3 de Abril

Miércoles I de Pascua

Equipo de Liturgia
Mercabá, 3 abril 2024

a) Hch 3, 1-10

         Pedro y Juan subieron al Templo de Jerusalén para la oración de la hora nona. Al principio, y durante un cierto tiempo, los discípulos continuaron siendo fieles a la liturgia del templo judío, pues no comprendieron de primeras el rito del pan y del vino, nueva y auténtica liturgia de Jesús.

         Sí que recordaban ambos que en la Ultima Cena Jesús les había recomendado: "Haced esto en memoria mía". Pero de momento no captaron que esto iba a reemplazar todas las liturgias judías del pasado, por las nuevas cristianas.

         Entonces, los apóstoles se encuentran a u "un tullido de nacimiento, que pedía limosna". Pedro le dijo: "Oro no tengo, pero lo que tengo te doy: en nombre de Jesucristo el nazareno, levántate y anda".

         La ley de Moisés había establecido un cierto nº de barreras, y por eso ciertas categorías de personas (consideradas impuras) no tenían derecho legal a entrar en el templo. Los tullidos estaban en ese caso (Lv 21,18; 2Sm 5,8). Pero he aquí que la nueva religión rompe todas esas barreras legales, y nadie queda excluido. Oh Señor, gracias por invitar a todos a entrar. ¡Gracias, Señor! Ayúdanos a no reinstalar nosotros barreras ni exclusiones. Que seamos acogedores y abiertos a todos, en particular a los excluidos.

         En el tullido del templo, el poder maravilloso de la Resurrección comienza a difundirse en el cuerpo de la humanidad, como presagio y anuncio de la exultación final de los resucitados. Los apóstoles fueron los continuadores de Jesús, los depositarios de su poder taumatúrgico (hacer milagros). La acción de Jesús no terminó con su muerte, y Dios continúa actuando a través de su presencia en la Iglesia.

Noel Quesson

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         En el texto de hoy texto, vemos cómo los apóstoles y discípulos acudían al templo a orar en las horas convenidas (según la tradición judía), y que los enfermos continuaban poniéndose a la puerta (pidiendo limosna). La comunidad cristiana no tenía otro punto de encuentro oracional que el del Templo de Jerusalén, y su separación del templo judío vendría más tarde, tras la ruptura de las comunidades cristianas con el judaísmo, para seguir a Jesús.

         Pedro y Juan, al ver al lisiado, se acordaron de las entrañas misericordiosas de Jesús para con los enfermos; y en su nombre hicieron lo que hacía Jesús: derramarse en misericordia, poner en pie al lisiado y hacerle caminar. Todo fue obra de la fe y confianza en Cristo Jesús. Lo que actúa en San Pedro al curar a este lisiado de la Puerta Hermosa del templo, es el nombre de Jesucristo; esto es, su persona y su fuerza. Un nombre de Jesús sobre el que nos dice San Bernardo:

"El nombre de Jesús no es solamente luz, sino también manjar. ¿Acaso no te sientes confortado cuantas veces lo recuerdas? ¿Qué otro alimento como él sacia así la mente del que medita? ¿Qué otro manjar repara así los sentidos fatigados, esfuerza las virtudes, vigoriza la buenas y honestas  costumbres y fomenta las castas afecciones? Todo alimento del alma es árido si con este óleo no está sazonado; es insípido si no está condimentado con esta sal. Si escribes, no me deleitas, a no ser que lea el nombre de Jesús. Si disputas o conversas, no me place, si no oigo el nombre de Jesús. Jesús es miel en la boca, melodía en los oídos, alegría en el corazón. ¿Está triste alguno de vosotros? Venga a su corazón Jesús, y de allí salga a la boca. Y he aquí que apenas aparece el resplandor de este nombre desaparecen todas las nubes y todo queda sereno" (Homilías sobre el Cantar de Cantares, XV, 1).

         Las grandes maravillas de Dios, en favor de su pueblo, culminan con la resurrección de Jesús, primicia de los que resucitaremos. Cantemos con el Salmo 104 a Dios, que ha sido fiel a sus promesas, haciendo maravillas con su pueblo al nombre de Jesús:

"Dad gracias al Señor, invocad su nombre, dad a conocer sus hazañas a los pueblos, cantadle al son de instrumentos, hablad de sus maravillas. Gloriaos de su nombre santo, que se alegren los que buscan al Señor. Recurrid al Señor y a su poder, buscad continuamente su rostro. ¡Estirpe de Abraham, su siervo; hijos de Jacob, su elegido! El Señor es nuestro Dios, él gobierna toda la tierra".

