23 de Abril

Martes IV de Pascua

Equipo de Liturgia
Mercabá, 23 abril 2024

a) Hch 11, 19-26

         La fundación de la Iglesia de Antioquía, capital de Siria y en pleno país pagano, es una etapa principal en la expansión de la Iglesia. El Espíritu empuja a los apóstoles hacia los centros vitales, los centros de influencia del mundo de entonces.

         Efectivamente, nos dice el libro de los Hechos que "los que se dipersaron por la persecución llegaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía". La Iglesia encuentra su camino dejándose guiar por los acontecimientos y por el Espíritu Santo. Perseguidos en Jerusalén, y expulsados de su villa natal, los creyentes fundan comunidades nuevas allá donde se encuentran dispersos. Un resultado que, ciertamente, no es el que buscaban los perseguidores, a la hora de matar a Esteban y a otros cristianos.

         Hasta entonces, los cristianos habían predicado la Palabra "sólo a los judíos". Pero al llegar a Antioquía "los chipriotas y cirenenses empezaron a predicar a los griegos". En este episodio encontramos el típico problema de la Iglesia de todos los tiempos: el respeto a las diversas vocaciones.

         En concreto, nos dice el cronista que, al llegar a Antioquía, algunos siguen dirigiéndose prioritariamente "a los judíos" (a los que ya vivían de la palabra de Dios del AT), para ayudarles a ir más lejos y descubrir mejor a Jesucristo. Mientras que otros deciden dirigirse, por su cuenta, "a los griegos" (a los paganos, cuya mentalidad difería totalmente a la de los judíos).

         La noticia del suceso llegó a oídos de la Iglesia de Jerusalén, y los apóstoles deciden "enviar a Bernabé a Antioquía". No se contentan, pues, con crear nuevas Iglesias locales, sino que tratan de incorporarlas a la unidad de la Iglesia única (la Iglesia una, santa, católica y apostólica) y crear lazos entre una y otra.

         Cuando Bernabé llegó a Antioquía, "vio que la gracia que Dios acordaba a los paganos" y se alegró por ello, exhortando a todos a "permanecer fieles al Señor". Bernabé no conocía dicha comunidad, pero reconoce lealmente la obra de Dios en ella. Es el mismo Espíritu Santo el que trabaja en todas partes en la Iglesia.

         En Antioquía fue donde, por 1ª vez, los discípulos "recibieron el nombre de cristianos" (lit. pertenecientes a Cristo). Se ha inventado una palabra nueva, y un término lleno de exigencias. ¿Soy yo otro Cristo? ¿Soy de veras un cristiano? ¿Reflexiono sobre lo que significa esta palabra, o se trata sólo de una etiqueta externa? ¡Oh Cristo, hazme semejante a ti!

Noel Quesson

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         El texto de hoy puede dividirse en 2 secciones: el relato sobre la fundación de la Iglesia de Antioquía (3ª ciudad imperial del Oriente, y pronto centro activo de irradiación misionera; vv.19-26) y la noticia sobre la 2ª estancia de Pablo en Jerusalén (con motivo del envío antioqueno de colectas; vv.27-30).

         Los vv. 19-20 relacionan la fundación de las nuevas comunidades (fuera del área judía) con la dispersión de los fieles helenistas, que tuvo lugar a raíz del martirio de Esteban (Hch 8, 1). Un martirio y persecución anti-eclesial algo sorprendente, pues mientras los apóstoles (dirigentes y judíos) deciden permanecer en Jerusalén (lugar de persecución), los diáconos (dirigidos y helenistas) son los que huyen (quizás más de los estrechos clisés judíos de la Iglesia que por razón de su implicación en la persecución judía).

         El hecho es que mientras Judea y Galilea (mundo judío) pasaron a ser campo de evangelización apropiado para los apóstoles (Gal 2,7-10), áreas más alejadas mentalmente (Samaria y Fenicia) o geográficamente (Chipre y Siria) fueron requeridas al talante más abierto de los helenistas. La gracia suele respetar los condicionamientos humanos y, tanto entonces como ahora, ciertos carismas florecen mejor en gente de la periferia, y viceversa.

         Otro rasgo que sobresale en la consolidación de la comunidad cosmopolita de Antioquía es el papel que allí desempeñó Bernabé (vv.22-27), enviado por la Iglesia madre de Jerusalén por su condición de chipriota, con la misión de vincular aquella compleja agrupación siria con el centro eclesial.

