19 de Abril

Viernes III de Pascua

Equipo de Liturgia
Mercabá, 19 abril 2024

a) Hch 9, 1-20

         La conversión de Pablo es, después de la resurrección de Cristo, el acontecimiento al cual el NT hace alusión más a menudo (Hch 9,1-20; 22,6, 21; Gal 1,11-17; 1Cor 15,3-8). Sobre el mismo, los relatos de los hechos concuerdan en ciertos elementos (como la ocasión del viaje perseguidor a Damasco, el tema de la luz que le rodea, su breve conversación con Cristo, su bautismo y su vocación misionera) y acusan también algunas diferencias, como la presencia de Ananías (Hch 9 y 22) y su ausencia (Gál 1 y Hch 26).

         Las diferencias entre los relatos son insignificantes, y posiblemente se debe a que que Lucas ha repetido 3 veces la conversión de Pablo para justificar la vocación apostólica de Pablo y que Pablo era verdaderamente apóstol, aunque no pertenecía al colegio de los Doce y no había conocido a Jesús (Hch 1, 21-22).

         El relato de hoy prueba que Pablo vio al Resucitado como los Doce, que el Señor le envió a predicar como envió a los Doce, y que quedó lleno del Espíritu como los Doce (Hch 2, 4). Lucas resalta que Pablo se afana en predicar la palabra (v.20), y que el sufrimiento que encuentra en el curso de su apostolado (v.16) autentifica su misión (Hch 5, 11).

         Las otras 2 narraciones sobre su conversión, que Pablo relata a las autoridades imperiales (Hch 22; Hch 26), reivindican para la religión cristiana un estatuto y autorización legal, ya que sus jefes proceden del judaísmo (religión aprobada) y las autoridades romanas han aprobado por 2 veces la actitud de Pablo. Y dejan claro que los móviles de la conversión de Pablo son 2: la glorificación de Cristo (v.3) y la presencia de Cristo en los fieles perseguidos (v.4).

         En el pasado, Saulo vociferaba con la muchedumbre contra Esteban, que pretendía ver esta gloria rodeando a Jesús (Hch 7, 54-57). Para un fariseo, en efecto, la gloria era propia de un Dios único, y era una blasfemia afirmar que Jesús se beneficiaba de ella.

         Hasta que en el camino de Damasco, y rodeado de una luz cegadora (de la que surgió una voz), Pablo se vio inmerso en una teofanía al más puro estilo del monoteísmo bíblico (Ex 24,7; Dt 4,123; Ez 1,27-28). En este caso, no a través de la voz de Dios, sino de Jesús (v.5). Pablo se unió así a la experiencia de Esteban.

         En el pasado, Saulo no podía ver la gloria de Jesús, porque ¿cómo iba a ver a Dios, si estaba cegado? (Ex 3,6; 1Re 19,13; Ex 33,18-22). Su ceguera le confirmaba en su fe, siendo el no ver a Cristo un argumento (para él) mucho más fuerte, en favor de su divinidad, que pretender reconocerlo.

         Hasta que ya en Damasco, y en medio de personas para él desconocidas, Pablo dio el paso definitivo en el descubrimiento del Señor. No pudo verle en su misma persona, pero sí descubrirle en su hermanos, en esa dimensión horizontal que a veces ayuda al misterio de la dimensión vertical (v.3).

         Por lo que se ve, Pablo no es un hombre que se oculta, y desde que comprendió el misterio (de Cristo resucitado) se ocupó de la fe y siguió las reglas del catecumenado. Después de haberse planteado una pregunta casi ritual ("¿qué debo hacer?"; v.6), el convertido se puso a disposición de la comunidad, y ésta apadrinó su esfuerzo (pajo el apadrinamiento de Ananías).

         La iniciación de Pablo duró al menos 3 días (Mc 8,2; Hch 10,30; 9,9), llevó consigo una imposición de las manos (v.12) y una cura de los sentidos (ephpheta) para introducirlo en el régimen de la fe (v.17), y terminó con el bautismo propiamente dicho (v.18). Pero al narrar la conversión de Saulo, Lucas quiere sobre todo describir su vocación apostólica. El evangelista ve en Pablo el responsable de la propagación del evangelio de Jerusalén a Roma.