Manuel Garrido

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         Los Hechos de los Apóstoles son los hechos de Cristo resucitado. Porque los únicos hechos que salían del corazón asustado de esos hombres eran esconderse, callarse, llorar de miedo y huir. Por contraste, los hechos que les vemos realizar en los textos que oímos hoy son en todo maravillosos. He aquí hombres valientes, llenos de luz, de pureza, de desinterés, de gallardía, de vida interior y de generosidad. ¿Qué ha sucedido? Lo que también puede suceder en nosotros: llevan a Cristo Vivo en su corazón.

         Por eso puede decir el apóstol Pedro: "Lo que tengo, eso te doy". Porque tiene algo dentro, tiene a Cristo dentro, y esa fuerza es capaz de levantar a uno y a muchos paralíticos, a uno y a muchos muertos.

         Descubramos la diferencia entre lo que aquel paralítico pidió y lo que recibió. Pedía una limosna para aliviar su necesidad de un día, pero recibió curación para el resto de sus días. Este hombre tenía que quedarse siempre "a la puerta" del templo, y la curación que recibe le permite entrar al templo. Este paralítico era "llevado por otros", y ahora él "lleva a otros" (a que se encuentren con la noticia fantástica del amor divino, hecho presente y real en los apóstoles).

Nelson Medina

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         En el pasaje de hoy, Pedro y Juan curan, en nombre de Jesús, al paralítico del templo, a la hora del sacrificio de la tarde. Nos cuenta el episodio Lucas: un pobre mendigo está a la puerta del templo (fenómeno presente), y se cruzan las miradas del mendigo (que espera algo futuro) y de Pedro (que se fija en el pasado), así como el contacto de las manos y de las palabras. Se trata de la curación progresiva, que "en nombre de Jesucristo nazareno, echa a andar", y hace que aquel buen hombre le siga dando brincos por el templo, ante la admiración de la gente.

         La fuerza salvadora, que en vida de Jesús brotaba de él (curando a los enfermos y resucitando a los muertos), es ahora energía pascual que sigue activa: el Resucitado está presente (aunque invisible) y actúa a través de su comunidad (de los apóstoles, a los que había enviado a "proclamar el reino de Dios y a curar"; Lc 9,2). No tendrán medios económicos, pero sí participan de la fuerza del Señor.

         La Pascua no es un recuerdo, sino curación y vida aquí y hoy, que para todos nosotros nos comunica el Resucitado a través de su Iglesia, cuando ésta proclama su Palabra y celebra sus sacramentos. Pero sobre todo nos invita a tener la experiencia de un encuentro con el Resucitado, en su Palabra escuchada, en la comunidad que nos apoya, en la eucaristía compartida. Y la presencia del Señor curará nuestros males. ¿Nos ayuda alguien en este encuentro? ¿Ayudamos nosotros a los demás cuando notamos que su camino se está enfriando?

José Aldazábal

b) Lc 24, 13-35

         Nos encontramos hoy con otro magnifico relato de Lucas, y su descripción magistral del viaje de ida y vuelta de los 2 discípulos desde la comunidad (de Jerusalén) a su casita propia (de Emaús), y desde la casa propia a la comunidad (que es donde tenían que haberse quedado, porque no hay que abandonar a la comunidad sobre todo en momentos difíciles).

         El viaje de ida es triste y silencioso, con sentimientos de derrota y desilusión: "Nosotros esperábamos". No reconocen al caminante que se les junta. Realmente, fue difícil para los discípulos reconocer al Resucitado (como en el caso de la Magdalena), sobre todo cuando los ojos están tristes y cerrados. Se ha desmoronado su fe, y posiblemente porque estaba mal fundamentada. No creen en la Resurrección, y eso que algunas mujeres van diciendo que han visto el sepulcro vacío.

         El viaje de vuelta es exactamente lo contrario: corren presurosos y llenos de alegría, con los ojos abiertos a las Escrituras, comentando entre ellos la experiencia tenida, e impacientes por anunciarla a la comunidad.

         En medio de ambos viajes, ha sucedido algo decisivo: el Señor Jesús les ha salido al encuentro, como Buen Pastor que sale a buscar a sus ovejas perdidas, y que dialoga con ellas, les deja hablar y exponer sus dudas, les explica las Escrituras y la misión del Mesías, y finalmente les parte el pan, hasta que arda su corazón y sepan reaccionar. En el momento en que, como la Magdalena con el hortelano, le quieren retener ("quédate con nosotros"), Jesús desaparece.

         Dicen los expertos que Lucas, sin pretender decir que la escena fuese una celebración eucarística (impensable todavía, antes de Pentecostés) ha querido dejarnos en este último capítulo de su evangelio una catequesis historizada sobre esta importante convicción.