         Efectivamente, Bernabé era el hombre dialogante con la gente de la frontera, que anteriormente ya había mediado entre Saulo y la comunidad de Jerusalén (llena de recelos hacia él; Hch 9, 26-27). Y Antioquía era el lugar idóneo para ello, pues allí pudo ensanchar su espíritu "al ver la gracia de Dios en los nuevos creyentes" (medio paisanos suyos), al tiempo que podía hacer de instrumento para la búsqueda y captación de nuevos misioneros eclesiales (venidos del paganismo), como será el caso de Saulo de Tarso.

         Los vv. 27-30 nos hablan de la colecta que Antioquía realizó para llevar a la Iglesia de Jerusalén, y auxiliar con ella a los pobres y ancianos que pudieran existir. Es el momento en que empiezan a ayudarse 2 iglesias con un talante tan marcadamente diferente. Pablo promoverá constantemente gestos de este estilo (Rm 15,26; 1Cor 16,1; Gál 2,10), pues la comunión, y no el monolitismo, debía ser la nota esencial de la Iglesia cristiana.

Fernando Casal

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         ¿En qué pensamos cuando imaginamos la comunidad ideal? Normalmente en el modelo de la comunidad de Jerusalén, en que "todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común" (Hch 2, 44), y rara es la comunidad que no busca inspiración en ese cuadro idealizado. Pero abramos los ojos, porque hoy se nos presenta otro modelo comunitario, totalmente distinto al de Jerusalén, y quizás más iluminador del contexto globalizado en que nos encontramos: la comunidad de Antioquía.

         Os invito a leer con mucha atención el fragmento de Hechos de los Apóstoles de hoy. La dispersión causada por la muerte de Esteban hizo que algunos llegaran a Antioquía, centro cosmopolita del Imperio Oriental. Y allí suceden 2 hechos memorables:

-los creyentes comienzan a ser llamados cristianos (vinculación con su origen);
-la Iglesia comienza a predicar "también a los griegos" (apertura universal).

         Efectivamente, en Antioquía surge un tipo de comunidad muy diferente al de Jerusalén. ¿Qué podemos aprender de este modelo? Al menos estas 4 lecciones:

1º el paso de la nostalgia al riesgo. Los cristianos de Antioquía no hacen de la comunidad un refugio cálido que se centra en los asuntos internos, sino que se lanzan a anunciar a Jesús "a los otros", asumiendo los costes de esta empresa;

2º la importancia de los mediadores. En el paso del viejo modelo judío al nuevo modelo cristiano, empiezan a cobrar importancia algunas figuras (como Apolo, Ananías, Bernabé...) por su condición de tender puentes en medio de la diversidad;

3º las tensiones entre el centro y la periferia. Pues la nueva Antioquía empezó a aparecer como una comunidad viva y movida (de moda) en el espectro eclesial, mientras la vieja Jerusalén empezaba a acumular pobres, ancianos y carencias problemáticas;

4º la intensidad ascético-litúrgica y caritativo-misionera. Pues la comunidad de Antioquía continuó desarrollando el mismo espíritu de oración profunda de su vecina Jerusalén, al tiempo que se abría a los nuevos desafíos misioneros.

         ¿Tan lejana es la situación de los orígenes de la que hoy nos toca vivir?

Gonzalo Fernández

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         El texto de hoy se conecta directamente con Hch 8, 1-4, donde se habla de los dispersados en la persecución originada a la muerte de Esteban. Aquí no se mencionan los nombres de los misioneros, sino que se dice en general "algunos chipriotas y cirenenses", que son ciertamente del grupo de los helenistas.

         La gran novedad aquí es que en Antioquía "hablaban a los griegos y les anunciaban la Buena Nueva de Jesús" y "un crecido número recibió la fe y se convirtió al Señor" (vv.20-21). Igual que en Hch 8,14 (tras la novedosa evangelización de los samaritanos), también ahora la noticia llega a "la Iglesia de Jerusalén", y ésta decide enviar a Bernabé.

         Bernabé confirma a Jerusalén la fe de la novedosa Antioquía, pero en vez de volver a Jerusalén (en busca de Pedro) decide ir a Tarso (a buscar a Saulo). De hecho, en el v. 24 se hace una alabanza a Bernabé, diciendo que era un "hombre bueno, lleno de Espíritu Santo y de fe". 

