26 de Abril

Viernes IV de Pascua

Equipo de Liturgia
Mercabá, 26 abril 2024

a) Hch 13, 26-33

         Continuamos hoy la lectura de la homilía hecha por Pablo en la Sinagoga de Antioquía de Pisidia: "Hermanos, hijos de la raza de Abraham, y cuantos entre vosotros adoráis a Dios". Al principio y en la 1ª época del ministerio de Pablo, éste se dirige a los judíos y a los que "temen a Dios". Más tarde, y a causa del rechazo y persecución judía, éste se verá obligado a no abandonar de táctica, pero sí dirigirse con mayor énfasis a los gentiles.

         "Los habitantes de Jerusalén desconocieron a Jesús", continúa diciendo Pablo, así como "no entendieron las palabras de los profetas que se leen todos los sábados". Efectivamente, los judíos no se sentían responsables porque no "escuchaban de veras" la palabra de Dios. ¡No basta, pues, con leer u oír los textos, ni con haber estado presente físicamente en la sinagoga! Pues se puede ser practicante y, a la vez, desconocedor de Jesús. Se puede estar presente cada sábado y fallar en lo esencial. Pues lo esencial no es asistir sino conocer a Jesús, y dejarse conducir por él.

         Entonces, continúa Pablo, los judíos "pidieron a Pilato que le hiciera morir". Tras lo cual lo pusieron en el sepulcro, y Dios "lo resucitó de entre los muertos". He ahí una especie de Credo resumido, formulado a base de hechos históricos.

         Esto nos viene a decir que el cristianismo no es una ideología, sino un movimiento histórico y geográfico: eso sucedió allí, en aquel preciso instante. De Jerusalén a Antioquía de Pisidia, de los testigos de la 1ª hora (los galileos) hasta nosotros. Y siempre con el mismo Credo, recibido, repetido y vivido. ¡Ayúdanos, Señor, a ser fieles, a ser testigos, a ser uno de los eslabones de la transmisión de la fe!

         Tras lo cual, Pablo terminó su sermón: "Os anunciamos, pues, la buena nueva: la promesa hecha a nuestros padres, Dios la ha cumplido en favor nuestro, resucitando a Jesús". Jesús es la culminación de la Biblia, la terminación del proyecto de Dios que leían esos judíos en sus sinagogas, el hombre que resucitó, el hombre que vive en la gloria del Padre, ¡la buena noticia!

         ¿Qué haré yo hoy, para vivir esa buena nueva? ¿Cómo repercute la resurrección en mi vida? Concédeme, Señor, saber comunicar esta buena noticia: "¡Dios ha actuado en favor nuestro!", él "¡ha cumplido sus promesas!", él "¡ha resucitado a Jesús!". Señor, transfórmanos en alegres mensajeros, y que cada practicante salga de misa con deseos de comunicar todas esas maravillas.

Noel Quesson

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         San Pablo evoca hoy en Antioquía de Pisidia la condena a muerte de Jesús en Jerusalén, y la subsiguiente resurrección de la que fueron testigos los apóstoles. Así se han cumplido las promesas hechas por Dios y las profecías. El plan salvífico se lleva a cabo mediante el cumplimiento de las Escrituras, y constantemente se están cumpliendo en nosotros, sobre todo con la celebración eucarística. De este modo hemos de ser continuadores de los apóstoles, y seguir proclamando este mensaje de salvación.

         San Juan Crisóstomo llama a las Sagradas Escrituras "cartas enviadas por Dios a los hombres" (Homilía sobre el Génesis, 2). San Jerónimo, por su parte, exhortaba a un amigo suyo con esta recomendación: "Leed con mucha frecuencia las divinas Escrituras; es más, nunca abandonéis la lectura sagrada" (Cartas, LII). La Iglesia lee en la celebración eucarística las Escrituras tanto del AT cuanto del NT, y allí encontramos los cristianos las promesas realizadas en Cristo Jesús, como él mismo dijo a sus discípulos y luego estos empezaron a proclamar.