         Cristo Jesús sigue presente en las generaciones siguientes a él, y también en los que no hemos tenido la suerte de verle en su vida terrena. Y está presente en 3 grandes momentos, como en los discípulos de Emaús: la proclamación de la Palabra, la fracción del pan y la comunidad.

         Muchos cristianos experimentamos en la vida, como los de Emaús, momentos de desencanto y depresión. A veces por circunstancias personales, y otras, por la visión deficiente que la misma comunidad puede ofrecer. El camino de Emaús puede ser muchas veces nuestro camino. Viaje de ida (desde la fe hasta la oscuridad) y de vuelta (desde la oscuridad hacia la fe).

         Muchas veces nuestra oración no para de repetir, a imitación de los de Emaús: "Quédate con nosotros, que se está haciendo de noche y se oscurece nuestra vida". La Pascua no es sólo para los perfectos, sino que fue Pascua también para los discípulos desanimados de Emaús.

         El relato de Lucas, narrado con evidente lenguaje eucarístico, quiere ayudar a sus lectores (hoy, a nosotros) a que conectemos la misa con la presencia viva del Señor Jesús. Y a la vez, a que reavivemos nuestro encuentro con el Resucitado, en la Palabra, en la eucaristía y en la comunidad. ¿Salimos alegres y presurosos a dar testimonio de él en nuestra vida, con palabras y hechos? ¿Imitamos a los de Emaús, que vuelven a la comunidad, tras haberse alejado de ella?

José Aldazábal

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         Nos encontramos este Miércoles de Pascua con que nosotros somos los discípulos de Emaús, los dimisionarios tristes y ofuscados. Por ello, a nosotros se nos regalan estos mensajes: "¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?". El Resucitado es un terapeuta que quiere ayudarnos a viajar, tanto hacia nuestras raíces como hacia el futuro. Ayer nos preguntaba por las razones de nuestro llanto, y hoy quiere saber lo que nos traemos entre manos.

         ¿Cómo podemos reaccionar ante las palabras del Resucitado? Tal vez haciendo nuestras las de los discípulos de Emaús: "Quédate con nosotros". El Resucitado siempre aparece en el camino de nuestra vida, pero siempre hace ademán de seguir adelante.

         Este estar sin ser visto, presencia ausente y cercanía distante, alimenta nuestro deseo, provoca nuestra búsqueda. Sólo puede decir quédate quien ha sido tocado y anhela la posesión total: "¿Dónde te escondiste, amado, y me dejaste con gemido?". Hay algo en nuestra fe que es siempre un "no sé qué, que queda balbuciendo".

         "¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?". Las brasas de nuestras vida están, a menudo, cubiertas con las cenizas del cansancio, el aburrimiento o la desesperación. ¿Cómo encender lo que parece completamente extinguido? ¿Cómo podemos poner en danza nuestra vida? ¿De dónde brota el fuego interior? ¡De la palabra de Jesús! Cada día, cuando nos acercamos al evangelio, Jesús nos da nueva alegría y entrega, a quienes la piden con fe.

Gonzalo Fernández

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         Emaús es un tremendo símbolo para los cristianos, según la escena que nos cuenta hoy el evangelio. Es el símbolo del fracaso, la dispersión y la desilusión. Estos 2 discípulos son imagen de todos aquellos que se habían ilusionado con Cristo y que ahora, perplejos por la cruz, no ven otro camino que la huida, y olvidar aquellos sueños que habían tenido de un mundo mejor.

         Jesús los alcanzó, "haciéndose el encontradizo", y salió al paso de ese duelo que punzaba sus almas y rostros. ¡Dios, cuánta misericordia en ese solo hecho! ¡Qué piedad la del Señor, que no abandona a los que le abandonan y que busca mostrar su rostro a los que ya le daban la espalda!

         Cristo les explica las Escrituras, hace camino con ellos y los lleva a transformar su senda interior de oscuridad al nuevo camino de la luz. No nos desanimemos, pues, de ver desánimo incluso en quienes han estado con nosotros oyendo al Maestro. Porque bien es posible que, si ellos huyen, Cristo camine más rápido y en algún recodo del camino los alcance, con el poder de su gracia.

         Lo reconocieron "al partir el pan", un gesto entrañable, de estilo único, sobre las maneras caritativas y bellas de Jesús. Tiene que ser él, pues nadie más parte así el pan, nadie lo agradece como él, nadie lo bendice y nos bendice como él. ¡Qué hermosura, qué dulzura, qué ternura! Iglesia de Dios, ¡alégrate en Cristo, gózate en su Pascua, reconócelo en el Pan!