         Los 3 relatos de la conversión se sitúan además en los 3 momentos decisivos de esta extensión: cuando la comunidad de Jerusalén empieza a emigrar (Hch 9), cuando el cristianismo se separa del judaísmo (Hch 22) y cuando llega a los confines de la tierra (esa Roma hacia la cual tiende todo el ministerio de Pablo, e incluso la narración de los Hechos).

         La visión luminosa de Damasco influenció toda la misión de Pablo y el contenido de su mensaje. Yendo a revelar esta luz a las naciones (Hch 26,17-18; 13,47), el apóstol siempre unirá mística y misión, revelación y apostolado.

         La 1ª consecuencia de la conversión de Pablo sobre su mensaje es el aspecto de revelación de este último (Gál 1, 11-12). Esta conversión pudo producirse al término de una larga reflexión o de una crisis psicológica: no por eso dejaría de ser un encuentro con un Dios desoído y el descubrimiento de una verdad insospechada.

         La 2ª consecuencia está en el aspecto histórico: el Dios que se aparece a Saulo se revela dentro de todo el aparato del monoteísmo judío. Pablo no tiene que renegar del pasado: está profundamente convencido de la unidad de la acción de Dios y de la continuidad de la historia de la salvación. Esto explica esa parte considerable del AT en sus escritos.

         La 3ª consecuencia es la doctrina paulina de la resurrección y del valor salvador de la cruz. En tanto que él era fariseo, Pablo no podía considerar la cruz más que como una maldición (Dt 21,23; Gal 3,13). El haber descubierto que el maldito había resucitado entraña para él la obligación de reconocer en la cruz un instrumento de salvación y sustituirla a la antigua ley.

Maertens-Frisque

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         Hemos llegado al revolcón de Pablo, que constituye el prólogo obligado a los capítulos que Hechos de los Apóstoles va a dedicar a Saulo (San Pablo). Este personaje ya había aparecido, como personaje secundario, en el relato de la muerte de Esteban. En aquel caso, Lucas tuvo mucho interés en acentuar su manía persecutoria, para poner de relieve su posterior manía evangelizadora.

         ¿Y qué podemos decir del relato de su conversión? Lo primero que se me ocurre es lo que, hace ya bastantes años, nos explicaba el profesor de NT. En este relato de la conversión, como en los 2 posteriores narrados por Lucas (Hch 22,3-21; 26,2-23), por ninguna parte aparece el famoso caballo del que supuestamente se cayó Pablo. Pero me temo que a estas alturas de la película va a ser difícil cambiar el guión. Lo de "caerse del caballo" ha pasado al arte, a la literatura y hasta al habla popular. Una vez que una expresión se encarna en el pueblo, no hay manera de eliminarla.

         Con caballo o sin él, lo que nos interesa ahora es caer en la cuenta de algunos detalles:

-el encuentro de Saulo con el Señor Jesús también se produce "en el camino" del centro (Jerusalén) a la periferia (Damasco);
-por 1ª vez se denomina camino al estilo de vida de la comunidad cristiana: Todos los que seguían el nuevo camino, hombres y mujeres;
-se da una identificación entre Jesús y su comunidad: "Yo soy Jesús, a quien tú persigues".

         A diferencia de los otros 2 relatos de conversión, en este cobran importancia las mediaciones eclesiales en el proceso de la fe. Ananías representa la figura del mistagogo: "Hermano Saulo, el Señor Jesús que se te apareció cuando venías por el camino me ha enviado, para que recobres la vista y te llenes de espíritu Santo".

         El fruto del encuentro es el anuncio: "Se puso a predicar en las sinagogas, afirmando que Jesús es el Hijo de Dios". ¿Qué significa, pues, convertirse? Cuando examinamos algunos relatos de conversiones, caemos en la cuenta de que, de un modo u otro, se reproducen los elementos que Lucas describe en la conversión de Pablo.

