24 de Abril

Miércoles IV de Pascua

Equipo de Liturgia
Mercabá, 24 abril 2024

a) Hch 12, 24-13, 5

         En aquella época, en la Iglesia fundada en Antioquia "había profetas y doctores". Desde un principio, las comunidades cristianas están estructuradas, y en ellas hay cargos y responsabilidades diferentes, atendiendo a las diferentes competencias de sus miembros y a las diversas vocaciones que el Espíritu Santo suscitaba.

         Los profetas eran cristianos especialmente capaces de discernir la voluntad de Dios en los acontecimientos concretos de la vida humana y de la historia. Por su parte, los doctores eran cristianos especialmente capaces de discernir la voluntad de Dios en las Escrituras, comentando el AT y el NT, que se estaba elaborando entonces. Ayúdanos, Señor, a comprender inteligentemente lo que quieres decirnos a través de las palabras de tu evangelio y de los demás textos sagrados.

         Y un día, "mientras estaban celebrando el culto del Señor y ayunando, dijo el Espíritu Santo". Imagino a esos hombres y mujeres, reunidos en casa de uno de ellos, en Antioquía. En aquella época no había lugares de culto, y sin embargo sí que "celebran el culto del Señor". Entonces ¿dónde y cómo lo hacían?

         Sabemos que su reunión constaba de 2 partes: una liturgia de la palabra (con lecturas de textos sagrados y salmos cantados) y una liturgia de la eucaristía (que terminaba con la comunión). Pero la cita añade "y ayunando", es decir, con "libre privación de alimento" que los primeros cristianos hacían regularmente como signo de sacrificio y penitencia por sus pecados.

         Pues bien, cierto día, y durante una de esas celebraciones (de culto y ayuno), "el Espíritu Santo les dijo". Realmente sorprendente, y no sólo por el papel que va cogiendo el Espíritu Santo en la Iglesia primitiva, sino porque éste se convierte en el actor principal (y casi único) que va animando a los cristianos y apóstoles.

         La comunidad de Antioquía no es una agrupación ordinaria más, sino un grupo consciente de poseer en su seno al Señor Jesucristo (vivo y resucitado), actuando y animando a su comunidad (la Iglesia) por el poder de su Espíritu. Los antioquenos son hombres semejantes a los demás, que se codean con sus paisanos (griegos y paganos) por las calles de Antioquía. Pero son hombres portadores de Dios, que están a la escucha de Dios y que se dejan mover por él. Son hombres conscientes de que ¡el Espíritu Santo les habla! y les pide que hagan ciertas cosas.

         "Separadme ya a Bernabé y a Pablo para la obra a la que los he llamado", sentenció el Espíritu Santo a aquellos profetas y doctores de Antioquía. Se trata del inicio de la gran misión de San Pablo, de la que saldrá la evangelización del mundo entero antiguo: Chipre, Asia Menor, la Jonia, Frigia, Macedonia, Grecia, el Egeo, el Peloponeso, Malta, Italia, el Imperio Romano occidental... El Espíritu Santo está en el origen de todo esfuerzo misionero.

         Después de volver a ayunar y orar, los presbíteros de Antioquía le "impusieron las manos" a Pablo. Como vemos, es la comunión presbiteral la que le envía a la misión, mediante el sello del sacramento. Y la comunidad la que acepta la responsabilidad de aquellos a los que envía ("sacrificándose y orando" por ellos). ¿Es misionera la comunidad a la cual pertenezco? ¿Sostengo yo, con mi oración y esfuerzo, a los que están "en contacto con los paganos"?

Noel Quesson

*  *  *

         Comienza el 1º de los 3 grandes viajes misioneros de Pablo, que llevará al apóstol a evangelizar la isla de Chipre y, tras ella, algunas regiones del sur de Asia Menor (Panfilia, Pisidia y Licaonia), entre el año 44 y 49. El sumario de Hechos (Hch 12, 24) destaca la paz y libertad para expansionarse que volvía a tener la Iglesia tras la muerte de Agripa I (Herodes III de Judea), acaso como efecto indirecto de las luchas entre judíos y procuradores. Con la vuelta de Bernabé y Saulo a Antioquía, tenemos ya en este centro de irradiación misionera a los protagonistas de la gesta que está a punto de comenzar.