Nelson Medina

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         "Hoy es el día que hizo el Señor: regocijémonos y alegrémonos en él" (Sal 117, 24). Así nos invita a rezar la liturgia de estos días de la Octava de Pascua. Alegrémonos de ser conocedores de que Jesús resucitado, hoy y siempre, está con nosotros. Él permanece a nuestro lado en todo momento. Pero es necesario que nosotros le dejemos que nos abra los ojos de la fe para reconocer que está presente en nuestras vidas. Él quiere que gocemos de su compañía, cumpliendo lo que nos dijo: "Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20).

         Caminemos con la esperanza que nos da el hecho de saber que el Señor nos ayuda a encontrar sentido a todos los acontecimientos. Sobre todo, en aquellos momentos en que, como los discípulos de Emaús, pasemos por dificultades, contrariedades o desánimos.

         Ante los diversos acontecimientos, nos conviene saber escuchar su Palabra, que nos llevará a interpretarlos a la luz del proyecto salvador de Dios. Aunque a veces, quizás equivocadamente, nos pueda parecer que él no nos escucha. Pues él nunca se olvida de nosotros, y siempre nos habla. Sólo a nosotros nos puede faltar la buena disposición para escuchar, meditar y contemplar lo que él nos quiere decir.

         En los variados ámbitos en los que nos movemos, frecuentemente podemos encontrar personas que viven como si Dios no existiera, carentes de sentido. Conviene nos demos cuenta de la responsabilidad que tenemos de llegar a ser instrumentos aptos para que el Señor pueda, a través de nosotros, acercarse y caminar con los que nos rodean.

         Busquemos cómo hacerlos conocedores de la condición de hijos de Dios y de que Jesús nos ha amado tanto, que no sólo ha muerto y resucitado para nosotros, sino que ha querido quedarse para siempre en la eucaristía. Fue en el momento de partir el pan cuando aquellos discípulos de Emaús reconocieron que era Jesús quien estaba a su lado.

Xavier Pages

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         Emaús es el lugar en que 2 personas, que habían escuchado a Jesús y le habían visto actuar coherentemente en Jerusalén, se encuentran con el Resucitado. Ellos no formaban parte de la oficialidad, pero serán los que anunciarán al grupo de los discípulos que Jesús ha resucitado y vive en sus corazones.

         A Emaús se dirigen estas 2 personas, que se habían sentido interpeladas por el proyecto del Nazareno pero que se retiran ante el susto de los últimos acontecimientos. Roma y los judíos han asesinado a Jesús, y por lo tanto los discípulos caminan temerosos por la calles de Jerusalén y sus alrededores.

         Mientras iban de camino, ellos vuelven a recordar a Jesús (sin Jesús), y este recuerdo aviva su descontento. Hasta que reconocen a Jesús ahora en la fracción del pan. El cambio que se ha suscitado en ellos es obra del Resucitado, que los ha hecho nuevas creaturas, capaces de partir y compartir sus ilusiones.

         Fue en el gesto de la fracción del pan donde se dieron cuenta del ardor de sus corazones. Ya no tienen validez las preocupaciones pasadas ni el temor a Roma o los judíos, porque la fuerza del Cristo resucitado los ha impulsado para anunciar un mundo nuevo, una experiencia diferente, y los ha ayudado a comprometerse en la causa del Reino.

         El camino de Emaús es el proceso de conversión de los discípulos. Ante la tragedia, el fracaso y la incertidumbres, los seguidores se alejan. Sin embargo, Jesús les sale al encuentro y, a través de la reflexión sobre la realidad y sobre la Palabra de Dios, les abre el entendimiento para que perciban la fuerza del resucitado.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         El relato evangélico de hoy, sobre la aparición de Jesús a los discípulos de Emaús, es una hermosa catequesis sobre la eucaristía. Los discípulos iban de camino hacia una aldea cercana a Jerusalén llamada Emaús, e iban comentando los sucesos de los que habían sido testigos esos días en Jerusalén (el prendimiento, la pasión, la muerte, la sepultura de Jesús...).

         Mientras conversaban, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero aquellos discípulos, asiduos acompañantes del Maestro durante su vida pública, no lo reconocieron. El evangelista insiste en una cierta incapacidad para reconocerlo, como si los trágicos acontecimientos vividos les hubiesen incapacitado para ello, o como si el haberle visto muerto y destrozado les incapacitase para verle ahora vivo. El hecho es que no lo reconocen.

         Jesús les pregunta sobre su tema de conversación. Y ellos se extrañan de que, viniendo de Jerusalén, hubiese permanecido al margen de los hechos allí acontecidos: ¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabes lo que ha pasado allí estos días? Y le explican, como si él desconociera el caso.

