25 de Abril

Jueves IV de Pascua

Equipo de Liturgia
Mercabá, 25 abril 2024

a) Hch 13, 13-25

         A partir de ahora, los Hechos de los Apóstoles relatarán la misión de Pablo y de Bernabé. Los relatos estarán llenos de nombres de provincias y de ciudades que podremos seguir en un mapa: "Bajaron a Seleucia, y de allí zarparon para Chipre. En Pafos se hicieron a la vela y llegaron a Perge de Panfilia. Desde Perge siguieron hasta Antioquía de Pisidia".

         El sábado, Pablo y Bernabé entraron en la sinagoga y tomaron asiento. Después de la lectura de la ley y los profetas, Pablo fue requerido a que tomase la palabra. En Antioquía de Pisidia (en las altiplanicies de la Turquía central) existen todavía las ruinas de esa sinagoga del tiempo de San Pablo. Cada sábado se reunía allí la comunidad judía. Se cantaban los salmos, se leía la ley y se pedía luego a uno de los asistentes que hiciera un comentario sobre el AT, o proyecto de Dios para el pueblo judío.

         "El Dios de Israel eligió a nuestros padres, les hizo salir de Egipto, les alimentó en el desierto, les dio la posesión de ese país y les suscitó un rey, David". Pablo repite toda la historia de Israel, en la que explica que Dios intervino en esa historia tan nacional como humana, liberando de la servidumbre, defendiendo contra los invasores vecinos, eligiendo una forma de gobierno... Se trata de hechos extremadamente humanos, a la par que comunitarios.

         San Pablo, al igual que toda la gran tradición de los profetas, sabe que Dios está presente en todo esto y se interesa por lo humano. Incluso que Dios se ha encarnado en lo humano, en una historia y una geografía, en una cultura y una tradición. La gloria de Dios es el hombre totalmente abierto y realizado. Y esta apertura o plenitud querida por Dios, es a la vez corporal y espiritual, temporal y eterna.

         "De la descendencia de David, y según su promesa, Dios ha suscitado para Israel un salvador, llamado Jesús". Se trata de la aplicación del AT al NT, que Pablo explica a los judíos de Pisidia. No basta ya con referirse al pasado, ni con repetir los libros de la Escritura, sino que hay que descubrir el misterio actual de Cristo, que nos salva hoy.

         San Pablo no pone al día la antigua doctrina, sino que en fidelidad a lo antiguo, proclama algo nuevo: la acción salvadora de Jesús. En este momento, Jesús está salvando, y Pablo quiere aplicar esa acción de Cristo a todos los acontecimientos del hoy de Pisidia.

Noel Quesson

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         El discurso de Pablo en la sinagoga de Antioquía de Pisidia es un testimonio maravilloso de la comprensión que los primeros cristianos tuvieron de una verdad fundamental: en Cristo Jesús el mensaje y la promesa del AT tienen continuidad pero sobre todo alcanzan plenitud. Cristo es la plenitud de la antigua alianza, y en él Dios está cumpliendo toda promesa hecha a los patriarcas, reyes y profetas.

         Las palabras de Pablo retoman los momentos centrales del caminar de Israel: Dios eligió a este pueblo y va recorriendo la historia de este pueblo, a través de la opresión de los extranjeros y de su propia infidelidad, descubriendo así su debilidad y fortaleza.

         Se trata, pues, de un pueblo pequeño, porque cae una y otra vez en la idolatría, prostituyéndose con los ídolos. Pero también de un pueblo fuerte, en la medida en que va descubriendo que Dios camina a su lado: Moisés en el desierto, los jueces en Canaán, Samuel en la estructura tribal y David en la unificación territorial, como imagen del rey que deja reinar a Dios. Se trata de los grandes hitos que preparan la llegada del Mesías, anunciado por el ministerio integérrimo de Juan el Bautista.

         A este conjunto de hechos y promesas bien podemos llamarlo historia de salvación. Y en él, revisar nuestro pasado no es dar círculos en un "eterno retorno" (como los griegos paganos) sino descubrir una línea o tendencia, una flecha que apunta hacia más y hacia mejor, desde la mirada en Jesucristo.

