27 de Abril

Sábado IV de Pascua

Equipo de Liturgia
Mercabá, 27 abril 2024

a) Hch 13, 44-52

         El sábado que siguió a la predicación de Pablo en la Sinagoga de Antioquía de Pisidia, casi toda la ciudad se congregó para oír la palabra de Dios, y 8 días después la Buena Nueva había recorrido toda la ciudad. En el mercado, en las calles, en las tiendas, en las casas, entre los vecinos. Y todos, curiosos de saber más cosas, se reunieron alrededor de Pablo.

         Los judíos, al ver el éxito de Pablo, "se llenaron de envidia, y trataban de contradecir con blasfemias cuanto Pablo decía". Se trata de un viraje decisivo en la historia de la Iglesia, que obligó a los apóstoles, tras haber predicado hasta ahora a los judíos, a dirigirse preferentemente a los gentiles, por lo que se ve más receptivos.

         Entonces Pablo y Bernabé respondieron a los judíos, con valentía: "Era necesario anunciaros a vosotros en primer lugar la palabra de Dios. Pero ya que la rechazáis, y no os juzgáis dignos de la vida eterna, sabed que nos volvemos a los gentiles".

         El pueblo del AT había sido el elegido por Dios, es verdad. Pero no podía monopolizar la salvación de Dios, y ésta tenía que seguir extendiéndose a todos los pueblos (algo previsto y anunciado, por otra parte, por los mismos profetas). El Dios del universo ama a todos los hombres y quiere salvarlos a todos, y guardar para sí la gracia de Dios sería una aberración.

         Al oír esto, los paganos "se alegraron y se pusieron a glorificar a Dios". Pero los judíos "incitaron a mujeres distinguidas y a los notables del país, y promovieron una persecución contra Pablo y Bernabé". Pablo y Bernabé son expulsados de Antioquía de Pisidia por los que no aceptan la apertura hacia los paganos. ¡Perdón, Señor, por la cerrazón de nuestros corazones!

         En cuanto a los apóstoles, "sacudiendo ante ellos el polvo de sus pies, se fueron a Iconio", llenos de gozo y del Espíritu Santo. Es decir, hacen lo que había dicho Jesús: que no llevarán el polvo de Antioquía pegado a sus sandalias (Mt 10,14; Lc 10,11). Son expulsados, pero están "llenos de gozo y del Espíritu Santo". ¿Tengo yo en mi interior ese gozo, aun en mis fracasos?

         Cuando se cierra ante mí una camino ¿me siento llevado a buscar otra solución? Y todo esto con gozo, pensando que el Espíritu Santo se sirve también de mí para sus proyectos, aunque a mí me parezca aparentemente lo contrario. El gozo y el Espíritu de Dios van unidos.

Noel Quesson

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         Las primeras comunidades cristianas del mundo pagano no tuvieron ya como centro de vida espiritual el templo ni los sacrificios, sino las casas y los lugares de estudio y oración, en torno a las Escrituras y a la voz del Espíritu Santo.

         Cuando Pablo y Bernabé empiezan a predicar el evangelio no parten de cero, sino de su propia experiencia. Ellos han encontrado en Jesucristo al Dios que ha cumplido las promesas hechas a los patriarcas y profetas. Y es eso precisamente lo que llevan, como noticia gozosa, a las comunidades judías de la dispersión. Un ambiente que, por otra parte, Pablo conocía especialmente bien, ya que él mismo había nacido en Tarso (actual Turquía), muy lejos de su amada Jerusalén.

         Así pues, Bernabé y Pablo avanzan por el Asia Menor, enviados por el Espíritu Santo y acompañados del mandato y la oración de la Iglesia, con una noticia feliz: Dios ha enviado la redención a su pueblo, Dios ha cumplido su promesa. Una noticia que encuentra varios tipos de acogida, tanto de alegría (por parte de los paganos, que ni siquiera conocían el AT) como de perplejidad (por parte de los judíos, que deberían haber conocido mejor el AT), tanto de alabanza como de oposición. ¿Por qué?

         Una posible explicación es que la noticia, por decirlo así, llegó demasiado tarde para algunos (los judíos). Imaginemos un naufragio y pensemos que los marineros han llegado a acostumbrarse tanto a su bote salvavidas, que luego no quieren subir al barco que viene a rescatarlos. Pues acostumbrados al cargo de general en jefe del bote salvavidas, no están dispuestos a convertirse en simples náufragos ajenos, junto con sus compañeros de infortunio.

