10 de Mayo

Viernes VI de Pascua

Equipo de Liturgia
Mercabá, 10 mayo 2024

a) Hch 18, 9-18

         Después de Filipos y Atenas, fue Corinto la siguiente gran escala de Pablo en su expansión del evangelio. Y una vez más, Pablo será citado ante la Justicia, acusado de ser un perturbador. Pero una noche, en una visión, el Señor dijo a Pablo: "No temas, habla sin callar nada, porque yo estoy contigo".

         Cuando se leen las cartas de San Pablo, se percibe que éstas están siempre llenas de la presencia de Jesús. Su nombre aparece 3 ó 4 veces en cada capítulo, y esto no era simplemente una manera de hablar. Pablo y Jesús vivían juntamente, y continuamente se comunicaban uno al otro en "una oración incesante" (Rm 1, 9). Los primeros cristianos estaban convencidos de la presencia de Cristo, y esto constituía su fuerza, y en las dificultades cotidianas se agarraban a esta certeza.

         Siendo Galión procónsul, los judíos se sublevaron contra Pablo, y le acusaron de "persuadir a la gente para que adore a Dios, de un modo extraño a la ley". Dicho procónsul era hermano de Séneca, y gobernó Acaya el año 52. Como se ve, la Iglesia estaba inmersa en el tiempo, en el mundo, en medio de políticas y de gobiernos.

         En ese invierno del año 52, y a causa de una climatología rigurosa, Pablo se queda bloqueado y no puede seguir navegando a ninguna parte. Y decide fundar en Corinto una comunidad vigorosa y bulliciosa, permaneciendo en ella 1 año y 6 meses, enseñando entre los corintios la palabra de Dios.

         Allí recibe Pablo noticias de las comunidades fundadas en Macedonia (la de Tesalónica y la de Filipos), y se pone entonces a dictar sendas cartas para fortalecerlos en su fe. Son los primeros escritos del NT, 22 años después de la resurrección de Jesús: las Cartas I y II a los Tesalonicenses.

         Es preciso tratar de imaginar aquella comunidad cristiana de Corinto, durante su 1º año de existencia. Pablo está allí proclamando la Palabra de Dios y haciendo presente a Cristo en sus eucaristías. Y desde el principio, y como instintivamente, los cristianos de Corinto se organizan en pequeños grupos, reuniéndose en torno al evangelio y a la eucaristía.

         Como Corinto era una ciudad pagana, y no podían edificar legalmente un lugar destinado al culto cristiano, los cristianos empezaron a reunirse en sus propias casas, como era el caso de la casa de Priscila y Aquila, un matrimonio fabricante de tiendas.

         Ha nacido una nueva comunidad, y en cuanto Pablo juzga que pueden prescindir de él, se ausenta de la ciudad y marcha en busca de otra fundación, dejando la responsabilidad a unos ancianos (presbíteros) a quienes ha nombrado cabeza de grupo. Señor, haz que los cristianos sean activos y responsables.

Noel Quesson

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         Meta de la acción misionera de Pablo son siempre los centros más importantes. Ahora lo será Corinto, "la ciudad de los dos mares", puente entre Oriente y Occidente, capital de la provincia romana de Acaya y floreciente centro comercial. En año y medio, Pablo funda la Iglesia de Corinto, y empieza a depositar en ella toda su enseñanza y esperanzas (y gobierno, a través de 2 de sus principales cartas).

         El relato destaca la dramática ruptura con la sinagoga judía (vv.5-7), las angustias del principio y el extraordinario éxito de la misión (vv.8-11) y la persecución de los judíos, que conducirán a Pablo ante el procónsul Galio (vv.12-17). Este episodio permite fechar los hechos, casi con certeza, en el año 52. En cuanto a lo que sigue a este relato, la acción cambia de escenario, y Pablo decide volver a Antioquía de Siria, dando por concluido su 2º viaje (vv.18-22).

         El capítulo de hoy narra cosas muy importantes sobre los ministerios en la Iglesia primitiva. Los vv. 2-3 nos presentan a Pablo trabajando con el matrimonio Aquila y Priscila en su oficio de fabricante de tiendas. Y surgen también los servicios de evangelización, que sin solución de continuidad van convirtiendo a muchos cristianos en ministerios estables (como será el caso de Apolo; vv.24-28).