         El Salmo 2 de hoy se refiere a la entronización de un rey de la dinastía davídica. Se trata de un salmo mesiánico, y la Iglesia lo ha referido a Cristo, pues en él se cumplen las promesas de Dios y las profecías sobre su resurrección:

"Yo mismo he establecido a mi rey en Sión, mi monte santo, y he proclamado el decreto del Señor: Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy, y te daré en herencia las naciones, en posesión los confines de la tierra. Los gobernarás con cetro de hierro, los quebrarás como jarro de loza. Y ahora, reyes, sed sensatos, y escarmentad los que regís la tierra. Servid al Señor con temor".

         En la historia de la Iglesia, nadie iguala el trabajo, el celo evangelizador, la reflexión teológica y la capacidad de sacrificio que demostró San Pablo. Pero se trata de un hombre que siempre repitió lo mismo: en Jesús se han cumplido las profecías, y en él tenemos todos la salvación. La fe inquebrantable en Cristo es la palanca que mueve todas sus acciones y mantiene en pie su misión, a pesar de las debilidades. Siempre con él y en él.

Manuel Garrido

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         En la 2ª parte de su discurso en la Sinagoga de Antioquía de Pisidia, Pablo afronta directamente la cuestión: a ese Jesús, a quien Dios envió como el Mesías esperado, el pueblo judío no lo ha sabido reconocer. Más aún, las autoridades de Jerusalén lo llevaron a la muerte. Pero Dios le resucitó.

         Pablo se atreve, por tanto, a anunciar gozosa y claramente: "La promesa que Dios hizo a nuestros padres, la ha cumplido a los hijos, resucitando a Jesús". Y lee como referidas a Jesús las palabras que el Salmo 2 de hoy pone en labios de Dios: "Tú eres mi Hijo, Yo te he engendrado hoy".

         Nosotros deberíamos seguir el ejemplo de Pablo en nuestra tarea evangelizadora, y con una oportuna pedagogía captar el interés de sus oyentes. Pero sin muchos rodeos, y pasando rápidamente a anunciar lo fundamental: Jesús es el Hijo de Dios, el Salvador que da sentido a la vida. Pues a veces damos demasiados rodeos, por miedo a que el niño o el joven de hoy no acepte el mensaje que Dios tiene para él. 

         Por supuesto, también es necesario que nos adaptemos a los oyentes (como hacía Pablo, según se tratara de judíos o de paganos), y que respetemos la preparación y el trasfondo cultural que cada persona tiene (como hacía Pablo a la hora de recordar la historia de Israel a los judíos). Pero evangelizar significa "narrar el evangelio" de Cristo. Y si estamos convencidos de él, no deberíamos tener miedo a proclamarlo, y mucho menos a todos aquellos que más lo pueden necesitar.

José Aldazábal

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         El libro de los Hechos nos presenta hoy a Pablo predicando en la Sinagoga de Antioquía de Pisidia (en la Anatolia turca), al tiempo que percibimos que Juan Marcos ya no está presente con Bernabé y Pablo (posiblemente por los recelos que el 1º había mostrado en la isla de Chipre).

         Como se ve, lo 1º que hacen los apóstoles es predicar a los judíos en su sinagoga, para que éstos sean los primeros en escuchar el mensaje. Y en cuanto a los judíos, vemos que entre ellos hay de todo, creyendo a Pablo algunos y rechazando el mensaje la mayoría. Tras la predicación a los judíos, Pablo empieza a dirigirse también a los paganos, en una especie de método misionero.

         La predicación de Pablo comienza con una síntesis de la historia de la salvación (Hch 13, 16-25), que la liturgia ha omitido para concentrarse en la parte final del discurso: la afirmación rotunda de que la salvación ha sido obrada por Dios en Jesucristo, muerto y resucitado. A continuación, Pablo invita a todos a abrazar la fe, aludiendo para ello al kerygma o núcleo esencial de la fe: la vida, muerte y resurrección de Jesucristo, con una mención especial a las apariciones del Resucitado (que aquí no se especifican).

         El autor de Hechos había recogido, seguramente, tradiciones muy firmes sobre la predicación de los apóstoles, sobre las cuales él creó un poco artificiosamente estos discursos que pone en boca de sus personajes. Decimos esto como respuesta a quien pueda preguntase por la forma como se conservó el recuerdo de tales predicaciones, en una época que no conocía todavía los actuales medios de grabación, y en un medio que probablemente no podía permitirse el recurso a estenógrafos profesionales.