         Yo creo que esa es la clave de la desconfianza de los judíos hacia Pablo y Bernabé, que pronto dará paso a la envidia y a la persecución abierta. La consecuencia de todo esto, según esa comparación, sería obvia: la oposición al evangelio (barco de rescate) entre los judíos (abanderados del bote salvavidas).

         Pero atención, porque a nosotros nos puede suceder lo mismo. Pues el evangelio (o el mensajero) es como un barco que pasa fugazmente a nuestro lado, de paso y en el transcurso de su travesía. Y si no estamos a salvo por nuestra situación (por el pecado), no hay otra manera de salvarnos que subirnos a ese barco, dejando de seguir anclados a nuestro ruinoso bote salvavidas (que hace agua por todas partes).

Nelson Medina

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         En vista de la oposición suscitada por los judíos de Antioquía de Pisidia, Pablo declara que, puesto que ellos lo rechazan, se dedicará a los gentiles. Ante esto, los judíos declaran una persecución, y Pablo y Bernabé son expulsados. Tras lo cual, los apóstoles "parten a Iconio", aceptando con humildad y generosidad la palabra de Dios.

         Es el momento en que ambos quedan "llenos de la alegría del Espíritu Santo", pues descubren que han de seguir su camino adelante, no obstante las dificultades y la persecución. Como decía San Agustín:

"El vendaval que sopla es el demonio, quien se opone con todos sus recursos a que nos refugiemos en el puerto. Pero es más poderoso el que intercede por nosotros, el que nos conforta para que no temamos y nos arrojemos fuera del navío. Por muy sacudido que parezca, sin embargo en él navegan no sólo los discípulos, sino el mismo Cristo. Por esto, no te apartes de la nave y ruega a Dios. Cuando fallen todos los medios, cuando el timón no funcione y las velas rotas se conviertan en mayor peligro, cuando se haya perdido la esperanza en la ayuda humana, piensa que sólo te resta rezar a Dios" (Homilías, LXIII).

         Es lo que también repite San Juan Crisóstomo, a la hora de animarnos: "No desmayéis, pues, aunque se haya dicho que os rodearán grandes peligros, porque no se extinguirá vuestro fervor, antes al contrario, venceréis todas las dificultades" (Homilías del evangelio de Mateo, XLVI).

         Efectivamente, la persecución hace que el evangelio se extienda por otras partes, y se difunda por doquier el anuncio de la resurrección de Jesús. Esto es lo que motiva que la Iglesia cante y proclame la misericordia y la fidelidad del Señor, como hace hoy con el Salmo 97:

"Cantaré al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas. Su diestra le ha dado la victoria, su santo brazo. El Señor da a conocer su victoria, y revela a las naciones su justicia. Se acordó de su misericordia, y su fidelidad en favor de la casa de Israel. Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios. Aclama al Señor, tierra entera; gritad, vitoread, tocad".

         Cuando los gentiles oyeron la resolución tomada por Pablo, "se alegraron y alabaron la palabra del Señor, y los que estaban destinados a la vida eterna creyeron". Respuesta de gozo de los paganos, que acogieron el mensaje salvífico revelado a todos los pueblos. Y tristeza y cerrazón de mente por parte de los judíos, que no quisieron abrirse al lenguaje de los signos manifestados por Dios. ¡Iremos a hablar a quien quiera escucharnos, judíos y gentiles!

Manuel Garrido

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         Se ve que la predicación de Pablo en la Sinagoga de Antioquía de Pisidia convenció e interesó a muchos. Porque al sábado siguiente "toda la ciudad acudió a oír la palabra de Dios". Eso suscitó la envidia de los judíos, y éstos empezaron a insultar y contradecir a los apóstoles, haciéndoles imposible hablar en la sinagoga y llegando a enfrentar a la gente entre sí a causa de ello.

         Ante dicho panorama, Pablo y Bernabé toman la decisión que irán repitiendo en otras ciudades: si son rechazados por los judíos, predicarán a los paganos. Pero siempre siguiendo el mismo orden: "primero anunciaros a vosotros la palabra de Dios", y "si la rechazáis la predicaremos a los gentiles", que era para lo que Dios había elegido a unos (a los judíos del AT, en 1º lugar) y a otros (a Pablo, en 2º lugar).