Nelson Medina

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         La lectura de hoy cuenta el viaje de Pablo a Antioquía de Pisidia (vv.13-15) y el principio de su discurso en la sinagoga de esta ciudad. Deseoso de proclamar la salvación a los judíos, Pablo lleva en 1º lugar (Hch 13,15-44; 14,1-2; 16,13; 17,1-5; 18,4-7; 19,8-10) la Palabra a sus sinagogas, en forma de homilías tras las lecturas de la ley y de los profetas (v.15), tal como lo había hecho el mismo Jesús (Lc 4, 16-22).

          No sería sorprendente que alguna que otra cita bíblica de su relato la haya sacado de estas lecturas sinagogales: el apóstol anuncia en todo caso la realización de lo que las lecturas anunciaban para los últimos tiempos: "a vosotros" (v.26) "se os ha" (v.38). Pero al esgrimir otra vez los judíos su argumentación (Hch 13, 45-47), Pablo se vuelve entonces hacia los paganos (Hch 13, 48-52).

         Cuando Cristo o Pablo anuncian que el acontecimiento actual cumple una antigua profecía, no se consagran solamente a un juego de palabras simbólico o a un procedimiento poético. Declarando la realización de las condiciones que hacen del acontecimiento actual un eslabón de la historia de la salvación (vv.17-25), una maravilla del designio de Dios y una anámnesis de la obra de Cristo, Jesús o su ministro autentifican la red de relaciones interpersonales que tejen este acontecimiento.

         Por consiguiente, la oración que la asamblea formula después de tal proclamación es una eucaristía compuesta de una acción de gracias al Padre por las maravillas que realiza, de una anámnesis de Cristo, cuya obra realizada una vez por todas se renueva, sin embargo, en el presente de cada vida, de una epíclesis del Espíritu, a fin de que confiera al acontecimiento presente las cualidades necesarias para hacer de él realmente una etapa de la historia de la salvación.

Maertens-Frisque

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         San Pablo presentó el mensaje cristiano en la sinagoga de Antioquía de Pisidia, haciendo un resumen de la historia de la salvación, desde la elección de Israel en Egipto hasta el rey David, de cuya descendencia Dios suscitó como Salvador a Jesucristo. Se manifiesta la continuidad de Israel y de la Iglesia y el carácter único e irrepetible de Cristo, centro y clave de la historia. Por eso los apóstoles exaltan tanto la pertenencia a la Iglesia.

         Ya Orígenes decía que "si alguno quiere salvarse, venga a esta casa, para que pueda conseguirlo", y que ninguno se engañara a sí mismo, pues "fuera de esta casa, que es la Iglesia, nadie se salva" (Homilía sobre Jesús en la Barca, 5). Y San Agustín llega a decir algo parecido:

"Fuera de la Iglesia Católica se puede encontrar todo menos la salvación. Se puede tener honor, se pueden tener los sacramentos, se puede cantar aleluya, se puede responder amén, se puede sostener el evangelio, se puede tener fe en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo, y predicarla, pero nunca, si no es en la Iglesia Católica, se puede encontrar la salvación" (Homilías, VI).

         El Señor ha sido fiel y del linaje de David nos ha dado un Salvador. Jesús, hijo de David, tiene un trono eterno, vence a los enemigos y extiende su poder a todo el mundo por medio de su Iglesia. Él es el Ungido que recibe una descendencia perpetua: los hijos de la Iglesia que se perpetuará en la Jerusalén celeste. Con el Salmo 88 de hoy cantamos la fidelidad y la misericordia del Señor:

"Cantaré eternamente la misericordia del Señor. Anunciaré su fidelidad por todas las edades. Porque dije: Tu misericordia es un edificio eterno, más que el cielo has afianzado tu fidelidad. Encontré a David mi siervo y lo he ungido con óleo sagrado, para que esté siempre con él y mi brazo lo haga valeroso. Mi fidelidad y misericordia lo acompañarán, por mi nombre crecerá su poder. Él me invocará: Tú eres mi Padre, mi Dios, mi roca salvadora".