         Para nuestra edificación debemos destacar el ardor misionero de los apóstoles, que no merma a pesar de las largas distancias que tienen que recorrer, ni de las hostilidades que enfrentaron a lo largo de sus correrías. San Pablo nos enseña, además, que es Jesucristo el centro de la fe cristiana, y que su muerte y resurrección son el fundamento de nuestra fe. Muerte que fue por nosotros, para perdonar nuestros pecados. Resurrección que corroboró su enseñanza, y reveló a los discípulos su gloria de Hijo de Dios.

Confederación Internacional Claretiana

b) Jn 14, 1-6

         En el discurso de la Ultima Cena, Jesús anima a los suyos pensando ya en lo que pasará después de la Pascua. Se está presintiendo ya la despedida, y ¿qué será de los discípulos después de la marcha de Jesús? Ante todo les invita Jesús a que no tengan miedo: "No perdáis la calma; creed en Dios y creed también en mí". Él se va, pero eso les conviene, pues se va para prepararles sitio (¡el premio!). Ellos también están destinados a ir a donde va él, a "las muchas estancias que hay en la casa del Padre".

         Durante estas semanas hemos oído decir a Jesús que él es el pan, la puerta, el pastor, la luz... En el caso de hoy, Jesús nos dice que es "el camino", respondiendo así a la interpelación de Tomás, que le había dicho: "No sabemos a dónde vas. ¿Cómo podemos saber el camino?". En su respuesta, y como siempre, Jesús llega al Yo soy: "Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Y nadie va al Padre, sino por mí".

         Al igual que había dicho que él es la puerta (por la que hay que entrar), ahora dice que es el camino (por el que hay que seguir), para llegar al Padre y a la vida verdadera. Además, las categorías de verdad y de vida completan la presentación de la persona de Jesús.

         En la Pascua es cuando más claro vemos que Cristo es nuestro camino. Pero ¿de veras seguimos con fidelidad rectilínea el camino central, que es Jesús? ¿O a veces nos gusta probar otros caminos más atractivos, o más fáciles de seguir?

         La meditación de hoy debe ser claramente cristocéntrica. Al yo soy de Jesús le debe responder nuestra fe y nuestra opción siempre renovada y sin equívocos, conscientes de que fuera de él no hay verdad ni vida, porque él es el único camino.

         Todo esto, que podría quedarse en palabras muy solemnes, debería notarse en los mil pequeños detalles de cada día, y sería una señal de que de veras intentamos seguir el estilo de vida de Jesús en nuestro trato con los demás, en nuestra vivencia de la historia, en nuestra manera de juzgar los acontecimientos. Cristo es el que va delante de nosotros, y seguir sus huellas es seguir su camino.

         La eucaristía es nuestro "alimento para el camino", y eso es lo que significa la palabra viático (que solemos aplicar a los moribundos, pero que está pensado para los vivos y las vías-caminos de la vida). Celebrar la eucaristía, escuchando la palabra de Cristo y recibiendo su cuerpo y su sangre, supone que durante la jornada caminamos gozosamente tras él, dejando que nos "enseñe sus caminos".

José Aldazábal

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         "En la casa de mi Padre hay muchas estancias", nos dice hoy Jesús. Estamos en pleno discurso de la Ultima Cena, tras haber anunciado su muerte,  la traición de Judas y las negaciones de Pedro. Unos anuncios que han creado un clima de tristeza, y tras los cuales Jesús invita a la confianza, comenzando a anunciar el futuro de vida que su muerte comporta.

         El motivo de la confianza es que Jesús ha venido al mundo no como una aventura personal sino para asociar con él a sus discípulos. Todo el evangelio de Juan está lleno de referencias a esta unión de Jesús con los suyos. Una unión que se realiza ahora (cotidianamente, por el Espíritu) pero que tendrá una plenitud en la parusía (cuando vuelva Jesús).

         La pregunta de Tomás ("Señor, ¿cómo podremos saber el camino?") muestra la proverbial incomprensión de los discípulos respecto a todo lo que Jesús les está enseñando. Jesús ha explicado muchas veces que él ha venido y que volverá al Padre, y que el camino que le queda por delante es la entrega de su vida, por amor y hasta la muerte. Por ello, los discípulos ya tendrían que saber el camino a seguir (la entrega por amor, hasta la muerte). Pero ellos aún no lo han entendido, o no han querido entenderlo así, y por eso preguntan.