         Ya en el Benedictus, Zacarías había anunciado a Jesús como "luz para alumbrar a las naciones", pues la historia, aunque parezca que va escribiéndose con líneas torcidas, está siendo escrita sabiamente por Dios, llenando de fe toda la tierra. Como ya prometía el salmo, que repetimos responsorialmente hoy: "Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios".

         La conclusión de Lucas la hemos oído varias veces: "Los discípulos quedaron llenos de alegría y de Espíritu Santo". Las andanzas de Pablo nos demuestran que cuando un cristiano tiene una convicción y está lleno de fe, nadie le puede hacer callar. Si no le dejan en la sinagoga, evangelizará a los paganos. Si no puede en la escuela, lo hará en las estructuras extra-escolares. Todo depende de si tiene algo que comunicar. Y ese era el caso de Pablo y sus compañeros, pues ni las persecuciones ni la expulsión les hacen desistir en su empeño misionero.

         No tendríamos que asustarnos demasiado, por tanto, de que la historia o las leyes civiles vayan poniendo cortapisas a la evangelización. Si la comunidad cristiana está viva, ya encontrará el modo de seguir anunciando a Cristo. Si no lo está, la culpa de su silencio y esterilidad la echarán a las leyes y a la persecución.

José Aldazábal

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         Durante los próximos 3 días escucharemos el relato de la misión de Bernabé y Pablo en la ciudad de Antioquía de Pisidia (hoy, en el corazón de Turquía). Los misioneros llegan a Antioquía de Pisidia, y el sábado van directamente a la sinagoga. En la sinagoga escuchan a Pablo tanto judíos como gentiles temerosos de Dios, y al sábado siguiente "se congregó casi toda la ciudad para escuchar la Palabra de Dios" (v.44).

         Este éxito de Pablo, posiblemente entre los gentiles temerosos de Dios, provoca la envidia de los judíos (posiblemente de los dirigentes de la sinagoga), que empiezan a contradecir con blasfemias cuanto Pablo decía.

         Este es el momento cumbre de todo el viaje, cuando Pablo y Bernabé, en forma valiente y solemne, hacen una declaración con carácter programático sobre el sentido de la misión: "Era necesario anunciaros a vosotros, en primer lugar, la Palabra de Dios. Pero ya que la rechazáis, nos volvemos a los gentiles" (v.46).

         La estrategia misionera de Pablo y Bernabé venía bien planificada desde antes de zarpar: predicar en 1º lugar a los judíos (para conseguir su cristianización, y que éstos siguieran luego evangelizando) y predicar en 2º lugar a los gentiles (o ignorantes, subordinándolos a la estructura bíblica judeocristiana). Pero el Espíritu Santo les desbarata ese plan, y obliga a Pablo a lanzarse directamente a los gentiles, ante la manifiesta negativa de los judíos a tomar parte en ese plan.

         Pablo justifica su vuelco a los paganos ante su manifiesta conversión, y elección por parte del Espíritu, a la luz de la palabra de Dios (Is 49, 6), que ahora Pablo atribuye a Cristo. Esta decisión de Pablo no significa que Pablo abandone la estrategia que le fue impuesta al zarpar, pero sí que hay que pasar al punto 2º si no se cumple el 1º, atendiendo principalmente a los procesos de conversión (judía) y vocación (pagana).

         En la próxima ciudad adonde vayan (Iconio), Pablo y Bernabé seguirán con este mismo proceder, asistiendo en 1º lugar a la sinagoga de los judíos (Hch 14, 1) y buscando la conversión de Israel. Y si su estrategia fracasa no es porque sea errónea, sino por culpa de los dirigentes judíos, o de algunos judíos incrédulos que la hacen fracasar.

         La gran novedad que Lucas nos presenta en Pisidia no es un cambio en la estrategia de Pablo, sino su vuelco hacia los gentiles, después que los judíos rechazan el evangelio. Pablo mantiene su estrategia original, pero empieza a volcarse con los gentiles de una manera especial, con plena conciencia y seguridad.