         El pensamiento de San Pablo, tras su cambio radical de vida, sólo tiene un centro: Cristo, realización el mesianismo anunciado por los profetas de Israel. Ésa es su fe y nuestra fe.

Manuel Garrido

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         Desde Chipre, Pablo y sus compañeros llegan a Antioquía de Pisidia (en Anatolia, actual Turquía central). El discurso de Pablo (que leeremos entre hoy y mañana, viendo sus consecuencias al día siguiente) es el típico que pronunciará cuando sus oyentes son los judíos, cuando es invitado a predicar en la sinagoga: la historia de Israel según el AT. Igual que había hecho, en su largo discurso en Jerusalén (y con Pablo de testigo), el diácono Esteban.

         Con un recorrido que va desde la salida de Egipto y la conquista de la tierra prometida, hasta Jesús de Nazaret como el Mesías enviado por Dios, pasando por la figura de David y la de Juan, el precursor inmediato, Pablo presenta a Jesús como la respuesta de Dios a las esperanzas y las promesas de toda la historia de Israel: "Según lo prometido, Dios sacó de la descendencia de David un salvador para Israel, Jesús".

         Nombrando a David, capta Pablo la atención y la simpatía de la sinagoga. Y describiendo al Bautista como precursor del verdadero Mesías, sale al paso de algunos que, posiblemente, todavía seguían considerándose discípulos del Bautista.

         En líneas generales, San Pablo anuncia siempre a Jesús como la respuesta plena de Dios a las esperanzas humanas, partiendo del AT (si eran judíos) o citando autores clásicos (si eran paganos), apelando a una búsqueda espiritual del sentido del AT (si eran judíos) o de la vida (si eran paganos). ¿Sabemos nosotros sintonizar con las esperanzas y deseos de nuestros contemporáneos, creyentes o alejados? ¿Somos valientes a la hora de presentar a Jesús como la Palabra decisiva y el Salvador único, y aquél en quien hay que creer y seguir?

José Aldazábal

b) Jn 13, 16-20

         A partir de hoy, y hasta el final de la Pascua, leemos los capítulos que el evangelista Juan dedica a la Ultima Cena de Jesús con sus discípulos. Una cena que empezó con un gesto simbólico muy elocuente: el Lavatorio de los Pies, gran lección de fraternidad y servicio para con los demás. Se trata de la entrañable página que se empieza a leer en Jueves Santo, y que a partir de hoy retomamos con las consecuencias que Jesús quiere que saquemos de todo ello.

         "El siervo tiene que imitar lo que hace su amo", viene a decir Jesús, y "el discípulo lo que ha aprendido de su maestro". Los apóstoles habían visto cómo Jesús se ceñía la toalla (en Jueves Santo), tomaba la jofaina en sus manos, y había ido lavando los pies uno a uno. Y es lo que ahora les recuerda Jesús: que ellos deben hacer lo mismo: "Dichosos vosotros si lo ponéis en práctica".

         También empieza a anunciar cómo uno de ellos, Judas, le va a traicionar. Y repite la idea de que así como el Padre le ha enviado a él, él les envía a ellos a este mundo. El que recibe a los enviados de Cristo, le recibe a él, y por tanto recibe al que le ha enviado, al Padre. La afirmación de la identidad de Jesús se repite también aquí, "para que creáis que yo soy".

         Es fácil admirar el gesto del lavatorio de los pies hecho por Jesús. Y reflexionar sobre cómo ha entendido él la autoridad: "No he venido a ser servido, sino a servir". Pero lo que nos pide la palabra de Dios no son afirmaciones lógicas y bonitas, sino el seguimiento de Jesús, la imitación de sus actitudes. En este caso, la imitación, en nuestra vida de cada día, de su actitud de servidor de los demás.

