6 de Abril

Sábado I de Pascua

Equipo de Liturgia
Mercabá, 6 abril 2024

a) Hch 4, 13-21

         Los miembros del Consejo judío estaban maravillados, viendo la valentía de Pedro y Juan en Jerusalén, sobre todo tras informarse que se trataba de hombres sin instrucción ni cultura. Hacía solamente 3 años que Pedro y Juan estaban reparando sus redes a la orilla del lago, puesto que eran pescadores.

         Efectivamente, los apóstoles son gente "sin instrucción". Pero esos 3 años los han pasado en la familiaridad de Jesús y, sobre todo, ellos han visto a Cristo resucitado. La fe y el contacto cotidiano con la Palabra de Dios son capaces de transformar a los más humildes en hombres valientes y seguros de sí mismos.

         Han pasado apenas 3 meses que ese mismo Pedro soslayaba las preguntas indiscretas que le hacía una criada en el patio del gran sacerdote, por miedo de dar a conocer su fe. Hoy, por su audacia apostólica deja maravillados a ese mismo gran sacerdote. ¿Qué ha pasado entre tanto?

         Sin duda, Pedro ha recibido el Espíritu, y Pentecostés ha intervenido en él, como fuerza de Dios dada al débil Pedro, e inteligencia de Dios dada al escaso en formación Pedro. Pero no sólo eso, sino que las autoridades los reconocieron, como "aquellos que habían estado con Jesús".

         Pero insiste el texto en otro detalle, puesto en boca de las autoridades: ellos (los apóstoles) son "los que han estado con Jesús". ¡Qué bella definición de apóstol, y que honor sería que siguiese identificándonos por ello: "los que están con Jesús".

Noel Quesson

*  *  *

         En el pasaje de hoy, Pedro y Juan se niegan a hacer caso a las prohibiciones de los jefes del Sanedrín, para que no hablen más que de Jesús. Puesto que, como ellos mismos dicen, tienen que obedecer a Dios antes que a los hombres. A pesar de todas las amenazas, prosiguen proclamando el mensaje de la resurrección de Jesús.

         Así es como manifiesta el nombre de Jesús toda la plenitud de su poder salvífico, no sólo salvando de la enfermedad, sino como única fuente de salvación, que infunde una valentía, un poder superior, contra el que chocan todos los planes humanos que intentan destruirlo.

         Nuestra participación eucarística nos pone en contacto experimental con la situación de Jesús resucitado. Adquirimos de este modo un compromiso de obediencia y de testimonio y recibimos la fuerza del Espíritu para vivir y proclamar libre y valientemente la salvación que hemos experimentado. La profundidad y amplitud del misterio de Cristo se expresa en la inefable riqueza de los nombres con que es designado el Salvador. Así se expresa Nicetas de Remesiana:

"Se llama Verbo, porque ha sido engendrado sin pasión alguna por Dios Padre, o bien porque por su medio habló Dios Padre a los ángeles y a los hombres. Se dice Sabiduría, porque por medio de él se ordenó todo sabiamente al principio. Se llama Luz, porque él iluminó las primeras tinieblas del mundo y con su venida hizo desaparecer la noche de los corazones de los hombres. Se llama Hijo del Hombre, porque por nosotros los hombres se dignó nacer como hombre. Se dice Cordero, por su inocencia singular. Se llama Oveja para que quede patente su pasión. Se dice Sacerdote, bien porque ofreció a Dios Padre en favor nuestro su Cuerpo como oblación y sacrificio, bien porque se digna ofrecerse cada día por nosotros. Se dice Camino, porque por medio de él llegamos a la salvación. Él es la Verdad porque rechazó la mentira. Se llama Vida, porque destruye la muerte. Se llama Vid, porque al extender los ramos de sus brazos en la cruz proporcionó al mundo el gran fruto de la dulzura. Se dice Paz, porque reunió en la unidad a los que estaban dispersos y nos reconcilió con Dios Padre. Se llama Resurrección, porque resucitará todos los cuerpos. Se llama Puerta, porque por su medio se abre a los fieles la entrada del Reino de los Cielos" (Catecumenado de Adultos, XVI, 32-38).