         Los vv. 1-3 nos hablan de su elección para la misión a los gentiles, para pasar a continuación a describir la 1ª etapa del viaje: la isla de Chipre (vv.4-12), tras su embarque en Antioquía (y su Puerto de Seleucia). Sólo se mencionan sus trabajos en Salamina (este de Chipre) y Pafos (oeste de Chipre), con el doble episodio del mago Bar Jesús y la conversión del procónsul Sergio Pablo (respectivamente).

         Toda la misión sería facilitada por las numerosas colonias judías, establecidas en la isla desde los tiempos de Herodes I de Judea (el Grande). Tras su desembarco en Asia Menor (actual Turquía), procedentes de Pafos, Pablo y Bernabé se disponen a marchar a Antioquía de Pisidia para comenzar allí un nuevo campo de trabajo. Momento en que Juan Marcos les abandona y se vuelve a Jerusalén (vv.13-14).

         Decididamente, la Iglesia de Antioquía empieza a convertirse en el centro propulsor de la misión entre los gentiles. Mantiene todavía una activa comunión con la Iglesia madre de Jerusalén, pero empieza a trabajar ya con autonomía, y una total capacidad de iniciativa.

         El paso a los gentiles responde (según los antioquenos) a un acto de obediencia al Espíritu Santo (Hch 13, 2), y pronto empieza a encontrar antenas más sensibles al mensaje evangélico que en la propia patria judía. Para ello, la Iglesia de Antioquía empieza a poner en funcionamiento sus mejores carismas, y éstos empiezan a germinar en las áreas transfronterizas. Por su parte, los escritos de Lucas (también antioqueno) van a permanecer atentos a los "predicadores del mensaje" (Lc 1, 2), más que a los ministerios administrados.

         En la Iglesia de Antioquía, donde el vocabulario y los modelos ministeriales todavía estarían muy lejos de las formas que cristalizarían más tarde, los jefes de la comunidad se llaman "profetas y doctores", símbolo de la prioridad dada a la tarea evangelizadora en un mundo pagano. ¿No habría de ser así hoy?

         Por lo que toca a la "imposición de manos" (Hch 13, 3), en este caso parece poco adecuado pensar en una especie de consagración episcopal, así como tampoco en el Rito del Shaluah de las comunidades judías, cuando éstos enviaban delegados a la Diáspora judía (y les imponían las manos para "encomendarlos al favor de Dios para la misión" que iban a cumplir" (Hch 14, 26).

Fernando Casal

*  *  *

         En Antioquía, y en el transcurso de una celebración litúrgica, el Espíritu Santo designa a Saulo y a Bernabé para la gran empresa de evangelización del mundo gentil (que comenzarán por Salamina, en la isla de Chipre). Efectivamente, es en la celebración eucarística, y congregados en torno al altar, donde los cristianos experimentamos la actuación del Espíritu Santo, que impulsa y orienta nuestra vida (de testimonio cristiano) y que deja oír la voz de Cristo en el seno de la Iglesia. Oigamos a Nicetas de Remecian:

"¿Quién puede, pues, silenciar aquella dignidad del Espíritu Santo? Pues los antiguos profetas clamaban: Esto dice el Señor. En su venida Cristo aplicó esta expresión a su persona diciendo: Yo os digo. Y los nuevos profetas ¿qué clamaban? Lo mismo que Agabo profetizaba, y recuerda Hechos de los Apóstoles: Esto dice el Espíritu Santo. O lo que el mismo Pablo decía por carta a Timoteo: El Espíritu Santo dice claramente. Pablo fue segregado y enviado por el Espíritu Santo, y así está escrito" (El Espíritu Santo, 15).

         En Cristo nos ha bendecido Dios con toda clase de bendiciones espirituales. Por eso, agradecidos, alabamos al Señor con el Salmo 66 de hoy:

"El Señor tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro sobre nosotros y conozca la tierra tus caminos, todos los pueblos tu salvación. Que canten de alegría las naciones, porque tú riges el mundo con justicia y los pueblos con rectitud, gobernando así las naciones de la tierra. Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben. Que Dios nos bendiga, y le teman hasta los confines del orbe".

         Los caminos del Espíritu hemos de entenderlos siempre en perspectiva de fe. Así es como descubriremos el valor de frases como ésta: "Apartadme a Bernabé y Saulo".

Manuel Garrido

*  *  *

         La comunidad de Antioquía, misionera y abierta, se muestra llena de vida, y "la palabra del Señor cundía y se propagaba". Y no de forma anónima, pues Lucas nos trae los nombres de varios "profetas y maestros" (además de Bernabé y Pablo, que ejercen su ministerio). Por lo que se ve, las decisiones de esta comunidad se toman con intervención de todos los miembros de la comunidad.