         Leyendo el relato con ojos de hoy, teniendo como fondo el desafío evangelizador, ¿podemos aprender algo? ¿Vemos con claridad alguna nueva perspectiva? ¿Nos ayuda este relato en nuestra tarea de acompañar a aquellos que están siendo alcanzados por la gracia del Señor? Y, más directamente aún, ¿entendemos mejor lo que nos está pasando a nosotros mismos?

Gonzalo Fernández

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         Hoy escuchamos la 1ª de las 3 versiones que el libro de los Hechos nos trae de la conversión de Saulo. Las otras 2 están en Hch 22, 5-16 y Hch 26, 10-18. Las 3 son muy similares y solo difieren en pequeños detalles, entre otros que las de los cap. 22 y 26 están en 1ª persona (en boca misma de Pablo que evoca su experiencia ante diversos auditorios), mientras que la que leemos hoy es narrada por Lucas.

         Nadie esperaba que el joven fariseo fanático y celoso, que estuvo presente en el linchamiento del protomártir Esteban, aprobando su muerte y guardando los mantos de los que lo apedreaban, y que luego perseguía encarnizadamente a los cristianos, fuera a terminar convertido en un fervoroso cristiano. Es que los caminos de Dios no son nuestros caminos, ni sus pensamientos los nuestros.

         Es lo que parece reprocharle el anciano Ananías al Señor que le ordena visitar y bautizar a Saulo. ¿Acaso no es un perseguidor de la Iglesia? ¿Acaso no viene a Damasco para hacer prisioneros a los cristianos? Pero Cristo lo ha elegido como instrumento de evangelización de los paganos. Una elección extraña, paradójica, que nos muestra el poder infinito del Señor resucitado que puede convertir al más violento perseguido en el más fervoroso de los apóstoles.

         En resumidas cuentas, tenemos que un joven perseguidor anti-cristiano (Saulo) se dirige de Jerusalén a Damasco con un encargo de las autoridades judías respecto a la naciente comunidad cristiana. De paso se nos informa que ya en la capital de Siria, la milenaria ciudad de Damasco que existe hasta nuestros días, había un grupo de cristianos. En el trayecto Saulo experimentó de alguna manera la llamada irresistible del Señor, al estilo de los profetas del AT.

         La experiencia vocacional sufrida por Pablo, pues, fue la que le llevó a integrarse en la comunidad cristiana de Siria, a recibir el bautismo con el don del Espíritu y a iniciar inmediatamente la misión que le fue encomendada. El libro de los Hechos de los Apóstoles se convertirá, a partir de este momento, poco a poco, en el libro de los Hechos del apóstol Pablo, que terminará por llenar todo el escenario de sus páginas.

         Aquel joven que iba a Damasco para encarcelar cristianos, ahora aparece por todas partes suscitando discípulos de Jesucristo. Como Pablo, cada cristiano deberá experimentar algún día, de manera profunda, su vocación. Cristo nos llama a cada uno, a todos. Para él todos somos instrumentos de evangelización.

Juan Mateos

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         Escuchamos hoy cómo Saulo es llamado misteriosamente por Dios a convertirse en uno de los grandes apóstoles, de aquella religión a la que él mismo perseguía. La conversión de Saulo es una verdadera vocación a ser primero discípulo de Cristo y luego un gran apóstol de su mensaje de salvación.

         Se trata de uno de los acontecimientos más grandes de la historia de la Iglesia. Un instrumento elegido por Dios para ser el apóstol de todos los siglos. Pablo murió, pero sus cartas siguen proclamando ese mensaje salvífico de Jesucristo. San Juan Crisóstomo dice, al respecto, sobre el apóstol:

"Qué es el hombre, cuán grande su nobleza y cuánta su capacidad de virtud lo podemos colegir sobre todo de la persona de Pablo. Cada día se levantaba con una mayor elevación y fervor de espíritu y, frente a los peligros que lo acechaban, era cada vez mayor su empuje. En medio de las asechanzas de sus enemigos, habla en tono triunfal de las victorias alcanzadas sobre los ataques de sus perseguidores, y, habiendo sufrido en todas partes azotes, injurias y maldiciones, como quien vuelve victorioso de la batalla, colmado de trofeos, da gracias a Dios. Imbuido en estos sentimientos, se lanzaba a las contradicciones e injurias, que le acarreaba su predicación con un ardor superior al que nosotros empleamos en la consecución de los honores, deseando la muerte más que nosotros la vida; la pobreza más que nosotros las riqueza...

