Cada persona es Valiosa
Barcelona,
1 mayo 2022 Las culturas antiguas estructuraban sus sociedades en la relación esclavo-señor. Pensemos en el antiguo Egipto, en el Imperio Romano, en Mesopotamia o Grecia, en China o en África, e incluso en las culturas precolombinas. En dichas sociedades, el fundamento de la economía fue siempre el trabajo del esclavo. Se trataba de un mundo desesperanzado donde el esclavo (y la mujer, en general) aceptaba su situación o bien intentaba liberarse para poder disfrutar, a su vez, de sus propios esclavos. Por ninguna parte se vislumbraba la más mínima posibilidad de cambio en ninguna porción del orbe. Sin embargo, apareció Cristo, y las cosas empezaron a cambiar. Pues para los cristianos cada persona era importante, y nadie merecía ser comido por las fieras en el circo. El criterio era el de "amar al otro como a uno mismo", e incluso el de "dar la vida" voluntariamente por el otro. Y así, con sus altibajos, fueron transcurriendo los siglos, con un cristianismo en el que residía el principio democrático en estado puro: cada persona es valiosa, cada persona es importante. Llegó el s. XX, y en Europa aparecieron unos regímenes ateos (nazismo y comunismo) que causaron decenas de millones de muertos, y millones de toneladas de sufrimientos. En la postguerra mundial, y ya con la Democracia Cristiana gobernando en la UE, y con una América que pensaba en Dios, se proclama solemnemente la Declaración de los Derechos Humanos. Fue un avance gigantesco para la humanidad, a pesar de que podría haber sido aún mayor. Se formulaba así en la ONU el derecho a la vida. En sentido estricto, esto no debía ser así, ya que la vida es un regalo inmerecido, y antes de vivir no existimos, y por tanto no somos sujetos de derechos. De hecho, nadie hace nada por sí mismo para aparecer en este mundo, y no es mérito nuestro que nuestra sangre circule, o que los riñones la vayan limpiando. Todo se hace con una mínima colaboración por nuestra parte. El derecho a la vida que promulgaba la ONU no iba dirigido, por tanto, sino en una clara dirección: que otro no me quite la vida. Pero ¿quién es el otro? El otro es cualquier ser humano. Y ¿quién es ser humano? Es un humano el que expresa, aunque sea mínimamente, el mensaje humano. La antropología nos dice que el ser humano es todo el que pertenece a la especie homo-sapiens. Pero ¿cuándo nos hallamos ante un nuevo homo-sapiens? Cuando un ser vivo presenta expresable todo el mensaje genético humano. El óvulo fecundado presenta a este ser humano, médicamente, al completo. Y en un proceso continuo, coordinado y gradual, que ya sólo necesita alimento y experiencias, y dará lugar a un humano adulto portador de zapatos. ¿Proviene esta afirmación de la doctrina del papa? No, sino de las evidencias microscópicas que observan y han dejado sentenciadas los científicos. Unas evidencias que corroboran que el embrión es tan humano como el que escribe, y que no puede ser llevado a una probeta de laboratorio para ser troceado. Bajo ninguna circunstancia, y así de sencillo. .
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