         La comunidad colabora y siente la misión como una responsabilidad común. Es el caso de Crispo, prosélito "temeroso de Dios" que acoge a Pablo en su casa en el momento de la ruptura con la sinagoga (v.8). También el de Aquila y Priscila, que ofrecen a Pablo su hospitalidad en los tiempos difíciles del comienzo (vv.2-3) y lo acompañan tras su partida de Corinto (vv.18-19), completando la formación de los cristianos evangelizados por Pablo (vv.24-26).

         Todo esto podría ser una fuente de inspiración en nuestra Iglesia de hoy día, necesitada de libertad de acción y de poner en marcha nuevos estilos ministeriales. Pues sólo una comunidad solidaria y corresponsable, y un espacio abierto generosamente a las nuevas iniciativas, podrán desembocar en el futuro ministerial que la Iglesia necesita.

Fernando Casal

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         El recorrido que vamos haciendo de la mano de Hechos de los Apóstoles nos ha mostrado ya suficientemente el carácter firmísimo y perseverante del apóstol Pablo. Este es aquel hombre que sufrió naufragios, enfermedad, cárcel y azotes; que fue traicionado, pasó hambre y sed; que sufrió desvelos y carencia de lo necesario; que fue sistemáticamente apedreado y muchas veces sometido a la lluvia de los insultos y burlas. El hombre al que nada le detuvo, y admirablemente siguió adelante con paso recio, siendo capaz de cantar himnos a la gloria divina mientras padecía el hielo o las tinieblas de un calabozo injusto.

         Contemplando con asombro tanta fortaleza no puede menos de maravillarnos que Dios hoy se haya acercado con tanta compasión a darle consuelo y ánimo. Algo grande tenía que estar sucediendo; una misión singularmente ardua venía sobre sus espaldas acostumbrados al trabajo durísimo del apostolado entre los paganos. ¿Dónde se hallaba nuestro paladín y en qué misión se encontraba, para que Dios considerara con tanta providencia como ternura que era tiempo de dar fuerza nueva a su apóstol?

         La ciudad de hoy tiene un nombre propio: Corinto. Y también la misión a realizar: abrir espacio en medio de un paganismo tan agresivo como seductor, para que allí pudiera nacer una comunidad cristiana. ¡Qué locura! Una comunidad en torno al misterio de la resurrección, en medio de un pueblo saturado de religiones y filosofías, capaz de tragárselo todo (menos una cosa: que alguien pudiera vencer a la muerte).

         Para esa locura (que es también la que hoy necesitamos) de predicar en Corinto se requería, realmente, un empuje especial y una gracia particular. Y por eso Dios quiso hablar a Pablo en aquella visión nocturna, diciéndole: "No temas y habla sin callar nada, porque yo estoy contigo".

         Corinto no es algo del pasado, pues Corinto sigue llamándose hoy Nueva York, Amsterdam, París, Bogotá, Sidney, Río de Janeiro o Tokio... Corinto es también este mundo embriagado de placeres y teorías, desesperado y hambriento, enloquecido y mordaz, despiadado y anónimo en el que todo parece posible menos el amor, y donde todo tiene espacio menos la pureza. Señor, danos muchos apóstoles nuevos para este Corinto inmenso que es el mundo del III milenio.

Nelson Medina

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         La comunidad de Corinto iba a jugar una misión importante en la vida de Pablo y toda la Iglesia primitiva. Y por eso no es de extrañar que ya desde el principio se vean allí signos de la intervención divina especial.

         San Pablo experimenta aquí la protección especial de Dios, y dedica un largo trabajo de consolidación de la comunidad, tratando de ser eficaz con su palabra. Pues como le había dicho el Señor: "No temas, sigue hablando y no te calles". Oigamos a San Juan Crisóstomo, sobre este menester:

"En la cura de alma no hay nada de medios violentos, ni tampoco tenemos otro medio ni camino de salvación sino la enseñanza por la palabra. Este es el instrumento, éste es el alimento, éste el mejor temple del aire. La palabra hace veces de medicina, ella es nuestro fuego. Lo mismo si hay que quemar que si hay que cortar, de la palabra tenemos que echar mano. Si este remedio nos falla, todos los demás son inútiles. Con la palabra levantamos al alma caída y desinflamos a la hinchada, y cortamos lo superfluo, y suplimos lo defectuoso, y realizamos, en fin, toda otra operación conveniente para la salud de las almas" (Sobre el Sacerdocio, IV, 3).