Por esto mismo, lo único que deseaba era agradar siempre a Dios y, lo que era para él más importante de todo, gozaba del amor de Cristo; con esto se consideraba el más dichoso de todos; sin esto le era indiferentes los poderosos y los príncipes; prefería ser con este amor, el último de todos. Para él, el tormento más grande y extraordinario era el verse privado de este amor; para él, su privación significaba el infierno, el único sufrimiento, el suplicio infinito e intolerable" (Homilías sobre San Pablo, II).

         Por eso lo mejor que podemos hacer es cantar con el Salmo 116 de hoy: "Alabad al Señor todas las naciones, celebradlo todos los pueblos. Firme es su misericordia con nosotros, su fidelidad permanece por siempre". Dios ama, corrige, perdona, elige. Y a Pablo lo llamó por su nombre, y le concedió su gracia.

         El texto de hoy describe la transformación interior de Pablo de Tarso, el proceso de esa transformación y la preparación para un enorme cambio exterior de perseguidor en discípulo. Algunos detalles pueden ser secundarios; la sustancia, no lo es.

Manuel Garrido

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         La conversión de Pablo debe ser un acontecimiento importante para la primitiva comunidad, porque Lucas la cuenta nada menos que 3 veces en el libro de los Hechos (cap. 9, 22 y 26), y el mismo Pablo hace varias alusiones al episodio en sus cartas (Gál 1). Tal vez porque esta aparición del Resucitado a Pablo confiere autoridad a su ministerio apostólico (que algunos tenían por menos justificado que el de los Doce), y tal vez porque avala su carácter de misionero abierto a todos los países y razas (que era visto con suspicacia en ciertos ambientes). Las diferencias de matices entre los varios relatos no nos interesan mucho aquí.

         Al escuchar hoy por extenso el relato de la conversión de Pablo y del inicio de su ministerio predicador en Damasco, uno no sabe qué admirar más: el plan sorprendente de Dios, la respuesta de Pablo o la actitud acogedora de la comunidad de Damasco.

         La iniciativa ha sido de Cristo Jesús. Pablo era de las últimas personas que uno esperaría que fueran llamadas como apóstoles de Cristo. Dios nos sorprende siempre: tanto en el AT como en el NT la elección que hace de las personas parece a veces la menos indicada para los fines que se pretenden conseguir. "Soy Jesús, a quien tú persigues". ¿Elegir como testigo suyo al que más está persiguiendo a su comunidad? Ante las reticencias lógicas de Ananías, Jesús responde defendiendo a Pablo: "Anda, ve, que ese hombre es un instrumento elegido por mí para dar a conocer mi nombre".

         Esta elección de Cristo tiene éxito porque también Pablo pone de su parte una respuesta decidida. Tiene calidad humana y religiosa, ofrece buena materia prima a la obra de Dios. "¿Quién eres, Señor?". La respuesta de Pablo a Cristo es firme y generosa, y lo será toda su vida. Hasta ahora, Pablo ha puesto su entusiasmo al servicio de una causa que creía justa, hasta con intransigencia. Ahora, el encuentro con el Resucitado le ha transformado.

         Pablo se levanta, va a Damasco, recorre el camino de la iniciación bautismal y se dedica con decisión a la nueva causa, empezando a anunciar a Cristo Jesús. Pronto se convencerá de que esto le va a acarrear muchos disgustos: no le recibirán siempre bien en la comunidad cristiana, y sobre todo los judíos le tacharán de traidor. Por eso Jesús le manda decir: "Yo le enseñaré lo que tiene que sufrir por mi nombre".

         Tiene mérito también el que Ananías y la comunidad de Damasco, superando bastante rápidamente las naturales suspicacias, acojan a Pablo en su seno y se presten a guiarle a su nueva situación. Pues en Jerusalén no le van a recibir tan bien, y tan sólo Bernabé le facilitará el camino para su adaptación a la comunidad.