         En su respuesta Jesús se presenta a sí mismo como camino, y les repite lo mismo de siempre: el que se una a él y haga como él, irá al Padre. Pero añade aún un nuevo paso: él es la verdad (es decir, la auténtica realización humana), porque manifiesta y hace lo que Dios es y quiere. Y es la vida (es decir, la plenitud del ser hombre) porque culmina todo sentido de la existencia, la superación de todo mal y la victoria sobre la muerte. En él, pues, está todo lo que es el Padre; y él es la única manera de llegar al Padre.

Josep Lligadas

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         Posiblemente para los apóstoles podría haber habido confusión en cuanto a dónde se dirigía Jesús, pero para nosotros esto está totalmente claro tras la experiencia de la resurrección. Sabemos que él fue y está en el Padre (es decir, en el cielo) y que ese es precisamente el lugar donde tenemos preparada nuestra verdadera morada. Sin embargo, la pregunta de Tomás es todavía actual en algunos de nosotros: "¿Cual es le camino para llegar adonde tú vas?".

         Jesús nos responde de nuevo: "Yo soy el camino". El camino para llegar al cielo es una vida vivida en Jesús, con Jesús, de acuerdo a Jesús, para Jesús y desde Jesús. San Pablo lo resume en "vivir en Cristo", de manera que "ya no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí".

         Se trata de un proceso de despojarse del hombre viejo, del hombre que quiere vivir en sí mismo, para sí mismo y desde su propio egoísmo. El camino es revestirnos de Jesús, y buscar como lo dice Pablo ("tener las mismas actitudes de él, que siendo Dios se rebajó hasta hacerse semejante a nosotros") y Pedro ("seguir las huellas de nuestro pastor"). Si verdaderamente queremos llegar un día a habitar el lugar preparado por Jesús para cada uno de nosotros... ya sabemos cual es el camino. Que la resurrección de Cristo llene de amor vuestro corazón.

Ernesto Caro

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         En el evangelio de hoy Jesús nos invita a la calma, pues la serenidad y la alegría fluyen de su corazón (resucitado) hasta el nuestro (agitado e inquieto), zarandeado muchas veces por un activismo tan enfebrecido como estéril.

         En efecto, son los nuestros los tiempos de la agitación, el nerviosismo y el estrés. Tiempos en que el "padre de la mentira" (Satanás) ha inficionado las inteligencias de los hombres haciéndoles llamar bien al mal y mal al bien, dando luz por oscuridad y oscuridad por luz, sembrando en sus almas la duda y el escepticismo que agostan en ellas todo brote de esperanza en un horizonte de plenitud que el mundo con sus halagos no sabe ni puede dar.

         Los frutos de tan diabólica empresa o actividad son evidentes: enseñorear el sinsentido, perder la trascendencia, oscurecer el camino, olvidar nuestro destino (aparte de guerras fratricidas, violencias y violaciones, rotura de la unidad familiar, desnortación de la juventud...) y redondear todo eso con el visto bueno que incluso la gente hace de ese andamiaje social, bajo el cacareo de "progreso, progreso".

         En medio de todo, Jesús, el Príncipe de la Paz, repite a los hombres de buena voluntad con su infinita mansedumbre: "No se turbe vuestro corazón. Creed en Dios y creed también en mí" (Jn 14, 1). A la derecha del Padre, él acaricia como un sueño ilusionado de su misericordia el momento de tenernos junto a él, para que "donde esté yo estéis también vosotros" (Jn 14, 3).

         No podemos excusarnos, como hizo Tomás. Porque nosotros sí sabemos el camino que conduce al Padre, en cuya casa hay muchas estancias. En el cielo nos espera un lugar, que nos ha sido reservado ya y que quedará vacío si nosotros no lo ocupamos. Acerquémonos, pues, sin temor y con ilimitada confianza, a Aquél que es el único camino, la irrenunciable verdad y la vida en plenitud.

José María Manresa

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         Lo que hoy pregunta Tomás a Jesús es de lo más normal para la mayoría de nosotros: "Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo vamos a saber el camino?". Resulta normal que escojamos los caminos en razón de las metas, y no lo contrario. En nuestra vida cotidiana actuamos de esa manera: identificamos a dónde queremos llegar y de ahí entendemos o deducimos qué decisiones nos conducen hacia ese punto final.