         En la eucaristía, dándosenos como pan y vino de vida, Jesús nos hace participar de su entrega de la cruz por la vida de los demás. Él mismo nos encargó que celebráramos la eucaristía: "Haced esto". Pero también nos encargó que le imitáramos en el lavatorio de los pies: "Haced vosotros". Ya que comemos su cuerpo "entregado por" y bebemos su Sangre "derramada por", todos somos invitados a ser, durante la jornada, personas "entregadas por", al servicio de los demás. Dichosos nosotros si lo ponemos en práctica.

José Aldazábal

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         Juan acaba de concluir el relato de la escena del Lavatorio de Pies (Jn 13, 1-11) y, según las costumbres, interrumpe un momento la narración para comentar el alcance de este gesto.

         El lavatorio de pies hace resurgir la incompatibilidad entre el trabajo de esclavo que Jesús acaba de realizar y su dignidad personal (v.13). Esta incompatibilidad será la suerte de todas las autoridades en la Iglesia (v.16), porque se presenta como la ley que rige todas las relaciones entre humanos en la comunidad cristiana (vv.14-15). El amor fraternal, en efecto, no es solamente una ley, ni tampoco una imitación de Jesús, es su misma manera de actuar puesta a nuestra disposición.

         Jesús ha llevado a su colmo este amor fraternal, ya que se ha hecho esclavo de aquel que iba a traicionarle y todavía participaba en la comida fraternal de despedida (v. 18). En el momento mismo en que Jesús se despoja de Sí mismo para entregarse a las manos de Judas, revela una dignidad inconmensurable: él es (v.19). Juan jamás ha empujado tan lejos a Jesús en las declaraciones sobre su divinidad.

         Ciertamente, él ya ha reivindicado este título "yo soy" que es divino (Jn 6,35; 8,12.24.58), pero reivindicarlo en un contexto semejante de muerte y traición es muy revelador: Dios es, pero la única prueba que aporta para decir que él es, es la de morir; él es eterno, y la única manera de expresarlo es poner un término a su condición humana; él es poderoso, y el único procedimiento al cual recurre para afirmar este poder es servir a aquel que él podría juzgar y derribar.

         No hay, pues, un Dios eterno y todopoderoso a descubrir por la filosofía. El Dios manifestado por Jesús no es de aquel orden. Él es de una manera totalmente distinta de lo que puede ser un hombre, que le es posible ser en la muerte misma. ¡Dios es muerto y Dios es resucitado, y este es el misterio que se revela de Dios! La muerte es prometida en el rango de la mejor revelación de Dios. El Hijo de Dios, que se beneficia de la vida divina, no puede más que morir en el servicio y el amor fraternal.

Maertens-Frisque

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         El texto de hoy es continuación del relato del Lavatorio de los Pies. En estos 20 vers. del cap. 13 está expuesta la constitución de la comunidad: es la ley fundamental de la iglesia, por la que deberá regirse. No se trata, por tanto, de entender en sentido moral el ejemplo decisivo de Jesús, sino de deducir de ese ejemplo de Jesús y de sus palabras, la ley, el modelo, la estructura fundamental de la comunidad de Jesús: la Iglesia.

         "Después que les lavó los pies, tomó sus vestidos, volvió a la mesa y les dijo: ¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros?". Un texto que encaja perfectamente en el comienzo de la lectura de hoy: "Os aseguro, el criado no es más que su amo, ni el enviado es más que el que lo envía. Puesto que sabéis esto, dichosos vosotros si lo ponéis en práctica".

         Nosotros esto lo sabemos y lo aceptamos como una bella teoría que nos llega a emocionar. Pero Jesús no se fía de las bellas teorías y nosotros tampoco debemos fiarnos, porque las bellas teorías nos engañan falsamente y nos hacen creer que ya seguimos el ejemplo de Jesús porque al escuchar sus palabras nos emocionamos muy fácilmente. Hay que ser realistas y revisar nuestra vida: ¿De qué modo mi vida es un servicio "hasta la muerte" de mi tiempo, de mi dinero, de mi comodidad, de mi razón humana, de mis sentimientos? ¿De quien soy yo "servidor hasta la muerte"?

