Ansias de Utopías
Querétaro,
29 septiembre 2025 Desde el Jardín del Edén hasta las Islas Afortunadas, pasando por los milenarismos religiosos del Medioevo, las utopías científicas del Renacimiento o las fantasías ideológicas del s. XIX, en Occidente han abundado las representaciones de mundos afortunados y justos, opuestos a las desdichas y privaciones reales. A menudo, este mecanismo de compensación ha sido hermosamente plasmado en mitos, imágenes literarias, visiones, profecías y otras formas del optimismo delirante. En este sentido, En busca del Paraíso de Jean Delumeau plasma las imágenes que, a lo largo de los siglos, se han forjado, a la hora de representar la felicidad y la ventura. En muchos de estos mitos utópicos abundan las tierras imaginarias donde los campos florecen sin necesidad de trabajo, los ríos corren llenos de leche y miel, las bestias son mansas y longevas, los nativos no conocen la injusticia, las mujeres tienen partos sin dolor y aun los hombres son capaces de dar a luz. Entre el arrebato religioso y el desvarío secular, el paraíso adopta las formas más extravagantes, por los distintos confines de la geografía paradisíaca. Y si no, ahí están las leyendas medievales del Preste Juan (y sus virtuosos reinos cristianos), o la erudición renacentista (orientada a probar la exactitud histórica del génesis), o el ilusionismo ilustrado (respecto de las exóticas islas de la Polinesia), o la política moderna (a través de sus falsas filantropías). Como se ve, el paraíso no es sólo es un lugar mítico, sino también una noción del tiempo que se ha ido utilizando para armonizar el conflicto (si las cosas van mal) o congelar la historia (si las cosas van bien). Hoy no cesa de decirse que el paraíso bíblico fue un cuento, pero tampoco deja de sustituirse a éste por un amplio catálogo de milenarismos, en sus vertientes políticas, científicas, ideológicas y hasta de energías espirituales u ovnis militares. Es más, no sólo se inventan nuevos paraísos, sino que se dice que tienen la capacidad visionaria de adivinar el ritmo de la historia, y hasta de adelantarla o retrasarla. Por lo que se ve, la nostalgia por la edad de oro no es una metáfora, sino otra utopía más cuya materialización sólo requiere del entusiasmo incondicional de los feligreses y la eliminación de los escépticos. .
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