         Después de escuchar la conversión de Pablo, podemos preguntarnos, a modo de examen, si nosotros solemos actuar como los tres protagonistas del relato. ¿Sabemos dar un voto de confianza a las personas, como hizo Cristo con Pablo?

         En nuestra vida personal, ¿respondemos nosotros a la llamada de Dios con la misma prontitud incondicional que Pablo? Como comunidad, ¿tenemos un talante de acogida para todos, incluso para aquellos que han caído en falta o nos resultan menos cómodos? ¿O ha habido personas que podrían haber sido muy válidas si hubieran encontrado en nosotros más acogida que la que encontraron?

         El relato ha sido proclamado, no para que nos enteráramos de lo que sucedió hace 2.000 años, sino para que ilumine nuestra actuación concreta en la vida.

José Aldazábal

b) Jn 6, 42-59

         En el final del discurso de Jesús sobre el Pan de la Vida, el tema es ya claramente eucarístico. Antes hablaba de la fe: de ver y creer en el enviado de Dios. Ahora habla de comer y beber la carne y la sangre que Jesús va a dar para la vida del mundo en la cruz, pero también en la eucaristía, porque ha querido que la comunidad celebre este memorial de la cruz.

         Ahora, la dificultad que tienen sus oyentes (v.52) es típicamente eucarística: "¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?". Antes (v.42) había sido cristológica: "¿Cómo dice éste que ha bajado del cielo?".

         El fruto del comer y beber a Cristo es el mismo que el de creer en él: participar de su vida. Antes había dicho "el que cree tiene vida eterna" (v.47), y ahora "el que coma este pan vivirá para siempre" (v.58).

         Hay 2 versículos que describen de un modo admirable las consecuencias que la eucaristía va a tener para nosotros, según el pensamiento de Cristo. El 1º es "el que come mi carne y bebe mi sangre, permanece (habita) en mí y yo en él" (v.56), sobre la intercomunicación entre el Resucitado y sus fieles en la eucaristía. Y el 2º es "el Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre: del mismo modo, el que me come vivirá por mí" (v.57), sobre la intercomunicación de Cristo con Dios Padre (misteriosa, pero vital y profunda).

         Pues bien, esa es la manera quiere Cristo sobre los que reciban y le coman la eucaristía: unirse a él, y tras él al Padre. Pues no dice que "vivirá para mí", sino "por mí". Como luego dirá que los sarmientos viven si permanecen unidos a la vid, que es el mismo Cristo.

         También el discurso de Jesús ha sido intenso, y nos invita a pensar si nuestra celebración de la eucaristía produce en nosotros esos efectos que él anunciaba en Cafarnaum.

         Lo de "tener vida" puede ser una frase hecha que no significa gran cosa si la entendemos en la esfera meramente teórica. ¿Se nota que, a medida que celebramos la eucaristía y en ella participamos de la carne y sangre de Cristo, estamos más fuertes en nuestro camino de fe, en nuestra lucha contra el mal? ¿O seguimos débiles, enfermos, apáticos?

         Lo dice Jesús: "El que me come permanece en mí y yo en él". Pero esto ¿es verdad para nosotros sólo durante el momento de la comunión, o también a lo largo de la jornada? Después de la comunión (en esos breves pero intensos momentos de silencio y oración personal) le podemos pedir al Señor, a quien hemos recibido como alimento, que en verdad nos dé su vida, su salud, su fortaleza, y que nos la dé para toda la jornada. Porque la necesitamos para vivir como seguidores suyos día tras día.

José Aldazábal

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         Hoy Jesús hace 3 afirmaciones capitales, como son: que se ha de comer la carne del Hijo del hombre y beber su sangre; que si no se comulga no se puede tener vida; y que esta vida es la vida eterna y es la condición para la resurrección (Jn 6, 53.58). No hay nada en el evangelio tan claro, tan rotundo y tan definitivo como estas afirmaciones de Jesús.

         No siempre los católicos estamos a la altura de lo que merece la eucaristía: a veces se pretende vivir sin las condiciones de vida señaladas por Jesús y, sin embargo, como ya escribió Juan Pablo II, "la eucaristía es un don tan grande, que en él no caben las ambigüedades o reducciones".