         Con el Salmo 46 de hoy cantamos al Señor como rey del mundo. Por eso invitamos, con el salmista, a todos los pueblos a alabar al Señor, a batir palmas, a que lo aclamen con gritos de júbilo. Porque "el Señor es sublime y terrible, emperador de toda la tierra", y porque "él nos somete los pueblos y nos sojuzga las naciones", así como "él nos escogió por heredad suya".

         Corinto fue el lugar en el que Pablo proclama con valentía el evangelio de salvación del Señor, a lo largo de un año y medio y hasta que la comunidad quedase consolidada en la fe. Aquí Pablo recibirá muchas persecuciones, pero el Señor le pide no tener miedo, pues él está a su lado y nadie pondrá la mano sobre él para perjudicarlo.

         Cuando llegue la hora de Pablo, éste no podrá escapar de dar el testimonio supremo de su fe (decapitado en Roma). Pero mientras llega su hora tendrá que estar aquí, y después ir allá y más allá, cumpliendo la misión que el Señor le ha confiado.

Manuel Garrido

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         Las palabras que el Señor le dice hoy a Pablo, en una visión nocturna, son de las que más veces se escuchan tanto en el AT como en el NT, dirigidas a personas a las que Dios ha elegido para ser sus testigos en el mundo: "No temas". Oyeron lo mismo Moisés y Jeremías y la Virgen Maria, y ahora Pablo.

         En el caso de Pablo, la estancia en Corinto debía serle difícil, por dificultades externas e internas. Y por ello, la voz del Señor le anima: "No temas, sigue hablando y no te calles, que yo estoy contigo". Y hay otro motivo que puede resultarnos sorprendente: "Muchos de esta ciudad son pueblo mío".

         La escena que describe a continuación Lucas es bastante cómica, porque el procónsul Galión (por cierto, hermano de Séneca) se desentiende irónicamente de la discusión, al ver que no afecta al orden público, sino a cuestiones internas de religión. Y por eso no hace caso al ver que los que apalean al jefe de la sinagoga judía (Sóstenes) son precisamente judíos.

         También hoy puede Dios decirnos: "Muchos de esta ciudad son pueblo mío". A pesar de la mala fama de Corinto (comercial, sexual, ludópata...), Dios espera que muchos se conviertan, porque están destinados a la vida. ¿Tenemos derecho a desconfiar nosotros, o desanimarnos, porque nos parece que nuestra sociedad está paganizada sin remedio? ¿No estarán destinados a ser pueblo de Dios tantos jóvenes a quienes vemos desconcertados en la vida, o tantas personas que parecen sumergidas irremediablemente en los intereses materialistas del mundo de hoy?

         Porque peor que las persecuciones exteriores (como la que le vino a Pablo en el curioso episodio de hoy ante el procónsul Galión) son las interiores: los temores y cansancios que podemos sentir cuando no vemos resultados en nuestro trabajo. ¿Quién somos nosotros para dimitir de nuestro empeño, cuando vemos que Dios tiene paciencia y sigue depositando su esperanza en personas a las que nosotros ya les hemos retirado todo voto de confianza?

José Aldazábal

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         Se nos cuentan hoy las peripecias de Pablo en Corinto, en aquel gran puerto situado en el istmo de Corinto (que unía la península Balcánica con la pequeña península del Peloponeso) y cuya ubicación estratégica había hecho de Corinto una ciudad rica y renombrada, desde épocas remotas.

         En el momento en que Pablo visita Corinto, ésta se ha convertido en la capital administrativa de la provincia de Acaya, sede del procónsul (el gobernador nombrado directamente por el Senado de Roma, para regir las provincias más importantes del Imperio).

         En Corinto se acumulaban y transferían mercancías de todas partes, había astilleros para la construcción de embarcaciones, ricas corporaciones de mercaderes y de artesanos, miles de esclavos que desempeñaban muy distintos oficios. Y no faltaban, por supuesto, los templos y los adoradores de las diversas religiones importantes del Imperio. Incluso los judíos tenían su poderosa e influyente sinagoga.

         La ciudad era famosa, además de su riqueza e importancia económica y comercial, por la corrupción de costumbres de sus habitantes, siendo un centro afamado, en todo el Mediterráneo, por un elemento distintivo: la prostitución, o el "estilo de vida a la corintia".

