La familia, centro de América
Querétaro,
1 septiembre 2020 Éste parece que fue un día como otro, dentro de mi familia. Temprano nos despertamos. Se inicia la batalla del baño. El primero que entra tiene siempre la ventaja. Los demás, a esperar. Enciendo la radio para escuchar las noticias. Cuando me toca, llevo la radio conmigo. Antes del desayuno saludo a la Virgencita y a su hijo Jesús. Sé que siempre se alegran de que les tengamos en cuenta.
Nos despedimos y cada cual toma un camino
diferente. Yo hacia el trabajo, los niños a la escuela y mi esposa al
supermercado. Luego ella busca a su mamá y van a misa. Le encanta esta misa
porque el sacerdote les explica con cariño y siempre es algo de provecho
espiritual.
Camino al trabajo tengo dos opciones. La que más me gusta es ésta:
descubrí que el trayecto que lleva a la oficina dura justo el tiempo necesario
para rezar un rosario. Estacionándome en la empresa voy rezando el último Avemaría.
El guardia de seguridad me entrega los diarios, luego entro, doy los
buenos días y me sirvo un café. Empieza así un día agitado de trabajo. Hay
de todo. A las 9.30 me telefonea mi esposa para contarme lo que el padre
les dijo durante su homilía.
Al mediodía salgo hacia mi casa. Almuerzo y regreso a la empresa. En ocasiones me preocupan las historias terribles que publican los periódicos.
¿Cómo han publicado algo así?, me digo. Pero todo se me pasa cuando llego a
casa y mis hijos me saludan y hacemos planes para pasear o comernos unos
helados.
Ya son las 20.29 pm, ¿ves? El día se ha ido. El más pequeño de mis
hijos salta sobre mi cama, el mayor prepara su maleta con los útiles escolares. Mi hija acaba de llegar del ballet
y descansa en su cuarto. Yo estoy frente al computador, pensando y escribiendo.
Y a veces me desanimo. ¿Quién no lo hace? Pero luego me digo:
Debo luchar, seguir adelante, encontrar en todo los designios del buen Dios. Él
siempre ve más allá y sabe por qué ocurren las cosas. No me queda, pues, más
que confiar.
Hay algo que he aprendido. Cuando no puedo solucionar un problema,
cuando no puedo hacer más, entonces le digo a Dios: Ayúdanos. Y él
siempre, de una forma u otra, termina solucionándolo todo. No me preguntes cómo
lo hace. No lo sé. Sólo sé que siempre lo hace. Bueno, éste ha sido mi día.
El pequeñín se ha recostado sobre mi almohada. En cualquier momento caerá
rendido. Iré a conversar un ratito con él. Y luego, todos a dormir. Sólo me
resta pedirle al buen Dios que cuide a nuestros hijos. Y a las familias. Si rezas esta noche, acuérdate de nosotros y pídele también a Dios que nos ayude. Yo, a cambio, pediré por ti y los tuyos. El buen Dios te bendiga. .
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