cantad himnos a su gloria y decid a Dios: Qué terribles son tus obras. Que se postre ante ti la tierra entera, que toquen en tu honor, que toquen para tu nombre. Venid a ver las obras de Dios, y sus temibles proezas en favor de los hombres. Pues él transformó el mar en tierra firme, y a pie atravesaron los hebreos el mar. Alegrémonos con Dios, que con su poder gobierna eternamente".

Manuel Garrido

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           Después del martirio de San Esteban se originó una persecución contra los cristianos en Jerusalén, que dio lugar a que éstos se dispersaran por las regiones vecinas (Hch 8, 1-8). La Providencia se sirvió de estas circunstancias dolorosas para llevar la semilla de la fe a otros lugares que de otro modo hubieran tardado más en conocer a Cristo. El Señor siempre tiene planes más altos. Los mismos perseguidores, que pretendían ahogar la semilla de la fe recién nacida, fueron la causa indirecta de que muchos conocieran la doctrina de Cristo.

           No debemos sorprendernos, por tanto, por las dificultades ( de un signo u otro), pues son algo de lo que podemos sacar mucho bien. Cuando el ambiente se aleja más de Dios, deberemos sentir como una llamada del Señor a manifestar con nuestra palabra y con el ejemplo de nuestra vida que Cristo resucitado está entre nosotros, y que sin él se desquician el mundo y el hombre. Cuanto mayor sea la oscuridad, mayor es la urgencia de la luz. Deberemos luchar entonces contra corriente, apoyados en una viva oración personal, fortalecidos por la presencia de Jesucristo entre nosotros.

           La unión con Dios a través de las adversidades, de cualquier género que sean, es una gracia de Dios que está dispuesto a concedernos siempre, pero como todas las gracias, exige el ejercicio de la propia libertad, y nuestra correspondencia.

Teresa Correa

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           Escuchamos hoy el relato de la 3ª persecución (y definitiva, por su virulencia y consecuencias) contra los cristianos en Jerusalén, que tuvo como consecuencia la dispersión de gran parte de cristianos fuera de Jerusalén (tal vez sus grupos más liberales, los de habla griega).

           Parecía que esto iba a ser un golpe mortal para la Iglesia, y para Jerusalén sí que lo fue. Pero sirvió para que la Iglesia se hiciera más misionera, y como consecuencia de ello la fe en Cristo se empezó a extender por Samaria y más lejos, pues "los prófugos iban difundiendo la Buena Noticia". El día de la ascensión Jesús había anunciado a sus discípulos que fuesen sus testigos en Jerusalén, y tras ella en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo (Hch 1, 8). Y ellos, ahora, lo empiezan a realizar.

           Para aquella comunidad de Jerusalén, lo que parecía que iba a ser el principio del final, fue la gran ocasión de la expansión del cristianismo. Así ha sucedido cuando en otras ocasiones cruciales de la historia se han visto cerrar las puertas a la Iglesia en alguna dirección (con las invasiones de los pueblos bárbaros, con el hundimiento del Imperio Romano, o con la pérdida de los estados pontificios). Siempre ha habido otras puertas abiertas y el Espíritu del Señor ha ido conduciendo a la Iglesia de modo que nunca faltara el anuncio de la Buena Noticia y la vida de sus comunidades como testimonio ante el mundo.

           Uno de los diáconos helénicos de Jerusalén (Felipe) es el que asume la evangelización en Samaria, y "la ciudad se llenó de alegría". Aunque no aparece en el texto de hoy, sí que sabemos (por otras fuentes) que dicha predicación de Felipe había atraído a muchos al bautismo, y que tras el bautismo bajaron a Jerusalén (donde todavía permanecían Pedro y Juan) para completar su iniciación, recibiendo allí la imposición de manos y el don del Espíritu Santo.

           No habría que asustarse demasiado, por tanto, por las dificultades y persecuciones que sufre la comunidad cristiana. Siempre las ha experimentado y siempre ha prevalecido. Pues lo que a nosotros nos puede parecer catastrófico (los ataques a la Iglesia y sus pastores, la falta de vocaciones, la secularización de la sociedad...) puede que sea ocasión para el bien, la purificación, el discernimiento y un renovado empeño de fe y evangelización, por parte de la comunidad cristiana (guiada y animada por el Espíritu.) Dios escribe recto con líneas que a nosotros nos pueden parecer torcidas.