         Pero entre todo eso, 2 personas destacan por iniciativa del Espíritu Santo: Bernabé y Pablo, que son enviados por la comunidad (a evangelizar) tras haber ayunado orado por ellos, y haberles impuesto las manos como signo de la donación del Espíritu Santo (que es el auténtico protagonista de la vida y acción comunitaria). Y es que cuando una comunidad cristiana, imitando el ejemplo de la de Antioquía, está unida y se deja animar por el Espíritu de Dios, es más fecunda en su apostolado misionero.

         Son muchas las muestras de buena salud que gozaba la Iglesia de Antioquía: su sentido de comunidad, las muchas personas dedicadas a la evangelización, su percepción universal de la misión y su disponibilidad a lo que podía hacer por anunciar al Señor Jesús, en medio de una sociedad pagana. Y siempre con un claro apoyo en la oración y la ayuda del Espíritu de Dios.

José Aldazábal

*  *  *

         En la 1ª parte del cap. 12 de Hechos se nos relataba la muerte de Santiago el Menor a manos del rey Herodes III de Judea (Agripa I, nieto de Herodes I el Grande, e hijo de Herodes II Antipas), a forma de flash introductorio a lo que va a contar a continuación: la presentación de Bernabé y a Saulo, como nuevos enviados por la Iglesia (en este caso de Antioquía) para llevar el evangelio a los extremos exteriores del mundo, al otro confín de Jerusalén.

         El texto de hoy comienza describiendo a la Iglesia de Alejandría, de la que nos dice que albergaba "profetas y maestros" en su interior, intérpretes de los oráculos bíblicos referentes al Mesías, que descifraban el contenido del kerygma e iluminaban las decisiones a tomar, de cara al futuro.

         Se trataba de hombres carismáticos, dotados de fuerzas y luces fuera de lo común, que la Iglesia de Antioquía aplicó a la edificación y crecimiento de la comunidad eclesial helénica (o pagana, en lenguaje de Lucas), así como a la formación de los recién convertidos.

         Se nos da una lista de 5 de estos personajes, sin distinguir a los profetas de los maestros, como si fueran carismas simultáneos para todos los miembros del grupo. Y se nos dice que cierto día que estos 5 estaban reunidos, en oración y ayuno, el Espíritu Santo se les apareció, y les ordenó que separasen a Bernabé y a Saulo para una obra especial. Eran el primero (Bernabé) y el último (Saulo) de la lista de los Cinco.

         La obra a la que los destina el Espíritu es una misión entre paganos (concretamente en Chipre y en Asia Menor). Y aunque no se nos da el relato de los hechos (que se nos darán en un siguiente relato), sí que se nos proporciona el plan que el grupo de los Cinco ha decidido ejecutar: Salamina y Pafos de Chipre, adentramiento en Asia Menor y ver qué pasa a la hora de evangelizar a los paganos.

         Efectivamente, Bernabé y Pablo son bajados de Antioquía a su puerto de Seleucia, y desde allí zarpan ambos hacia la isla de Chipre, desembarcando en Salamina y comenzando así la 1ª gran misión de la Iglesia. Se anota que llevan como asistente a Juan Marcos (algo no pedido por el Espíritu Santo, y que el Espíritu Santo se encargará de separar de la misión, en el puerto de Pafos).

         De la lectura podemos destacar varios elementos: la Iglesia de Antioquía ora y ayuna, mantiene la soberanía absoluta del Espíritu Santo, y toma las decisiones bajo el grupo de los Cinco. Se trata de una comunidad asentada en la voluntad de Dios, que no pone el más mínimo obstáculo a las mociones del Espíritu y que educa en la docilidad a sus misioneros, una vez que éstos se hayan puesto en camino.

Confederación Internacional Claretiana

*  *  *

         En el pasaje de hoy aparece la Iglesia de Antioquía, como una Iglesia reunida que envía al equipo misionero que ha elegido el Espíritu Santo. Se trata de una Iglesia responsable con la misión, que tiene claro dónde está su origen misionero: en el Espíritu Santo. Pues tanto al comienzo como al final de cada envío, se repite el ergon (lit. obra) del Espíritu, tanto a la hora de elegir a los misioneros "para la obra a la que los he llamado" (Hch 11, 2), como cuando éstos llegan y relatan "la obra que habían realizado" (Hch 14, 26).