         Jesús no deja sin respuesta a Tomás, porque finalmente le dice: "Yo soy el camino, la verdad y la vida. Y nadie puede llegar hasta el Padre, sino por mí". Con lo cual, entendemos que el término del camino es el Padre.

         Mas aquí acontece algo singular. Normalmente, cuando uno conoce una bien meta decide apropiadamente sobre los medios para alcanzarla. Tomás pregunta como si pudiera decidir el camino una vez conocida la meta, pues para él parece claro que, conocida la meta, se podrá saber del camino. Pero este esquema no funciona en el caso presente, en que es el camino (Jesucristo) el que nos da a conocer la meta (el Padre). No podemos adueñarnos de la meta, por ejemplo, a través de nuestra inteligencia, para luego utilizar esa misma inteligencia en la búsqueda de camino.

         Lo central en todo esto es que nunca poseremos la meta, ni siquiera con nuestra mente. Y que necesitamos estar dentro de Cristo para acceder, desde Cristo, a la meta (la cual es siempre don y nunca jornal, siempre gracia y nunca recompensa, siempre regalo y nunca salario). Tal vez sea éste el sentido de Cristo como camino.

         Podríamos condensar el mensaje del evangelio de hoy con esta frase: para ir adonde va Jesús, hay que ir a través de Jesús. La idea de que Jesús iba a "alguna parte" (no necesariamente un lugar físico) nos resulta quizás más comprensible que la idea de que nosotros vamos "a través de Jesús". Por eso conviene detenernos un poco a meditar qué pueda ser aquello de ir "por Jesús", es decir, de ver en él nuestro camino personal.

         Una interpretación reza así: "Jesús es nuestro camino" significa "seguir las opciones" que siguió Jesús. Es decir: obrar como él, llevar una vida como la suya, dejarnos mover por un amor como el suyo. Según esto, camino equivale aquí a ejemplo, siempre inagotable y lleno de imitación moral.

         Otra interpretación diría que "Jesús es nuestro camino" significa que hay que "recorrer el misterio" de Cristo, no dándolo nunca por conocido del todo, sino teniendo siempre algo que recorrer. Según esto, camino equivale a misterio, siempre inagotable y lleno de preguntas intelectuales.

         Y otra interpretación diría que "Jesús es nuestro camino" significa que, así como él ha venido a nosotros y se ha encarnado ("hecho igual que nosotros"), ahora nos corresponde a nosotros ir hacia él y cristificarnos ("hacernos igual a él"). Según esto, camino equivale aquí a proceso, siempre difícil y lleno de mística espiritual.

Nelson Medina

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         Jesús tranquiliza hoy a los discípulos, inquietos por su marcha y despedida. Y de paso nos recuerda que la adhesión a Dios se empieza en su persona (en Jesús) y se completa entrando en relación con el Padre y con Jesús, formando con ellos una nueva comunidad (en la que los discípulos serán miembros de la familia del Padre).

         Jesús va a prepararles sitio, y si él es el Hijo, los que lo siguen también serán hijos, como hermanos de Jesús (Jn 20, 17). Con la frase "donde yo estoy" (Jn 7,34.36; 12,26; 17,24) Jesús se sitúa en la esfera de Dios y del Espíritu, y en ese ámbito nos acogerá, gracias al nuevo nacimiento (Jn 3, 6).

         Entonces, Tomás le dije: "Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?". Y Jesús le responde: "Yo soy el camino, la verdad y la vida". Para Tomás (Jn 11,16) la muerte no es un tránsito sino un final, y aun después de la resurrección le costará comprender (Jn 20, 24).

         Todo camino (v.6) supone una meta, toda verdad supone un contenido, y en ambos casos, la meta y el contenido es la vida (Jn 1, 4). Jesús es la vida porque es el único que la posee en plenitud y puede comunicarla (Jn 5, 26). Por ser la vida plena es la verdad total, es decir, puede conocerse y formularse como la plena realidad del hombre y de Dios. Es el único camino, porque sólo su vida y su muerte muestran al hombre el itinerario que lo lleva a realizarse.