         "Comer para vivir" significa comer la carne del Hijo del hombre para vivir como el Hijo del hombre, lo cual se llama comunión. Se trata de un comer, y lo llamamos comer, para que quede clara la necesidad de la asimilación, de la identificación con Jesús. Se comulga para mantener la unión: para pensar como él, para hablar como él, para amar como él.

         "Vivamente he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer" (Lc 22, 15), decía Jesús al atardecer del Jueves Santo. Hemos de recuperar el fervor eucarístico. Ninguna otra religión tiene una iniciativa semejante. Es Dios que baja hasta el corazón del hombre para establecer ahí una relación misteriosa de amor. Y desde ahí se construye la Iglesia y se toma parte en el dinamismo apostólico y eclesial de la eucaristía.

         Estamos tocando la entraña misma del misterio, de igual manera que Tomás palpó las heridas de Cristo resucitado. Los cristianos tendremos que revisar nuestra fidelidad al hecho eucarístico, tal como Cristo lo ha revelado y la Iglesia nos lo propone.

         Tenemos que volver a vivir la ternura de la eucaristía (genuflexiones pausadas y bien hechas, incremento del número de comuniones espirituales...) y, a partir de la eucaristía, sacralizar nuestra vida. Esa es la mejor forma de servir a la humanidad, al hacerlo con una renovada ternura.

Angel Caldas

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         "Mi carne es verdadera comida", dice el Señor. Palabras que nosotros los católicos agradecemos con humilde y ferviente adoración delante de cada sagrario, y que la propia Ecclesia de Eucharistia de Juan Pablo II trató de dignificar (EE, 22-24).

         La incorporación a Cristo, que tiene lugar por el bautismo, se renueva y se consolida continuamente con la participación en el sacrificio eucarístico, sobre todo cuando ésta es plena mediante la comunión sacramental. Podemos decir que no solamente cada uno de nosotros recibe a Cristo, sino que también Cristo nos recibe a cada uno de nosotros.

         Jesús ya había estrechado su amistad con nosotros, cuando dijo "vosotros sois mis amigos" (Jn 15, 14). A partir de ahora, somos nosotros quienes vivimos gracias a él: "El que me coma vivirá por mí" (Jn 6, 57). En la comunión eucarística se realiza de manera sublime que Cristo y el discípulo estén (habiten) el uno en el otro: "Permaneced en mí, como yo en vosotros" (Jn 15, 4).

         Al unirse a Cristo, en vez de encerrarse en sí mismo, el pueblo de la Nueva Alianza se convierte en sacramento para la humanidad, en signo e instrumento de la salvación, en obra de Cristo, en luz del mundo y sal de la tierra (Mt 5, 13-16) para la redención de todos. Y de esa manera, la misión de la Iglesia continúa la de Cristo: "Como el Padre me envió, también yo os envío" (Jn 20, 21).

         Por tanto, la Iglesia recibe la fuerza espiritual necesaria para cumplir su misión perpetuando en la eucaristía el sacrificio de la cruz y comulgando el cuerpo y la sangre de Cristo. Así, la eucaristía es la fuente y, al mismo tiempo, la cumbre de toda la evangelización, puesto que su objetivo es la comunión de los hombres con Cristo y, en él, con el Padre y con el Espíritu Santo.

         Con la comunión eucarística la Iglesia consolida también su unidad como cuerpo de Cristo. San Pablo se refiere a esta eficacia unificadora de la participación en el banquete eucarístico cuando escribe a los corintios: "El pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan" (1Co 10, 16-17). El comentario de San Juan Crisóstomo, al respecto, es detallado y profundo:

         "¿Qué es, en efecto, el pan? Es el cuerpo de Cristo. ¿En qué se transforman los que lo reciben? En cuerpo de Cristo; pero no muchos cuerpos sino un sólo cuerpo. En efecto, como el pan es sólo uno, por más que esté compuesto de muchos granos de trigo y éstos se encuentren en él, aunque no se vean, de tal modo que su diversidad desaparece en virtud de su perfecta fusión; de la misma manera, también nosotros estamos unidos recíprocamente unos a otros y, todos juntos, con Cristo".

