El Año de las Vacunas


Filipinas, vacunando a los niños contra el Covid, de forma preferente

Cieza, 1 enero 2021
Pascual Saorín, colaborador de Mercabá

          Ya está aquí. Después de muchos meses de angustia se acabó el horrible año 2020. En sus últimos estertores ha dejado, sin embargo, lo que llaman "el inicio del fin de la pandemia", que en forma de vacunas milagrosas parece anticipar un futuro de felicidad y bienestar, como si 2020 no fuera más que un mal sueño, un paréntesis cuyo contenido conviene olvidar cuanto antes para que nuestras vidas puedan seguir siendo las mismas de antes.

          A veces da la sensación de que con el año nuevo todos los problemas del mundo se resolverán de un plumazo; algo así como si el Covid-19 fuera el único problema que tenemos en el mundo. Con las vacunas todo volverá a eso que han dado en llamar normalidad; como si fuera normal el creciente desequilibrio mundial, el daño irreparable a nuestro planeta o las crecientes adicciones para olvidar una realidad cada vez más impertinente.

          Gracias a la divina ciencia y a la bendita técnica tendremos otra realidad: la realidad virtual; viviremos hipnotizados por pantallas de todo tipo de tamaño; en el mundo desarrollado ya no necesitaremos cuidadores; nos cuidarán robots inteligentes; no hará falta tampoco amigos que anulen el eterno virus de la soledad, pues la inteligencia artificial será capaz de crear amigos virtuales que nos acompañen y consuelen.

          Por no haber, no habrá ni virus. Aunque pensándolo bien, tal vez sea más productivo no eliminarlos del todo para que, en vez de vacunarnos una vez en la vida para no enfermar más, tengamos que hacerlo todos los años, favoreciendo así el éxito comercial de las grandes compañías farmacéuticas.

          Las vacunas vendrán a ahuyentar nuestros miedos, como un nuevo San Jorge arremetiendo contra el dragón, librándonos de la barbarie. Los jóvenes volverán libremente a sus fiestas, si es que alguna vez han dejado de ir a ellas; los niños regresarán desenmascarados a las escuelas donde los esperarán sus maestros, liberados ya de sus miedos y dispuestos a educar por el mero placer de hacerlo y no sólo para poner el cazo a fin de mes; el personal sanitario, oportunamente condecorado por hacer lo que tenían que hacer, retornará a los nuevos templos de la salud.

          Las iglesias se abrirán sin aforo limitado, aunque su aforo seguirá prácticamente siendo el mismo; los cobardes perderán las excusas perfectas para embarrarse en la vida y los falsos profetas, agoreros de calamidades, se apresurarán a buscar otras desgracias para aferrarse a la proyección de sus neurosis personales, en espera de acertar algún día.

          A fin de cuentas, esta no ha sido ni la última ni la peor de las pandemias que ha pasado la humanidad, aunque no creo equivocarme si digo que ha sido la más mediática. Lo ha sido tanto que ha llegado a ensombrecer (oportunamente para muchos) otras muchas pandemias con las que llevamos lidiando muchos años, incluso siglos, sin que nadie parezca compadecerse ni alarmarse.

          De alguna manera, nos queda la esperanza de que esta pandemia pueda servir para confrontarnos con nosotros mismos. No deberíamos salir de ella de la misma manera que entramos. Si nada cambia tras ella, tanto sufrimiento y muerte habrá sido en vano.

          Los que han perdido a sus seres queridos quedarán con una herida incurable en el corazón y sin consuelo porque cuando el mal mata individualmente la compasión brota con naturalidad, pero cuando lo hace de forma tan masiva, las víctimas dejan de tener nombre para convertirse en estadísticas. Es más fácil olvidarse las cifras que de los nombres. Los muertos del Covid-19 dejarán de tener rostro singular, asociados sin querer al racimo de muerte que va a dejar esta pandemia.

          Quisiera creer que queda una esperanza: la de que este amargo trago al menos sirva como reactivo que acelere la transformación del mundo y de la sociedad, algo cada vez más evidente. Sé que la humanidad será capaz de adaptarse a esta profunda transformación social, como lo ha venido haciendo desde que el ser humano tiene a bien serlo; lo que no tengo tan claro es que el número de víctimas inocentes sean más de las que ya de por sí la madre naturaleza reclama, por esa perversa inclinación al mal con la que fue diabólicamente inoculada.

          Mucho me temo que a pesar de llamarnos racionales, seguimos moviéndonos por instintos meramente animales, como fieras ilustres que se resisten a domar sus instintos más primarios; las bestias no renuncian a sus pasiones más oscuras, simplemente las disfrazan como elegantes formas políticas o educadas estrategias empresariales, carentes de toda piedad y sentido de la compasión.

          2020 se fue, y 2021 viene cargado de vacunas para dar y tomar, a diestro y siniestro. En ellas depositaremos nuestras esperanzas sin comprender que el verdadero virus no es el Covid-19, sino la falta de justicia y de paz en el mundo. No es un virus que venga de fuera; no nos protegen de él las mascarillas ni hay gel hidroalcohólico o distancia social capaz de mantenerlo a raya; es un virus de viene de los más profundo de nuestro ser.

          Este virus debe ser combatido desde la libertad personal con los antivirales de los valores, cuya más elemental expresión es la dignidad humana que se expresa en la declaración de los derechos humanos. ¿Qué médico nos recetará esta medicina? ¿Qué hospital nos aliviará y curará con este tratamiento? Mucho me temo que, una vez más, nos olvidaremos de ello y seguiremos curando únicamente el cuerpo y olvidándonos del alma.

          Pudiendo ser 2021 el año de la evolución de nuestro ser y del impulso de una humanidad entregada a la solidaridad, mucho me temo que únicamente pasará a la historia por "el año de las vacunas". En todo caso, feliz año nuevo.

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 Act: 01/01/21          @noticias del mundo             E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A