         La estancia de Pablo en Corinto fue larga (de un año y medio, según Hechos), y le permitió dedicarse al trabajo manual para ganarse la vida (actitud de la que siempre se glorió, para predicar más libremente el evangelio). Incluso sabemos que estuvo asociado a un matrimonio judío: Aquila y su esposa Priscila, convertidos al cristianismo y llegados a Corinto desde Roma (a raíz de la expulsión de Roma que el emperador Claudio decretó para todos los judíos, el año 49), no dudando en asociarse a Pablo en el trabajo laboral (de fabricar lonas) y evangelizador.

         En Corinto se formó una comunidad cristiana de numerosos miembros. Una comunidad inquieta, llena de entusiasmo y con la cual el apóstol, después de su partida, mantuvo una intensa correspondencia (y unas relaciones a veces tensas y difíciles, pero siempre francas y muy cercanas), siendo la de Corinto la comunidad cristiana de origen paulino que mejor conocemos.

         En la lectura de hoy se nos presenta el consuelo que recibe Pablo de Dios (para animarlo a perseverar en sus fatigas evangelizadoras) y el incidente ante el procónsul Galión (promovido por los judíos, contra Pablo y sus compañeros).

         En cuanto a las autoridades romanas, el libro de los Hechos sigue en su línea de presentarlas totalmente indiferentes frente al naciente cristianismo, en clara opción por esquivar los conflictos religiosos (hasta que en el año 80 tome cartas en el asunto, por la cada vez más notoria presencia e influencia de los cristianos en su seno romano).

Confederación Internacional Claretiana

b) Jn 16, 20-23

         La tristeza de los discípulos ante la marcha de Jesús está destinada a convertirse en alegría, aunque ellos todavía no entiendan cómo. Hoy Jesús describe muy expresivamente en qué consiste la alegría para sus seguidores. Es hermosa la comparación que pone, la de la mujer que da a luz: "Cuando va a dar a luz, siente tristeza, pero cuando da a luz al niño, ni se acuerda del apuro, por la alegría de que al mundo le ha nacido un hombre".

         Es una alegría profunda, no superficial, que pasa a veces por el dolor y la renuncia, pero que es fecunda en vida. Como la alegría de la Pascua de Cristo, que a través de la muerte alumbra un nuevo mundo y salva a la humanidad.

         Tendríamos que recordar qué clase de alegría nos propone Jesús: la misma que la de él, que supuso fidelidad y solidaridad hasta la muerte, pero que luego engendró nueva vida. Como el grano de trigo que muere para dar vida. Como la mujer que sufre pero luego se llena de alegría ante la nueva vida que ha brotado de ella. Así la Iglesia ha ido dando a luz nuevos hijos a lo largo de la historia, y muchas veces lo ha hecho con sacrificio.

         Nosotros queremos alegría a corto plazo, o alegría sin esfuerzo. Y eso que sabemos que nada válido se consigue, ni en el orden humano ni en el cristiano, sin esfuerzo, e incluso sin dolor y sin cruz. Ojalá se pueda decir de nosotros, ahora que estamos terminando la vivencia de la Pascua, que "se alegrará vuestro corazón y nadie os quitará vuestra alegría".

José Aldazábal

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         Al evocar la imagen de la mujer parturienta para describir los sufrimientos que esperan a los discípulos, Jesús enseña a reconocer en ellos el signo de la venida de los últimos tiempos. En la escritura, en efecto, los dolores del parto caracterizan un castigo terrible (Gen 3,16; Jer 4,31; 6,24; 13,21). Sin embargo, son los únicos dolores que tienen un sentido porque traen una nueva vida al mundo.

         La revolución cristiana que se va a producir, por tanto, tendrá lugar tras el paso del dolor del alumbramiento escatológico (Is 66,7-15; Miq 4,9-10). Inherentes a su condición humana y terrestre, a los sufrimientos de la tierra le aseguran una suerte idéntica (Rm 8,14-22; Ap12, 1-6), al menos si permanece fiel a la vez a su vocación escatológica y a su condición humana.

         La mujer del v. 16 es mencionada al mismo tiempo que la hora. Ahora bien, dato curioso, cada vez que una mujer madre es mencionada en Juan es asociada a este tema de la hora (Jn 2,4; 16,21; 19,25-27), a excepción del episodio de la mujer adúltera (Jn 8, 1-11). Es posible pensar que Juan elabora con este procedimiento una misteriosa alegoría.