         El texto de Hechos es de carácter pascual y pentecostal. La actuación valiente e iluminada de los apóstoles confunde a los letrados. La sencillez y la humildad de los discípulos de Jesús, cuyos signos dan fe de su confianza absoluta en el Maestro, derrumban cualquier castillo de los supersabios.

         Para quedar bien, sin reconocerse públicamente vencidos, los miembros del Consejo Judío les prohíben actuar con libertad de expresión, aunque saben que eso será inútil. Comienza una etapa nueva (la pentecostal), deslumbrante en la historia de salvación. Los apóstoles son los testigos cualificadísimos de ella, tras la iluminación y gracia de Pentecostés.

Manuel Garrido

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         Continúa hoy la escena de ayer, y los apóstoles están delante de las autoridades, después de haber pasado la noche en la cárcel. Los miembros del Sanedrín no saben qué hacer. No acaban de entender la valentía y el aplomo de unas personas incultas que dan testimonio de Jesús a pesar de todas las prohibiciones. Los que se creen sabios no han captado la voluntad de Dios, y los sencillos sí. Pero de por medio está el milagro que acaban de hacer los apóstoles con el paralítico, que les ha dado credibilidad ante todo el pueblo.

         La nueva prohibición se encuentra, de nuevo, con la respuesta de Pedro, lúcido y decidido a continuar con su testimonio sobre Jesús: "No podemos menos de contar lo que hemos visto y oído". Los apóstoles muestran una magnífica libertad interior, y responden acusando al tribunal por no querer entender los planes de Dios y el mesianismo de Jesús. Nadie les podrá hacer callar a partir de ahora. Éste es el fin del primer enfrentamiento con las autoridades de Israel. Luego vendrán otros, hasta que se consume la dispersión de los cristianos fuera de Jerusalén.

         También nosotros, los cristianos de hoy, hemos recibido el mismo encargo: predicad la buena noticia de Cristo Jesús por toda la tierra. Pudiera ser que también nosotros, en alguna etapa de nuestra vida, sintiéramos dificultades en nuestra propia fe. A todos nos puede pasar lo que a los apóstoles, que tuvieron que recorrer un camino de maduración desde la incredulidad del principio hasta la convicción que luego mostraron ante el Sanedrín.

         Ojalá tuviéramos la valentía de Pedro y Juan, y diéramos en todo momento testimonio vivencial de Cristo. Ojalá pudiéramos decir "no podemos menos de contar lo que hemos visto y oído". Para eso hace falta que hayamos tenido la experiencia del encuentro con el Resucitado. De nuevo el Salmo 117, mesiánico y pascual, nos ayuda a entrar aún más en la gozosa convicción de esta semana: "Hay cantos de victoria en las tiendas de los justos. No he de morir, pues, sino que viviré para contar las hazañas del Señor".

José Aldazábal

b) Mc 16, 9-15

         Leemos hoy el final del evangelio de Marcos. Desde luego, los apóstoles no están muy dispuestos a creer fácilmente la gran noticia de la resurrección de Jesús, y parece como si el evangelista quisiera subrayar esta incredulidad. Primero es una mujer, María Magdalena, la que les anuncia su encuentro con el Resucitado (sin que la crean). Luego son los 2 de Emaús (sin que tampoco a ellos les dieran crédito), y finalmente se aparece Jesús a los Once, echándoles en cara su incredulidad.

         La palabra final que les dirige Jesús es el envío misionero: "Id al mundo entero, y predicad el evangelio a toda la creación". La evangelización, o anuncio de la Buena Noticia de Cristo, ha sido siempre difícil. Desde la 1ª generación hay quien no quiere escuchar el anuncio de Cristo Resucitado, que comporta un estilo de vida especial y un evangelio que abarca toda la existencia y revoluciona los criterios familiares y sociales. Los profetas que osan dar el testimonio van a parar a la cárcel o a la muerte.

         Pero la dificultad mayor no viene de fuera, sino de dentro. Si un cristiano no siente dentro la llama de la fe y no está lleno de la Pascua, no habla, no da testimonio. Mientras que cuando uno tiene la convicción interior no puede dejar de comunicarla. El que tiene una buena noticia no se la puede quedar para sí mismo.

