4 de Abril

Jueves I de Pascua

Equipo de Liturgia
Mercabá, 4 abril 2024

a) Hch 3, 11-26

         La de hoy es la 2ª predicación de Pedro que leemos en el libro de los Hechos, y tiene lugar tras la curación del tullido en el Templo de Jerusalén. En ese contexto, Pedro habla nuevamente al pueblo judío, que ha subido al templo para orar. Y les anuncia a Jesús el Señor, en cuyo nombre ha obrado el milagro. Este milagro es un signo de que Jesús, aunque ha muerto, está vivo y es el dueño de la vida, y como el nuevo Moisés conduce al pueblo a la salvación y a la libertad (v.15).

         Las 3 primeras predicaciones de Pedro (Hch 2, 14-39; 3,12-26; 4,8-12) son realmente muy semejantes, y pueden ser ejemplo de lo que fue la predicación de la Iglesia de Jerusalén en su período inicial, cuyo resumen recogería Marcos en Mc 1,14.

         Pedro comienza a hablar (v.13) y señala la continuidad de la historia de salvación: el Dios de los patriarcas (Ex 3, 6.15) ha glorificado a Jesús, en quien culmina el profetismo más espiritual de Israel, el del Siervo de Dios (Is 52, 13-53). A continuación, explica Pedro la pasión de Jesús, de donde puede arrancar la conversión de los oyentes (vv.13-15).

         Los vv.17-26 constituyen el fragmento más notable del discurso y tratan de esta conversión, tema preferido de Lucas. Una conversión que comporta 2 etapas consecutivas: arrepentimiento (que quiere decir apartarse del mal) y conversión (que significa volver a Dios; v.19). La mejor actitud nuestra ante esta invitación es la que ya nos sugirió Lucas en Lc 12, 8-9.

         El tema escatológico, en el cual la Iglesia primitiva se vincula siempre al AT, da también aquí un paso adelante. Pues si en la 1ª predicación de Pedro (Hch 2, 14-36) trataba la efusión del Espíritu, en esta 2ª apunta a la restauración de todas las cosas en Cristo.

         En efecto, Cristo es nuestra bendición (v.26), y lo es por su misterio pascual (Gál 3, 13-14) y por el anuncio en la Iglesia del evangelio de salvación (Hch 26, 23). El mejor comentario espiritual de este tema cristológico podría ser muy bien el himno de San Pablo a los Efesios (Ef 1, 3-14).

         El arresto de los predicadores (Hch 4, 1-4) tras haber anunciado la salvación en el mismo Templo de Jerusalén (centro de la vida religiosa de Israel), acentúa dramáticamente la oposición entre el judaísmo oficial y la Iglesia cristiana (llena de judíos conversos, por otra parte). Una oposición y lucha que culminará con la dispersión de la comunidad (Hch 8, 1) y el anuncio del mensaje evangélico a los pueblos gentiles.

Oriol Colomer

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         La curación del paralítico ofrece a Pedro una nueva ocasión para proclamar el mensaje de salvación: "Jesús, el Crucificado, ha resucitado". Así, continúa diciendo Pedro, Dios "ha dado cumplimiento a las Escrituras" e "invita a la conversión" mediante el perdón de los pecados, "mientras aguardamos el retorno de Cristo" (que volverá "para restaurar todo el universo").

         La ignorancia que llevó al pecado se debe cambiar, pues, mediante el arrepentimiento. Y Cristo es el tesoro escondido en el campo de este mundo, y en el frondoso bosque de las sagradas Escrituras. A este respecto, dice San Ireneo que:

"Si uno lee con atención las Escrituras, encontrará que hablan de Cristo y que prefiguran la nueva vocación. Porque él es el tesoro escondido en el campo. Es decir, en el mundo, ya que el campo es el mundo. Él es el tesoro escondido en las Escrituras, ya que era indicado por medio de figuras y parábolas, que no podían entender según la capacidad humana antes de que llegara el cumplimiento de lo que estaba profetizado, que es el advenimiento de Cristo. Por esto se dijo al profeta Daniel: Cierra estas palabras y sella el libro hasta el tiempo del cumplimiento, hasta que muchos lleguen a comprender y abunde el conocimiento" (Contra las Herejías, IV, 26).