         "Os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis que yo soy". Se trata de la fórmula de la revelación de Dios a Moisés ("yo soy"), en este caso convertida en una especie de "yo estoy aquí con vosotros". Jesús se ha apropiado este título varias veces en su vida. Pero ahora dice a sus discípulos cuál es el momento en que ellos descubrirán que ese título pertenece realmente a Jesús: cuando Judas lo traicione y lo entreguen a la muerte.

         Jesús es Dios, pero la única prueba que aporta es la de morir, introduciendo así la muerte en la propia revelación de Dios y aludiendo a que "el criado no es más que su amo". La cruz, o servicio a los demás hasta la muerte, es donde se podrá descubrir el poder y experiencia del "yo soy" de Jesús.

Noel Quesson

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         Me quiero fijar en las últimas palabras del texto evangélico de hoy. Es una clara alusión al envío y al apostolado. Jesús es quien envía y a él es a quien anunciamos. Somos meros transmisores e instrumentos de la evangelización. Él nos impulsa, apoya y respalda.

         Al igual que su envío nace de la perfecta identificación con el Padre; nuestro compromiso ha de nacer del entrañamiento con Jesús y su causa: el reino de Dios. La fe, el conocimiento y el amor a Cristo son la fuente de nuestro compromiso como cristianos: testimoniar con nuestro ser y actuar que Jesús es el centro de nuestra vida.

         Hemos recibido un don extraordinario y tesoro que no podemos guardar. Hemos de transmitirlo y compartirlo para que otros participen de esta vida. Y este testimonio ha de traducirse, sobre todo, en servicio gratuito hacia los demás. En nuestro mundo de hoy, donde prima el interés y la eficacia, ¿qué mayor testimonio que la ayuda gratuita, el servicio desinteresado, sin esperar nada a cambio?

         No están de moda estas actitudes, ni este modo de ser y estar, y quizás no nos comprendan. Pero la respuesta a ello también nos la da el evangelio: "El enviado no puede ser más que el que le envió".

Luz García

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         En la bella palabra enviar se indica precisamente lo que suena al pronunciarla: ser puesto "en la vía". Pues bien, Jesucristo es el gran Enviado, como lo destaca especialmente el evangelio de Juan. Quien lo envía (lo "pone en") es el Padre, mientras que él es el enviado (el que "está en" la vía) y nosotros somos el objeto del envío ("la vía" a recorrer). Se trata, por tanto, de una misión larga e imaginable, que parte de la grandeza (infinita) de Dios y desemboca en la pequeñez (finita) de nuestra condición, tanto de viandantes como de pecadores.

         Jesucristo es, por tanto, el que ha tenido que recorrer la distancia inmensa entre el cielo (de Dios) y la tierra (de los hombres), para entrar en nosotros (la vía) e insertar dentro de nosotros su nombre y su gracia.

         En el evangelio que hemos oído, el Enviado nos dice que él se vuelve al Padre, y que a partir de ahora somos nosotros los enviados por él: "Un siervo no puede ser más que su señor, ni un enviado puede ser más que quien lo envió". Mas, por otra parte, "todo el que reciba a quien yo envíe, me recibirá a mí mismo, y al recibirme a mí recibirá al que me envió". Sublime dignidad y profunda humildad; digna sobriedad y sobria dignidad de los enviados del Señor Jesús. ¡Tal es la condición de los discípulos, tal es la esencia de nuestra llamada!

Nelson Medina

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         Hoy, como en aquellos films que comienzan recordando un hecho pasado, la liturgia hace memoria de un gesto que pertenece al Jueves Santo: Jesús lava los pies a sus discípulos (Jn 13, 12). Un gesto que, leído desde la perspectiva de la Pascua, recobra una vigencia perenne. Fijémonos, tan sólo, en 3 ideas.

         En 1º lugar, la centralidad de la persona. En nuestra sociedad parece que hacer es el termómetro del valor de una persona. Dentro de esta dinámica es fácil que las personas sean tratadas como instrumentos; fácilmente nos utilizamos los unos a los otros.