         Para el discípulo, Jesús es la vida, porque de él la recibe; esta nueva vida experimentada y consciente es la verdad. El camino, la asimilación progresiva a Jesús, da un carácter dinámico de crecimiento a su vida y verdad. El Padre no está materialmente lejano, el acercamiento a él es el de la semejanza.

Juan Mateos

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         Los cap. 13 al 17 constituyen en el evangelio de Juan lo que se suele llamar Discurso de Despedida. Y para enfrentar su ausencia, revela a sus apóstoles el sentido de lo que le va a sobrevenir: la muerte en cruz, su gloriosa resurrección y la venida del Espíritu Santo. No faltan las recomendaciones e incluso un mandamiento: el de amarse los unos a los otros. Las lecturas del evangelio de Juan que hacemos a partir de hoy, corresponden a esta sección de su obra.

         En el pasaje que hoy hemos escuchado, Jesús promete a sus discípulos que, a pesar de la separación que se avecina, ellos estarán definitivamente junto a él. Por eso deben permanecer firmes en la fe en el Padre y en él, sin que les tiemble el corazón.

         La imagen de la casa paterna donde se reúnen los hijos les es presentada por Jesús como imagen de esa vida de entrañable unión que les promete: una casa con muchas moradas, donde hay sitio holgado para todos. El camino que conduce a esta casa ya les es conocido a los discípulos, a pesar de la desconcertada pregunta de Tomás. El camino es Jesús, y Dios Padre nos ha querido mostrar ese camino y nos ha puesto en él, para que lleguemos más seguramente a su regazo amoroso. Las palabras de Jesús deben sernos luz y esperanza: "Yo soy el camino, la verdad y la vida".

Confederación Internacional Claretiana

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         Escuchamos hoy palabras de consuelo y esperanza de Jesús a sus discípulos, después de anunciarles su partida: "No os angustiéis. Creed en Dios y creed también en mí". Se trata, a la vez, de una promesa y una enseñanza. De una promesa porque Jesús anuncia que si se va, volverá después de que su sacrificio redima al ser humano. Además, se va con la promesa de prepararles un lugar en la casa de Dios, ya que a quienes creen en él los quiere tener siempre consigo.

         Y de una enseñanza porque el camino que va a emprender Jesús no comienza con el triunfo, sino con la cruz. Y aunque ahora los discípulos no lo pueden acompañar, ya les llegará la hora de afrontar su propia cruz (su propio inicio de camino). Sin embargo, Jesús es la mediación sin la cual no se llega al Padre; él es el camino, la verdad y la vida, es decir, lo es todo. Es la revelación plena de Dios: "Si me conocéis a mí, conoceréis también al Padre".

         La realidad de nuestro mundo de hoy es dura y desesperanzadora, en esta hora histórica. Nos invaden proyectos políticos que nos oprimen a su régimen opresivo, se desarticulan las redes sociales, crece la dependencia y la marginación, y parece que no hubiera una salida clara. Así que la pregunta que aflora a nuestros labios es "¿cómo vamos a saber el camino?" (v.5). Pues bien, es aquí donde toma fuerza la promesa de Jesús: "No os angustiéis. Creed en Dios y creed también en mí". Jesús camina por aquí, está destapando la verdad por sí mismo, está dando vida a todo el que se la pide.

         Jesús es el camino que conduce al Padre. Pero no se trata de una autopista que ya está terminada. Jesús es camino en la medida en que nosotros optamos por caminar por él y le permitimos que oriente nuestros pasos. Este camino no es un vía trillada y aburrida. Por el contrario, el evangelio mismo nos muestra cuán difícil es seguirle el paso y aceptar que su sendero pasa irremediablemente por la cruz. Por esto muchas veces preferimos los caminos seguros, aunque por dentro anhelemos la incierta ruta del Espíritu.

         El seguimiento de Jesús nos desafía a la vida cristiana. Hoy el Señor nos llama a que le sigamos, y a hacer de nuestro derrotero el derrotero de la comunidad apostólica: mujeres y hombres de todos los tiempos y lugares, que encontraron a Jesús y a través de él consiguieron el premio (morada) de Dios (en el cielo).

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         Las palabras de hoy de Jesús, alusivas a una próxima despedida, provocan desazón e intranquilidad entre sus discípulos. Y por eso él les invita a mantenerse tranquilos y confiados, diciéndoles: No perdáis la calma: creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias, y me voy a prepararos sitio. Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo.