         En este párrafo, Pedro declara con firmeza, y humilde realismo, que:

-lo milagroso de su obrar (curativo y expositivo) es obra del Espíritu, que le mueve a actuar;
-los israelitas deben reconocer sinceramente su error y pecado, al condenar injustamente a Jesús;
-Dios sigue siendo el Dios de Israel, pero también de todo el mundo. Y que, por ello, está como a la espera del arrepentimiento por parte de los judíos.

         Cristo resucitado, a quien se somete toda la Creación, da la respuesta a la pregunta del salmista de hoy en el Salmo 8: "Señor, Dios nuestro, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para darle poder? Porque lo hiciste poco inferior a los ángeles, y lo coronaste de gloria y dignidad. Y porque le diste el mando sobre las obras de tus manos, sometiéndolo todo bajo sus pies: rebaños de ovejas y toros, y hasta las bestias del campo, las aves del cielo y los peces del mar, que trazan sendas por el mar".

Manuel Garrido

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         Después de la curación del paralítico (que leíamos ayer), Pedro aprovecha la buena disposición de la gente para dirigirles una nueva catequesis sobre Jesús, en cuyo nombre ha curado al paralítico.

         Sus oyentes son judíos, y por tanto Pedro argumenta a partir del AT, de los anuncios de Moisés y los profetas, razonando la continuidad entre el "Dios de nuestros padres" y "los acontecimientos actuales". Los discursos predicaciones de Pedro ayudan a leer la historia como historia de salvación (que culmina en Cristo) e historia del espíritu (tras la venida del Espíritu Santo, en que se constituye la comunidad mesiánica de Cristo).

         El Mesías anunciado ya ha venido, y es el mismo Jesús de Nazaret a quien Israel ha rechazado. Pedro interpela con lenguaje muy directo a los judíos: "al que vosotros entregasteis y rechazasteis, matando al autor de la vida". ¡Qué contraste: han indultado a un asesino y han asesinado al autor de la vida! Aunque trata de disculparles: "Sé que lo hicisteis por ignorancia, y vuestras autoridades lo mismo".

         Pedro, que ha madurado claramente en su fe, afirma ahora lo que nunca había entendido bien: que "el Mesías tenía que pasar por la muerte y la cruz". Cuando Jesús se lo anunciaba, en vida, era Pedro quien más reacio se mostraba a aceptar este mesianismo que predicaba Jesús. Ahora ya sabe que "el Mesías tenía que padecer".

         Pedro anuncia que a través de la resurrección Jesús se ha convertido en salvador de todos y por tanto todos tenemos que convertirnos a él: "Dios resucitó a su siervo y os lo envía para que os traiga la bendición si os apartáis de vuestros pecados". Buena evangelización, la de Pedro. Valiente y centrada, y adecuada a sus oyentes y a las categorías que entienden.

         Tal vez también necesitemos, como la 1ª comunidad, una catequesis especial, que se nos abra el entendimiento para captar que en el camino mesiánico de Jesús (y también en el nuestro) entra la muerte y la resurrección, para la redención de todos. A los apóstoles, la última palabra que les dirige es: "Vosotros sois testigos de esto", pues ya desde el principio se les dijo que eso de ser apóstoles era "ser testigos de la resurrección de Cristo" (Hch 1, 22).

         Entonces lo fueron los apóstoles, o los 500 discípulos. Ahora lo seguimos siendo nosotros, en el mundo de hoy. Tal vez el anuncio de la resurrección de Cristo no nos llevará a la cárcel. Pero sí puede resultar incómodo en un mundo distraído y frío. Dependerá de nosotros, de si nuestro testimonio es vivencial y creíble, y con él podemos influir a nuestro alrededor.

José Aldazábal

b) Lc 24, 35-48

         La escena del evangelio de hoy es continuadora de la de ayer. Los discípulos de Emaús cuentan a la comunidad lo que han experimentado en el encuentro con el Resucitado, al que han reconocido al partir el pan. Y en ese mismo momento se aparece Jesús, saludándoles con el deseo de la paz.