         El río que lleva agua, la tiene que conducir hacia abajo, por más diques que le pongan. Lo peor es si el río está seco y no lleva agua: entonces no hace falta que le pongan diques, y no podrá dar origen a ningún pantano. Si el cristiano no tiene convicciones ni ha experimentado la presencia del Señor, entonces no hace falta ni que le amenacen: él mismo se callará porque no tiene ninguna noticia que comunicar.

         Cada vez que celebramos la eucaristía, después de haber escuchado la Palabra salvadora de Dios y haber recibido a Cristo mismo como alimento, tendríamos que salir a la vida (a nuestra familia, a nuestro trabajo, a nuestros amigos) con esta actitud misionera y decidida, aunque no nos crean (como a la Magdalena o a los de Emaús). No por eso debemos perder la esperanza ni dejar de intentar hacer creíble nuestro testimonio de palabra y de obra en el mundo de hoy.

José Aldazábal

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         La 1ª aparición del Señor fue para la Magdalena (v.9). El relato de hoy de Marcos está, pues, de acuerdo con la tradición joánica (Jn 20, 11-18) y se separa en este punto del relato de Mateo, que hablaba de 2 mujeres (Mt 28, 9-10).

         Marcos confirma así que la 1ª experiencia de Cristo resucitado la hicieron personas extrañas al grupo de los apóstoles, con las que había mantenido relaciones de amistad. Lo mismo sucede con la 2ª aparición, alargada a los discípulos de Emaús (v.12) y sobre la que Lucas proporciona detalles más abundantes (Lc 24, 13-35).

         Marcos y Lucas se preocupan así en describir que la actividad del Resucitado no tuvo lugar sólo con los Once (su 1ª prioridad, sin duda), sino también con otro 2º círculo de discípulos (la Magdalena, los de Emaús, las mujeres...). Se hacen así eco de las comunidades cristianas más helenísticas, y no tan hebreos (Hch 6, 1-6). En el caso de hoy, sólo en 3º lugar se benefician los apóstoles de una aparición del Señor (v.14). Los Once no son, pues, los primeros en haber creído.

         Todos los evangelistas reflejan la incredulidad de los Once frente a las mujeres (Lc 24, 11), y Marcos es el único que da testimonio de su falta de fe en el mensaje de los 2 discípulos de Emaús (v.13, en contraposición a Lc 24, 33-34). En la pluma de varios evangelistas, esa incredulidad de los apóstoles forma parte del arsenal apologético, y prueba un hecho incuestionable: la idea de resurrección de Cristo no nació de la imaginación de los apóstoles.

         Es posible que el relato de la aparición a los Once englobe en un solo episodio una serie de experiencias o de descubrimientos realizados a lo largo de los 40 días que siguieron a la resurrección. Marcos traza así los rasgos de la aparición-modelo al grupo apostólico, que también era un grupo-modelo y decisivo.

         Una tensión seria ha debido de producirse necesariamente entre la institución y la vida de fe en la Iglesia primitiva, y pasajes como el evangelio de este día son muy apropiados para mostrar que si bien son necesarias en la Iglesia las estructuras, no pueden ser suficientes para que nazca la fe y para proporcionarla un alimento exclusivo.

Maertens-Frisque

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         El evangelista Marcos nos ofrece hoy un resumen de las apariciones de Jesús a sus discípulos. Se apareció a una persona (María Magdalena), y cuando ésta lo contó los discípulos no le creyeron. Se apareció a 2 personas (los discípulos de Emaús), pero tampoco a éstos les creyeron. Al final, se apareció a los Once y parece que, después de la reprimenda, le creyeron.

         Como en todas las apariciones, Jesús se deja ver poco tiempo (el justo para que le reconozcan y crean en él) y el rato que está con ellos lo aprovecha para transmitirles su mensaje de envío: id y proclamad.

         Este envío a proclamar la Buena Noticia llega hasta nuestros días y hoy nos toca a nosotros creerlo, acogerlo y asumirlo en nuestra vida. Unos cruzarán océanos y llegarán a las tradicionalmente llamadas "tierras de misión" para anunciar el evangelio con su vida; otros nos haremos cargo de estas nuevas tierras de misión (la vieja Europa), que también requieren un anuncio valiente y decidido.

