Camino al Cielo
Baltimore,
9 agosto 2021 Un día Ego y Car se acercaron a Dios para hacerle un pedido muy singular. Cuando llegaron frente al Padre eterno, éste les preguntó: —¿Qué desean que haga por ustedes? Ellos le respondieron: —Queremos ir al Paraíso. Frente a semejante pedido, el Padre los miró con infinita ternura y misericordia, y con el deseo de complacerlos les dijo: —Les concedo ir al Paraíso, y ya pueden emprender el camino. Estas palabras del Padre los llenó de alegría. Pero inmediatamente, el Padre les advirtió: —Para ir al Paraíso hay dos caminos, y ustedes pueden elegir el que deseen. Y continuó: —El Paraíso está allá arriba, detrás de aquella montaña, en el valle que desde aquí no vemos porque hay que pasar la montaña. Para llegar pueden tomar el camino más rápido, es el que parte de aquí mismo y sube de manera empinada la montaña, e inmediatamente llega al Paraíso. El otro camino es más largo, y es el que sale desde este valle y va ascendiendo poco a poco, hasta cruzar la última y pequeña subida, y llegar al mismo sitio que el primero. Este segundo camino lleva bastante tiempo. Una vez que el Padre Eterno les presentara los dos caminos, y les diera la descripción de cómo llegar, agregó: —El camino que elijan lo recorrerán en aquéllas carretas tiradas por caballos. Y en ellas cargaran a los lisiados, a los enfermos, a los ancianos y a todos aquellos que puedan llevar, y que el mundo tenga por menos. Cada uno se dirigió a su carreta, y cargó en ella a los que el Padre eterno había señalado. Inmediatamente Ego eligió el camino más corto (aunque muy empinado), mientras que Car eligió el más largo y lento. Inmediatamente Ego azotó los caballos, que salieron con furia hacia donde eran guiados. El empinado camino no le permitía a Ego mirar atrás, y en la furia de la carrera iban cayendo uno a uno los lisiados, los ciegos y toda la carga. Finalmente llego a las puertas del Paraíso, entró en él y contempló la belleza de la creación original, con unos ojos que no alcanzaban a admirar semejante belleza, y no salían de su asombro. Entre tanto, Car conducía lentamente su carga, y cuando algún lisiado se le caía lo devolvía con cuidado a su lugar, deteniendo su camino varias veces para levantar a los enfermos del camino. Después de mucho esfuerzo, subió el repecho que lo condujo a las puertas de Paraíso, entrando en él y quedándose extasiado ante la alegría y admiración de lo que contemplaba, con un gozo jamás imaginado. Todos quedaron sanos, y se abrazaban unos a otros dando gracias al Padre eterno. Ego vio de lejos llegar a Car, con su carga y el canto de acción de gracias que todos iban entonando, al tiempo que se abrazaban y festejaban la llegada. Entonces miró hacia atrás, pero no encontró a nadie con quien festejar, ni a nadie a quién abrazar. Ego estaba en el Paraíso, pero estaba él solo y consigo mismo. .
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