         Lucas subraya con fuerza lo positivo de este vuelco hacia los gentiles: "Los gentiles se alegraron y se pusieron a glorificar la palabra de Señor" (v.48). Y esto permitió que "la palabra del Señor se difundiese por toda la región" (v.49). A pesar de la expulsión de los misioneros, "los discípulos quedaron llenos de gozo y del Espíritu Santo" (v.52).

         La expulsión fue organizada por un "grupo de mujeres distinguidas", junto con "los principales de la ciudad" (por supuesto, incitados por los judíos). El dato es curioso pero real: la persecución fue ejecutada por la élite poderosa de la ciudad. Lo cual nos hace pensar que la predicación de Pablo pudo haber tenido algún que otro matiz (aparte del judío) de connotación económica (de opción por los despreciados) o social (de opción por los oprimidos).

Servicio Bíblico Latinoamericano

b) Jn 14, 7-14

         En el evangelio de hoy nos encontramos en el corazón mismo de la revelación que Jesús hace de su propia persona: su relación con el Padre. Surge a raíz de una pregunta de Felipe (el de las preguntas sencillas, y cuasi-evidentes) y conduce a una de las afirmaciones más decisivas de Jesús: "Yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Pues el Padre permanece en mí, y él mismo hace mis obras".

         Las consecuencias son riquísimas. En 1º lugar, que al Padre nadie le ha visto, pero el que ha visto a Jesús ya ha visto al Padre. Es decir, que el que acepta a Cristo, ya ha creído y aceptado al mismo Dios. Jesús es la puerta, el camino y la luz, y en él tenemos acceso a Dios Padre. También el éxito de nuestra oración queda asegurado: "Lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré". Tenemos en Jesús al mediador más eficaz, y su unión íntima con el Padre hará que nuestra oración sea siempre escuchada, si nosotros estamos unidos a Jesús.

         Nosotros (como Felipe) no hemos visto al Padre. Y (a diferencia de Felipe) tampoco hemos visto a Jesús. Por eso somos los dichosos de Jesús: "Dichosos los que crean sin haber visto". Porque hemos creído en él, le seguimos como al verdadero Maestro y le comemos como al verdadero Pan. Dejamos que él nos guíe con su verdadera luz, y recorremos su camino como único medio para llegar a Dios.

         En la eucaristía tenemos una experiencia sacramental de la presencia de Cristo Jesús en nuestra vida. Una experiencia que nos ayuda a saberle ver también presente a lo largo de nuestros días, convencidos de que, unidos a él, "también haremos las obras que él hace, y aún mayores", como hemos leído hoy.

José Aldazábal

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         Los apóstoles no acaban de creer que puedan ver al Padre de igual manera que ven a Jesús, y de ahí que Felipe lo pida hoy a Jesús: "Muéstranos al Padre" (v.8). Cristo responde que el Padre no es accesible a las miradas, sino a la contemplación, y que esta última se apoya en el signo por excelencia del Padre: el Hijo (v.10) y sus obras (v.11). Todavía falta descubrir el misterio del Hijo: percibir su relación con el Padre, su papel mediador, la significación divina de sus obras.

         Esta contemplación del Padre en la persona y la obra del Hijo se extiende además a las mismas obras del cristiano (v.12), que se convierte así en el signo de la presencia del Padre en el mundo. Y es en esta búsqueda del Padre donde la oración cristiana adquiere su verdadero significado (vv.13-14). Pedir "en el nombre de Jesús" equivale, efectivamente, a solicitar la presencia de Cristo en el actuar humano, a fin de que este último sea verdaderamente signo de la presencia de Dios en el mundo.

         El término Dios ha representado en las religiones antiguas, e incluso en ciertas filosofías clásicas, una realidad que "se bastaba a sí misma" y que "se mostraba evidente per se" (Aristóteles). Los apóstoles comparten esta opinión cuando solicitan ver al Padre.

         Ahora bien, el mundo secularizado de hoy pone en duda a este Dios de la filosofía y de la religión, y la creencia occidental en un Ser Supremo (que dirige los asuntos del mundo) se esfuma, y no llegan a exponerse datos objetivos sobre su persona, quedándose a lo sumo en un Dios científico (creador y organizador, como cosa abstracta e incognoscible).