         El éxito en Antioquía fue grande, con el apoyo de Bernabé y Saulo. Y allí, por 1ª vez, "los discípulos recibieron el nombre de cristianos" (v.26). La comunidad recibe una nueva visita llegada desde Jerusalén (el profeta Agabo), pero en este caso no como embajador de la Iglesia de Jerusalén, sino "movido por el Espíritu" (vv. 27-28) y en su camino hacia Tiro y Sidón (Hch 21, 3-12).

         En definitivas cuentas, los creyentes helenistas fundan una comunidad cristiana en Antioquía, una comunidad compuesta casi íntegramente por gentiles convertidos y una comunidad diferente y alternativa a la de Jerusalén. Bernabé es enviado por la Iglesia de Jerusalén para reconocer la Iglesia de Antioquía, y no sólo la reconoce sino que se queda en ella. ¿Cuál debería ser, hoy día, la actitud de la Iglesia institucional frente a las nuevas sensibilidades que van surgiendo?

José A. Martínez

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         La Iglesia en Antioquía se muestra decididamente inclinada a la evangelización de los paganos, y logra la conversión de un gran número de ellos. Bernabé, enviado de la Iglesia en Jerusalén, se alegra y va en busca de Pablo a Tarso. Llamados a colaborar personalmente en la expansión de la Iglesia, nos reunimos en asamblea eucarística para recibir la fuerza del Espíritu, que nos haga proclamar universalmente, de palabra y de obra, la Buena Noticia del Señor.

         Los predicadores de Antioquía son cristianos corrientes, y de ahí que comentara San Juan Crisóstomo: "Observad cómo es la gracia la que lo hace todo. Considerad también que esta obra se comienza por obreros desconocidos y sólo cuando empieza a brillar, envían los apóstoles a Bernabé" (Homilías sobre los Hechos, XXV).

         En Antioquía es donde por vez 1ª los discípulos de Cristo se llamaron cristianos. Así lo expone San Atanasio: "Aunque los santos apóstoles han sido nuestros maestros y nos han entregado el evangelio del Salvador, sin embargo no hemos recibido de ellos nuestro nombre, sino que somos  cristianos por Cristo y por él se nos llama de este modo" (Contra los Arrianos, I, 2).

         Cantamos hoy la maravillosa propagación de la Buena Nueva de Cristo y de su Iglesia con el Salmo 86, que es un canto a la Jerusalén terrenal, figura de la Iglesia:

"Alabad al Señor todas las naciones. El Señor ha cimentado a Sión sobre el monte santo, y prefiere sus puertas a todas las moradas de Jacob. ¡Qué pregón tan glorioso para ti, ciudad de Dios! Contaré a Egipto y a Babilonia entre mis fieles; filisteos, tirios y etíopes han nacido allí. Se dirá de Sión: Uno por uno todos han nacido en ella; el Altísimo en persona la ha fundado. El Señor escribirá en el registros de los pueblos: Éste ha nacido allí. Y cantarán mientras danzan: Todas mis fuentes están en ti".

         El relato de hoy tiene el encanto y la naturalidad de describir cómo fueron sucediendo las cosas en una obra o institución, la Iglesia, que es humana (visible) y divina (invisible) al mismo tiempo. Así la entiende nuestra fe: humana y divina.

Manuel Garrido

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         Cuando parecía que los acontecimientos iban a señalar el final de la comunidad de Jesús, por la persecución de Esteban y la dispersión que le siguió (sobre todo de los cristianos más helenistas), resultó que la ocasión era providencial: la Iglesia empezó a sentirse misionera y abierta.

         Los discípulos huidos de Jerusalén fueron evangelizando (anunciando que Jesús es el Señor) a regiones como Chipre, Cirene (de Africa) y Antioquía de Siria. Primero a los judíos, y luego también a los paganos. Y "muchos se convirtieron y abrazaron la fe".

         Sobre todo evangelizaron Antioquía, donde se creó un clima más abierto para con los procedentes del paganismo y más flexible respecto a las costumbres heredadas de los judíos. De hecho, allí fue donde por 1ª vez los discípulos de Jesús se llamaron cristianos, todo un símbolo de la progresiva independización de la comunidad cristiana, respecto a sus raíces judías.

         Aparece aquí un personaje muy significativo del nuevo talante de la comunidad: Bernabé, natural de Chipre y que pocos meses antes había vendido un campo y puesto el dinero a disposición de los apóstoles (Hch 4, 36). Así mismo, había ayudado Bernabé a Pablo en su 1ª visita a Jerusalén, y había conseguido que se sintiera acogido por los apóstoles (Hch 9, 26). Por lo visto, Bernabé era generoso y conciliador.