           Si tenemos fe y convicción, acabaremos comunicando la Palabra, de una manera o de otra. Es lo que sucedió en la 1ª comunidad de apóstoles y discípulos: nadie les logró hacer callar. Si una comunidad cristiana está viva, las persecuciones exteriores no harán sino estimular a nuevos modos de evangelizar. Lo peor no está en los factores externos, sino en una vida interior inerte al testimonio.

José Aldazábal

b) Jn 6, 35-40

           El Discurso del Pan de la vida que Jesús dirige a sus oyentes en la Sinagoga de Cafarnaum, al día siguiente a la multiplicación de los panes, entra hoy en su desarrollo decisivo. Se trata de un discurso catequético de Jesús con 2 partes partes muy definidas: una 1ª que habla de la fe en él, y una 2ª que habla de la eucaristía. En la 1ª afirma "yo soy el pan de vida", y en la 2ª dirá "yo doy el pan de vida". Ambas están íntimamente relacionadas, y forman parte de la gran página de catequesis que Jesús nos ofrece en torno al tema del pan.

           Hoy escuchamos la 1ª parte del Discurso del Pan de Vida, repitiendo la última frase de ayer ("yo soy el pan de vida"; v.35) y con un contenido que alude directamente a la fe en Jesús. Lo cual viene explicitado a continuación, con frases tan elocuentes como "el que viene a mí", "el que cree en mí" o "el que ve al Hijo y cree en él". Se trata de creer en el Pan verdadero (en alusión al pintoresco maná del pasado) que Dios ha enviado al mundo (no en sentido directamente eucarístico, sino más metafórico: a una humanidad hambrienta) y único capaz de saciar.

           Se trata de un simbolismo similar (el pan) a los de la luz y del pastor, que ya había empleado en otra ocasión Jesús. Aunque es verdad que, en este caso, con una 2ª parte que mañana se leerá: la perspectiva eucarística, con los verbos comerme y beberme. De momento, el efecto del creer en Jesús es claro: el que crea en él "no pasará hambre", "no se perderá", "resucitará el último día" y "tendrá vida eterna".

           El que nos empieza a preparar ya para comer y beber el alimento eucarístico (de mañana) es el mismo Cristo, que se nos da 1º (hoy) como palabra viviente de Dios, para que veamos, vengamos y creamos en él. Así es como tendremos vida en nosotros. Es como cuando los discípulos de Emaús le reconocieron en la fracción del pan, pero reconocieron que ya "ardía su corazón cuando les explicaba las Escrituras".

           La eucaristía tiene pleno sentido cuando se celebra en la fe y desde la fe. A su vez, la fe llega a su sentido pleno cuando desemboca en la eucaristía. Y ambas deben conducir a la vida según Cristo. Creer en Cristo, comer a Cristo, vivir como Cristo.

José Aldazábal

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           Desde el principio de su discurso sobre el Pan de Vida, Cristo se esfuerza en hacer pasar a sus interlocutores del recuerdo (de los signos operados por Moisés) a la constatación (de los signos que él mismo realiza), y después de estos últimos al misterio de su propia persona y misión.

           "Ver al Hijo" (v.40) significa reconocer sus relaciones con el Padre, expresadas por su obediencia y su misión (temas del envío y de la voluntad de Dios). Pero es también "venir a él" (v.37) o "serle dado" (v.39) como discípulo. A ese respecto, el evangelista Juan imagina 2 círculos concéntricos: el del Hijo (discípulo del Padre) y el del cristiano (discípulo del Hijo; Jn 6, 44-46).

           Se comprenderá mejor la importancia de este texto si se recuerda la evolución de la enseñanza en las escuelas de los rabinos. Al principio, Dios mismo instruía a los suyos (Is 2,2-4; 54,13; Jer 31,31-34; Sal 50,8) y los sabios no enseñaban a sus discípulos o "hijos" (Prov 1, 8-10) más que la misma luz de Dios. Con la llegada del judaísmo, los maestros empezaron a formar escuelas, alrededor de las diversas interpretaciones y particularidades de la ley (Mt 23, 8-10).