         Juan afirma, pues, que la hora de la mujer madre es la misma que la hora de Jesús, la de su muerte y la de su resurrección. Así, pues, el nacimiento de Jesús a una vida nueva es obra de una mujer, su madre, cuya alegría es grande por haber dado este hombre al mundo.

         Juan piensa, ante todo, en Eva, que "consiguió un hombre" (Gén 4, 1) cuando el nacimiento de su hijo. Piensa también en la propia madre de Jesús (Jn 19, 25-27), que alumbra simbólicamente a la nueva humanidad en el momento en que Jesús nace a la nueva vida. Y piensa en la Iglesia, que da a luz a la nueva humanidad a través de los dolores escatológicos de Is 66, 7-8 (de donde Jesús toma la expresión "vuestro corazón se alegrará") e Is 26, 17-21 (de donde Jesús toma la expresión "poco tiempo").

Maertens-Frisque

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         En el discurso de hoy de Jesús, que venimos comentando, aparecen 2 planos superpuestos en relación con el tema muerte-fecundidad. En 1º lugar se refiere a su propia muerte, que producirá tristeza pero no duradera, y cuyo fruto será el nacimiento del hombre nuevo a su estado definitivo. En 2º lugar trata de decir que lo que sucede con Jesús es ley para todos.

         La Iglesia, por tanto, tendrá que ser fecunda (como la mujer embarazada), asumiendo sus momentos de dolor y muerte, tanto a nivel individual como de grupo. Pues así podrá seguir engendrando al hombre nuevo. No se interrumpe, sin embargo, la alegría, que nace de la presencia de Jesús y del fruto (hombre nuevo) que nace.

         Aplica Jesús claramente el tema de la tristeza-alegría a los acontecimientos de su muerte-resurrección. Y los pone en paralelo con la imagen que había usado: su muerte representa los dolores de parto; su resurrección, el nacimiento del hombre nuevo. La condición de Jesús resucitado no deja, por tanto, de ser humana, y es la plenitud de existencia que Dios ha destinado al hombre.

         Una vez que los discípulos hayan visto el triunfo de la vida sobre la muerte, la alegría será permanente. El gozo de la comunidad estriba en la presencia de Jesús resucitado, signo de la vida invencible. Cuando llegue aquel día, comprenderán (v.23). La experiencia del Espíritu responderá a todas las preguntas.

         La mujer, con artículo determinado, es el arquetipo de la humanidad, así como la embarazada es imagen del pueblo (Is 26, 17) y la ciudad de Sión es la que da a luz a sus hijos (Is 66, 8). Jesús alude con sus palabras, por tanto, al nacimiento de una nueva humanidad, aludiendo a Is 26, 14 ("como la embarazada, cuando le llega el parto"), en este caso mediante una imagen relacionada con la resurrección de los muertos.

         Jesús no sólo señala su propia resurrección (inmediata), sino también a la resurrección que el hombre experimentará (al final de los tiempos). La imagen del parto se sitúa en la misma doble perspectiva: la muerte-resurrección de Jesús y la tristeza-alegría de los suyos.

         La persecución y muerte son prenda de alegría y vida, y la imagen del parto precisa en qué consiste el fruto (Jn 15, 2): el hombre nuevo, el que posee la vida definitiva. Éste nace como fruto de un desgarro (expresado en términos de dolor y muerte), pero Jesús va a dar su vida para crear el hombre nuevo. Y también los suyos deberán seguir ese camino a la hora de aguantar dolores de parto en pro de la nueva humanidad.

Juan Mateos

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         El evangelio de hoy nos habla de la vida tal y como es. La Palabra de hoy vuelve a ir contracorriente de esa visión adolescente y hedonista de la vida: lo real no es la vida sin sufrimiento ni dolor. Es más, lo ideal no es pasarse la vida huyendo, ni sorteando el sufrimiento y dolor.

         El dolor y el sufrimiento forman parte de nuestra vida, como ingredientes necesarios para crecer y seguir engendrando vida plena. Por eso el intento de ir sorteando sufrimientos y dolores es inútil y está abocado al fracaso (en 1º lugar), así como nos impide crecer en humanidad (en 2º lugar). Todo sufrimiento por amor nos hace madurar, o como dice la letra de una canción rock actual, "cada rosa tiene su espina".