         Al enterarse los responsables de Jerusalén del nuevo estilo de Antioquía, enviaron allá a Bernabé, y éste vio en seguida la mano del Espíritu en lo que sucedía en aquella comunidad. Por ello se alegró Bernabé, y exhortó a los antioquenos a seguir por ese camino. Incluso fue a buscar a Pablo (que se había retirado a Tarso) y lo trajo a Antioquía como colaborador en la evangelización. Decisivamente, Bernabé influyó en el desarrollo de la Iglesia.

         El salmo responsorial de hoy es claramente misionero: "Alabad al Señor todas las naciones". Igual que antes muchos se gloriaban de haber nacido en Sión, ahora también los paganos se alegrarán de pertenecer a la comunidad de Jesús.

         También la comunidad cristiana de ahora debería imitar a la de Antioquía y ser más misionera, más abierta a las varias culturas y estilos, más respetuosa de lo esencial, y no tan preocupada de los detalles más ligados a una determinada cultura o tradición. La apertura que el Vaticano II supuso (por ejemplo en la celebración litúrgica, con las lenguas vivas y una clara descentralización de normas y aplicaciones) debería seguir produciendo nuevos frutos de inculturación y espíritu misionero.

         Nuestra comunidad sigue necesitando personas como Bernabé, que saben ver el bien allí donde está y se alegran por ello, que creen en las posibilidades de las personas y las valoran dándoles confianza. Personas conciliadoras, dialogantes, que saben mantener en torno suyo la ilusión por el trabajo de evangelización en medio de un mundo difícil. Algo que necesitamos ya mismo.

José Aldazábal

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         La lectura de Hechos nos presenta hoy un momento capital de la expansión del cristianismo por la cuenca del Mediterráneo oriental, a los pocos años de la muerte y resurrección de Jesús. Se trata de los desplazados de Jerusalén, que con motivo de la persecución contra la Iglesia madre (a raíz del martirio de Esteban) fueron predicando en sus desplazamientos a los paganos que se encontraban. Se enumeran 3 lugares geográficos: Fenicia (actual Líbano), la isla de Chipre, y la gran ciudad siria de Antioquía.

         Los predicadores eran cristianos helenistas, que hablaban griego y que no encontraban difícil entrar en contacto con los paganos. Se nos dice que eran de Cirene (actual Libia, en el norte de Africa) y de Chipre (isla de Europa). En el caso de Antioquía, se nos dice que los helenistas son sólo predicaron a los judíos, sino también a los paganos. Y anota que "muchos abrazaron la fe".

         Antioquía era la 3ª ciudad en importancia del Imperio Oriental, tras Alejandría y Efeso. Contaba 150.000 habitantes (de los 500.000 que llegó a tener, en su periodo seleúcida) y se encontraba sobre el río Orontes, cerca de su desembocadura en el Mediterráneo.

         Contaba Antioquía con un puerto muy activo (el Puerto de Seleucia, a 25 km), con un urbanismo espléndidamente desarrollado, y hacia ella afluían comerciantes y viajeros de todas partes. Sus templos a los dioses paganos eran frecuentados por multitud de peregrinos, y su nombre inmortalizaba la memoria de su fundador Antioco I de Siria (ca. 300 a.C, de la helénica dinastía seleúcida).

         Podemos decir que se trata del 1º gran salto del cristianismo, fuera de las fronteras de Israel. El autor de Hechos es sensible a la importancia del acontecimiento: que la fe en Jesús alcance a una ciudad tan importante, mayoritariamente pagana.

         Nos dice también dicho autor que Bernabé se alegró al ver cómo la gracia de Dios también había alcanzado a los gentiles, y que desde la cercana ciudad de Tarso trajo al recién convertido Saulo, para que le ayudara en la formación cristiana de los nuevos conversos (pues, por su origen pagano, necesitaban una instrucción más extensa y completa).

         No debemos dejar pasar la última anotación de la lectura: que allí en Antioquía, la capital de Siria de su momento, los creyentes fueron llamados por 1ª vez cristianos, el nombre que nos ha enorgullecido a lo largo de los siglos y que nos remite a la dignidad de Jesús el Cristo, el Enviado. La trascendencia del acontecimiento narrado aquí será puesta de manifiesto en los episodios que iremos leyendo a lo largo de la semana.