           En el principio de su vida pública, Jesús llamó a sus propios discípulos (Lc 6, 17), y a ellos les impuso normas austeras, tales como renunciar a los lazos familiares (Lc 9, 59-62; 14, 33), la obligación de llevar su cruz (Lc 14, 17, 9, 23) y estar al servicio del Maestro en los detalles de la vida cotidiana (Lc 8, 3; Jn 4, 8). Jesús enlaza así con la antigua tradición, en la que Dios mismo era el que enseñaba, y los rabinos no eran sino sus enviados y sus portavoces (Jn 6, 44-45).

           En efecto, Jesús elige sus discípulos entre los que reconocen su unión con el Padre, le acompañan en la vida común y le ayudan en la misión que el Padre le ha encomendado. Rehúsa así a elegir a los más simpáticos o entusiastas, pues no era su voluntad, sino la del Padre, la que él sigue a la hora de elegir discípulos, a la hora de hacerles nacer en ellos la vocación (v.37).

         El evangelista Juan considera esencial, pues, que el discípulo sepa reconocer los lazos que unen a Cristo con su Padre, antes de contraer él mismo relaciones con Jesús. Pues el discípulo no se liga solamente a Jesús por lo que éste dice, sino sobre todo por lo que él es. No sigue únicamente a Cristo (como recalcan los sinópticos) sino que le ve (v.40).

           Después de la desaparición de Cristo, los apóstoles no tuvieron jamás la pretensión de agrupar discípulos a su alrededor. Por supuesto que habían recibido de Jesús la misión de "hacer discípulos" (Mt 28, 19), pero no discípulos de ellos sino de Cristo y de Dios (1Tes 4, 9).

         En otros términos, los apóstoles reemplazan al alumno rabínico por el discípulo experimental (como había hecho Jesús con ellos), dispuesto a llevar una vida de contacto permanente con Jesús a través del Espíritu y de la Palabra (Jn 8,31; 20,29). Ahora bien, ¿cuántos ministros de Cristo se ocupan más en defender sus ideas, antes sus discípulos, que de llevarlos a ver a Jesús?

Maertens-Frisque

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           Seguimos escuchando como lectura evangélica el Discurso del Pan de Vida, pronunciado por Jesús en Cafarnaum a propósito del milagro de la multiplicación de los panes. En él, Cristo se declara "pan de vida", pero no en el sentido de un sistema estomacal y biológico, sino en su sentido existencial más profundo: la apertura a la trascendencia, el anhelo de felicidad, la plenitud de las posibilidades vitales, y todo aquello que encamina a la "vida eterna". En definitiva, de un estilo de vida del que Jesús se declara alimento y bebida verdaderos.

           Jesús se identifica con el Padre (pues "todo lo que el Padre me entrega llega hasta mí") y tiene su mismo designio: comunicar vida al hombre (pues "yo no he bajado del cielo para realizar un designio mío, sino el designio del que me envió").

         La expresión neutra "todo lo que" subraya la unidad que forman los que se adhieren a Jesús, no como individuos aislados sino un cuerpo que no se perderá (sino que él lo resucitará "el último día"). Éste es el día en que terminará el mundo antiguo y se inaugurará el nuevo, el día de la muerte de Jesús (Jn 7, 37-39). Será entonces, con la entrega del Espíritu (Jn 19, 30.34), cuando éste concederá a los hombres la resurrección (es decir, la vida definitiva que supera la muerte).

           Dios nos ha destinado a esta vida eterna que Jesús alimenta con su eucaristía. Somos de Cristo por voluntad del Padre y Cristo no nos dejará por fuera. Su misión en la tierra es no perder nada de lo que el Padre le ha dado sino, al contrario, darle vida eterna por la resurrección.

           Por ley general, la vida de un ser humano se agota rápidamente, ya sea por las múltiples privaciones a las que se ve sometido, o ya sea por el carácter pasajero de todos sus excesos (bienes de consumo, caprichos sin sentido, placeres momentáneos...). En cambio, Cristo se ofrece a llevar nuestra existencia a su plenitud, a través de la donación de su propia vida (la resurrección) y de la vida del Padre (la vida eterna).