         Hoy el evangelio nos urge a transformar esta dinámica en una dinámica de servicio, en el que le otro nunca sea un mero instrumento. Se trataría de vivir una espiritualidad de comunión, donde el otro (en expresión de Juan Pablo II) llega a ser "alguien que me pertenece" y un "don para mí", a quien hay que "dar espacio". Nuestra lengua lo ha captado felizmente con una expresión: "estar por los demás". ¿Estamos nosotros por los demás? ¿Les escuchamos cuando nos hablan?

         En 2º lugar, el mensaje a comunicar. Pues para una sociedad (actual) de la imagen y de la comunicación, esto no es un mensaje a transmitir un día, sino un trabajo a no parar de desarrollar en el día a día. De ahí que Jesús diga "dichosos seréis si lo cumplís" (Jn 13, 17). Quizás por eso, el Maestro no se limita a una explicación, sino que imprime el gesto de servicio (el lavatorio de los pies) en la memoria de aquellos discípulos, para que este gesto pase también a la memoria de la Iglesia.

         En 3º lugar, un toque de alerta: "El que come mi pan ha alzado contra mí su talón" (Jn 13, 18). En la eucaristía, Jesús resucitado se hace servidor nuestro y nos lava los pies. Pero no es suficiente con la presencia física. Hay que aprender en la eucaristía y sacar fuerzas para hacer realidad aquello que decía San Fulgencio de Ruspe: "Habiendo recibido el don del amor, muramos al pecado y vivamos para Dios".

David Compte

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         Esta perícopa forma parte del relato del Lavatorio de los Pies, acción con la cual Jesús quiere dejar claro a los apóstoles que el servicio es la misión a la que están invitados. Los versículos siguientes se refieren a la identificación que se crea entre Dios, su enviado y los que se comprometen con su invitación.

         Las acciones son las que establecen el vínculo que los une. Contrariamente a lo que ocurriría en el caso de un Dios lejano y autoritario, se nos ofrece ser dioses o hijos de un Dios que quiere entregarse a los demás a través del servicio.

         En los sinópticos (Lucas y Mateo) están escritas las bienaventuranzas, que Juan resume muy acertadamente al referirse a la dicha que acompañará a quien actúe como actúa quien lo envió a él (Dios Padre). Es Jesús la figura que nos acerca a Dios porque lo transparenta en cada acercamiento al ser humano.

         Jesús es coherente, y sus palabras son ratificadas por su quehacer. Quien sigue su ejemplo se acerca a Dios, y quien es receptivo a las palabras y al actuar de Jesús recibe también a quien lo envió. Dios, su hijo y sus discípulos serán uno sólo, sus vidas son el parámetro para evaluar si es cierta esta unidad.

         Actuar como Jesús actuó será la mayor dicha que puede alcanzar un ser humano. Sentirá en su interior la alegría de conocer verdaderamente a Dios, que es libertad, armonía, solidaridad y justicia. Será el fin de una existencia sin sentido, de un "vivir por vivir". Pero la dicha de seguir a Jesús, si el compromiso es real, traerá también dificultades.

         En una sociedad donde los valores de Jesús obstaculizan los planes de los poderosos, se generarán fuerzas opuestas a todo quien lo siga . Pero si la decisión de comprometerse con la causa del Todopoderoso fue tomada a conciencia, se correrá el riesgo de correr la suerte de Jesús. Cada vez que una persona le tienda su mano a un perseguido por la causa de Dios, se estará acercando a él.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         El evangelista nos ofrece un contexto muy concreto en el que resuenan las palabras de hoy de Jesús: el contexto de intimidad y la despedida. En concreto, Jesús acaba de lavar los pies a sus discípulos, y ha escenificado ante ellos la tarea propia de los esclavos y criados.

         El criado, al menos en el papel que la sociedad le asigna, no es más que su amo, pues está a su servicio y su función consiste precisamente en servir a su amo. Pues bien, así debe ser también el enviado de Jesús, en cuanto representante del enviante, al servicio de éste y nunca actuando sin tener en cuenta a aquel a quien representa.

         Tanto criado como enviado obran en función de las órdenes o encomiendas emanadas de sus respectivos superiores, y no pueden actuar al margen de estos. Así han de considerarse los discípulos de Jesús, que serán dichosos si ponen en práctica estas directrices.