Confederación Internacional Claretiana

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         La persecución judía permitió el avance de la iglesia cristiana. Las iglesias más sobresalientes se fundaron en Fenicia, Chipre y Antioquía. Allí se convertirían en las verdaderas matrices de la misión cristiana.

         Del grupo que sobrevive en Jerusalén se envían refuerzos para fortalecer a los nuevos creyentes, y la labor de Bernabé es un bálsamo para la comunidad gentil. Su acción no está revestida de los conflictos que suscitan otros personajes del grupo apostólico, sino que motiva a mucha gente a unirse al Señor.

         Fortalecida la Iglesia de Antioquía, Bernabé va en busca de Saulo y lo asocia a la misión entre los gentiles. Allí debe Saulo madurar su fe y completar su proceso de conversión.

         La apertura lenta, pero progresiva, del grupo apostólico redundó en beneficio de todas las iglesias. Los discípulos de Jesús comienzan a ganar identidad (pasando a llamarse cristianos) y a separarse de la mentalidad judía que predominaba en Jerusalén. La labor de Saulo y Bernabé consolidaba rápidamente la identidad de los creyentes.

Servicio Bíblico Latinoamericano

b) Jn 10, 22-30

         En el evangelio de hoy la revelación de Jesús llega a mayor profundidad en la fiesta de la Dedicación del Templo. No sólo es la puerta y el pastor, no sólo está mostrando ser el enviado de Dios por las obras que hace. Su relación con el Padre, con Dios, es de una misteriosa identificación: "Yo y el Padre somos uno". Jesús va manifestando progresivamente el misterio de su propia persona: el "yo soy".

         Lo que pasa es que algunos de sus oyentes no quieren creer en él. Y precisamente es la fe en Jesús lo que decide si uno va a tener o no la vida eterna. Los verbos se suceden: escuchar, conocer, creer, seguir. Si alguien se pierde, será porque él quiere. Porque Jesús, que se vuelve a presentar como el Buen Pastor, sí que conoce a sus ovejas, y las defiende, y da la vida por ellas, y no quiere que ninguna se pierda (basta recordar la escena de su detención en el huerto de los olivos: "Si me buscáis a mí, dejad a estos que se vayan"). Y les dará la vida eterna, la misma que él mismo recibe del Padre.

         El pasaje del evangelio nos invita a renovar también nosotros nuestra fe y nuestro seguimiento de Jesús. ¿Podemos decir que le escuchamos, que le conocemos, que le seguimos? ¿que somos buenas ovejas de su rebaño? Tendríamos que hacer nuestra la actitud que expresó tan hermosamente Pedro: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna".

         En la eucaristía escuchamos siempre su voz, hacemos caso de su palabra, nos alimentamos con su cuerpo y sangre. En verdad, éste es un momento privilegiado en que Cristo es pastor y nosotros comunidad suya. Eso debería prolongarse a lo largo de la jornada, siguiendo sus pasos, viviendo en unión con él e imitando su estilo de vida.

José Aldazábal

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         Hoy vemos a Jesús que se "paseaba por el templo, en el pórtico de Salomón" (Jn 10, 23), durante la Fiesta de la Dedicación en Jerusalén. Entonces, los judíos le piden: "Si tú eres el Mesías, dínoslo abiertamente". Y Jesús les contesta: "Ya os lo he dicho, pero no me creéis" (Jn 10, 24.25).

         Sólo la fe capacita al hombre para reconocer a Jesucristo como el Hijo de Dios. Juan Pablo II hablaba en el año 2000, en el encuentro con los jóvenes en Roma, del "laboratorio de la fe", y que para la pregunta "¿quién dice la gentes que soy yo?" hay muchas respuestas. No obstante, Jesús se interesa por el plano personal: "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?". Y para contestar correctamente a esta pregunta es necesaria "la revelación del Padre" (recordaba Juan Pablo II). Para responder como Pedro ("tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo"; Mt 16, 16) hace falta la gracia de Dios.

         Pero, aunque Dios quiere que todo el mundo crea y se salve, sólo los hombres humildes están capacitados para acoger este don. "Con los humildes está la sabiduría", se lee en el libro de los Proverbios (Prov 11, 2). La verdadera sabiduría del hombre consiste en fiarse de Dios.