         El evangelio de hoy contiene una promesa: "Nadie os quitará vuestra alegría". En continuidad con lo reflexionado en ayer, ¿qué es lo que nos quita la alegría? ¿Y por qué?

         Las tristezas de cada día no pueden anegar la alegría profunda de sabernos en el camino de la vida. Esta alegría nace de la serena certeza de saber de quién nos hemos fiado, de sabernos queridos infinitamente, sin condiciones, amados en todas nuestras limitaciones y pecados, porque el Alfarero del hombre conoce nuestro barro, sabe de qué estamos hechos.

         Es la alegría que brota de tener una respuesta a las preguntas esenciales que todo hombre se hace. Es la alegría que brota de saberse con un sentido en la vida. Es la alegría que da saber quién quiero ser, quién es el ideal que estoy llamado a “encarnar”, a hacer vida...

         Por eso la continua llamada a la conversión que nos mella y nos pule, que nos desasosiega y nos hace sufrir... tiene su contrapunto en la alegría de sabernos en manos de Dios. También por ello, la falta de alegría (o la desesperanza) es signo de falta de fe o de una fe inmadura, pues carece de una experiencia que nos hace ser de hijos de Dios. En definitiva, y como decía Santa Teresa de Jesús, "un cristiano triste es un triste cristiano".

Juan Artiles

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         El pasaje del evangelio de hoy pertenece al Discurso de Despedida de Jesús durante la Ultima Cena, y nos pone ante una alternativa: la tristeza y el gozo, las penas y la felicidad. Son las alternativas de Cristo: tristeza y pena (porque él ya no estará más físicamente presente, y porque el mundo los perseguirá y odiará a causa de Jesús) y gozo y alegría (porque Jesús regresará a través de su Espíritu, y permanecerá con ellos a través de él). Expresiones de completa intimidad que solo podrán realizarse en la consumación universal.

         Jesús emplea la imagen de la mujer que espera dar a luz: antes del parto se afana y está triste y preocupada porque se le viene encima un trance doloroso que, incluso, pone en peligro su salud y su vida. Pero que una vez ha dado a luz se alegra por la vida que ha nacido, con la cual ella hace que la raza humana siga adelante.

         Se trata de una imagen, la de la mujer embarazada, tan común en la Biblia (Is 13,8; Mt 24,8), que es empleada por Jesús para expresar la situación de su pequeña comunidad en el mundo: ella es como una madre que se preocupa y está triste antes de dar a luz a tantos seres humanos por la fe en Dios Padre y en su Hijo Jesucristo; pero que se alegra cuando puede reunir en torno a la mesa del Señor a todos los hijos de su fecundidad misionera, de su testimonio evangélico.

         Acercándonos al final de este tiempo pascual debemos renovar la alegría que llena a la Iglesia por la resurrección de Jesucristo, por la acción de Dios que lo ha constituido Señor de la historia, juez de vivos y muertos. Y esta alegría pascual nos debe ayudar a sobrellevar con fortaleza las persecuciones, los odios, discriminaciones y sufrimientos de la evangelización.

Confederación Internacional Claretiana

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         En el pasaje de hoy vuelve a hacerse presente el tema de las duras tareas y penalidades que tendrán que enfrentar los discípulos de Jesús, tan pronto él se haya ido. Lo cual, como él mismo asegura, va a servir para alegría del Maligno.

         Pero también les hace saber que todos estos infortunios serán como los de una parturienta al momento de dar a luz. Y al final, el cúmulo de experiencias será tal, que de todas aquellas dolencias y angustias no quedará nada, porque todo quedará subsumido en la feliz presencia de la criatura recién nacida.

         Para volver más responsables a sus discípulos, frente a las opciones que decidieron asumir, Jesús establece algunas otras precisiones que van a servirles de experiencia durante todo su proceso. Les confirma que a pesar de que no tendrán su presencia física, la compañía que les ofrecerá va a ser de mucha valía para todos.

         Cuando ya estén viviendo verdaderamente el proyecto del Reino, los discípulos estarán tan convencidos de la valía de tal causa, que ya no tendrán que preguntarle nada más. Esa capacidad de saber qué es necesario y qué no, la obtendrán por la asistencia del Espíritu.

