Desatención Masculina
Querétaro,
30 septiembre 2024 Hoy en día existen multitud de organizaciones públicas y privadas que se dedican a ayudar a las mujeres, niños, ancianos, homosexuales, animales y ecosistemas. Sin embargo, hay varios rubros donde el hombre adulto está en completa desventaja. Parece una verdad de sentido común que los hombres mantienen el control de la sociedad, mas el complejo mundo moderno ha desarrollado infinidad de circunstancias problemáticas en las que los adultos de sexo masculino no cuentan con protección o se encuentran en desventaja, ante los grupos de distinto sexo o edad. Una parte de las dificultades masculinas tiene su origen en la ley. Se supone que todos los individuos son iguales ante ella, pero este presupuesto tiene infinidad de excepciones. Por ejemplo, es bien sabido que en una disputa por la custodia de los hijos, en caso de divorcio, siempre gana la mujer, quedando el hombre en un papel de "padre de fin de semana" y a veces ni eso. La ley sobre las obligaciones económicas del hombre divorciado, por otro lado, fue concebida antes que las mujeres entraran plenamente en el mercado laboral, por lo que ahora su contenido resulta poco congruente con la realidad. Estas y otras leyes similares dan la impresión de que la mujer cuenta con todos los derechos, y el hombre con todas las obligaciones. Por supuesto, estas normas tienen amplia justificación, y es un buen principio que el estado vele por las mujeres que se han quedado solas. Pero el mundo no se acaba ahí, y hay muchos otros puntos donde la desigualdad no tiene excusa. Por ejemplo, se considera que la mujer tiene derecho a abortar al bebé, mientras que el padre del bebé no tiene derecho a oponerse a que su hijo sea asesinado. Curiosamente, no se rechaza la opinión del padre si está de acuerdo con el aborto, y también se considera válida la intervención de expertos y consejeros abortistas. En estos casos, el hombre que quiere salvar a su hijo se ve privado, por los tribunales, de un elemental derecho. Las instalaciones sociales públicas, por ejemplo, suelen ser subvencionadas para niños, mujeres y ancianos. Es decir, que si usted es un hombre adulto tiene que ingresar en un club privado, de paga, para poder practicar su deporte favorito o confraternizar socialmente, o conformarse con lo que el estado le ofrece: una vía pública donde puede correr o trotar. Existen infinidad de organizaciones de apoyo y defensa a la mujer y al menor de edad, pero no las hay para el hombre adulto, a pesar de que éste sufre las mismas (o más) injusticias laborales, psicológicas y hasta de derechos humanos. Sobre las ofertas de trabajo, suele decirse que los hombres tienen los mejores empleos, pero esto ya no se lo cree nadie. Las mujeres tienen acceso a los trabajos más acomodados (lo cual está muy bien), y hasta hay empresas que tienen una clara preferencia por contratar mujeres. Además, en lo cuantitativo, hay más empleos para ellas que para los hombres, al tiempo que ha aumentado sin cesar el número de hogares donde la mujer trabaja más, y mejor, que el hombre. De hecho, cuando un hombre pierde su empleo, tarda más tiempo y necesita más esfuerzo para conseguir otro, según las estadísticas. Bastaría hurgar un poco más en la legislación, en las prácticas comunes y en las formas de conducta que imponen los medios, para encontrar muchos más rubros donde el hombre ha sido marginado, dejado sin atención y sin posibilidad de defenderse bajo el derecho. Si lo que realmente queremos es que reine el estado de derecho, comencemos por abandonar la inútil perspectiva de género, y volvamos a la senda del sentido común. Entonces sí que habrá un lugar para todos, y posiblemente una mayor paz social. .
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