         Santo Tomás de Aquino comenta este pasaje del evangelio diciendo: "Puedo ver gracias a la luz del sol, pero si cierro los ojos, no veo; pero esto no es por culpa del sol, sino por culpa mía". Jesús les dice a los judíos que si no creen en él, al menos crean las obras que él hace, que manifiestan el poder de Dios: "Las obras que hago en nombre de mi Padre son las que dan testimonio de mí" (Jn 10, 25).

         Jesús conoce a sus ovejas y sus ovejas escuchan su voz. La fe lleva al trato con Jesús en la oración. ¿Qué es la oración, sino el trato con Jesucristo, que sabemos que nos ama y nos lleva al Padre? El resultado y premio de esta intimidad con Jesús en esta vida, es la vida eterna, como hemos leído en el evangelio.

Miquel Masats

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         Asistimos hoy a la mirada de Jesús sobre los hombres, como una mirada de Buen Pastor que toma bajo su responsabilidad a las ovejas que le son confiadas, y se ocupa de cada una de ellas. Entre él y ellas crea un vínculo, un instinto de conocimiento y de fidelidad: "Ellas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen" (Jn 10, 27). La voz del Buen Pastor es siempre una llamada a seguirlo, a entrar en su círculo magnético de influencia.

         Cristo nos ha ganado no solamente con su ejemplo y con su doctrina, sino con el precio de su sangre. Le hemos costado mucho, y por eso no quiere que nadie de los suyos se pierda. Y, con todo, la evidencia se impone: unos siguen la llamada del Buen Pastor y otros no. El anuncio del evangelio a unos les produce rabia y a otros alegría. ¿Qué tienen unos que no tengan los otros?

         San Agustín, ante el misterio abismal de la elección divina, respondía: "Dios no te deja, si tú no le dejas"; no te abandonará, si tu no le abandonas. No des, por tanto, la culpa a Dios, ni a la Iglesia, ni a los otros, porque el problema de tu fidelidad es tuyo. Dios no niega a nadie su gracia, y ésta es nuestra fuerza: agarrarnos fuerte a la gracia de Dios. No es ningún mérito nuestro; simplemente, hemos sido agraciados.

         La fe entra por el oído, por la audición de la Palabra del Señor, y el peligro más grande que tenemos es la sordera, no oír la voz del Buen Pastor, porque tenemos la cabeza llena de ruidos y de otras voces discordantes, o lo que todavía es más grave, aquello que los Ejercicios de San Ignacio dicen "hacerse el sordo", saber que Dios te llama y no darse por aludido.

         Aquel que se cierra a la llamada de Dios conscientemente, reiteradamente, pierde la sintonía con Jesús y perderá la alegría de ser cristiano para ir a pastar a otras pasturas que no sacian ni dan la vida eterna. Sin embargo, él es el único que ha podido decir: "Yo doy la vida eterna" (Jn 10, 28).

Josep Laplana

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         El evangelio de hoy de Juan nos presenta a Jesús en el Templo de Jerusalén, paseándose por uno de los magníficos pórticos sostenidos por enormes columnas de mármol con que lo había hecho embellecer el rey Herodes I de Judea (el Grande). La gente solía pasear entre las columnas, bajo los techos artesonados que protegían del sol y de la lluvia. Y los maestros aprovechaban para enseñar o discutir.

         El evangelista nos dice que era la Fiesta de la Dedicación. Una fiesta que conmemoraba la recuperación del lugar santo después de haber caído en manos de los paganos, concretamente de los enviados del rey Antioco IV de Siria (s. IV a.C), que había ordenado colocar al pie del altar de los sacrificios una imagen de Zeus olímpico, la máxima divinidad del panteón griego.

         Judas Macabeo había logrado recuperar el santuario (ca. 165 a.C) y ordenado su purificación (removiendo la imagen idolátrica y toda otra señal de paganismo que hiciera impuro el templo), así como había organizado grandes festejos para volverlo a consagrar al único Dios vivo y verdadero (1Mac 4, 36-61). Éste era el acontecimiento que se conmemoraba en la fiesta del Hannuká (lit. Dedicación), todo día 25 del Kislev judío (es decir, el 25 de diciembre).

         Para muchos judíos la purificación del Templo de Jerusalén, por orden de Judas Macabeo, no había bastado. Y esperaban que el Mesías venidero entraría en el santuario y lo purificaría definitivamente. En este contexto se inscribe la pregunta de los judíos a Jesús: "Si tú eres el Mesías, dínoslo francamente".