         En la Iglesia fundada en Antioquía había "profetas y maestros", y no se habla para nada de presbíteros (como en la Iglesia de Jerusalén; Hch 15, 2). Se habla del grupo de los Cinco, que es el que llevaba el timón de las operaciones de Antioquía: Bernabé el Levita (originario de Chipre), Simeón el Negro (con el sobrenombre de Níger, lit. Negro), Lucio el Latino (procedente de la Cirenaica), Menahén el Judío (hermano de leche de Herodes III Agripa) y Saulo el Fariseo (natural de Cilicia). Como se ve, se trata de un equipo multicultural y diversificado.

         Hasta ahora tenemos 3 grupos dirigentes: los Doce (apóstoles de Jesucristo), los Siete (diáconos de Jerusalén) y los Cinco (profetas de Antioquía). Es el movimiento misionero del Espíritu Santo, que va estructurando a las comunidades de cara al crecimiento de la Palabra de Dios.

         Cierto día, que la comunidad de Antioquía estaba celebrando la Leitourgia to Kyrio (lit. Culto del Señor) y ayunando, el Espíritu se revela a la comunidad y manda "separar a Bernabé y Saulo para la obra" a la que los ha llamado. Con toda probabilidad, se trata de la conversión a los gentiles.

         La conversión de los gentiles es así la voluntad expresa del Espíritu Santo, para lo cual son separados y enviados directamente por el mismo Espíritu Santo. Bernabé y Saulo constituyen el equipo del Espíritu para la misión a los gentiles. Toda la comunidad hace ayuno y oración, luego imponen las manos a los misioneros y los envían (v.3). Esta ceremonia es interpretada por Lucas como un envío del Espíritu Santo (v.4). Vemos aquí cómo el Espíritu dirige directamente la misión de la helenista Iglesia de Antioquía.

Servicio Bíblico Latinoamericano

b) Jn 12, 44-50

         En la fiesta de la Dedicación del Templo Jesús ha decidido proclamar en medio de la gente el misterio de su persona. Es el enviado de Dios, viene de parte de Dios. Más aún: "El que me ve a mí, ve al que me ha enviado". Se trata, una vez más, de la gran disyuntiva: "El que me rechaza y no acepta mis palabras, ya tiene quien le juzgue", porque "lo que yo hablo lo hablo como me ha encargado el Padre". Jesús ha venido a salvar, y el que no le acepta, él mismo se excluye de la vida.

         Esta vez la revelación de su identidad (para la que en otras ocasiones se sirve de las imágenes del pan o del agua o del pastor o de la puerta) la hace Jesús con otra muy expresiva: "Yo he venido al mundo como luz, y así el que cree en mí no quedará en tinieblas".

         Se trata de la misma imagen que aparecía en el prólogo del evangelio ("la palabra era la luz verdadera"; Jn 1, 9) y en otras ocasiones solemnes ("yo soy la luz del mundo"; Jn 8, l). Pero siempre sucede lo mismo: "Los hombres amaron más las tinieblas que la luz" (Jn 3, 19). Es decir, que Cristo, como luz que es, sigue dividiendo a la humanidad. Pues también hoy hay quien prefiere la oscuridad y la penumbra, sabiendo que la luz les compromete y es capaz de poner en evidencia lo que hay, tanto si es bueno como malo.

         Nosotros, seguidores de Jesús, ¿somos hijos de la luz? ¿O todavía tenemos zonas en la penumbra, por miedo a que la luz de Cristo nos obligue a reformarlas? Ser hijos de la luz significa caminar en la verdad, sin trampas, sin subterfugios. Significa caminar en el amor, sin odios ni rencores, pues "quien ama a su hermano permanece en la luz" (1Jn 2, 10). La tiniebla es tanto dejarnos manipular por el error, como encerrarnos en nuestro egoísmo.

José Aldazábal

*  *  *

         El evangelista pretende llevar hoy a la conciencia del oyente qué es lo que estaba entonces en juego y qué es lo que sigue estando siempre en juego cuando se trata del evangelio. El evangelio es de una actualidad permanente. Por eso precisamente el oyente cristiano no puede ni debe darse por satisfecho por lo que le ocurrió a los judíos. porque eso mismo puede volver a suceder tanto hoy como mañana.