         La respuesta de Cristo a los apóstoles es significativa: no les revela nada del Padre (porque para esto habría debido recurrir a los argumentos filosóficos), pero les remite al desvelamiento de Dios en él mismo: "Quien me ve a mí, ve al Padre".

         Desde entonces, creer en Dios o creer en el Padre es confesar que hemos sido conocidos, amados y redimidos por Otro que apenas conocemos, pero que obra por nuestra salvación y hace llamadas a nuestra responsabilidad. Es aceptar también otros modos de conocimiento que los de la inteligencia pura, que realzan las relaciones interpersonales. Es por esto por lo que la oración juega un gran papel en la relación del cristiano con el Padre, y por lo que la Palabra Dios es sustituida por la palabra Padre.

Maertens-Frisque

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         En todos los tiempos, en todos los lugares, las gentes hondas han querido ver a Dios, ver al que nos ve. Felipe, en el evangelio de hoy, también le dice a Jesús: "Muéstranos al Padre, y nos basta".

         Felipe recibe una respuesta sorprendente: "Quien me ha visto a mí ha visto al Padre". Porque Dios no es algo que está arriba, ni abajo. Está entre los hombres y tiene un nombre: se llama Jesús. Es un judío de Galilea, no de Arabia. Jesús es el rostro del Padre, la imagen acabada del Padre. Está entre nosotros, acompaña nuestra existencia, vela por nuestra vida, tiene compasión de los enfermos, atiende a los más desvalidos.

         Las gentes hoy se preguntan dónde está Dios. Allí donde hay hombre y mujeres que tienen la mirada limpia y el corazón pacífico, allí donde hay gente que vive en las manos de Dios, allí está Dios. "Dios anda entre los pucheros", decía Santa Teresa de Jesús. Dios anda entre las cosas de esta vida. No, Dios no guarda silencio. Dios está hablando constantemente. Otra cosa es que el hombre padezca sordera y no le oiga. ¿Lo oyes tú? ¿Lo ves tú?

Patricio García

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         El Padre está presente en Jesús. Y la petición que le hace Felipe ("Señor, muéstranos al Padre"; v.8) denota su falta de comprensión. Había visto en Jesús al Mesías que podía deducirse de la ley y los profetas (Jn 1, 43-45); no ha comprendido que Jesús no es la realización de la ley, sino del amor y la lealtad de Dios (Jn 1, 14.17). En el episodio de los panes (Jn 6, 5-7) no comprendía la alternativa de Jesús y todavía sigue en las categorías de la Antigua Alianza. Ve en Jesús al enviado de Dios (Jn 12, 13), pero no la presencia de Dios en el mundo.

         Jesús le contestó: "Tanto tiempo como llevo con vosotros, ¿y no has llegado a conocerme, Felipe? Quien me ve a mí está viendo al Padre" (v.9). Jesús le contesta con una queja, pues por lo visto su convivencia con él, ya prolongada, no ha ampliado su horizonte.

         La presencia del Padre en Jesús es dinámica (v.10), y a través de él ejerce su actividad. Las exigencias de Jesús reflejan las múltiples facetas del amor, lo concretan y lo acrecientan. Y por eso comunican espíritu y vida (Jn 3,34; 6,63), hacen presente a Dios mismo (Jn 4, 24) y formulan la acción del Padre en Jesús (y, por su medio, con los hombres).

         Entre Jesús y el Padre hay una total sintonía. El último criterio de identificación y sintonía son las obras. La obra de Jesús ha sido sólo un comienzo, el futuro reserva una labor más extensa (v.12). Las señales hechas por Jesús no son, pues, irrepetibles por lo extraordinario, sino que son obras que liberan al hombre, ofreciéndole vida. Con este dicho, Jesús da ánimos a los suyos para el futuro trabajo, pues la liberación ha de ir adelante.

         En efecto, Jesús ha cambiado ya el rumbo de la historia, y ahora le toca a los suyos continuar en la dirección marcada por él. Los discípulos no están solos en su trabajo ni en su camino, pues Jesús seguirá actuando con ellos.

         A través de Jesús, el amor del Padre (su gloria) seguirá manifestándose en la ayuda a los discípulos para su misión. La oración de la comunidad expresa su vinculación a Jesús (v.14); se hace desde la realidad de la unión con él y a través de él, pidiendo ayuda para realizar su obra.