         Se trataba de Jesús el Nazareno, que había dado muestras de ser un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo. A pesar de todo, los sumos sacerdotes y los jefes del pueblo lo entregaron para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron.

         Aquellos discípulos entienden que este hecho, la crucifixión, ha supuesto el final de esa aventura emprendida con él tiempo atrás. Su esperanza ha quedado frustrada; pues esperaban que él fuera el futuro liberador de Israel. Pero los hechos han demostrado la vacuidad de esta expectativa. Habían pasado ya dos días de lo sucedido y cabía esperar que pasasen más días sin que nada se moviese.

         No obstante, informan de que algunos se han sobresaltado: unas mujeres del grupo habían ido muy de mañana al sepulcro encontrándole vacío del cadáver de Jesús y habían tenido una aparición de ángeles que les habían dicho que estaba vivo.

         Seguidamente, algunos se habían acercado por curiosidad a comprobar esta información y habían encontrado el sepulcro como les habían dicho las mujeres, pero a él no lo vieron. La narración revela que los de Emaús no daban demasiado crédito a estos testimonios, sobre todo a la afirmación de que Jesús, el desaparecido del sepulcro, pudiera estar vivo.

         Es entonces cuando Jesús se pone a hablarles de las escrituras proféticas como un buen exegeta de la Biblia, haciéndoles caer en la cuenta de algunas cosas y, al mismo tiempo, de su torpeza para entender los acontecimientos más recientes por falta de criterio interpretativo. El criterio lo daba la revelación, ya en el AT. ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?

         Según el relato isaiano del Siervo de Yahveh sí lo era, pues el Ungido de Dios había venido para expiar los pecados de la humanidad. Y si era necesario que el Mesías padeciera, ¿por qué asombrarse de estos padecimientos? No sucedía otra cosa que lo esperado: el cumplimiento de lo predicho en las Escrituras.

         Jesús les hizo ver esto, como un buen exegeta, repasando pormenores y detalles de las predicciones del AT: comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, porque toda la Escritura se refería a él.

         Ya cerca de la aldea Jesús hizo ademán de seguir adelante; pero ellos le apremiaron diciendo: Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída. Su palabra había empezado a esclarecerles muchas cosas. Había entrado en su mente oscurecida y desesperanzada una luz muy luminosa, transformando hasta sus sensaciones somáticas.

         Todo parecía cambiar en sus vidas arruinadas. Quizás no habían sido vanos sus esfuerzos ni fatuas sus esperanzas. Puede que su Maestro fuera ese futuro libertador de signo distinto al esperado. Y tanto habían cambiado sus sensaciones que deseaban mantener esa iluminante compañía; por eso le instan a permanecer con ellos. El atardecer es sólo una excusa, pues lo que realmente desean es que esa claridad que ha empezado a brillar en sus vidas perdure y se afiance en ellos. 

         Jesús acepta la invitación y se queda. Y estando sentado a la mesa con ellos, reprodujo el gesto de la Última Cena, esa cena de imborrable memoria en que tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio.

         En ese mismo instante se les abrieron los ojos y lo reconocieron. De nuevo un signo les abre los ojos que tenían cerrados a la visión. El que aparecía a su vista como un desconocido adquiere el relieve de su Maestro cuando realiza el gesto de la última y memorable cena tenida con sus discípulos.

         El gesto de tomar el pan, partirlo y repartirlo (lo que había hecho probablemente en otras ocasiones y no sólo en la Última Cena) es para ellos más elocuente que la misma fisonomía que habían detectado sus ojos.

         Al momento de reconocerlo, Jesús desaparece, dejándoles sumidos en la reflexión. Y en este estado, comentan: ¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras? Efectivamente, ya al contacto con la palabra de aquel forastero habían experimentado la luminosidad de un rayo de luz que les había llegado al corazón cambiando su frialdad y su decepción, infundiéndoles un nuevo ardor.

         La palabra, cuando aporta luz, tiene esta virtualidad de transformar sensaciones, de introducir esperanza en corazones desesperanzados. Y esto es lo que apreciaron aquellos discípulos, todavía sin reconocer en el portador de esa palabra a su añorado Maestro, y menos aún a su futuro libertador.

         Pero lo eran; eran las palabras de su Maestro redivivo. Y pudieron reconocerlo al partir el pan. ¿No hay aquí una invitación a reconocer a Jesucristo en el pan de la Palabra y de la eucaristía? Pues no desaprovechemos esta ocasión.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 03/04/24     @tiempo de pascua         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A