         Y es que el evangelio será siempre crisis para todo el mundo y para todos los hombres de todos los tiempos. Estas breves líneas del evangelio de hoy tienen una vigencia permanente, una importancia decisiva para todos los oyentes presentes y futuros.

         "Jesús exclamó", o según otros "levantó la voz". En todo caso, se trata de un clamor o grito de Jesús, que caracteriza siempre el discurso que sigue como un discurso de revelación, dirigido a la opinión pública del mundo. Debe resonar con fuerza el alcance de esta revelación de Cristo, de manera que a nadie se le pueda pasar por alto o la pueda olvidar.

         ¿Y cuál es el contenido de esta revelación? Sencillamente, el contenido fundamental del evangelio de Juan: el que cree en Jesús, no cree sólo en Jesús, sino que cree también en Dios, el Padre. Después de realizada la revelación de Dios en el Hijo, la fe en Cristo y la fe en Dios son para Juan la misma cosa. Son esa única y misma cosa, porque el Hijo y el Padre son uno.

         Por eso, para el cristiano, la última meta de la fe en Jesús no es un Jesús aislado en sí mismo, sino un Jesús que lleva hasta Dios. Jesús es la epifanía de Dios, de manera que quien ve a Jesús ve al Padre. En la persona de Jesús es Dios quien sale al encuentro del hombre. Con esto queda dicho que de ahora en adelante a Dios sólo se le puede ver y encontrar en Jesucristo.

         "Yo, la luz, y he venido al mundo para que todo el que crea en mí no siga en tinieblas", recuerda Jesús, pues como su evangelista recordará más tarde, "él era la luz verdadera que, viniendo a este mundo, ilumina a todo hombre".

         Desde la encarnación del mundo, la luz ya no es una metáfora o algo impreciso de sentido, sino Jesucristo en persona. Él es la luz que viene al mundo, el portador de la salvación para los hombres. La luz vino al mundo justamente para que brille este propósito divino de salvación universal (y esta es la paradoja de la fe) para que brille aun más esta voluntad salvadora de Dios en la oscuridad más profunda de la cruz.

         "Al que oiga mis palabras y nos las cumpla, yo no le juzgo porque no he venido para juzgar al mundo; sino para salvar al mundo". Porque Jesús es la más clara manifestación de esta voluntad salvadora de Dios, que llama a los hombres en lo más íntimo de sus conciencias a que acojan esta salvación de Dios que gratuitamente se les ofrece, justamente por esto al hombre se le brinda también la posibilidad de la pérdida de la salvación, de forma que lo que se le ofrece como salvación, se le pueda cambiar y de hecho se le cambia en juicio, cuando no cree.

         "El que me rechaza y no acepta mis palabras, tiene quien lo juzgue: la Palabra que yo he pronunciado, esa lo juzgará en el último día". La revelación no actúa como magia salvadora, y al hombre no se le puede privar del riesgo de su libertad histórica. Por eso conserva siempre una responsabilidad última sobre sí y su salvación. Por eso, quien no acepta a Jesús y sus palabras encuentra su juez en la palabra de Jesús.

         "La palabra que yo he pronunciado (recuerda Jesús), ésa lo juzgará en el último día". Es decir, que la palabra de Jesús se convierte en juez del hombre, como si se alzara contra él y señalara que entre este hombre y Jesús no hay comunión alguna, de modo que al rechazar la palabra de Jesús se rechaza y reprueba a sí mismo.

         El juicio del hombre no consiste en un acto externo y firme, sino que es un autojuicio. El hombre con su conducta pronuncia sentencia contra sí mismo, cosa que saldrá a relucir "en el ultimo día", pero cuyo tiempo de decisión es el momento presente. La decisión se da aquí y ahora entre fe e incredulidad. Lo que ocurrirá en "el último día" no será más que la manifestación pública de la decisión tomada aquí.

         Desde el principio hasta el fin de su actividad, Jesús no ha enseñado nada por su cuenta, independientemente del Padre. El Padre, que le ha enviado, es la fuente de cuanto ha dicho. Por eso necesariamente tiene que haber una coincidencia absoluta en el juicio último. La palabra de Jesús es la palabra del Padre.

         Que Jesús, nuestra luz, ilumine los obscuros recovecos de nuestro corazón para que no vivamos engañados y transforme nuestra vida en claridad cristiana que la haga transparente a los demás. Vosotros, los que veis, ¿qué habéis hecho de la luz? ¿Qué son los santos? Las vidrieras de las catedrales, hombres que han dejado pasar la luz.