Juan Mateos

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           Hoy Jesús se presenta como el "pan de vida". A 1ª vista, causa curiosidad y perplejidad la definición que da de sí mismo Jesús. Pero si se profundiza en ella, nos daremos cuenta de que en dichas palabras se manifiesta el sentido de una misión: salvar al hombre de la muerte, y darle vida auténtica. De ahí diga Jesús: "Ésta es la voluntad del que me ha enviado; que no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite el último día" (Jn 6, 39). Por esta razón, y para perpetuar su acción salvadora y su presencia entre nosotros, Jesucristo se ha hecho para nosotros alimento de vida.

           Dios es el que hace posible que creamos en Jesucristo y nos acerquemos a él, pues como el mismo Jesús explica: "Todo lo que me dé el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré fuera; porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado" (Jn 6, 37-38). Acerquémonos con fe, pues, a áquel que ha querido ser nuestro alimento, nuestra luz y nuestra vida, ya que "la fe es el principio de la verdadera vida", como afirma San Ignacio de Antioquía.

           Jesucristo nos invita a seguirlo, a alimentarnos de él (dado que esto es lo que significa verlo) y a realizar la voluntad del Padre, tal como él la está llevando a cabo. Por eso Jesús, al enseñar a los discípulos la oración del Padrenuestro, colocó seguidas estas 2 peticiones: "hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo" y "danos hoy nuestro pan de cada día". Este pan no sólo se refiere al alimento material, sino a sí mismo, con quien debemos permanecer unidos día tras día, en una cohesión profunda.

Joaquim Meseguer

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           A lo largo del evangelio de Juan, Jesús se identifica a sí mismo con los bienes que necesita el ser humano: la luz (Jn 8, 12), la vida (Jn 11, 25), el camino (Jn 14, 6)... En el pasaje de hoy, se presenta como el "pan que da vida", y como aquel que satisface 2 necesidades vitales: el hambre y la sed. Pero hay una condición: es necesario acercarse a él y creer en él (v.35). La multitud insiste en ver una señal confirmatoria para creer en él como "enviado de Dios", pero Jesús les recuerda que lo único que necesitan es verlo a él mismo.

           El público es el mismo que el de la multiplicación de los panes. Y para Juan, en los panes había que ver la entrega eucarística de Jesús, y la intención de Jesús era inducir a que los presentes le aceptaran como enviado del Padre. Quería conmoverlos a partir de sus necesidades cotidianas, para que en él descubrieran la bondad y la voluntad de Dios.

         Ordinariamente, el ser humano satisface las necesidades cotidianas aparentemente sin necesidad de acercarse a Dios. Jesús presupone otra necesidad más profunda en la persona humana: la necesidad de solidaridad, de que alguien tenga esa capacidad de entrega que nos haga sentirnos amados, hijos de un Padre y hermanos de otros que se preocupan por nosotros.

           Pero en los planes de Jesús no está el hacer demostraciones de su divinidad, pues tales señales probatorias sólo constituyen una tentación religiosa del pasado (en el desierto con Satanás) que Jesús supo superar, para presentarse en la sencillez de su historicidad (Jn 6, 41-43).

         Lo hizo así porque él tenía que presentarse como el auténtico camino hacia Dios, acogiendo a todos (grandes y pequeños) lo que optan por él y estando dispuesto a compartirles su propia existencia. Al recibir a Jesús, pues, se recibe a Dios, y con él el don de la vida permanente. La opción ante Jesús supone una opción entre la nueva vida y el antiguo modo de vivir. Quienes opten por Jesús serán resucitados en el momento definitivo.

           Jesús quiere que sus discípulos lleguen a descubrir en su persona esta capacidad de entrega, y por eso les habla de lo que significa llegar a sentirle como su alimento y bebida. Palpar a Jesús al comer el pan es, por lo mismo, algo más que una metáfora. Es aprender a entregarse por los demás.