         Para la comunidad debe quedar claro el hecho de que la adhesión a la causa del reino de Dios pasa necesariamente por el dolor. Este dolor es más que una metáfora de la entrega de nuestra vida a la causa del más necesitado (Mt 25, 31). Este dolor es para Jesús tan intenso y tan lleno de alegrías postreras como el de la mujer parturienta. Al final ya sólo recordaremos el fruto regado con tantas lágrimas.

Servicio Bíblico Latinoamericano

c) Meditación

         Nos dice hoy Jesús que vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría. Nos anuncia, pues, tiempos de tristeza, que serán reemplazados por tiempos de alegría. Y es que en la vida de todo hombre se entremezclan la tristeza y la alegría, porque hay muchos motivos para estar tristes, aunque también los haya para estar alegres.

         El principal motivo de tristeza (aunque no es el único) es la muerte que va extendiendo su sombra sobre todos los mortales, y no desaparece nunca de nuestro horizonte vital. Y con la muerte, todo lo que ella nos arrebata. El principal motivo de alegría es la vida y todo lo que ella pone a nuestro alcance y nos ofrece, una vida que ni siquiera la clausura de la muerte acaba de sepultar, si se deja espacio a la fe y a la esperanza en la vida eterna.

         Jesús alude en este pasaje al tránsito emocional que experimentarán sus discípulos, un tránsito similar al que experimenta la mujer que está en trance de dar a luz, a la que este hecho doloroso le produce tristeza, pero una vez que ocurre (es decir, da a luz al niño) se llena de alegría por el simple hecho de haberle dado al mundo una nueva vida.

         En ese momento, producido el alumbramiento, dicha mujer ya no se acordará de las incomodidades del embarazo ni de los apuros del parto, pues la nueva vida lo llenará todo con su resplandor, colmando de alegría el corazón de la madre y de todos los que empaticen con ella.

         Pues bien, esa misma alegría experimentarán los discípulos de Jesús, al verle de nuevo tras haber estado apresado por la muerte en las entrañas de la tierra. Después de haber vivido con tristeza los acontecimientos traumáticos de su pasión y muerte, ahora, tras haber roto él las cadenas de la muerte y haber resucitado de entre los muertos, podrán experimentar la inmensa alegría de este encuentro inesperado y sorpresivo que lleva el sello de lo extraordinario.

         Por eso, la alegría que de él deriva tendrá también un carácter sorprendente y único, que florecerá repentinamente en un corazón ensombrecido por la tristeza del que ha experimentado una pérdida de valor incalculable e irrecuperable. Una alegría similar es la que experimenta el padre de la Parábola del Hijo Pródigo cuando recupera a su hijo después de darle por perdido o por muerto, aunque no sin conservar siempre un hilo de esperanza.

         También vosotros, prosigue Jesús, sentís ahora tristeza. Pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y nadie os quitará vuestra alegría. La tristeza se anticipa a los mismos acontecimientos que la desencadenan, cuando vemos que tales sucesos se nos echan irremediablemente encima, o los presagiamos como inevitables. Con la actualización de tales acontecimientos no deseables, la tristeza podrá adquirir incluso tonos de amargura y desesperación.

         Pero otro suceso, tan inesperado como repentino, transformará las cosas y dará un vuelco a su situación emocional, y el espacio ocupado por la tristeza se inundará de alegría. No sólo recuperarán la alegría perdida, sino que obtendrán una alegría mayor y menos expuesta al quebranto de los golpes de la vida.

         Se trata de la alegría que brota del encuentro con el Resucitado, que no es ya simplemente el que vive con la vida que tenía antes de ser llevado a la muerte, sino el que vive con una vida que es inmune a la muerte y que ha escapado definitivamente de la muerte.

         Aquellos discípulos se alegrarán por un doble motivo: por el reencuentro con su maestro (al que creían muerto para siempre) y por el contacto con alguien que, siento mortal, había vencido a la muerte. ¿Podía haber mejor noticia o mayor motivo de alegría?

         Volver a ver a la persona amada es un gran motivo de alegría, pero recuperar a esa persona para siempre lo es aún mayor. Se trata de una alegría que reviste un carácter de excepcionalidad, porque brota de un acontecimiento extraordinario e inesperado, que no entraba en el horizonte de sus expectativas.