         La argumentación es terminante: nuestra unión con Cristo, que es don y gracia para cada uno, hace que en él estemos asociados también a la unidad de su cuerpo que es la Iglesia. La eucaristía consolida la incorporación a Cristo, establecida en el bautismo mediante el don del Espíritu (1Co 12, 13.27).

         La acción conjunta e inseparable del Hijo y del Espíritu Santo, que está en el origen de la Iglesia (de su constitución y de su permanencia), continúa en la eucaristía. Bien consciente de ello es el autor de la Liturgia de Santiago: "En la epíclesis de la anáfora se ruega a Dios Padre que envíe el Espíritu Santo sobre los fieles y sobre los dones, para que el cuerpo y la sangre de Cristo sirvan a todos los que participan en ellos a la santificación de las almas y los cuerpos". La Iglesia es reforzada por el divino Paráclito a través la santificación eucarística de los fieles.

         El don de Cristo y de su Espíritu, que recibimos en la comunión eucarística, colma con sobrada plenitud los anhelos de unidad fraterna que alberga el corazón humano y, al mismo tiempo, eleva la experiencia de fraternidad, propia de la participación común en la misma mesa eucarística, a niveles que están muy por encima de la simple experiencia convival humana. Mediante la comunión del cuerpo de Cristo, la Iglesia alcanza cada vez más profundamente su ser "en Cristo como sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano".

         A los gérmenes de disgregación entre los hombres, que la experiencia cotidiana muestra tan arraigada en la humanidad a causa del pecado, se contrapone la fuerza generadora de unidad del cuerpo de Cristo. La eucaristía, construyendo la Iglesia, crea precisamente por ello comunidad entre los hombres.

Nelson Medina

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         Vamos llegando a la conclusión del Discurso Eucarístico en el cap. 6 del evangelio de Juan, y comienzan las reacciones de los oyentes. Sobre todo de los seguidores judíos de Jesús, que se preguntan escandalizados cómo podrá Jesús darles a comer su carne. Jesús reasume entonces los temas centrales del discurso que hemos desarrollado en los días anteriores: la vida verdadera (la "vida eterna") se alimenta del cuerpo y de la sangre del Señor resucitado, de la eucaristía.

         Aunque Juan no nos narre la institución del sacramento en la noche pascual, como lo hacen los sinópticos, él sabe que Jesús ha convertido el pan y el vino de la cena judía de acción de gracias, sea la que se celebraba cada tarde del viernes, al comenzar el sábado, o la que se celebraba anualmente en la noche pascual, en el memorial de su entrega a la muerte por nosotros, en el alimento de su comunidad. Alimento de la fe y del amor. Alimento para la vida fraterna, para la vida de la familia de Dios.

         Se insiste en el acto de comer y de beber, porque la eucaristía es un verdadero banquete, como los banquetes sacrificiales del AT en los que los fieles y el sacerdote comían parte de la carne inmolada, entrando en comunión con Dios a quien se ofrecía el sacrificio.

         Se insiste en la vida alimentada por este pan maravilloso: es la vida misma de Cristo, de su amor y de su sabiduría salvífica, por eso el que comulga habita en Cristo y Cristo en él. Como en un convite amoroso, como el banquete del Cantar de los Cantares, el que han probado los grandes místicos y místicas de la Iglesia, que han llegado a sentirse transformados en Cristo para amar y servir a sus hermanos.

         Pero la vida de Cristo es la vida de Dios, pues Cristo vive por el Padre y el que comulga vivirá por Cristo. Ya no hay pues, para el cristiano, otra forma de vida sino la del mismo Dios. Vida que se dona, se sacrifica, se regala. Tiene que superase el egoísmo; como Dios, el cristiano ha de vivir para los otros, para los favoritos de Dios: los pobres, los pequeños, los sufridos.

         Ha quedado así superada la muerte, precio y consecuencia del pecado de egoísmo. El cristiano, en Dios y en Cristo, vive para siempre. Como ha quedado superada, en Cristo, la alianza del AT, cuyo alimento era el maná del desierto. Ahora, en Cristo, todos pueden llegarse a la mesa misma del Señor.