Juan Mateos

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         El apóstol Felipe le formula hoy a Jesús una petición que cualquiera de nosotros podría suscribir: "Señor, muéstranos al Padre, y nos basta". La respuesta de Jesús es tan nítida como la petición: "Quien me ha visto a mí ha visto al Padre". Acerquemos este juego de pregunta-respuesta a nuestra situación.

         Empecemos por la petición de Felipe: "Muéstranos al Padre". Hace 3 semanas me hablaron de una experiencia que los monjes coptos ofrecen en las riberas del Nilo a las personas que "buscan a Dios". Sobre la arena, han construido un pequeño poblado semicircular con casitas individuales en torno a una casa central, de la que mana un surtidor de agua que, por pequeños canales, llega a cada una de las casitas, en las que se hospedan los peregrinos.

         El lugar se llama Anafora (lit. hacia arriba, en griego), la casa central representa a Cristo, y él es el agua viva que vivifica a todo el que allí se baña. Durante 15 días, en ese lugar se van despojando sus moradores de muchas cosas accesorias, y el desierto los empieza a confrontar con su misterio interior, en torno a una pregunta que tienen que ir vislumbrando: ¿Hay alguien ahí?

         Pero vayamos a la respuesta: "Quien me ha visto a mí ha visto al Padre". La casa central de Anafora simboliza a Cristo, y en él se hace visible el misterio invisible de Dios. Por eso necesitamos fijar nuestros ojos en él, absorber sus palabras y ponernos a sus pies.

         Sin Cristo, la búsqueda de Dios naufraga en el mar de la subjetividad. Si tenemos alguna duda al respecto, examinemos nuestras etapas de alejamiento del Maestro. ¿Qué fe ha surgido? ¿Qué experiencia de Dios? El tesoro de Cristo no se impone, sino que se propone mediante el testimonio, y en su momento a través de la palabra.

Gonzalo Fernández

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         Hoy la Iglesia nos invita a considerar la importancia que tiene, para un cristiano, conocer cada vez más a Cristo. ¿Y con qué herramientas contamos para hacerlo? Con diversas, como la lectura atenta y meditada del evangelio, nuestra respuesta personal en la oración, nuestro esfuerzo en pro de un verdadero diálogo de amor (y no un mero monólogo introspectivo), y el afán renovado por descubrir diariamente a Cristo en nuestro prójimo más inmediato.

         "Señor, muéstranos al Padre", pide Felipe a Jesús (Jn 14, 8). Una buena petición para que la repitamos durante todo este sábado: "Señor, muéstrame tu rostro". Y para ello, podemos preguntarnos: ¿Cómo es mi comportamiento? ¿Ven los demás en mí el reflejo de Cristo? ¿En qué cosa pequeña podría luchar hoy?

         A los cristianos nos es necesario descubrir lo que hay de divino en nuestra tarea diaria, la huella de Dios en lo que nos rodea. En el trabajo, en nuestra vida de relación con los otros. Y también si estamos enfermos: la falta de salud es un buen momento para identificarnos con Cristo que sufre. Como dijo Santa Teresa de Jesús, "si no nos determinamos a tragar de una vez la muerte, nunca haremos nada".

         El Señor del evangelio nos asegura: "Si pedís algo en mi nombre, yo lo haré" (Jn 14, 13). Dios es mi Padre, que vela por mí como un Padre amoroso, y que no quiere nada malo para mí. Todo lo que pasa (todo lo que me pasa) es que tengo que santificarme, y eso con los ojos humanos no se ve, ni mucho menos se comprende. Pero es lo que Dios tiene predeterminado, y por eso va permitiendo que todo suceda así. Fiémonos de él de la misma manera que él se fía de nosotros.

Iñaki Ballbé

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         Los cristianos nos atrevemos a afirmar y anunciar que hemos visto el rostro del verdadero Dios. Que él nos ha mostrado su amor paternal en la persona de Jesús quien pudo decir: "El que me ha visto a mí ha visto al Padre".

         Nosotros afirmamos, y creemos, que la palabra de Jesús es la misma palabra definitiva de Dios, que sus obras son las que Dios le ha encomendado hacer, y que ahora Jesús, constituido en gloria a la derecha del Padre, es la imagen verdadera y perfecta de Dios. Esto lo afirmamos y creemos apoyándonos, entre otras, en palabras como las que Jesús ha dirigido hay a sus apóstoles en el cenáculo.