         La duda y el miedo de los discípulos son evidentes. Jesús les tiene que calmar: "¿Por qué os alarmáis? ¿Por qué surgen dudas en vuestro interior?". Y les convence de su realidad comiendo con ellos.

         El fruto de esta aparición es que "les abrió el entendimiento", explicándoles las Escrituras. En el AT ya Moisés, los profetas y los salmos, habían anunciado lo que ahora estaba pasando. Como a los discípulos de Emaús en el camino, ahora Jesús les hace ver a todo el grupo la unidad del plan salvador de Dios.

         Las promesas se han cumplido, y la muerte y resurrección del Mesías son el punto crucial de la historia de la salvación. No nos extraña que Pedro, en sus discursos, utilice la misma argumentación cuando se trata de oyentes que conocen el AT, y que centre su discurso en el acontecimiento pascual del Señor.

         Hay una admirable continuidad entre el AT y el NT, y también con nuestros tiempos: el plan de Dios es unitario, histórico y dinámico. Todo lo que leemos del AT tiende a su plenitud en Cristo, y se entiende desde la perspectiva de Cristo. Y al revés, el AT nos ayuda a entender los tiempos mesiánicos, la nueva Pascua, la nueva Alianza, el nuevo pueblo de Dios.

         Nosotros estamos ya en los tiempos de la plenitud, en el NT. Pero la historia del pueblo de Israel nos ayuda mucho a comprender y mejorar nuestra relación con Dios, nuestra conciencia de pueblo eclesial, y sobre todo la plenitud que Cristo da a toda la historia. Como dice la introducción al Leccionario de la Misa, "la Iglesia anuncia el único e idéntico misterio de Cristo cuando, en la celebración litúrgica, proclama el AT y el NT. En efecto, en el AT está latente el NT, y en el NT se hace patente el AT. Cristo es el centro y plenitud de toda la Escritura" (OLM, 5).

José Aldazábal

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         En el pasaje del evangelio de hoy, Cristo resucitado saluda a los discípulos, nuevamente, con deseos de paz: "La paz esté con vosotros" (v.36). Disipa así los temores y presentimientos que los apóstoles han ido acumulando durante los días de pasión y soledad.

         Pues las dudas no son acerca de él (que no es un fantasma, sino totalmente real), sino del miedo que a veces va tomando cuerpo en nuestra vida, como si fuese la única realidad. En ocasiones es la falta de fe y de vida interior lo que va cambiando las cosas, y en esa situación el hastío pasa a ser la realidad (y no Cristo, que se desdibuja de nuestra vida).

         En cambio, la presencia de Cristo en la vida del cristiano aleja las dudas, ilumina nuestra existencia, especialmente los rincones que ninguna explicación humana puede esclarecer. Es a lo que nos exhorta San Gregorio Nacianceno, a este respecto:

"Debiéramos avergonzarnos al prescindir del saludo de la paz, que el Señor nos dejó cuando iba a salir del mundo. La paz es un nombre y una cosa sabrosa, que sabemos proviene de Dios, según dice el apóstol a los filipenses: La paz de Dios. Y que es de Dios lo muestra también cuando dice a los efesios: Él es nuestra paz".

         La resurrección de Cristo es lo que da sentido a todas las vicisitudes y sentimientos, lo que nos ayuda a recobrar la calma y a serenarnos en las tinieblas de nuestra vida. Las otras pequeñas luces que encontramos en la vida sólo tienen sentido en esta Luz.

         "Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos, acerca de mí". Nuevamente, Jesús les "abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras" (vv.44-45), como ya lo había hecho con los discípulos de Emaús.

         También quiere el Señor abrirnos a nosotros el sentido de las Escrituras para nuestra vida; desea transformar nuestro pobre corazón en un corazón que sea también ardiente, como el suyo: con la explicación de la Escritura y la fracción del pan (la eucaristía). En otras palabras: nuestra tarea es acompañar a Jesús a transformar nuestra historia en historia de salvación.

