Eclipse de la Obediencia


Clases obligatorias de sexualidad: un ejemplo de mal uso de la autoridad

Querétaro, 1 mayo 2023
Jaime Septién, periodista de Observatorio

            La obediencia es una virtud a la baja en el mundo de hoy, la autoridad estatal abusa hoy día con bastante frecuencia, y obedecer se muestra a veces como un signo de fortaleza. Es verdad, y por eso vemos que con frecuencia se rebelan los alumnos contra los maestros, los hijos contra los padres, los ciudadanos contra el estado. Pero esto no consiste en un torneo de fuerza, en que el desobediente se lleva el premio al reconocimiento, al más valiente o al mejor. Pues de ser así vendrá otro y lo sustituirá con una desobediencia superior.

            Es cierto: la desobediencia del hombre con el hombre puede tener, y a veces tiene, justificantes. Los padres que no educan, los maestros que no enseñan, los padres que no educan, los gobernantes que roban... Todas ellas valen, sí, pero solamente para los espíritus débiles, los que se conforman con el lado negativo de la obediencia, los que siempre, siempre, siempre han de formular la misma pregunta: ¿por qué yo debe hacer caso, contra mi voluntad, de aquél que me manda hacer esto o lo otro?

            El católico ama, si es católico, la obediencia. Es Cristo, el obediente, el que le señala el camino. Y es que en Cristo, como señala Raniero Cantalamessa, la obediencia engloba toda su vida. Él no vino a la Tierra a hacer su voluntad, sino la voluntad del Padre. Él no vino a ser servido sino a servir. Y obedeciendo encontró la libertad más sublime: la que consiste en hacer la voluntad de Dios.

            No pierdo de vista que la duda del católico, la duda que a todos nos corroe, persiste: ¿debo obedecer a aquel que tiene la autoridad pero la ejerce en contra de mi voluntad? Es, desde luego, una duda razonable. Jesucristo, en su extremo dolor del Gólgota, le grita al Padre que por qué lo ha abandonado. Antes, en Getsemaní, pidió ser apartado del cáliz amargo que iba a beber. Pero en la cruz encomienda a su padre el Espíritu, y en el huerto reconoce que es la voluntad del Padre la que debe llevarse a cabo (para nuestra salvación).

            La regla de oro, la que Cristo enseñó y practicó, es la que debe regir nuestros débiles pasos: obedece la voluntad del Padre, encarnada en una autoridad. Si la autoridad no encarna la voluntad de Dios, sigue obedeciendo la voluntad de Dios por encima de la autoridad. Que no se haga tu voluntad ni la de ellos (de las autoridades), sino la suya.

            Obviamente esto es muy difícil de llevar a cabo en un entorno como el nuestro, que otorga galardones a la irreverencia y que privilegia, por encima de todo, el placer y lo visible. ¿Cómo obedecer la voluntad de Dios a quien no se ve? Sirviendo al otro, al que sí se ve. Como apunta el padre Cantalamessa: "La medida y el criterio de la obediencia a Dios es el sufrimiento".

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 Act: 01/05/23          @noticias del mundo             E D I T O R I A L    M E R C A B A    M U R C I A