Noel Quesson

*  *  *

         En el evangelio de hoy, Jesús grita. Y grita como quien dice palabras que deben ser escuchadas claramente por todos. Su grito sintetiza su misión salvadora, pues ha venido para "salvar al mundo" (Jn 12, 47), pero no por sí mismo sino en nombre del "Padre que me ha enviado y me ha mandado lo que tengo que decir y hablar" (Jn 12, 49).

         Todavía no hace un mes que celebrábamos el Triduo Pascual, y ¡cuán presente estuvo el Padre en la hora de la Cruz! Como escribió Juan Pablo II: "Jesús, abrumado por la previsión de la prueba que le espera, y solo ante Dios, lo invoca con su habitual y tierna expresión de confianza: Abbá, Padre". La importancia de esta obra del Padre y de su enviado, ya de por sí merece una respuesta personal por parte de quien escucha.

         Pues bien, en dicha respuesta está el creer (Jn 12, 44), y en eso consiste la fe. Una fe que nos da (por el mismo Jesús) la luz para no seguir en tinieblas. Por el contrario, el que rechaza todos estos dones y manifestaciones, y no guarda esas palabras "ya tiene quien le juzgue: la Palabra" (Jn 12, 48). Aceptar a Jesús es, entonces, creer, ver y escuchar al Padre. Y significa no estar en tinieblas, sino obedecer el mandato de vida eterna. Bien nos viene la amonestación de San Juan de la Cruz:

"El Padre todo nos lo habló junto y de una vez por esta sola Palabra. Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios, o querer alguna visión o revelación, no sólo sería una necedad, sino que haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, evitando querer otra alguna cosa o novedad".

Julio Ramos

*  *  *

         Para Jesús, la única manera de hacerse hijo de Dios es volverse transparencia de él, porque a pesar de ese gran amor que Dios siente por nosotros no se manifiesta de manera personal ante nosotros, todas sus manifestaciones las hace valiéndose de hombres o mujeres.

         El testimonio que trae Jesús a la humanidad es importante porque de él se puede aprender que lo el Padre desea no es tanto que creamos en él cuanto que nuestras acciones sean como las de su Hijo enviado. Es decir, que no debe resultar extraño que, como en toda empresa humana, en el camino hacia la construcción del Reino se vivan momentos de dificultad, de intenso amor, de bondad de las personas... y otros donde se perciba la revolución que produce su advenimiento. Lo que se aprecia en esta perícopa es la dificultad de la crisis.

         La generación contemporánea de Jesús pudo entender, gracias a su testimonio, que ser adherente al proyecto del reino de Dios significaba ser el centro de todas las críticas, y por ende, de las más abusivas injurias. Es por lo que las cualidades que se necesita tener introyectadas para entrar al Reino (gracia, amor, compasión, fraternidad y demás valores humanos) deben estar bien cimentados. De lo contrario la misma realidad se encargará de irlos desnudando si son falsos, y la conciencia será la única acusadora de las personas.

         Nuestras comunidades deben ser conscientes de que dentro de la opción por el Reino existen problemas difíciles de superar y sus crisis son el producto de la manera como sus realidades desnudan nuestros pecados. El juicio al que hacemos alusión no es el de tener que presentarse ante un juez, por lo cual vamos a estar viviendo siempre atemorizados; se refiere más bien al llamamiento al orden que nuestra conciencia nos hará.

Juan Mateos

*  *  *

         El pasaje del evangelio de Juan que hoy hemos leído pertenece al final del llamado Libro de los Signos (Jn 1-12), que precede al Libro de la Gloria (Jn 13-20). En este Libro de los Signos Jesús se ha ido revelando Jesús por medio de sus obras (los signos milagrosos, la predicación y los diálogos con diversos interlocutores), y algunos han creído en Jesús y se han adherido a él (mientras otros, la mayoría de los judíos, no han creído).

         Se trata de los preámbulos del gran drama de la Pasión, en el cual se nos revelará la gloria del Hijo de Dios, verdadero rey mesiánico de Israel, el Hijo del hombre escatológico, el Hijo de Dios entronizado a la derecha del Padre.