Joan Montserrat

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         El relato de hoy comienza con el testimonio de los discípulos que iban camino a Emaús, quienes en su trayectoria vivieron la experiencia de encontrarse con el Señor resucitado. Experiencia que ha llenado sus corazones y los ha impulsado a anunciar la gran noticia de que Jesús vive y vive verdaderamente.

         Los discípulos han vivido la experiencia de la resurrección, una resurrección que trasciende toda realidad humana y va necesariamente enmarcada en la realidad de la fe, desde donde es aceptada y vivida. Los discípulos viven su fe con dudas y temores muchas veces, pero poco a poco van comprendiendo desde dentro que el Maestro ya no está en la tumba, y que por lo tanto ya no es posible vivir en pasividad.

         Los discípulos están congregados dando sus propios testimonios del encuentro con el Resucitado. En medio de la reunión de fe, el Resucitado se les presenta y sienten temor. Es en ese momento cuando la experiencia individual comienza a ser colectiva (comunitaria), sin destruir la experiencia personal. Quien no reconozca al Resucitado en comunidad, no ha asumido la realidad plena de ser cristiano de forma individual.

         En la comunidad, Jesús les promete la fuerza que les llegará con el Espíritu Santo, fuerza que les hará comprender toda la Escritura y que les hará asumir con nueva fe la experiencia de la resurrección de Jesucristo. El Resucitado es fuerza que interpela a la comunidad, y es experiencia de unidad. El grupo de seguidores del Resucitado ahora tiene que testimoniar con sus vidas la justicia declarada por Dios en la resurrección de su Hijo Jesucristo.

         Los cristianos tenemos la obligación de encarnar el proyecto de vida que nos ofrece el Resucitado. Sigamos creyendo, construyendo y asumiendo el Reino como la nueva experiencia de vida ofrecida por Jesús. Sólo así es posible resucitar también.

Josep Rius

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         Jesús se aparece hoy a los Once, mostrándoles la autenticidad de su cuerpo resucitado. Con ellos come y, tras la comida, les demuestra que las Escrituras han tenido cumplimiento en su pasión y resurrección, y en la futura predicación de su obra a todos los pueblos. Jesús es condescendiente y ayuda a los incrédulos apóstoles, los cuales empiezan a operar ya su transformación.

         Jesús se muestra como Hijo de Dios que persigue amorosamente a su pueblo, se hace presente a los apóstoles y les entrega sus poderes. Comienza la era de la Iglesia. Jesús vive hoy presente en medio de nosotros, y por eso es necesario saber que la fe es fruto de la gracia y no del caminar humano. Hemos de estar siempre abiertos a la gracia divina.

         El evangelio de hoy nos presenta una comunidad reticente ante la trágica realidad. El proceso de los discípulos en el camino de Emaús no era todavía una experiencia mayoritaria. Algunas personas no terminaban de creer que, al compartir el pan de la mesa y el pan de la eucaristía, Jesús se hiciera presente. El Resucitado tiene que mostrarles la realidad dolorosa para que los incrédulos entren en razón. Y así, dicha realidad de la muerte (frustración y desesperanza) se irá convirtiendo en gozo y alegría.

         Jesús resucitado se aparece a los apóstoles, pues, para infundir en su alma descarriada la paz. Es la paz del Señor, entendida en su significación personal e interior, aquella que Pablo enumera entre los frutos del Espíritu, después de la caridad y el gozo, fundiéndose con ellos (Gal 5, 22) ¿Qué hay de mejor para un hombre consciente y honrado? La paz de la conciencia ¿no es el mejor consuelo que podamos encontrar?

         La paz del corazón es la felicidad auténtica. Ayuda a ser fuerte en la adversidad, mantiene la nobleza y la libertad de la persona, e incluso en las situaciones más graves es tabla de salvación y esperanza, en los momentos en que la desesperación parece vencernos. Es el 1º don del Resucitado, el sacramento de un perdón que resucita.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         Según los relatos evangélicos, las apariciones de Jesús se fueron sucediendo de manera imprevista en lugares y tiempos diversos. Así, Lucas refiere que, mientras los dos de Emaús cuentan a los demás discípulos lo que les ha pasado por el camino, y cómo llegaron a reconocerlo al partir el pan, Jesús se presentó de nuevo en medio de los apóstoles y les saludó con el saludo pascual: Paz a vosotros.