         Antes de volver al Padre Jesús nos hace a todos misioneros. De todos depende el que el Dios de Jesús sea conocido, amado y servido (como diría Claret). Todos estamos llamados a esta misión que ahora llamamos compartida. La presencia del Resucitado en la 1ª comunidad fue motivo de alegría, de esperanza, de querer salir a todo el mundo. Ojalá en nuestras comunidades cristianas se viva esa vitalidad misionera.

Miren Elejalde

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         El evangelio de hoy nos ofrece la oportunidad de meditar algunos aspectos de los que cada uno de nosotros tiene experiencia: estamos seguros de amar a Jesús, lo consideramos el mejor de nuestros amigos; no obstante, ¿quién de nosotros podría afirmar no haberlo traicionado nunca? Pensemos si no lo hemos mal vendido, por lo menos, alguna vez por un bien ilusorio, del peor oropel.

         En 2º lugar, aunque frecuentemente estamos tentados a sobrevalorarnos en cuanto cristianos, sin embargo el testimonio de nuestra propia conciencia nos impone callar y humillarnos, a imitación del publicano que no osaba ni tan sólo levantar la cabeza, golpeándose el pecho, mientras repetía: "Oh Dios, ven junto a mí a ayudarme, que soy un pecador" (Lc 18, 13).

         Afirmado todo esto, no puede sorprendernos la conducta de los discípulos. Han conocido personalmente a Jesús, le han apreciado los dotes de mente, de corazón, las cualidades incomparables de su predicación. Con todo, cuando Jesucristo ya había resucitado, una de las mujeres del grupo (María Magdalena) "fue a comunicar la noticia a los que habían vivido con él, que estaban tristes y llorosos" (Mc 16, 10). Y en lugar de interrumpir las lágrimas y comenzar a bailar de alegría, no le creen. Es la señal de que nuestro centro de gravedad es la tierra.

         Los discípulos tenían ante sí el anuncio inédito de la resurrección y, en cambio, prefieren continuar compadeciéndose de ellos mismos. Hemos pecado, sí, y le hemos traicionado. Le hemos celebrado una especie de exequias paganas. Pero de ahora en adelante, que no sea más así: después de habernos golpeado el pecho, lancémonos a los pies, con la cabeza bien alta mirando arriba, y... ¡adelante!, ¡en marcha tras él!, siguiendo su ritmo.

         A este respecto, ha dicho sabiamente el escritor francés Flaubert: "Creo que si mirásemos sin parar al cielo, acabaríamos teniendo alas". El hombre, que estaba inmerso en el pecado, en la ignorancia y en la tibieza, desde hoy y para siempre ha de saber que, gracias a la resurrección de Cristo, "se encuentra como inmerso en la luz del mediodía".

Raimundo Sorgia

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         El resucitado aparece muy de mañana a María Magdalena a quien había purificado, que enseguida corre a hacer saber la noticia a los adoloridos y llorosos compañeros de Jesús. Pero éstos no creen lo que escuchan, como si la esperanza que Jesús sembrara en ellos hubiera desaparecido con su muerte. En última instancia, ni los mismos discípulos creían lo que les contaban. Aquí se palpa cuán difícil es creer en el Resucitado, debido a que todo su proyecto, según muchos, terminó en un fracaso.

         A pesar de los tantos testimonios de las apariciones del Resucitado, son muchos los que en aquel entonces no creían, incluyendo a sus mismos discípulos. Esta incredulidad es refutada por el mismo Jesús cuando se les aparece y lo 1º que hace es recriminarlos por su falta de fe, ya que no fueron suficientes los testimonios que recibieron para creer en lo que se les decía.

         Las apariciones deben ser tomadas, por tanto, como toques dados a la conciencia por la experiencia viva que se vive dentro con el Resucitado; son importantes porque a Jesús no hay que buscarlo fuera de la historia, sino a través de procesos internos de toma de conciencia.

         La comunidad debe tener claro que las apariciones están ligadas a la reconstrucción de la conciencia personal y grupal. Esta recuperación de la conciencia se da cuando se sale de la crisis que se experimenta por las tantas dudas y temores, y se experimenta que Jesús está vivo y nos está llamando a reconstruir la vida en torno a un proyecto comunitario que se creía acabado.