         Tampoco entraba en las expectativas de Abraham tener un hijo en la vejez, y por eso el anuncio de que va a ser padre le colma de alegría. Y no era para menos. Esta alegría se mantendrá mientras dure la fuente que la suministra.

         El gran motivo de alegría en la vida de San Pablo fue Cristo Jesús, pues Cristo era su tesoro, frente al cual todo lo demás perdía valor, palidecía y pasaba a ser basura. En él tenía su corazón y por él se sentía reconfortado. Mientras perdurase su unión con él, tendría garantizada la alegría.

         Lo único que podría arrebatar a Pablo la alegría que esta unión le proporcionaba era lo que pudiese apartarle del amor de Cristo, pero difícilmente podría encontrarse en el mundo o fuera de él algo (angustia, persecución, hambre, desnudez, espada, principados, dominaciones, potestades...) que pudiera lograrlo. Mientras esto no sucediera, conservaría la alegría que rebosaba su corazón.

         Si nos ponemos a hacer un diagnóstico de los males que aquejan a nuestra sociedad contemporánea, y que tienen su reflejo en el noticiario de un día cualquiera (criminalidad, malos tratos, violencia de género, violaciones múltiples, incesto, insensibilidad, indiferencia, calamidades, accidentes masivos, guerras fratricidas...), encontraremos seguramente motivos para la tristeza.

         Pero también podemos encontrar razones para la alegría, aunque para ello tengamos que concentrar nuestra mirada en otros aspectos más positivos de la realidad que nos circunda y nos habita. De ella también nos llegan buenas noticias y excelentes impresiones.

         Una de las noticias más sobresalientes es la que se identifica con el mismo evangelio. Se trata de la noticia que proclama que Cristo, el muerto y sepultado en tiempos de Poncio Pilato: que ha vencido a la muerte. Ésta es la mejor noticia que puede recibir el hombre, sobre todo el que vive constantemente amenazado y atemorizado por la muerte.

         Ya el simple hecho de existir es un motivo de alegría, porque la posibilidad de existir es condición de posibilidad de todo lo demás, y sin la existencia no es posible amar, ni cuidar, ni admirarse, ni gozar, ni escribir, ni pensar, ni conversar, ni pasear, ni recrearse, ni disfrutar, ni cantar, ni esperar, ni resucitar.

         Cuando uno toma conciencia de que existe, pudiendo no haber existido, y que en virtud de este don (puesto que la existencia me ha sido dada) tiene acceso a todo lo que ella ofrece (relaciones afectivas, disfrutes visuales y auditivos de un paisaje o una obra de arte, posibilidades de crear algo nuevo...), se llena de alegría, aunque sea ésta una alegría ensombrecida por la amenaza de la muerte que le pone límite (fecha de caducidad).

         Algunos filósofos, como el existencialista Heidegger, han acentuado esta realidad fáctica acrecentando la angustia existencial en la que el hombre pervive (y a veces malvive). De hecho, Heidegger llega a decir que "el hombre (dasein) es un ser para la muerte (zum tode)", indicando con ello que ha nacido para morir, que su fin es la muerte.

         Su discípula Hannah Arendt corregirá parcialmente a su maestro, diciendo que el hombre, aun siendo mortal, no ha nacido para morir, sino "para dar a luz" (es decir, para engendrar algo nuevo). Y puesto que somos creativos (a imagen del Dios creador), cualquier producto de nuestra creatividad será motivo de alegría, pues crear algo nuevo es dejar un rastro de mi yo en el mundo, en una especie de desafío a la muerte.

         No obstante, todos estos intentos de sortear a la muerte parecen destinado al fracaso, pues la muerte sigue golpeando incesantemente en el surco de la vida. Si no disponemos de un antídoto para ella, no podremos evitar la tristeza que su sola amenaza y noticia causan. El único antídoto contra la desesperación que engendra la muerte es la esperanza que brota de la fe en la resurrección.

         El que cree que Jesús ha vencido a la muerte con su resurrección, podrá mantener la esperanza de vida a pesar de la muerte. Y esta esperanza nos mantendrá alegres, incluso estando a las puertas de la muerte, pues tales puertas tienen también apertura o pueden ser abatidas. Y nadie podrá quitarnos la alegría, si no nos quita antes la esperanza o la fe que la sostiene.

JOSÉ RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ·CID, doctor en Teología

 Act: 10/05/24     @tiempo de pascua         E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A