         La aparición pilla a los apóstoles, pues, de improviso, y les asusta. De hecho, creen ver un fantasma, producto de su propia imaginación y fantasía. Tienen la impresión de estar siendo víctimas de una alucinación, y por eso Jesús tiene que confirmarles en la veracidad de su percepción sensible: ¿Por qué os alarmáis? ¿Por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo.

         Para certificar sus palabras, Jesús les mostró las manos y los pies. Pero como no salían de su asombro y seguían atónitos, les pidió de comer, y ellos le ofrecieron un trozo de pez asado, y él lo tomó y comió delante de ellos. A continuación, Jesús les dijo: Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse.

         De nuevo la referencia a las Escrituras y a su cumplimiento, como veremos hacer después a todos los grandes teólogos de la antigüedad cristiana. Y Jesús se aplica a la misma operación de hacerles entender el contenido de estas Escrituras proféticas. Todo estaba escrito y, por tanto, previsto. Otra voluntad más grande que las voluntades humanas regía los designios de la historia.

         No había que alarmarse como si hubieran empezado a adueñarse del mundo, escribiendo su historia con trazos tenebrosos e infames, las fuerzas del mal. Estaba escrito que el Mesías, esto es, el ungido de Dios, habría de padecer hasta la muerte; pero también que habría de resucitar de entre los muertos al tercer día y que en su nombre habría de predicarse la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén (el lugar de su martirio y aparente fracaso y de su resurrección y triunfo).

         Jesús presenta, pues, su muerte y resurrección como algo previsto por el Señor de la historia que no puede permitir en ningún caso la prevalencia del mal. La crucifixión de Jesús podía aparecer ante el mundo como el triunfo del mal sobre el bien, o del pecado sobre la inocencia. Pero en este caso no sería el punto y final de la historia de este movimiento iniciado por Jesús, sino tan sólo un final provisional.

         Y no lo sería porque a la crucifixión y muerte sucederá la resurrección al tercer día, de la cual dan testimonio los que comieron y bebieron con Jesús tras su resurrección, y tras ella predicaron el perdón de los pecados y la llamada a la conversión, empezando por Jerusalén y por sus mismos jueces y verdugos. Es decir, por todos aquellos que habían llevado a Jesús a la cruz. ¿Cómo no iba a ofrecer el perdón a todos aquellos por quienes había pedido el perdón estando en el suplicio de la cruz: Padre, perdónales porque no saben lo que hacen?

         El mal que se había cebado con el Inocente quedaría anegado por poder de la resurrección y el agua balsámica del perdón que brotaba del sepulcro con el Resucitado. El mal no podía prevalecer sobre el bien. No sólo estaba escrito, sino que el mismo Dios, bondad por esencia, no lo podía permitir. Y Dios es tan poderoso que puede sacar siempre bien del mal, como un accidente o como un efecto.

         Toda naturaleza creada es buena, proclama el Génesis (vio Dios que era bueno). Y si esto es así, el mal no puede ser naturaleza creada, sino sólo efecto o accidente de la misma. Por eso tenemos esta convicción: que Dios no puede permitir que un simple accidente arruine enteramente su obra. Si fuese así, desaparecería la misma naturaleza y con ella el mismo mal que es efecto de la misma.

         Pues bien, como no puede prevalecer el mal sobre el bien, hoy se sigue predicando en nombre de Jesús la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, incluyendo a los congregados en su Iglesia. Pero se sigue predicando porque sigue habiendo pecados (y por tanto, mal) y porque aún no se ha logrado la victoria definitiva sobre el mal, ni en el mundo ni en nosotros mismos. Jesús resucitado es nuestra esperanza. Apoyémonos en él y en su Espíritu, y lo lograremos en su día.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 04/04/24     @tiempo de pascua         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A