         En los evangelios sinópticos Juan Bautista también había planteado a Jesús la misma pregunta, enviándole a algunos discípulos como emisarios. Y ya sabemos como respondió Jesús: remitiéndose a sus exorcismos y curaciones (y a su predicación a los pobres de la Buena Noticia; Mt 11,2-15; Lc 7,18-28). En esta ocasión, Jesús se remite sólo a sus obras (o signos, según la mentalidad judía), que él hacía en nombre de Dios y que testimonian que él es el enviado definitivo de Dios.

         Jesús retoma el tema del Buen Pastor hablando de sus ovejas, que "escuchan su voz, él las conoce y ellas lo siguen". Y acaba diciendo que es él el único capaz de "darles vida eterna", sin que nadie puede arrebatarle esta capacidad. La comunidad creyente (Jesús y el Padre) vienen a ser una familia, y los incrédulos quedarán fuera de ella, y no entrarán si no se hacen ovejas de Jesús. Queda reflejada así la situación de las comunidades joánicas, en pugna con un judaísmo rabínico que no admitía que el Nazareno fuera el Mesías anunciado.

         A estas alturas del tiempo en que estamos nosotros tenemos que preguntarnos por nuestra adhesión a Jesús. ¿Es él de verdad el Señor de nuestra existencia? ¿Ajustamos nuestra vida personal, familiar, social, al imperativo de su Palabra que es el amor manifestado en el servicio? ¿Somos miembros activos de su Iglesia, el pequeño rebaño de ovejas que él tiene en sus manos?

Confederación Internacional Claretiana

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         En el evangelio de hoy se nos presenta a Jesús en el Templo de Jerusalén, paseándose por el Pórtico de Salomón durante la celebración de la Fiesta de la Dedicación, la de más acendrado espíritu nacionalista.

         En dicho contexto, la controversia popular sobre el mesianismo de Jesús se reaviva todavía más, y el pueblo quiere ya una respuesta definitiva. Jesús se reconoce como Hijo del Padre (cosa inadmisible en la mentalidad tradicionalista), y no alude para ello a su autoridad y origen real (de David), ni a un misterioso origen. Sino que considera que sus obras son las que han de dar testimonio de ello, de forma fehaciente e indiscutible.

         Jesús insiste en que son las personas fieles de la comunidad quienes están en condiciones de comprenderlo. "Mis ovejas reconocen mi voz y ellas me siguen". La comunidad recibe el testimonio de Jesús y lo convierte en una experiencia de firmeza en medio de la recia crítica. El Resucitado actúa en la comunidad favoreciendo experiencias de vida plena: "Yo les doy la vida eterna, y jamás perecerán y nadie me las quitará".

         Juan nos relata hoy el afán de los judíos para que Jesús les diga con sus palabras si él es el Cristo. Él se lo ha dicho con sus acciones, pero ellos no lo han entendido. Para entender a Jesús es necesario estar en sintonía con su proyecto, y sólo los que "tienen hambre y sed de justicia" oyen lo que con sus actos él les esta diciendo. Jesús no demuestra su divinidad con palabras sino con obras. Jesús no dicta principios sino que da testimonio. Su vida de entrega y servicio permanente contestan los interrogantes sobre su divinidad.

         Las acciones de Jesús estaban siempre dirigidas a liberar a los seres humanos, a quitarles las cadenas ideológicas, las opresiones internas y externas. Con sus actos daba ejemplo de justicia, fraternidad y amor incondicional, y demostraba que las leyes debían estar al servicio de los seres humanos, y no al revés. "Quien tenga ojos", decía él, "que lo vea", pues "no hay mayor ciego que el que no quiere ver".

         Jesús demuestra con hechos que es el Hijo de Dios, y su vida es testimonio permanente de la presencia del Todopoderoso. Él hacía lo que haría Dios, por eso él y Dios eran una misma persona. Los actos de Jesús son una invitación a la humanidad a ser una familia con Dios y con él.

         Usar a Jesús como medida de justicia, y como el más fiel representante de Dios, es una ventaja con la que cuentan los seres humanos. Jesús acercó la humanidad a Dios a través de sus obras, y mostró cómo un ser tan humano como él también podría llegar a ser tan divino como Dios. Dios nos habita, e igual que hizo Jesús, también nosotros podemos reflejar a Dios.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         Nos relata hoy el evangelista el momento en que Jesús dijo a sus discípulos: Este es mi mandamiento (como si no hubiera otro): que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando.