         Como una especie de balance de su obra, Jesús declara que creer en él es creer en quien lo ha enviado, y que verlo a él es ver a quien lo ha enviado, en una serie de temas que resonarán nuevamente en los discursos de despedida (Jn 13,20; 14,7-9). Nosotros creemos en Jesús, y lo vemos a través de sus palabras, a través de las palabras de la predicación de la Iglesia (para no perderlas en el mare magnum de las palabras humanas, o del internet).

         La palabra de Jesús, en cambio, es la Palabra de nuestra efectiva salvación. Por ella Dios creó al mundo (Gn 1, 1-2, 4), y ella se expresó en la ley para la salvación y vida del pueblo de Israel. Por dicha Palabra los profetas fueron enviados a declarar el justo juicio de Dios, y ahora dicha palabra de Dios se ha encarnado en Jesús, manifestando a todos lo que quiere manifestar el Padre.

         Esta es la Palabra que los judíos incrédulos no recibieron, pero que ilumina a quienes la acogieron. Palabra y luz son, pues, sinónimos en el mensaje de Juan, como una metáfora de la verdad que buscamos afanosamente, del sentido definitivo de nuestra existencia personal, de la existencia del mundo y de la respuesta a todos nuestros interrogantes.

         La Palabra no es otra que el mismo Dios, de quien el mismo Juan dice: "Dios es luz, y en él no hay tiniebla alguna" (1Jn 1, 5). Y no es otra que la jueza final del hombre, pues el propio Cristo dice que él no juzga a nadie (porque "no ha sido enviado a juzgar, sino a salvar") pero que sí lo hará su Palabra (dictando sentencia según se la haya creído, y seguido, o no).

         Nos acordamos del evangelio de Mateo en donde Jesús dice que seremos juzgados de acuerdo a nuestra actitud de amor y de servicio a nuestros hermanos necesitados: "Porque tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber" (Mt 25, 31-46). Ésta es la palabra de Jesús que nos reta, nos interpela y que, finalmente, nos juzgará, según la hayamos acogido o no.

Confederación Internacional Claretiana

*  *  *

         El evangelista nos presenta hoy a Jesús como un "juicio al mundo". El mundo es una expresión que denomina todas las creaciones humanas que están al servicio de un interés particular. La cultura, la ideología, las organizaciones políticas y sociales, conforman el mundo. Pero un mundo que no se identifica con la geografía del planeta, sino con las organizaciones humanas.

         Jesús representa un juicio a todas las organizaciones humanas. El testimonio que da de una vida auténtica es la mejor expresión de la voluntad divina. Su palabra, que es de plenitud y abundancia, surge como una mano que señala las organizaciones y las personas que se oponen radicalmente a la voluntad de Dios. Estas personas e instituciones se condenan a sí mismas, porque su ética contradice el imperativo de "amar al prójimo como a sí mismo".

         Al interior de la comunidad cristiana la palabra de Jesús se convierte en fuente de salvación. El nuevo mandamiento se ha instaurado con la única intención de favorecer la vida auténtica y plena de cada persona. La vida de la comunidad se convierte en testimonio ante el mundo entero. De este modo, no es la comunidad la que se refrenda a sí misma, sino que es Jesús mismo quien da un testimonio favorable.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         El evangelista Juan presenta hoy una larga exclamación de Jesús, que viene a expresar en voz alta lo que guarda su conciencia y lo que él quiere que se sepa: que él viene y habla de parte del que es su Padre, y Dios de aquellos a quienes dirige su palabra. Es decir, que viene como enviado de este Dios.

         En concreto, les decía Jesús: El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me ha enviado. Y el que me ve a mí, ve al que me ha enviado. Por eso, cuando Jesús reclama la fe (la fe en él), en realidad está reclamando la fe en Dios, puesto que él actúa como enviado del Padre.

         Además, si el Padre y él son uno, la fe en él ha de implicar necesariamente fe en el Padre. Aquí nos adentramos en el misterio de la Trinidad: Si Padre e Hijo son correlativos, creer en el Hijo es creer en el Padre y viceversa, pues no hay Padre sin Hijo, ni Hijo sin Padre.

         En conformidad con esta correlación, ver al Hijo es ver al Padre. El Hijo, en su condición de enviado, esto es, en su condición humana (porque sólo en esta condición es enviado), re-presenta de tal manera al Padre que verle a él es ver al Padre, invisible (en cuanto tal) pero representado (y visibilizado) por el Hijo.

