¿De Capa Caída?
Querétaro,
24 junio 2024 Hoy en día es lugar común leer sesudas interpretaciones en los periódicos y revistas (que siempre incluyen comentarios de Roberto Blancarte y Alberto Barranco, por lo visto los dos únicos que saben de qué va la onda) sobre la decepción de los católicos, en especial de los obispos y sacerdotes, ante el rumbo que va tomando la sociedad. Hombre, no es para tanto. Sí que hay un hecho objetivo: que los políticos no cumplen ni mínimamente lo que dicen. Pero por eso no son católicos, y si lo dicen ser son unos embusteros. Pero ésa no es la esperanza de los cristianos, ni de la Iglesia Católica, que yo sepa. De hecho, la Iglesia lleva ya 21 siglos civilizando la sociedad, enfrentándose a los poderes y no cambiando ni por un plato de lentejas su excelsa misión, que por otro lado no tiene nada que ver con la conformación de un poder temporal. Según los reportes periodísticos, los católicos mexicanos andamos de capa caída, como si alguien nos hubiera dado con la bota en el estómago. No es cierto. Primero, porque la Iglesia (que somos todos los bautizados) sigue creando exitosamente sus espacios de libertad, y segundo porque la Iglesia sigue siendo fiel a la ley de Dios, y nunca a las leyes de los hombres. En primer lugar, a los católicos nunca se nos va a ver como obstáculo al verdadero y equitativo desarrollo. Al contrario, nuestro mandato es servir a los demás como a Cristo, y en esto la gente siempre nos van a tener a su lado, especialmente los pobres. Es decir, que no estamos para servir a los ricos, así que ¿de donde se inventan que tenemos ansias por llegar al poder? ¿Habrán meditado alguna vez los pasajes evangélicos? En segundo lugar, los católicos tratamos de dar luz y alegría a todos los ambientes de la sociedad, e incluso acudimos en socorro del encarcelado, del deprimido o de la embarazada con problemas. ¿De dónde, pues, decirnos que no hacemos nada por mejorar la sociedad? Ahora bien, si a lo que se refieren los críticos es a las condiciones sobre las que se desenvuelve la libertad religiosa, tienen razón, porque los católicos somos (por obligación) muy ambiciosos. Queremos lograr que todo a nuestro alrededor (la política, la economía, la educación, las cárceles, los abortorios) tenga el espacio necesario de libertad, y que todos los ambientes puedan recibir el aire fresco de Cristo, y seguir haciendo de Cristo el verdadero motor de la historia. Quizás sea esto lo que a muchos estrategas no les guste, pues preferirían ver a Cristo encerrado en las iglesias, o entre inciensos o en manos de los sacristanes. Pero nunca ha sido Cristo así, ni en su vida pública ni en sus mandatos misioneros. Tras el Jubileo del año 2000, que hace ya años vivimos como punto de fuerte revitalización interior y de nueva fuerza evangelizadora, la Iglesia del III milenio cristiano está preparada para renovar su fidelidad a Dios y seguir extendiendo el mensaje vivo de Cristo hacia el mundo entero. .
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