         En las palabras de Jesús (en su evangelio) vemos colmadas nuestras expectativas: el anhelo de justicia y de verdad, de belleza y de amor, de vida y felicidad... Y en ellas encontramos razones más que absolutamente válidas para luchar por la dignidad de los seres humanos (pisoteada por los poderes del mundo), para reclamar amor allí donde hay egoísmo. Incluso sabemos que podemos dirigir nuestra voz a Jesús glorificado, apoyándonos en su promesa: "Lo que pidan en mi nombre yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo".

Confederación Internacional Claretiana

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         Jesús reafirma la necesidad de reconocer en él al Padre. Y la petición de Felipe ("Señor, déjanos ver al Padre"), responde con otra pregunta: "¿Y todavía no me conoces, Felipe?". El conocimiento que pide Jesús a Felipe es algo más profundo que una mirada superficial o a la mera apariencia física. Se trata de pasar de un pensamiento lógico, racional y frío, a un pensamiento que involucre otras dimensiones, que tenga ojos para la realidad interior que encierra lo simbólico de la historia y la cultura. Sólo así se capta qué Dios se revela en Jesús y cómo la corporalidad de Jesús es sacramento.

         Esta es la mirada de fe que pide Jesús a Felipe en su momento. Se necesita entonces una disposición mental, afectiva y espiritual que involucre todos los valores del ser humano, incluida su corporeidad, su afectividad, su sensibilidad, su cultura. Para aceptar a Jesús como sacramento del Padre, la fe en Dios presupone y necesita de una mentalidad global, totalizadora, que supere la dualidad cuerpo-espíritu.

         Nuestra sociedad, marcada por un pensamiento dual, ha creado ámbitos donde prima lo espiritual sobre lo material, y de esta manera se sataniza lo que tenga que ver con lo físico. Se demoniza el cuerpo (según Pablo "templo del espíritu") y éste pasa a convertirse en motivo de discriminación y rechazo. Es decir, se termina negando la cultura.

         Jesús se propone a sí mismo como mediación a través de sus obras. Hay aquí una valoración del cuerpo como lugar teológico en el que se descubre a Dios, desde el que se dialoga con Dios y desde donde es posible participar y contribuir activamente en la construcción de una nueva sociedad: "El que cree en mí hará también las obras que yo hago" (v.12).

         Se trata de la visión integral (Dios-naturaleza-vida) más profunda de nuestra cultura occidental. Una visión que, valorada en su justa medida, podría ser el mejor de los aportes a los pueblos profundos de nuestro mundo de hoy, tan aquejado de problemas y faltas de solución.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         Jesús tenía el nombre del Padre constantemente en la boca, y ya sabemos que "lo que rebosa del corazón lo habla la boca". Pero penetrar en el dominio del Padre (Dios) es para el hombre entrar en el terreno de lo ignoto. No es extraño, por tanto, que al aludir al conocimiento del Padre, Felipe le diga hoy: Señor, muéstranos al Padre y nos basta. Y eso que Jesús les había dicho unos meses antes que si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre.

         Semejante aseveración no convence a Felipe, que espera una mostración más directa de Dios. Al parecer no le basta con haber conocido y haber visto a Jesús. En Jesús ve a un hombre extraordinario, pero Dios sigue oculto a su mirada. Por eso le pide "muéstranos al Padre", porque a él no le bastaba que se mostrara a sí mismo con todo su poder y misericordia, ni que se presentara como enviado del Padre. Sólo si le mostraba al mismo Padre, Felipe quedaría satisfecho.

         He aquí la exigencia, expresada en forma de petición, de Felipe. Ante la cual, Jesús replica: Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú "muéstranos al Padre"? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? El Padre que está en mí, él mismo hace las obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Si no, creed a las obras.

         Jesús se concibe de tal manera identificado con el Padre, que entiende que verle a él (que está patente a toda mirada) es ver al Padre (que permanece oculto a toda mirada terrestre). Él es la muestra humanada del Padre, su reproducción cabal en este mundo. Y en él es posible ver el poder, la sabiduría y la bondad del Padre, aunque en un contorno humano (pues Jesús no puede desprenderse de su humanidad, cuando se deja ver o cuando obra a la vista de sus coetáneos).