         También ellos deben obrar como criados o enviados de su Señor, a su servicio y por encargo del mismo. Ellos han sido elegidos (entre muchos) para cumplir una misión; y el que ha hecho la elección sabe bien a quiénes ha elegido para esa tarea. No obstante, entre ellos se encuentra un traidor, alguien que no ha merecido la confianza depositada en él, y que ha sido desleal a esa predilección que sostiene la elección.

         Porque Judas Iscariote, el traidor, estaba también entre los elegidos, si bien acabó frustrando las expectativas de su elector. No obstante, Jesús no entiende la elección de Judas como una elección fallida o equivocada, sino como una elección necesaria para el cumplimiento de las Escrituras (que ya predecían la traición protagonizada por él: El que compartía mi pan me ha traicionado).

         Tal era la predicción escrita y extraída del salmo responsorial. Y Jesús se lo anticipa, para que cuando suceda, no interpreten que algo ha escapado a sus planes, o que ha cometido un error impropio de su sabiduría y perspicacia. En definitiva, para que crean que él es el que tiene el dominio y control de las circunstancias, y nunca separen los acontecimientos de la vida. Sólo si creen en él como Señor, podrán evitar sentirse defraudados ante su aparente ignorancia o debilidad.

         Por otro lado, Jesús se siente enviado del Padre, para llevar a cabo una misión que ya estaba diseñada en las Escrituras. Él no ha venido para otra cosa que para cumplir la voluntad del Padre que lo ha enviado, y a esa voluntad pertenece misteriosamente la traición de uno de sus elegidos. Dios mismo había anticipado esa traición en las antiguas Escrituras.

         Luego ni siquiera esta traición, que en apariencia se presentaba como resultado de una elección fallida de Jesús, escapaba a su control sobre la historia. Jesús sigue estando al servicio de este plan divino y de esta voluntad del Padre, que ya había sido puesta por escrito y que ahora se pone de manifiesto.

         Por consiguiente, tanto la elección de Judas, como su traición, formaban parte de este plan salvífico que tenía a Jesús como ejecutor. No podemos deducir, sin embargo, que Judas sea el chivo expiatorio de este plan, pues Dios no puede querer nunca el pecado (= traición) de uno de sus hijos, aunque eso le reporte grandes beneficios. Dios no puede querer un mal, ni siquiera para obtener bienes mayores.

         La traición de Judas tiene a Judas como único responsable. Pero ni siquiera este hecho de exclusiva responsabilidad de su agente escapa al plan divino. Ya sabemos que Dios "escribe derecho con renglones torcidos", pues sabe cómo incorporar hechos (pecados), que están en flagrante contradicción con su voluntad, a sus planes de salvación humana. Dios se sirve incluso del pecado de los hombres para completar su designio salvífico, tal como aconteció en la vida de Jesús.

         Y si el enviado representa a quien lo envía, recibir al enviado es recibir al representado por él. Jesús lo expresa con solemnidad: El que recibe a mi enviado, me recibe a mí; y el que me recibe a mí, recibe al que me ha enviado. Es la lógica de la representación, según la cual el enviado está siempre al servicio del que lo envía, y su misión no es otra que cumplir su encargo.

         Así se siente Jesús: enviado del Padre. Y así han de sentirse también sus discípulos, enviados de Jesús. Así hemos de sentirnos también nosotros, como enviados de Cristo para cumplir su encargo (que no es otro sino hacerle presente en su palabra y en sus sacramentos, en ese mundo que aún no lo ha recibido como su salvador).

         Sólo recibiendo a Jesús se recibe al Padre (a quien él representa) y la salvación que procede de él. Si cumplimos cabalmente nuestra representatividad cristiana (yendo al mundo como enviados de Cristo), el rechazo del que podamos ser objeto será también rechazo de aquel que nos envía, y rechazo del mismo Dios que está en el inicio de esta cadena sucesiva de envíos.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 25/04/24     @tiempo de pascua         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A