         Parece un contrasentido proponer el amor como un mandamiento (mandar amar), pues ¿no es el amor algo que surge espontáneamente por razón del valor del objeto amado, y de la unión (parentesco, amistad, enamoramiento, filiación) que nos mantiene ligados a ese objeto?

         Puede que sea así. No obstante, hasta ese amor necesita del refuerzo de la voluntad para su salvaguarda, mantenimiento y acrecentamiento, una voluntad en la re-valorización del objeto amado y un reforzamiento de la unión existente con el mismo.

         Tratándose de un amor tan exigente con el de Jesús, amor oblativo y hasta el extremo, el papel de la voluntad es inexcusable. Uno tiene que querer amar en este modo, y proponerse realmente amar como Cristo nos ha amado. Y aún así, no le será posible amar en este modo sin la ayuda del que lo manda.

         Ya el mandato es una ayuda, y no sólo una indicación conductual o un imperativo. Pero al mandato debe unirse la motivación y la fuerza impulsora. ¿Por qué amar en este modo que implica tantas renuncias? Todo amor implica renuncias y posesiones. Pero este amor es el amor más grande, y supone la donación de la entera vida. Así nos ha amado Jesús.

         Hay diferentes tipos de amor, pero en todos ellos se da y se recibe vida. En realidad, sólo se puede dar lo que antes se ha recibido. El amor también es siembra y la siembra es siempre producto de una cosecha. Se siembra de lo que se ha recogido y se recoge de lo que se ha sembrado. Y en el amor nunca se puede perder de vista el bien: el bien que se desea y se procura a la persona amada, y el bien que se busca en ella.

         La recompensa del amor (hasta del más desinteresado) es un beneficio tanto para el amante como para el amado, puesto que el bien del amado es también bien del amante. El amante que da la vida por el amado experimenta esta donación como un bien para sí mismo, aunque le suponga una gran pérdida en su vida.

         En realidad, la reciprocidad del amor hace del amado amante y del amante amado. Y el amor más grande es el que se revela en la donación de dar la vida por los amigos, o incluso por los enemigos (a quienes se quiere transformar en amigos en virtud del poder transformante del mismo amor).

         Esto es lo que nos dice San Pablo: que Jesús entregó su vida también por sus enemigos, incluidos los que le arrebataban la vida. Padre, decía Jesús, perdónalos porque no saben lo que hacen. Nosotros estaremos entre sus amigos si hacemos lo que nos manda. Es decir, si sintonizamos con su voluntad o si tenemos en cuenta su querer en diferentes modos manifestado: no un querer arbitrario y egoísta, sino un querer que persigue exclusivamente nuestro bien.

         Pero lo que nos hace amigos de Jesús no es en primer término el cumplimiento de sus mandatos o la atención a su voluntad, sino otra cosa que no depende de nosotros sino de aquel que decide incorporarnos a su amistad. Prestemos atención a sus palabras: Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.

         Es decir, Jesús llama amigos a los que ha hecho partícipes de su propia intimidad, al igual que hacemos nosotros (que consideramos amigos a los que comparten muchas cosas de nuestra vida más íntima o personal).

         La amistad es concebida, pues, como un grado de participación en la propia vida. Y eso se produce con la comunicación. En el caso de Jesús, dando a conocer a sus discípulos y amigos su experiencia de relación (lo que ha oído) con su Padre, lo más íntimo que hay en él.

         Si la amistad con Jesús depende de esta comunicación personal, no podremos ser amigos suyos si no se da tal comunicación, o si él no nos elige para compartir su intimidad. De ahí que diga: No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure.

         La elección como amigos no se queda en la simple incorporación a un círculo de amistad, sino que tiene como objetivo la fructificación, y con ella la cosecha de nuevos amigos para él. La relación con él es tan estrecha y necesaria (como la del sarmiento con la vid) que sin ella no es posible la fructificación cristiana. La elección nos capacita y nos destina para dar fruto y para que ese fruto sea duradero.

         Hay frutos humanos muy duraderos, como una teoría científica, una filosofía, una obra maestra de literatura, una catedral, una sinfonía, una obra de arte... Pues bien, Jesús pretende que el fruto de sus elegidos tenga duración no sólo temporal, sino eterna. Pues el amor no pasa nunca.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 23/04/24     @tiempo de pascua         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A