         Semejante identificación no consiste en una confusión personal, pues el Hijo y el Padre son dos personas distintas. Sino que consiste en una mutua implicación o inhabitación: Yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Estos son los términos en los que se expresa Jesús. De tal manera está el Padre en él que verle a él es ver al Padre. Y el Padre está en él porque él está en el Padre. Este mutuo estar, que brota del común ser, es también una implicación en el operar.

         Las obras que hace Jesús son al mismo tiempo las obras que el Padre hace en él. Y ello es posible porque está y permanece en él. En las obras de Jesús se trasparenta (= se deja ver), pues, el operar divino. Por eso, viendo tales obras se puede advertir la presencia o la mano del artífice divino que las realiza junto con el agente humano. Y esto permite creer en tal presencia escondida a la mirada (corporal) humana.

         De ahí que Jesús remita a sus obras como medio de credibilidad, ya que ellas muestran el poder y la bondad del mismo Dios Padre. Son obras que están gritando la presencia activa de Dios en Jesús, o del Padre en el Hijo humanado. De hecho, Jesús parece conceder un mayor poder de persuasión a sus obras que a sus palabras: Si no me creéis a mí, creed al menos a mis obras.

         Jesús no deja de encontrarse nunca con la incredulidad humana, presente incluso entre sus discípulos más próximos, que siguen reclamando una y otra vez: Muéstranos, muéstranos a ese de quien nos hablas con tanta familiaridad y que a nosotros nos resulta desconocido; anticípanos algo de eso que nos prometes; haz algún signo para que creamos en ti.

         La necesidad de ver (para creer) es una exigencia tan arraigada en el corazón humano que parece no podemos prescindir de ella. Sin embargo, ¡cuántas veces nos vemos obligados en la vida ordinaria a dar fe a lo que no vemos, o a confiar en quienes no sabemos si merecen nuestra confianza!

         Os lo aseguro, concluye Jesús en este pasaje: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores. Porque yo me voy al Padre; y lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré.

         Jesús parece transmitir su poder de obrar maravillosamente a sus seguidores, de tal manera que el que crea en él obtendrá la capacidad de obrar de modo semejante o incluso superior. Podrá hacer obras aún mayores, y ello en razón de su intervención junto al Padre. Jesús se compromete a hacer lo que sus creyentes pidan en su nombre.

         Jesús concede a sus seguidores la capacidad de obrar como a él le concedió su Padre, y esto ha tenido su realización histórica en los numerosos milagros que se han producido a lo largo de los tiempos, a través de los apóstoles o a través de los diferentes santos de las diferentes épocas históricas.

         Ellos han actuado en nombre de Jesús, han invocado la fuerza de su Espíritu, no han perseguido ninguna rentabilidad económica o política, y lo que realmente les ha movido es lo mismo que movía a Jesús: curar por compasión. Ellos creyeron firmemente en la fuerza de la fe, que era la misma fuerza de Dios.

         Aparte de estas obras mayores, que son prodigios de difícil explicación natural (que solemos llamar milagros), están las numerosas y constantes obras de misericordia que el creyente realiza en nombre de Jesús.

         Aquí, en su nombre viene a significar "en su representación", es decir, haciendo presente al mismo Cristo que sigue actuando por medio de las manos y boca de su representante. De este modo, y en virtud de estas obras, el Padre será glorificado en el Hijo, porque en tales obras (ya sean ordinarias o extraordinarias) se reconocerá la acción del Padre y del Hijo.

         Pero el hacer supone el pedir, como la oración supone la fe. Jesús hará si pedimos, y no pediremos si no tenemos fe en la capacidad de Dios para intervenir en los fenómenos de nuestro mundo, sin por ello tener que alterar leyes naturales.

         Sólo Dios conoce a fondo su creación y sus virtualidades, esas que los científicos van descubriendo paulatinamente con tanto esfuerzo y constancia. La petición hecha con fe tendrá siempre efecto, aunque éste no sea necesariamente el pretendido por el peticionario (pues aquí interviene también la sabiduría y la voluntad del que hace posible la realización de la súplica).

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 27/04/24     @tiempo de pascua         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A