           Pero para ello se necesitan 2 condiciones: acercarse a él y creer en él. Unas condiciones que, hoy más que nunca, necesita este mundo, repleto de violencia, narcotráfico, secuestros, corrupción, migraciones, depresión... Hoy más que nunca estamos necesitados de solidaridad. Y la eucaristía es precisamente esto: comer el cuerpo de Jesús y revivir su entrega, para adquirir la capacidad de repetirla.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         El evangelista Juan prolonga hoy la réplica que está manteniendo Jesús con los judíos. En concreto, nos lleva al momento en que Jesús les dice:

"Todo el que me da el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré afuera; porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Esta es la voluntad del que me ha enviado: que no se pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el último día. Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él, tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día".

         Jesús hace depender todo el éxito de su misión de una voluntad superior (la voluntad del Padre), y sólo vendrá a él el que su Padre le dé. Pero el que venga a él será bien recibido. La fe de los que crean en él, aceptándole como enviado de Dios, se hace depender del mismo Dios que mueve a dar este paso.

         Para Jesús, sus seguidores son un don de Dios, personas que su Padre le ha dado y él, evidentemente, ha aceptado. No son, por tanto, mera conquista personal, o personas ganadas para la causa en virtud de sus portentosas acciones o de sus irresistibles palabras.

         Muchos han resistido su atracción y se han mantenido en la incredulidad. No les ha bastado con haber sido testigos de sus milagros o atentos oyentes de sus discursos. La fe requiere en último término la moción de Dios, y sin ésta todo lo demás (argumentos, signos de credibilidad, milagros...) resulta inútil.

         Jesús, en cuanto enviado del Padre, se sabe sujeto a su voluntad. No ha bajado del cielo a la tierra para hacer su voluntad, sino la voluntad del que lo ha enviado. Y esa voluntad es que no se pierda nada (resp. nadie) de lo que le dio, sino que pueda compartir con él la resurrección y, por ella, obtenga la vida eterna. Perderse es quedarse en la corrupción del sepulcro, no resucitar ni alcanzar la vida eterna.

         Pero la voluntad de Dios es hacer partícipes de esta vida (la eterna) a todo el que le ha sido dado a Jesús, pudiéndole ver y creer en él con una fe (la visión corporal es lo que menos importa) que posibilita la comunión con él, haciéndonos consortes (esto es, partícipes) de su misma suerte o destino final (que es un destino glorioso y eterno, ese estado de vida al que se accede por la resurrección).

         Nosotros no podemos dudar de que hemos sido dados a Jesús por el Padre, pues son muchas las señales de esta donación. Fuimos bautizados en nuestra niñez, recibimos instrucción catequética, hemos conocido a Jesús, hemos creído en él como enviado e Hijo de Dios, sentimos aprecio por él, nos confesamos sus amigos, escuchamos con atención y devoción las palabras que de él nos transmitieron sus discípulos, lo tenemos presente en nuestro recuerdo y nuestra oración, nos dirigimos a él en sus presencias sacramentales y conversamos con él en el rincón de una iglesia o capilla.

         ¿Cómo no pensar, pues, que le hemos sido dados a Jesús por el Padre, y que él no nos ha echado fuera? Este sentirnos acogidos por él nos tiene que dar confianza, a pesar de nuestras muchas deficiencias e infidelidades, para el futuro y para el momento decisivo, que es el momento de nuestra entrega final. También ahí podremos sentirnos acogidos por el que nos ha acompañado en el camino de la vida y nos espera para hacernos partícipes de su propio destino.

         También nosotros, como él, estamos en la tierra no para hacer nuestra propia voluntad, como si ésta fuera absoluta o autosuficiente, sino la voluntad del que nos ha enviado a la tierra a través de la conjunción de los genes de nuestros padres para realizar una determinada tarea, un proyecto de vida siempre inconcluso.

         Tratándose de una vida limitada, lo que interesa no es la conclusión de ese proyecto (imposible de concluir) sino la realización del proyecto de Dios, que contempla el acceso a una plenitud de vida que rebasa los límites del espacio y del tiempo. Que el Señor nos confirme en esta fe que no es sino fe en el poder creador de Dios.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 17/04/24     @tiempo de pascua         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A