         Es importante también cómo la comunidad reconstruye su conciencia y vuelve nuevamente a la alegría de poder tener esperanzas. Ya reconstruidos, y con la experiencia de haber vivido desde dentro el proceso de la conversión, serán capaces de anunciar la Buena Nueva.

         En el evangelio de hoy, se nos hace un balance de los relatos de la resurrección. Y en ese balance se destaca la incredulidad inicial de la comunidad, que al principio se resiste al certero testimonio de las mujeres. Al final, la presencia del resucitado se impone por la evidencia. Comienza una nueva etapa para la comunidad cristiana: se lanzan en todas las direcciones a anunciar el evangelio y a conformar nuevas comunidades de discípulos de Jesús.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         El evangelista Marcos, mucho más sobrio que los demás, nos ofrece en el pasaje de hoy un recuento de las apariciones del Resucitado, poniendo de relieve lo que se puede apreciar también en los demás relatos evangélicos: la resistencia a creer en el testimonio de los que dicen haber visto a Jesús vivo (tras su muerte y sepultura), y el envío que se desprende del hecho de la resurrección.

         También Marcos presenta a María Magdalena como la primera testigo de las apariciones. Ella fue inmediatamente a anunciárselo a sus compañeros (que, como era de esperar, estaban tristes y llorando), pero éstos, al oírla decir que estaba vivo y que lo había visto, no la creyeron.

         Tampoco creyeron a los dos de Emaús cuando anunciaron a los demás que habían estado con Jesús, que se les había aparecido en figura de otro. Aunque en figura de otro, estaban convencidos de que era Jesús. Por último, nos dice el evangelista, se apareció a los Once cuando estaban a la mesa, y les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón.

         Esta incredulidad consistía en no creer a los que decían haberle visto resucitado, ni el testimonio de sus compañeros de camino. Pero ahora, resuelto ya el impedimento de la incredulidad, se les pide que vayan por el mundo entero predicando el evangelio, anunciando que Cristo ha resucitado.

         Se trata de un anuncio que, al mismo tiempo que testimonio, reclamará un acto de fe en los destinatarios del mismo, y los que antes se habían resistido a creer tendrán que exigir ahora un acto de fe a aquellos a quienes dirigían su anuncio. 

         La fe parece responder a una cadena testimonial que se hace depender de los primeros testigos del Resucitado, pero en último término se apoya en el Dios que nos trasciende y nos sobrepasa. Es decir, en la autoridad y el poder del mismo Dios, porque los testimonios históricos estarán siempre sujetos a interpretaciones diversas y posibles falsificaciones.

         No obstante, aquí nos encontramos con testigos que dan la vida; por consiguiente, testigos plenamente convencidos de la verdad de su testimonio. Esto es precisamente lo que nos hace ver el relato de los Hechos de los Apóstoles.

         Los testigos de la resurrección de Jesús sufrieron todo tipo de restricciones y prohibiciones; pero nada podía detenerles. Había que obedecer a Dios antes que a los hombres, por muy grande que fuera la autoridad de éstos. Además, no podían sino contar lo que habían visto y oído.

         Ellos creen en la verdad de sus percepciones sensibles, y entienden que Dios ha dejado patencia de su voluntad y poder. Ante esta manifestación no caben resistencias ni indolencias. Tampoco caben los miedos ni las cobardías. Semejante arrojo sólo cabe en hombres convencidos y empujados por una fuerza de índole sobrehumana que pudiera confundirse con delirios y fanatismos cargados de irracionalidad.

         Pero la fe del que renuncia a la propia vida por vivir la vida del Resucitado tiene también su racionalidad; aunque no puede negarse que la fe nos sitúa en un nivel suprarracional, que percibe el fondo o la razón última de las cosas. Porque, si es verdad lo que creemos, existimos para la vida eterna, no únicamente para esta vida temporal.

         Ese norte tiene que orientar necesariamente los pasos de los creyentes en su andadura por este mundo. Que el Señor nos mantenga abiertos a este horizonte de vida.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 06/04/24     @tiempo de pascua         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A