         ¡Qué importante es la fe (resp. confianza) para conservar la calma! ¡Qué importante es sentirse apoyados, protegidos, custodiados, acompañados por alguien que es más poderoso que tú! ¡Qué importante es tener a Dios por aliado para mantener la calma en situaciones de riesgo!

         Basta con creer en Dios como Padre bondadoso para sentirse confiados y seguros, sostenidos por sus manos poderosas y benéficas. Creed también en mí, nos dice Jesús, porque en la casa de mi Padre hay muchas estancias para todos, y si me voy antes que vosotros es para prepararos sitio. Cuando esté preparado, volveré y os llevaré conmigo.

         Hacer el tránsito hacia la casa del Padre (el tránsito de la muerte) con Jesús, que vuelve para llevarnos con él, es hacerlo en muy buena compañía, es no morir solos. Y eso tiene que notarse.

         No es lo mismo morir solos (y siempre moriremos solos, por muchos que sean los familiares y amigos que nos acompañen en ese trance) que morir en la compañía del que nos toma de la mano y nos conduce hacia esa casa de acogida que él mismo nos ha preparado, la casa del Padre. La sensación que provoca la soledad, especialmente en ciertos momentos, es fría y gélida, mientras la sensación del acompañamiento amigable o amoroso es cálida como la mano tendida del amigo.

         Pero hay más, pues Jesús añade: Y a donde yo voy, ya sabéis el camino. Al parecer, los apóstoles no sabían a dónde se iba, aunque algo presagiaban y eso les provocaba desasosiego y ansiedad. Y no teniendo claro cuál era el destino o meta de ese trayecto, ¿cómo iban a conocer el camino? Jesús les responde: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Y nadie va al Padre, sino por mí.

         La verdad y la vida están ya en el camino, aunque no se encuentren del todo hasta el final. Sobre todo si el camino es verdadero (se ha recorrido en la verdad) y va acumulando las experiencias de la vida. La verdad y la vida, que en su plenitud sólo se encuentran al final del camino, están ya presenten, en modo no pleno, mientras se recorre el camino en dirección a su término.

         El término del camino, tanto para Jesús como para nosotros, es el Padre, y cuanto él representa como casa de acogida. Y no alcanzar este término es quedarse a medio camino. Hemos sido creados por Dios y para Dios, origen y meta, principio y fin. Iniciar en Dios nuestro recorrido existencial, y no acabar en él, haría de nuestra vida un proyecto abortado, una obra interrumpida, una carrera inacabada, un fracaso.

         Pero nadie puede alcanzar este término sin seguir el camino que el mismo Dios ha proporcionado: Jesucristo. Nadie llega al Padre sino por él, y ese por connota muchas cosas y matices, sobre todo "camino a seguir".

         Jesús es camino hacia el Padre con su misma presencia en el mundo, con su propia biografía y con sus palabras y obras encaminadas a vivir con un determinado estilo, que permite configurar una personalidad capaz de convivir en esa comunidad mesiánica que es el Reino de los Cielos.

         Jesús es camino porque enseña (magisterial) cuando habla, cuando vive y cuando muere. Es camino porque indica dónde está la meta o término al que dirigirse; es camino que traza él mismo con su propia vida de abajamiento o auto-despojamiento. Jesús es un camino diseñado, trazado, señalizado, explicado, recorrido y concluido por él mismo.

         Pretender alcanzar nuestra meta por un camino distinto puede resultar errático o tortuoso. Y es que los hombres, envanecidos por nuestro orgullo, tendemos a descartar (o menospreciar) los caminos propuestos por otros, simplemente por el hecho de que son de otros y no nuestros. A nuestra vanidad le resulta mucho más satisfactorio crear o inventar su propio camino, y no servirnos del camino trazado por otros.

         Pero actuando así podemos estar rechazando el verdadero camino de la vida, el camino que nos proporciona el mismo Dios para llegar a él. Jesús dice de sí mismo ser ese camino. Creer en él es ya disponerse a servirse de él (como camino) para alcanzar la verdad y la vida, y con ellas la plena satisfacción de nuestros deseos más inefables.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 26/04/24     @tiempo de pascua         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A