Juan Mateos

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         En el evangelio de hoy Jesús responde a la objeción planteada por los discípulos de Jesús: "¿Cómo puede éste darnos de comer su carne?". En la mentalidad de los judíos, comer carne y beber sangre era un grotesco sacrilegio, pues comer carne estaba prohibido, la sangre debía ser vertida en la piedra del sacrificio (Gn 9,4; Lv 7,14) y la separación de sangre y carne significaba la muerte.

         En este contexto, se refiere por igual a la eucaristía y a la muerte en la cruz. Quien se decidiera a participar de la suerte de Jesús debía ser consciente de que arriesgaba su propio destino. La eucaristía es, en este contexto, solidaridad total con los crucificados. Entregando la vida se recibe la resurrección en el momento definitivo.

         La sinagoga, y todos los discípulos que seguían fieles a esa mentalidad, se resintieron inmediatamente a las pretensiones de Jesús, pues las exigencias de Jesús superaban el límite de su fidelidad religiosa. De ahí que concluyan: "Este discurso es bien duro. ¿Quién podrá escucharlo?".

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         Las palabras de Jesús es estos últimos días habían generado una agria disputa entre los judíos, y por eso entre ellos se decían: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?

         No lograban delimitar los judíos, pues, el alcance de estas expresiones. Y para ellos, entendidas en su univocidad, resultaban inaceptables. Para unos significaban una invitación a la antropofagia, y en otros sentidos más alegóricos resultaban demasiado crípticas. En cualquier caso, el lenguaje empleado por Jesús causó desconcierto entre sus seguidores.

         Pero esto no arredró ni llevó a Jesús a suavizar su proclamación. Al contrario, Jesús se mostró insistente y perseverante en su discurso, y continuó diciendo:

"Os aseguro que, si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. Yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí y vivirá para siempre".

         Toda vida requiere de alimento para subsistir, y la vida que Jesús promete dar precisa de su carne y de su sangre como elementos nutrientes. Ambas, carne y sangre, son verdadera comida y bebida, de manera que el que come de ellas posee su vida, que es vida eterna y una vida sólo transitoriamente afectada por la muerte.

         Las palabras de Jesús tuvieron que resultar tremendamente impactantes en su momento, y basta pronunciarlas de nuevo para advertirlo: El que me come vivirá por mí, de igual modo que yo vivo por el Padre.

         Comer su carne y beber su sangre nos convierte en habitados y en habitantes suyos, y nos permite vivir en él y a él vivir en nosotros. San Pablo tenía esta conciencia de esta inhabitación, cuando decía: No soy yo quien vivo; es Cristo quien vive en mí. Y también nosotros la tenemos cuando nos sentimos inhabitados por esa persona de la que estamos profundamente enamorados, y cuya presencia nos inunda incluso en su ausencia física.

         Comer la carne de Cristo es introducirle en lo más íntimo de nuestra vida. Es convertirle no sólo en nuestro confidente, sino también en nuestro íntimo, de modo que podemos mirar hacia adentro para encontrarnos con él una vez acogido en nuestro interior.

         Comer la carne de Cristo no parece tener hoy otra forma de donación que la sacramental, con su doble vertiente de signo y de misterio. Con el signo del pan, con el que él mismo se significó en la Última Cena, y con el misterio de su presencia corporal-espiritual, de un cuerpo entregado a la muerte y resucitado (un cuerpo glorioso).

         Por eso vemos a Jesús en el pan de la eucaristía, pan sobre el que se ha invocado la acción del Espíritu para que lo transforme en el cuerpo (comestible y adorable) de Cristo. Esta presencia permanente (mientras duran las especies) hacen de él nuestro confidente y nuestro íntimo, alguien con el que podemos encontrarnos en un determinado lugar (el lugar del sacramento).

         No desaprovechemos la ocasión que nos ofrece esta presencia (sacramental y mistérica) de Jesús para gozar de la amistad y compañía de tan buen amigo, y para vivir ya de la vida que un día (el último día) se hará realidad plena para siempre.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 19/04/24     @tiempo de pascua         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A