         Jesús ha venido, pues, como enviado del Padre. Y en su condición de tal, es luz para ese mundo para el que ha venido, como él mismo recuerda: Yo he venido al mundo como luz. Esto tiene una inmediata repercusión, pues de lo que estamos hablando es de un mundo que está en tinieblas, del que se puede salir cuando se deja entrar la luz y se abren las aberturas (puertas y ventanas) necesarias para ello.

         Esta acción de abrirse a la luz, que llega de lejos, es lo que llamamos fe. Es lo que recuerda Jesús: El que cree en mí no quedará en tinieblas. Es decir, que la fe (en el que llega como luz) es un abrirse a la luz o un dejarse iluminar, lo cual acontece por la vía de la aceptación de su mensaje:

"Al que oiga mis palabras y no las cumpla, yo no le juzgo, porque no he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo. El que me rechaza y no acepta mis palabras, tiene quien lo juzgue: la palabra que yo he pronunciado, ésa lo juzgará en el último día".

         Hay palabras o enseñanzas que iluminan la mente más que la luz natural los ojos, y por la palabra del que es luz del mundo nos llega la luz. Pero para que esto suceda hay que acoger esa palabra dando fe a la verdad de la que es portadora. No se trata, sin embargo, sólo de oír, sino también de cumplir, pues se trata de una palabra que señala un camino e invita a recorrerlo para alcanzar un final (que es la meta del camino).

         El efecto de la palabra que ilumina la mente no acaba en esta iluminación, pero sí dispone a ajustar todas nuestras acciones a esa iluminación mental, dando coherencia a nuestra vida. No es sólo una palabra informativa, sino también performativa, que ilumina al informar. Pero el objetivo de la información es algo más que ofrecer conocimientos; es formar la voluntad e impregnar la sensibilidad de la persona iluminada.

         Dada la diversidad de la condición humana y su posibilidad de elección (libre albedrío), habrá quienes se abran a esta luz y quienes decidan permanecer cerrados a ella por considerarla extraña, o perniciosa, o peligrosa, o de origen poco fiable. Jesús, que no ha venido a juzgar al mundo, sino a salvarlo, no juzgará (según sus propias palabras) a los que deciden seguir encerrados en sus cavernas y no dejar paso a la luz.

         Semejante actitud, por supuesto, no quedará sin consecuencias, y también será sometida a juicio. No por Jesús, que no ha venido a juzgar (léase, condenar), pero sí por la palabra pronunciada por él, esa palabra que aporta luz y permite distinguir lo que esconden las tinieblas, poniendo al descubierto la verdad (de las cosas y de los corazones) y asignando a cada uno su lugar (que es el lugar elegido en razón de las propias opciones y acciones).

         Se trata de un juicio exigido por la verdad de las cosas, y no por la arbitrariedad de una voluntad superior. Una verdad que une lo que puede permanecer unido y que separa lo que no admite esta unión, como la luz y las tinieblas. De esta manera, el juicio no será definitivo hasta el último día, cuando se haga la claridad total y se pueda distinguir sin temor a equívocos entre la luz y las tinieblas, o entre el trigo y la cizaña.

         Esto es más una cuestión de verdad que de voluntad, y por eso dice Jesús que no les juzgará él, sino su palabra (la luz que pone al descubierto la realidad de las cosas, es decir, su verdad). Y esta realidad no es otra que la de unas naturalezas buenas y perfectibles (así fueron creadas) que disponen de capacidad para malearse, auto-engañarse y confundir el bien con el mal (la luz con las tinieblas), para creerse dioses siendo sólo hombres (= criaturas) y forjar su propio destino.

         Jesús remite su mensaje, en último término, a Dios Padre, del cual viene y por el cual habla: Porque yo no he hablado por cuenta mía; el Padre que me envió es quien me ha ordenado lo que he de decir y cómo he de hablar. Y sé que su mandato es vida eterna. Por tanto, lo que yo hablo, lo hablo como me ha encargado el Padre.

         Tanto el contenido del mensaje de Jesús, como el modo de expresarlo, dependen del encargo recibido de Dios Padre. El Padre es la fuente de esa luz que ha venido a iluminar al mundo en la persona de Jesucristo.

         A la obra creadora del Padre se añade ahora, pues, su acción iluminadora y salvífica. Pues la salvación no se entiende sin esta luz que alumbra el camino de la misma y que se hace realidad efectiva por la fe o apertura de la mente a ese resplandor. Que el Señor nos conceda y nos mantenga en esta apertura posibilitante del precioso bien de la salvación.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 24/04/24     @tiempo de pascua         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A